[MIA] Karl Korsch (1922):Introducci�n a la 'Cr�tica del programa Gotha'

 

Karl Korsch

Introducci�n a la Cr�tica del Programa Gotha

  

 


Historial de publicaci�n: Se public� por vez primera como la introducci�n a: Karl Marx, Randglossen zum Program der Deutschen Arbeitpartei, Berlin : Vereinung Internationaler Verlags-Anstalton, 1922. Ver págs. 5-21.
Versi�n castellana: Traducido desde el inglés por Luis Salvatierra, en 2020.
Esta Edici�n: Marxists Internet Archive, agosto de 2012.


  

 

1. La historia externa de la Carta sobre el Programa Gotha

Junto con el Manifiesto Comunista de 1847-8 y la ‘Introducci�n general’ a la Cr�tica de la Econom�a Pol�tica de 1857, la Cr�tica al Programa Gotha [Randglossen zum Programm der deutschen Arbeiterpartei] de 1875 es, entre todos los trabajos m�s cortos, la m�s completa, l�cida y poderosa expresi�n de las bases y consecuencias de su teor�a econ�mica y social. Pero por esta mism�sima raz�n tal como las otras dos es que no se ha presentado entre los trabajos m�s f�cilmente comprensibles del maestro. Una de las razones obvias es que no est� escrita como presentaci�n unitaria, sino que armadas libremente como ‘anotaciones marginales’ paralelos al borrador del programa que tampoco estaba estructurado de manera rigurosamente l�gica.

Para entender el contenido de las secciones espec�ficas mismas, el lector debe saber ciertas cosas antes para poder entender los contenidos ricos y profundos del trabajo entero. Debe saber algo sobre algunos hechos hist�ricos y su contexto general adem�s del significado te�rico de ciertos conceptos dentro del sistema marxista. De otra manera lo que puede ocurrir es lo que pas� con aquellos a los que Marx originalmente les envi� esta carta en 1875. No pudieron entender la importancia te�rica y pr�ctica de la cr�tica de Marx y, sobre esa base, consecuentemente no estuvieron en posici�n para hacer ning�n cambio esencial al borrador del Programa. Como resultado, la versi�n definitiva del Programa adoptado por el Congreso del Partido en Gotha en el mismo mes, mayo de 1875, tuvo tan pocas variaciones del programa que critic� Marx que todas sus cr�ticas siguieron siendo v�lidas.

Quienes recibieron la carta ni siquiera entendieron los puntos secundarios que hizo. Esto se demuestra, por ejemplo, en el hecho que hasta no tacharon ‘la reglamentaci�n del trabajo prisionero’, a pesar que Marx lo critic� al final de s texto como una ‘demanda m�nima en un programa obrero general’. Ni siquiera lo mejoraron de la forma en que Marx lo sugiri�. A pesar de ello, tal como Marx lo comentara, era ‘uno de lo menos que se pudiera esperar de socialistas’. Esta demanda qued� en el Programa como una de las ‘ocho’ demandas inmediatas de la clase obrera alemana unida, que ser�a lo mismo que si un partido revolucionario recientemente fundado llamara a la ‘abolici�n del impuesto al perro’.

La carta de Marx no se entendi� mucho entre los mejores representantes del marxismo en la misma Alemania y quien hubiese querido obtener una idea m�s clara de esto solamente necesita leer el recuento alargado de los hechos que rodearon el Programa que hizo August Bebel en sus memorias. La auto-satisfacientes conclusiones de Bebel son las siguientes; ‘Se puede ver que no fue cosa f�cil lograr acuerdos con los dos viejos [Marx y Engels] en Londres. Lo que para nosotros era un c�lculo inteligente y una t�ctica h�bil ellos la ve�an como una debilidad y complacencia irresponsable. A fin de cuentas, el punto principal se logr�: la unidad. Esto l�gicamente contuvo en s� su propio desarrollo posterior. Antes y despu�s, aquellos amigos nuestros, nuestros enemigos, se aseguraron que as� ocurriera’. Lo �nico correcto en estas reconfortantes reflexiones del antiguo dirigente partidario est� en su �ltima sentencia; tal como ha pasado tantas veces en la historia del movimiento socialista, fueron los enemigos del socialismo los que hicieron todo lo que pudieron para resarcirse de la falta de principios de sus amigos. A fin de cuentas, esta compensaci�n hist�rica reconcili� hasta a Marx y Engels, hasta cierto punto, con su ‘Programa extremadamente desorganizado, confuso, fragmentado, il�gico y desacreditado’. Esto se declara expl�citamente en una ‘Carta final sobre el Programa’ escrita a Bebel por Engels el 12 de octubre de 1875 a nombre propio y de Marx. En esta carta, Engels comienza por reestablecer la condenaci�n te�rica que �l y Marx ya hab�an expresado. El Programa sin duda se habr�a transformado en el ‘hazmerre�r’ del partido ‘si hubiese habido al menos una mente cr�tica en la prensa burguesa’ capaz de indicar las ‘contradicciones y metidas de pata econ�micas’ que conten�a. Engels pasa a decir ‘a pesar de esto, los burros de la prensa burguesa entendieron este programa bastante seriamente y leyeron en �l lo que no contiene. Lo interpretaron en una forma comunista y los trabajadores parec�an hacer lo mismo. Es solamente en esta circunstancia que se le hizo posible a Marx y a m� mismo no desasociarnos p�blicamente de este programa. Mientras nuestros oponentes, y asimismo los trabajadores, vieran el programa como una incorporaci�n de nuestras intenciones nosotros deber�amos silenciarnos.’

Fue de esta forma que la cr�tica de Marx al Programa redactado para Gotha, sin desearlo, una cr�tica del Programa adoptado por Gotha. Por tanto, el lector que desee obtener una visi�n general de la meta de la cr�tica de Marx para entender las anotaciones de Marx, lo puede hacer solamente leyendo la versi�n final que se adopt� para el Programa criticado por Marx mismo. Ambos tienen el mismo contenido profundo y doquiera existe una referencia a las palabras del borrador, Marx mismo los cita en la Cr�tica.

