JOHANNES HESSEN
TEORÍA DEL CONOCIMIENTO
TRADUCCIÓN DE JOSÉ GAOS
ÍNDICE
Noticia preliminar, Francisco Romero, 3
Prólogo, 4
Introducción, 5
PRIMERA PARTE
TEORÍA GENERAL DEL CONOCIMIENTO.
INVESTIGACIÓN FENOMENOLÓGICA PRELIMINAR
I.
II.
La posibilidad del conocimiento, 18
El origen del conocimiento, 26
III.
La esencia del conocimiento, 36
IV.
Las especies del conocimiento, 49
V.
El criterio de la verdad, 59
SEGUNDA PARTE
TEORÍA ESPECIAL DEL CONOCIMIENTO, 64
CONCLUSIÓN
La fe y el saber, 79
2
NOTICIA PRELIMINAR
L
a primera edición en español de este libro se publicó hace años en la colección de la Revista de
Occidente y está agotada desde hace tiempo; el público lector advirtió desde bien pronto la calidad
de la obra, su mérito excepcional, su aptitud para iniciar en los difíciles problemas de la
gnoseología. La reedición viene a llenar un claro que probablemente no hubiera podido ser colmado por
ningún otro libro.
La colección alemana1 a que la obra en su edición original pertenece se inició en 1925 con la
Introducción a la filosofía de Aloys Müller, en redacción que fue luego considerablemente extendida;
siguió este volumen y a continuación otro de Müller, la Psicología; de los dos excelentes libros de Müller
hay traducción castellana. Los propósitos de la serie eran proporcionar obras de costo menos elevado
que los grandes tratados, pero completas en lo posible y rigurosas; salir al paso, mediante exposiciones
estrictas, a la apreciación superficial y confusa de las cuestiones filosóficas, e incorporar los resultados
más recientes de la indagación. El éxito de la colección alemana, duplicado en la acogida dispensada a los
volúmenes traducidos al español, atestigua que la realización siguió de cerca a las intenciones.
Debe declararse que el presente libro, más que una teoría del conocimiento, es una introducción
a los problemas que el conocimiento plantea. El vasto panorama de tales cuestiones, los diferentes
puntos de vista y las varias soluciones propuestas, se recogen en él con precisión y fidelidad, con una
seguridad y una eficacia didáctica que revelan tanto la hondura y versación del filósofo como la destreza
y la vocación del maestro. Quien sólo desee una visión de conjunto, la hallará aquí desarrollada en
manera perfecta. Al lector que intente afrontar textos que exponen y profundizan el tema según una
dirección determinada ‐la Crítica de la razón pura, por ejemplo‐ las páginas de Hessen le allanarán el
camino mostrándole los principales planteos del asunto en sus puntos capitales, con lo que dispondrá de
una noción previa y orientadora de la actitud que aspira a comprender en sus detalles y desarrollos, y al
mismo tiempo podrá tener presentes, para el contraste y la crítica, las restantes actitudes posibles sobre
los mismos problemas.
Hessen nació en 1889; su Teoría del conocimiento es fruto de sus lecciones en la Universidad de
Colonia. Figura entre los pensadores católicos de Alemania. Ha publicado: La fundamentación del
conocimiento según San Agustín (1916); La filosofía de Dios según San Agustín (1919); El conocimiento
inmediato de Dios según San Agustín (1919); La filosofía de la religión del neokantismo (1919); La prueba
agustiniana de la existencia de Dios (1920); Teoría del conocimiento agustiniana y tomista (1921);
Doctrina de la trinidad de Hegel (1921); Filosofía patrística y escolástica (1922); Corrientes filosóficas
contemporáneas (1922); San Agustín y su significación actual (1924); La teoría de las categorías de
Eduard von Hartmann y su significación para la filosofía actual (1924); La concepción del mundo de Santo
Tomás (1925); Teoría del conocimiento (1926); El principio de causalidad (1928); El método de la
metafísica (1932); El problema de la substancia en la filosofía moderna (1932); Los valores de santidad
(1938), etcétera.
