Citizen Hearst - Febrero 2011
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Cine Braille

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Todos estos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia

CITIZEN HEARST

El magnate de los medios William Randolph Hearst era, hace alrededor de un siglo, no sólo uno de los hombres más ricos y poderosos del mundo, sino también una figura internacional a la altura del Rey de Inglaterra o el Zar de Rusia. Hoy, merced al genio de Orson Welles, nos parece apenas una especie de borrador de carne y hueso de Charles Foster Kane, el personaje protagónico del filme más aclamado de la historia del cine, Citizen Kane (“El Ciudadano”). Pero ¿realmente Kane era Hearst? Con ustedes, una vida de este extraordinario personaje. [Publicado en Televicio Webzine en febrero de 2011].

 
DEL ORO A LOS LINOTIPOS
A mediados del siglo XIX, la Fiebre del Oro desatada en California atraía a miles de aventureros de todas partes del globo. Uno de ellos, un muy joven George Hearst, había llegado a ese inmenso territorio recorriendo a pie los más de dos mil kilómetros que lo separaban de su Missouri natal. Hizo una fortuna considerable en pocos años, y para 1863 era uno de los propietarios de la mayor corporación minera de Estados Unidos, Hearst, Haggin,Tevis and Co. El 29 de abril de ese año nació en San Francisco el único hijo que tuvo con Phoebe Apperson, al que llamó William Randolph. (Imagen de la derecha: George Hearst).
Además de destacado empresario minero, George Hearst fue un importante dirigente político del Partido Demócrata de California, siendo elegido miembro de la Asamblea del Estado, candidato a la gobernación en 1882 y senador nacional casi ininterrumpidamente entre 1886 y el día de su muerte, en 1891. Por su parte, su mujer no le iba en zaga en cuanto a diversidad de intereses: además de filántropa, feminista y partidaria del voto femenino, se convirtió al bahaísmo a los 56 años y fue una activa difusora de dicha fe.
El pequeño William cursó estudios en importantes colegios de Nueva Inglaterra y en Harvard, sufriendo varias expulsiones debido a su carácter bromista. Sin saber muy bien qué hacer con el joven, su padre lo envió un tiempo a México, donde trabó amistad con el corrupto dictador Porfirio Díaz. (En 1886 escribió a su madre que “realmente no sé qué nos impedirá apropiarnos de México entero y manejarlo a nuestra conveniencia”). Al año siguiente, William le pidió a su padre que le cediera el control de un diario de San Francisco que el entonces senador Hearst había recibido en pago por una deuda de juego (!): el Examiner. El padre aceptó, un tanto sorprendido por la solicitud. Pero William sabía lo que hacía.
Y DE LOS LINOTIPOS AL ORO
William Hearst apostó a convertir al Examiner en el principal diario del Estado, y pronto lo consiguió. La imprenta del periódico era una de las más modernas de la nación, y entre sus columnistas se encontraban figuras de la talla de Mark Twain, Ambrose Bierce y Jack London, pero el principal atractivo del Examiner era su tono populista. El diario de Hearst atacaba abiertamente los negocios sucios de las elites políticas y económicas de California en nombre de un público lector de clase trabajadora, llegando incluso a arremeter contra compañías que ¡también eran de su propiedad!
Gracias a un préstamo de su madre, en 1895 William probó suerte en la capital económica y cultural del país, Nueva York, comprando el New York Morning Journal. Era éste un diario que, pese a contar en su redacción con plumas como las de Stephen Crane y Julian Hawthorne (hijo de Nathaniel) languidecía a la sombra del New York World de Joseph Pulitzer. El Journal comenzó a imponerse en el duelo gracias a una maniobra que llevaba el sello de los Hearst: William directamente se llevó todo el staff de la edición dominical del diario de su rival, gracias a ofertas salariales imposibles de igualar. (Entre los que cambiaron de medio estaba el precursor historietista Richard Outcault, el autor de The Yellow Kid, y entre los que ingresaron posteriormente estaba otro historietista genial, George Herriman, el autor de Krazy Kat). La inmensa fortuna de los Hearst no sólo servía para pagar buenos sueldos, sino también para sostener un precio de venta muy accesible (apenas un centavo). Pero no sólo se trataba de abrirse camino a golpes de chequera: el éxito masivo del diario se debió en buena medida al abordaje sensacionalista de historias sobre crímenes y seudociencias, anunciadas en titulares llamativos y desarrolladas sin excesivos pruritos por la exactitud de los hechos descriptos. El diario duelo entre el Journal y el World hizo nacer, entonces, lo que hoy conocemos como periodismo amarillo (yellow journalism): la referencia al color viene a cuento del Yellow Kid (que había aparecido en ambos medios) y de un viejo matiz despectivo de la palabra yellow, hoy en desuso. 
