Bailarina y ¿mujer fatal?

Mata Hari, la trágica historia de la ¿espía? más famosa del mundo

Mata Hari

Mata Hari

Retrato de 1900.

©Rue des Archives/PVDE / Cordon Press

Margaretha Geertruida Zelle, más conocida por su nombre artístico Mata Hari, ha sido identificada durante más de un siglo como la “mujer fatal” por excelencia. Pero esta bailarina neerlandesa tuvo en realidad una vida muy desgraciada: casada con un hombre que la maltrataba, se hizo pasar por una princesa de Java y se labró una carrera como bailarina erótica, convirtiéndose después en una cortesana de la élite europea. Sus vida terminó bruscamente cuando, tras aceptar encargos de espionaje por necesidad económica, fue acusada de ser una agente doble y fusilada por los franceses en 1917.

La trampa del amor

Margaretha nació el 7 de agosto de 1876 en Leeuwarden (Países Bajos) en el seno de una familia medianamente acomodada, al menos lo suficiente para enviarla a estudiar a una escuela privada de magisterio. Entrada en la adolescencia su belleza empezó a procurarle problemas: el director de la escuela comenzó a flirtear con ella y, aunque no está claro si ella llegó a involucrarse o si fue víctima de acoso, el resultado fue que su padrino y tutor decidió sacarla de la institución.

Cumplidos los 18 años sin haber terminado sus estudios, Margaretha respondió a un curioso anuncio del periódico: Rudolf MacLeod, un capitán del ejército de las Indias Orientales Neerlandesas (hoy Indonesia) veinte años mayor que ella, buscaba esposa. En realidad parece que el anuncio fue publicado por un amigo del capitán para gastarle una broma, pero Margaretha respondió y, tras una entrevista, se prometieron y se casaron pocos meses después, trasladándose a vivir a la isla de Java.

Margaretha Zelle en 1895, probablemente luciendo su vestido nupcial

Margaretha Zelle en 1895, probablemente luciendo su vestido nupcial

Foto: Fries Museum

Sin embargo, no fue en absoluto un matrimonio feliz. MacLeod cayó en el alcoholismo y empezó a maltratar a su esposa; el capitán era un personaje antipático a muchos y la familia sufrió un intento de envenenamiento por parte de un miembro del servicio doméstico, que causó la muerte de su hijo de dos años, Norman. La pareja regresó a Europa en 1902, separándose a los pocos años; a Margaretha le quedaba el apoyo de su otra hija, Jeanne, pero durante una visita a MacLeod este se negó a dejarla volver con su madre.

La leyenda de la princesa de Java

Desde su regreso a Europa, Margaretha tuvo que sobrevivir por su cuenta y creó el personaje que se convertiría en su alias: Mata Hari, que en malayo significa “ojo del día”, en referencia al sol. Durante los años que había vivido en Indonesia había adquirido un conocimiento superficial de la cultura local, lo bastante convincente como para engatusar al público europeo que, en su inmensa mayoría, desconocía totalmente aquella parte del mundo. Así, se inventó una historia personal según la cual era una princesa de Java que había sido iniciada en las danzas sacras del hinduismo y, aunque estas poco tenían que ver con sus bailes, su atrevido atuendo hizo que nadie se molestase en averiguar si la actuación o la puesta en escena eran fidedignas.

Mata Hari bailando en un espectáculo de 1905 en el Musée Guimet

Mata Hari bailando en un espectáculo de 1905 en el Musée Guimet

Foto: Gabriella Asaro (CC)

Instalada en París, empezó a trabajar en un circo y protagonizó un ascenso fulgurante a la fama que le permitió dar el salto a las salas de espectáculos y pronto a las fiestas privadas, convirtiéndose en la bailarina más famosa y cotizada de la capital francesa. Su atuendo se hizo cada vez más revelador y, aunque se publicitaba como bailarina exótica, habría sido más exacto decir erótica: mientras bailaba se iba despojando de las escasas telas que llevaba hasta el punto de quedarse casi desnuda, con la excepción de un peto enjoyado que le cubría los senos y que fue la única pieza que siempre se negó a quitarse, al parecer debido a que se sentía acomplejada por su pequeño busto.

