Misterios y curiosidades del antiguo Egipto

Un faraón y una reina divinizados: Ahmose Nefertari y su hijo Amenhotep I

Estela del escriba Amenemope hallada en su tumba de Deir el Medina En el registro superior aparecen representados el faraón Amenhotep I y su madre, la reina Ahmose Nefertari, divinizados. Museo Egipcio, Turín.

Estela del escriba Amenemope hallada en su tumba de Deir el Medina En el registro superior aparecen representados el faraón Amenhotep I y su madre, la reina Ahmose Nefertari, divinizados. Museo Egipcio, Turín.

 Estela del escriba Amenemope hallada en su tumba de Deir el Medina. En el registro superior aparecen representados el faraón Amenhotep I y su madre, la reina Ahmose Nefertari, divinizados. Museo Egipcio, Turín.

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La puerta de la tumba se ha cerrado ya. Los sacerdotes proceden a colocar los sellos reales que indican que allí ha sido enterrado un monarca de Egipto. Su viuda, Ahmose Nefertari, observa el proceso impávida, sin emoción aparente en su rostro, tal como se espera de una reina. No debe mostrar dolor (para eso ya están las plañideras).

A su lado, un niño lo observa todo con mirada curiosa, y también temerosa. Es el príncipe Amenhotep, sucesor del soberano fallecido, el gran Ahmosis, el rey tebano que logró lo que parecía imposible: la expulsión de los invasores hicsos de Egipto y la reunificación de las Dos Tierras. Fue el último rey de la dinastía XVII. Amenhotep será el primero de la siguiente, la XVIII. Será el primer faraón de un Egipto de nuevo unido.

Debido a la corta edad de su hijo, Ahmose Nefertari deberá actuar como regente. Pero eso no le preocupa demasiado. De hecho, el contacto con el poder no es nuevo para ella. Hija, hermana y esposa de reyes, la soberana jugó un papel muy destacado durante el reinado de su hermano y esposo Ahmosis.

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En realidad, durante las largas ausencias del rey, enfrascado en sus campañas militares en el lejano delta, el gobierno del país recaía en sus manos. Asimismo, tras la derrota de los hicsos ayudó a su esposo en la construcción del nuevo Estado faraónico que su familia debería gobernar a partir de entonces.

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una reina poderosa

Del poder que, en efecto, tuvo la reina Ahmose Nefertari es prueba evidente el significativo título que ostentó, y que posteriormente sería adoptado por otras soberanas. Se trata del de Esposa del Dios, un cargo que le proporcionó una posición de privilegio dentro del clero del dios Amón, que por entonces empezaba a convertirse en el más poderoso de Egipto. Este importante acontecimiento quedó consignado en la llamada Estela de la donación, erigida en el templo de Karnak. 

Curiosamente, Ahmose Nefertari prefirió durante toda su vida llevar este prestigioso título, con un innegable carácter religioso (el cargo conllevaba oficiar como sacerdotisa en el culto a Amón y participar en festivales y ceremonias), antes que usar el tradicional de Gran Esposa Real o Madre del Rey. Con todo, a Ahmose Nefertari se le concedió también el título de Segunda Sacerdotisa de Amón, un cargo que nunca antes había ostentado una mujer.

Ahmose Nefertari prefirió durante toda su vida llevar el título de Esposa del Dios antes que el tradicional de Gran Esposa Real o Madre del Rey.

Estatuilla que representa a la reina Ahmose Nefertari. Museo Egipcio, Turín.

Estatuilla que representa a la reina Ahmose Nefertari. Museo Egipcio, Turín.

Estatuilla que representa a la reina Ahmose Nefertari. Museo Egipcio, Turín.

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Cuando Amenhotep I tuvo edad suficiente para convertirse en faraón, su madre pasó a un discreto segundo plano, aunque eso no quiere decir que no ejerciera todavía un enorme poder de decisión en los asuntos de gobierno. De hecho, durante los veintiún años que duró el reinado de su hijo Amenhotep I, Ahmose Nefertari continuó disfrutando de una gran influencia política. 

