Escándalo imperial

Mesalina

La joven esposa del emperador Claudio protagonizó toda clase de intrigas, adulterios y venganzas. Tras su muerte, la misoginia de los escritores romanos creó la leyenda de la emperatriz prostituta.

Símbolo de sensualidad. Mesalina, tercera esposa del emperador Claudio, ha pasado a la historia –muy probablemente de un modo injusto– como una mujer con un apetito sexual desenfrenado.

Símbolo de sensualidad. Mesalina, tercera esposa del emperador Claudio, ha pasado a la historia –muy probablemente de un modo injusto– como una mujer con un apetito sexual desenfrenado.

Escultura de la emperatriz por Eugène Brunet, 1884. Museo de Bellas Artes, Rennes.

Foto: Jean-Manuel Salingue / RMN-Grand Palais

Mesalina es una de las grandes villanas del Imperio romano. La tercera esposa del emperador Claudio es recordada hoy como la «emperatriz prostituta», la mujer más promiscua de Roma, la emperatriz ninfómana. La Mesalina del imaginario moderno es violenta, irracional, impulsiva, tiene un apetito sexual desbocado y es malvada. Cuando Charlotte Brontë, en su novela Jane Eyre, necesitaba un contrapunto malvado para su loca del desván decidió apodar a Bertha Rochester como «la Mesalina india». El escritor ruso Mijaíl Bulgákov incluyó a Mesalina como invitada en el baile de Satanás que describe en su novela El maestro y Margarita. Mesalina es la más escandalosa de las mujeres escandalosas que transgredieron los roles de género romanos, tanto en las fuentes antiguas como en la ficción moderna.

Cronología

Política, sexo y poder

20 d.C.

Nace Valeria Mesalina en Roma, hija de Marco Valerio Mesala Barbado y de Domicia Lépida.

38 d.C.

Con apenas 18 años, Mesalina se casa con Claudio, tío del emperador Calígula y 30 años mayor que ella.

41 d.C.

Tras el asesinato de Calígula, Claudio sube al trono y su esposa Mesalina se convierte en emperatriz.

42 d.C.

Mesalina intenta seducir a Apio Junio Silano, esposo de su madre, que la rechaza. Acusado de traición, es ejecutado.

47 d.C.

El senador Asiático y la aristócrata Popea Sabina la Mayor son obligados a suicidarse debido a las intrigas de Mesalina.

48 d.C.

Tras deshacerse de sus rivales políticos, se casa con Cayo Silio mientras Claudio está en Ostia. Éste ordena su ejecución.

En el año 38, cuando se casó con su primer y único marido, Tiberio Claudio César Augusto Germánico, Valeria Mesalina tenía como mucho 18 años. Su esposo tenía 47, se había divorciado dos veces y tenía dos hijos. Los cónyuges estaban emparentados, pues ambos descendían de Octavia, la hermana del emperador Augusto. Ese matrimonio fue un gran honor para Claudio, ya que sus esposas anteriores tenían un prestigio moderado en comparación con Mesalina. Su matrimonio coincidió con su tardía entrada en la vida pública, un indicio de que Claudio contaba con la aprobación de su sobrino Calígula, entonces emperador, y de que éste lo acercaba a la línea sucesoria.

Mesalina

Mesalina

En una evocación del pintor simbolista francés Gustave Moreau. Siglo XIX. Museo Gustave Moreau, París.

Foto: Philippe Fuzeau / RMN-Grand Palais

Mesalina seguramente se sentía menos entusiasmada por la boda. Su marido había sido toda su vida la vergüenza de su familia. Tenía discapacidades evidentes que llevaron a su madre (supuestamente) a referirse a él como un monstruo; a su tío abuelo Augusto, a prohibirle sentarse con el resto de la familia en público, y a su tío Tiberio, a excluirlo de todos los cargos públicos. La Roma imperial era un lugar hostil para los discapacitados y nadie lo sabía mejor que Claudio. En el momento de contraer matrimonio, Claudio no tenía ningún prestigio, ninguna dignitas, y aportaba poco salvo su linaje para realzar el de Mesalina. Cuesta imaginar que ésta sintiera emoción al ser entregada a un hombre treinta años mayor que ella y que ni siquiera tenía logros de los que ella pudiera alardear.

Una veinteañera en el poder

Los primeros años de su matrimonio son un misterio a causa de las lagunas de nuestra fuente principal, los Anales de Tácito, escritos siete décadas después de los hechos que relata. La pareja tuvo dos hijos en rápida sucesión, el segundo de los cuales apenas dos semanas después de que Claudio, de manera inesperada, se convirtiera en emperador. En efecto, cuando Calígula fue asesinado en enero del año 41, Claudio se refugió en el campamento de la guardia pretoriana y durante dos días negoció con el Senado para que lo aceptase como nuevo emperador. Mesalina se había casado con un hombre inexperto y poco prometedor que, de repente, superaba cualquier expectativa de
futuro que ella pudiera haber tenido. Con poco más de veinte años y preparada para una vida de ocio aristocrático, Mesalina se convirtió súbitamente en emperatriz. Entró en la historia unas semanas después de que su marido ascendiera al trono, al ser la primera mujer que daba a luz al hijo de un emperador romano.

