Gautier, Théophile

(Tarbes, 1811-Neuilly-sur-Seine, 1872). Poeta, crítico y novelista francés. Cuando recorre por primera vez España, de mayo a octubre de 1840, Théophile Gautier ya viene provisto de cierto conocimiento de la pintura española, adquirido gracias a la Galería Española inaugurada en el Musée du Louvre en 1838. Este literato, protagonista activo del movimiento romántico francés y amigo de figuras tan destacadas como Hugo, Balzac o Nerval, se dedica a la crítica de arte desde 1831, y su interés por el arte español se manifiesta ya en varios artículos escritos en 1837 y 1838, en los que resulta particularmente notable la valoración que realiza de la obra de Goya. Aunque la descripción de la geografía y de las costumbres españolas constituye la temática esencial del Viaje por España, publicado en 1843 (y anteriormente en la prensa), el componente artístico ocupa un lugar destacado en este libro, como instrumento de comprensión de una cultura «exótica». Sin embargo, la libertad constitutiva del género de los relatos de viaje conduce a Gautier a cometer ostensibles y voluntarias injusticias en sus evocaciones del patrimonio artístico español. Así, renuncia a dar cuenta del Museo del Prado, cuya descripción «exigiría un volumen entero». En las pocas líneas que escribe sobre el Museo, Gautier recalca la abundancia excepcional de obras de Tiziano, Rafael, Veronés, Rubens, Velázquez, Ribera y Murillo. Elogia la iluminación de los cuadros y la arquitectura del edificio, aunque la fachada no le agrada. En el largo pasaje dedicado a Goya, añadido en la segunda edición (1845), constata que El dos de mayo está relegado a la antesala («antichambre») del Prado. El relato de su segunda estancia en Madrid, con motivo de la boda de Isabel II celebrada en 1846, contiene una evocación mucho más pormenorizada del Museo del Prado. En esta serie de artículos, publicados en Le Musée des Familles, se centra en los pintores que considera paradigmáticos de la escuela española: Velázquez, Murillo, Ribera y Zurbarán, presentándolos en este orden jerárquico, procurando caracterizarlos mediante fórmulas expresivas, y dedicándoles el espacio proporcionado. Velázquez es el pintor de la España feudal y caballeresca, y su obra le parece plenamente romántica. Su «robusto amor a la verdad», propio de los pintores españoles, le lleva a interesarse lo mismo por los mendigos que por los reyes: los harapos de Esopo valen tanto como la púrpura imperial. Le entusiasma El triunfo de Baco, pero cita también La rendición de Breda, La fragua de Vulcano, y elogia el efecto que producen los «esbozos de paisajes». Murillo le parece muy inferior a Velázquez. Aunque tuvo tres «maneras» distintas, su estilo es muy reconocible (colorido suave, capacidad para idealizar); este pintor fecundo no solo sobresale en la representación de la Virgen o del Niño Jesús: también es capaz de abordar con éxito composiciones dramáticas (La conversión de san Pablo). Insiste en el placer que muestra el «terrible Ribera» en enseñar los detalles más crueles de los suplicios, y de Zurbarán dice que solo España podía engendrar semejante pintor, tan alejado de la amable devoción italiana. Por fin, alude a la riqueza asombrosa del Museo en pintura italiana y confiesa que se enamoró de la Salomé, de Tiziano. Pondera la belleza del edificio y la claridad de su interior. El elogio a Velázquez ocupa la mayor parte de la breve evocación de su tercera visita al Museo, en 1864, y aconseja a los pintores franceses que aprovechen las facilidades del ferrocarril recién inaugurado para ir a estudiarlo al Prado. También elogia la Magdalena, de Antolínez, «tan romántica y original».