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Cuadernos de historia (Santiago)

versión On-line ISSN 0719-1243

Cuadernos de Historia  no.55 Santiago dic. 2021

http://dx.doi.org/10.4067/S0719-12432021000200021 

Dossier Acontecimiento, Emergencia y Discontinuidad en la Historia

¿Qué define a un acontecimiento histórico? La comprensión del pasado y la vida de las comunidades sociales

What defines a historical event? Understanding the past and the life of social communities

1Departamento de Filosofía, Universidad Nacional de La Plata (UNLP), Argentina

Resumen:

En este trabajo indagaremos en las características que definen a un acontecimiento histórico. Para ello vamos a distinguir los dos aspectos que pueden ser identificados en la consideración de su condición histórica: el modo en que una comunidad social reconoce y significa un suceso determinado como acontecimiento, y la forma en que la ciencia histórica lo toma por objeto. Haremos primero una aproximación general a la idea misma de acontecimiento, luego nos plantearemos la cuestión de cómo los acontecimientos son dotados de significación y transmitidos de generación en generación. Finalmente, retomaremos el problema de la definición de un acontecimiento, para lo cual atenderemos a la dimensión lingüística que informa a ese objeto histórico.

Palabras clave: acontecimiento; generación; historiografía; transmisión

Abstract:

In this work we will investigate the characteristics that define a historical event. To do this we will distinguish the two aspects that can be identified in consideration of its historical condition: the way in which the social community recognizes and signifies a specific event as such, and the way in which historical science takes it for its object. We will first make a general approach to the very idea of the event, then we will ask ourselves the question of how events are endowed with meaning and transmitted from generation to generation. Finally, we will return to the problem of defining an event, for which we will consider the linguistic dimension that informs that historical object.

Keywords: event; generation; historiography; transmission

Introducción

En un texto clásico, Isaiah Berlin caracterizaba la historia como la “proyección mental hacia el pasado” de esquemas de interpretación que nos permitirían dar cuenta de él en términos “no sólo de nuestros propios conceptos y categorías, sino también del aspecto que dichos acontecimientos [pasados] deben de haber tenido para quienes participaron en ellos, o se vieron afectados por los mismos” 1 . La preocupación que guiaba el texto de Berlin era mostrar que la ciencia histórica proponía explicaciones que eran continuas con la “textura” de la experiencia que compartimos como seres sociales, inmersos en un mundo histórico. Las explicaciones históricas, en consecuencia, habrían de desplegar una representación del pasado que nos resulte, en cierta medida, familiar. Si bien nos parece adecuada la propuesta de Berlin, queremos, también, señalar que nuestros esfuerzos por entender lo que ocurrió puede llevarnos a olvidar la condición de construidas que tienen nuestras interpretaciones; ello se aplica no solo a las explicaciones y descripciones que aquellas contienen, sino también a los acontecimientos sobre los cuales las generamos cuando buscamos, justamente, volverlos comprensibles.

Pero ¿qué es aquello que sucede y que tomamos como el tema de una historia? Cuando Koselleck analizó el surgimiento del concepto moderno de historia, señaló la proximidad entre el neologismo “Geschichte” y el verbo alemán “geschehen” (suceder). La historia transformada en Geschichte hacia mediados del siglo XVIII, adquirió una formulación narrativa, a la que se le comenzó a exigir la unidad épica propia de las novelas. Al reemplazar al viejo término Historie, la Geschichte incluyó en sí su objeto (el pasado) y la representación (narrativa) sobre el mismo, y con ello se desplazó progresivamente el límite entre historia y poética 2 .

En este trabajo nos vamos a preguntar cuándo lo sucedido deviene acontecimiento histórico, es decir, en qué momento y de qué modo un evento determinado en la vida de un grupo social se constituye como un acontecimiento del cual debe esperarse una descripción y explicación que muestre, también, su vinculación con otros eventos. Nos preguntaremos, entonces, ¿cuándo existe un acontecimiento histórico? ¿Se trata de algo que lo es de una vez y para siempre? ¿Posee características objetivas que permiten identificarlo como tal? ¿Cómo y quiénes pueden hablar de él?

Para responder estas preguntas haremos, primero, una aproximación general a la idea misma de acontecimiento, luego nos plantearemos la cuestión de cómo los acontecimientos son dotados de significación y transmitidos de generación en generación. Finalmente, retomaremos el problema de la definición de un acontecimiento, para lo cual atenderemos a la dimensión lingüística que informa a ese objeto histórico.