Claudio y Mesalina

Claudio y Mesalina

Este camafeo, realizado hacia el año 45, muestra a la pareja imperial sobre un carro sembrando la abundancia en el Imperio. Biblioteca Nacional, París.

Foto: Erich Lessing / Album

Las lagunas en nuestras fuentes no nos permiten saber gran cosa sobre los primeros años del reinado de Claudio y Mesalina, ni sobre si ésta empezó a protagonizar escándalos desde buen principio. Los hombres romanos solían percibir a las mujeres como naturalmente corruptas, mientras que ellos eran los corrompidos (las víctimas). Esa desconfianza hacia el género femenino se manifestaba incluso en el derecho romano, que mantenía a las mujeres como menores de edad perpetuas, sin permitirles controlar ni siquiera sus propiedades. Por ello es improbable que Tácito tuviera algo bueno que decir sobre Mesalina en los fragmentos perdidos de sus Anales, relativos a los primeros años del gobierno de Claudio. En todo caso, cuando podemos retomar su narración en el año 47, el sexto del reinado de Claudio, Mesalina ya es un monstruo.

Emperador oculto

Emperador oculto

Esta pintura de Alma-Tadema recrea el momento en que Claudio, supuestamente oculto tras una cortina, es descubierto por los pretorianos y proclamado emperador.

Foto: Bridgeman / ACI

La primera vez que Mesalina aparece en la crónica de Tácito está manipulando a su marido para que castigue a dos de sus enemigos personales por motivos de codicia y de rivalidad sexual. Uno era Publio Valerio Asiático, riquísimo senador que recientemente había adquirido los hermosos jardines de Lúculo, que Mesalina deseaba para ella misma. La otra era Popea Sabina la Mayor, una aristócrata de gran belleza con quien Mesalina se disputaba los favores de un hombre. Tácito nos cuenta que la emperatriz orquestó una serie de acusaciones malévolas hasta lograr que Claudio condenara a muerte a Asiático sin juicio previo. Tras tomar un baño, el condenado se cortó estoicamente las venas, diciendo mientras moría que había escapado de los perversos Tiberio y Calígula, pero que había sido presa de las insidias de una mujer y de la credulidad de Claudio. Mesalina urdió después la ruina de Popea, que prefirió también el suicidio a la cárcel.

‘Anales’ de Tácito

‘Anales’ de Tácito

Página de un manuscrito iluminado del siglo XVI. Biblioteca Nacional Austríaca, Viena.

Foto: DEA / Album

Esto es algo que la Mesalina de Tácito hace con frecuencia: usa el sistema judicial y las funciones del Estado para vengarse de los que la traicionan, la rechazan sexualmente o despiertan sus celos. Manda a sus parientes al exilio y hace ejecutar a sus rivales. Le cuenta sueños y rumores falsos a su marido para asustarlo y que cumpla sus disparatados deseos femeninos. Mesalina convierte lo personal en político.

El gran escándalo

Entre los delitos que las fuentes atribuyen a Mesalina hubo uno que superó a los demás y que acabaría pagando con su vida. El hecho es narrado por Tácito con gran dramatismo y mencionado por otros autores con evidente regodeo porque era, con diferencia, lo más escandaloso que jamás había hecho públicamente una emperatriz romana.

La historia es la siguiente: en el año 48, Mesalina se enamoró de un hombre llamado Cayo Silio. Las fuentes discrepan sobre la disposición de Silio a corresponder a la pasión de la emperatriz; en Juvenal y Dion Casio es una víctima pasiva dominada por ella, en Tácito está entusiasmado con la relación. Mesalina lo colmó de valiosos regalos. Cuando su aventura se conoció públicamente, Silio se divorció de su mujer para consagrarse a su amante. A continuación, la pareja adúltera hizo algo tan inesperado y chocante que incluso a los autores antiguos les costaba creerlo: se casaron durante una breve ausencia de Claudio, quien marchó al puerto de Ostia. La boda fue en palacio. Luego tuvo lugar un festival dionisíaco para celebrar las fiestas de la vendimia, en el que Mesalina se desató los cabellos como una bacante, mientras que Cayo Silio se coronó con hiedra.