 

2. La reanimaci�n del Movimiento de los Trabajadores, 1849-75

En la d�cada de 1860, tras un largo per�odo en que la emancipaci�n de los trabajadores de 1848-9 hubo primeramente sido suprimido a sangre y luego adormecido, hubo finalmente signos de un ‘despertar de las clases trabajadoras en la mayor�a de los pa�ses industrializados de Europa’. Como resultado, la International Workingmen’s Association (la Primera Internacional) se fund� en Londres un 28 de septiembre de 1864 con Karl Marx como uno de sus dirigentes principales; dur� hasta 1874-6. En el Discurso Inaugural, Marx prepar� para la fundaci�n de la I.W.A. He aqu� la siguiente imagen, concisa y rica, del carecer revolucionario de la �poca ‘post-revolucionaria’ entre 1848 y la formaci�n de la Primera Internacional.

Tras el fracaso de las revoluciones de 1848, todas las organizaciones partidarias y peri�dicos partidarios, fueron, en el continente, aplastados con mano de hierro de la fuerza y ‘los m�s avanzados hijos de la fuerza obrera escaparon desesperadamente hacia la Rep�blica Transatl�ntica’ y los sue�os de emancipaci�n de vida corta se disiparon ante una �poca de fiebre industrial de regeneramiento moral y reacci�n pol�tica. La derrota de las clases trabajadoras parcialmente debido a la diplomacia del gobierno brit�nico entonces y ahora en solidaridad fraternal con el gabinete de San Petersburgo se expandi� tempranamente sus efectos contagiosos hacia este lado del canal. Mientras la ruta de sus correligionarios continentales desguarneci� a las clases trabajadoras inglesas y quebr� su fe en sus propias causas, reestableci� en los arrendadores y los capitalistas su confianza debilitada. Insolentemente retiraron las concesiones que ya hab�an divulgado. El descubrimiento de nuevos terrenos aur�feros llev� a �xodos inmensos dejando un vac�o irrevocable en los rangos del proletariado brit�nico. Otros entre sus miembros antiguamente activos se vieron engatusados por una mayor cantidad de trabajo y salarios y se transformaron en trabajadores leales. Todos los esfuerzos que se hicieron para remodelar el Chartist Movement con bastante claridad. Los �rganos de prensa de la clase obrera murieron uno tras otro por la apat�a de las masas y, claramente, nunca antes la clase obrera inglesa parec�an tan profundamente reconciliados con un estado de nulidad pol�tica. Si por ese entonces no hubiese habido acciones de solidaridad entre las clases obreras brit�nicas y continentales, hubo, de todas maneras, una solidaridad de la derrota.

Cuando tras tal per�odo de derrota, las primeras esperanzas se alzaron nuevamente, Marx y Engels impacientemente se hicieron de la ocasi�n ‘para hacer trabajo pr�ctico y te�rico importante’ una vez m�s a gran escala desde dentro del movimiento de emancipaci�n proletaria. A pesar de ello estaban claros que en esta etapa no era posible usar la ‘vieja audacia del lenguaje’ usado en el Manifiesto Comunista de 1847-8. La tarea era m�s bien de tomar una posici�n que fuera firme, sustantiva y no pactara asuntos de principio, sino que fuera pol�ticamente efectiva en una forma que fuese amplia y cauta y que no excluyera colaboradores pol�ticos. Teniendo esto n mente, Marx escribi� el Discurso Inaugural y los Estatutos Provisorios de la A.I.T., que ser�an adoptados luego en el Congreso de G�nova con pocas alteraciones. El lector se dar� cuenta que, sin tomar en cuanta los vacua secci�n final que Marx solamente agreg� a contra de su voluntad ante la presi�n de la necesidad, esta declaraci�n de principios en el fondo expresaba las ideas b�sicas y las conclusiones del comunismo tan ajustadamente como el verbalmente y bulliciosamente m�s apasionado Manifiesto de la Liga Comunista.

En cuanto a la d�cada entre 1864 y 1874, Marx y Engels se dieron cuenta que las masas trabajadoras de Europa hab�an adquirido una mayor ‘conciencia de las precondiciones de la emancipaci�n de los trabajadores’. Engels dio la siguiente imagen de la importancia de este per�odo en su prefacio al Manifiesto Comunista de 1890: Cuando la clase trabajadora de Europa haya ganado nuevamente la suficiente fuerza para un nuevo asalto hacia el poder de las clases dominantes, la Asociaci�n Internacional de Trabajadores hab�a nacido. Su objetivo era de fusionar en un solo ej�rcito a todas las clases militantes de Europa y Am�rica. Por tanto, no pod�a exponer todos los principios presentados en el Manifiesto. Se encontraba atada a tener un programa que no le cerrara las puertas a los sindicatos, a los proudhonistas franceses, belgas, italianos y espa�oles y a los lassalleanos alemanes. Este Programa – el pre�mbulo a los Estatutos de la Internacional los redact� Marx con maestr�a que hasta Bakunin y los anarquistas reconocieron. Para el triunfo final de las ideas adelantadas en el Manifiesto, Marx se bas� sola y exclusivamente en los desarrollos intelectuales de la clase trabajadora ya que necesariamente ten�a que surgir de la acci�n y discusi�n unitaria. Los acontecimientos y vicisitudes en la lucha en contra el capital ‘las derrotas m�s que los �xitos’ no pod�an demostrar hasta ahora a los luchadores m�s que la insuficiencia de sus panaceas universales y hacer que sus mentes sean m�s receptivas a la comprensi�n profunda de las verdaderas condiciones de la emancipaci�n de los trabajadores. Y Marx estaba en lo correcto. La case trabajadora de 1874, ante la disoluci�n de la Internacional fue totalmente diferente a la de 1864 en sus bases. El proudhonismo en los pa�ses latinos y el lassalleanismo en Alemania estaban muri�ndose y hasta los extremadamente conservadores sindicatos ingleses gradualmente llegaban al punto en que en 1887 el presidente del Swansea Congress (Congreso de Swansea) pod�a decir en su nombre: ‘El Socialismo Continental ha perdido el terror hacia nosotros’. A pesar de ello hacia 1887 la teor�a del Socialismo Continental era casi exclusivamente la avanzada en el Manifiesto.