¿Hechos o acontecimientos?

La ciencia histórica está orientada hacia el estudio de los denominados “hechos históricos”. Se trata de aquellos elementos reales que constituyen el punto de apoyo de la labor historiográfica, la clave diferencial que permitiría distinguir a los historiadores científicos de los escritores sin más. La teoría y la filosofía de la historia han mostrado que el hecho es él mismo un constructo y que con esa denominación se resume un conjunto de características, ninguna de las cuales es determinable sin algún componente interpretativo (teórico). Y esta es una tesis compartida tanto por la concepción de una filosofía de la ciencia de inspiración popperiana, de reconocida animadversión hacia las ciencias sociales en general, y hacia la historia en particular, como admitida por otras posturas filosóficas, lejanas de aquel marco teórico. Por ejemplo, nos dice Ricoeur que el hecho es: “el contenido de un enunciado que trata de representarlo [...] se puede decir que el hecho se construye mediante un procedimiento que lo separa de una serie de documentos que lo establecen” 3 .

Hayden White ha mostrado como lo que se considera un hecho depende de la imposición de múltiples niveles de interpretaciones que recortan el indefinido conjunto de elementos que se dan en determinado momento para mostrar una formación consistente y ordenada de lo que, de otro modo, no sería más que el desordenado (y kantiano) caos de datos empíricos 4 . En efecto, ¿cuándo empieza y termina un hecho? Digamos, el gobierno de facto que derrocó por primera vez un gobierno democrático en Argentina. ¿Podemos decir que ocurrió el 6 de septiembre de 1930, momento de la asonada militar y de la toma efectiva del poder, y que concluyó en 1932 con la asunción de un nuevo gobierno surgido en las elecciones realizadas el año anterior? Conforme comencemos a buscar las condiciones antecedentes de ese hecho, así como sus momentos finales, comenzará a notarse que ni tuvo una irrupción inesperada ni terminó, efectivamente, al asumir un nuevo gobierno constitucional (electo en condiciones de escasa transparencia institucional). Fue el resultado de un conjunto de elementos coadyuvantes cuya consecuencia fue, finalmente, la interrupción de un gobierno democrático y la proscripción de las mayorías (práctica que se perpetuó incluso cuando el gobierno de facto había terminado). Es decir, que el apego a las fechas de inicio y finalización en el afán por recortar un hecho y separarlo de otros, puede cegarnos frente a las continuidades en el contexto de las cuales sucedió y en los modos en que siguió siendo operativo en los momentos posteriores.

Una mirada más atenta nos muestra que el ejemplo que estamos considerando es en verdad un proceso y, como tal, multilineal, no acotable a una fecha de inicio y de finalización. Podríamos también decir que englobaría a un conjunto de hechos que lo conformarían, los que serían, así, sus hechos “elementales”. A esos hechos podríamos ubicarlos en orden de su sucesión en el tiempo, ocurriendo cada uno de ellos en una particular conjunción de coordenadas espaciotemporales. Se trataría así de un conjunto de hechos discretos que, en una mirada más general, formarían aquel proceso macro que nos interesó en un principio, el gobierno militar. De manera similar, cuando miramos de cerca un cuadro impresionista, notamos las pinceladas superpuestas que permiten dar la profundidad a las formas que el pintor quiso mostrar, las que adquieren volumen y definición una vez que admiramos la pintura desde un lugar más distante.

Sin embargo, la noción de hecho o la de proceso proveen todavía un marco demasiado estático que no permite dar cuenta del aspecto dinámico que caracteriza al pasado histórico. Los sucesos del pasado son el resultado de un conjunto de factores, fuerzas, actores y circunstancias que interactúan, luchan por imponerse y se transforman en el transcurso de un período de tiempo. La noción de acontecimiento, en cambio, nos va a resultar más útil para lo que queremos desarrollar en lo que sigue. En cuanto resultado de un acontecer, la expresión “acontecimiento” nos trasmite la idea de aquello que llega a ser. Como el movimiento de una ola que, visible desde la playa, se produce luego de una compleja interacción de elementos de naturaleza variada, que combina vientos, mareas, condiciones del terreno; todos ellos condiciones subyacentes del movimiento de agua. La ola finalmente podrá ocurrir de una manera más o menos violenta, podrá pasar desapercibida u obligarnos a alejarnos unos pasos a quienes estemos contemplando el mar desde la orilla y, finalmente, el mar volverá a su fondo a alimentar más olas.

