La Gran Guerra

La guerra de trincheras durante la Primera Guerra Mundial

En las largas e insalubres trincheras construidas con sacos de arena durante la Primera Guerra Mundial murieron miles de combatientes en lo que sería el conflicto más mortífero hasta el momento de la historia de la Humanidad.

Una trinchera alemana ocupada por soldados británicos durante la batalla del Somme.

Foto: PD

El Frente Occidental fue uno de los principales escenarios bélicos de la Primera Guerra Mundial. Tras el estallido del conflicto el 28 de julio de 1914, el ejército alemán decidió abrir este frente tras invadir Luxemburgo y Bélgica y conseguir el control militar de las regiones industriales más importantes de Francia. El Frente Occidental sería tristemente célebre por haberse convertido en un gigantesco campo de batalla en el que murieron millones de hombres que se enfrentaron entre ellos desde las largas e insalubres trincheras construidas con sacos de arena. En esos frágiles refugios los soldados sobrevivían como podían sin las más mínimas condiciones de higiene.

En el transcurso de la guerra, las trincheras fueron evolucionado de manera que se proyectaron corredores más largos, se cavaron a más profundidad y se incorporaron en su construcción materiales resistentes como el hormigón y el acero. También se instalaron más púas de alambre que nunca. Todo aquello sustituiría a las cadenas y a los sacos de arena, e hizo de las trincheras una red continua de túneles y pasillos, a veces con cuatro o cinco líneas paralelas que se podían comunicar entre sí.

Para mayor seguridad de los soldados que luchaban en el Frente Occidental, las trincheras se excavaron muy por debajo del nivel de la tierra para evitar el fuego de artillería, que reventaba literalmente las posiciones conquistadas, y el avance de la infantería.

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La cruel supervivencia en las trincheras

Para los combatientes, la vida en las trincheras era agotadora física y mentalmente, además de aburrida. Asimismo se enfrentaban en todo momento al temor de morir en cuanto se daba la orden de atacar. De hecho, los soldados compartían su día a día con la muerte puesto que se veían obligados a contemplar cómo los cadáveres de sus amigos (y también de sus enemigos) se descomponían frente a las trincheras y las alimañas daban buena cuenta de ellos. El sueño y el cansancio también contribuían a la desmoralización general. Víctimas de la depresión, el agotamiento y sin apenas ánimos para vivir y seguir luchando, muchos de ellos sufrían graves desórdenes mentales, algo que se agravó durante los últimos años del conflicto.

Víctimas de la depresión, el agotamiento y sin apenas ánimos para vivir y seguir luchando, muchos soldados sufrían graves desórdenes mentales.

Soldados ocultos en su trinchera durante los bombardeos en Verdún. 

Foto: CC

En esa tesitura, para intentar poner fin a la situación de parálisis en el Frente Occidental, el alto mando de ambos bandos ordenaba a la artillería que durante días, o incluso semanas, efectuase un bombardeo sistemático de las posiciones enemigas para obligarles a protegerse en las trincheras hasta que, en el momento oportuno, se diera la orden de atacar. Cuando escuchaban esta orden, los hombres salían disparados a la carrera en medio de la tierra de nadie plagada de cadáveres, en un campo sembrado de cráteres de obús que el agua de la lluvia se encargaba de anegar. Los soldados calaban su bayoneta en el fusil e intentaban saltar por encima de las defensas protegidas por alambres de espino para lanzarse contra las ametralladoras enemigas, a sabiendas de que su destino final era la muerte.

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El Frente Occidental, un cementerio descomunal

En el Frente Occidental tuvieron lugar algunas de las batallas más sangrientas de la Primera Guerra Mundial. Entre los meses de febrero y julio de 1915, los alemanes intentaron romper sin éxito las lineas defensivas en Verdún, donde se enfrentaron dos millones de soldados y donde hubo alrededor de un millón de bajas. El río Somme también fue testigo de otra sangrienta batalla. Aquí, la ofensiva del Ejército británico costaría la vida a 420.000 soldados; de estos, 20.000 murieron solo el primer día.

Las muertes que tuvieron lugar en el Frente Occidental fueron el resultado de ataques desesperados por tomar una posición.

Asimismo, en la segunda batalla de Ypres se empleó por primera vez gas venenoso, y en la tercera batalla de Ypres o batalla de Passchendaele se estima que murieron 487.000 hombres. Todas estas muertes que tuvieron lugar en el Frente Occidental fueron el resultado de ataques desesperados por tomar una posición, mientras las ametralladoras y las alambradas de espino segaban inmisericordes la vida de miles de soldados, muchos de ellos jóvenes que nunca habían empuñado un fusil. En otros casos eran esa generación perdida de jóvenes conducidos a la muerte eran abrasados en sus posiciones por los lanzallamas enemigos.

Soldados australianos en una trinchera con máscaras antigás en los alrededores de Ypres.

Foto: Frank Hurley / CC

Habría que esperar hasta el año 1918 para que aquella situación de estancamiento empezara a cambiar y para que los alemanes acabaran cediendo posiciones. Aunque el Frente Oriental desapareció con la retirada rusa de la guerra tras la firma del Tratado de Brest-Litovsk, la entrada de Estados Unidos acabó por desequilibrar la balanza. De hecho, el imparable avance de los ejércitos de la Triple Entente durante la llamada Ofensiva de los Cien Días de 1918, una serie de ataques que empezaron en la ciudad francesa de Amiens entre el 8 y el 12 de agosto de 1918, obligó a los alemanes a retirarse a la línea Hindenburg (un vasto entramado de trincheras situadas en el noreste de Francia).

Tras Amiens, la Entente lanzó una ofensiva en el canal de San Quintín, donde se quebraron las defensas alemanas el 29 de septiembre de 1918. Aquella ofensiva, junto con la consiguiente revolución que estalló en Alemania, provocaría el colapso del Ejército alemán, lo que acabó por convencer al alto mando germano de que la guerra estaba definitivamente perdida. El Gobierno alemán se rindió el 11 de noviembre de 1918 con la firma del armisticio de Compiègne.

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