El Journal no sólo enriquecía con detalles puramente imaginarios las descripciones de crímenes reales, sino que a menudo directamente los inventaba. Algunas de estas coberturas tuvieron consecuencias ominosas: la forma sensacionalista y mendaz en que los medios de Hearst cubrieron el caso de la muerte de la joven Virginia Rappe, en 1921, destruyó el matrimonio, la reputación pública y la carrera del actor cómico Roscoe Arbuckle.
Los blancos favoritos de las notas más prejuiciosas del Journal eran los inmigrantes mexicanos y los fumadores de marihuana. Solía publicar entrevistas inventadas, y acostumbraba a valerse de la diferencia horaria para reescribir las noticias publicadas en los matutinos londinenses y atribuírselas a inexistentes corresponsales europeos. El diario demostraba sensibilidad por los temas sociales: en una oportunidad publicó una nota sobre elmaltrato a las mujeres indigentes en un hospital de San Francisco que conmovió al país. Pero jamás citaba al entonces medianamente poderoso Partido Socialista de Eugene Debs en un contexto favorable, y con los años devino en fieramente anticomunista.
Uno de los aspectos más polémicos de la actuación pública de Hearst fue el decidido apoyo que sus medios brindaron a la intervención norteamericana en Cuba, una vez desatada la revuelta antiespañola encabezada por José Martí en 1895. (Por cierto, una muestra de una característica que diferenciaba a la cadena Hearst del provincianismo de sus competidores: el gran espacio que le asignaba a la información internacional). Sus diarios levantaban un testimonio tras otro de la brutalidad de la campaña de contrainsurgencia, dirigida con mano de hierro por el general Valeriano Weyler. Conviene aclarar que, si bien los detalles de esas historias podían ser (como sucedía a menudo) totalmente ficticios, la crueldad de la represión era imposible de negar, con centenares de miles de cubanos muriendo de hambre y sed en campos de concentración (1). La influencia de Hearst sobre la decisión del presidente William McKinley de entrar en guerra con España fue, en verdad, nula: ambos eran duros enemigos políticos. Lo que sí se debe, en buena medida, a la cadena Hearst, es el sostén popular al conflicto. (La famosa anécdota del millonario diciéndole a su corresponsal en Cuba “usted proporcióneme las imágenes, que yo le proporcionaré la guerra” es casi con seguridad falsa). (Imagen de la derecha: William Hearst).
Políticamente, el Journal era el único diario importante de la Costa Este de Estados Unidos que apoyaba la fallida cruzada del líder demócrata William Jennings Bryan a favor del bimetalismo: una corriente del pensamiento económico que fijaba el valor de la moneda con relación a un doble patrón (oro y plata) lo que, en teoría, debía impulsar el crecimiento económico al aumentar la oferta monetaria. (Recordemos que la economía global apenas salía entonces de la Larga Depresión de 1873-96, la peor crisis económica experimentada por el mundo capitalista hasta la Gran Depresión de 1929-39). Los agricultores, los industriales y los deudores hipotecarios estaban con Bryan; los poderosos intereses financieros de la Costa Este y los medios que les respondían, en contra. Está claro que esta apuesta de Hearst le granjeó abundantes antipatías en el seno de su propia clase social, riesgo que difícilmente vemos tomar a otros barones mediáticos, digamos los Murdoch de Estados Unidos y las Islas Británicas, los Berlusconi de Italia, los Marinho de Brasil, los Edwards y los Piñera de Chile, o nuestros Noble, Magnetto, Mitre, Saguier, Massot y Gainza Paz (2).