Es importante evitar tomar el ejemplo muy al pie de la letra, porque podría llevar a la errónea conclusión de que un acontecimiento es el corolario de una lógica de realización de la que los seres humanos pareceríamos mantenernos ajenos. Esta lectura, claramente, quitaría a los actores humanos toda capacidad de agencia histórica, cuando, como señalamos antes, son uno de los elementos sin los cuales los acontecimientos históricos no serían posibles. No hay acontecimientos históricos sin agencia humana, pero ellos no resultan solo a partir de lo que los seres humanos individuales llevan adelante frente a los contextos en los que deben actuar.

Antes de seguir avanzando, es inevitable hacer notar que la definición misma de “acontecimiento” dista de estar inmune a la crítica, pues pareciera expresar una figura del discurso “que permite agrupar los llamados hechos históricos en una unidad coherente de interrelación y comprensión, así como de enunciación” pero no denotaría, en verdad, algo existente en la realidad histórica 5 . El acontecimiento mentado por el historiador no habría de existir más allá de su propio deseo de plenitud. Para poder hablar de ellos, nuestro punto de vista será considerar los acontecimientos, la "sustancia de la historia”, tanto en el marco de la vida humana dentro de la cual tienen lugar, como en relación con la práctica historiográfica que los toma como objeto 6 .

La vida humana se realiza en un continuo de avatares que involucran circunstancias, otros agentes y recursos disponibles. Los seres humanos vivimos, actuamos, en un mundo complejo, con grados de opacidad variables según el marco desde el cual nos propongamos escudriñarlo. Por ejemplo, nadie duda de su contexto diario, en el que la realización de un conjunto de acciones altamente rutinizadas producen los resultados esperables, día tras día. Pero en cuanto se amplía la mirada, gran parte de nuestras acciones y de sus resultados escapan a nuestro control. En efecto, llevamos adelante una acción en respuesta a otra, real o imaginada (no importa aquí la diferencia) o iniciamos una en la prevención de lo que podrá ocurrir, desde un lugar precario, contando con un escaso conocimiento de la gran cantidad de variables que entran en juego. Los acontecimientos históricos deberán verse como aquello a lo que damos lugar y que son, parcialmente, consecuencias de nuestras acciones. La complejidad y dinamismo que caracterizan a los acontecimientos históricos, siempre colectivos y que implican la actuación de múltiples factores no pueden reducirse a las consecuencias intencionales de las acciones de los agentes individuales (aun cuando no puedan existir sin ellas). Como bien señala Rüsen, los acontecimientos incluyen un elemento de contingencia, es decir, “suceden de tal manera que no pueden entenderse suficientemente a la luz de sus intenciones [se refiere a la de los actores] y auto-interpretaciones”; hay también acontecimientos cuya contingencia atenta contra la posibilidad de comprenderlos dentro de los marcos interpretativos o narrativos disponibles hasta ese momento 7 . Obligan así a una reformulación de nuestros propios esquemas y los del aparato teórico de la historiografía 8 . Los acontecimientos históricos se insertan en la dinámica social dentro de la que surgen y en el marco de la cual son luego interpretados, en un proceso de significación y resignificación nunca saturado 9 .

Acontecimiento y transmisión generacional

Mi abuelo me dijo la otra vez

Me dijo mi abuelo que tal vez

Su abuelo le sepa responder

Si el tiempo es más largo cada vez 10 .

Determinados sucesos de la vida humana en comunidad se vuelven significativos en la medida en que son aquellos que han contribuido a darle unión y cohesión al grupo, fortaleciendo el sentido de pertenencia e identidad de sus miembros. D. Carr ha entendido que esos eventos son los objetos de las experiencias propiamente “históricas” y forman parte de un “entramado de significados compartidos” entre quienes se sienten parte de la misma comunidad 11 . Podemos retomar esta formulación de Carr y aplicarla al concepto de “acontecimiento” que nos interesa desarrollar; al hacerlo, nos proponemos mostrar que su condición de “histórico” puede considerarse como la conjunción de dos dimensiones. Una es la que reconoce Carr, que tiene que ver con los usos que una comunidad determinada hace del pasado, la selección que realiza sobre su historia común y los modos en que articula significaciones compartidas que fortalecen los vínculos identitarios 12 . Ciertamente, en sociedades altamente mediatizadas como las occidentales ya no podemos hablar de comunidades cerradas. En ese contexto, resulta cada vez más difícil determinar el lugar y la dimensión de un acontecimiento, ya que la transmisión “en directo” a través de las redes sociales y los medios de comunicación transforman rápidamente un suceso, que en otro momento sería acotado a un determinado alcance geográfico, en un acontecimiento de carácter planetario 13 .

