¿Mesías o tirano?

Haile Selassie: el último emperador africano

selassie apertura

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Crédito: Topham / Cordon Press

Rey de reyes, León de Judá, Elegido de Dios o Muy Altísimo Señor. Tales epítetos se usaban para dirigirse al ras (príncipe) Tafari Makonnnen, que fue emperador de Etiopía entre 1930 y 1974 con el nombre de Haile Selassie I. Fue idolatrado por sus súbditos y por gran parte del África sometida a los europeos, e incluso inspiró un movimiento religioso y de liberación racial al otro lado del mundo, el rastafarismo.

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Pero esta imagen ha quedado velada por la caricatura de un autócrata caprichoso capaz de dejar que su pequeño perro orinara sobre los zapatos de los más altos funcionarios presentes en las recepciones oficiales, que tenían prohibido hacer el más mínimo gesto de protesta hacia el animal. Esta anécdota ilustra el comportamiento errático y rozando la demencia de Su Más Sublime Majestad, descrito por el corresponsal polaco Ryszard Kapuściński, que se entrevistó con antiguos cortesanos que le relataron la actitud decrépita del monarca que sumió al país en un caos que acabaría causando su derrocamiento; unos relatos recopilados en un libro imprescindible: El Emperador.

Haile Selassie fue idolatrado por gran parte del África colonizada, pero los colaboradores más próximos al monarca describían una actitud que rozaba la demencia en sus últimos años de reinado y de vida.

¿Quién era el verdadero Selassie? ¿El moderno hombre de Estado venerado por anticolonialistas y rastafaris jamaicanos o el degradado personaje descrito por Kapuściński? Seguramente tuvo un poco (más bien, mucho) de ambos.

Un joven carismático

Tafari (cuyo nombre significa algo así como "Creador") nació el 23 de julio de 1892, y desde joven se ganó la confianza del emperador Menelik II, del que su padre, el ras Makonnen, era consejero. Su posición se vio reforzada al casarse en 1911 con una bisnieta de Menelik, Wayzaro Menen y su carisma lo convirtió en regente durante el reinado de la emperatriz Zewditu (1916-1930).

El emperador Menelik II.

El emperador Menelik II.

Crédito: Roger Viollet/Cordon Press

Con tan solo 24 años se propuso acabar con el régimen feudal vigente durante 700 años en Etiopía, un país en el que los enfrentamientos entre facciones rivales y los complots palaciegos eran frecuentes. Tafari Makonnen tuvo que hacer frente a varios de ellos, encabezados por príncipes molestos por su influencia e incluso por la propia emperatriz, recelosa de su poder y su popularidad entre el pueblo.

Periodistas y políticos de todo el mundo quedaron fascinados por el pintoresco gobernante y su séquito en sus continuos viajes al extranjero: en uno de ellos, llevó consigo una manada de leones y regaló ejemplares al primer ministro de Francia o al rey Jorge V de Inglaterra.

Coronación y exilio

Su poder y su fama eran cada vez mayores y en 1930, tras la muerte de Zewditu, fue proclamado emperador de Etiopía, para lo que adoptó el nombre de Haile Selassie, "El Poder de la Trinidad". La celebración duró varios días y costó tres millones de dólares. Solo en el banquete destinado a agasajar a los dignatarios nacionales y extranjeros se sirvió la carne de 5.000 reses sacrificadas para la ocasión.

Haile Selassie recibe a las autoridades extranjeras durante su coronación.

Haile Selassie recibe a las autoridades extranjeras durante su coronación.

Crédito: Roger Viollet/Cordon Press

El nuevo emperador promovió leyes que limitaban el poder de la nobleza feudal y promulgó la primera constitución de Etiopía: el país se convertiría en una democracia parlamentaria... Cuando estuviera preparado para ello. Así, paradójicamente, el emperador sería el garante de esa democracia ejerciendo un poder totalmente centralizado.

Selassie promulgó una constitución que quitaba poder a la nobleza etíope para concentrarlo en sus manos.

