Así acaba el capítulo dedicado al «trenillo»

Plano, del ING, donde se aprecia el Km. 42 de la vía del trenillo, donde se produjo el derrumbé de parte de la vía.
Plano, del ING, donde se aprecia el Km. 42 de la vía del trenillo, donde se produjo el derrumbé de parte de la vía.

Y así, con un suspiro que parece resonar en el silencio y el chirriar de los frenos que marca el final de un viaje, llegamos al término de nuestra travesía en «el trenillo». Este modesto tren de vía estrecha, más que un simple medio de transporte, se convirtió en un escenario de innumerables anécdotas y memorables momentos. Su lento ritmo, lejos de ser una desventaja, permitía a los pasajeros disfrutar del paisaje, intercambiar historias y forjar amistades.

Los frecuentes descarrilamientos, aunque eran un desafío, se convirtieron en parte de su encanto, añadiendo un toque de emoción e incertidumbre a cada viaje. Cada viaje en «el trenillo» era una aventura en sí misma, llena de risas, sorpresas y recuerdos inolvidables. Desde sus humildes comienzos en la pintoresca localidad de Valdepeñas hasta su expansión hasta Puertollano, este tren fue testigo y protagonista de una época dorada. Fue el motor que impulsó el auge comercial, uniendo pueblos y ciudades, y facilitando el intercambio de bienes y sueños. Pero no todo fue un camino de rosas.

Las dificultades financieras también formaron parte de su historia, recordándonos que incluso los viajes más emocionantes tienen sus baches. A pesar de los esfuerzos durante la Segunda República para salvarlo de la quiebra, «el trenillo» cerró sus puertas a principios de los años 60. Este hecho marcó el fin de una era, el final de un capítulo en la historia de Calzada de Calatrava y sus pueblos colindantes. La vía, una vez llena de vida y actividad, fue desmantelada años después, dejando atrás solo los ecos de su antigua gloria. Sin embargo, si uno presta atención, aún puede apreciar las huellas de su pasado en algunas zonas. Aunque el paso del tiempo y el avance de la modernidad han dejado su huella, aún quedan restos de la vía de este tren de vía estrecha.

Como cicatrices en el paisaje, estos vestigios son un recordatorio silencioso de un pasado que una vez fue vibrante y lleno de vida. Cada resto oxidado, cada durmiente desgastado, cuenta una historia de los días en que «el trenillo» recorría estas tierras. Aunque la mayoría de la vía ha sido reclamada por la naturaleza, estos restos son un testimonio de la resistencia del pasado y un monumento a la memoria de «el trenillo». Son un recordatorio de que, aunque las cosas cambien, siempre quedan huellas de lo que una vez fue. Nos enseña que, aunque los trenes puedan detenerse y las vías puedan desaparecer, las historias que crearon perduran.

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