KANT Y LA GEOGRAFÍA: UN MARCO EPISTEMOLÓGICO
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KANT Y LA GEOGRAFÍA: UN MARCO EPISTEMOLÓGICO

4. La geografía como sistema, el espacio como categoría

4.2. KANT Y LA GEOGRAFÍA: UN MARCO EPISTEMOLÓGICO

En la historia de la geografía moderna, la referencia a I. Kant, el gran filósofo alemán del siglo XVIII , es habitual. Para algunos autores, con una significación equiparable a la de Varenio y como un puntal decisivo en el desarrollo de la disciplina. La razón de esta consideración proviene de su condición de profesor de Geografía y de sus textos geográficos.

La actividad geográfica de Kant se inicia con un breve opúsculo, en 1757, en que trata la naturaleza de los vientos del Oeste y su condición hú- meda, relacionada con el tránsito por el océano. Se desarrolla con mayor amplitud en la Physische Geographie, con casi 300 páginas, en que se plas- man sus enseñanzas, recogidas por uno de sus alumnos y colaboradores, Fiedrich Theodor Rink. Fue publicada en 1802, a instancias del propio Kant

que, al parecer, había perdido sus propios cuadernos sobre la materia. Rink completó, en parte, la obra. Lo esencial del texto debe corresponder, no obs- tante, con lecciones impartidas por Kant con anterioridad a 1780.

La concepción de Kant de la geografía no representa ninguna innova- ción. La Geografía física de Kant abordaba los aspectos físicos, pero tam-

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109 bién la denominada geografía matemática, es decir, la vieja cosmografía, así como el mundo viviente y la propia especie humana. Incorporaba, al modo de la propuesta de la geografía especial de Varenio, la consideración corográfica del mundo, abordado en cuatro grandes partes o regiones, los continentes, con apartados específicos por países.

Kant estructura su obra en una introducción teórica y varias partes o capítulos. La introducción ha tenido una considerable repercusión poste- rior, por sus implicaciones epistemológicas. La primera parte está dedica- da a la geografía matemática o cosmográfica. La denominada parte gene- ral se centra en «la Tierra según sus componentes y le corresponde anali- zar el agua, el aire y la Tierra». La tercera parte, denominada especial, tra- ta de «los productos y criaturas de la Tierra». Comprende tanto los seres vivos, entre ellos la especie humana, como los minerales. La última la de- dica a los territorios o países de las cuatro partes en que divide el mundo. Kant estructura su Geografía física en cuatro áreas o partes: la matemáti- ca, la física, la biológica y mineral, y la corográfica.

El carácter abierto de la geografía matemática y de la parte general, que descubre una actitud informada sobre el mundo natural, desaparece en la parte especial. Ésta queda reducida a un simple inventario, desordenado, de animales domésticos y salvajes y de minerales con similar tratamiento -que recuerda los lapidarios medievales,- incluyendo las razas humanas. Esta última pone al descubierto la concepción imbuida del viejo ambienta- lismo, que subyace en el pensamiento ilustrado y que Kant comparte. La au- sencia de un esfuerzo sistemático o racionalizador es manifiesta.

La parte corográfica representa una mera enumeración de países sin orden preciso, aunque sigue un itinerario continental, sin estructura expo- sitiva ni de contenidos. Evidencia una óptica en que prima el interés por lo exótico, como parece inducirse de la notable extensión que dedica a Chi- na, Siam y Persia. Se puede achacar al contexto cultural de su época, des- lumbrada por estas sociedades orientales, en las que se cree reconocer va- lores sociales y morales propios desaparecidos, añorados o ambicionados. Exotismo que se pone de manifiesto, también, en la extensión que dedica a las poblaciones indígenas de América del Norte. Llama la atención, en contraposición, las cuatro líneas que dedica a países como Italia, Francia, España, entre otros. Subyace lo que se denominará más tarde el síndrome de lo exótico.

Las observaciones sobre los países responden más a una desordenada enumeración de curiosidades que a una descripción sistemática. Se yuxta- ponen, en el mejor de los casos, informaciones precisas, de interés, con otras de mera curiosidad o intrascendentes. A título de ejemplo, las que de- dica a España se reducen a señalar su escasa población -que vincula con la vida monacal, la colonización de las Indias, la expulsión de los judíos y musulmanes-, y la quiebra económica. Destaca, a continuación, que los asturianos presumen de su ascendencia goda, que los caballos son de bue- na calidad y que los de Andalucía exceden a los demás. Termina señalan- do que, en Béjar, existen dos fuentes, una de agua muy fría y la otra de agua muy caliente.

