La sangre de los mártires: semen de la iglesia... ¡papal! - Protestante Digital

La sangre de los mártires: semen de la iglesia... ¡papal!

El papado ciertamente no fabrica el ídolo de las persecuciones y sus mártires, pero levanta su santuario sobre él.

05 DE MARZO DE 2023 · 08:00

Imagen de <a target="_blank" href="https://unsplash.com/es/fotos/4Gst3M6wW1o?utm_source=unsplash&utm_medium=referral&utm_content=creditCopyText">John Roden Castillo</a> en Unsplash.,
Imagen de John Roden Castillo en Unsplash.

Le he puesto a este encuentro ese rótulo, un poco chocante, pero ilustrativo. No es una frase literal de Tertuliano, que muchas veces se presenta sin ningún contexto, pero que suele sonar bonita y emotiva. El papado la usa como algo propio. Lo que escribió el autor es semen est sanguis Christianorum, está en el inicio de sus escritos, en una obra pequeña, y la dedica a consolar y animar a los presos que podían morir por ser cristianos (197). La metáfora la refiere incluso a la primera persecución de Nerón, que “sembró la [doctrina cristiana] con sangre en Roma”; y la coloca al lado de otras, con la fuerza incisiva de la retórica de un abogado, en las que los posibles mártires se comparan a atletas que luchan y vencen en la palestra (lo mismo pintará Teodoreto para describir a sus monjes sirios, dos siglos más tarde); la victoria sólo se conquista por la muerte (y se pone el ejemplo, creo que muy confuso, de la semilla que no fructifica si no muere). Otra comparación, y que seguro la podemos emplear con buen sentido, es proponerles a los presos que realmente la cárcel está fuera, con el mundo y sus afanes (aunque no se debe olvidar que el mundo y sus afanes también esté dentro, a menos que nos metamos en el modelo monacal), y que dentro de la prisión están “más liberados” para servir a Dios. Y, sobre todo, “sufrir” por y para Dios. (Ya he dicho que al papado esto le encanta.) ¡Por la muerte hacia Dios!, que no deja de ser una afirmación de lo más confusa, incluso el mismo diablo la emplea con los suyos. Además, de un sólo golpe: mártir, y de inmediato divinizado. (De ahí la promesa de las cruzadas, para los nuevos mártires.) Sin embargo, el lenguaje confuso, deja clara la corrupción doctrinal del autor. El martirio es, según él, “la remisión de todas las ofensas”; ¡obra satisfactoria por las penas del pecado!, ¡papado!, y a esos les es dada “la gracia” del martirio. ¡Papado!, ya ha venido el papado y se ha llevado este trozo de Tertuliano. Sólo un trozo, que, ya se sabe, la santa Tradición permite elegir lo que convenga de cada momento y de cada personaje; luego, a esos trozos colocados a conveniencia, le llaman “unidad”. (El resto de Tertuliano no lo quieren mucho, incluso lo han dejado sin el “san” delante.)

La naturaleza humana, nuestra carne, nuestro natural caedizo (como dirá uno de los nuestros), aunque se meta en el horno, carne se queda, el fuego no purifica, sino manifiesta la impureza, por más escoria que eches, el horno no la convierte en oro.

Lo que tenemos, la fe recibida, es más valiosa que el propio oro, del que siempre se dirá que cuanto más horno, más pureza. Eso lo enseñó nuestro Pedro, el bueno, sobre el que Cristo edifica su Iglesia, la nuestra, la de los redimidos por su sangre. La otra del otro, ya se sabe, edificada sobre lo que nuestro Pablo desechó. No seré yo quien me borre para no respetar y proclamar la vida y sufrimientos de los que antes fueron; pero eso no es lo mismo que admitir la rebelión contra la obra de Cristo de los que presentan esos sufrimientos como moneda con la que comprar gloria y salvación. Y esto es lo que ocurre con las persecuciones de los primeros siglos y su mártires. Que Tertuliano, por ejemplo, lleve a cabo tan formidable defensa del cristianismo, y, al mismo tiempo, corrompa ese cristianismo para el futuro con sus doctrinas de satisfacciones por las penas temporales del pecado, es todo un síntoma.