El comienzo del siglo XX vio a este consuetudinario donjuán casarse, en 1903, con Millicent Veronica Willson, una veinteañera corista de vodeviles de origen humilde, 19 años menor que su esposo. La pareja tuvo cinco hijos entre 1904 y 1915. Por esos años también se lo vio ingresar de lleno a la política, que era el objetivo final de sus afanes en el mundo de los medios. Demócrata como su padre, entre 1903 y 1907 integró la Cámara de Representantes por el Estado de Nueva York. Pero pronto se enfrentó a la conducción de su partido y fundó en 1904 la Liga de la Propiedad Municipal (Municipal Ownership League), una variopinta coalición de demócratas y republicanos desafectos, sindicalistas, inmigrantes y progresistas diversos que defendía la propiedad municipal de los servicios públicos. Perdió la elección de alcalde de la Gran Manzana por poco más de 3 mil votos, una derrota que siempre se atribuyó al juego sucio del aparato demócrata. En 1906 formó el Partido de la Independencia, con el que perdería por poco la elección de gobernador de ese año. En 1908, su partido se extendió a estados importantes como Massachussets y California, y presentó una fórmula presidencial propia para las elecciones de ese año, integrada por Thomas Hisgen y John Temple Graves. Su programa era verdaderamente progresista: se pronunciaba a favor de la jornada laboral de ocho horas diarias, de la creación de un Departamento de Trabajo, de la propiedad estatal de los servicios públicos incluyendo los ferrocarriles (el gran negocio de la época) y del establecimiento de un banco central, además de proponerse combatir la corrupción de los aparatos políticos. El resultado fue un fracaso estruendoso; cuando Hearst volvió a perder las elecciones a alcalde de Nueva York en 1909, entendió que su paso por la política llegaba a su fin.
La década de 1910 lo vio inmiscuido a la fuerza en la Guerra Civil Mexicana, dado que su gigantesco rancho Babicora (nada menos que 658 mil hectáreas) fue ocupado y saqueado por la gente de Pancho Villa, y sólo fue liberado por un batallón comandado personalmente por el general Venustiano Carranza, al que apoyaba… un ejército privado de 100 hombres. Hearst también se opuso al ingreso de Estados Unidos en la Primera Guerra Mundial, en especial si ello implicaba apoyar al Imperio Británico, y criticó acerbamente a la Liga de las Naciones. Todo esto en el campo de su actuación pública, porque en el terreno estrictamente privado, el hecho más importante de esa década fue conocer en 1919 a la actriz Marion Davis, una bella e inteligente veinteañera a quien muy pronto hizo su amante. Fuera porque daba por superada su participación en la política, fuera porque de verdad la amaba, Hearst comenzó a convivir abiertamente con ella, aunque sin divorciarse nunca de esposa.
El lugar en el mundo de la pareja fue el nunca terminado Castillo Hearst, que comenzó a ser edificado ese mismo año en el rancho San Simeón de California, una propiedad de impresionantes 97 mil hectáreas (3). El castillo tenía habitaciones enteras repletas de obras de arte y antigüedades traídas de Europa.
En 1923, Hearst y Davis pasaron varios meses en Europa. En ese año, la pareja compró y comenzó a restaurar el antiguo Castillo de San Donato, ubicado en el sur de Gales, sobre el Canal de Bristol. Allí recibirían a invitados como George Bernard Shaw, Charles Chaplin, Douglas Fairbanks y, unos años después, hasta a un adolescente John Kennedy. Pero el verdadero motivo del viaje a Europa, según  algunos biógrafos de Hearst, habría sido evitar un escándalo: la pareja se habría trasladado al Viejo Mundo para ocultar que Marion iba a dar a luz a una niña, a la cual luego hicieron pasar por hija de una hermana de la joven. La niña, según estos biógrafos, fue quien luego sería conocida como Patricia Lake, una actriz y comediante radial que muriera en 1993. (Imagen de la derecha: Marion Davies).
En 1924 se produjo un hecho poco claro que involucró a Hearst, ya que el actor, director, guionista y productor de cine Thomas Ince murió de un paro cardíaco apenas desembarcado del yate del magnate. En los días subsiguientes corrieron rumores en el sur de California acerca de que la policía, la justicia, los medios y hasta la viuda de Ince encubrían que éste había sido asesinado por error por Hearst, quien le habría disparado creyendo que se trataba de Charles Chaplin, el que, supuestamente, mantenía una relación clandestina con la Davies. Peter Bogdanovich (quien afirma haber conocido la historia a través de Orson Welles, quien a su vez afirmaba haberla oído del guionista Joseph Mankiewicz) filmó en 2001 la película The cat’s meow inspirada en dichos acontecimientos. 
A mediados de la década de 1920, el imperio Hearst alcanzó su cenit: además de una cadena de 28 diarios que cubría ciudades como Nueva York, Los Ángeles, San Francisco, Chicago, Boston, Washington, Atlanta, Detroit o Seattle, poseía varias revistas muy populares (Cosmopolitan, Harper’s Bazaar, Good Housekeeping, Town and Country), las agencias de noticias Universal News e International News Service (predecesora de United Press), la distribuidora de contenidos King Features Syndicate y la productora cinematográfica Cosmopolitan Productions. Pero este coloso mediático tenía pies de barro, ya que no se autofinanciaba: sólo se sostenía merced a los millones girados por las compañías mineras, forestales y agroganaderas propiedad de Hearst. El imperio estaba sobreextendido, algo que se comprobaría cuando se abatió sobre el mundo la Gran Depresión de los años 1930.
