Descubre la influencia romana en la creación de la capital mexicana

Descubre la influencia romana en la creación de la capital mexicana

La gran Tenochtitlan, antigua capital mexica, fue una ciudad reinventada por los conquistadores y dio paso a “La noble y gran capital de México”. La historia de una urbe que se transformó bajo la mirada europea.

Descubre la influencia romana en la creación de la capital mexicana (Raquel Urroz)

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Entre las cientos de poleis griegas, como sabemos, destaca Esparta y Atenas. Pero fue la ciudad-estado de Atenas, en particular, el escenario donde surgió uno de los sistemas políticos más trascendentales de todos los tiempos: la democracia, es decir, una forma de organización política que se desarrolló entre los ciudadanos, quienes propiciaron el derecho de reunirse y discutir asuntos propios de la polis.

Por su parte, la antigua Roma es conocida por su legado a la historia universal por sus instituciones políticas innovadoras. Uno de estos logros, sin duda, fue la creación del municipio o el ayuntamiento, un modelo de gobierno que permitía a los ciudadanos participar en la toma de decisiones locales; asimismo, su funcionamiento tuvo además una gran importancia en términos de la estructura política y territorial que determinó la planificación y la administración de las ciudades tanto en el Viejo Mundo como en el Nuevo Mundo.

Los españoles interpretaron la capital azteca a partir de su conocimiento de otros centros urbanos, para ellos, una arquitectura totalmente desconocida como la mesoamericana la señalaron como exótica.

Los españoles interpretaron la capital azteca a partir de su conocimiento de otros centros urbanos, para ellos, una arquitectura totalmente desconocida como la mesoamericana la señalaron como exótica.FIELD MUSEUM

Roma fue la gran Urbs desde su fundación y, sobre todo, cuando comenzó a expandirse a partir de una "quadrata" precisamente donde se alojaba el capitolio en el área central, rodeada de una muralla defensiva. Este espacio se fue desarrollando como el corazón administrativo de la ciudad a la hora de erigir los templos y los principales edificios distribuidos de forma regular y articulados entre sí. De hecho, la base de las primeras edificaciones siguió el modelo griego de planta rectangular; a partir de esta zona central, luego se dividiría el resto del espacio en cuatro sectores y hacia el exterior, se encontraban las cuatro puertas que se conectaban hacia las avenidas diseñadas de forma simétrica. Así, también, quedó evidente el patrón de cuadrícula, el mismo que fuera modelo para el resto de los espacios de carácter urbano, por ejemplo, en las futuras ciudades españolas, donde la plaza de armas sería el epicentro de toda la noción del espacio urbano y a partir de la cual, el resto de las calles y sectores se irían desarrollando.

La urbe romana y el municipio están estrechamente relacionados. La urbe se refiere a la ciudad en sí; mientras que el municipio es la entidad política y administrativa que gobierna dicha ciudad. En efecto, los municipios tenían cierta autonomía y estaban gobernados por una élite local que tenía jurisdicción sobre la urbe y su territorio circundante. En suma, el municipio romano se basó en el principio de la res publica o "cosa pública", que enfatizaba el bienestar común y el interés general. Este modelo de participación ciudadana sentó las bases para el desarrollo de sistemas democráticos posteriores con base en la autogestión. Su legado perduró a durante siglos, pero llegó al continente americano y a México en particular a través de la gestión de la Corona española y sus previas experiencias complicadas en el Caribe, donde se buscó instaurar repúblicas cristianas al modo occidental.

No obstante, en tierras mexicanas existían asentamientos prehispánicos calificados por los europeos como dignos de ser conquistados para luego crear poblaciones duraderas y repúblicas cristianas. Por ejemplo, Tlaxcala fue comparada a Granada, los templos eran mezquitas y sus sacerdotes, alfaquíes; Tenochtitlan estaba a la altura de Estambul, y los aposentos de Moctezuma se percibieron de estilo “muy amoriscados”. Así fue como, frente al asombro de grandes concentraciones urbanas y sofisticada arquitectura prehispánica, se buscó edificar el modelo urbano e incorporar la historia del Nuevo Mundo dentro de las coordenadas políticas y religiosas de España, como si fuera un territorio continuo, parte de la propia metrópoli.