Francisco Romero
1
Leitfäden ser Philosophie, herausgegeben von Dozenten der Hochschulen von Bonn und Köln.
3
PRÓLOGO
L
a exposición que ofrecemos de la teoría del conocimiento ha surgido de las lecciones dadas por el
autor en la Universidad de Colonia. Esto explica su forma elemental. El esfuerzo del autor se ha
enderezado no tanto a ofrecer llanas soluciones como a exponer clara y razonadamente el sentido
de los problemas y las distintas posibilidades de resolverlos, sin renunciar naturalmente a desarrollar un
examen crítico y a adoptar una posición. El autor comparte con Nicolai Hartmann la convicción de que
"el último sentido del conocimiento filosófico no es tanto resolver enigmas como descubrir portentos".
La presente exposición de la teoría del conocimiento se distingue de las usuales desde tres
puntos de vista. En primer término, porque pone el método fenomenológico al servicio de la teoría del
conocimiento. En segundo lugar, porque plantea una discusión detenida del problema de la intuición,
que no suelen tratar las más de las exposiciones. Finalmente, porque desenvuelve la teoría especial del
conocimiento, además de la general.
Ojalá el presente trabajo contribuya a fomentar el interés, hoy redivivo, por las cuestiones
filosóficas.
Colonia, octubre de 1925
4
INTRODUCCIÓN
1. La esencia de la filosofía
L
a teoría del conocimiento es una disciplina filosófica. Para definir su posición en el todo que es la
filosofía, necesitamos partir de una definición esencial de ésta. Pero ¿cómo llegar a esta definición?
¿Qué método debemos emplear para definir la esencia de la filosofía?
Se podría intentar, ante todo, obtener una definición esencial de la filosofía, partiendo de la
significación de la palabra. La palabra filosofía procede de la lengua griega y vale tanto como amor a la
sabiduría, o, lo que quiere decir lo mismo, deseo de saber, de conocimiento. Es palmario que esta
significación etimológica de la palabra filosofía es demasiado general para extraer de ella una definición
esencial. Es menester evidentemente elegir otro método.
Podría pensarse en recoger las distintas definiciones esenciales que los filósofos han dado de la
filosofía, en el curso de la historia, y comparándolas unas con otras, obtener una definición exhaustiva.
Pero tampoco este procedimiento conduce al fin buscado. Las definiciones esenciales que encontramos
en la historia de la filosofía discrepan tanto, muchas veces, unas de otras, que parece completamente
imposible extraer de ellas una definición esencial unitaria de la filosofía. Compárese, por ejemplo, la
definición de la filosofía que dan Platón y Aristóteles ‐que definen la filosofía como la ciencia, pura y
simplemente‐ con la definición de los estoicos y de los epicúreos, para quienes la filosofía es una
aspiración a la virtud o a la felicidad, respectivamente. O compárese la definición que en la Edad
Moderna da de la filosofía Cristian Wolff que la define como scientia possibilium, quatenus esse possunt‐,
con la definición que da Friedrich Überweg en su conocido Tratado de historia de la filosofía, según la
cual la filosofía es "la ciencia de los principios". Tales divergencias hacen vano el intento de encontrar por
este camino una definición esencial de la filosofía. A tal definición sólo se llega, pues, prescindiendo de
dichas definiciones y encarándose con el contenido histórico de la filosofía misma. Este contenido nos da
el material de que podemos sacar el concepto esencial de la filosofía. Ha sido Wilhelm Dilthey el que ha
empleado por primera vez este método, en su ensayo sobre La esencia de la filosofía. Aquí le
seguiremos, con cierta libertad, intentando, sin embargo, a la vez desarrollar sus pensamientos.
Pero el procedimiento que acabamos de señalar parece destinado al fracaso, porque tropieza
con una dificultad de principio. Se trata de extraer del contenido histórico de la filosofía el concepto de
su esencia. Mas para poder hablar de un contenido histórico de la filosofía necesitamos ‐parece‐ poseer
ya un concepto de la filosofía. Necesitamos saber lo que es la filosofía, para sacar su concepto de los
hechos. En la definición esencial de la filosofía, dada la forma en que queremos obtenerla, parece haber,
pues, un círculo; este procedimiento parece, pues, por esta dificultad, condenado al fracaso.