En brazos del gladiador

En brazos del gladiador

El supuesto carácter licencioso de Mesalina traspasó el tiempo, y la emperatriz fue representada en actitudes provocativas en numerosas obras por los artistas del siglo XIX. Joaquín Sorolla muestra aquí a la emperatriz en brazos de un gladiador. 1886.

Foto: Alamy / ACI

Los historiadores siguen debatiendo la realidad de estos hechos y su relevancia. ¿Fue una boda real o una mera representación? ¿Un intento de golpe de Estado o una broma disparatada? Para algunos historiadores, Mesalina era una «adolescente ninfómana» que actuaba impulsivamente. Para otros, la boda fue una intentona de golpe impulsada por la necesidad romántica de liberar a Mesalina de su matrimonio. Otros califican la jornada como una tentativa organizada para derrocar y matar a Claudio, enteramente motivada por la ambición política de gobernar. Se ha sugerido también que fue un intento por parte de la emperatriz de asegurar el ascenso al trono de su hijo Británico. En realidad, jamás sabremos la verdad sobre lo sucedido porque ninguno de los dos protagonistas vio el siguiente amanecer. Su boda, real o fingida, fue demasiado pública y los rumores llegaron a oídos de Claudio, que estaba en Ostia. Para darle la noticia suavemente, sus libertos enviaron a sus dos amantes favoritas a anunciarle que su mujer se había divorciado públicamente de él casándose con otro hombre.

Mesalina con su último amante

Mesalina con su último amante

Grabado que muestra a Mesalina con su amante Cayo Silio. Grabado en color de Las emperatrices romanas. 1888. 

Foto: White Images / Scala, Firenze

En el relato de Tácito, Claudio entró en pánico. Convencido de que Mesalina y Silio estaban dando un golpe, acudió a Roma para detenerlos. Trasladados al campamento de la guardia pretoriana, Silio y sus aliados fueron ejecutados en el acto por traición. Mesalina, por su parte, se había refugiado en los jardines de Lúculo, desde donde trató de apaciguar a su marido. Claudio titubeaba sobre lo que debía hacer con quien era su esposa desde hacía diez años, la madre de sus hijos y una mujer a la que –según todas las fuentes– amaba, así que decidió que la recibiría al día siguiente. Para impedir que Mesalina pudiera convencer a Claudio de que la perdonara, Narciso, uno de los principales ministros del emperador y que durante un tiempo había sido aliado de Mesalina, acudió a los jardines donde ella esperaba con su madre, e hizo que la mataran. Tácito comenta con desdén que Mesalina carecía hasta tal punto de la virtud propia de los romanos que ni siquiera fue capaz de quitarse la vida. Claudio fue informado de la muerte de su esposa aquella misma noche, pero ocultó en público cualquier sentimiento que aquella noticia hubiera podido suscitarle.

La muerte de Mesalina

La muerte de Mesalina

En presencia de su madre, Mesalina, con una daga en la mano, no se atreve a quitarse la vida. Narciso la impreca y un guardia pretoriano se apresta a matarla. Óleo de Victor-François Biennoury. 1850. Museo de Grenoble.

Foto: Dagli Orti / Aurimages

Esta boda es el crimen por el que Mesalina murió y por el que sus estatuas fueron destruidas en un acto típico de damnatio memoriae, de destrucción del recuerdo de una persona. Pero la emperatriz no es recordada por estos hechos sino porque el absoluto descaro de su matrimonio bígamo suscitó rumores, bromas y habladurías sobre ella y su sexualidad que eclipsaron todos sus actos en nuestro imaginario histórico.

Una leyenda misógina

Esas bromas y rumores se iniciaron pronto. Plinio el Viejo escribió en sus últimos años de vida, antes de su muerte en el año 79, una enciclopedia sobre fenómenos naturales en la que incluía reflexiones sobre la sexualidad de los mamíferos. Los humanos, comentaba Plinio, son los únicos animales que no tienen temporadas de celo y que jamás se sacian del sexo. Para ilustrarlo, explicaba al lector que la emperatriz Mesalina compitió con «la más noble y abnegada de entre las prostitutas» por ver cuál era capaz de estar con más amantes. Tras veinticinco «abrazos», Mesalina salió triunfante.

Una generación después, la anécdota era aún más escandalosa. En la sátira del poeta Juvenal sobre las razones de su odio a las mujeres, Mesalina, con el sobrenombre de Lycisca, es llamada simplemente la «meretriz imperial». Según Juvenal, Mesalina se disfrazaba cada noche con una peluca rubia, un color asociado con las prostitutas –pues muchas de ellas eran bárbaras–, y ocupaba un reservado en un burdel sucio y de baja estofa donde mantenía relaciones con hombres por dinero y por placer hasta que amanecía y la mandaban de vuelta a casa, «exhausta pero aún insatisfecha».