Fuera de Etiopía, las aptitudes del soberano como relaciones públicas dieron sus frutos durante la década de 1930. El emperador era visto como un libertador sobre todo entre la comunidad negra de países como Estados Unidos, que lo adoptaron como referente. En Jamaica llegaron todavía más lejos: veían en Haile Selassie el segundo advenimiento de Jesucristo, que posibilitaría el regreso a África de toda la población negra del planeta para recuperar el dominio del continente que les había sido arrebatado por los blancos.

En 1936 huyó a Londres tras la invasión de su país por parte de la Italia de Mussolini. Desde allí capitalizo la resistencia contra la potencia fascista y colonial acrecentando su fama. La prensa internacional caía rendida a sus pies: la revista Time le dedicó su portada nombrándolo "Hombre del año". En 1941, en plena II Guerra Mundial, consiguió el apoyo del Reino Unido para desalojar al ejército italiano y recuperar su imperio. La población lo recibió como un auténtico libertador.

Portada de la revista Time con el Hombre del año 1936, Haile Selassie.

Portada de la revista Time con el Hombre del año 1936, Haile Selassie.

Crédito: Time/Jerry Farnsworth

Todo por el pueblo pero sin el pueblo

Esta segunda etapa en el trono comenzó como la primera, con el emperador tratando de modernizar su país contra la resistencia de la poderosa nobleza etíope, que no estaba dispuesta a desprenderse de sus privilegios. Estados Unidos y el Reino Unido otorgaron ayudas para el desarrollo de Etiopía que contribuyeron a establecer estructuras como un banco central, una nueva moneda o una aerolínea nacional. En 1955 promulgó una nueva constitución que introducía un parlamento elegido por sufragio universal, aunque no contemplaba la existencia de partidos políticos.

Haile Selassie fue un líder carismático para las comunidades negras de los países americanos.

En el exterior su buena prensa no paró de crecer: abolió la esclavitud dentro de su imperio, integró al país en la ONU, de la que fue miembro fundador, y se convirtió, junto al líder egipcio Gamal Abdel al Nasser, en el paladín de la descolonización. Era recibido por jefes de Estado de todo el mundo y las casas reales visitaban Etiopía en viajes diplomáticos del más alto nivel.

Isabel II con Haile Selassie en una visita oficial a Etiopía en 1963.

Isabel II con Haile Selassie en una visita oficial a Etiopía en 1963.

Crédito: Topfoto/Cordonpress

Aunque Selassie se presentaba como un reformista que quería renovar su país, su gobierno era la expresión de la autoridad personal del emperador. El ejemplo de buen gobierno y modernidad en la escena internacional se convertía en un régimen autoritario en el interior de sus fronteras.

Entre los funcionarios de más alto rango se encontraban el ministro de la Pluma, encargado de convertir las ambiguas recomendaciones del emperador en directivas y leyes; y el ministro de la Policía, responsable de aplicar la represión que el soberano necesitaba para controlar su país pero que nunca asumiría como propia. Como la dura represión de protesta pacífica de la población musulmana de Harare en 1948, que reclamaba la autonomía prometida por Menelik II.

Aunque Selassie se presentaba como un reformista que quería renovar su país, su gobierno era la expresión de su autoridad personal.

A pesar de todo, Selassie nunca dejó de contar con amplios apoyos entre la población gracias a una receta muy sencilla, según explica uno de los funcionarios entrevistados por Ryszard Kapuściński: "El Rey de Reyes prefería los malos ministros. Y los prefería porque a su Majestad le gustaba que el contraste lo hiciera sobresalir a él [...] Nuestro Señor salía muy bien parado de cualquier confrontación, de cuán imponente y generoso resultaba, y por eso el pueblo no se confundía" y sabía a quién atribuir los éxitos y a quién achacar las políticas fallidas.

Una multitud de etíopes espera la llegada de Haile Selassie a su región.

Una multitud de etíopes espera la llegada de Haile Selassie a su región.

Crédito: Alinari/Cordon Press

Mediocridad y lealtad

La corte de Addis Abeba era un nido de conspiraciones entre las camarillas que competían por ganarse el favor del emperador, que estableció un método de premios y castigos para favorecer esa rivalidad y mantenerlo alejado del peligro de una conjura.

