Lesson of the Evil | Crítica | Película

Lesson of the Evil

Mack the Knife Por Manu Argüelles

Uno de los directores que reclamaba a gritos un homenaje por parte del Festival de Sitges era el que sin duda recibe este año los honores. Me refiero a Takashi Miike, un habitual dentro del certamen, algo que por otra parte nos obliga a reconocer al festival como una de las principales instituciones que ha contribuido a la penetración de su cine dentro nuestro país, desde un ya lejano Audition (Ôdishon, 1999), posiblemente el punto de inflexión en su carrera que le permitió traspasar fronteras (el otro gran momento de difusión internacional se correspondería con Ichi the Killer). Los habituales ya saben de sobras que si algo no falla en Sitges, es la/s nueva/s entrega del hiperactivo director nipón. Este año, aparte de contar con su presencia y publicar un libro sobre su prolífica carrera, se presentan dos nuevos trabajos, Lesson of the Evil y Shield of Straw. Buena elección que esta edición haya sido la elegida, porque las dos películas que se han presentado le hacen completa justicia a los méritos y logros atesorados tras su larga trayectoria.

Lesson of the evil

Atrás quedaron los años de cine extremo y su explotación del ámbito de la yakuza. Si bien es cierto que siempre ha manejado gran variedad de tonos y texturas, aquel tipo de cine ultraviolento era el que resultaba más llamativo en cuanto rebasaba con contundencia los límites del buen gusto, haciendo defensa a ultranza del exceso, de la hipervisibilidad y de la ruptura de las fronteras morales. El protagonista de Lesson of the Evil, el señor Hasumi, ese profesor de inglés, atractivo, carismático y en apariencia comprensivo con sus alumnos, pertenece por derecho propio a esa larga carrera de personajes completamente amorales de su cine, o mejor dicho, de aquellos outsiders inflitrados en el flujo urbano cotidiano que construyen su propio código lejos de los dictados que delimitan el bien y el mal. Miike rechaza cualquier psicologismo que trate de justificar la patología de su personaje. Evitará cualquier explicación, tics muy habituales cuando se explora la mente enferma de un psicópata. De hecho, permanecerá en esa zona de oscuridad, suficientemente opaco para que el aspecto inquietante perdure, por mucho que progresivamente se vayan sustrayendo las pieles y vayamos alcanzando el instinto asesino, cada vez con mayor clarividencia. A su manera él actúa como un contundente ángel exterminador, pero Miike se resiste a facilitarnos suficientes claves que nos permitan comprender sus motivaciones o su lógica. En cierta manera, tal como se van produciendo los acontecimientos, parece entenderse a sí mismo como una especie de ángel (exterminador). Anida en él cierto sentido de la justicia cuando se implica en las problemáticas de sus alumnos, aunque poco a poco veremos cómo ese concepto está completamente retorcido y distorsionado. De esta manera, el desarrollo del largometraje que nos conduce a la tensísima y sofocante espiral de destrucción del tramo final está guiado con un fin claro. Miike nos propone en Lesson of the Evil un trayecto en el que arrancamos desde el bien para conducirnos al mal absoluto. Y todo emerge desde la misma persona.

Merece detenerse en dos rasgos que casi actúan como leitmotiv y sirven para caracterizar el personaje. Por un lado, la canción Die Moritat von Mackie Messer compuesta por Bertolt Brecht y Kurt Weill, pieza de 1928 que el protagonista escuchará de forma obsesiva en su soledad y que actúa como telón de fondo musical para el asesinato del principio, el primero, el de sus propios padres, y que después funcionará como un hilo musical que recorre toda la trayectoria del personaje en el colegio donde está ejerciendo como profesor. Apuntemos el sarcasmo de Miike cuando escuchamos la misma canción traducida al inglés, Mack the Knife, momento que se utiliza para ilustrar el flashback donde comprobamos cómo se constituye como psycho killer, justamente en su estancia en terreno occidental. De esta manera, en sus dos versiones, la canción y su letra sirven para definirnos al personaje, para desvelarnos la raíz asesina del personaje, escondida en la primera mitad.