Orgías imperiales

Orgías imperiales

Una de las supuestas orgías de la emperatriz Mesalina, que preside la escena, se representa en este óleo del artista italiano Federico Faruffini. Siglo XIX.

Foto: DEA / Album

En el año 220, cuando Dion Casio escribió su Historia romana, el burdel imaginario de Mesalina se había trasladado al palacio imperial, donde la emperatriz invitaba a hombres que pagaban por acostarse con ella y con otras aristócratas a las que obligaba a participar. Dion también narra el desagradable caso de un famoso bailarín llamado Mnéster que se convirtió en objeto de los poco gratos e irrefrenables deseos de Mesalina. El bailarín la rechazó repetidamente, hasta que Mesalina acudió a su marido para protestar porque Mnéster no la obedecía, fingiendo que se trataba de mera insubordinación. Claudio, en su ignorancia, ordenó a Mnéster que hiciera todo lo que su mujer le mandase, por lo que aquél se vio obligado a ceder al interés sexual de Mesalina. Esta escena está directamente extraída de la comedia griega y romana: el marido estúpido y la mujer taimada, infiel y sexualmente voraz son personajes arquetípicos del teatro antiguo. En todo caso, la historia demuestra que la caída de Mesalina fue tan dramática y escandalosa que cualquier cosa que se dijera de ella resultaba verosímil.

Mesalina, de incógnito

Mesalina, de incógnito

En plena noche, a punto de entrar en un lupanar para prostituirse. Grabado. 1888.

Foto: White Images / Scala, Firenze

Estos relatos sirven para deslegitimar a Mesalina, presentándola como una verdadera villana en el ámbito político, y nos muestran cómo funciona la misoginia romana –y la moderna–. En las fuentes que pretenden narrar la historia (Tácito, Suetonio e incluso Dion Casio), Mesalina es promiscua, pero también inteligente, calculadora y cruel. Conspira con sus aliados, en el hogar y en el Senado, para urdir planes y destruir enemigos. Usa los tribunales y un círculo de amigos para atormentar a sus víctimas con pleitos constantes hasta que se quitan la vida. Dirige una red de espías e informadores que abarca toda la ciudad. Recopila información y la traslada con cautela a su marido para dominarlo y controlar así el Imperio. Todas estas imputaciones son indiscutiblemente malévolas, pero demuestran cierto respeto por Mesalina como persona plena y compleja.

El palacio de los placeres

El palacio de los placeres

Los autores clásicos atribuyeron a Mesalina la celebración de desenfrenadas orgías en el palacio imperial, en el Palatino, donde según ellos invitaba a sus amantes cuando su marido, el emperador Claudio, estaba ausente. En la imagen, el Palatino visto desde el Foro de Roma.

Foto: Corbin Adler / Alamy / ACI

Sin embargo, no son ésas las historias que nosotros repetimos. Nos complacemos en otras: desde Plinio y Juvenal hasta Charlotte Brontë y Bulgákov, Mesalina es recordada solamente como una mujer lasciva y adúltera. No es un actor político ni una persona pública, sólo una mujer común repulsivamente sexual. Las historias sobre sus maratones sexuales o su trabajo en un burdel barato la alejan de la esfera masculina pública del gobierno y la política, devolviéndola al que se percibe como su verdadero lugar: el ámbito doméstico y privado de la esposa y madre. Se eliminan sus aristas para colocarla en la categoría más simple de villana, de una mujer a la que sólo le interesa el sexo.

Lo realmente escandaloso en Mesalina fue que rebasó demasiado abiertamente los límites marcados a una mujer en la despiadada política del sistema imperial romano. Recordarla sólo como la «meretriz imperial» o «la mujer más promiscua de Roma» es no hacerle justicia. Mesalina fue un escándalo mucho más complejo e interesante.

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Mesalina con su hijo Británico en brazos.

Mesalina con su hijo Británico en brazos.

Museo del Louvre, París.

Foto: RMN-Grand Palais

La importancia de ser un Julio

El prestigio de la familia Julia entre el pueblo se tuvo muy en cuenta al concertar la boda entre Claudio y su pariente Mesalina (la madre de ésta era prima del esposo), pasando por alto la gran diferencia de edad y de personalidades existente entre ambos. Se veía en los Julios a los continuadores de Julio César, de quien el emperador Augusto era sobrino-nieto. El matrimonio de Claudio y Mesalina hizo pensar que el poder en Roma quedaría ligado a la línea más «pura» de la dinastía Julio-Claudia, la que descendía directamente de Octavia, hermana de Augusto. Tiberio, Calígula y Claudio entroncaban por línea paterna con los Claudios, el linaje de Livia, la tercera esposa de Augusto, de la que descendían.

Dinastía Julio-Claudia

Dinastía Julio-Claudia

Este artículo pertenece al número 215 de la revista Historia National Geographic.

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