Otra dimensión de los acontecimientos históricos es la que expone el trabajo historiográfico. La práctica profesional de los historiadores recorta y define acontecimientos para ajustarlos como su objeto de estudio. Esos cortes y cesuras son artificiales y resultan de la sola tarea interpretativa, pero se presentan como datos “objetivos”, es decir, dados en la propia realidad histórica. Como señaló con claridad de Certeau hace ya tiempo, la historiografía “pretendiendo contar lo real, lo fabrica” 14 , establece cesuras y distancias, presentando al pasado como lo real silencioso, frente al cual se erige el discurso de la historiografía. Ella se constituye, así como una “heterología”, un discurso sobre el “otro” (el pasado) 15 .

Pero ¿qué ocurre en la vida histórica de los seres humanos?, ¿qué es para ellos un acontecimiento? Frente al afán de recortar y ordenar de los historiadores, la vida histórica se caracteriza por una compleja experiencia del tiempo. La estrofa de la canción que elegimos para iniciar esta sección nos sirve de indicio para pensar en un tiempo que discurre con lentitud y que permite, así, organizar el pasado, enmarcarlo en las tramas sociales y estructurar significados. Este tiempo “más largo cada vez” podría interpretarse como un tiempo que “no termina de pasar”, en el que pueden verse continuidades y transiciones fluidas que favorecen la transmisión del pasado a las nuevas generaciones. Probablemente ello se vincule, en la actualidad, a nuestra esperanza de vida que es, sin duda, más larga que nunca en la historia, lo que permitiría la ilusión de que nuestro abuelo o abuela pueda convivir con su propio abuelo o abuela, algún día.

También ese “tiempo más largo cada vez” va en contra de la imagen de un mundo frenético que se mueve sin parar hacia un destino de felicidad, satisfacción y autocomplacencia. La canción que tomamos como motivo, anterior a este momento particular de pandemia global que vivimos como especie, parece contradecir la tesis que se sostiene para occidente desde los análisis de Koselleck: el tiempo histórico que surgió en la modernidad se caracterizó por la aceleración. Frente a los tiempos estructurados bajo las modalidades natural o teológica, el tiempo histórico de la modernidad se fue acelerando conforme se llenaba de acontecimientos dignos de ser registrados históricamente y, cada vez más, las expectativas se alejaban de las experiencias 16 .

Sin embargo, esa aceleración no permite dar cuenta de la continuidad que caracteriza a las comunidades sociales. Continuidad que se expresa en la renovación generacional. Cada nueva generación se inserta en un mundo ya existente, que no debe volver a construir, gracias a que la anterior le lega sus logros para hacer posible la prolongación de la comunidad: “solo los que llegan más tarde tendrán la suerte de vivir en el edificio en el que una larga línea de sus antepasados ha trabajado (aunque sin su intención) sin poder participar de la felicidad que ellos mismos han preparado” 17 .

La transmisión generacional se articula a través del recuerdo (individual y colectivo) de un conjunto de acontecimientos que se presentan como relevantes para la vida de cada agente histórico y, también, para su comunidad. El traspaso de generación a generación expresa el mecanismo por el cual el conocimiento que se considera digno de ser transmitido se pone a disposición de los nuevos miembros del colectivo. Estamos utilizando “conocimiento” en un sentido amplio que no se restringe a un conjunto de saberes intelectualmente adquiridos, sino que también engloba al stock de recursos de diverso tipo y origen que se transfiere de unos a otros. Entre ellos podemos mencionar las habilidades sociales requeridas para la vida en comunidad, los conceptos de sentido común que permiten dar cuenta de la realidad compartida, además de los valores, principios y creencias generales y específicas que vertebran y estructuran a los diversos grupos sociales. Es claro que nos referimos tanto a contenidos generales que pueden ser compartidos por una comunidad amplia, de escala planetaria incluso (como el conocimiento científico) o a aquellas creencias y valores que comparte un grupo de dimensión variable (como las prácticas religiosas en colectivos que a su vez forman parte de otros).