Por si las dificultades económicas hubieran sido pocas, los reaseguros políticos de Hearst habían dejado de funcionar bien, debido a que, por una vieja cuenta pendiente con el candidato demócrata Al Smith, sus diarios habían apoyado al republicano Herbert Hoover en las elecciones de 1928. Las relaciones con el sucesor demócrata de Hoover, Franklin Roosevelt, se rompieron definitivamente en 1935: Hearst se había vuelto conservador justo cuando su público de siempre comenzaba a votar masivamente a los demócratas. (En 1934, Hearst incluso tuvo una entrevista privada en Berlín con Adolf Hitler). Hearst Corporation tuvo que ser reorganizada judicialmente en 1937, y sus bienes, liquidados.
ROSEBUD
En 1940, el guionista Herman Mankiewicz (que había estado una vez en San Simeón, invitado por Marion Davies, y que ahora aborrecía a la pareja) le sugirió a Orson Welles la idea de una película acerca de un millonario empresario de los medios, tomando como obvio modelo a Hearst. El proceso de escritura del guión tuvo idas y vueltas, porque mientras Mankiewicz apuntaba a destruir a Hearst y a Davies haciendo evidente que el filme trataba de ellos, Welles estaba más interesado en el potencial dramático de la historia que en la correspondencia con la de sus modelos, y entonces prefería enriquecer la trama con elementos que nada tenían que ver con Hearst sino con otros magnates de la época, como Howard Hughes y Joseph Pulitzer. E incluso el carácter tiránico y violento de Charles Foster Kane se correspondía mucho mejor con el del propio Welles que con el de Hearst, quien raramente levantaba la voz.
En este ida y vuelta entre los diferentes propósitos de Mankiewicz y los de Welles se generó el punto que irritó más vivamente a Hearst. “Rosebud” (“pimpollo de rosa”) era el nombre íntimo con el que el millonario había bautizado a una parte todavía más íntima de la anatomía de Marion Davis. (Solía invitarla a mantener relaciones sexuales diciéndole “¿cuándo me vas a dar tu pimpollo de rosa?”). Mankiewicz conoció ese secreto a través de una de sus amantes, la actriz mexicana Lupe Vélez, que era íntima amiga de la Davis. A su vez, Welles había decidido cambiar totalmente el carácter de la amante de Kane / Hearst, Susan Alexander (Dorothy Comingore), haciéndola una mera marioneta de un megalómano incapaz de amar a nadie. (Desde el punto de vista del peso dramático del filme, un cambio absolutamente justificado). Hasta Welles reconocía que el retrato de la Davies así presentado era injusto, un “truco sucio”, en sus propias palabras: la ira de Hearst ante algo que parecía una afrenta personal es fácil de imaginar. 
Afirma el biógrafo de Hearst, David Nasaw, que “el Kane de Welles es una caricatura de un hombre hueco, triste, derrotado, solitario porque no puede imponer la obediencia, la lealtad, la devoción y el amor totales a quienes lo rodean. Hearst, por el contrario, nunca se consideró a sí mismo un fracaso, nunca reconoció una derrota, nunca dejó de amar a Marion [Davies] o a su esposa. Y, sobre el fin de su vida, no huyó del mundo para sepultarse a sí mismo en una vasta y lúgubre ermita ahogada en obras de arte”. En resumen: Kane es tan Hearst… como el Ricardo III de Shakespeare es Ricardo III. O sea, y para decirlo con una inmortal frase del Bardo de Stratford-on-Avon en “La tempestad” que repite magistralmente Dashiell Hammett en “El halcón maltés”, el Kane de Welles está hecho de la sustancia de los sueños. Y permítaseme decir, benditos sean los sueños de Orson Welles.
