Billy Wilder: el genio, el refugiado, el extranjero

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El genial cineasta Billy Wilder, autor de una interminable lista de películas míticas en la historia del cine, como “El apartamento”, “Testigo de cargo” o “Con faldas y a lo loco” entre otras muchas, tuvo que vivir en primera persona la experiencia de ser un refugiado.

Billy Wilder había nacido en los primeros años del siglo XX, en 1906, en la localidad de Sucha, ubicada actualmente en Polonia pero que en ese momento pertenecía al Imperio Austrohúngaro. Su auténtico nombre era Samuel Wilder, aunque fue apodado Billie en honor de Buffalo Bill, la emblemática figura del Oeste americano.

Un joven Wilder de 21 años se fue a vivir a Berlín y comenzó a trabajar como reportero. Es allí donde entra en contacto con el mundo del cine, comenzando a trabajar para la UFA, una de las grandes compañías de cine de Alemania, como guionista.

Sin embargo, en 1933 la vida de Billy Wilder en Berlín se nubla con la victoria electoral y subida al poder del nacionalsocialismo personalizado y liderado por Adolf Hitler. El creador de «Irma la dulce» o «Primera plana» era de origen judío y el antisemitismo del partido nazi le obligó a tomar el camino del exilio, convirtiéndose en refugiado, abandonando el país germano a causa de la persecución (y posterior exterminio) que se venía sobre la población judía.

Wilder se exilió primero en París y, un año después, tomó un barco con destino a Nueva York y los Estados Unidos de América con 11 dólares en el bolsillo. Desgraciadamente, su madre y algunos miembros más de su familia morirían después en el campo de exterminio de Auschwitz, asesinados por el mero hecho de ser judíos.

Relatan los especialistas que Wilder, un genio (algunos lo elevan a dios) en el arte de contar historias, mezclaba a su antojo realidad y ficción incluso sobre su biografía con el fin último de que la historia fuera mejor. Así, solo él (junto al otro implicado) sabría realmente si su llegada a Nueva York fue como contó en varias ocasiones. Según él, consiguió entrar en Estados Unidos en situación irregular (¡qué dirían algunos!), gracias a toparse con un funcionario de fronteras cinéfilo que le permitió pasar a cambio de un compromiso: “Haga buenas películas”, contó Wilder que le pidió a cambio del pase.

Billie se convirtió en Billy en los States y saboreó las dificultades de cualquier migrante, que llega con lo justo y sin conocer el idioma. Él, que vivía de su dominio del lenguaje, de pronto no tenía cómo hacerlo. Tuvo que trabajar muy duro para conseguir dominar la herramienta. Siempre genial, Wilder llamó a esta primera etapa en América ‘los años de las bajas calorías’.

Wilder cambió después Nueva York por California y el resto es historia del cine. 60 películas como guionista, 26 como director, 21 nominaciones a los Oscar y seis veces ganador de la deseada estatuilla dorada. Citemos algunas y disfrutemos de ellas en cuanto tengamos ocasión: “El apartamento” (The Apartment, 1960), “Con faldas y a lo loco” (Some Like It Hot, 1959), “Un, dos, tres” (One, Two, Three, 1961), “Primera plana” (The Front Page, 1974), “La tentación vive arriba” (The Seven Yeart Itch, 1955), “Sabrina” (1954), “Días sin huella” (The Lost Weekend, 1945), “Irma la Dulce” (Irma la Douce, 1963), y un largo, larguísimo etcétera.

En 2016, Borja Negrete para el diario El Mundo recordaba en un artículo que Billy Wilder también había sido un refugiado. Y como tal, en una vivencia compartida con la comunidad de migrantes de cualquier rincón del mundo, no siempre le fueron fáciles las cosas en su tierra de acogida. No siempre encontró comprensión y buen trato. Como muestra, Negrete recuerda el momento en el que el magnate de la Metro Goldwyn Mayer, Luis B. Mayer, furioso tras un pase privado de la película “El crepúsculo de los dioses” (Sunset Boulevard), con la que Wilder osaba a realizar una crítica a Hollywood, afirmó a quien le quiso oír: “Este hijo de perra de Wilder es un extranjero, le dejamos entrar, le hemos dado una vida, una familia y ahora muerde la mano que le da de comer”. Billy Wilder estaba presente en la sala y no dudó en levantarse, acercarse al magnate y contestarle: «Señor Louis B. Mayer, ¿por qué no se va a la mierda? Me llamo Wilder, soy el director y estoy orgulloso».

Porque lamentablemente hay personas para las que el refugiado o el inmigrante siempre será un extranjero. En cualquier momento, acudirán a esto para tratar de ofender, insultar, descalificar. En la revista CTXT, Pilar Ruiz también dedicó en 2015 un artículo a ilustres refugiados en Hollywood y recordó al hablar de Billy Wilder lo que sucedió después del estreno de su película “El gran carnaval” (Ace in the Hole, 1951), en la que el cineasta se atrevía a poner en tela de juicio la verdad oficial sobre la libertad de prensa y los valores norteamericanos, en una película protagonizada por el también, por cierto, refugiado Kirk Douglas. La crítica atacó a la película acusando a Wilder de traicionar al país que le había acogido, colocando sobre él la sospecha de ‘antiamericano’, algo muy peligroso en tiempos del lúgubre senador Joseph Raymond McCarthy, quien desencadenó una caza de brujas contra todo aquel que fuera sospechoso de subversivo, comunista, traidor a la patria y promotor de actividades ‘antiamericanas’. Una vez más, en la vida de Wilder, la amenaza de la persecución. De hecho, el cineasta de origen polaco participó en el llamado Comité de la Primera Enmienda en defensa de la libertad de expresión, junto a otras figuras que no se callaron como Lauren Bacall o Humphrey Bogart.

Billy Wilder rodó su última película en 1981 y falleció en 2002 a los 95 años en su residencia en Beverly Hills en el país que le acogió y al que, sin duda, tanto aportó con su talento y capacidad creativa. Con su obra, con sus películas, este refugiado de origen polaco consiguió acceder a la inmortalidad.

Y hasta aquí por hoy. Con esta entrada de Refugiados en el Cine, hemos querido fijarnos hoy en una faceta de Billy Wilder que quizá desconocieras. Billy Wilder el refugiado, el migrante, obligado a escapar por su origen judío, obligado a cruzar fronteras sin papeles ni permisos; Wilder, el extranjero, el ajeno, el eternamente sospechoso. Por todo esto, y por la felicidad que nos ha dado con su cine, no hay duda de que Billy Wilder es también uno de los nuestros.

 

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