Alejo I Comneno (1048-1118). Parte I. « IMPERIO BIZANTINO

IMPERIO BIZANTINO

Historia de Bizancio enfocada principalmente en el período de los Comnenos

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    Guilhem
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Alejo I Comneno (1048-1118). Parte I.

Posted by Guilhem en octubre 11, 2009

Alejo I Comneno (1048-1118).

Estadista, soldado y emperador.

Extracto: Hacia el año 1080 los turcos selyúcidas golpeaban a las puertas de Europa habiendo conquistado las grandes ciudades romanas de Anatolia: Cesarea, Amasea, Iconio, Nicea y Esmirna. En el otro extremo del Imperio, los normandos de Roberto Guiscardo se aprestaban para acometer las provincias europeas desde Epiro y un poco más hacia el Norte, los pueblos de las estepas pillaban a voluntad las aldeas del thema de Paristrion. Hacía falta la mano sabia y experimentada de un hombre que salvara a Bizancio del ocaso iniciado tras la muerte de Basilio II, proceso que se había acelerado tras la crucial derrota de Mantzikert (1071). La familia de los Comneno no solo entregaría a un patriota para ocuparse de la gran empresa restauradora, sino también a uno de los más valiosos emperadores bizantinos: Alejo I (1081-1118).

Parte I: de Mantzikert a Calavrytae.

Ana Comneno y «la Alexiada» en tanto que principal fuente documental.

“Al contarlos, vengo no con el interés de ofrecer una cierta muestra de mi pericia literaria, sino para que tamaña gesta no sea legada sin testigos a los que nos seguirán; dado que incluso las más grandes obras, si de alguna manera no se conservan a través de la narración histórica y se entregan a la memoria, se apagan en la sombra del silencio. Era pues mi padre, como los hechos mismos demostraron, experto en mandar y en obedecer, cuando es preciso, a los que mandan”[1]. Ana Comneno, hija de Alejo I, es sin lugar a dudas la principal fuente historiográfica sobre el reinado de este emperador, como Miguel Psellos o Miguel Ataliates lo fueron de sus antecesores, Romano IV Diógenes y Miguel VII Ducas, entre otros.

“La Alexiada” es una obra que reviste una importancia trascendental por varios motivos: en primer lugar se trata de un documento de primera mano para conocer la situación del Imperio en el lapso de tiempo comprendido entre la batalla de Mantzikert (1071) y el derrocamiento de Nicéforo III Botaniates (1081). Así pues, mientras Miguel Psellos en su “Cronografía[2] pone especial énfasis en los hechos relevantes que caracterizaron los sucesivos reinados de Romano IV Diógenes, Miguel VII Ducas y Nicéforo Botaniates[3], Ana Comneno, en cambio, se concentra en relatar los mismos hechos pero desde la óptica familiar, esto es, ubicando como protagonistas a sus parientes y en especial a su padre. En segundo término, el valor de “La Alexiada” está dado como fuente indispensable para conocer la mentalidad e ideología de una de las dos facciones, la aristocracia militar, que pugnaba por el control del poder en el seno de la corte de Constantinopla (Miguel Psellos vendría a ser algo así como el vocero del partido opuesto, los “Civilistas”). Y finalmente, la obra es el único testimonio que recoge la visión bizantina acerca del fenómeno de la Primera Cruzada, lo que no es poca cosa si se considera la inexistencia de fuentes árabes completas, por citar documentos que no sean de procedencia latina, de por sí, abundantes[4].

Fruto de la unión entre Alejo Comneno e Irene Ducas, Ana escribió sus memorias cerca del final de su vida, cuando por el trono bizantino ya había desfilado no solo su padre, Alejo I, sino también su hermano, Juan II (1118-1143), hallándose por entonces su sobrino, Manuel I (1143-1180), dirigiendo los asuntos estaduales con mano de hierro. Aspirante a los más altos cargos y dignidades como primogénita y por haber nacido en la púrpura, nunca pudo sin embargo superar el trauma que significó para ella quedar relegada en la línea sucesoria por su hermano menor, Juan. Prometida primero a Constantino Ducas, hijo de Miguel VII Parapinaceo, y casada luego con Nicéforo Brienio, la princesa bizantina llegó inclusive a complotar contra Juan con el fin de entronizar a su marido, quien finalmente no se prestó a sus ambiciosos planes, manteniéndose leal al emperador.

Con todo lo que implicó Alejo como padre y héroe épico para la historiadora bizantina en términos de subjetividad, “La Alexiada” puede considerarse como una pieza fundamental para conocer primero y entender después la difícil coyuntura por la que atravesaba el Imperio a finales del siglo XI. De allí su importancia en tanto que fuente de consulta permanente para dicho período.

Los primeros pasos de Alejo en el ejército imperial.

Según consta en el Libro I de “La Alexiada”, Alejo comenzó su carrera militar bajo el reinado de Romano I Diógenes, y es muy probable que haya acompañado a dicho emperador en sus dos primeras campañas contra los turcos selyúcidas. No obstante, también Ana se ocupa de aclarar que no tomó parte en la tercera expedición, la misma que acabó en desastre en el campo sangriento de Mantzikert: “el soberano Diógenes no cedió en aquella oportunidad a sus deseos de acompañarlo, porque un dolor muy profundo tenía sobrecogida a la madre de Alejo. Lloraba la muerte reciente de su hijo primogénito, Manuel, varón que había sido protagonista de grandes y admirables hazañas para el imperio de los romanos. Y para que ella no se quedara sin consuelo, al dejar ir a uno de sus hijos a la guerra sin saber aún dónde iban a enterrar al otro, y temiendo que el joven sufriera alguna funesta desgracia y no supiera ella en qué tierra había caído, por todas esas consideraciones el emperador obligó al joven Alejo a regresar junto a su madre”[5].

Recién en los primeros años del reinado de Miguel VII Ducas (1071-1078) es cuando la fama de Alejo trasciende el mero ámbito del cuartel para comenzar a cosechar elogios en la corte y entre los acólitos del nuevo emperador. Lo cual en cierta manera es razonable dada la falta de generales virtuosos y, por sobre todo, leales, observada en general tras el encumbramiento del partido burócrata y senatorial y, en particular, después de la guerra civil sobreviniente a la deposición arbitraria de Romano IV Diógenes en beneficio de Miguel VII.

Al descalabro de la autoridad imperial que tuvo lugar en Anatolia tras Mantzikert y luego del breve interregno de guerra civil, siguió un período de franca efervescencia caracterizado por las revueltas y el descontrol. En el Este, los selyúcidas y las tribus turcomanas que usualmente les seguían a regular distancia, empezaron a avizorar el caos reinante allí donde antes habían proliferado los estratiotas bizantinos. Aunque Alp Arslan había fallecido en 1072, los invasores hallaron en la figura de uno de sus primos, Suleimán ibn Kutulmish, a la persona que habría de liderarlos en la conquista de los antiguos themas orientales. Pero además de Suleimán había entre los recién llegados otros príncipes de menor jerarquía aunque con ambiciones que no lo eran tanto: Danishmend, Chaka y Menguchek. Con tantos postulantes dispuestos a quedarse con los territorios de Asia Menor, a Miguel VII no le quedó otra alternativa que llamar en su ayuda al poco confiable general Roussel de Bailleul[6], llamado Urselio por Ana Comneno. Y como antes sucediera en Mantzikert con Romano, ahora tendría lugar una nueva y flagrante traición por parte del experimentado normando. No es de extrañarse. Miguel habría sido un valioso basileo al estilo de León VI el Sabio, mas ésta no era la época propicia para un emperador sin ambiciones ni dotes militares. En este sentido, la mejor definición acerca de la humanidad del basileo nos la regala Miguel Psellos en su “Cronografía”: “Alguien podría tal vez preguntar cuáles son las ocupaciones propias del Imperio a las que se dedica este joven, o bien cuáles son las pasiones juveniles en las que el emperador sobresale. Pues bien, le interesan los libros de todo tipo de doctrina, las características del estilo culto, los aforismos laconios, los gnomologios, la elegancia en la composición, la variada presentación de los discursos, la alternancia de figuras, la innovación formal, la configuración poética del estilo y, por encima de todo esto, le atrae el amor por la filosofía, la elevación anagógica, la conversión alegórica, y las demás interpretaciones del discurso”.

Las invasiones selyúcidas (siglo XI)

Algunas consideraciones respecto de la familia Comneno.

Antes de proseguir es preciso realizar algunas consideraciones respecto de la familia a la cual pertenecía Alejo para ayudar a comprender la naturaleza “nepotista” del futuro basileo, cimentada en gran medida por el entorno y la atmósfera especialmente complicada en la que se hallaba inmerso el Imperio de Oriente promediando la segunda mitad del siglo XI. Alejo I Comneno era miembro de una noble familia cuyo acceso a los más altos estratos sociales había acontecido bajo el reinado de Basilio II Bulgaróctonos (963-1025). Entonces, Manuel Comneno, cuya ascendencia vlaquia ha sido postulada por Steven Runciman en su primer volumen de “Historia de las Cruzadas”, había logrado descollar entre los cuadros castrenses del gran emperador macedónico, siendo recompensado con tierras en la zona de Paflagonia, adonde el valeroso soldado levantaría el Castra Comnenon, esto es, Kastamuni. La herencia de Manuel sería recogida por sus dos hijos, Isaac y Juan, tío y padre de Alejo respectivamente.  En 1057 Isaac llegaría incluso a ocupar el trono de Bizancio, pese a la oposición del partido de los senadores y burócratas.