Fueron años de paz para Egipto, tanto en el interior del país como fuera de sus fronteras. Esa tranquilidad favoreció el auge de las ciencias y las artes, disciplinas que Amenhotep I fomentó. El faraón también llevó a cabo innovaciones en el campo de la arquitectura funeraria, ya que decidió por vez primera separar la tumba real del templo funerario, que se convirtieron en edificios independientes. En estas y otras decisiones constructivas también participaría la reina Ahmose Nefertari. De hecho, el nombre de la reina aparece inscrito en algunos textos que hablan de la apertura de canteras y minas.

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adorados como dioses

Pero si hay algo por lo que tanto la reina Ahmose Nefertari como su hijo Amenhotep I han pasado a la historia es por ser los promotores de la fundación en Tebas, en la orilla occidental del Nilo, de un poblado para los artesanos que se dedicaban a construir las tumbas reales en el Valle de los Reyes: Deir el-Medina. Y es que el faraón fue el primero en reunir un equipo de obreros y artesanos especializados en la decoración funeraria, los cuales, junto con sus familias, vivirían en ese lugar para mantener el secreto de la ubicación de estas construcciones.

Amenhotep I fue el primer faraón en reunir un equipo de obreros y artesanos especializados en la decoración funeraria.

Panorámica de las ruinas de Deir el-Medina, el poblado donde vivían los constructores de las tumbas reales, fundado por Amenhotep I y Ahmose Nefertari.

Panorámica de las ruinas de Deir el-Medina, el poblado donde vivían los constructores de las tumbas reales, fundado por Amenhotep I y Ahmose Nefertari.

Panorámica de las ruinas de Deir el-Medina, el poblado donde vivían los constructores de las tumbas reales, fundado por Amenhotep I y Ahmose Nefertari.

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Durante los quinientos años en los que Deir el-Medina estuvo en funcionamiento, la comunidad de trabajadores que allí vivía honró a Ahmose Nefertari y a su hijo Ahemhotep I, a quienes rindió culto como a sus divinidades patronas, de lo que constituye un buen ejemplo las numerosas capillas votivas y estelas que les dedicaron. Asimismo, esta devoción se manifestaba también en ceremonias festivas en las que las estatuas de ambos eran llevadas en andas. Incluso hubo un oráculo de Amenhotep I, que era consultado durante estas procesiones.

Estatua de piedra calcárea que representa a Amenhotep I realizada en época ramésida. Museo Egipcio, Turín.

Estatua de piedra calcárea que representa a Amenhotep I realizada en época ramésida. Museo Egipcio, Turín.

Estatua de piedra calcárea que representa a Amenhotep I realizada en época ramésida. Museo Egipcio, Turín.

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La reina y su hijo fueron también elevados a la categoría de protectores de la necrópolis real del Valle de los Reyes, aunque se cree que Amenhotep I hizo construir su tumba en la necrópolis de Dra Abu el-Naga, en la montaña tebana. Con todo, la ubicación de la sepultura real sigue siendo un misterio.

Algunos investigadores se inclinan a creer que tanto el faraón como su madre fueron enterrados, efectivamente, en Dra Abu el-Naga, en un enterramiento doble, pero hay quien piensa que, en realidad, fueron enterrados en la tumba KV39 del Valle de los Reyes, lo que indicaría que fueron los primeros soberanos en ser enterrados en la necrópolis real y no Tutmosis I, hijo y nieto respectivamente de ambos, como se ha creído tradicionalmente. 

Sin embargo, y a pesar de que la ubicación de la tumba aún no está clara, la momia de la longeva soberana (Ahmose Nefertari vivió hasta el reinado de su nieto Tutmosis I) y la de su amado hijo fueron localizadas en el escondrijo de Deir el-Bahari en 1881, lo que demostraría que los sacerdotes de la dinastía XXI que los ocultaron allí conocían perfectamente donde se encontraba. ¿Será la de Dra Abu el-Naga o la KV 39? ¿Tal vez ninguna de las dos? Parece ser que, de hecho, ninguna concuerda con las descripciones que han llegado hasta nosotros. Tal vez pronto aparezca una tercera tumba que dé respuesta por fin a este misterio milenario...