Sin embargo, no es así. La dificultad señalada desaparece, si se piensa que no partimos de un
concepto definido de la filosofía, sino de la representación general que toda persona culta tiene de ella.
Como indica Dilthey: "Lo primero que debemos intentar es descubrir un contenido objetivo común en
todos aquellos sistemas, a la vista de los cuales se forma la representación general de la filosofía''.
Estos sistemas existen, en efecto. Acerca de muchos productos del pensamiento cabe dudar de
que deban considerarse como filosofía. Pero toda duda de esta especie enmudece tratándose de otros
numerosos sistemas. Desde su primera aparición, la humanidad los ha considerado siempre como
productos filosóficos del espíritu, ha visto en ellos la esencia misma de la filosofía. Tales sistemas son los
de Platón y Aristóteles, Descartes y Leibniz, Kant y Hegel. Si profundizamos en ellos, hallamos ciertos
rasgos esenciales comunes, a pesar de todas las diferencias que presentan. Encontramos en todos ellos
una tendencia a la universalidad, una orientación hacia la totalidad de los objetos. En contraste con la
actitud del especialista, cuya mirada se dirige siempre a un sector mayor o menor de la totalidad de los
objetos del conocimiento, hallamos aquí un punto de vista universal o que abarca la totalidad de las
cosas. Dichos sistemas presentan, pues, el carácter de la universalidad. A éste se añade un segundo
rasgo esencial común. La actitud del filósofo ante la totalidad de los objetos es una actitud intelectual,
una actitud del pensamiento. El filósofo trata de conocer, de saber. Es por esencia un espíritu
cognoscente. Como notas esenciales de toda filosofía se presentan, según esto: primera, la orientación
hacia la totalidad de los objetos; segunda, el carácter racional, cognoscitivo, de esta orientación.
Con esto hemos logrado un concepto esencial de la filosofía, aunque muy formal aún.
Enriqueceremos el contenido de este concepto, considerando los distintos sistemas, no aisladamente,
sino en su conexión histórica. Se trata, por tanto, de abrazar con la mirada la total evolución histórica de
la filosofía en sus rasgos principales. Desde este punto de vista nos resultarán comprensibles las
contradictorias definiciones de la filosofía, a que hemos aludido hace un momento.
Se ha designado, no sin razón, a Sócrates como el creador de la filosofía occidental. En él se
manifiesta claramente la expresa actitud teórica del espíritu griego. Sus pensamientos y aspiraciones se
enderezan a edificar la vida humana sobre la reflexión, sobre el saber. Sócrates intenta hacer de toda
acción humana una acción consciente, un saber. Trata de elevar la vida, con todos sus contenidos, a la
conciencia filosófica. Esta tendencia llega a su pleno desarrollo en su máximo discípulo, Platón. La
reflexión filosófica se extiende en éste al contenido total de la conciencia humana. No se dirige sólo a los
objetos prácticos, a los valores y a las virtudes, como acaecía las más de las veces en Sócrates, sino
también al conocimiento científico. La actividad del estadista, del poeta, del hombre de ciencia, se
tornan por igual objeto de la reflexión filosófica. La filosofía se presenta, según esto, en Sócrates, y
todavía más en Platón, como una autorreflexión del espíritu sobre sus supremos valores teóricos y
prácticos, sobre los valores de lo verdadero, lo bueno y lo bello.
La filosofía de Aristóteles presenta un aspecto distinto. El espíritu de Aristóteles se dirige
preferentemente al conocimiento científico y a su objeto: el ser. En el centro de su filosofía se halla una
ciencia universal del ser, la "filosofía primera" o metafísica, como se llamó más tarde. Esta ciencia nos
instruye acerca de la esencia de las cosas, las conexiones y el principio último de la realidad. Si la filosofía
socrático‐platónica puede caracterizarse como una concepción del espíritu, deberá decirse de Aristóteles
que su filosofía se presenta ante todo como una concepción del universo.
