La muerte de Lucrecia
1501 - 1550. Óleo sobre tabla, 48 x 38 cmNo expuesto
La obra se menciona en el inventario de los bienes que Isabel de Farnesio poseía en el Palacio de San Ildefonso de la Granja en 1746: 688-Otro en tabla de mano de Julio Romano Lucrecia hiriéndose con vn puñal de media vara y quatro dedos de alto media menos de tres de ancho. Figura con el mismo número, atribuido al mismo pintor, aunque con medidas algo distintas en los inventarios del mismo Real Sitio de 1774 y 1814 (en este último se dice escuela de Julio Romano). Corresponde a la pintura de este tema vista por Ponz (T X, p. 151) en la pieza que se sigue a habitación de los Príncipes: por de Julio Romano se estima. El profesor Díaz Padrón ha localizado esta pintura en los antiguos inventarios mencionados y la ha atribuido al Maestro del Papagayo (Ruiz Manero, 1996: 193).
El Maestro del Papagayo es un interesante pintor de la primera mitad del siglo XVI flamenco, que dio a conocer Friedländer en uno de sus últimos estudios. El estilo idealista de este pintor hace que se confunda a veces con el Maestro de las Medias Figuras y con el Maestro del Hijo Pródigo. Tampoco le faltan atribuciones a nombres más prestigiosos como Gossaert y Van Orley. El dolor y la amargura de esta pintura rompe el esquema formal típico en el pintor, por lo general, ajeno a tensiones dramáticas y condicionado en una dulce y pasiva reserva. Este rasgo del pintor también está presente en la obra del Prado ya que el suicidio de Lucrecia no conlleva la crispación de las versiones de Joos van Cleve y de Lucas Cranach en los Museos Ruzicka-Stiftuna de Zurich y la Universidad de Houston; ni la fría contención de Benson en la tabla de la colección de los Marqueses de Gentile en Génova. En la tabla del Museo del Prado la espada penetra limpiamente en la carne de la joven patricia, a la par que apoya la mano izquierda en el corazón: inquebrantable afirmación de su verdad, demandando del espectador la atención a su juramento. En la actitud de la mano hay influencias formales de las Venus clásicas. La muerte de Lucrecia responde al clima del humanismo cristiano que está en boga en la época, alentado por la corte borgoñona con implicaciones en España. Recuérdese que tres pinturas del mismo tema poseyó la princesa Margarita, tratándolo maestros relativamente muy próximos en el tiempo y lugar como el Maestro de las Media Figuras y el Maestro del Hijo Pródigo, Coecke, Bernard van Cleve, Gossaert, van Orley y otros. En todas hay la misma intencionalidad estética y moral. Para el humanismo cristiano aquella historia era un símbolo de la Virtud que predicaba. El Maestro del Papagayo siguió los prototipos y temas de sus contemporáneos más próximos, hecho que ha dificultado siempre su estudio. Igual que el Maestro del Hijo Pródigo, la figura la prolonga hasta las rodillas, e igual que el Maestro de las Medias Figuras, afirma la quietud. Media el camino entre el clasicismo de Benson y el exasperado dramatismo de Joos van Cleve y Lucas Cranach. También valora esta medida, la mesura del adorno. El collar de perlas finas que cruza el pecho de Lucrecia dista de la austeridad de Benson y la recargada indumentaria del maestro alemán. Las versiones de los Museos del Prado y de Amsterdam están más próximas a la manera de Gossaert. Además de la actitud, es similar la factura cuidada y la vivacidad del colorido metálico del puño y la hoja de la espada. Cabe insistir en la postura de la mano en el pecho, análoga en la Venus de Médicis, Louvre y Capitolina. Sugestiones que pudieron venirle al Maestro del Papagayo de dibujos del mismo Gossaert.
El pintor bebió de las narraciones de Ovidio y de Tito Livio, aunque ajustándolas a su personal manera de sentir. Muy posiblemente utilizó -por más directo y emotivo- el texto que de la trágica historia narra Ovidio. La expresión dolorida de Lucrecia no está falta de dulzura. La muerte le llega en un éxtasis: en la dulce resignación heroica y con la seducción que preconiza el humanismo nórdico como forma de vida. Esta Lucrecia, igual que algunas Venus, transmite a través de su imagen un sentimiento moral que denuncia a la vez un trasfondo religioso.
Díaz Padrón, Matías, Una tabla del Maestro del Papagayo atribuida a Heinrich Aldegrever en el Museo del Prado. Boletín del Museo del Prado, 1983, p.97-103