Kettering abre sus puertas y corazón a estudiantes de Ucrania - Iglesia Adventista del Séptimo Día - División Interamericana
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Cincuenta estudiantes ucranianos recibieron becas completas. Aquí, tres de ellos cuentan su historia.

27 de abril de 2023 | Kettering, Ohio, Estados Unidos | Noticias de Kettering Health

En febrero de 2022, Rusia invadió Ucrania. Mientras los líderes del mundo deliberaban para saber cómo apoyar al pueblo de Ucrania militarmente, la entidad de gobierno de la Iglesia Adventista del Séptimo Día se comunicó con los colegios terciarios y universidades adventistas de Norteamérica y Europa, preguntándoles si podía ayudar a los estudiantes ucranianos desplazados cuyos estudios se vieron interrumpidos por la invasión.

El Colegio Terciario de Kettering respondió al llamado… cincuenta veces.

El colegio acreditado de ciencias de la salud en el campus principal de Kettering abrió sus puertas (y corazones) a cincuenta estudiantes de Ucrania cuyos gastos de estudio, alojamiento y pensión, libros de textos y otros gastos fueron pagados totalmente gracias a la generosidad de la Fundación Kettering Health y a donantes individuales.

Daniela Korchuk (izquierda), Vladyslav Malishevskyi y Svitlana Shnurenko. [Fotografía: Colegio Terciario Kettering]

Desde entonces, 34 estudiantes han llegado al campus de Kettering, Ohio, Estados Unidos. Cada uno trae su propia historia de la vida que tenían, las dificultades que superaron para llegar a los Estados Unidos, y los desafíos de ajustarse a una nueva vida en un país diferente al de su tierra natal. Tres de ellos se sentaron con nosotros para compartir sus historias.

Svitlana

Antes de la guerra, Svitlana Shnurenko, de 23 años, era una estudiante que vivía con sus padres en Bucha, un pueblo universitario a 19 kilómetros de Kiev, la capital de Ucrania. Aunque de niña había soñado con una carrera en medicina, de joven, se dedicó a estudiar gestión de proyectos.

En las primeras horas del 24 de febrero de 2022, Shnurenko se despertó con el ruido aterrador de los aviones rusos que dejaban caer bombas, mientras su madre le decía que había comenzado la guerra. “En ese momento, me di cuenta del horror de la situación”, dice Shnurenko.

Su familia había formulado un plan de evacuación. Viajarían a la casa de su abuelo en Volyn una provincia en Ucrania occidental, a unos 390 kilómetros de allí. “Habíamos empacado todas las cosas y documentos necesarios una semana antes”, dice.

Pero cuando los medios reportaron que Rusia estaba bombardeando aeropuertos en todo el país, incluida la base militar Hostomel a solo tres kilómetros de su casa, se dieron cuenta de que “no había lugar seguro en Ucrania”.

Svitlana Shnurenko. [Fotografía: Colegio Terciario Kettering]

Shnurenko, su madre, su hermano y dos amigos se apretujaron en su pequeño carro con solo unas pocas posesiones. Su padre, que es pastor, quedó atrás para evacuar a los estudiantes. “Fue la última vez que abracé a mi querido papá”, cuenta.

Mientras los bombarderos sobrevolaban el lugar, el hermano de Shnurenko condujo por un lugar envuelto en fuego y humo. Pronto se sumaron a miles de automóviles parados sobre la ruta, con los aterrados conductores que trataban todos de avanzar en la misma dirección: lejos de Kiev.

Llegaron a Volyn y enfrentaron otras desgarradoras despedidas. En Ucrania, los hombres de 18 a 60 años no pueden dejar el país a menos que estén estudiando en una universidad extranjera. De lo contrario, tienen el deber de defender a Ucrania. “Jamás olvidaré ese sentimiento de tristeza cuando uno entiende que es probable que hayas abrazado a tu hermano y abuelo por última vez”, dice Shnurenko.

Las mujeres continuaron con el viaje. Durante meses, vivieron en República Checa con parientes, mientras solicitaban visas de viaje. Esperaban llegar a Toronto, donde vive la hermana de Shnurenko. Cuando no lograron conseguir los documentos de la Embajada de Canadá en Praga, se dirigieron a la Embajada de Canadá en Polonia.

“Fue un camino difícil: largas filas y noches sin dormir”, cuenta Shnurenko.

Mientras tanto, estaban preocupados por su padre. “Mi padre arriesgó su vida para sacar a personas de las ciudades más hostiles y peligrosas”, dice. “Se vio rodeado, y perdimos contacto con él durante varios días”.

Shnurenko dice que cuando lograron comunicarse otra vez, “lo primero que me envió fue un mensaje sobre Kettering”.

Se había enterado de la oportunidad, y recordó que ella tenía el sueño de ser médica. “Fue como un rayo de esperanza”, dice.