Miguel Psellos se refiere al tío de Alejo como un basileo resuelto y dinámico: “Cuando todavía no había escupido el salitre marino y recobrado el aliento, enseguida empezó a gestionar la administración civil y militar del imperio, consumiendo en estas preocupaciones lo que aún quedaba de día y la noche entera[7].Con todo, Isaac no retuvo mucho tiempo el poder y finalmente abdicó en 1059, tras dos años de extenuante reinado caracterizados, entre otras cosas, por los enfrentamientos con Miguel Cerulario[8] y una guerra intermitente aunque onerosa en la frontera danubiana contra húngaros y pechenegos.  Vistiendo el hábito de monje, se retiró finalmente al monasterio de Estudio luego de ofrecerle en vano el trono a su hermano Juan. Pero Isaac en un último gesto altruista para con el Imperio y sus súbditos, logró imponer como sucesor a Constantino Ducas (1059-1067), miembro de la facción rival de los civilistas. Entregando a su familia al cuidado del clan Ducas, el primer soberano Comneno, además de intentar armonizar las diferencias entre militares y burócratas estaba abriendo sin saberlo las puertas para la entronización en el poder de su propia familia.

Juan Comneno, entretanto, se había casado con Ana Dalaseno, integrante del poderoso linaje homónimo, con quien había tenido tres hijos: Manuel, Isaac y Alejo[9]. Todos ellos sin excepción fueron instruidos en el arte de la guerra y muy pronto se revelaron como valerosos soldados; tanto Isaac como Alejo no tardaron en desarrollar capacidades especiales para la táctica y la estrategia, sin mencionar la diplomacia. Manuel, por su parte, perdería la vida durante las campañas de Romano IV Diógenes contra los turcos selyúcidas (probablemente hacia 1069)[10].

Sería obra de Ana Dalaseno, al cabo, la alianza o mejor dicho, la consolidación de la alianza entre las familias Ducas y Comneno, cuestión que se lograría gracias al matrimonio arreglado de Alejo, su tercer hijo, e Irene Ducas, nieta del César Juan Ducas e hija de Andrónico, el traidor de Mantzikert. De esta curiosa relación devenida más que nada de las necesidades de supervivencia y conservación, entre miembros del partido civil (los Ducas) e integrantes de la aristocracia militar (los Comneno), saldrían todos aquellos aspectos que harían del siglo XII uno de los períodos más peculiares en la profusa y dilatada vida del Imperio.

Comisionado para combatir a los turcos: Roussel de Bailleul.

El reinado de Miguel VII Ducas fue un periodo tanto de disgregación militar como de consolidación de la influencia del partido de los burócratas. Miguel Psellos, uno de los consejeros más influyentes durante los primeros tiempos de dicho reinado, no nos sirve en este punto como fuente historiográfica puesto que su libro dedicado al susodicho emperador, el último de “Cronografía”, tiene más características de panegírico u obra por encargo, que de verdadera historia. Lo que es más, el otrora afamado político fue pronto desplazado en beneficio de un oscuro personaje de humildes orígenes, llamado Niceforitzes[11] (antiguo gobernador de Antioquia a instancias de la emperatriz Eudocia). George Ostrogorsky, en su obra “Historia del Estado Bizantino”, pág. 340, se refiere a este suceso con las siguientes palabras: “Fue precisamente durante el gobierno de su discípulo cuando Psellos, que hasta entonces, por encima de todo cambio, había sabido aumentar su influencia de gobierno en gobierno, y con quien la dinastía Ducas tenía una gran deuda, y a quien Miguel le debía todo, hubo de ver la ruina de su carrera. La voluntad dominante del logoteta Niceforitzes, bajo cuya influencia había caído totalmente el tímido emperador, logró eliminar tanto a Psellos como al César Juan Ducas”.

Sin embargo, el ostracismo de Psellos y su reemplazo por Niceforitzes, lejos de significar el resentimiento de la preponderancia del partido civil, tuvo el efecto contrario. El ambicioso y astuto logoteta comenzó a manejar hábilmente los hilos del gobierno imperial al punto que en un momento dado hasta el comercio de granos se había convertido en un monopolio estatal bajo el peso de sus regulaciones. La capital imperial pronto empezó a sufrir de carestía de cereales como consecuencia de la política de Niceforitzes, aplicada en todo momento a debilitar el poder de la aristocracia feudal en pos del fortalecimiento de un gobierno central atesorado siempre por la ideología civilista. En estas condiciones desesperantes y a poco de haberse producido el cegamiento del depuesto Romano Diógenes en el corazón de Bitinia, es cuando Roussel de Bailleul, el Urselio de Ana Comneno, fue convocado por Miguel VII para contener la marejada turca en Asia Menor.

No se trató de una elección feliz. El general normando era un osado comandante, pero había demostrado su poca integridad en vísperas de la batalla de Mantzikert, cuando acabó abandonado a Romano IV a su suerte mientras se evadía hacia el Oeste al frente de todas sus fuerzas. No obstante, con tan vergonzosa acción también había salvado a parte del ejército imperial, el mismo que ahora Miguel VII Ducas pretendía utilizar para devolver el orden perdido en Asia Menor. Pero el basileo, aunque filósofo, no comía clavos y en el último momento adosó a las fuerzas del normando un regimiento adicional bajo las órdenes de los hermanos Isaac y Alejo Comneno. Una extraña manera de reconocer a tan ilustres soldados, pues casi al mismo tiempo su primer ministro estaba acusando a Ana Dalaseno, la madre de ambos, de complotarse con Romano Diógenes en procura del trono.

La fuerza expedicionaria no era muy grande. A decir verdad las fuentes hablan de unos cuantos miles, incluyendo a unos 400 o 500 jinetes de procedencia franca y normanda. Ciertamente se trataba de una fracción insignificante del cuerpo original que abandonara el campo de Mantzikert sin siquiera cruzar un dardo con el enemigo. Con todo, de lo que no caben dudas, es que estaba compuesta por aquellos de los advenedizos más leales del comandante normando. Y esta no era una buena señal para los Comnenos que compartían el mando con Roussel de Bailleul.

El reducido ejército tomó probablemente la gran calzada principal que, saliendo desde Nicea, pasaba por Malagina y Dorileo internándose en los themas de Anatolikon y Capadocia. Al llegar a la ciudad de Iconio, Roussel de Bailleul juzgó que la campaña se había terminado y resolvió desertar una vez más, cabalgando junto a los suyos rumbo a la ciudad de Melitene. A Isaac y Alejo Comneno no les quedó más que cruzarse de brazos, y confiar en que Miguel VII no les tildase a ellos también como traidores. Regresaron pues con las manos vacías y sin haber visto a un solo turco en el camino.

Guerra contra latinos y turcos.

Que Roussel de Bailleul se levantara contra el emperador pretendiendo erigir un estado independiente en el corazón mismo de los territorios asiáticos del Imperio constituyó una afrenta que ni Miguel VII Ducas ni su logoteta Niceforitzes estaban dispuestos a dejar pasar. El problema para ambos en ese entonces era la crisis de elementos militares aptos en lo alto de la cadena de mandos, sin mencionar cuestiones tan importantes como la fidelidad y el acatamiento incondicional de las resoluciones estaduales por parte de los jefes castrenses. Por eso, el regreso de Isaac y Alejo vino a ser algo así como una bendición para el desesperado basileo. Y no era para menos, dadas las numerosas pruebas de lealtad que ambos habían dado muestra hasta ese momento. A este respecto es preciso graficar con claridad la importancia de tales gestos y qué mejor que las palabras de Steven Runciman para explicarlo: “La elección de Isaac fue hábil. Él y su hermano Alejo, que le acompañaba, pertenecía a la familia que más decididamente odiaba al clan de los Ducas; mas a pesar de las incitaciones de su madre permanecieron leales a Miguel durante su reinado y ambos dieron prueba de valor como generales”[12].

Aunque entre ambos no superaran los cincuenta años de edad, Miguel VII Ducas les colmó de presentes y dignidades: Isaac fue proclamado general de los ejércitos de Oriente y Occidente[13] mientras su hermano era elevado al cargo de lugarteniente. Los hechos se iban sucediendo a una velocidad vertiginosa entretanto: en ambos extremos del Imperio los enemigos atenazaban los territorios bizantinos como un cascanueces y había que adoptar medidas urgentes. Para la cuestión normanda (Roberto Guiscardo había terminado de expulsar de Italia al ultimo gobernador imperial en 1071) Miguel VII Ducas se decidió por la diplomacia, prometiendo a su hijo Constantino como esposo de una de las hijas de Roberto[14]. En tanto que para la cuestión de Oriente, el basileo se inclinó por el envío de una nueva fuerza que debería por un lado contender con el traidor normando y por el otro, con los turcos de Suleiman ibn Kutulmish.