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La endeblez de las descripciones, la ausencia de una concepción o es- quema básico, la mezcla de datos sobre población e informaciones pura- mente pintorescas, o de rango etnográfico elemental, descubren la inexisten- cia de un pensamiento geográfico moderno. Ponen de manifiesto, en cambio, la persistencia de la secular tradición medieval del género de maravillas, por- tentos y cosas notables. El Kant geógrafo no inicia la moderna geografía, cul- mina la vieja representación del mundo medieval. Resulta difícil contemplar en él un antecedente de la moderna geografía desde esta perspectiva.

Son sus postulados sobre el conocimiento humano los que influirán en la concepción del espacio y de la geografía de los geógrafos modernos. Las consideraciones teórico-metodológicas que el filósofo desarrolla como introducción, respecto del conocimiento humano, sus formas, sus orígenes y su clasificación, sí han tenido notable repercusión.

Recuperadas desde las filosofías neokantianas, y aceptadas en el cam- po geográfico, proporcionaron a Kant una dimensión geográfica que des- borda su trabajo geográfico (Hartshorne, 1958). Pero esto resulta de sus su- cesores, que usan a Kant, no como geógrafo sino como soporte de sus pro- pias filosofías. Se trata, por tanto, del Kant filósofo.

Kant parte, para abordar la Geografía Física, de una cuestión previa, la del tipo de conocimiento a que corresponde y el origen y fuentes del mis- mo. De acuerdo con Kant, el origen y fuente de nuestro conocimiento co- rresponde o bien a la pura Razón o bien a la Experiencia. El conocimien- to racional puro tiene su origen en la propia mente. El conocimiento ex- perimental o de observación procede de los sentidos.

Kant distingue, al respecto, en relación con el mundo de los sentidos, uno exterior, que tiene que ver con la naturaleza; y otro interior, que co- rresponde al hombre. De acuerdo con este distingo, Kant asocia el mundo objeto de los sentidos exteriores a la Naturaleza y el mundo como objeto de los sentidos internos al Alma, es decir, al Hombre. Esta doble experien- cia, la experiencia de la naturaleza y la del hombre, configura el conoci- miento del mundo.

Nuestro conocimiento comienza en los sentidos, dice Kant. Nos dan la materia, que la razón se limita a clasificar de una forma ordenada. El fundamento de todo conocimiento se encuentra en los sentidos y en la ex- periencia, ajena o propia. Ampliamos nuestro conocimiento por medio de informaciones, que nos proporcionan la experiencia del pasado, como si nosotros mismos lo hubiésemos vivido, y la del tiempo actual, respecto de tierras y países, como si viviésemos en ellos. Concluye Kant, al respecto, que la experiencia ajena se nos transmite, bien como narración o bien como descripción.

El proceso de ordenación de nuestras experiencias = conocimientos, es decir, el proceso racional, se produce de acuerdo con conceptos o según el tiempo y el espacio. La clasificación del conocimiento según conceptos es la que Kant denomina «clasificación lógica». La clasificación de acuer-

do con el tiempo y el espacio es la que llama «clasificación física». Por la primera tenemos un sistema natural, como, por ejemplo, el de Linneo; por la última, una descripción física de la naturaleza.

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111 Clasificación del conocimiento que ilustra Kant con el ejemplo de la lagartija y el cocodrilo. De acuerdo con la clasificación lógica, son con- siderados como elementos de un género animal (especies diferentes). Se- gún la clasificación física, son animales con hábitats distintos: el coco- drilo como un animal anfibio del Nilo y la lagartija como un animal te- rrestre ampliamente difundido. Contraposición que tendrá una recep- ción destacada entre los neokantianos de finales del siglo XIX , como fun- damento de su división de las ciencias en nomotéticas -las basadas en la clasificación lógica- e idiográficas -las sostenidas en la clasificación física-.

Dualismo epistemológico que separa sujeto y objeto y que contrapone Hombre y Naturaleza. La dualidad epistemológica sustenta, en Kant, la dualidad de las disciplinas. El conocimiento del hombre conduce a la An- tropología, según Kant. El conocimiento de la naturaleza a la geografía fí- sica o descripción de la tierra. Para Kant, la geografía se reduce a la di- mensión física o natural.

Situaba Kant el conocimiento geográfico en el ámbito de la descrip- ción. Y lo identificaba, en lo esencial, con la «descripción física de la Tie- rra», es decir, con la «geografía física». Un campo que no se confunde, es- trictamente, con la actual acepción de este término. Para el gran filósofo alemán, la descripción física es el fundamento del conocimiento del mun- do. El mundo es el sustrato, el escenario en que se desarrolla el juego de nuestras habilidades. Es el fundamento en el que deben surgir nuestros co- nocimientos. El mundo es la totalidad, el escenario, en el que se sitúan to- das las experiencias. Corresponde a lo que él denomina la «propedéutica» en el conocimiento del mundo. La descripción de este mundo es el objeto de la geografía física.