Hearst estaba avisado de lo que se preparaba gracias a una indiscreción de Mankiewicz, que le dio copia del guión a un amigo suyo que era… sobrino de Marion Davies. Cuando, en enero de 1941, dos columnistas de espectáculos que trabajaban para medios de la cadena Hearst, Hedda Hopper y Louella Parsons, presenciaron una proyección de una copia inacabada del filme, el escándalo ya era imparable. Hearst amenazó con revelar asuntos de alcoba de los directivos del estudio y de Welles mismo, e incluso consiguió que Louis B. Meyer (de la Metro-Goldwyn -Mayer) ofreciese al estudio RKO comprarle el negativo por 800 mil dólares para quemarlo antes de su estreno. El filme sólo se salvó de la destrucción gracias a que RKO temió menos a Hearst que al escándalo nacional que Welles podría haber montado en nombre de la libertad de expresión (4). De todos modos, la atronadora campaña de descrédito lanzada por los medios de Hearst tuvo un éxito parcial, ya que el boicot a la exhibición de la película impidió su estreno en muchas localidades, e incluso aseguró el fracaso de El Ciudadano en la entrega de los Oscar del año siguiente, en la que, pese a tener nueve nominaciones, sólo ganó una estatuilla (Mejor Guión). De hecho, el reconocimiento crítico del filme a escala universal tuvo que esperar hasta la década de 1960.
SUS ÚLTIMOS AÑOS
En 1947, Hearst compró una mansión en Beverly Hills valuada hoy en 165 millones de dólares, la propiedad privada más cara de toda la nación: cuenta con 29 habitaciones, tres piscinas, canchas de tenis, su propia sala cinematográfica y hasta un club nocturno (5). Allí pasó sus últimos días, muriendo a la avanzada edad de 88 años el 14 de agosto de 1951.
Hearst fue un hombre extraordinario en una época extraordinaria: cuando nació, su país estaba inmerso en una cruenta guerra civil por el futuro de la institución de la esclavitud y soñaba con expulsar de sus ricas tierras a siouxes, apaches y cheyennes; cuando murió, Estados Unidos se había convertido en la nación más poderosa del mundo, tras derrotar a los ejércitos nazis y obligar a rendirse al Imperio del Japón a fuerza de bombardeos con armas atómicas. Hearst defendió causas nobles e impulsó campañas miserables; ayudó a moldear la identidad de la clase trabajadora norteamericana; participó activamente en el nacimiento de un tipo de periodismo que aún hoy sigue vigente; acumuló una de las mayores fortunas de la historia; por sobre todas las cosas, vivió intensamente cada segundo de su vida. Que un artista genial como Orson Welles se haya inspirado en su vida (ya hemos visto que muy liberalmente) para filmar la película más importante de la historia del cine es el mejor homenaje posible a la colosal estatura de William Randolph Hearst.
Aunque él no lo haya entendido nunca.
 
NOTAS
(1) En honor a Hearst cabe agregar, además, que los diarios de su cadena fueron, muchos años después del asunto cubano, los únicos que difundieron en Estados Unidos la escasa información obrante a comienzos de los años 1940 acerca del Holocausto. Hearst era además defensor de un hogar nacional para los judíos.
(2) Tal vez el empresario de los medios que en el Río de la Plata se pareció más a William Hearst fue el argentino de ascendencia uruguaya Natalio Botana, el fundador del legendario diario porteño Crítica en 1913.
(3) El rancho fue usado en 1960 como locación para el filme “Espartaco” de Stanley Kubrick: allí se construyó la finca de Marco Licinio Craso. El autor irlandés George Bernard Shaw comentó en una  oportunidad que "San Simeón era el lugar que Dios habría construido… si hubiera tenido el dinero". 
(4) El estreno en Nueva York fue el 1º de mayo de 1941; el estreno nacional, recién el 5 de setiembre. En el ínterin, también fue exhibida en Brasil, Argentina y Australia. Recordemos que, en esos días, Europa estaba inmersa en la Segunda Guerra Mundial.
(5) Mucho después de la muerte de Hearst, la casa sirvió de locación para el rodaje de “El Padrino”: allí se filmó la memorable escena de la cabeza de caballo en la cama del ficticio productor Jack Woltz.
 
VÍNCULOS
* La Rosebud púrpura de El Cairo. José Martínez Suárez, Suplemento Radar de Página/12, domingo 6 de noviembre de 2010.
* Artículo biográfico sobre W. R. Hearst en Wikipedia (en inglés).
* The battle over ‘Citizen Kane’. Transcripción (en inglés) del programa de la serie “The American experience”, de la cadena de TV pública norteamericana PBS, dedicado al asunto.
* Raising Kane. (En inglés). Extenso y lucido ensayo de la renombrada crítica de The New Yorker Pauline Kael, publicado el 12 de febrero de 1971. Hay algunas anécdotas muy divertidas del guionista Herman Mankiewicz, alcohólico y jugador 24x7. [Agregado del 18-06-19].
* Citizen Kane en IMDb.