Que el papado vive de los muertos, no es una broma retórica. Un ejemplo evidente es el Purgatorio. (Además, por simple curiosidad, el Sumo Pontífice romano, título que lleva el papa, tenía, entre otros cometidos sagrados, ¡supervisar los funerales!) Si no mueres bajo el pie del papa, ¡no te entierran en sagrado! Pero, yo al menos lo creo así, todo el sistema papal no es sino un edificio compuesto de los trozos de retales que ya existían en la iglesia antigua. Se inventará novedades, como lo de la limpieza de sangre, pero ya le había preparado el camino la iglesia de los primeros siglos. El ídolo del martirio y los mártires como ídolos, no es invención del papado. Antes de que el papado exista como estructura con identidad propia, ya habían levantado santuarios y templos sobre las reliquias de los mártires, reales o buscadas, que tampoco importa mucho. Y habían convertido esos sitios en lugares de peregrinación, en búsqueda de mediadores y mercaderes donde comprar algo de mérito para sumar al propio. (Los redimidos, como hoy, están por ahí, pero la corrupción del cristianismo es evidente. Guarda el Señor a los suyos, herederos de herencia que no ganaron, ni se compra, ni se vende.)

La persecución, caldo donde se cuece el valor meritorio del martirio, nunca es, por sí misma, productora de santidad en la Iglesia. Más bien, todo lo contrario. Los profetas, precisamente, afirman que el pueblo no aprende de los juicios y calamidades. Y si alguien pretende de los primeros siglos, hasta que se reconoce al cristianismo como religión oficial del imperio romano, sacar pureza y santidad, la tendrá que buscar en la que produce la naturaleza humana. La iglesia antigua ha sacado de sí propio lo mismo en la persecución que en el “triunfo”. La misma corrupción doctrinal se da, por lo que se puede conocer (que no es mucho, pero bastante), en la iglesia perseguida por Diocleciano, que en la reconocida por Constantino. La salvación por martirio o prestigio, tanto da. La Iglesia de los redimidos, a la que pertenecemos, no nace ni de carne, ni de sangre, ni de voluntad de varón, sino de Dios.

[No es tema aquí; pero es evidente que no comparto el proyecto que realizó John Fox (-1587) con su conocidísimo martirologio. Procuró asegurar la veracidad de los hechos y personajes modernos, pero dejó tal cual la leyenda dorada papal de los primeros siglos. Esa mezcla es confusión más que otra cosa. Que su obra sobre los Mártires haya tenido tanta difusión, y, seguro, frutos buenos, no quita, a mi parecer, lo dañino del modelo a medio y largo plazo. Honrar a nuestros antepasados, claro que sí, con todo lo que podamos, pero si no se hace sanamente, a los que vienen luego les podemos ofrecer una imagen que los encandile, y se queden con la gloria humana en vez del vituperio de Cristo. (¡A nuestro Juianillo le llama el autor de la muy fructífera exposición de las obras, con sus artes o herramientas, de la Inquisición española, seguramente por inercia del lenguaje de los primeros defensores y confesores de la fe, “atleta” de Dios!)]