Su fama, sin duda reforzada por su principesca biografía ficticia, le permitió ganarse bien la vida y relacionarse con la élite, convirtiéndose en amante de personajes ricos y poderosos. Pero todo eso se le giró en contra cuando su ex marido se negó a devolverle a su hija, puesto que a ojos de la sociedad era una mujer lujuriosa y no disponía de los apoyos necesarios para iniciar un proceso legal contra un capitán del ejército colonial. Además, a los pocos años empezaron a surgir imitadoras más jóvenes y atrevidas que ella, por lo que aceptó también trabajos como modelo erótica, posando casi desnuda salvo por su irrenunciable peto enjoyado.

Mata Hari con su característico peto y tocado, fotografiada en 1910

Mata Hari con su característico peto y tocado, fotografiada en 1910

Foto: Cordon Press

La espía que no lo fue

Margaretha se acercaba a los cuarenta años y su fortuna tal vez habría podido durar un tiempo más de no ser por el estallido de la Primera Guerra Mundial en 1914. Muchos de sus amantes eran militares que fueron movilizados y ella, que había llegado a depender bastante de su apoyo económico, se vio de nuevo en dificultades.

En ese contexto, ambos bandos involucrados en la guerra le ofrecieron aprovechar su fama para actuar como espía seduciendo a oficiales del enemigo, ya que como ciudadana de un país neutral podía moverse libremente por Europa. Los primeros en contactarla fueron los alemanes y más tarde los franceses; al parecer no informó a estos últimos de la oferta previa de los alemanes para evitar suspicacias, una precaución que más tarde se le volvería en contra: Georges Ladoux, jefe del Deuxième Bureau -el servicio de inteligencia francés- se enteró de dichos contactos y sospechó que fuese una agente doble, por lo que la hizo arrestar y la acusó de espionaje.

Margaretha Zelle fotografiada en 1914 o poco antes

Margaretha Zelle fotografiada en 1914 o poco antes

Foto: Ullstein Bild /Cordon Press

Como se supo años más tarde, Mata Hari no fue la espía fatal cuya leyenda ha trascendido: las pocas informaciones que reveló eran casi todas simples cotilleos e historias picantes acerca de la vida íntima de algunos oficiales, y los escasos datos que realmente interesaban a la inteligencia militar eran anticuados y probablemente sacados de los periódicos de los países neutrales, no sujetos a la censura de guerra. Además, ella siempre sostuvo que no había dado a los alemanes ninguna información de valor a pesar de la oferta que le hicieron -algo que el propio gobierno alemán secundó al publicar en 1930 un dossier sobre sus actividades- porque lo habría considerado una traición a Francia, su país de adopción. De ahí la famosa frase que supuestamente pronunció durante el juicio: “¿Una ramera? Sí, pero una traidora, ¡nunca!”.

Mata Hari fue condenada a muerte en un proceso muy irregular en el que no se garantizaron sus derechos de defensa y se presentaron pruebas fabricadas por los propios mandos de la inteligencia francesa

Es probable que ni siquiera el Deuxième Bureau creyera en su culpabilidad y que necesitara una cabeza de turco a la cual atribuir la responsabilidad de las graves pérdidas francesas durante la guerra: durante el juicio los agentes de inteligencia desmontaron la historia de la “princesa de Java”, pero la usaron convenientemente como prueba de que se trataba de una mujer que había vivido del engaño. Ninguno de sus amantes intervino para salvarla y fue condenada a muerte, acusada de haber provocado con su supuesto espionaje la muerte de más de 50.000 soldados, en un proceso muy irregular en el que no se garantizaron sus derechos de defensa y se presentaron pruebas fabricadas por los propios mandos de la inteligencia francesa.

Al amanecer del 15 de octubre de 1917, Mata Hari fue asesinada por un pelotón de fusilamiento al que, según escribió la prensa americana, afrontó vestida de amazona y al que lanzó un beso de despedida. No se dispone de ninguna foto de esos últimos momentos, así que no se puede afirmar que este relato no fuera sino el epílogo de su leyenda personal, que le permitió sobrevivir pero al final le costó la vida.

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