Hacia mediados de la d�cada de 1870 Marx y Engels pensaban que los socialistas y comunistas ten�an mucha m�s posibilidad que la que hab�an tenido ellos en los pa�ses avanzados para regresar a la ‘vieja audacia’ del Manifiesto de 1847-8 exhibiendo una ‘declaraci�n de principios’. Cualquier fuera el caso, pensaron que el movimiento se hab�a desarrollado a tal punto que cualquier retirada de lo que se hab�a dicho en 1864 habr�a sido un crimen en contra del futuro del movimiento de los trabajadores. Por tanto, en una nota que acompa�aba su Cr�tica al Programa Gotha �l mismo Marx dice que no hab�a necesidad de hacer una declaraci�n de principios cuando las condiciones no lo permit�an, pero ya que las condiciones hab�an progresado tanto desde 1864, se hac�a absolutamente imperdonable ‘desmoralizar’ al partido con un programa superficial y sin principios.

Esto ilustra algunas de las preocupaciones de Marx al escribir al Cr�tica al Programa Gotha. Exigi� que la ‘Declaraci�n de Principios’ del partido Socialista Democr�tico como un m�nimo al mismo nivel de principios y exigencias concretas que �l mismo hab�a podido insertar en otra declaraci�n de principios hac�a ya diez a�os. Este hab�a sido redactado bajo circunstancias mucho menos favorables y dise�ado para el programa com�n de la variedad de tendencias socialistas, medianamente socialistas, socialistas en cuarta parte en Europa y Am�rica. Donde el Programa Gotha fallara en lograr esta m�nima condici�n, Marx lo consideraba como haber ca�do bajo el nivel ya logrado por el movimiento. Por tanto, si parec�a haber calzado con la situaci�n del Partido en Alemania, estaba forzado a perjudicar el desarrollo hist�rico futuro del movimiento.

 

3. Marx y Lassalle

Se puede adquirir una comprensi�n m�s profunda de las propuestas b�sicas de la Cr�tica al estudiar las relaciones hist�ricas e intelectuales y los conflictos entre aquellas dos personalidades de altura mundial, Marx y Lassalle. El lector debe aprender a entender la carta de Marx en cuanto a la gran disputa entre Lassalle y Marx; es decir, entre un ya formado y filos�ficamente idealista socialista alem�n y el marxismo comunista internacional que a�n estaba en los procesos iniciales del desarrollo a una escaladucho m�s poderoso. Fueron las circunstancias que rodearon el Gotha Unification Congress que sirvi� como la raz�n ex�gena para que Marx se convenciera que no era necesario tener esta disputa en ese momento. Sabemos que en Gotha los exlassalleanos (los Allgemeine Deutsche Arbeiterverein) y los ex Eisenachers (los Sozialistische Arbeiterpartei Deutschlands) se unieron para formar la unidad Sozialistische Arbeiterpartei Deutschlands. Hasta ese momento, la tendencia Eisenacher parec�a ser marxista en base a factores parcialmente personales y contingentes que se pueden estudiar en la biograf�a de Marx por Mehring o en su historia de la social democracia alemana. Paralelamente debe ser algo sorprendente ver lo partidario que es en su Cr�tica al Programa Gotha donde atribuye casa uno de los defectos y errores en el Partido Alem�n unificado a la tendencia lassalleanista. Es especialmente sorprendente y se recuerda su tolerancia y paciencia hacia los principios totalmente anticomunistas de varas secciones de la International Workingmen’s Association, que �l form� y dirigi�. Por lo dem�s, Lassalle ya hab�a muerto ya hac�a m�s de una d�cada. No hab�a estado vivota no estaba vivo cuando se form� la I.W.A. en 1864. Tambi�n es evidente en sus escritos te�ricos y en sus posiciones pr�cticas en cuanto a varios problemas y emerge de manera especialmente clara en los recuentos neutrales de Mehring que los seguidores de Lassalle eran en muchas maneras mejores ‘marxistas’ que los eisenacher. En algunas de sus formulaciones de principios, el Programa Eisenacher de 1869 hab�a seguido los Estatutos de la Internacional tanto como lo hizo el Programa Gotha. Marx parece llegar demasiado lejos en su cr�tica a la influencia corrupta y desmoralizadora del lassalleanismo en el borrador del Programa. Para obtener un entendimiento completo del significado real de las justificaciones para ello, se debe ir m�s profundo y darse cuenta que Marx fue un pensador y pol�tico altamente conciente de sus responsabilidades hist�ricas y que ‘trabajaba para el mundo’. Al ocuparse en el Programa no respaldaba a la tendencia ‘Eisenach’ de la social democracia y en contra de los ‘Lassalleanos’. En cambio, estaba tratando de luchar contra y demoler el esp�ritu lassalleano que era mucho m�s influyente que el marxista entre ambos eisenacheros y lassalleaneros. Kart Marx escribi� la mayor parte de su carta en contra del ‘Lassalle vivo’. Trataba, retrospectiva y definitivamente, de demoler la concepci�n de la sociedad de Lassalle, que estaba basada en la filosof�a del derecho y del estado y por tanto en el ‘idealismo’. Su objetivo era reemplazarlo, te�rica y pr�cticamente, con la concepci�n ‘materialista’ de la historia fundada en la econom�a. Esta fue la visi�n que, por m�s de treinta a�os, en alianza con quienes realmente le entendieron, hab�a luchado y trabajado por presentar. Se puede decir que desde 1843 (cuando logr� su visi�n decisivamente ‘materialista’ en la Cr�tica a la filosof�a del derecho de Hegel) todos los escritos y acciones de Marx eran fundamentalmente contribuciones a la presentaci�n de esta visi�n y pr�ctica materialista, en contra del siempre creciente ej�rcito de sus oponentes tanto dentro como fuera de las paredes del campo proletario. Ahora sabemos demasiado bien que esta lucha es necesaria hoy tanto como lo fue hace cincuenta a�os atr�s. La iron�a de la historia ha querido que la tendencia socialista m�s numerosa en Alemania, el Partido Socialista democr�tico Alem�n (SPD) ha formalmente abandonado el marxismo recientemente, en su nuevo G�rlitz Programme del 23 de septiembre de 1921. En su reemplazo, en sus pancartas el SPD nuevamente ha escrito las consignas de Lassalle que Marx trat� de aniquilar en su cr�tica del Programa Gotha. No cabe duda todo lo que repiten son las palabras de Lassalle ya que el Partido Social Dem�crata Alem�n de 1921, que rechaza al marxismo, tiene poco que ver con el esp�ritu de Lassalle tanto como con el de Marx. En el gran discurso de Lassalle de 1862 (lo que se da por llamar ‘Programa de los Trabajadores) On the Especial Connection of the Present Historical Period with the Idea of the Working Class hay muchas formulaciones que entran en conflicto con el G�rlitz Programme de 1921. Entre estos est� la afirmaci�n clara que ‘El per�odo de la historia que comenz� en la primavera de 1848 no crear� un estado, tenga forma mon�rquica o republicana, que expresa o mantiene la dominaci�n pol�tica del Tercer Estado’. Al mismo tiempo, la referencia a Lassalle que hacen los defensores del Programa G�rlitz tiene una cierta importancia. Si decimos que fue 1962 y no 1923, seguir�amos viendo este programa como el de un ‘partido de la gente trabajadora’ como un producto de la doctrina lassalleana. M�s o menos en el mismo momento, describe la lucha de clases para liberar al proletariado como una ‘necesidad hist�rica’ y como una ‘demanda �tica’; y declara su intenci�n de luchar por ‘el deseo popular organizado como un estado popular libre’ que domine la econom�a y la sociedad. Tal programa apropiadamente solamente podr�a ser llamado lassalleano a pesar que ser�a algo totalmente diferente se dijera ‘en privado’. Porque todo lo que Lassalle escribiera o dijera sobre el ‘sufragio universal’ y temas afines se debe ver bajo una lupa diferente por lo que dijo en un momento en un estilo verdaderamente burgu�s a un c�rculo cerrado de confidentes. ‘Cuando digo “sufragio universal” ustedes deben entender ‘revoluci�n” y solamente “revoluci�n”. Si esto es verdad, desafortunadamente, no tenemos al ‘Lasalle vivo’ entre nosotros para contradecir a los muertos Braun, Cunow, Kampffmeyer y sus compa�eros. Las consignas revolucionarias de Lassalle de 1862 han sido criminalmente mal usadas para justificar y embellecer un programa de reforma ut�pica completamente no-revolucionario y anti-revolucionario, peque�o burgu�s y absolutamente imposible.