Vladyslav Malishevskyi. [Fotografía: Colegio Terciario Kettering]

Vladyslav

La familia de Vladyslav (“Vlad”) Malishevskyi vive en la región central de Ucrania. “No experimentamos la pérdida de nuestro hogar o la pérdida de parientes”, dice. “Pero toda la familia sufrió mucho estrés, dado que no sabíamos qué sucedería a continuación. En especial porque entonces tenía 17 años, y mi familia estaba preocupada porque pronto cumpliría 18 y tendría que ser soldado”.

Malishevskyi, cuya madre es médica, estaba estudiando agronomía en una universidad local. Escuchó que su pastor anunció en la iglesia de la oportunidad de ir a Kettering, pero, dice Malishevskyi, “no podía creer que fuera tan afortunado”.

Él y sus padres tuvieron que luchar con una difícil decisión. “Realmente no querían que me fuera, pero estaban preocupados por mí, y no veían que tuviera futuro [en Ucrania]”.

Cuando Malishevskyi fue aceptado en el programa, se acercaba su cumpleaños 18. Tenía que salir de Ucrania, pero no había obtenido todos los documentos necesarios para una visa. Entonces se dirigió a Polonia, donde vivió más de un mes en una iglesia mientras trabajaba con la Embajada de Estados Unidos para conseguir la visa. Cuando finalmente la obtuvo, “el viaje en sí fue difícil, porque era mi primera experiencia en los aeropuertos”, dice Malishevskyi. “Volé de Varsovia a París, y de allí a Cincinnati, donde fue recibido por personal del colegio”.

Llegó a Kettering después del comienzo del primer semestre. Pero finalmente, estaba allí.

Daniela Korchuk. [Fotografía: Colegio Terciario Kettering]

Daniela

Cuando Daniela Korchuk, que ahora tiene 18 años, era adolescente, su padre le dijo: “No importa qué ocupación elijas, lo único que importa es servir a las personas. Todo tiene que ver con Dios”.

Como estudiante terciaria en el Instituto Ucraniano de Artes y Ciencias de Bucha, eligió estudiar economía pero jamás se imaginó en esa profesión. “No sabía cómo haría para servir a otras personas”, dice.

Cuando la invasión interrumpió sus estudios, amigos que estaban huyendo hacia Ucrania occidental invitaron a Daniela y a su madre para que se sumaran a ellos. Al llegar a destino, agolpados entre 15 personas en una pequeña casa, decidieron continuar hacia el oeste.

Para cuando Korchuk llegó a Kettering con todos los documentos requeridos para estudiar allí, su travesía la había llevado a Eslovaquia, la República Checa, los Estados Unidos, Noruega, y de regreso a los Estados Unidos.

Entretanto, la pérdida de la energía eléctrica y otras circunstancias relacionadas con la guerra han llevado a que su familia deje su hogar en más de una ocasión. En cierta ocasión, su padre regresó y descubrió que un lado de la casa estaba lleno de hoyos, producidos por la metralla de un misil que había caído sobre la casa de un vecino. Su oficina había sido saqueada por los rusos que habían ocupado otra casa vecina.

La vida en Kettering

Los estudiantes se mantienen en contacto con sus familias mediante llamadas telefónicas, textos y llamadas de video. Aunque la comunicación se ve interrumpida por los cortes de electricidad en Ucrania, la mayor parte de los días, los estudiantes reciben mensajes que les aseguran que sus familias están bien.

Los tres estudiantes se han establecido en su nueva comunidad, y están adaptándose a las diferencias culturales. “Todo es diferente aquí”, dice Malishevskyi.. “Las rutas, las casas, la comida, el transporte público y los automóviles”.

Mientras luchan por adaptarse, todos creen que el plan de Dios los llevó allí, hacia la seguridad y la oportunidad de capacitarse en medicina. Shnurenko, por sobre todos, no tiene duda alguna.

La mano de Dios

Hace cinco años, mucho antes de la invasión, Shnurenko pasó por una enfermedad, y entonces le preguntó a Dios que le mostrara qué plan tenía para ella. Esa noche, soñó con una habitación con un camarote. “En el sueño, me sentaba sobre el camarote y leía de libros grandes en un idioma que no era el mío”, dice Shnurenko, y agregó que los detalles eran tan vívidos “que pudo dibujar la escena”.

El sueño dejó a Shnurenko con más confusión que claridad, hasta que llegó a Kettering y un miembro del personal le abrió la puerta de su habitación. “No podía respirar”, dice. Desde el camarote hasta los muebles blancos y el espejo, los colores de las paredes y el piso de madera, “es la misma habitación que había visto en mi sueño”.

“Mientras continue la guerra en Ucrania, estaremos preocupados por nuestros padres”, dice Korchuk, “pero Dios los está cuidando, y todo será para el bien de nuestras familias”.

Shnurenko agrega: “Me gusta que Dios puede transformar el mal —como es el caso de la guerra— en algo bueno, como la oportunidad de que nosotros estemos aquí y estudiemos.

“Y entonces”, dice Shnurenko, “Dios puede usarnos para ayudar a otras personas”.

La versión original de esta noticia fue publicada en el sitio de noticias deKettering Health.

Traducción de Marcos Paseggi

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