La jefatura de este nuevo ejército fue nuevamente encomendada a los hermanos Comneno, que partieron sin dilaciones hacia el núcleo central de Asia Menor. Una vez más la ruta escogida para la ocasión fue aquella que, internándose hacia Capadocia, pasaba por la gran ciudad de Cesarea Mazacha, adonde las tropas acamparon extramuros, aprovechando los materiales de las arruinadas paredes de la ciudad como perímetro de protección[15]. Allí los hermanos se sentaron a estudiar la manera más práctica de erradicar la amenaza turca que pesaba sobre las ciudades de las inmediaciones. A pesar de que el problema personificado por Roussel de Bailleul y sus secuaces tenía prioridad por sobre cualquier otra cuestión, Isaac Comneno debió alterar sus planes al ser informado de una hueste selyúcida que avanzaba en dirección a Cesarea. Para ese momento los turcos habían descubierto que el tratado firmado con el depuesto Romano IV Diógenes era papel mojado y estaban por tanto decididos a resarcirse por la falta de cumplimiento demostrada por los bizantinos. Dicho en otros términos, Mantzikert empezaba a convertirse en el verdadero desastre que Romano Diógenes había casi desdibujado negociando con Alp Arslan en los días posteriores a la gran batalla.

En referencia a la batida que tuvo lugar en las proximidades de la capital de Capadocia, no se disponen de muchos detalles por que no hubo un cronista presente al estilo de Miguel Ataliates en Mantzikert. No obstante, son varias las fuentes que aportan algo de información; por ejemplo Nicéforo Brienio nos dice que, puesto en aviso de la proximidad de una fuerza merodeadora turca, Isaac Comneno pretendió emboscarla durante la noche en las afueras de Cesarea. Pero al ser herido su caballo, el general bizantino cayó al suelo donde fue rodeado y hecho prisionero, mientras sus seguidores se entregaban a la fuga. Ataliates, entretanto, sostiene que ni bien los bizantinos alcanzaron la posición de Cesarea, algunos escuchas pusieron en aviso a Isaac acerca de la inminente llegada de algareros turcos. En consecuencia, el general romano resolvió separar sus fuerzas, dejando una parte bajo el mando de Alejo en la ciudad, mientras él mismo, en medio de la noche, marchaba para emboscar a los selyúcidas, quienes finalmente le apresarían junto a varios de sus compañeros de armas.

La noticia y los detalles de la derrota de Isaac pronto llegaron a oídos de Alejo y acabaron desanimando la moral de sus seguidores, que terminaron desertando. El mismo Alejo, asistido por un servidor de nombre Teodoto pudo escapar por los pelos y cabalgar en dirección al fuerte de Gabadonia, donde fue recibido con honores por la guarnición. Algunos días mas tarde, en Ancyra (Ankara) se reuniría de nuevo junto a su hermano Isaac, a quien los turcos habían puesto en libertad a cambio de una considerable suma de dinero y de la entrega de rehenes. La frustrada aventura terminaría con el prematuro regreso de ambos hermanos a Constantinopla, luego de descansar durante tres días en Ancyra y otro tanto más en la casa solariega de un viejo conocido, en las proximidades del Sangario, cerca de Dekte.

Todos contra todos.

Entretanto, a la sombra de las escaramuzas entre turcos y romanos, Roussel de Bailleul continuaba aceitando su maquinaria bélica. Desde su deserción en Iconio, sus tropas habían ido creciendo en número gracias sobre todo a esa característica innata que poseen los líderes y que sirve como imán para atraer multitudes, llamada carisma. Así, pues, del núcleo original de trescientos jinetes el ejército de Roussel ahora casi rebasaba las tres mil almas. La fuerza se había ido nutriendo permanentemente de soldados francos y normandos recién llegados de Occidente o mercenarios retirados o desafectados de las filas bizantinas. En todo caso se trataba de un contingente temible a juzgar por la capacidad de sus integrantes como por la aptitud de sus cabecillas. Tanto más por cuanto hacia 1073 la gran ciudad de Amasea, capital del thema de Armeniakon, les había abierto sus puertas con júbilo, ávida de garantizarse una salvaguarda contra las continuas bandas de algareros turcos que barrían la campiña a voluntad.

En 1074 Miguel VII Ducas, siguiendo tal vez el consejo de su principal consejero, Niceforitzes, decidió que los normandos de Roussel representaban una amenaza para el Imperio mucho más grande que los turcos del emir Suleiman ibn Kutulmish, a quien Malik Shah[16] le había encomendado la conquista de Anatolia. Fue un error de cálculo cuyas consecuencias no tardarían en manifestarse para desconsuelo de los cristianos que vivían en el interior de Asia Menor. Reuniendo hombres de aquí y de allá, el basileo consiguió poner en pie un nuevo ejército, que colocó bajo el mando de su tío, el césar Juan Ducas. Nicéforo Botaniates, kuropalate y duque del Anatolikon, y Basilio Maleses, protovestiarios, fueron anexados a la plana mayor para colaborar con el césar, el primero mediante su experiencia militar y el segundo con sus conocimientos de números y logística.

La campaña, no obstante, no fue todo lo bien que había esperado el emperador. Ana Comneno se refiere al asunto de manera elíptica: “Aunque les fuera confiada la guerra contra él (Urselio) a muchos generales famosos por su valentía y que aportaban abundantísima experiencia sobre la guerra y las batallas, éste evidentemente superaba la mucha experiencia de aquéllos. Ya fuera recurriendo al ataque directo, a la retirada y posterior ofensiva sobre sus adversarios con el ímpetu de un vendaval, ya fuera aceptando la alianza de los turcos era tan completamente irresistible cuando atacaba, que llegaba a hacer prisioneros a algunos de los personajes mas notables y poner tumultuosamente en fuga sus falanges”[17]. Steven Runciman, por su parte, es un poco más directo y frontal: “Al emperador, Roussel le parecía ahora un enemigo más peligroso que los turcos. Arañando de aquí y de allá para reunir tropas, las envió a su encuentro bajo las órdenes de su tío, el césar Juan Ducas. Roussel se enfrentó con ellas cerca de Amorium, derrotándolas fácilmente y haciendo prisionero al césar”[18].

La batalla del puente de Zompos, a orillas del río Sangario, no solo abrió los caminos de Asia Menor hasta Crisópolis, sino que también entregó en bandeja a Roussel la excusa ideal para justificar la creación del estado asiático que tanto le desvelaba. Dicho de otra manera, el general normando de pronto halló el medio legal para sustentar su pretensión territorial proclamando emperador a su sorprendido prisionero, quien sin embargo siguió “luciendo” cadenas.

Se puede encontrar una cierta similitud entre Zompos y Mantzikert, salvando las distancias entre una y otra como así también los rivales que se enfrentaron a las tropas imperiales. Y es que así como en el caso de Mantzikert fue la actitud indolente del partido civil, encabezado por Psellos y la familia Ducas, la que atrajo el desastre tras la deposición de Romano IV Diógenes, en el caso de Zompos fue la falta de criterio al momento de elegir las prioridades. Por que Roussel de Bailleul, con todo lo buen estratega y general que era, no representaba por lejos la amenaza que sí constituían los selyúcidas y las bandas de jinetes nómades que venían detrás. Mantzikert era la brecha que había abierto el dique, mas Miguel VII seguía sin advertir la inundación que estaba sumergiendo los territorios asiáticos bajo oleadas sucesivas de invasores mahometanos. No sorprendió, por eso, cuando una vez privado de recursos para una nueva aventura militar, se vio en la necesidad de recurrir a los turcos con tal de someter al vencedor de Zompos. En ese sentido no se le ocurrió mejor idea que ofrecer al emir la cesión formal de todos los territorios ya ocupados por éste.

Con el correr de los meses, a la vez que las dotes de administrador efectivo y soldado eficaz nunca tomaban forma bajo la silueta de Miguel VII, la situación en Asia comenzó a tornarse desesperada. Las comunicaciones entre las grandes ciudades estaban cortadas y la autoridad imperial solo se remitía allí donde había una guarnición numerosa para garantizar la gobernabilidad de una gran ciudad. Fue ni más ni menos lo que acontecía en Antioquia, donde gobernaba el general Isaac Comneno y en un puñado de urbes tales como Trebizonda, Nicea, Sínope y Esmirna. Entretanto, en las tierras del interior de la península ya no quedaban trazas de la autoridad del basileo. Como tampoco había ya un ejército regularmente constituido para frenar la marejada de selyúcidas y turcomanos que a diario se infiltraba en los antiguos themas orientales. A los problemas causados por las invasiones y la guerra civil se sumaba, para colmo de males, una acuciante crisis económica que reconocía numerosas causas: colapso fiscal en Oriente, monopolio estatal sobre el comercio de granos, precios en ascenso de la canasta básica de alimentos, devaluación de la moneda… en suma, un caos que haría que Miguel VII Ducas pasara a la Historia con el apodo de Parapinaceo, es decir, menos de un cuarto (debido a que el nomisma de oro perdió un veinticinco por ciento de su valor, bajo su reinado).