Lassalle solamente sobrevive en forma impresa y en la literatura, pero se le hace menos posible combatir estas caricaturas que a cualquier otro oponente m�s poderoso que sobrevive en la misma forma, Marx.

 

4. Las concepciones materialistas e ideol�gicas de la historia

El objetivo central de todas las cr�ticas de Marx al Programa Gotha es la concepci�n lassalleana y social dem�crata del estado y de la sociedad que es profundamente ideol�gica. En esa �poca la mayor�a de los social-dem�cratas alemanes a�n manten�an y lo articularon claramente en el borrador del Programa. Era una �poca lamentable para el movimiento socialista. El parido de trabajadores socialistas m�s numeroso que el mundo haya visto hasta ahora comenzaba a formarse. A Marx nuevamente se le hac�a necesario protestar – de manera vigorosamente inequ�voca en contra del oportunismo – en un borrador de Programa que ten�a los errores ideol�gicos caracter�sticos del socialismo lassalleano, ya obsoleto hac�a mucho tiempo y nuevamente recalentado recientemente. Al hacerlo, Marx tuvo que asegurar la validez en todo su rigor y resultados del principio b�sico ‘materialista’ que hab�a resumido hac�a ya unas d�cadas en el significativo p�rrafo siguiente: ‘Las relaciones legales tanto como las formas de estado no se deben entender en s� mismas ni desde el mal llamado desarrollo general de la humanidad, sino que tiene sus ra�ces en las condiciones materiales de la vida, la suma total de lo que Hegel, siguiendo el ejemplo de los ingleses y franceses del siglo dieciocho, se combina bajo el nombre de “sociedad civil”. Sin embargo, se debe buscar la anatom�a de la sociedad civil en la econom�a pol�tica. En contradicci�n directa con este concepto materialista y econ�mico de Marx, en su primera oraci�n el Programa Gotha acepta la profundamente ideol�gica posici�n de Lassalle, que seg�n la afirmaci�n que el que todos los miembros de la sociedad reciban el producto de su trabajo deber�a estar basado en la idea del ‘igualdad del derecho’. Basado en este principio dignificado, en la secci�n 11 procede a exigir un ‘estado libre’ donde ‘toda desigualdad social y pol�tica’ est� sobrese�da y termina haciendo una solamente una petici�n –el establecimiento de cooperativas de productores con ‘asistencia del estado’. El borrador 8y la versi�n definitiva del Programa) a�ade a esto no menos de siete peticiones que son puramente democr�tico burguesas. Seg�n Engels, cada una de estas ‘directa y literariamente coincide con el Programa del People’s Party y la democracia peque�oburguesa’. La �nica instancia de ‘internacionalismo’ es un intangible, una profesi�n ideol�gico-pol�tica de la idea ‘hermandad internacional de los pueblos’ (que en la versi�n final se cambi� a la ‘hermandad de hombres’).

Kart Marx ha dedicado toda su vida a transformar el socialismo de una ideolog�a te�rica y una utop�a pr�ctica a una ciencia y pr�ctica realista y material. No sorprende que un programa como �ste le desilusion� y afligi� profundamente. Esta es la raz�n por la que la carta completa sobre el Programa pas� a ser una acusaci�n intensa de lo que �l expl�citamente declar� ser un ‘programa completamente objecionable que desmoralizar�a al partido’ en cuanto a todo lo que expresaba. La teor�a y pr�ctica del socialismo cient�fico es materialista. El borrador del Programa es lassalleano –es decir, ideolog�a y utop�a. A�n si se pudiese y quisiera ignorar esto, ‘el programa no vale nada’ si se lo toma en s� y para s�. Por tanto, Marx sabe que es su ‘tarea’ ‘no aceptar’ un Programa tan sin principios tanto te�rica como pr�cticamente por medio de ‘un silencio diplom�tico. Lo ‘comnta’ y lo ‘critica’ con gran detallismo.