La filosofía torna a ser reflexión del espíritu sobre sí mismo en la época posaristotélica, con los
estoicos y los epicúreos. Sin embargo, la concepción socrático‐platónica sufre un empequeñecimiento,
puesto que solamente las cuestiones prácticas entran en el círculo visual de la conciencia filosófica. La
filosofía se presenta, según la frase de Cicerón, como "la maestra de la vida, la inventora de las leyes, la
guía de toda virtud". Se ha convertido ‐dicho brevemente‐ en una filosofía de la vida.
6
Al comienzo de la Edad Moderna volvemos a marchar por las vías de la concepción aristotélica.
Los sistemas de Descartes, Spinoza y Leibniz revelan todos la misma dirección hacia el conocimiento del
mundo objetivo, que hemos descubierto en el Estagirita. La filosofía se presenta de un modo expreso
como una concepción del universo. En Kant, por el contrario, revive el tipo platónico. La filosofía toma de
nuevo el carácter de la autorreflexión, de la autoconcepción del espíritu. Cierto que se presenta en
primer término como teoría del conocimiento o como fundamentación crítica del conocimiento
científico. Pero no se limita a la esfera teórica, sino que prosigue hasta llegar a una fundamentación
crítica de las restantes esferas del valor. Junto a la Crítica de la razón pura aparecen la Crítica de la razón
práctica, que trata la esfera del valor moral, y la Crítica del juicio, que hace de los valores estéticos objeto
de investigaciones críticas. También en Kant se presenta, pues, la filosofía como una reflexión universal
del espíritu sobre sí mismo» como una reflexión del hombre culto sobre su conducta valorativa.
En el siglo XIX revive el tipo aristotélico de la filosofía en los sistemas del idealismo alemán,
principalmente en Schelling y Hegel. La forma exaltada y exclusivista en que el tipo se manifiesta origina
un movimiento contrario igualmente exclusivista. Este movimiento lleva por un lado a una completa
desvaloración de la filosofía, como la que se revela en el materialismo y el positivismo; y, por otro lado, a
una renovación del tipo kantiano, como la que ha tenido lugar en el neokantismo. El exclusivismo de esta
renovación consiste en la eliminación de todos los elementos materiales y objetivos, que existen de
modo innegable en Kant, tomando así la filosofía un carácter puramente formal y metodológico. En esta
manera de ver radica a su vez el impulso que conduce a un nuevo movimiento del pensamiento
filosófico, el cual torna a dirigirse principalmente a lo material y objetivo, frente al formalismo y
metodismo de los neokantianos, y significa por ende una renovación de tipo aristotélico. Nos encontra‐
mos todavía en medio de este movimiento, que ha conducido por una parte a ensayos de una metafísica
inductiva, como los emprendidos por Eduard von Hartmann, Wundt y Driesch, y por otra a una filosofía
de la intuición, como la que encontramos en Bergson y en otra forma en la moderna fenomenología
representada por Husserl y Scheler.
Esta ojeada histórica sobre la evolución total del pensamiento filosófico nos ha conducido a
determinar otros dos elementos en el concepto esencial de la filosofía. Caracterizamos uno de estos
elementos con el término "concepción del yo", y el otro con la expresión "concepción del universo".
Entre ambos elementos existe un peculiar antagonismo, como nos ha revelado la historia. Ya resalta más
el uno, ya más el otro; y cuanto más resalta el uno, tanto más desciende el otro. La historia de la filosofía
se presenta finalmente como un movimiento pendular entre estos dos elementos. Pero ello prueba
precisamente que ambos elementos pertenecen a aquel concepto esencial. No se trata de una
alternativa (o el uno, o el otro), sino de una acumulativa (tanto el uno como el otro). La filosofía es
ambas cosas: una concepción del yo y una concepción del universo.
