Había una vez en los bosques de Sherwood, un hombre de corazón noble y habilidades sin igual con el arco y la flecha. Se hacía llamar Robin Hood, el príncipe de los ladrones. Su leyenda se extendía por todo Nottinghamshire, donde las injusticias del sheriff eran moneda corriente.

Robin, junto a su leal banda de proscritos, se dedicaba a robar a los ricos para darle a los pobres. Su astucia y valentía eran conocidas por todos, desde el campesino más humilde hasta los nobles de los castillos.

Un día, el sheriff de Nottingham, harto de los robos de Robin, decidió tenderle una trampa. Ofreció una recompensa generosa por su captura, con la esperanza de acabar de una vez por todas con el “forajido del bosque”.

Pero Robin Hood era más sagaz de lo que el sheriff creía. Supo de la trampa y planeó un audaz plan para burlar a sus perseguidores. Con la ayuda de sus amigos Little John, Will Scarlet y Friar Tuck, ideó un plan para infiltrarse en el castillo del sheriff y recuperar todo el oro que había confiscado injustamente a los aldeanos.

La noche elegida para la incursión fue oscura y tormentosa. Robin y su banda se deslizaron entre las sombras, evitando a los guardias y llegando hasta la cámara del tesoro. Con habilidad y rapidez, recuperaron el oro y lo repartieron entre los necesitados.

Al amanecer, el sheriff descubrió su derrota y juró venganza, pero Robin Hood y sus compañeros ya estaban lejos, en lo profundo del bosque, donde la justicia y la libertad reinaban gracias a su valentía y generosidad.