¿Qué es un acontecimiento en su dimensión generacional? Se trata de un suceso del pasado que una comunidad reivindica como importante en función de determinados fines, que pueden ser cognoscitivos (conocer el derrotero histórico de esa comunidad en particular) como también prácticos o políticos (orientar los esfuerzos compartidos del grupo en pos de un objetivo futuro, intervenir en las pujas políticas vinculadas a la definición del horizonte de expectativas, etcétera). Cuando pensamos en una generación debe tenerse en cuenta que estamos hablando de un grupo humano heterogéneo. Es cierto que su uso habitual refiere a individuos de edad similar, expuestos a contextos también similares y frente a los que reaccionan de maneras comparables. Por ejemplo, cuando hablamos de un grupo de escritores como parte de la generación beat, nos estamos refiriendo a aquellos que publicaron sus obras sobre temáticas parecidas en un determinado período de tiempo, la década del cincuenta, en un espacio en común, los Estados Unidos 18 .

Al hablar en términos más laxos, pero que también nos resultan más operativos para describir la vida social, podemos decir que una generación está compuesta por un conjunto de individuos cuyas edades pueden variar, dentro de un rango determinado, pero que comparten su exposición a fenómenos análogos. Por ejemplo, la expresión “nativos digitales” pretende referir a un vasto y heterogéneo grupo social que ha nacido en un medio fuertemente impactado por el desarrollo de las tecnologías de la información. Se trata de un grupo cuyas edades oscilan entre los 30 y los 0 años, al interior del cual es posible identificar individuos muy heterogéneos entre sí, según se trate de quienes estén insertos en el mercado laboral o de quienes hacen uso de los medios digitales con finalidades lúdicas o educativas. A pesar de esas variaciones al interior del grupo, esa generación de “nativos digitales” es claramente diferente frente a aquellos otros para quienes las herramientas tecnológicas les (nos) han llegado más tarde. Esa notoria diferencia generacional no debe opacar las diferencias intrageneracionales, que también instituyen un tamiz a través del cual pasan las experiencias sociales. Conviene recordar aquí la distinción entre contemporáneos y coetáneos, que da cuenta de la diferencia entre quienes, aun formando parte de una misma generación (contemporáneos), han estado expuestos a las mismas condiciones a edades diferentes y/o con distintas trayectorias vitales. Como es el caso de Primo Levi y Elie Wiesel, ambos prisioneros de los campos de concentración nazis: Levi era un joven adulto, comprometido con la resistencia y Wiesel, un adolescente hijo de una familia deportada de Hungría. Los testimonios que ambos dejaron de sus experiencias permiten mostrar como las atravesaron de manera distinta, a pesar de compartir un destino similar 19 .

Lo que queremos resaltar es que, incluso al interior de una misma generación, resulta sumamente complejo pensar en mecanismos que garanticen la homogeneidad de significaciones entramadas en torno a un acontecimiento. Lo mismo podría decirse de la experiencia del tiempo, que para algunos pasa veloz, mientras que para otros, como dice la canción de Cabrera, “es más largo cada vez”.

Este tiempo más largo cada vez puede darnos un sendero para pensar el contexto actual en el que estamos inmersos, en el que el final de la pandemia que nos agobia parece estar cada vez más lejos. Sin duda, las restricciones impuestas por las condiciones sanitarias derivadas de la pandemia de COVID-19 nos obligan a reflexionar sobre su impacto en las vidas de nuestras comunidades, con el aumento de la fragmentación social y el reforzamiento de conductas individualistas que ha hecho explícitos. Pero, más fundamentalmente, por la constatación abrumadora de la frágil condición de nuestra existencia sobre el planeta 20 . Sobre esto volveremos en la conclusión.

Nombrar el acontecimiento

En el cuento “Setenta y dos letras”, el personaje principal, Robert, es un “nomenclador”, alguien que domina la ciencia de los nombres. Se trata de la ciencia que permite animar máquinas para que trabajen, y también infundir poderes curativos o de protección a un objeto. Robert busca apoyo para la construcción de un autómata cuya finalidad es la realización de tareas que faciliten la vida humana. Su objetivo en particular es liberar a los niños de las condiciones de trabajo agotadoras en las fábricas textiles. En el intento de lograr que financien su proyecto, se embarca en una empresa mayor que aspira a encontrar un “nombre” que garantice, a la larga, la continuidad de la especie humana 21 .