El final de la aventura normanda en Anatolia.

La petición formal de ayuda contra Roussel de Bailleul al principio fue considerada con cierto recelo por el sultán Suleimán ibn Kutulmish, quien no terminaba de entender muy bien las peleas domésticas de los bizantinos. No obstante, los términos del acuerdo venían a convalidar en los papeles la ocupación de hecho de las provincias orientales, por lo que el sultán selyúcida accedió a los deseos del basileo, no sin antes obtener la conformidad de su soberano, Malik Shah. Habiendo reunido un contingente considerable compuesto en su gran mayoría por caballería ligera, Suleimán lo despachó hacia el oeste, bajo el mando de uno de sus lugartenientes.

En Capadocia, en las proximidades del monte Sofón, el ejército franco-normando fue rodeado y diezmado por los arqueros turcos. Roussel, junto con un reducido grupo de advenedizos, consiguió abrirse paso entre las líneas enemigas y escapar en dirección a las tierras pónticas, adonde hallaría refugio en la ciudad de Amasea. No tardaría mucho en ganarse allí las simpatías de los amasianos debido sobre todo a su encanto personal y a su esbelta figura, características ambas que los bizantinos asociaban ineludiblemente a la imagen de sus amados héroes épicos, Aquiles y Héctor. Gracias a Homero, el general normando pudo establecerse cómodamente intramuros e inclusive empezar a frecuentar a un emir de las inmediaciones, el Tutac de Ana Comneno, con el fin de establecer una alianza con los turcos.

En Constantinopla, entretanto, Miguel VII recibía a los hermanos Comneno, a quienes los selyúcidas habían perseguido inclusive hasta las proximidades de Dekte. Con el césar Juan Ducas bajo sospecha luego de que Roussel le proclamara emperador y Nicéforo Botaniates desacreditado a causa de la derrota del Puente de Zompos, la cuestión estaba clara para el basileo. Casi sin dilación designó estratopedarca[19] a Alejo y le envió al thema de Armeniakon para capturar al general rebelde. Estaba claro que, al escasear las tropas, la misión dependía con exclusividad alarmante de la labia y del ingenio del tercer hijo de Juan Comneno y Ana Dalaseno. No habían pasado cincuenta años de la muerte de Basilio II, el conquistador de Bulgaria, cuando la omnipresencia del ejército imperial y la legislación antilatifundista sustentaban la gloria y el apogeo del estado bizantino. Por eso, ni en su peor pesadilla, un bizantino que hubiera vivido bajo la égida del Bulgaróctono se habría imaginado que, hacia 1074, el otrora poderoso estado dependía casi en exclusiva de la inventiva e ingenio de un hijo de aristócrata. Parecía hasta una mala broma luego de tantos años de legislar para que precisamente ello no sucediera.

El relato de las peripecias afrontadas por Alejo Comneno para neutralizar primero y reducir después a Roussel de Bailleul es narrado de modo magistral por Ana Comneno en “La Alexiada”. A juzgar por su relato, el estratopedarca debió explotar al máximo su perspicacia y trabajar a destajo con tal de compensar lo que ahora era evidente para cualquier enemigo grande o pequeño del Imperio: que solo había tropas para guarnecer la capital y algunas provincias europeas, pero nada más. “Habiendo agotado hasta el límite todos sus recursos, Urselio tuvo un encuentro con Tutac, lo convirtió en amigo y le suplicó que suscribiera una alianza con él” (“La Alexiada”, Libro I, II.1.). Alejo se dio inmediatamente cuenta del peligro que tal alianza suponía, por lo que se propuso como meta, por un lado, privar a Roussel del apoyo de los amasianos, y, por el otro, ganarle en la pulseada por conseguir la ayuda de Tutac. Estaba claro por entonces que los movimientos de Roussel habían perdido la fuerza inicial de su inercia y que ahora el general normando dependía de terceros para sostener sus aspiraciones.

Apelando a la diplomacia, Alejo demostró que por sus venas corría la sangre de un auténtico bizantino. Carlos Diehl escribe al respecto de ese brillante recurso utilizado por los funcionarios romanos: “Y es cierto, en efecto, que los medios que empleó Bizancio, esa combinación de la acción política y la acción religiosa que fue durante toda la Edad Media la regla invariable de la cancillería imperial, produjeron admirables resultados” (“Grandeza y Servidumbre de Bizancio”, pág. 53). El caso que nos ocupa tampoco fue la excepción. Apelando a su costado político y derrochando pragmatismo y autosuficiencia, Alejo Comneno se entrevistó con Tutac llevando un mensaje tan claro como persuasivo: “Son ambos, tu sultán y mi soberano, amigos mutuos. […] Y persigue (Roussel de Bailleul) todos sus propósitos con artimañas, amparándose ahora bajo la sombra de tu fuerza, para en otro momento, cuando la ocasión se le presente favorable y se vea libre de peligros, dejarme en paz y levantar contra ti su mano desde el otro bando”[20]. Demás está decir que el trato se cerró previo compromiso asumido por el estratopedarca de pagar una jugosa suma de dinero a su nuevo amigo y aliado. Acorde con los usos y costumbres de la época, se entregaron rehenes que serían liberados por los turcos no bien el numerario se depositara en sus arcas bajo la forma de nomismas de oro.

Cumpliendo con su parte del trato, Tutac se aprovechó de la ingenuidad y de los apremios de Urselio para apresarle y ponerle a disposición del funcionario imperial. Alejo, en cambio, chocó una vez más con otra cara de la persistente crisis: en Constantinopla Miguel VII Ducas no podía o no quería reunir la suma prometida al emir turco (Ana nos cuenta que el dinero que debía venir del emperador sufría las consecuencias de su desidia). Resuelto a finiquitar la cuestión, el estratopedarca se apersonó ante los amasianos, a quienes trató de convencer de aportar ellos mismo la suma requerida, para lo cual les habló de las ventajas que se derivarían del cautiverio del traidor normando. A continuación, y dado que la muchedumbre se mantenía expectante ante la oratoria de algunos detractores del plan de Alejo, el noble bizantino decidió jugarse la jornada en un original ardid. Mandó a traer a un supuesto verdugo y a Urselio; al primero le ordenó simular que le vaciaba las órbitas al prisionero, mientras que a Roussel le conminó a gritar y a vociferar como si el suplicio que iba a recibir fuese real. La estratagema surtió efecto de inmediato. Pronto los amasianos perdieron las simpatías por el héroe cegado y se apresuraron a poner el dinero para cancelar la deuda con Tutac, tal cual lo había convenido oportunamente el estratopedarca. Fue el final de la carrera de Roussel, aunque más tarde sería liberado y ayudaría a Alejo en sus siguientes campañas militares.

La aventura de Urselio causó una profunda impresión entre los bizantinos, al mismo tiempo que desalentó a los normandos a entrar como mercenarios en el servicio imperial, más que nada por que desde entonces aquéllos les tomaron como un peligro potencial. Italia había sido conquistada por normandos y fue un general normando quien pretendió establecer un principado independiente en el corazón de Capadocia. Los temores del bizantino medio estaban por tanto bien fundados. Y las consecuencias de tales suspicacias pronto se harían sentir inclusive en la composición de la guardia varega, que empezaría a ser reclutada entre los ingleses (a cuyo rey Haroldo II había matado un normando, Guillermo el Conquistador, en Hastings, ocho años antes).

La deposición de Miguel VII Ducas Parapinaceo.

Los dislates cometidos por Miguel VII y su logoteta, el influyente y astuto Niceforitzes, fueron el punto culminante de un proceso dominado por desastrosas decisiones tendientes a borrar para siempre la influencia de la aristocracia feudal. “La característica principal de esta época es, sin embargo, el desmoronamiento de la potencia militar de Bizancio. El gobierno del partido civil, a fin de reducir en lo posible la preponderancia de la aristocracia militar, limitó los pertrechos del ejército sistemáticamente, y en su búsqueda de nuevo ingresos, transformó a los campesinos soldados en contribuyentes. No contento con el hecho de que una gran parte de los bienes de soldados hubieren sido víctimas del proceso feudalizador, los restantes estratiotas recibieron autorización para, mediante el pago de una suma determinada, librarse del servicio militar. El ejército de los themas desapareció, e incluso la expresión thema como designación de las tropas del ejército provincial dejó de usarse a partir del siglo XI. […] La decadencia de la organización themática no significaba otra cosa que la disolución del orden estatal que en los siglos anteriores había producido la grandeza de Bizancio” (George Ostrogorsky, “Historia del Estado Bizantino”, págs. 327 y 328).  George Ostrogorsky traza en dicho párrafo una pincelada acerca del panorama existente en la época de Constantino IX Monómaco (1042-1055). Nos podemos imaginar a partir de dicho esbozo cuál era la situación veinte años después, reinando Miguel VII Ducas. Por ello no sorprende que estallaran finalmente revueltas militares a consecuencia del descontento que tanta postergación había alimentado en el seno de dicha clase.

