Eton, estampas de una escuela con poder

Eton, estampas de una escuela con poder

SOCIEDAD

Alumnos de Eton sentados en la valla exterior del recinto del colegio para asistir a un juego en el patio. Al fondo, los edificios característicos de la institución, de ladrillo rojo

Alumnos de Eton sentados en la valla exterior del recinto del colegio para asistir a un juego en el patio. Al fondo, los edificios característicos de la institución, de ladrillo rojo

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Pregunta con un pelín de trampa. ¿Qué tienen en común, nacionalidad aparte, el actual primer ministro británico, David Cameron, el Capitán Garfio de Peter Pan y Bond… James Bond? ¿Qué vínculo les une, a su vez, con Hugh Laurie –el querido doctor House–, con el escritor George Orwell o con Charles Rolls (sí, el socio de Royce)? ¿Y qué les relaciona a todos con sir Matthew Pinsent, el cuatro veces medalla de oro olímpica (en cuatro Juegos distintos), o los hijos de Charles y Diana, los príncipes William y Harry?

La respuesta, esta vez sin pistas falsas, es sencilla. Todos ellos, siglo antes, siglo después, en realidad o en la ficción (Bond y Garfio, claro), se han sentado en los pupitres del colegio de Eton: uniforme de frac negro, botas, camisa y pajarita blanca y sombrero de copa (antes, ya no). Cerca de Londres, situado en el condado de Berkshire, a medio tiro de piedra del Támesis y a un bostezo del castillo de Windsor, Eton es un referente educativo en Gran Bretaña. Amado, admirado y también, a veces, visto con recelo. Es una institución que ha respirado en siete siglos distintos y cuyo nombre va a resonar mucho al ser sede olímpica en los Juegos de Londres que empiezan el 27 de julio.

Eton hinca los codos tras unos muros rojizos que modelan casas con altas chimeneas, se asienta sobre unos cimientos puestos en 1440, late bajo los zapatos enlustrados de cientos de alumnos que visten de etiqueta a diario y se agiganta entre muros con inscripciones antiquísimas y entre paredes de las que cuelgan pizarras electrónicas. El College es la legendaria escuela inglesa de donde han salido 19 de los 54 primeros ministros de su historia (es decir, más de un tercio), donde hizo sus primeros pinitos el padre de la química, Robert Boyle, o en cuyas aulas empezó a velar armas el duque de Wellington, el mismo que derrotó a Napoleón pronto hará 200 años. “La batalla de Waterloo se empezó a ganar en el campo de juego de Eton”, dicen que dijo.

El colegio, exclusivo para chicos, es el paradigma del internado británico de casta que está fundado sobre la base de la tradición y la excelencia educativa, que arrastra un aura inevitable y no necesariamente falsa de conservadora y elitista y de institución para ricos (que también, pero no sólo) aunque naciera como escuela para pobres. Un curso cuesta unos 25.000 euros. Con todo, el dinero o la posición social no compran, sobre el papel, una plaza en una escuela a la que asisten alumnos de 13 a 18 años y en la que la inteligencia se valora y se premia independientemente de la cuenta corriente paterna. Cada año, además de becas escolares, Eton concede 14 plazas para chicos sin tantos medios económicos que, eso sí, tienen que pasar unos exámenes de una dificultad extrema. Esos 14 alumnos multiplicados por los cinco años de periplo educativo antes de la universidad dan 70, justo el número de niños pobres a los que el rey Enrique VI (siglo XV) concedió la gracia de dar educación para luego ser enviados a estudiar a Cambridge y que aún se conocen como los king’s scholars.

Hay una atracción especial en las aulas, bajo el reflejo de las vidrieras o sobre las piedras astilladas que forman el gran patio junto a la capilla y que antecede al claustro. Sean las sombras, los juegos de luz o el verdor del musgo que crece donde puede, la verdad es que existe un hechizo que lleva a pensar que este colegio es lo más parecido a un especie de escuela mágica, como el Hogwarts de Harry Potter. Aquí las diferentes casas también compiten entre sí, cada una con sus propios colores, en deportes y en juegos antiquísimos y surrealistas –como el juego de pared o wall game–; los exámenes son durísimos, hay prefectos, salas comunes… Pero más allá de la magia, lo que Eton rezuma es hegemonía y élite. Parafraseando la célebre canción de Radio Futura, esto es una escuela de poder.

Estudiar en este complejo de residencias de ladrillo rojo y aulas interactivas, de claustros e iglesia, de campos de cricket y rugby, no proporciona poderes sobrehumanos ni concede salvoconducto alguno para el triunfo profesional. Pero ayuda. Ni Eton, ni Oxford ni Cambridge pueden traducirse del inglés por poder, pero sí por identidad. Y una cosa lleva a la otra. Por un lado, las tres instituciones están unidas por un cordón umbilical invisible: es un hecho que la escuela que más alumnos aporta a los dos pilares de la educación superior en Inglaterra es Eton, que, al igual que las dos universidades –Oxford fue creada en el siglo XII, tal vez antes, y Cambridge, en el XIII–, siente pasión por el remo. La escuela, que se rige por el lema “Floreat Etona” (Que Eton florezca, en latín), ha cedido su canal de regatas para albergar el remo y el piragüismo de los Juegos.