Más allá de la trama intrigante que se despliega en esta historia, el ejemplo de ficción nos ayuda a entender cómo pensar el acontecimiento histórico y su relación con los marcos lingüísticos a través de los cuales es identificado. Desde los análisis del lenguaje histórico realizados por Danto, sabemos que las formas de nombrar un acontecimiento involucran ponerlo en relación con un conjunto de otros acontecimientos, incluso con algunos que se producirán en el futuro 22 . Del mismo modo que con la descripción de una acción, como lo muestra el ejemplo “Mi vecino siembra rosas”, nombrar un acontecimiento de una determinada manera recorta el universo de posibles significados que le pueden ser asignados, así como los otros acontecimientos, anteriores y posteriores, con los que podemos relacionarlo (las tareas que mi vecino realizó previamente en el jardín, el trabajo con la tierra, la colocación de las semillas, el riego y las posteriores actividades de cuidado y poda de la planta resultante, etcétera).

En líneas similares a lo expresado por Danto podemos leer a Dosse, para quien: “[s]in reducir lo real histórico a su dimensión lingüística, la fijación del acontecimiento y su cristalización se efectúan a partir que se les nombra” 23 . Nombrar un acontecimiento exhibe también el punto de vista desde donde se lo describe. Hablar del “descubrimiento” de América para referirse al arribo de europeos en el siglo XV, supone adoptar la perspectiva de aquellos que se toparon con un continente que no esperaban que estuviera allí. En contraposición, la reacción posterior de denominar al 12 de octubre como “Día del respeto a la diversidad cultural” tampoco es una calificación neutral. Es, incluso, falaz, puesto que ni encuentro, ni respeto por la diversidad fueron las características de lo que ocurrió subsecuentemente al arribo de los europeos 24 . Un ejemplo similar lo representa el denominado “Día nacional de la memoria por la verdad y la justicia”, instituido por la ley 25633 del año 2002 para el 24 de marzo, “en conmemoración de quienes resultaron víctimas del proceso iniciado en esa fecha del año 1976”, los que fueron objeto de la represión, persecución, desapariciones y asesinatos que llevó adelante el último gobierno de facto (1976-1983) 25 .

El nombre del acontecimiento podrá provenir del que utilizaron quienes formaron parte de él o, también, ser producto de elaboraciones posteriores, tanto por parte del trabajo de los historiadores como por parte de las generaciones subsecuentes que consideran a ese acontecimiento como parte de “su” historia. Es bastante usual que los historiadores profesionales retomen las expresiones que los propios contemporáneos utilizaron para nombrar los acontecimientos de los que tomaron parte. Pero no siempre es el caso, ya que la comprensión histórica es casi invariablemente anacrónica, en cuanto puede describir y catalogar los sucesos que estudia en modos no disponibles para los actores originales o establecer relaciones con acontecimientos que no habían sucedido aún. Piénsese en el uso de categorías como la de “genocidio”, que no estuvo disponible para situaciones de matanzas masivas hasta que Lemkin la propuso en 1944 26 . Sin embargo, bajo esa figura se caracterizan las matanzas de armenios perpetradas por el entonces Imperio Otomano, en 1915. En este contexto conviene volver a Koselleck, quien insiste en la necesidad de la investigación histórica para poder describir procesos y cambios históricos complejos que se inscriben “en secuencias que rebasan a una sola generación y escapa[n] a la experiencia inmediata” 27 . Es decir, hace falta apelar a categorías y conceptos provistos por la historiografía y las ciencias sociales en general, para proponer explicaciones más completas de los acontecimientos.

También las comunidades sociales pueden crear sus repertorios de nombres, al modo del “nomenclador” de la historia que mencionábamos antes, con el fin de presentarlos como elemento de unión y rememoración para sus miembros. Es clara aquí la vinculación que podemos establecer con el análisis de la transmisión generacional señalada en el apartado anterior. En el ejemplo del genocidio armenio citado antes, la comunidad se consolida en la constitución de ese acontecimiento como objeto de estudio histórico, que también alimenta la demanda para que las matanzas masivas de las que fue víctima sean reconocidas como un genocidio; es decir, se enmarque en una figura del derecho internacional (como crimen contra la Humanidad).