Hubo tres levantamientos producidos casi simultáneamente entre finales de 1077 y comienzos de 1078, uno en las provincias residuales de Oriente, y los restantes en los Balcanes. En todos los casos, los cabecillas pertenecían a la aristocracia militar: Nicéforo Brienio y Nicéforo Basilacio, dos sobrevivientes de Mantzikert, representaban al brazo europeo de la misma, y Nicéforo Botaniates, que gobernaba en el thema de Anatolikon, era uno de los exponentes más auténticos del brazo asiático. La rebelión de Brienio tuvo como epicentro el thema de Dirraquio, sobre el litoral epirota mientras que la de Basilacio fue más que nada inducida por la anterior, cuando Miguel VII Ducas le comisionó para reemplazar al primero en la administración del ducado. Basilacio y Brienio se encontraron en Tesalónica donde, probablemente luego de un breve enfrentamiento, el primero aceptó plegarse a la rebelión de su rival. A partir de allí, y con la asistencia del hermano de Brienio, Juan, marcharon juntos hacia Constantinopla, para deponer a Miguel VII. Sin embargo, al llegar a los arrabales de la capital, se dieron con que Botaniates les había ganado de mano, poniendo a la población de su lado.

Nicéforo Botaniates, por su parte, había estado gobernando el thema de Anatolikon desde la derrota del Puente de Zompos. Como integrante del partido latifundista y militar no se mostraba conforme con las resoluciones que se adoptaban en Constantinopla y tenía la ventaja sobre Brienio, de una cuna más noble. Su revuelta encendió la alarma entre los burócratas que persuadieron al basileo para comprar la ayuda de los selyúcidas. Pero Botaniates fue mejor negociante; al convencer a los emires turcos para que le apoyaran selló la suerte de Miguel VII en Constantinopla. Su gesta, sin embargo, vino a cerrar dramáticamente el capítulo que se había iniciado en Mantzikert, siete años antes. Como Botaniates era un general al frente de un ejército compuesto casi exclusivamente de turcos, su avance hacia la capital estuvo signado por el establecimiento de guarniciones musulmanas en las grandes ciudades asiáticas que iba ocupando: Cízico, Nicea, Nicodemia, Calcedonia y Crisópolis[21]. Tan solo unos meses después tal desatino pasaría una factura gravosa al Imperio, estando el mismísimo Botaniates sentado en el trono.

Como ya se ha señalado antes, la deposición de Miguel VII solo era cuestión de tiempo. Había simpatizantes de los revoltosos puertas adentro de la capital y entre éstos eran mayoría aquellos que preferían el gobierno del candidato oriental. Por eso no sorprendió cuando, al conocerse la ocupación de Nicea por Botaniates, en Constantinopla un levantamiento del populacho obligó a Miguel VII a renunciar a la corona e internarse en el monasterio de Studio[22]. La revuelta de Botaniates, que se había iniciado de manera abierta con su proclamación como emperador el 7 de enero de 1078, terminó con su entrada triunfal en la capital imperial, el 24 de marzo, mientras Brienio desquitaba su furia casi al pie de las murallas.

La guerra de los Nicéforos.

El primer paso de Nicéforo III vistiendo la púrpura imperial fue casarse con María de Alania[23], la esposa de Miguel VII Ducas, una situación que debió contar seguramente con la complicidad del patriarca de Constantinopla, dado que el Parapinaceo aún estaba vivo. El segundo y no menos importante, era un asunto que tampoco podía esperar por el peligro que implicaba para la autoridad del usurpador. Nicéforo Brienio se había proclamado emperador hacia finales de 1077 y aún deambulaba por las tierras de Tracia. Botaniates debía eliminarle cuanto antes si quería tomar el toro por las astas en la tercera cuestión que aún se mantenía irresoluta: el hundimiento de Asia Menor ante la marejada turcomana.

Otra vez como sucediera bajo el reinado de Miguel VII Parapinaceo, el general escogido para apagar el incendio fue Alejo Comneno. Y otra vez Alejo respondió de la misma manera que lo había hecho bajo el antecesor de Botaniates: con lealtad hacia el basileo, responsabilidad para con su cargo, y sabiduría respecto a la acuciante situación que atravesaba el Imperio. Quizá para tranquilizar su propia conciencia o tal vez como política dadivosa de Estado, para ganarse apoyos, Nicéforo III le concedió el título de doméstico de los escolas, es decir, jefe militar de uno de los regimientos de la guardia imperial que tenía su base en la propia Constantinopla. Se trataba sin ninguna duda de un nombramiento que tenía más efecto nominal que otra cosa, ya que las fuerzas armadas del Imperio estaban en franco estado de descomposición. En Asia Menor las únicas tropas nativas estaban esparcidas desde el Egeo hasta el norte de Siria, y ya no constituían un elemento disuasivo para los turcos. Tampoco se ajustaban a las expectativas de ningún nuevo candidato al trono al estilo del propio Botaniates, por lo que al menos se podía estar tranquilo por este lado. En Europa, entretanto, Nicéforo Brienio había congregado bajo sus estandartes a la totalidad de los ejércitos balcánicos, que habían posibilitado al antiemperador hacerse con el control de las grandes ciudades de Dirraquio, Tesalónica y Adrianópolis. Nadie mejor que la historiadora Ana Comneno para graficar el desalentador panorama: “Le quedaban (a Alejo) algunos inmortales (miembros del tagma de los Athanatoi) que, como quien dice, ayer mismo habían empuñado lanza y espada, unos pocos soldados de Coma y un ejército celta con unos pocos hombres”[24]. Como reaseguro, por si la empresa de Alejo fallaba o se complicaba, Nicéforo volvió a recurrir una vez más a Suleimán ibn Kutulmish.

Sin margen de tiempo para esperar los refuerzos turcos comprometidos debido al veloz avance de Brienio, Alejo salió de Constantinopla al frente de su exigua fuerza, probablemente azuzado por Botaniates y sus generales. Ana Comneno nos refiere el hecho con las siguientes palabras: “… mientras llamaban a los aliados turcos, los generales del emperador le ordenaron partir y enfrentarse a Brienio, confiando no tanto en el ejército que lo seguía, como en la inteligencia del hombre y su habilidad para hacer frente a guerras y batallas”[25]. Sin embargo, considerando el insalvable obstáculo que representaban para Brienio las formidables murallas de Constantinopla, habría que preguntarse en este punto la razón real de tanta premura. ¿Era tan delicada la situación en Tracia como para postergar la amenaza turca en Asia Menor? Y lo que es más, ¿Compensaba la eliminación de Brienio el sacrificio de uno de los pocos generales capaces sino el único, para el caso de que las cosas salieran mal?

No tenemos por qué dudar de las aseveraciones de Ana Comneno. Alejo, su padre, ya había dado muestras claras de su capacidad de mando y de su proverbial inteligencia. El hombre, además, combatía al estilo épico de Alejandro Magno o Marco Aurelio, yendo siempre al frente de sus tropas, lo que no era poca cosa si se considera que el Imperio había vuelto a depender casi exclusivamente de mercenarios. Había, pues, otra razón que, sin desmerecer o socavar la ya descripta, se aprovechaba de ella con tal de pasar desapercibida a los ojos de quienes no estaban enzarzados o familiarizados con las disputas de clanes que sacudían a la corte bizantina. La analizaremos con detenimiento, puesto que será clave para entender, más adelante, la invasión normanda dirigida por Roberto Guiscardo, que tuvo lugar al acceder Alejo al poder.

La trama oculta tras la ascensión al trono de Nicéforo III Botaniates.

La auto-proclamación como emperador de Nicéforo Botaniates, que tuvo lugar en el thema de Anatolikon, probablemente en Amorium, hacia principios de 1078, y el ulterior apoyo de la población capitalina, supusieron un conflicto de intereses para Alejo. La esposa del afamado general, como ya se ha citado antes, era Irene Ducas, hija de Andrónico Ducas[26] y de María de Bulgaria[27], y, por tanto, sobrina segunda de Miguel VII Parapinaceo. Alejo había contraído matrimonio con ella al promediar la primera mitad del año 1078, cuando arreciaban las rebeliones militares y las razzias turcas, como una manera de limar asperezas entre la familia del ex emperador Isaac Comneno y el clan de los Ducas, dicho de otra manera, aristocracia militar y nobleza civil.

Miguel VII Ducas, casado con María de Alania, había por su parte engendrado a Constantino Ducas (1074-1093), de cuyo matrimonio arreglado con Helena, la hija de Roberto Guiscardo, y a formalizarse en un futuro no muy lejano, se esperaba, entre otras cosas, una solución pacífica para la frontera occidental. La irrupción de Nicéforo Botaniates vino a alterar dramáticamente la situación. Aunque los derechos del hijo de Miguel VII permanecieron incólumes, el usurpador negó sistemáticamente en su propio beneficio aquéllos que podrían haber entronizado al poder tanto a Constantino[28], uno de los hermanos del basileo depuesto, como a alguno de los parientes de Isaac I Comneno, el antecesor del Parapinaceo. El descontento de Alejo Comneno, que en un principio bregó para que tales derechos fuesen respetados, no pasó desapercibido para Nicéforo Botaniates, que acababa de convertirse en esposo de María de Alania y padrastro de Constantino Ducas. Por lo pronto, el joven general fue apresado aunque bien pronto el basileo se desdijo de la orden impartida, cuando apareció la excusa ideal para eliminarle.