 

5. El m�todo dial�ctico

La manera en que Marx lleva a cabo llev� a cabo su decisi�n de criticar el programa es extremadamente sugiriente de toda su formaci�n intelectual. Muestra en forma especialmente clara la enorme superioridad del m�todo ‘materialista’. Marx tambi�n aplic� este m�todo a la producci�n de ideas te�ricas y se refiere generalmente a ella como el m�todo ‘dial�ctico’, una formulaci�n que Marx y Engels retienen. Seg�n la concepci�n b�sica materialista de Marx, como cualquier otra producci�n la producci�n intelectual necesita que una materia prima espec�fica, concreta se transforme en pensamiento. El pensar que solamente produce pensamientos abstractos ‘en general’ es bastante infructuoso. A�n pensando, la �nica manera de producir un producto ‘material’ real del pensamiento es aplicar el poder del pensamiento a un material del pensamiento que puede trabajarlo. Esto significa que Marx no procedi� a criticar el Programa Gotha revelando el principio general falso y superficial que claramente sirve de base a todas sus oraciones y peticiones especiales para luego contraponer a aquel el m�s verdadero y profundo de su materialismo de una manera igualmente general.

El procede de manera inversa cuando critica en gran detalle cada pasaje individual del Programa. Este es un trabajo altamente habilidoso de producci�n intelectual. Sus propuestas individuales pueden aparecer en principio arbitrarias o de nimios detalles; pero en un examen m�s profundo siempre son pasos importantes y necesarios dentro de todo el proceso argumentativo. Marx toma lo que a primera instancia parecen ser pasajes bastante inofensivos del borrador y saca de �l toda la vaguedad fundamental, las indecisiones t�midas, palabrer�a nula y f�til contenida en ellas. Esto revela lo m�s claramente, pero en forma indirecta, la falsedad abismal del principio b�sico subyacente en todos estos pasajes. Esto significa que el conflicto fundamental entre las concepciones ideol�gicas marxistas – materialistas y lassaellanos – de la historia nunca se expresa en una forma general en ninguna parte de la carta, aunque desde un principio comanda cada declaraci�n espec�fica en �l. Se transforma en una ilaci�n colorada a lo largo de las ‘anotaciones marginales’ espec�ficas que las unen en una concisa unidad y que es claramente visible a quienes est�n familiarizados con �l. No cabe duda que Karl Marx fue un dial�ctico positivo y revolucionario y el car�cter magn�fico de su esp�ritu es muy evidente en la Cr�tica: nunca permite que su trabajo cr�tico llega a ser una mera negaci�n de los errores y superficialidades analizados en su carta, siempre adelanta explayarse o indicar brevemente los conceptos positivos y verdaderos que deber�an reemplazar los errores e ilusiones que critica. No queda satisfecho cuando critica y refuta las partes del Programa que son resultado de principios falsos y superficiales. La refutaci�n siempre entrega un desarrollo positivo de las conclusiones obtenidas de la posici�n m�s verdaderamente materialista que propone en su lugar. Es por medio de ese desarrollo positivo que los procesos llegan a su objetivo de manera que el ‘materialista dial�ctico’ lo encuentre realmente satisfactorio.

 

6. De Marx a Lenin

No cabe duda que son estos desarrollos positivos son las partes m�s importantes y concretamente significativas de la Cr�tica a la teor�a y pr�ctica del marxismo contempor�neo. Porque la Cr�tica no solamente incluye un conjunto de descubrimientos de Marx articulados en formulas altamente concisas y convincentes, sino que est�n disponibles en todas partes. Aqu� encontramos la aplicaci�n sistem�tica de sus principios materialistas b�sicos a un conjunto mayor de problemas sociales de los cuales no habl� nunca con igual claridad y ten extendidamente. Sobre todo, aqu� clarifica fundamentalmente la relaci�n te�rica y pr�ctica entre la ‘sociedad’ presente y futura y el ‘Estado’ (presente y futuro) n contradicci�n con la ideolog�a del Derecho y del Estado de Lassalle. No se necesita indicar lo enormemente importante hoy del Programa Gotha en este aspecto. El lector puede encontrar una evaluaci�n cr�tica y elaboraci�n en el m�s fino esp�ritu marxista de todos los pasajes importantes de la Cr�tica del Programa Gotha en el quinto cap�tulo de aquella obra cl�sica de la teor�a y la pr�ctica del concepto marxista del Estado, El Estado y la Revoluci�n de Lenin. En veinte p�ginas altamente concentradas, Lenin analiza el problema de las relaciones de la sociedad y el estado y las cuestiones relacionadas con la transici�n del capitalismo al comunismo, las diferentes formas de democracia y dictadura y su sobreseimiento por la aparici�n gradual de una sociedad comunista futura. Esta sociedad comunista se desarrolla desde la sociedad capitalista y ser�, por largo tiempo, definida y su ‘desarrollo libre’ obstaculizado por las tradiciones y formas del posterior. Todo lo que Lenin expres� en cuanto a esto aparece bien expl�citamente como un consistente desarrollo de las sagacidades b�sicas de Marx que desarroll� primeramente sobre estos temas en su carta sobre el Programa Gotha en 1875. Marx, en la cima de sus poderes, escribi�, en oposici�n directa a las concepciones de ideol�gicas y ut�picas de Lassalle y de la Social Democracia Alemana sobre ese Estado, que ha predominado en los movimientos obreros europeos y estadounidenses hasta el d�a de hoy. Las pol�ticas pr�cticas de un marxista real es la �nica continuaci�n por otros medios de su trabajo te�rico en la ciencia y la propaganda. Por tanto, en un cierto sentido, todo el acontecimiento mundial-hist�rico de la revoluci�n proletaria en Rusia tras 1917 no es sino la continuaci�n en la realidad pr�ctica de la realidad del principio materialista fundamental del desarrollo de la historia y la sociedad. . Fue la realizaci�n te�rica de este principio por el que luch� y trabaj� Marx en todos sus escritos, pero m�s decididamente que en todos en la Cr�tica del Programa Gotha.

 

7. La estructura de la carta

Correspondiendo a las divisiones en el borrador del Programa bajo cr�tica (que solamente difiere de la versi�n final en pocos detalles), la cr�tica de Marx cae en cuatro secciones �, si se toman las formulaciones iniciales de la cuarta secci�n sobre el concepto del ‘estado libre’ como una parte independiente, las secciones son cinco. Secci�n IV.B consiste en el borrador exigencias pol�ticas y culturales inmediatas. La cr�tica de Marx a estas demandas es extremadamente clara y detallada; aqu� no se necesita elaboraci�n porque al lector se le hace inmediatamente comprensible. Un estudio m�s a fondo de esta parte de la cr�tica marxista-comunista del Programa del Partido Social Dem�crata incluir�a, antes que nada, la carta de Engels ‘Sobre la cr�tica del borrador de programa Social Dem�crata de 1891 (el Erfurt Programme)’, que se public� primeramente en Neue Zeit (1901) y en cierto sentido contin�a la cr�tica con junta de Marx y Engels al borrador del Programa Gotha. Lo que Marx y Engels hubiesen dicho sobre el Programa G�rlitz de los Social Dem�cratas Alemanes se puede dejar a la imaginaci�n del lector ya alertado por este texto. Quien desee una gu�a m�s precisa puede leer los escritos pertinentes de Rosa Luxemburg, Lenin, Trostky y Radek.