Finalmente, en otros casos, la práctica profesional histórica es atravesada por las tensiones que recorren el mundo social; frente a esas tensiones, el uso de un modo determinado de denominar a un acontecimiento también involucra una toma partido. Puede tratarse de acontecimientos del denominado “pasado reciente” o referir a un pasado conflictivo sobre el cual aún no se ha podido acordar una comprensión compartida. Un debate interesante en este marco puede ejemplificarse con la discusión acerca de las interpretaciones de las campañas de expansión del estado nacional argentino en el sur del territorio, lo que hoy corresponde a la Patagonia argentina. Autodenominada como “Campaña al desierto”, la impugnación a esa denominación por parte de los sobrevivientes de los pueblos originarios y la preocupación historiográfica por dar cuenta más precisamente de lo sucedido, han hecho reconsiderar esa caracterización. El “desierto” mentado no era tal, pues estaba poblado por ocupantes nativos que resistían el avance estatal. Al respecto, hay, incluso, quienes han considerado que puede hablarse de “genocidio” para describir las acciones de las fuerzas estatales contra las poblaciones originarias. Como decíamos al analizar el ejemplo anterior, esa caracterización apela a una noción que, en este caso, solo estuvo disponible mucho después. Refleja un esfuerzo hermenéutico que, aunque anacrónico, orienta una línea de investigación histórica que puede probarse fructífera. Pero también expresa un posicionamiento respecto de las demandas de quienes son descendientes de esas poblaciones que fueron diezmadas y relocalizadas en el contexto de las campañas militares realizadas entre fines de la década de 1870 y mediados de la de 1880 28 .

Conclusión

Los acontecimientos históricos se entretejen y articulan en la vida de las comunidades sociales, forman parte del trasfondo sobre el cual se recuestan las identidades compartidas al permitir organizar una construcción común que dé sentido al pasado. Son, también, objeto de la investigación histórica y, como tal, están sometidos al escrutinio propio de la empresa científica que, en el afán por comprenderlos, podrá apelar a herramientas y estrategias conceptuales ajenas al mundo de la vida en el que esos acontecimientos sucedieron. Lejos de ser rupturas discretas que hacen estallar la continuidad del devenir histórico, los acontecimientos constituyen nudos complejos de factores de diversa naturaleza, que se imbrican con desarrollos anteriores y posteriores. Todo corte para lograr su definición y descripción es, entonces, artificial, propuesto con finalidades hermenéuticas que pueden responder a intereses cognoscitivos o científicos, también a demandas prácticas, tanto de la comunidad de historiadores como de los grupos sociales.

Hoy, como especie, enfrentamos un presente que nos abruma, y frente al cual parece que no tenemos aún palabras para nombrarlo. No se trata ya de una situación de amenaza que enfrenta un grupo particular, sino la corroboración lisa y llana de que la humanidad como tal podría desaparecer como resultado de la acción de elementos naturales (biológicos en este caso) que no controla, pero en cuyo desarrollo ha tomado parte. Después de tantas elucubraciones sobre el “fin de la historia”, propuesto simplemente para justificar el auge de un único modelo político, social y económico, hoy sí estamos frente al fin de “nuestra” historia. La pandemia actual se nos presenta, todavía, como un no-acontecimiento que nos pone frente a las limitaciones de nuestras capacidades para la acción y, también, para nombrar. El avance de nuestra comprensión nos permitirá historizar esta amenaza, mostrar sus condiciones de origen y, también, las prospectivas que nos cabe esperar. Como todo lo que afecta a nuestra especie, este caso en particular no es solo un evento biológico. Las reacciones (tardías) de la comunidad internacional, las investigaciones científicas que permitieron el desarrollo de las vacunas (y su vinculación con la lógica del capital) y su posterior distribución (lenta y desigual) dan cuenta de las aristas sociales y políticas que lo enmarcan.

El esfuerzo por nombrar, comprender y codificar significativamente nos permitirá hablar de un acontecimiento histórico de impacto global que, aun cuando supone una base biológica (pues su origen es una enfermedad), no se resume en un conjunto de variables empíricamente testeables. Nos enfrentamos al desafío de resaltar su condición de fenómeno de “transmisión viral”, con lo cual nos des-responsabilizaríamos como actores históricos. En cambio, podríamos poner el énfasis también en sus dimensiones sociales, lo cual nos devuelve al terreno de la agencia histórica y nos obliga a responder a la exigencia kantiana de una “universal hospitalidad”. Nuestros hijos les dirán a sus hijos (invirtiendo la flecha temporal de la canción que citábamos antes) si hemos sido capaces.

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White, H., (1992). El contenido de la forma. Narrativa, discurso y representación histórica . Barcelona: Paidós [ Links ]

1Berlin, 1983, pp. 223 y 226.

2Koselleck, 1993 y 2006.

3Ricoeur, 1999, p. 44.

4White, 1992.

5Nava, 2013, p. 118. Entre las críticas a la noción de "acontecimiento”, la referencia original obligada es Annales, que ha tenido derivaciones más recientes y sofisticadas. Véanse los análisis de Derrida o Dosse que dan cuenta de la persistencia del acontecimiento y, además, de la dificultad de fijarlo en una formulación cerrada, Derrida, 2006 y Dosse, 2012.