A través de la desconfianza de Botaniates puede explicarse entonces la premura del usurpador por despachar a Alejo, sin los refuerzos prometidos, para batirse con Nicéforo Brienio. En última instancia, y si había suerte, el Comneno acabaría sus días en el campo de batalla sin que Botaniates tuviera que ensuciarse siquiera las manos. Pero es aquí donde la habilidad y la inteligencia de Alejo echaron por tierra con sus planes.

“Pero Alejo, al enterarse de que el enemigo avanzaba imparable, sin esperar a que se ultimara la alianza con los turcos salió de la emperatriz de las ciudades (Constantinopla) tanto él como sus hombres perfectamente armados y, cuando hubo llegado a Tracia, acampó en torno al río Halmiro, sin foso ni empalizada. Como sabía que Brienio estaba asentado en las llanuras del Cedocto, deseaba que una distancia considerable separara cada uno de los dos ejércitos, el suyo y el de los adversarios” (Ana Comneno, “La Alexiada”, Libro I, IV, 5). La batalla de Calavrytae, que Ana Comneno sitúa en un lugar comprendido entre el río Halmiro y las llanuras del Cedocto, vino a cerrar la herida que Andrónico Ducas había abierto en el campo sangriento de Mantzikert con su traición. Lo que es más, puede considerarse como el remanente anacrónico de un enfrentamiento de clases que había terminado con la destitución de Miguel VII Ducas. Ello se explica por que Nicéforo Brienio se había levantado contra el Parapinaceo y sus aliados, la nobleza civil y el senado, no contra Nicéforo Botaniates, un militar de alta alcurnia como él. En consecuencia, habiendo ganado la partida la aristocracia militar, faltaba por aclarar qué facción dentro de ésta se quedaría con el poder. Calavrytae era, pues, el comienzo de una serie de enfrentamientos que seguirían desangrando al imperio en procura no de dilucidar si un funcionario civil o uno militar, sino de cuál general se quedaría con el Imperio. Los contendientes eran dos militares experimentados: Nicéforo Brienio y Alejo Comneno. La batalla prometía.

Calavrytae. Preludio.

Quizá sea la batalla de Calavrytae una de los enfrentamientos mejor documentados de la historia de Bizancio por el grado de detalle que aportan las fuentes de primera mano que se refieren a ella. Además, los hechos son recogidos magistralmente por dos historiadores emparentados cada uno con los generales en pugna: Ana Comneno, hija de Alejo, y Nicéforo Brienio, esposo de Ana y nieto del militar homónimo[29]. Existiendo pues un marco ideal para considerar la veracidad o no de cada relato a partir de su propia comparación, tanto Ana como su cónyuge nos ofrecen una vívida descripción a partir de la cual es posible arribar a una conclusión irrefutable: la distancia enorme que existía entre los ejércitos imperiales de fines del siglo XI respecto de aquéllos comandados por los emperadores macedónicos en el siglo X. Tanto más por cuanto de cada texto se desprende la necesidad acuciante por cubrir el espacio vacío dejado por la desaparición de los soldados campesinos en beneficio de mercenarios francos, normandos y turcos. Tal cual parecía, el Imperio retornaba al lastimoso sistema militar vigente antes del reinado de Heraclio. La pérdida gradual de los territorios de Asia Menor a manos de los invasores selyúcidas, hacía sentir el peso del estamento anterior como cosa juzgada. No habría vuelta atrás en ese sentido.

“Pues estos dos hombres eran nobles, gallardos y parecidos en fuerza y experiencia, de modo que si se hubieran colocado cada uno en un plato de la balanza, la habrían equilibrado: pero debemos ver de qué lado se inclinaron los designios de la fortuna. Brienio además de confiar en sus fuerzas y experiencia, era superior en el orden correcto de su formación; Alejo, por otro lado, tenía pocas y muy escasas esperanzas en cuanto a su ejército, pero era superior, a su vez, en el poder de su habilidad y en los recursos de su sentido estratégico”. Ana Comneno, en “La Alexiada”, nos presenta un esbozo de la personalidad de los contendientes que invita a su vez a indagar un poco más en la vida y obra de cada uno, para comprender las razones que les habían empujado a empuñar la espada, perteneciendo ambos al mismo partido de la aristocracia militar.

Nicéforo Brienio era miembro de una familia noble originaria de Tracia e hijo de otro Nicéforo, antiguo curopalates y duque de Macedonia y Capadocia, que había terminado su carrera tras ser cegado luego de la revuelta de 1057. En 1071 había combatido junto a Romano IV Diógenes en la batalla de Mantzikert, dónde su reputación fue puesta en entredicho por el mismísimo emperador, que llegó a acusarle de cobardía. Llamado, no obstante, por Miguel VII Ducas, quien deseaba convertirlo en su colaborador y hasta quizá asociarlo al trono, sería reivindicado por el basileo como una persona “que sobresalía ante los demás en experiencia, buen juicio y virtud”. Influenciado por Constantino Celulario, el Parapinaceo decidiría finalmente nombrar a Nicéforo, Duque de Dirraquio y enviarle de manera urgente a sofocar el levantamiento de los eslavos, cosa que el general lograría en 1072, venciendo inclusive a las naves italianas que apoyaban a los insurgentes. La ulterior revuelta de los Brienio (Nicéforo y su hermano Juan) contra el poder central, detentado todavía por Miguel VII y Niceforitzes, no tendría otra explicación plausible que la disconformidad ante la falta de reconocimiento y la negativa del basileo, en recompensarles debidamente. Lo que es más, todo parecería indicar que el cerebro de la insurrección era Juan y que Nicéforo se plegó a ella al revelarse una trama secreta según la cual Miguel VII deseaba destituirle de su cargo en Epiro.

El primer intento por desalojar del trono al Parapinaceo tuvo lugar en 1077, cuando Juan Brienio puso sitio a Constantinopla siguiendo órdenes de su hermano. Entonces, el encargado de lidiar contra él fue Alejo Comneno, a quien Miguel VII había destacado para defender la sección terrestre de las murallas de la capital. Durante las escaramuzas que se sucedieron entonces, trascendió que los soldados de Juan deseaban pillar la ciudad en el caso de tomarla, rumor que a la larga inclinaría la balanza en favor de Botaniates al condicionar el ánimo de sus habitantes en la futura selección de un candidato de entre los usurpadores. Entretanto, Alejo se cubría de gloria al emboscar a una partida de forrajeadores en una de sus tantas salidas, acción que le valdría el reconocimiento del emperador y, como cuenta el historiador Brienio, la recompensa con los esponsales con Irene Ducas.

Depuesto Miguel VII y apresado su logoteta, Niceforitzes, el nuevo basileo, Nicéforo Botaniates, intentó resolver pacíficamente el asunto mediante una propuesta oficial, cuyos términos consistían más o menos en el reconocimiento de Brienio como césar y heredero. Pero los rivales nunca se pusieron de acuerdo, pese al continuo intercambio de embajadas que mantuvieron recíprocamente (entre una y tres, según la fuente documental considerada[30]). En consecuencia, el proceso decantó ineludiblemente hacia el enfrentamiento militar.

Calavrytae: disposición de los ejércitos.

Según parece, atendiendo a las palabras de Ana Comneno, quien tomó la iniciativa escogiendo el terreno más propicio acorde con sus planes de batalla, fue Alejo. Ni la historiadora, ni su esposo, Nicéforo Brienio, aventuran las cifras finales de cada ejército, aunque Ana se refiera parcialmente a ello al describir las huestes del rival de su padre. No obstante, a juzgar por el alto grado de deterioro experimentado por las fuerzas militares del Imperio tras Mantzikert, podría atribuirse al noble tracio una hueste de entre diez y veinte mil hombres, mientras que su oponente no contaría con más de seis o siete mil, incluyendo los aliados turcos. La inferioridad numérica fue compensada por Alejo mediante un ardid que consistió en ocultar deliberadamente tanto a Brienio la verdadera dimensión de sus fuerzas, acampando lejos de su posición, como a los suyos, la superioridad del enemigo, para no abatirles moralmente.