La secci�n de la carta que es b�sica para todas las otras es la comprensiva primera secci�n. Los n�meros 1 y 2 con la peque�a secci�n II, contienen un recuento altamente concentrado de econom�a pol�tica marxista. El n�mero 3 y la secci�n III sirven para preparar las importantes afirmaciones de la secci�n IV de las relaciones entre la sociedad y el estado actual y futuras. En nuestra propia �poca Lenin ha desarrollado estas ideas tanto en teor�a como en la pr�ctica. Finalmente, en los n�meros 4 y 5 hay varias observaciones importantes, especialmente pertinentes en la actualidad, sobre la relaci�n hist�rica entre el proletariado y otras clases en las fases diferentes del desarrollo de la sociedad capitalista, sobre la necesidad del contenido internacional del movimiento de los trabajadores y, por sobre todo, en cuanto a las tareas internacionales de la clase obrera alemana. Esto crea un desarrollo de los an�lisis en el Manifiesto Comunista.

Las secciones I y II de la Cr�tica son una contribuci�n peque�a pero importante para clarificar los conceptos b�sicos y las tesis marxistas de la econom�a pol�tica y naturalmente se hace imposible e innecesario discutirlas una vez m�s en este tratado corto. El lector que todav�a tenga dificultades con estas secciones de la Cr�tica puede leer mi recientemente publicada Quintessenz des Marxismus. All� encontrar�, en forma corta y precisa, treinta y siete preguntas y respuestas que explican todos los conceptos b�sicos y teor�as de la econom�a marxista tanto como otras tesis esenciales de la teor�a marxista de la sociedad. Si hace esto, estar� listo para entender aquellas partes de la Cr�tica que son dif�ciles de entender sin alg�n conocimiento de los conceptos marxistas y su lugar en toda la teor�a econ�mica y social del marxismo. Hasta la actualidad estos son catastr�ficamente mal entendidos a�n por buenos seguidores de Marx.

 

8. Dos problemas dif�ciles: La ley de hierro de salarios y las cooperativas de productores que reciben ayuda del Estado

De todos los pasajes dif�ciles en la Cr�tica que pueden crear malos entendimientos, hay solamente dos que necesitan un an�lisis ulterior porque creo que son las m�s dif�ciles para los principiantes. Son las afirmaciones de las secciones II y III sobre las llamadas ‘leyes de hierro de los salarios’ y cooperativas de ‘productores’ que reciben ayuda del Estado. Es en estos puntos donde ha habido grandes equivocaciones de la fuerte cr�tica de Marx del Programa Gotha y una tendencia a ver en ella una expresi�n persona ‘excesiva’ de Marx, espec�ficamente animosa en contra de Lasalle. No puede haber ninguna disputa sobre el tono amargo con que Marx y Engels atacaron a Lassalle, pero sus expresiones fueron resultado de una necesidad ineluctable y concreta. Porque es precisamente donde las formulaciones y exigencias del marxismo materialista-comunista y el lassalleanismo ideol�gicamente socialista est�n tan extremadamente cerca que su contradicci�n interna es mucho mayor. El ignorar esta contradicci�n es muy peligrosa si los hallazgos cient�ficos de Marx no se resguardan y desarrollan.

Comenzamos con la ley de salarios. Primero debemos mencionar la afirmaci�n cr�tica de Marx en su carta que ‘los ingresos del trabajo’ es una idea ‘suelta’ (es decir imprecisa) que ‘Lassalle puso a cambio de conceptos econ�micos precisos’. Los ‘conceptos econ�mico definitivos’ de los que habla Marx son obviamente aquellos de su teor�a del valor y plusval�a, y especialmente el descubrimiento cient�fico que es b�sico para cualquier comprensi�n del comunismo marxista, pero que hoy todos sus oponentes y algunos de sus seguidores lo entienden como “sin sentido”. Este descubrimiento es que los salarios no son, como dicen los economistas burgueses, el valor o precio del trabajo, sino solamente una ‘forma enmascarada del valor o precio del poder de trabajo’ que se vende en el mercado como mercanc�a antes que se use productivamente (como trabajo) en la empresa capitalista [n�tese. El obrero vende sus horas de vida por el dinero que necesita para seguir viviendo y el patr�n compra la energ�a obrera para crear cosas que el obrero tiene que comprar para seguir viviendo. El c�rculo se cierra cuando el patr�n recibe el dinero gastado. Es uno de los puntos centrales tratados en la cr�tica adem�s de ser uno de los grandes descubrimientos de Marx: el subjetivo energ�a obrera se objetiva en cosa/salario que se subjetiva nuevamente en energ�a que le sirve al obrero para sobrevivir]. He explicado las bases te�ricas de estos conceptos y frases en otras partes, en mi Quintessenz des Marxismus. Pero lo �nico que se analiza te�ricamente se puede ver aplicado en una forma pr�ctica e inmensamente importante en la Cr�tica misma. No es sin justificaci�n ni tampoco ciega hostilidad hacia Lassalle y sus seguidores que Marx pone tanta presi�n enf�tica sobre estos aspectos claves de su teor�a de la plusval�a y lucha en contra de la consigna de Lassalle ‘la ley de hierro de los salarios’ con tal vigor despiadado. A primera vista puede parecer que no hay contradicci�n entre lo que dicen Marx y Lassalle. Hasta en el Manifiesto Comunista se declara que los ‘costes’ que el trabajador causa a los capitalistas ‘est�n casi totalmente confinados a los medios de subsistencia que necesita para su mantenimiento y para la propagaci�n de su raza’. Obviamente esto nombra lo que lo que los economistas burgueses Malthus y Ricardo expresaron primeramente y que luego se llam� ‘la ley de hierro de los salarios’. He ah� el por qu� la Cr�tica al Programa Gotha ataca vigorosamente la ‘ley de hierro del salario’ de Lassalle es la comprensi�n m�s profundo que el marxismo cient�fico saca de sus propios conceptos de toda la estructura de la sociedad capitalista y de las leyes del desarrollo hist�rico que el marxismo cient�fico saca de su concepto clave, la plusval�a. La idea que los salarios son el valor del poder de trabajo y no del trabajo no intenta meramente (como alguna gente ha cre�do) permitir a la teor�a econ�mica y la ciencia marxista a tener una m�s clara y simple estructura conceptual. Por el contrario, este descubrimiento contiene el n�cleo de la verdadera esencia de las contradicciones de clase dentro de la sociedad capitalista. Da una explicaci�n sistem�tica de las razones materiales del por qu� estas contradicciones de clase nacieron y por qu� se han desarrollado y agudizado a pesar de un sostenido crecimiento en el poder productivo del trabajo social. Tambi�n explica por qu� esta verdadera alza en la productividad eventualmente crea la posibilidad ‘material’ y la necesidad de una abolici�n completa de las contradicciones de clase en una sociedad comunista. Por contraste, la teor�a de las ‘leyes de hierro del salario’ est� basada parcialmente en la ciencia natural y parcialmente en la Filosof�a del Derecho. No puede explicar el origen real de las contradicciones de clase ni tampoco, excepto en base a posiciones �ticas o idealistas, proponer por la necesidad de un ‘sobreseimiento’ de esta ley y con ello la ‘maldici�n’ que impone sobre la clase obrera. (Esto es por qu� el dogma de Lassalle, ahora adoptado por los economistas de la burgues�a, significa tal peligro a la lucha del proletariado para su emancipaci�n). Ya hecha esta importante conexi�n, el significado completo de esta asombrosa comparaci�n que se hace al final de la secci�n III se hace inmediatamente comprensible. Ah� Marx dice que apoyar la lucha obrera hacia la emancipaci�n en la ‘ley de hierro del salario’ ser�a como basar una rebeli�n de esclavos en la desnutrici�n existente el sistema de esclavitud.