Se trata ahora para nosotros de enlazar los dos elementos materiales, acabados de obtener, con
las dos notas formales primeramente señaladas, para llegar así a una plena definición esencial. Habíamos
encontrado anteriormente que las dos notas principales de toda filosofía eran la dirección hacia la
totalidad de los objetos y el carácter cognoscitivo de esta dirección. La primera de estas dos notas
experimenta ahora una diferenciación, por obra de los elementos esenciales últimamente obtenidos. Por
la totalidad de los objetos puede entenderse tanto el mundo exterior como el mundo interior, tanto el
macrocosmos como el microcosmos. Cuando la conciencia filosófica se dirige al macrocosmos, tenemos
la filosofía en el sentido de una concepción del universo. Por el contrario, cuando el microcosmos
constituye el objeto a que se dirige la filosofía, se da el segundo tipo de ésta: la filosofía en el sentido de
7
una concepción del yo. Los dos elementos esenciales últimamente obtenidos se insertan muy bien; pues,
en el concepto formal primeramente establecido, ya que lo completan y corrigen.
Podemos definir ahora la esencia de la filosofía, diciendo: la filosofía es una autorreflexión del
espíritu sobre su conducta valorativa teórica y práctica, y a la vez una aspiración al conocimiento de las
últimas conexiones entre las cosas, a una concepción racional del universo. Pero todavía podemos es‐
tablecer una conexión más profunda entre ambos elementos esenciales. Como prueban Platón y Kant,
existe entre ellos la relación de medio a fin. La reflexión del espíritu sobre sí mismo es el medio y el
camino para llegar a una imagen del mundo, a una visión metafísica del universo. Podemos decir, pues,
en conclusión: la filosofía es un intento del espíritu humano para llegar a una concepción del universo
mediante la autorreflexión sobre sus funciones valorativas teóricas y prácticas.
Hemos obtenido esta definición esencial de la filosofía por un procedimiento inductivo. Pero
podemos completar este procedimiento inductivo con un procedimiento deductivo. Este consiste en
situar la filosofía dentro del conjunto de las funciones superiores del espíritu, en señalar el puesto que
ocupa en el sistema total de la cultura. El conjunto de las funciones culturales arroja una nueva luz sobre
el concepto esencial de la filosofía que hemos obtenido.
Entre las funciones superiores del espíritu y de la cultura contamos la ciencia, el arte, la religión y
la moral. Si ponemos en relación con ellas la filosofía, ésta parece distar más de la esfera de la cultura
últimamente nombrada, de la moral. Si la moral se refiere al lado práctico del ser humano, puesto que
tiene por sujeto la voluntad, la filosofía pertenece por completo al lado teórico del espíritu humano. Con
esto la filosofía parece entrar en la vecindad de la ciencia. Y, en efecto, existe una afinidad entre la
filosofía y la ciencia en cuanto que ambas descansan en la misma función del espíritu humano, en el
pensamiento. Pero ambas se distinguen, como ya se ha indicado, por su objeto. Mientras que las ciencias
especiales tienen por objeto parcelas de la realidad, la filosofía se dirige al conjunto de ésta. Cabría, no
obstante, pensar en aplicar el concepto de la ciencia a la filosofía. Bastaría distinguir entre ciencia
particular y ciencia universal y llamar a esta última, filosofía. Pero no es lícito subordinar la filosofía a la
ciencia, como a un género más alto, y considerarla de esta suerte como una determinada especie de
ciencia. La filosofía se distingue de toda ciencia, no sólo gradual, sino esencialmente, por su objeto. La
totalidad de lo existente es más que una adición de las distintas parcelas de la realidad, que constituyen
el objeto de las ciencias especiales. Es frente a éstas un objeto nuevo, heterogéneo. Supone, pues, una
nueva función por parte del sujeto. El conocimiento filosófico, dirigido a la totalidad de las cosas, y el
científico, orientado hacia las parcelas de la realidad, son esencialmente distintos, de suerte que entre la
filosofía y la ciencia impera la diversidad, no sólo en sentido objetivo, sino también subjetivo.