Una geografía concebida, en sentido estricto, como una mera «des- cripción de la naturaleza y del conjunto del mundo», un marco general de la naturaleza, sus efectos y criaturas. Como ya advirtiera Quaini en el de- cenio de 1970, al resaltar su identificación con la geografía física, y al apuntar la concepción kantiana que hacía de la geografía física «la base y fundamento de la geografía política, comercial e incluso moral» (Quaini, 1976). En efecto, la geografía física tiene para Kant el carácter de funda- mento, de clave, sobre el que se articulan, desde una perspectiva de rango determinista ilustrado, las otras geografías o ramas que él acepta o distin- gue, desde la «geografía comercial» a la «geografía política», la «geografía moral» y la «geografía teológica». Es decir, la geografía como un conoci- miento de la ubicación.

No trasciende Kant esta dimensión primaria de la geografía, deudora de la dominante cultura contemporánea, más próximo a Montesquieu que a Humboldt. No deja de ser paradójico, por ello, el que su pensamiento sea una referencia presente, de forma implícita, en la obra de Humboldt, y de modo expreso en una parte de los geógrafos del siglo XX. Aceptan lo esen- cial de los postulados kantianos, los que hacían de la geografía una des- cripción y los que la contemplan como la disciplina del escenario o habi- tación del Hombre.

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El rastro de Kant forma parte, por consiguiente, de forma harto para- dójica, del proceso de fundación de la geografía moderna, por una doble vía, la epistemológica y la conceptual. Como disciplina puramente des- criptiva y como disciplina del escenario terrestre. En ambos casos ha per- mitido a los geógrafos modernos utilizar su pensamiento como una refe- rencia filosófica esencial de algunas de las alternativas propuestas en la geo- grafía actual.

A pesar de esta influencia, Kant como Varenio forman parte de una tradición cultural que durante miles de años construye y mantiene una re- presentación del mundo cosmográfica y cartográfica. No forman parte de la geografía moderna. Pertenecen al mundo de las imágenes y represen- taciones elaboradas por esas sociedades occidentales para su visión del cosmos.

5. Prácticas y cultura del espacio: las culturas geográficas

Durante miles de años las sociedades humanas ejercitan y desarrollan un saber del espacio que tiene que ver con las experiencias que les pro- porciona su actividad cotidiana. Un saber de ubicación, de delimitación, de

diferenciación, de atribución, sobre el propio espacio y sobre los espacios de otros grupos humanos.

Es un saber que se manifiesta en tres instancias: en el ámbito empíri- co, en relación con las observaciones que, sobre el entorno terrestre y so- bre la propia vida social, acumulan; en el lenguaje, por cuanto el espacio y el saber sobre el mismo se construye como un complejo y estructurado conjunto de términos, que constituye una fracción significativa del lengua- je en su totalidad; y en el mundo de los símbolos, porque la experiencia empírica y la construcción lingüística se integran en un sistema de repre- sentaciones simbólicas, de carácter mental, que son las que dan coheren- cia al conjunto de la experiencia.

Las evidencias de este tipo de saber son múltiples en sociedades de muy diverso grado de desarrollo material y los testimonios del mismo surgen des- de muy antiguo, como rastros materiales, como huellas lingüísticas y como manifestaciones simbólicas. Forman el sustrato de este saber del espacio que, en sus distintas formulaciones locales, comparte la especie humana. Tienen que ver con la ubicación, con la orientación, con la medida, con la delimitación territorial, con la identificación de elementos singula- res del entorno, con la identificación del «otro», con la ordenación de es- tas experiencias en esquemas socialmente inteligibles. Como saber univer- sal constituye el fondo profundo de nuestra cultura del espacio. Cabe con- siderarlo como una parte de nuestra cultura «geográfica». Si bien en sen- tido estricto debemos reservar este calificativo para una específica forma de este saber, tal y como lo elaboraron los griegos del mundo clásico.

La herencia griega configura una construcción elaborada de este sa- ber más allá de la simple práctica y de la experiencia empírica. Esa cons- trucción nos aporta una definición e identificación del objeto del saber es-

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113 pacial, la Tierra. En relación con ella esbozaron una descripción del mis- mo que trasciende la evidencia cotidiana y un sistema de términos para esa descripción. Construyeron una imagen del conjunto y de sus partes, que desborda lo inmediato del saber del espacio, la contingencia de la prácti- ca, en una representación totalizadora y comprensiva. Constituye una pe- culiar forma de cultura sobre el espacio que, con el nombre de «geografía», condiciona la aproximación al entorno terrestre de las sociedades occiden- tales e islámicas.

