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Historia de D. Diego de Alvear y Ponce de León

Cesáreo Fernández-Duro





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Digna es de notoriedad la vida que D. Diego de Alvear y Ponce de León, brigadier de la Armada, consagró al servicio de la patria en época azarosa de guerras y de perturbaciones políticas que ponían á prueba las condiciones de los hombres. Los que en cualquier tiempo se elevan por la inteligencia y la energía sobre el nivel ordinario, dejan memoria honrosa que es bueno conservar; los que reunen al saber la virtud, y al deber sacrifican la conveniencia, dan más alto ejemplo que señalar por enseñanza.

En este concepto es de elogiar el trabajo empleado en recoger   —256→   documentos que acreditan las acciones individuales, y en agruparlos de modo y manera que sirvan á la historia general en cualquiera de sus ramos auxiliares ó complementarios, y lo es doblemente el que ha presidido á la composición de la biografía de este marino ilustre, porque no se debe á registrador de archivos, ni á literato de profesión, ni á historiador necesitado de precisos datos; lo ha llevado á cabo una señora que, sin pretensiones de escritora, antes bien, «temerosa de los escollos en que estrellarse suele la osadía al navegar por las ondas de la publicidad, casi siempre peligrosas para la mujer», logra dominar la preocupación instintiva, impulsada por el noble y grandioso estímulo del amor filial.

Se habían publicado en Montevideo estimables trabajos científicos, adjudicándolos á persona que no hizo más que copiar los originales. Olvidadas las causas y circunstancias del horrible combate naval del cabo de Santa María en 1804, andaba desfigurado en relaciones poco escrupulosas. No se conocían los pormenores de defensa de la isla gaditana en los primeros momentos del alzamiento nacional contra la invasión de los franceses, aplicando las historias particulares del suceso, por falta de antecedentes, lauros ó responsabilidad acaso no equitativamente distribuídos. Quedaba con todo ello relegada la figura del brigadier D. Diego de Alvear del lugar en que la suerte y sus méritos le colocaron, y á devolvérselo acude el afecto entrañable de Doña Sabina de Alvear, su hija, reparada con el escudo de la verdad.

Que fué buen caballero, prudente, entendido, valeroso, amantísimo de la patria, de sólida virtud, de heroica abnegación, demuestra con actos en que siempre resplandeció la dignidad, en narración que no peca de concisa ni de ampulosa, pero que tampoco se constriñe á la sequedad del relato, como labor de mente cultivada.

En el libro escrito por Doña Sabina de Alvear1 se dividen en   —257→   tres agrupaciones principales los hechos de su progenitor. La primera lo da á conocer como hombre de ciencia formado en las escuelas de Juan, de Mazarredo y de Tofiño. Designado para dirigir una de las cinco divisiones que habían de marcar los límites entre las posesiones de España y de Portugal en la América del Sur, y tocándole reconocer las cuencas de los ríos Paraná y Paraguay, pasó dieciocho años en inmensos despoblados, abriéndose paso con el hacha por selvas impenetrables, remontando las corrientes, trepando á las montañas, luchando con la inclemencia, la necesidad, los indios salvajes, las fieras y los insectos.

Dando tregua á los trabajos geodésicos y topográficos con que se obtenía lo que pudiera llamarse retrato exacto del terreno, en los mapas, hacía los descriptivos ó históricos variados que dan á conocer la laguna Merin ó el Salto del Iguazú, portento de la naturaleza; las razas de indios tupís y guaranís; sus costumbres y lenguas; la fauna y la flora; la navegación y comercio.

Con estos trabajos astronómicos y descriptivos que comprenden el antiguo virreinato de Buenos-Aires y las intendencias del Paraguay, la Plata, Charcas, Cochabamba, Salta, la población del Chaco y los curiosos pueblos de Misiones, formó D. Diego obra manuscrita en cinco tomos que denominó Diario de la segunda partida de demarcación de limites entre los dominios de España y Portugal en la América meridional. Una parte se dió á luz en Montevideo en 1882, según va dicho, suponiéndola producción del ingeniero D. José María Cabrer; otra, inédita, ha ido á parar al Museo Británico de Londres, suerte común á los malogrados esfuerzos que en las otras divisiones de demarcación hicieron por el Sur Valera, Azara, Aguirre, Oyarvide, y por el Norte Requena, Solano, Iturriaga, Diguja, con muchos más hoy oscurecidos, y cuyos papeles dispersos tanto habían de enaltecer, compilados, el saber de los marinos y naturalistas de aquel tiempo, y lo que por conocimiento del Nuevo Mundo se les debe.

Servirían al propio tiempo para hacer patente por qué procedimientos la sagacidad y la constancia de los portugueses, supliendo á la fuerza y aprovechándose de nuestra genial apatía, fueron moviendo el meridiano ideal convenido en Tordesillas hasta comprender el imperio inmenso del Brasil dentro de su limitación,   —258→   ficticia tanto como las causas que al fin se alegaron para extremar la cuestión añeja, porque en realidad (y esta es observación acertada de la autora) el rompimiento entre las dos naciones que debieran en todo ser hermanas, unidas por muchas circunstancias de naturaleza, situación, clima, idioma, carácter y glorias que las han hecho iguales casi en los varios sucesos de su historia, y por do quiera que su irrisión civilizadora las ha llevado á descubrir y plantar la cruz de Cristo por los espaciosos ámbitos del mundo, el rompimiento no interrumpió aquella tan providencial á la par que gloriosísima competencia en las artes, en la literatura, en las armas, y especialmente en sus atrevidas navegaciones, por intereses fronterizos en que se disputara un centenar de leguas de territorio, sitio por exigencias de otras naciones, aliadas respectivas, que las empujaban con daño propio, á la satisfacción de su perpetua rivalidad.