¿Qué relación guarda ahora la filosofía con las dos restantes esferas de la cultura, con el arte y la
religión? La respuesta es: existe una honda afinidad entre estas tres esferas de la cultura. Todas ellas
están entrelazadas por un vínculo común, que reside en su objeto. El mismo enigma del universo y de la
vida se halla frente a la poesía, la religión y la filosofía. Todas ellas quieren en el fondo resolver este
enigma, dar una interpretación de la realidad, forjar una concepción del universo. Lo que las diferencia
es el origen de esta concepción. Mientras la concepción filosófica del universo brota del conocimiento
racional, el origen de la concepción religiosa del mismo está en la fe religiosa. El principio de que
procede y que define su espíritu es la vivencia de los valores religiosos, la experiencia de Dios. Por eso,
mientras la concepción filosófica del universo pretende tener una validez universal y ser susceptible de
una demostración racional, la aceptación de la concepción religiosa del universo depende, por modo
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decisivo, de factores subjetivos. El acceso a ella no está en el conocimiento universalmente válido, sino
en la experiencia personal, en las vivencias religiosas. Existe, pues, una diferencia esencial entre la
concepción religiosa del universo, y la filosófica; y, por ende, entre la religión y la filosofía.
La filosofía es también esencialmente distinta del arte. Como la concepción del universo, que
tiene el hombre religioso, la interpretación que da de él el artista no procede del pensamiento puro.
También ella debe su origen más bien a la vivencia y a la intuición. El artista y el poeta no crean su obra
con el intelecto, sino que la sacan de la totalidad de las fuerzas espirituales. A esta diversidad de
funciones subjetivas se agrega una diferencia en el sentido objetivo; el poeta y el artista no están atentos
directamente a la totalidad del ser, como el filósofo. Su espíritu se dirige, en primer término, a un ser y
un proceso concretos. Y al representar éstos, los elevan a la esfera de la apariencia, de lo irreal. Lo
peculiar de esta representación consiste en que en este proceso irreal se manifiesta el sentido del
proceso real; en el proceso particular se expresa el sentido y la significación del proceso del universo. El
artista y el poeta, interpretando primordialmente un ser o un proceso particulares, dan indirectamente
una interpretación del conjunto del universo y de la vida.
Si intentamos definir, en resumen, la posición de la filosofía en el sistema de la cultura, debemos
decir lo siguiente: la filosofía tiene dos caras: una cara mira a la religión y al arte; la otra a la ciencia.
Tiene de común con aquéllos la dirección hacia el conjunto de la realidad; con ésta, el carácter teórico.
La filosofía ocupa, por ende, su puesto, en el sistema de la cultura, entre la ciencia por un lado y la
religión y el arte por otro, aunque está más cercana de la religión que del arte, puesto que también la
religión se dirige inmediatamente a la totalidad del ser y trata de interpretarla.
De este modo hemos completado nuestro procedimiento inductivo con otro deductivo. Situando
la filosofía dentro del conjunto de la cultura, poniéndola en relación con las distintas esferas de la
cultura, hemos confirmado el concepto esencial de la filosofía que habíamos obtenido y hecho resaltar
claramente sus distintos rasgos.
2. La posición de la teoría del conocimiento en el sistema de la filosofía
Nuestra definición esencial tiene por consecuencia una división de la filosofía en diversas
disciplinas. La filosofía es, en primer término, según vimos, una autorreflexión del espíritu sobre su
conducta valorativa teórica y práctica. Como reflexión sobre la conducta teórica, sobre lo que llamamos
ciencia, la filosofía es teoría del conocimiento científico, teoría de la ciencia. Como reflexión sobre la
conducta práctica del espíritu, sobre lo que llamamos valores en sentido estricto, la filosofía es teoría de
los valores. Mas la reflexión del espíritu sobre sí mismo no es un fin autónomo, sino un medio y un
camino para llegar a una concepción del universo. La filosofía es, pues, en tercer lugar, teoría de la
concepción del universo. La esfera total de la filosofía se divide, pues, en tres partes: teoría de la ciencia,
teoría de los valores, concepción del universo.