Igualmente complejo y a primera vista obscura los motivos que yacen tras el furioso e incansable ataque en la secci�n III sobre las exigencias socioecon�micas que hace el Programa Gotha –la exigencia de ‘establecer cooperativas de productores’ con ayuda del Estado. Aqu�, tal como en la ley de salarios, el furioso ataque de Marx no es realmente en contra del llamado a crear cooperativas de productores como tal, sino en contra de la funci�n especial que ellas hacen en el sistema lassaellano. Cierto es, diez a�os antes, Marx hab�a incluido ‘el establecimiento de asociaciones de productores y otras instituciones de uso a la clase obrera’ entre sus demandas pr�cticas en los estatutos de la A.I.T. [Asociaci�n internacional de trabajadores] y en su Discurso Inaugural enalteci� al movimiento cooperativo junto con el d�a de 10 horas [laborales], por ser ‘hasta ahora la m�s grande de las victorias de la pol�tica econ�mica de los trabajadores sobre la econom�a pol�tica de los poseedores de la propiedad’. En aquel entonces �l hasta exigi� el ‘desarrollo del trabajo cooperativo a escala nacional’ ayudados ‘por los recursos del Estado’. Aqu�, tambi�n, parecer�a que superficialmente no habr�a un conflicto real entre la posici�n de Marx y las demandas hechas en el borrador del Programa Gotha. Ciertamente, sin embargo, este ejemplo del enojo de Marx es una v�vida expresi�n de una profunda y sustantiva diferencia entre sumisi�n del mundo y la de Lassalle. Porque Marx sab�a muy bien la naturaleza de su esquema (en cualquier caso, ampliamente demostrado a lo largo del resto del Programa). El plan para las asociaciones de cooperativas concebido en la d�cada de 1860 paralelamente a las l�neas ‘lassalleanas’ (lo que Lassalle originalmente pueda haber dicho al presentar sus primeras demandas) descansaban mucho m�s en la ayuda del Estado que en la creaci�n de la econom�a cooperativa misma. SU finalidad real fue la de usar la ayuda de las asociaciones de productores para cambiar ‘el estado burgu�s limitado’ a un ‘estado socialista que cumplir�a con la idea �tica de la libertad’ –a cambio de crear las precondiciones materiales para lograr una sociedad socialista en la predominancia de la pol�tica econ�mica de la clase obrera por sobre la econom�a pol�tica de la propiedad (que avanzar�a, entre otras cosas, por las cooperativas de productores). Se trataba de una violaci�n flagrante del principio m�s importante de la Declaraci�n de Principios de la I.W.A. que sosten�a que ‘la emancipaci�n econ�mica de la clase obrera es el objetivo principal, que cada movimiento pol�tico debe desempe�ar para avanzar’ [n�tese. no habla de ‘meta’ sino de ‘objetivo’ que llevar�a a una sociedad basada en la solidaridad]. En la secci�n III de la Cr�tica, Marx busca demoler el concepto clave de las ‘cooperativas basadas en el cr�dito estatal’ como una regresi�n hacia los errores ideol�gicos y ut�picos burdos. (Esta idea ha encontrado recientemente a sus sucesores ejemplares en las igualmente vac�as nociones de muchos socialistas alemanes sobre la ‘socializaci�n’ o ‘apropiarse de valores reales’). Marx pone en contra de estas ilusiones el verdadero significado materialista de las palabras asociaci�n de ‘productores’ en una escala nacional en su propio pa�s al decir: ‘Que los trabajadores deseen establecer las condiciones para la producci�n cooperativa en una escala social y primeramente en una escala nacional, en su propio pa�s, solamente significa que trabajan para revolucionar las condiciones presentes de producci�n y esto no tiene nada en com�n con la fundaci�n de sociedades cooperativas con ayuda del Estado’.