Que tenemos una gran nube de testigos, para bien, eso es evidente. Que tenemos una gran nube de testimonios de la corrupción, eso también es evidente, si queremos verlo. En muchos casos, esos testimonios se producen en un mismo espacio y tiempo. Y en las persecuciones, esas dos voces deben ser diferenciadas. Si el sufrimiento y la muerte se presentan como monedas para comprar santidad y salvación, tengamos cuidado, porque eso es convertir esa sangre de los mártires en monedas de sangre. Que Pacomio (-348), soldado romano, se convirtiera al cristianismo por la impresión recibida con el comportamiento de solidaridad de los cristianos en, y tras, la persecución; pero que luego asumiera la vida cristiana ejemplar en la modalidad monástica (creó el sistema comunitario, como de un cuartel), con todo lo que implicaba de valor humano, mérito, y éxito para alcanzar el cielo, pues es todo un síntoma y testimonio, si queremos verlo. Que el monacato cante salmos de día y de noche, pues es todo un síntoma de lo confuso de estos tiempos, y de la necesidad de tener adecuado ejercicio de separación. Que los “misioneros” de más éxito fueran monjes, que llevaban su religión monástica por lejanas tierras, y la convertían en suelo para monasterios (en palestras para obtener la victoria contra el diablo, y alcanzar el cielo, dirían algunos); que de esos en Irlanda (final del siglo IV e inicio del V), saliera el primer documento de, si lo queremos llamar así, tarifas de aduana, es decir, los distintos pagos por las diferentes penas temporales del pecado: según la “carga” que lleves, tienes que pagar una tarifa u otra, es todo un síntoma y testimonio, si lo queremos ver. Esto es el inicio lógico de lo que luego será la maquinaria del Purgatorio. Con este modelo perverso se extiende el cristianismo (que más bien será una ruina que un éxito). Por supuesto, para estas corrupciones, usan textos de la Biblia, a la que consideran palabra de Dios infalible e inspirada. (Ya me dirán si no deberemos ocupar alguna reunión en tratar este asunto.) Con esa Biblia inspirada, extienden el cristianismo por grandes zonas de Europa, misioneros con el Jesús de Arrio; otros con el de Atanasio; que no necesitan que un imperio pagano los persiga, ya se bastan entre ellos mismos; todos ellos, con su Biblia infalible, anuncian a un Cristo que, sea Dios de Dios, o un poco menos, siempre es alguien que necesita de otros, uno cuya palabra, será infalible o medio qué, pero que con ella no puede salvar a nadie sin su colaboración; vaya, que no puede resucitar a un muerto si éste no colabora (que ya me dirán cómo puede eso ocurrir). Con este modelo de satisfacción, tasada, tarifada, por las penas temporales del pecado, el poder de la cruz de Cristo ha sido pisoteado, y en su lugar se ha montado el poder sobre las conciencias y bolsillos de la gente. Con toda moneda de sangre, sufrimiento, méritos y glorias religiosas humanas, lo que realmente se hace es pisotear la única sangre que limpia del pecado. Con esas monedas, y sus banqueros eclesiásticos, de todo pelaje, al final, lo único que pueden comprar y vender es su desprecio al Cristo, la piedra que los aplastará.

El papado ciertamente no fabrica el ídolo de las persecuciones y sus mártires, pero levanta su santuario sobre él. Sin la sangre como moneda de compra no hay papado. Han tenido, eso sí, que engordar al ídolo, y ofrecerle nuevos sacrificios, ésa es su vida y su muerte. Montaron toda una leyenda dorada, con todo tipo de mártires (la lista se publicó en el siglo XIII por La Vorágine). No es un inventario de personas y situaciones reales, sino un invento de personas reales (la responsabilidad queda en sus manos), con el fin de sostener su iglesia con falsificaciones, ¡sabiendo que lo son! De ahí sale el santoral papal. Excepto los más recientes (que realmente sean “santos” o no, es otra cosa), todos son falsificaciones. Santos y santas de ficción: todos adornados con los valores religiosos que aquí hemos señalado. Todos dignos de ser mediadores, por sus méritos. Todos falsos. Mentira gorda. Algunos, y algunas, pelean contra dragones. San Patricio... Santa Marta (¡la de la Biblia!), que me la llevaron a Francia, y allí dominó a un bicho, la “tarasca”; mentira gorda, pero la fiesta está por todos lados; en Toledo vinculada al Corpus... Santa Bárbara, mentira gorda... Santa Inés, mentira gorda... Santiago en Compostela, mentira gorda... La virgen del Pilar, mentira gorda... San Lorenzo, mentira gorda... San Pancracio... Santa Lucía... San Cristóbal... San Fermín... La reliquia de la Vera Cruz, mentira gorda... Pedro, ¡nuestro Pedro!, 25 años de obispo de Roma y allí enterrado, mentira gorda... El santoral que sustenta la santidad del papado, 365 días, algunos con varios santos y santas, mentira gorda.

No sigo, que es para llorar. Creerán la mentira... La próxima semana, d. v., nos encontramos, y hablamos un poco de otras cosas de esa época.

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