El legado grecorromano en la fundación de la ciudad de México como capital virreinal.

El legado grecorromano en la fundación de la ciudad de México como capital virreinal.iStock.

La gran capital mexicana

Sabemos que, en especial, la Ciudad de México-Tenochtitlan alcanzó, para el siglo XVI, un notable desarrollo en materia de gobierno urbano y gestión hidráulica. Su base de organización material corrió paralela al fortalecimiento de la estructura y organización política y tributaria, junto con sus instituciones y su burocracia vinculadas a demás núcleos urbanos asentados a lo largo de la cuenca de México.

En suma, Tenochtitlan fue una ciudad que acumuló un poder político y un simbolismo religioso que fue percibido y aprovechado por Hernán Cortés y sus huestes para adaptarla a sus propios fines con el apoyo de miles de contingentes indígenas de otras regiones.

De cualquier manera, con la determinación absoluta de transformarla en cabeza de una Nueva España a partir de 1521, arrancó un proyecto imperialista de expansión territorial y de colonización desde el propio corazón de la ciudad mexica y con base en el mismo prestigio y autoridad arraigada previamente por el Estado tenochca. La lógica cultural europea de la ciudad renacentista en su dimensión estereotipada sería puesta en práctica sobre las ruinas de la antigua ciudad azteca, donde se implementaría el ideal de adaptar el concepto de una república cristiana fuera del mundo pagano y bárbaro de la periferia. En términos de colonizar y poblar, en los espacios recién hallados se trataba de repartir las tierras y crear vida urbana, para con ello dar forma a las nuevas posesiones de ultramar. En 1502 nacía el modelo urbano concebido por Fray Nicolás de Ovando, gobernador de la isla La Española, quien promovía el desarrollo urbano con la elección local de alcaldes y corregidores a través de méritos obtenidos por parte de los soldados. Después, Alonso de Ojeda, siguiendo el viejo modelo de los repartimientos efectuados en el proceso de la reconquista, trazó el plano del modelo de ciudad según el castrum romano. Éste se basaba en planificar las calles en línea recta para configurar manzanas cuadradas o rectangulares en torno al establecimiento de una plaza mayor la cual fungiera como el centro de vida urbana; a un lado, debía estar la iglesia mayor; al otro, el cabildo o gobierno municipal. Así, bajo este modelo, la estructura urbana fundamental consistía, pues, en una cuadrícula al modo occidental.

La unidad corporativa por antonomasia redactada en la recopilación de las Leyes de los Reinos de Indias fue precisamente el cabildo. El ordenamiento territorial que dictaba comprendía y reunía los dos conceptos fundamentales de la cultura cristiana, a saber, el bien común y el buen gobierno, ambas condiciones básicas para impartir justicia y abrazar la salvación divina. En realidad, cualquier corpora fungía como una comunidad urbana con personalidad jurídica, además, la ciudad considerada como cuerpo político confería privilegios y tenía la capacidad de dividirse en demás parcialidades, villas, pueblos, etcétera. La república entonces se consideraba como una comunidad cristiana que impartía la justicia y, precisamente, era el propio cabildo el que debía emitir las ordenanzas en cada caso y regir así la vida pública y moral de la comunidad de colonizadores. Todo ello incluía, por ejemplo, el honor, la buena conducta, las virtudes cristianas, la familia y lealtad al rey y a Dios, tal y como se redactó en las Ordenanzas del buen gobierno en 1524 para la Ciudad de México.

Aunque las primeras descripciones de la vida urbana en Tenochtitlan se referían a un espacio con “orden y policía”, había que proyectar en la ciudad el modo de vida europeo. El primer paso debía ser la transformación espacial y marcar un centro: generalmente un espacio en tierra llana, más o menos compactado, constituido por una gran plaza y calles bien delineadas. En el caso de México, fue hacia 1523 cuando el primer agrimensor de la ciudad, Alonso García Bravo, utilizó las cuerdas tendidas y las estacas plantadas para la nueva traza del centro. Inmediatamente después, se presentaban los dos grandes retos para las nuevas autoridades españolas: el físico, es decir, contener el flujo de agua a través de toda la ciudad; y el de orden social, a saber, hacer de las grandes avenidas cardinales rutas para las procesiones católicas.