Para el combate, Nicéforo Brienio dividió sus tropas en tres partes[31]: el ala derecha, unos cinco mil soldados, fue encomendada a Juan Brienio. En “La Alexiada”, Ana Comneno asevera que se trataba de italianos, jinetes tesalios, antiguos camaradas de armas de Jorge Maniaces (probablemente francos), y un sector considerable de la hetería[32]. El centro, entretanto, bajo el mando del propio Nicéforo, se componía de otros cinco mil hombres, en su gran mayoría, tracios, tesalios y macedonios, además de la flor y nata de la nobleza militar europea. Por fin, hacia la izquierda, estaba el tercer núcleo bajo las órdenes de Catacalon Tarcaniotes, integrado por otros tres mil soldados de diversa procedencia, aunque mayoritariamente macedonios y tracios. A dos estadios de distancia y cerca del ala izquierda, unos dos mil jinetes pechenegos habían sido apostados por Brienio en tanto que Hyperkerastoi, para que, no bien sonaran las trompetas, cayeran sobre la retaguardia acosando al enemigo con una densa nube de flechas. Una táctica tan antigua como contumaz que había probado su efectividad especialmente con los algareros árabes de los siglos VIII y IX.

Alejo Comneno, por su parte, prefirió actuar en consecuencia con sus necesidades. No tenía un ejército numeroso y además debía estudiar primero cómo desplegaría Brienio a sus tropas, por lo que se inclinó por una emboscada. Dado que la topografía del terreno se lo permitía[33], situó a una parte de sus huestes, los Enedroi, en un barranco, mientras que al resto lo formó de frente al enemigo, también seccionándolo en tres partes. El ala derecha, con Constantino Catacalon a la cabeza de los soldados comatenos, debería vérselas contra Catacalon Tarcaniotes. El centro, integrado por mercenarios francos, y el ala izquierda, por los inmortales, estarían bajo las órdenes directas del mismísimo doméstico de los escolas, es decir, de Alejo. Un cuarto grupo, los Plagiofilakes[34], compuesto por no más de trescientos o cuatrocientos mercenarios turcos fue separado especialmente para prevenir los movimientos de los Hyperkerastoi de Brienio. Entretanto, partidas de escuchas le mantenían informado de lo que acontecía en el campo rival para no tener que lamentar luego sorpresas desagradables devenidas de movimientos inesperados de su oponente.

Calavrytae: progresión de la batalla.

El primero en ponerse en movimiento hacia la posición ocupada por el enemigo fue el ejército de Brienio, que se adelantó en el campo casi hasta los barrancos que ocultaban a los Enedroi. Al ponerse los contingentes italianos, tesalios y la hetería al alcance de sus espadas, los emboscados saltaron con gran griterío y clamoreo desde sus escondites, provocando la confusión en el ala dirigida por Juan Brienio. Solo la determinación y el valor del hermano de Nicéforo consiguieron impedir que el conato de desbande se convirtiera en retirada generalizada. Según Ana Comneno, “el hermano del caudillo, rememorando su ímpetu guerrero y su coraje, hizo volver su caballo con el freno, abatió de un único golpe al soldado de los inmortales que lo seguía, detuvo a la falange que huía en plena confusión y, tras reorganizarla, repelió a los enemigos”[35]. De lo que se deduce que el ala izquierda de Alejo había roto la formación para perseguir a los de Juan Brienio.

Con tal de impedir la ruina total de los inmortales, el propio Alejo debió acudir en su ayuda al frente del regimiento de los escolas. Fue el primer momento álgido de la batalla, cuando el ejército completo del doméstico estuvo a punto de colapsar bajo el empuje arrollador de Brienio y los suyos. Pues mientras el ala izquierda y el centro estaban siendo dispersados por los secuaces de Nicéforo y de Juan, los soldados de Coma, en el otro extremo, la estaban pasando realmente mal frente a los de Catacalon Tarcaniotes. Los Plagiofilakes habían fallado en la prevención, permitiendo la acometida de los pechenegos desde el flanco, lo que aumentó aún más el desconcierto entre las filas de Constantino Catacalon. En este punto se hizo evidente cómo la mayor experiencia de las huestes de Brienio empezaba a jugar un papel determinante en la suerte de la batalla.

Alejo, entretanto, se había enfrascado en una serie de ataques y contraataques, confiando que sus soldados le seguían a todas partes para protegerle. A poco descubrió con horror que, a sus espaldas, toda la formación se hallaba dispersa y a punto de ser aplastada. En consecuencia, reuniendo a un reducido destacamento, se propuso lanzarse a fondo contra lo más nutrido de las fuerzas enemigas, adonde descollaba Nicéforo por su descomunal estatura[36]. Su intención era matar al líder para desmoralizar a sus seguidores. Pero en el último instante fue convencido por Teodoro, aquél mismo asistente que le salvara la vida en Cesarea, de desechar de plano tan descabellada idea, y abocarse, entre ambos, a devolver a sus filas el orden perdido, reagrupándolas y reorganizándolas. En esa instancia, tanto el ala izquierda de los inmortales, como la derecha de los comatenos, estaban en franca desbandada mientras que el centro, con Alejo y su leal servidor, se debatía prácticamente rodeado por el ejército rival.

Intervino entonces un hecho fortuito que vino a sembrar el desconcierto entre las líneas de Brienio cuando los jinetes pechenegos, volviendo grupas, se lanzaron a galope tendido en dirección a su propio campamento, para saquearlo. Su inesperada irrupción determinó la súbita espantada de la servidumbre que integraba la retaguardia de las tropas de Nicéforo. El desorden consecuente se contagió a los que luchaban un poco más adelante, entrecruzándose los estandartes de uno y otro ejército. Al final, la confusión reinante terminó salvando la jornada para las huestes leales a Botaniates. Pero hubo un detalle más en medio del caos reinante: Alejo consiguió apoderarse de uno de los caballos del antiemperador, que descollaba por sobre el resto debido a que estaba engalanado con el manto púrpura y los fálaros dorados. Casi simultáneamente, y justo antes de tirar de las bridas de su caballo para dar la vuelta, pudo arrebatar también a los acólitos de Brienio las picas con hachas de doble filo con la que le protegían. Se trataba ni más ni menos que de un invalorable tesoro que usaría en breve.

Calavrytae: fase final y desenlace.

Habiendo regresado a buen resguardo, entre los suyos, el domestico de los escolas encomendó a un heraldo que anunciase a viva voz la muerte de Brienio. Y para teñir de veracidad al engañoso anuncio, le entregó las preseas recientemente adquiridas al enemigo: el corcel del antiemperador y las picas con hachas de doble filo. El golpe de efecto sería abrumador tanto para propios como para extraños. Ana Comneno nos cuenta que, gracias a esta estratagema, su padre halló la manera de reagrupar a los comatenos e inmortales en una colina cercana, a la vez que alentaba a los mercenarios francos a mantener sus posiciones para permitir lo anterior.

La imagen del heraldo paseándose con los trofeos arrebatados al enemigo, mientras anunciaba la muerte de Brienio en combate, devolvió el valor a los que venían huyendo. Casi todos fueron a recalar al pie de la colina que Alejo había escogido como punto de observación del campo de batalla. Justo en ese momento un segundo hecho fortuito empezó a dar un vuelco en las tornas del día. Acababa de llegar el tan ansiado refuerzo de caballería turca, integrado por unos dos mil jinetes procedentes de las tierras de Suleiman ibn Kutulmish. Ahora Alejo podría cambiar de estrategia y lanzar una contraofensiva, tanto más por cuanto desde su posición, ya se veía al enemigo realizando un amago de celebración por la victoria que parecía estar al alcance de sus manos. Sorpresa y confianza, dos factores que ahora pasaban a jugar a favor del Comneno.

Ciertamente el domestico de los escolas manejaba la terminología de los manuales de tácticas de León el Sabio, como lo vino a demostrar el movimiento de flanqueo al que apeló a continuación. Tal como menciona Ana en su obra, lo que siguió fue todo, obra de su padre. Alejo dividió una vez más a sus tropas en tres secciones: los comatenos e inmortales quedaron en la zaga, agazapados para una nueva emboscada, mientras que el tercer grupo, conformado por los turcos recién llegados, fue puesto a la vanguardia con la misión de hostigar frontalmente con sus dardos al enemigo. El truco ahora consistía en atraer a los de Brienio mediante un juego de ataque y retirada simulada, que los jinetes arqueros debían representar mientras descargaban todo su arsenal de proyectiles. A la vez que ello sucedía, los comatenos e inmortales tenían que flanquear al adversario para caer sobre sus costados y su retaguardia. El momento era de lo más propicio a juzgar por las palabras de la autora de “La Alexiada”: “Habían rebajado su ímpetu, sobre todo cuando los francos que acompañaban a mi padre se pasaron a Brienio durante la anterior desbandada. En efecto, cuando estos francos se hubieron bajado de los caballos y le ofrecieron la mano, como es costumbre de su patria a la hora de rendir vasallaje, cada uno desde su puesto acudió junto a Brienio para observar lo que sucedía. Las trompetas proclamaron por todo el ejército la noticia de que los francos se habían sumado a ellos tras abandonar al general en jefe Alejo”[37]. Dicho de otra manera, Brienio y sus tropas se habían relajado con la rendición de los escolas y, saboreando el triunfo como estaban, Alejo pensaba que no tardarían en sucumbir ante el cebo de los jinetes arqueros, atacando y retirándose frente a ellos.