Por otro lado, la desnudez. El personaje acostumbra a estar desnudo cuando está recogido en su casa. Es como una forma de desprenderse del manto de la civilización, de aquellos principios sociales que regulan el orden. En su cuerpo sin ropa está el contacto consigo mismo, su conexión con su propia identidad, el mal absoluto despojado de la sociedad. También cuando era adolescente comete aquel asesinato fundacional desnudo con un cuchillo. El personaje se remite continuamente a aquel instante primigenio, a ese momento en el que florece su instinto. Como un despertar a la sexualidad, esa erótica del cuerpo desnudo, en su caso es el despertar al impulso homicida. En su vida adulta, parece existir un único mecanismo, el eterno retorno a ese eje cardinal, el parricidio como génesis de la eclosión de la violencia. Lo que estaba en su seno emerge y desde entonces ya no hay momento de parar.

Lesson of the Evil 2

¿Y cómo se desencadena la violencia? A medida que el personaje se siente arrinconado. En cuanto hay peligro de que se vaya revelando su auténtica identidad, en cuanto la máscara está amenazada con caer, el personaje actúa y libera su total ímpetu de aniquilamiento. Primero como una reacción de supervivencia, como un gesto salvaje y despiadado con tal de preservar su secreto. A medida que el profesor está cada vez más amenazado, en cuanto la tensión crece sobre él, el crimen va alcanzando mayor magnitud hasta llegar a la matanza final, un acto final donde el terror es la definitiva no salida. Ese fue el peligro que le hizo asesinar a sus progenitores, cuando descubren algo que él había querido mantener escondido. Esa misma situación se vuelve a repetir en una escala hiperbólica y los efectos son devastadores.

Por consiguiente, la fuerza recae sobre el débil, el adolescente, siempre sometido por parte del adulto. Una perversa visión del efecto que los adultos ejercen sobre ellos, algo cínicamente remarcado cuando el film se ubica en un entorno educativo. Al principio él se alinea con ellos, con el nespotismo del profesor de gimnasia que chantajea a una alumna para acostarse con ella o el rechazo frontal que él manifiesta frente a las relaciones sexuales que tiene el profesor de arte con uno de sus alumnos. En cuanto vemos que Hasumi lo que quiere es sacar provecho de ello y que tampoco le importa mantener relaciones sexuales con una alumna, se desenmascara la buena acción y la bondad. Una figura que aparece en el apartamento que el profesor de arte le cede a nuestro protagonista actúa como un símbolo de la situación del joven. Viven atrapados en una jaula, como si fuesen un frágil pájaro, él se identifica con un cuervo, hábil metáfora de lo que será el acto final, cuando el asesino los acorrala y encierra en el instituto para ir matándolos a todos.

Lesson of the Evil 3

¿Y cómo nos lleva a través de esta intensa y desquiciada pesadilla, en este demoledor ambiente de despiadado exterminio, donde las víctimas van cayendo por docenas? Recuerdo hace algunos años cuando nos sorprendió gratamente, porque no nos esperábamos que Miike abrazase la pulcritud y el refinado academicismo, haciéndose acopio de la solemnidad en su remake de 13 asesinos (Jûsan-nin no shikaku, 2010). Aquella terminaba también en un auténtico tour de force, una batalla campal épica y fascinante que aquí se vuelve terrorífica y desasosegante matanza. Lesson of the Evil, por su mezcla de géneros, una teen pic ambientada en un instituto como microcosmos que se resuelve como una película de terror con un psycho killer, me recuerda a Parade (Isao Yukisada, 2009); en aquella lo que parecía un retrato costumbrista de un grupo de jóvenes giraba también hacia la psicopatía de uno de ellos. Ambas se hacen acopio del clasicismo en las formas y de la morosidad en el tiempo de la narración. No hay lugar para barroquismos desopilantes de antaño, o de los que es partícipe ahora un Sion Sono. Tampoco hay grand guignol. Lesson of the Evil es un ejercicio depuradísimo y adulto, aunque la desmesura de la situación y la seca y despiadada sangre fría con la que ejecuta a sus víctimas diesen pie a ello. Brutal y sin concesiones, Miike está vez se propone helarnos la sangre. Y doy fe que lo consigue.

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