6La expresión “sustancia de la historia” (“stuff of history”) está tomada de Jung y Karla, 2021, en su introducción a un número temático sobre el acontecimiento en History and Theory. (Las citas de aquellos textos que no se indican en español han sido traducidas por mí).

7Rüsen, 2001, p. 151.

8“La contingencia es la forma en que un evento o suceso puede suceder en el contexto humano de tal manera que, digamos, no se ajusta a un contexto de interpretación dado en el cual hacerse comprensible para los propósitos de la vida humana”, Ibid., p. 148.

9Dosse, 2013, p. 36.

10Fernando Cabrera, “La casa de al lado”.

11Carr, 2014, pp. 54-55

12Para el papel que los acontecimientos cumplen en la formación de la identidad colectiva, véase Rüsen, 2001, op. cit., pp. 145-179.

13Dichos acontecimientos fortalecerían una identidad pretendidamente “global”, por ejemplo, “occidental”: “en el contexto de los sistemas de medios modernos, los acontecimientos se separan cada vez más de su ubicación original, se vuelven ‘transnacionales’ o incluso ‘eventos mundiales’, –esto es, objetos de experiencias sincronizadas a lo largo del espacio”, Jung y Karla, 2021, op. cit., p. 77.

14De Certeau, 2003, p. 8.

15De Certeau, 2006, p. 17. Agradezco a Juan Veleda el haberme llamado la atención sobre los aportes de este autor.

16Si bien los análisis de Koselleck se refieren a la modernidad, pueden sostenerse, aunque resignificándose, para el mundo actual. Las sociedades modernizadas de hoy muestran procesos de aceleración que varían según qué aspecto se considere. De acuerdo con Rosa, la idea de que vivimos en un mundo “acelerado” requiere algún refinamiento para permitir producir explicaciones empíricamente fundadas sobre la experiencia temporal actual. La referencia que introduce la canción de Cabrera que citamos, daría cuenta de lo que Rosa llama “oasis de desaceleración”, Rosa, 2016, p. 57. Para una re-evaluación de las tesis de Koselleck en el contexto de la denominada “modernidad tardía”, véase Gómez Ramos, 2020.

17Kant, 1977, p. 37.

18El tema de las “generaciones” ha sido objeto de análisis variados desde la Sociología con el pionero ensayo de K. Mannheim y también desde la Filosofía (en obras como las de Dilthey o Ricoeur).

19Me he ocupado de este tema en otro texto próximo a publicarse. Puede verse también Mudrovcic, 2018.

20Llama la atención que en un texto sobre el futuro que Simon y Tamm publicaron en marzo de 2021, no hay referencias directas al contexto global de pandemia y al confinamiento. Ambos factores han modificado nuestras experiencias del mundo, el que ha dejado de ser compartido para volverse cada vez más compartimentado. Cada región del planeta está identificada según cuál sea su situación sanitaria, a esa segregación geográfico-epidemiológica se suma, también, un factor (del tiempo) geológico, pues la diferencia entre las estaciones (donde es invierno y donde es verano) impacta fuertemente en la posibilidad de acceder a un destino determinado, Simon y Tamm, 2021.

21Chiang, 2015.

22Danto, 1965.

23Dosse, 2013, op. cit., p. 34.

24El 12 de octubre, día en el que se conmemora la llegada a América de las naves que comandaba Colón, se denominó durante muchos años “Día de la Raza” en el calendario de feriados de Argentina. Eso cambió en 2010 cuando el decreto 1584, de la entonces presidenta C. Fernández, modificó esa denominación por la expresión “Día del respeto a la diversidad cultural”. Según los considerandos de dicho decreto, la finalidad fue dotar a esa fecha “de un significado acorde al valor que asigna nuestra Constitución Nacional y diversos tratados y declaraciones de derechos humanos a la diversidad étnica y cultural de todos los pueblos”, en http://servicios.infoleg.gob.ar/infolegInternet/anexos/170000-174999/174389/texact.htm , consultado el 7-4-2021.

25En http://servicios.infoleg.gob.ar/infolegInternet/anexos/75000-79999/77081/norma. htm, consultado el 7-4-2021.

26Feierstein, 2016, p. 250.

27Koselleck, 2001, pp. 52-55.

28Pérez, 2016.

Recibido: 30 de Abril de 2021; Aprobado: 02 de Agosto de 2021

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