Kapuściński presenta al emperador empleando gran parte de la mañana escuchando las diferentes delaciones de la corte y decidiendo los nombramientos y degradaciones de los funcionarios a su antojo. El único mérito que guiaba estos nombramientos era la lealtad al emperador.

Selassie estableció un sistema de premios y castigos en la corte. El único mérito que guiaba los nombramientos era el nivel de lealtad al emperador.

"En palacio, la magnitud del poder no estaba fijada según la jerarquía de los cargos sino por el grado de acceso al Honorabilísimo Señor", o mejor dicho, la frecuencia de acceso "a la oreja imperial", a la que susurrar una medida política o denunciar un complot de una facción contraria, tal como lo describe el reportero polaco.

¿Una corte grotesca?

El relato de Kapuściński, acusado a menudo de enriquecer el testimonio de sus interlocutores con prosa propia, muestra una corte extravagante, abarrotada de burócratas con funciones grotescas. Como F., cuyo cometido era limpiar los zapatos orinados por el can en la escena descrita al inicio de este artículo.

Otro cargo pintoresco era el del lacayo de la tercera puerta, que abría la puerta al emperador en el momento justo para que no tuviera que detenerse, pero sin parecer que lo invitaba a salir de la sala. O el funcionario que marcaba la hora de cambiar de tarea, apodado el cuco porque llamaba la atención del soberano por medio de ostentosas y repetidas reverencias.

Tampoco faltaba el porta-cojín, que se encargaba de colocar tan mullida pieza a los pies del trono para impedir que la corta estatura del "Bondadoso Señor" provocara el balanceo de sus piernas "como si fuera un niño pequeño". Todos ellos reclamaban su función como vital para el buen funcionamiento del país.

Haile Selassie sentado en del trono hacia 1930.

Haile Selassie sentado en del trono hacia 1930.

Crédito: Cordon Press

El fin

Poco a poco, el descontento por la falta de progreso económico y la lentitud de las reformas políticas fue calando entre la población. En 1960, aprovechando la ausencia del emperador, en viaje oficial a Brasil, varios generales de la guardia imperial perpetraron un golpe de Estado.

El complot fue aplastado y sus dirigentes reprimidos con dureza, pero el Rey de Reyes no volvió a recuperar el aura mística. En 1974 una sequía dejó varios miles de muertos en el país y pese a los esfuerzos de Selassie por presentar su enésima reforma, un grupo de militares conocido como Derg puso a la mayoría de la población en su contra, abonando una revolución y un golpe militar que, esta vez sí, tendrían éxito.

El 12 de septiembre los militares entraron en el palacio imperial y arrestaron a un octogenario León de Judá, lo declararon incapaz para gobernar e instauraron una república militar. Algunos de los que habían disfrutado de los favores del emperador fueron fusilados. Otros huyeron al extranjero o, como el emperador, fueron encarcelados en las mazmorras de ese mismo palacio. Se ponía fin así a una dinastía milenaria, cuyas raíces mitológicas se hundían en la unión del rey Salomón y la reina de Saba.

Epílogo

Haile Selassie murió el 27 de agosto de 1975, menos de un año después de haber sido depuesto. En principio por una obstrucción en el aparato circulatorio debida a una trombosis, pero las sospechas de que fue asesinado nunca han sido disipadas. Fue enterrado junto a las letrinas del sótano en el que fue recluido. En 1992, cinco años después de la caída del régimen militar, sus restos fueron trasladados a la iglesia de Ba'ata Mariam Geda.

Tan solo en el año 2000 se cumpliría la voluntad de Su Más Sublime Majestad de reposar en la Catedral de la Trinidad junto a su esposa, la emperatriz Menen, fallecida en 1962. Según las crónicas de la época, entre los pocos miles de nostálgicos que congregó este último cortejo fúnebre se encontraban algunos rastafaris, encabezados por Rita Marley, que acompañaron a su mesías en su por ahora último viaje.