La particular interpretación que unas y otras hacen del legado greco- latino les permite desarrollar un conjunto de hábitos, de imágenes, de se- guridades y de interrogantes, que tienden a interpretar o completar la re- presentación del mundo o cosmos heredada. Podemos calificarlas como «tradiciones» de la cultura geográfica occidental hasta el siglo XVIII . Lo que se denomina «geografía», en esos siglos, se identifica con esta cultura. No corresponde con una disciplina, ni siquiera con un campo de conocimien- to. Lo que se denomina geografía pertenece al mundo de la práctica y de la cultura sobre el espacio y a un variado género literario de viajes, des- cripciones exóticas, imágenes fantásticas, que pertenecen a un mundo de maravillas.

Los intensos cambios que afectan a las sociedades europeas a partir del siglo XVIII, técnicos, materiales e intelectuales, constituyen el funda- mento del mundo moderno. Su manifestación más relevante es la aparición y desarrollo de la ciencia en su acepción actual, y de las ciencias como campos de conocimiento articulados dentro de ella. Unos y otros se pro- yectan sobre la cultura geográfica en su contenido y comprensión.

En su contenido hicieron posible un conocimiento completo del en- torno terrestre resolviendo los vacíos de la «terra ignota». Completaban la representación del mundo de los antiguos. Hicieron factible plantear de nuevo la auténtica naturaleza de los fenómenos «geográficos», aspecto en el que desempeña un papel determinante el conocimiento de las tierras americanas (Capel, 1994). En su concepción, porque los postulados del co- nocimiento científico pueden ser aplicados al objeto de dicha cultura. Se puede formular el trascender desde la geografía como simple cultura geo- gráfica, a la geografía como una disciplina científica.

Es decir, dar forma a una disciplina científica de carácter geográfico. Un sensible e intenso esfuerzo que tiene como objetivo marcar la ruptura entre tradición milenaria y geografía moderna. Un sensible e intenso esfuerzo in- telectual se orienta, a lo largo del siglo XIX, a dar forma a un «espacio del sa- ber»: la geografía. Se trata del proceso de fundación de la geografía.

En la tradición geográfica representa la gran ruptura respecto de la herencia milenaria grecolatina y respecto del simple saber práctico del es- pacio. Es una ruptura epistemológica que supone la incorporación de la geografía al movimiento de la modernidad. Se manifiesta en la búsqueda de una nueva articulación de saberes, de términos, de conceptos, de sím- bolos, de premisas. Se plantea con la pretensión de construir un discurso estructurado y fundado, dentro del campo de la ciencia, en su acepción moderna.

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La quiebra de la geografía milenaria es el principal componente de esta ruptura epistemológica. Como apuntaba Foucault, lo relevante en este caso es esta quiebra más que la tradición; es la transformación y lo que su- pone de nueva fundación que la aparente continuidad de saberes, de con- ceptos y de nombre. La geografía moderna representa una «transformación que vale como fundación» (Foucault, 1976).

Una fundación cuyos términos, cuyos perfiles, se definen de forma progresiva, contradictoria, sin un proyecto preciso o hegemónico. Nume- rosas propuestas y circunstancias sociales, culturales y científicas culmi- narán a finales del siglo XIX . La decantación final responde a la concate- nación de una serie de condiciones de posibilidad. Las condiciones de posi- bilidad de la geografía moderna se producen en el siglo XIX, con raíces en el siglo anterior.

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CAPÍTULO 6

LAS CONDICIONES DE LA GEOGRAFÍA MODERNA La aparición de la geografía moderna significa la fundación de una disciplina que trasciende la vieja cultura de la representación del mundo, en el marco del macrocosmos y el microcosmos, y que busca constituirse como un acotado campo de conocimiento, incorporado al conjunto de las nuevas ciencias. Fundación que tiene lugar en la segunda mitad del si- glo XIX. La podemos identificar con la incorporación institucional como sa- ber académico, en el marco de la universidad y con la aparición de una comunidad profesional de geógrafos. Fundación que se enmarca en el pro- ceso de expansión de la universidad alemana como un centro de produc- ción científica moderna. La geografía moderna es un producto alemán.

La cristalización académica y universitaria, con la consiguiente con- solidación de una comunidad geográfica y la definición de un proyecto geo- gráfico científico, se apoya en un conjunto de transformaciones sociales y culturales que aparecen como los pilares que hacen posible o facilitan la

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