Una mayor diferenciación de estas partes tiene por consecuencia la distinción de las disciplinas
filosóficas fundamentales. La concepción del universo se divide en metafísica (que se subdivide en
metafísica de la naturaleza y metafísica del espíritu) y en concepción o teoría del universo en sentido es‐
tricto, que investiga los problemas de Dios, la libertad y la inmortalidad. La teoría de los valores se divide,
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con arreglo a las distintas clases de valores, en teoría de los valores éticos, de los valores estéticos y de
los valores religiosos. Obtenemos así las tres disciplinas llamadas ética, estética y filosofía de la religión.
La teoría de la ciencia, por último, se divide en formal y material. Llamamos a la primera lógica, a la
última teoría del conocimiento.
Con esto hemos indicado el lugar que la teoría del conocimiento ocupa en el conjunto de la
filosofía. Es, según lo dicho, una parte de la teoría de la ciencia. Podemos definirla, como la teoría
material de la ciencia o como la teoría de los principios materiales del conocimiento humano. Mientras
que la lógica investiga los principios formales del conocimiento, esto es, las formas y las leyes más
generales del pensamiento humano, la teoría del conocimiento se dirige a los supuestos materiales más
generales del conocimiento científico. Mientras la primera prescinde de la referencia del pensamiento a
los objetos y considera aquél puramente en sí mismo, la última fija su vista justamente en la significación
objetiva del pensamiento, en su referencia a los objetos. Mientras la lógica pregunta por la corrección
formal del pensamiento, esto es, por su concordancia consigo mismo, por sus propias formas y leyes, la
teoría del conocimiento pregunta por la verdad del pensamiento, esto es, por su concordancia con el
objeto. Por tanto, puede definirse también la teoría del conocimiento como la teoría del pensamiento
verdadero, en oposición a la lógica, que sería la teoría del pensamiento correcto. Esto ilumina a la vez la
fundamental importancia que la teoría del conocimiento posee para la esfera total de la filosofía. Por eso
es también llamada con razón la ciencia filosófica fundamental, philosophia fundamentalis.
Suele dividirse la teoría del conocimiento en general y especial. La primera investiga la referencia
del pensamiento al objeto en general. La última hace tema de investigaciones críticas los principios y
conceptos fundamentales en que se expresa la referencia de nuestro pensamiento a los objetos.
Nosotros empezaremos, naturalmente, por la exposición de la teoría general del conocimiento. Pero
antes echemos una ojeada sobre la historia de la teoría del conocimiento.
3. La historia de la teoría del conocimiento
No se puede hablar de una teoría del conocimiento, en el sentido de una disciplina filosófica
independiente, ni en la Antigüedad ni en la Edad Media. En la filosofía antigua encontramos múltiples
reflexiones epistemológicas, especialmente en Platón y Aristóteles. Pero las investigaciones epis‐
temológicas están ensartadas aún en los textos metafísicos y psicológicos. La teoría del conocimiento
como disciplina autónoma aparece por primera vez en la Edad Moderna. Como su fundador debe
considerarse al filósofo inglés John Locke. Su obra maestra, An Essay Concerning Human Understanding
(Ensayo sobre el entendimiento humano), aparecida en 1690, trata de un modo sistemático las
cuestiones del origen, la esencia y la certeza del conocimiento humano. Leibniz intentó en su obra
Nouveaux essais sur l´entendement humain (Nuevos ensayos sobre el entendimiento humano), editada
como póstuma en 1765, una refutación del punto de vista epistemológico defendido por Locke. Sobre los
resultados obtenidos por éste edificaron nuevas construcciones en Inglaterra George Berkeley, en su
obra A Treatise Concerning the Principles of Human Knowledge (Tratado de los principios del
conocimiento humano, 1710), y David Hume, en su obra maestral Treatise on Human Nature (Tratado de
la naturaleza humana, 1739‐1740), y en la obra más breve Enquiry Concerning Human Understanding
(Investigación sobre el entendimiento humano, 1748).
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