Eton es una public school, es decir, que es privada. Y una institución exclusiva para chicos, aunque posea un marcado acento femenino. Las mujeres son minoría en el colegio, pero tienen un peso específico en el funcionamiento de las casas y de las clases. Empezando por las dames –una especie de gobernantas–, siguiendo por las profesoras y acabando por las jefas de estudio. Anne Coward puede hablar en primera persona del primer cargo; Mercedes Porcel Martín, del segundo, y la profesora Rosalind Fletcher, del tercero. Magazine ha conversado con ellas para ahondar en el día a día de una escuela donde el mito y la realidad no siempre van de la mano y chocan con violencia.

“Existen 26 casas en Eton, y cada una lleva las iniciales de su profesor jefe (headmaster); por ejemplo, la que regía mi marido era RAAC. Cada casa tiene un jefe y una dama. Suele haber unos cincuenta alumnos por casa, que se llaman oppidans, excepto los del King’s College, conocidos como collegers”. Anne Coward es de las que más saben de los 572 años de historia de Eton. De hecho, muchas veces se encarga de explicarla a los visitantes y de rememorar las anécdotas que pueden rastrearse en el modesto pero abigarrado museo del colegio.

Es difícil tener acceso a ciertas partes del Eton College en un día de actividad habitual del colegio, pero si es fiesta o no hay clases, el visitante tiene la posibilidad de adentrarse un poco más en la vieja aula, en la capilla o en el claustro cuyas paredes son una monumental pizarra en la que se apilan, se molestan, se amontonan las inscripciones hechas con punzón a lo largo de los siglos y en las que se leen los apellidos de los alumnos que dejaban la institución el último año. El estado de la pared es tan delicado que desde hace años no se permite añadir ningún linaje más. “Proteged las paredes de este viejo claustro para que las inscripciones no se borren”, reza un cartel. La misma sopa de letras, aún si cabe con más arte, cubre los viejos pupitres de un aula conservada intacta desde hace 200 años a la entrada del recinto.

El resto de las clases, las que se utilizan hoy en día, son muy distintas. Ya no hay un espacio especial para dejar el tintero ni el pupitre es de roble centenario y agrietado. “Todas las aulas están provistas de proyectores, y muchas de ellas están equipadas con pizarras interactivas. Hay wi-fi en numerosas zonas del colegio…”, aclara la profesora Rosalind Fletcher, una “enamorada de Granada y de España, de ver la gente en la calle, de su literatura, de sus películas, de ¡todo!”, confiesa. Empezó a enseñar francés y español en el 2004, en el 2007 fue nombrada jefa de estudios del área de castellano y desde el inicio de este curso es la máxima responsable del departamento de lenguas modernas.

El nombre de Eton va y viene y no hay mes que no se encarame a los titulares de la prensa. Claro que nada comparado con hace dos años, cuando la escuela vio como otro de sus alumnos (y ya van 19, todos liberales o conservadores, ninguno socialista) lograba ser nombrado primer ministro. “David, vuélvete al Eton del carajo”, decía una pintada que apareció en un cartel gigante electoral del entonces candidato Cameron al que también le pintaron unas patillas y un tupé.

¿Por qué Eton tiene esa aura de colegio clasista, esnob y para ricos, como se refleja muchas veces? “Contrariamente a lo que pueda pensar la gente –puntualiza Rosalind Fletcher–, una mirada al colegio desde dentro muestra que es una escuela abierta, dirigida con espíritu democrático y que acoge a alumnos de muy distintos orígenes sociales. Es cierto –añade– que la escuela tiene una imagen muy tradicional debido a sus edificios, los uniformes y las tradiciones, pero tenemos contacto con muchas escuelas públicas y estamos muy conectados con el resto del mundo”.

Poder, poderío, elitismo, clasismo. ¿Es Eton así? “Si queremos quedarnos en el simplismo del mito, pues tal vez sea así, pero no es la experiencia de la institución que yo he tenido en los dieciocho años que llevo aquí. Lo que nadie sabe es la enorme labor social que Eton hace. Yo formo parte del equipo de servicios comunitarios, llevamos comida, ropa de abrigo y calor humano a personas sin techo con un grupo de chicos de primero de bachillerato, por ejemplo”. Al habla, la granadina Mercedes Porcel Martín, triple licenciada y máster en Lingüística que aterrizó en Eton después de dar clases en Archidona (Málaga) y tomar una decisión: reunirse con su novio, profesor de Francés, casarse y empezar su aventura vital y educativa, que la llevaría a desempeñar varias responsabilidades. “Al principio –rememora– trabajé de ayudante de conversación, fui la directora de la guardería para los hijos de los profesores y viví en una de las residencias, ya que mi marido fue director durante cuatro años”, recuerda. Con el tiempo, ella también tuvo dos hijos –Federico, de 15, y George, 14–, y en la actualidad también son alumnos de Eton. Ambos tuvieron que pasar los exámenes de ingreso y viven en dos casas distintas.