Pintura realizada en biombo de la Ciudad de México en el periodo virreinal.

Pintura realizada en biombo de la Ciudad de México en el periodo virreinal.MUSEO DEL PRADO

El diseño de la nueva ciudad tomaba el modelo renacentista, una vez que el cabildo hubiera sesionado el reparto de solares y la dirección de los nuevos edificios por construir, desde luego, con mano de obra indígena. La base de este primer proyecto espacial era situar la plaza mayor entre la Catedral y las casas viejas de Cortés y un damero o traza rectilínea sobre las que debían distribuirse las casas nuevas. El cabildo, constituido por alcaldes y regidores de la ciudad, se encargó de adjudicar y edificar rápidamente las casas de los soldados por premiar, lo que había sido aprobado por el cabildo. Así, la traza ortogonal, como el espacio de demarcación donde los españoles habitaban, se poblaba de solares y palacios a la altura de ciudadanos de primera. 

Reordenanza de una nueva capital

El diseño de la nueva urbe se concibió entonces pensando en una jerarquización social inédita: el centro, destinado para la habitación de los españoles junto con sus edificios dentro de un plano reticular constituido más o menos de unas 24 calles. La otra cara de la moneda era su rededor, donde se demarcaron los cuatro barrios y un quinto: Santiago Tlatelolco, el cual contó con su propio gobernador y cabildo, mientras que el resto estuvieron regidas por San Juan Tenochtitlan.

La muestra fehaciente de civilización occidental era desarrollar centros urbanos y comprobar la capacidad de formar comunidad cristiana. La fundación de una ciudad significaba la creación de una sociedad. Su imagen es la de un centro que irradia poder sustentada en instituciones necesarias para gobernar, ya fuera a través de un cabildo, un consejo, o la audiencia. Se trataba pues de reducir las cosas al buen orden jurídico-territorial para generar después la riqueza anhelada. Civilizar a la población era igual a urbanizar, y el congregar a los indios y reducirlos en nuevos órdenes territoriales era sinónimo de evangelización.

El Ayuntamiento era la corporación que representaba a toda la Nueva España y este órgano debía ser el sucesor legítimo de la ciudad de Tenochtitlan. Fundado por Hernán Cortés en Coyoacán en 1521, esta corporación solicitó el escudo de armas a Carlos V hacia 1522 y fue concedido por medio de una cédula real expedida en Valladolid el 4 de julio de 1523. El municipio o cabildo desde el siglo XVI, había obtenido el de “primera ciudad del Reino” y con ello el derecho de representación de los intereses comunes, esto es, el velar y defender la salud pública, el orden urbano y la civilidad cristiana.

El proyecto político español era forjar un nuevo reino desde el corazón del Imperio mexica, y desde allí acelerar la colonización a otras regiones de Mesoamérica. La autoridad y el prestigio que gozaba la Ciudad de México se convertía en la principal entidad jurídica capaz de ejercer poder político mediante el derecho. La Ciudad de México reforzó su posición central de capital y se convirtió finalmente en centro político y comercial de toda el área mesoamericana. En realidad, para obtener el título de ciudad, además de su localización y el número de habitantes, era necesario fundamentar los méritos y la riqueza que se podía producir, la misma que se veía reflejada en sus palacios, casas de gobierno, calzadas, plazas y mercados. Bajo ese criterio se podía entonces formar república encabezada por el gobierno emanado del cabildo, primer cuerpo que generaba una identidad urbana. Las ordenanzas las elaboraba la propia ciudad para regular su funcionamiento, de modo que cada comunidad solicitaba sus privilegios dependiendo de sus propias necesidades, pero siempre bajo los valores de una nueva religión hegemónica. La Ciudad de México fue más que una ciudad exótica, modelo de “policía y gobierno”, de ordenamiento territorial y de diseño espacial por antonomasia, reflejo de una república con favor divino. Los españoles trajeron consigo una serie de conceptos urbanísticos considerados superiores. La base de su ejercicio en el Nuevo Mundo fue el “derecho de petición”, por parte de capitanes y soldados, y la demostración de su capacidad para construir ciudades bajo el modelo renacentista y, al mismo tiempo, reuniendo el ideario de los conquistadores, a saber, gloria, oro y doctrina. No solamente fue a través de un cuerpo documental hecho de reglamentos, ordenanzas y disposiciones legales que daba cuenta de cómo aplicar la policía entre los habitantes sometidos; también, la arquitectura y ordenamiento territorial, es decir, los modelos de poblamiento debían expresar un modo de vida europeo importado.