La segunda agrupación del libro presenta á D. Diego de Alvear en las funciones más propias del oficial de marina. Terminada su comisión de límites embarcó de regreso á España en la escuadra de cuatro fragatas que mandaba el general D. José Bustamante, llevando consigo á la esposa que compartió los azares de la exploración terrestre y á los hijos que alegraron su feliz unión; pero, ya á bordo, por uno de esos accidentes previstos en las ordenanzas al preceptuar el orden en la sucesión de mando, tuvo D. Diego que pasar al buque de la insignia, nombrado la Medea, separándose de la familia, acomodada en la Mercedes.

Cincuenta y siete días llevaban de viaje y celebraban con gozo la vista de la costa ibérica, cuando cuatro fragatas de mayor porte y fuerza se acercaron, enviando á las españolas intimación de acompañarlas á Inglaterra de buen grado, evitando las consecuencias de un combate cuyo resultado no cabía poner en duda. Rechazaron, no obstante, los jefes la proposición, doblemente extraña, por asegurárseles no haber tenido alteración el estado de neutralidad que España guardaba con Francia é Inglaterra en la tierra que ambas naciones se hacían, y sin reparo en la inferioridad de la fuerza, ni en las ventajas que la premeditación y el barlovento ganado daban á los ingleses, respondieron con valentía al disparo de sus cañones, dirigiendo Alvear el combate,   —259→   por causa de la dolencia que imposibilitaba al general. Estruendo espantoso ensordeció á los combatientes á poco rato: había volado la Mercedes; haciendo su desaparición más desigual la lucha, en la Medea sobre todo, que tuvo desde aquel momento que sufrir el fuego de dos de las mayores enemigas. Alvear lo resistió todavía más de una hora por honra de la bandera, sin que el rostro revelara las angustias del alma, que al deber militar subordinaba el natural imperioso deseo de indagar si acaso entre los restos de la fragata destruída no flotaba con vida que rescatar la mujer amada ó alguno de los siete niños que iban en compañía.

Solo cuando la nave desmantelada sucumbió sin remedio, cesando el cargo de su comandante, penetró en el corazón del hombre la pena del inmenso infortunio que en un instante le arrebataba familia, gloria y fortuna.

Conocida es la impresión que en el mundo, sin excepción de Inglaterra, produjo el acto calificado de abominable en el manifiesto y declaración de guerra con que España protestó de su alevosia; en el número extraordinario de las publicaciones la reflejaron por entonces el poema de D. Juan Maury, titulado La agresión británica, y el opúsculo que dedicó al Príncipe de la Paz otro poeta marino, el dulce Arriaza, llamándolo Apelación al honor y conciencia de la nación inglesa. La señora de Alvear ha encontrado en las cuerdas sensibles del corazón femenino tonos delicados para enaltecer la resignación cristiana y la fortaleza del que en la adversidad y por corolario de la agresión vino á ser autor de su existencia.

Esclarece en la última parte la que tocó á D. Diego en la defensa de la isla gaditana, cuando cambiados como por ensalmo en amigos los más tenaces adversarios de España, y en enemigos los aliados de la víspera, invadieron su suelo los ejércitos victoriosos de Napoleón, dándolo por conquistado. Era entonces Alvear jefe de la artillería de marina del departamento; dispuso las baterías que rindieron á la escuadra francesa de Roselly; emplazó las que cubrían el acceso por tierra principalmente hacia el puente de Suazo, y al avanzar el mariscal Víctor su vanguardia, en Febrero de 1810, confiado en entrar fácilmente en Cádiz, la metralla le hizo mudar de parecer. Cambióse al mismo tiempo el de los que   —260→   desconfiaban de los medios de resistencia y se reanimó el espíritu de los apocados, adquirida con las armas la certeza de tener en la extremidad de la Península y de Europa el baluarte de la independencia, donde vino á refugiarse el Gobierno, donde se reunieron las Cortes extraordinarias, origen de nueva era en el estado político, y de donde partieron las medidas de liberación.

D. Diego de Alvear, como gobernador militar y político de la isla de León, sirvió bien y fielmente; la autora lo especifica utilizando las anormales circunstancias de reconcentración de la savia nacional en tan reducido espacio para intercalar noticias amenas y curiosas. Por necesidad llega á las del período de reacción absolutista, y el lector quisiera hacer buenos los incalificables decretos del Gobierno, borrando de la historia y suprimiendo en realidad de verdad, más bien que los llamados años, aquellos otros de violencias, atropellos y persecuciones que un brutal caciquismo hacía insufribles en los pueblos. Ni los servicios ni los sacrificios hechos á la patria libraron al marino distinguido de las amarguras del funesto período pasado en Montilla en calidad de impurificado y de sospechoso por ende.

Debió á la Providencia larga vida y numerosa prole; no tuvo que agradecer á los hombres la recompensa ni aun la consideración á que era acreedor. La posteridad le hace justicia, y honra póstuma le cabe en que sean la ternura de una hija y la ilustración de una discípula factores del libro útil y agradable dedicado á su historia.





Madrid, 19 de Febrero de 1892.



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