 

9. La m�dula de la cr�tica

En este pasaje, Karl Marx desarroll� las implicaciones de esta estrictamente materialista posici�n en cuanto solamente a las asociaciones de ‘productores’ con ayuda estatal. Pero estas no son solamente de una pura importancia hist�rica. Por el contrario, su principio se puede aplicar a los m�s recientes esfuerzos obreros en su lucha por la emancipaci�n –por ejemplo, las socializaciones de 1918-20 y a la ‘adquisici�n de valores reales’ de 1921-22. El principio que Marx establece puede por tanto puede ser �til a�n como marca para distinguir las diferentes posiciones que se adopten en cuanto a esto. Ciertamente, llegar� a ser a�n m�s importante a lo largo de los desarrollos futuros a manera de los puntos t�cticos de la revoluci�n social y m�s a�n de las tareas pr�cticas del largo per�odo transitorio entre el capitalismo y el comunismo, metodolog�a gradual m�s cerca de la realidad. Este es el punto m�s sobresaliente de la Cr�tica hoy: m�s que cualquier otro escrito de Marx y Engels nos da una clave confiable para resolver los grandes problemas pol�ticos y sociales que la clase trabajadora est� llamada a manipular. Este es, simult�neamente, el per�odo m�s dif�cil y m�s bello de su desarrollo hist�rico. La gran transici�n del orden capitalista al comunista ya no se lograr�a solamente en la imaginaci�n, sino en la dura realidad de la visa. Hasta el Manifiesto Comunista, que ser�a la fuente m�s rica de la posici�n Marxista en todos los aspectos allende los asuntos puramente econ�micos, es en este aspecto ser�a algo inadecuado.

Existe la bien conocida lista de las diez demandas transitorias que tienen como objetivo el per�odo m�s inicial de la revoluci�n y una definici�n de los objetivos finales del comunismo escrito en forma muy abstracta y filos�fica. Fuera de esto, existe solamente el enunciado repetido que en todos los movimientos comunistas revolucionarios han enfatizado sobre el ‘asunto de la propiedad’ como el ‘punto fundamental’ (esto naturalmente incluye un largo per�odo tras el establecimiento de la dictadura del proletariado). Este �nfasis sobre el ‘asunto de la propiedad’ se puede interpretar de dos maneras. Se puede entender tanto como un problema jur�dico de la distribuci�n que es capaz de solucionar por medio de cambios en la forma del Estado, o ‘materialistamente’ como un asunto social de la producci�n que solamente se puede solucionar al desplazar la estructura econ�mica de la sociedad. Es precisamente por medio de una profunda clarificaci�n de estas dos interpretaciones que Marx en la Cr�tica al Programa Gotha, se pone en total contradicci�n entre el ideol�gico estado socialista de Lassalle y su comunismo materialista propio. Como nunca se cansa de decir, los lassalleanos no tienen una sociedad comunista como su objetivo final, sino una triste posici�n intermedia. Verdad es que la posterior habr� de sobreseer la propiedad privada de los medios de producci�n y las ‘inequidades’ e injusticias’ relacionadas en la distribuci�n de bienes. Pero en todos los otros aspectos –econ�micos, �ticos y espirituales- seguir�n mostrando la cara de la vieja sociedad capitalista de hoy. Espec�ficamente la ley y el Estado burgu�s no son totalmente sobrese�dos [n�tese que no se refiere a la destrucci�n del estado como acusan los momios sino su sobreseimiento] como ideas olvidadas de una prehistoria b�rbara. Por supuesto, Marx mismo estaba plenamente conciente del hecho que el establecer una dictadura del proletariado y la abolici�n de la propiedad privada capitalista de los medios de producci�n no ser�an suficientes por s� mismas para crear una sociedad comunista madura ‘que se desarrolle libremente’ hacia alturas inimaginables por medio de sus leyes inherentes. Indudablemente, de manera conciente demostr� su ‘visi�n materialista’ en su carta al Programa Gotha. Porque ‘entre la sociedad capitalista y comunista hay un per�odo de transformaci�n revolucionaria de la una a la otra’. El orden socioecon�mico comunal creado tras el establecimiento de la dictadura del proletariado ser� ‘una sociedad comunista que no se ha desarrollado en sus mismas fundaciones, sino por el contrario ha emergido desde la sociedad capitalista’.

Consecuentemente, por mucho tiempo despu�s sigue siendo tema a las leyes naturales de la sociedad capitalista, que son extra�as y contrarias a su novedoso car�cter y limitan y ponen en peligro su libre movimiento.

Este es inevitable en una sociedad comunista que ha ‘emergido de a sociedad capitalista tras un esfuerzo prolongado’. Desde una perspectiva superior de comunismo marxista, el socialismo lassaellano deriv� de las filosof�as de la derecha y el Estado –y la pr�ctica del Estado socialdem�crata actual con sus Programa G�rlitz derivado del lassallaenismo- por tanto, debe ser juzgado cruelmente por su locura criminal. El per�odo de transici�n es necesario e inevitable por razones hist�ricas –el socialismo lassallaenista lo toma como un estado ideal y final. La raz�n de ello es obvia –nunca ha sobrepasado el ‘horizonte estrecho’ de los conceptos burgueses del derecho, la �tica y el Estado. Divaga de una manera ideol�gica y ut�pica sobre el ideal de una ‘distribuci�n justa’ y una ‘igualdad social y pol�tica’ completa en un ‘estado libre’. La idea primitiva de libertades esencialmente garantizada por la Ley y el Estado queda anulada precisamente por la meta final grandiosa del comunismo ahora visible a nosotros. Ser� reemplazado por formas de conciencia futuras en la ‘nueva vida’ de la ‘fase alta de la sociedad comunista’. Nosotros, que estamos viviendo en la prehistoria de la sociedad humana dif�cilmente podemos tener una imagen real de lo que ser� eso.

Marx y Lenin insisten que esas altas miras no se pueden lograr con el pensamiento puro o por alg�n poder de la imaginaci�n que se impregne en un et�reo mundo enso�ado del esp�ritu. Solamente se pueden conseguir sobre la base del desarrollo material de las fuerzas de producci�n, en la realidad terrenal e intramundana de la vida social concreta por medio de acciones terrenales e intramundanas. Por esta raz�n la gente las llama ‘materialistas’ y creen que han dicho algo en contra de ellos. La burgues�a tiene buenas razones materiales para hacerlo, que no pueden sacar de ellos por medios te�ricos e inmateriales tampoco. La situaci�n de los trabajadores es una muy diferente. Sufren las condiciones ‘materiales’ del presente tanto como los efectos ‘ideales’ de estas condiciones. Solamente se les puede ayudar ‘ideal y materialmente’ si se eliminan completamente estas condiciones. Nadie les puede o podr� entregar esta ayuda ‘material’ excepto ellos mismos. Esta es la raz�n por la que cada trabajador debe concluyentemente convertirse en un materialista.