Para Hernán Cortés, la isla de Tenochtitlan significaba una urbe civilizada, pero, al fin, pagana y susceptible de ser conquistada.

Para Hernán Cortés, la isla de Tenochtitlan significaba una urbe civilizada, pero, al fin, pagana y susceptible de ser conquistada.ASC

El imaginario político de los vasallos de la Nueva España se fundaba en una cultura jurídica y religiosa de origen medieval y su alcance práctico, así como su manifestación material, era la república urbana que se autogobierna y que, al mismo tiempo, es leal al rey. Las repúblicas se concretizaban en territorios poblados por vecinos cristianos, de modo que la visión europea calificó los espacios de forma jerárquica, y en este sentido, la ciudad era el asentamiento no solamente con mayor extensión territorial, densidad poblacional y compleja organización sociopolítica. Por otro lado, representaba el núcleo urbano de mayor representación política. El criterio de los conquistadores para determinar el concepto de ciudad tenía que ver con la distinción del espacio rural y profano frente al cívico y, a su vez, consagrado por el poder eclesiástico. En suma, en el orden civil como en el territorial se constituyeron espacios de forma jerarquizada y su proceso de institucionalización se fue desarrollándose por medio del repartimiento entre particulares, también por la reducción de repúblicas de indios, la fundación de ciudades, villas y pueblos, así como las provincias con sus propios oficiales dotados de su propia jurisdicción.

La autoridad de la vieja capital azteca

Aunque podría pensarse que la Ciudad de México-Tenochtitlan cumplía con todos los requisitos tanto urbanísticos como estructurales ideales, su caso es único y particular dentro del modelo paisajístico que venía dándose en los círculos humanistas en Europa y los modelos de ciudades renacentistas. En efecto, la Ciudad de México antes de 1521 era un núcleo urbano densamente poblado y un conglomerado repleto de estructuras de piedra, lo que era signo de "civilización". De hecho, la fundación y consagración de Tenochtitlan siguió un modelo espacial que tomó la forma de un cuadrángulo con un centro ceremonial que representaba el poder político y religioso de un Estado centralizado, es decir, el poder estatal se construía así sobre un concepto cosmológico proyectado en la arquitectura y el urbanismo.

En suma, el diseño de la capital azteca guarda varias dimensiones de significado, desde una perspectiva astronómica y de ingeniería hidráulica, hasta el orden de la vida pública y ceremonial encabezada por la élite gobernante.