Los turcos cumplieron a pié juntillas las instrucciones dadas por el domestico. Acercándose a la vanguardia enemiga en pequeños grupos, cubrían el cielo con sus dardos y, tan pronto como terminaban de disparar, daban media vuelta y retrocedían. Brienio acabó cayendo en la trampa, confundido por la engañosa noción de la victoria inminente. Todo su ejército en pleno avanzó hacia donde Alejo le aguardaba con una sección de infantería y, a medida que lo hacía, se internaba cada vez más en la trampa tan hábilmente dispuesta por el hábil Comneno. En el fragor de la lucha cuerpo a cuerpo que siguió, hubo varios intentos por acabar con la vida de Nicéforo; Ana nos describe uno con lujo de detalles: “uno de los inmortales que rodeaban a Alejo y que era valeroso y audaz se destacó con su caballo del resto de la formación y avanzó a galope tendido directamente contra Brienio. Y arremetió fuertemente con su lanza contra su pecho; pero Brienio desenvainó vehementemente su espada cuando la lanza no había aún logrado apoyarse con firmeza y la partió enseguida de un fuerte mandoble; al que intentaba alcanzarlo lo atacó con su espada en la clavícula, le hizo impacto con todo su poder y le seccionó el brazo entero, coraza incluida”[38].

Por fin, Alejo y los turcos, en la última retirada fingida, condujeron a los hermanos Brienio directamente al punto donde había sido tendida la celada. Cuando llegaron allí, los caballeros tesalios y normandos, como el resto del ejército de Brienio, estaban todos extenuados y, los que no estaban heridos, tenían a sus cabalgaduras con un dardo en el pescuezo o atravesándole el costado. Fue el momento culminante de la batalla a partir del cual Nicéforo supo que había perdido la jornada, especialmente tras los infructuosos esfuerzos de Juan por contener la subsiguiente desbandada. Sus grandilocuentes sueños acabarían en la ignominia de la ceguera con que Botaniates le castigó, a través de uno de sus esbirros, llamado Borilos. Fue, tal cual lo sugiere su nieto historiador, el final de la carrera de un hombre ilustre y la pérdida invalorable para el Imperio de un gran personaje.

Calavrytae fase 1

Calavrytae fase 2

Calavrytae fase 3

Calavrytae fase 4

Calavrytae fase 5

Calavrytae fase 6

El imperio de Nicéforo III (1078-1081)

Autor: Guilhem W. Martín. ©

Todos los mapas son de propiedad de https://imperiobizantino.wordpress.com/


[1] Ana Comneno, “La Alexiada”, Proemio II.1.

[2] Traducida como “Vida de los Emperadores de Bizancio”.

[3] “Cronografía” comprende los reinados que se sucedieron desde Basilio II Bulgaróctonos.

[4] Entre las fuentes latinas se destacan “Historia Francorum qui ceperunt Jerusalem” de Raimundo de Aguilers, “Gesta Francorum et Aliorum Hierosolimitorum” de autor anónimo (probablemente un secuaz de Bohemundo), “Gesta Francorum Iherusalem Peregrinantium” de Fulquerio de Chartres, “Anales de Génova” y “De Liberatione Civitatum” del genovés Caffaro, entre otras.

[5] “La Alexiada”, Libro I, 1.

[6] Un normando que había abandonado a Romano IV Diógenes en vísperas de la batalla, a la cabeza de una sección considerable del ejército imperial.

[7] “Cronografía”, Libro X, VII. 44.

[8] Patriarca entre 1043 y 1058.

[9] Existe cierta oscuridad en torno a la fecha de nacimiento de Alejo. La confusión se suscita principalmente por que Ana Comneno asevera que su padre contaba tan solo catorce años de edad para la época de la tercera campaña de Diógenes contra los selyúcidas (la misma que terminaría con el desastre de Mantzikert, en 1071).

[10] La familia al completo estaba integrada por cinco hijos y tres hijas, en el siguiente orden secuencial: Manuel, María, Isaac, Eudocia, Teodora, Alejo, Adriano y Nicéforo.

[11] Niceforitzes junto con Miguel VII Ducas fueron los artífices de un nuevo cuerpo militar o tagma, denominado Athanatoi o Inmortales, de inspiración ostensiblemente oriental, a juzgar por el nombre, si bien ya en los tiempos del basileo Juan I Tzimiscés (969-976) había existido un regimiento con igual nombre. Los Athanatoi de la época de Miguel VII reunían a todos los hombres, soldados y patriotas, privados de sus tierras por los turcos selyúcidas en Asia menor, siendo por tanto una unidad bizantina ciento por ciento.

[12] Steven Runciman, “Historia de las Cruzadas”, Vol. I, pág. 76.

[13] Acorde con Nicéforo Brienio, Isaac Comneno recibió los títulos de gran doméstico de Oriente y estratego autocrátor.

[14] Es importante detenerse en este punto para comprender una de las justificaciones empleadas por Roberto Guiscardo para invadir en los años siguientes el Epiro bizantino. Volveremos más adelante sobre este tema.

[15] Despojos de un antiguo terremoto acorde con Nicéforo Brienio, que sitúa el lugar del campamento en el solar de la vieja ciudad.

[16] Sultán selyúcida, hijo y sucesor de Alp Arslan, quien había muerto en 1072 en Transoxiana.

[17] Ana Comneno, “La Alexiada”, Libro I, l.2.

[18] Steven Runciman, “Historia de las Cruzadas”, Vol. I, pág. 76. El protovestiarios Maleses fue también capturado, no así Nicéforo Botaniates, que consiguió escapar con algunos soldados.

[19] General en jefe con plena autoridad tanto en el campo civil como en el militar.

[20] Ana Comneno, “La Alexiada”, Libro I, 2.2.

[21] Steven Runciman, “Historia de las Cruzadas”, Vol. I, pág. 78.

[22] “El soberano Miguel Ducas acababa de ser depuesto del trono y de vestir en lugar de la diadema y la corona, la indumentaria talar y la epómide arzobispal”. Ana Comneno, “La Alexiada”, Libro I, IV, 1.

[23] María era hija del rey de Georgia, Bagrat IV.

[24] “La Alexiada”, Libro I, 4.4.

[25] “La Alexiada”, Libro I, 4.4.

[26] Andrónico Ducas, el padre de Irene, era nieto del primer gobernador de Bulgaria, llamado también Andrónico (980-1029), e hijo del César Juan Ducas.

[27] María, la madre de Irene Ducas, era a su vez nieta del zar de Bulgaria, Juan Ladislao (1015-1018).

[28] No confundir con el hijo de Miguel VII y María de Alania, llamado también Constantino.

[29] No está aún dilucidada la cuestión en torno al grado de parentesco entre Nicéforo Brienio, duque de Dirraquio, y Nicéforo Brienio, historiador. Algunos autores les consideran padre e hijo mientras que otros se inclinan por la relación abuelo-nieto.

[30] El asunto de las embajadas es tratado por Nicéforo Brienio, el historiador, Miguel Ataliates, Juan Zonarás y Skylitzes.

[31] Acorde con los manuales bizantinos de táctica y estrategia, un ejército debía dividirse en tres partes iguales.

[32] Cuerpo de guardia conformado por extranjeros.

[33] Se trataba de un terreno recorrido por valles y barrancos, muy propicio para esconder soldados de la vista del enemigo. La fuerza emboscada podría caer alternativamente sobre el flanco o la retaguardia, en este caso, de Juan Brienio.

[34] Tanto los Enedroi como los Plagiofilakes son unidades que reciben su nombre en función del cometido que se les ha asignado para la batalla en ciernes: los Enedroi son soldados emboscados, los Plagiofilakes tropas que deben estar atentas a los movimientos del enemigo. Ocurre lo mismo con los Hyperkerastoi, que están a cargo de tareas de hostigamiento residuales de la batalla.

[35] “La Alexiada”, Libro I, V, 4.

[36] Ana Comneno nos cuenta, acerca de la talla de Nicéforo Brienio, lo siguiente: “Evolucionando en medio como un Ares o un gigante, Brienio, que superaba en un codo a partir de sus hombros a todos los demás, provocaba gran estupor y miedo a los que lo observaban” (“La Alexiada”, Libro I, V, 7.).

[37] Ana Comneno, “La Alexiada”, Libro I, VI, 1. Como lo atestigua la princesa bizantina, el ejército de los escolas terminó sucumbiendo y rindiéndose al fallar la emboscada inicial de los Enedroi.

[38] Ana Comneno, “La Alexiada”, Libro I, VI, 3.

Fuentes bibliográficas y virtuales: Consultar Alejo I Comneno (1048-1118). Parte II.

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4 respuestas hasta “Alejo I Comneno (1048-1118). Parte I.”

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  2. […] descuella la figura de Ana Dalasena, nieta de Damián, esposa de Juan Comneno y madre del emperador Alejo I (1081-1118), cuya figura glosó admirativamente su hija Ana Comnena en su obra […]

  3. […] árabe. Es además el único santo calabrés que puede viajar a Oriente, donde es bien recibido por Alejo Comneno y su mujer Irene a principios del siglo XII. Como resultado de esas relaciones un notable próximo […]

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