¿Cómo son esos exámenes? “Difíciles, extenuantes. No sólo hay un examen sino un test psicotécnico, un informe y una entrevista con un grupo de entrevistadores de Eton. Es una mezcla de minioposición y examen de reválida semejante al de nuestros padres en los años 40”, apunta Mercedes Porcel, que fue testigo de la llegada de los príncipes Guillermo y Harry. Las pruebas de acceso que deben pasar los candidatos a los 14 puestos del King’s College aún son más difíciles. Uno de los alumnos que las pasaron fue el escritor George Orwell. El autor de 1984 no se caracterizó por citar a su viejo colegio en su obra, pero sí lo hicieron por ejemplo dos figuras de la literatura inglesa ligadas a Eton. James Barrie, el autor de Peter Pan, envió a tres de sus hijastros al colegio. De esa experiencia y su imaginación nació James Hook, el Capitán Garfio, que antes de dedicarse a la piratería se educó en Eton.

James Bond, el agente 007 que ha cumplido 60 años y está a punto de llegar a los 50 en su versión cinematográfica, también se puso pajarita blanca antes de ponerse muchos esmóquines, pero su estancia fue controvertida y, al cabo de un tiempo, fue trasladado a un colegio similar en Escocia. Es pura ficción, pero ficción muy inspirada en las vivencias del creador de Bond, Ian Fleming, que, pese a dejar huella en Eton, no acabó su accidentado periplo en la escuela e inició otro en la carrera militar que lo llevaría a trabajar en los servicios secretos. “Fleming siempre retendría un ‘cariño misterioso’ por Eton”, recuerda el libro For Your Eyes Only. Ian Fleming + James Bond (Bloomsbury). Y el cariño existió pese a las correrías, los problemas “y las frecuentes zurras de su sádico jefe de casa”, afirma el autor, el periodista de The Times Ben MacIntyre.

El castigo físico y los internados ingleses (y no sólo ingleses y no sólo internados) han ido de la mano durante siglos y hasta hace apenas unas décadas. No hay más que releer, por ejemplo, el Nicolas Nickleby, de Dickens. Eton no era excepción. El viernes era el día de los azotes para los alumnos descarriados, y el maltrato no era amable, precisamente. Hoy en día, y desde hace décadas, los azotes escolares están prohibidos en Gran Bretaña.

“¡Evidentemente no hay castigo físico en Eton!”, certifica la profesora Fletcher, que subraya que, para ella, precisamente, lo mejor del colegio es la buena relación entre profesores y alumnos: “Nos ven como seres humanos, y ese no es el caso en otras muchas escuelas. Hay algunos castigos –aclara Fletcher– que pueden parecer extraños, como el de que un alumno que llegue tarde a clase o se retrase con los deberes tenga que estar muy de mañana, a las 7.45, en la oficina escolar ya uniformado para firmar en el Tardy Book”.

Hay clase de lunes a viernes, pero el martes y el jueves las lecciones acaban antes de las dos porque por la tarde toca hacer deporte. Los alumnos de Eton compiten con otras escuelas en los torneos de rugby o de cricket, pero las 26 casas se enfrentan entre ellas en dos deportes propios: el fieldgame, una especie de rugby y fútbol mezclado, y el fascinante wall game, en el que dos equipos forman una melé continua e inacabable de la que, en muy pocas ocasiones, acaba saliendo el balón para que alguien marque. Hay dos tipos de goles, el fácil (se ve de uvas a peras) y el casi imposible. De los primeros se suelen marcar alguno de año en año. El último gol de los difíciles (el que vale 10 puntos, hay que pasar el balón por una puerta), se marcó en ¡1909! Mientras se juega, el resto de los alumnos disfruta del espectáculo desde el muro. Los uniformes, los ladrillos y el paisaje configura una fotografía que podría tener 10, 20, 50 años o un siglo. Así es Eton: tradición, evolución y una mezcla de pasado poderoso, presente poderoso y, ¿quién lo duda?, futuro poderoso.

Los estudiantes observan el paso decidido del director del colegio, cargo que ocupa ahora Tony Little

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Atuendo antiguo: la corbata (la foto es de principios del siglo XX) dio paso a la pajarita; el sombrero de copa desapareció

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