Sin embargo, su topografía cerrada por montañas y su naturaleza acuática la hacían excepcional y exótica, además de desafiante, sobre todo a la hora del arribo de los soldados españoles y sus intenciones militares. En realidad, la elección del islote de Tenochtitlan como la capital política para la fundación del reino de la Nueva España después de su caída, por parte de los cientos de huestes españoles y miles de aliados indígenas, es multicausal. La primera razón, por supuesto, radica en el hecho de retomar o, mejor dicho, aprovechar el prestigio de haber derrumbado al pueblo mexica representado por el Estado azteca político-religioso-militar y receptor de tributos provenientes de decenas de provincias subyugadas. Es decir, Cortés ponderó el gran peso político de la capital azteca la cual contenía autoridad, orden y jerarquía burocrática, y esto, frente a otras opciones no consideradas dignas para fundar asentamientos españoles, las cuales van a atravesar por distintos desarrollos y vocación; así, tenemos el caso de Veracruz, que fue convertida paulatinamente en puerto, ya que por su situación geográfica y clima no fue considerada ciudad española. Las ciudades españolas nacían y sobrevivían gracias a las mercedes y privilegios que el monarca les concedía una vez reunidos los procuradores para promover sus intereses frente a la Corte. Desde luego que los conquistadores buscaban recompensa inmediata frente a los servicios prestados al rey y, en este sentido, una de las primeras demandas era conceder indios para construir sus casas y levantar las ciudades como espacios que marcaran sus límites jurisdiccionales. Así, se fue constituyendo una jerarquía espacial donde la preponderancia de la Ciudad de México fue indiscutible y reconocida en la Cédula Real de 1523 como “noble y gran capital”: primero y antes que nada, por el prestigio que gozaba de por sí y por el poder político previo a la llegada de los españoles; luego, por su derrota militar, y, por último, por convertirse en residencia para una población de cristianos con ayuntamiento local. No obstante, la forma más adecuada de dividir los territorios fue la eclesiástica, y para 1534 el rey ya había aceptado la propuesta de dividir la derrotada y destruida ciudad de Tenochtitlan, junto con sus ciudades aliadas en torno a los lagos. De modo que la isla de Texcoco quedaba convertida en la capital de la Nueva España, y subdividida a su vez en cuatro provincias dotadas de "Junta y prelado", esto es, de un obispo y un cabildo civil. Así, tenemos las fundaciones de Tenochtitlan en 1521, Texcoco en 1551, Xochimilco en 1559 y Tacuba en 1564; Coyoacán y Tacubaya fueron consideradas villas, y el resto, pueblos.

Paganismo y cristianismo

La idea inicial de Cortés fue la separación entre población española y la república de indios, esto con el fin de distinguir espacios y gobiernos tanto civiles como eclesiásticos.

Con todo, los indígenas eran atraídos al interior del perímetro español para el trabajo doméstico, artesanal o para la construcción y el comercio. Civilizar a la población era igual a urbanizar; y el congregar a la población y reducirla en nuevos órdenes territoriales era sinónimo de evangelización. En este sentido, la ciudad adquiría una forma y un signo nuevos: era la materialidad del espacio ordenado por medio de un modo de vida cristiano. El Ayuntamiento y demás construcciones principales se convertían entonces en símbolos de religiosidad cristiana en torno a pueblos paganos que se hallaban en un estado de tránsito hacia nuevas formas culturales regidas por la fe. En 1528 se estableció la primera Audiencia y el Arzobispado de México, de modo que la capital tenía el privilegio de la representación, esto es, la facultad para nombrar procuradores ante la Corte y el Consejo Real. Vivir políticamente, o lo que es lo mismo, en república, tuvo el fin no sólo de defender la cristiandad, sino también de mantener el orden social jerarquizado, estamental y corporativo, fuera y alejado, además, de la contaminación pagana aún de las poblaciones no bautizadas.

El escenario urbano de México-Tenochtitlan, efectivamente, impresionó a los españoles. Percibieron un paisaje completo que se extendía, sobre todo, hacia el sur gracias a la multiplicación de las chinampas, todo ello en conjunto aparecía en medio de una serie de cuerpos de agua cubiertos por miles de canoas que transportaban productos traídos de lejos, y éstos a su vez rodeados de montañas y volcanes que cerraban la cuenca por casi todos sus flancos. Para Hernán Cortés, la isla de Tenochtitlan significaba una urbe civilizada, pero pagana, comparable solamente al de un sultán, su población se interpretó conformada por moros y sus templos se vieron como mezquitas; pero todo susceptible de ser conquistado para convertirse en la Corte de un reino cristiano perteneciente a la Corona española.

Con todas estas consideraciones, Hernán Cortés ponderó su localización junto con los inconvenientes logísticos que presentaba la topografía de la isla donde se había asentado la capital del Estado mexica, y finalmente se derrumbó la ciudad para mandar construir una nueva cabeza política de España bajo las ruinas de un espacio que había reunido gran poder político, religioso y militar, así haber sido receptor de enormes cantidades de tributos a partir de una jerarquía de funcionarios establecida mucho tiempo atrás.

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