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Comentario sobre textos Reflexión

Ensayo sobre “Las cosas que perdimos en el fuego” de Mariana Enríquez

Lo siniestro en “Las cosas que perdimos en el fuego” de Mariana Enríquez

Me gusta un asomo de Agonía,

Porque sé que es verdad—

Nadie finge el Espasmo,

Ni simula el Pavor—

Emily Dickinson

Por Diana Hidalgo Delgado

En el cuento que nos ocupa el análisis de este ensayo, la autora argentina Mariana Enríquez construye una realidad  increíble (no creíble), insólita o irreal y a su vez, inquietante, perturbadora, cruenta, violenta; y como veremos en las próximas líneas, siniestra. Al leerlo, es difícil que no retrocedamos a las oraciones previas para comprobar que lo que hemos leído está escrito o que no nos recorra por el cuerpo una sensación que no podemos describir con claridad y que nos genera confusión, fragilidad y miedo. Incluso una angustia que va más allá del terror. Y aquí la trataré de resumir de entrada en algunas líneas. En Buenos Aires, en nuestro tiempo actual, como respuesta a la ola de eventos de violencia de género en la que parejas o exparejas de muchas mujeres las asesinan quemándolas vivas o simplemente las queman vivas para desfigurarlas y que no puedan “pertenecer a nadie más”, se forma un colectivo de mujeres de todas las edades que se autodenomina Mujeres Ardientes. Ellas comienzan, voluntariamente, a autoquemarse a sí mismas con ayuda de las demás en campos desolados a las afueras de la ciudad. Al ritual o ceremonia lo llaman La Quema y, algunas veces, lo graban y lo suben al internet, también como señal de protesta. Su objetivo no es quemarse hasta la muerte, sino quedar desfiguradas, mutiladas y convertirse en  “monstruas” para mostrar sus cicatrices y fealdad por las calles, para que ningún hombre se vuelva a meter con ellas. Por ello, cada vez que ocurre una “hoguera” (la hay una cada semana), llevan a la mujer quemada a un “hospital clandestino” para que se recupere de sus heridas. En este panorama, las Mujeres Ardientes comienzan a ser perseguidas, allanadas y encarceladas por las autoridades de la Argentina por quemarse. Señalo a continuación tres párrafos del relato para que se entienda mejor a lo que me refiero:

Nº 1. —Las quemas las hacen los hombres, chiquita. Siempre nos quemaron. Ahora nos quemamos nosotras. Pero no nos vamos a morir: vamos a mostrar nuestras cicatrices[1].

Nº 2. Todo era distinto desde las hogueras. Hacía apenas semanas, las primeras mujeres sobrevivientes habían empezado a mostrarse. A tomar colectivos. A comprar en el supermercado. A tomar taxis y subterráneos, a abrir cuentas de banco y disfrutar de un café en las veredas de los bares, con las horribles caras iluminadas por el sol de la tarde, con los dedos, a veces sin algunas falanges, sosteniendo la taza.  ¿Les darían trabajo? ¿Cuándo llegaría el mundo ideal de hombres y monstruas?[2].

Nº 3. Tenía la cara y los brazos completamente desfigurados por una quemadura extensa, completa y profunda; ella explicaba cuánto tiempo le había costado recuperarse, los meses de infecciones, hospital y dolor, con su boca sin labios y una nariz pésimamente reconstruida; le quedaba un solo ojo, el otro era un hueco de piel, y la cara toda, la cabeza, el cuello, una máscara marrón recorrida por telarañas. En la nuca conservaba un mechón de pelo largo, lo que acrecentaba el efecto máscara: era la única parte que el fuego no había alcanzado[3].

En apenas estas tres pequeñas muestras del cuento, ya es posible observar la aparición de uno de los factores que Sigmund Freud consideró para teorizar la emergencia o aparición de lo siniestro, tal como lo recogió la investigadora Lourdes Santamaria en un reciente ensayo sobre lo siniestro en la literatura y el cine:

La mutilación asociada a la castración; ojos cegados y fragmentos del cuerpo amputados que cobran vida ajena al cuerpo resultan especialmente angustiantes y perturbadores. El mito de Edipo, automutilado al atravesar sus ojos con alfileres por su incesto y parricidio, fue convertido en arquetipo por Freud para nombrar al complejo de deseo incestuoso y castración neurótica, ya que los ojos están simbólicamente asociados a los miembros masculinos[4].

En el párrafo Nº 1, la autora relata la autolesión que se infligen este grupo de mujeres a través de las quemaduras y menciona que mostrarán sus cicatrices, pero aún no se evidencia la magnitud de estas cicatrices. En el Nº 2 y el Nº 3 ya leemos cómo algunas de estas cicatrices se convierten en mutilaciones de sus cuerpos. Y de un alcance tremendo.

En el párrafo Nº 2, vemos cómo las mujeres ya recuperadas de las quemaduras, comienzan a hacer una vida que consideran normal y se colocan o asisten a escenarios conocidos e inofensivos para el común de las personas (como el transporte público, los bancos, los bares, el supermercado), pero mostrando sin ningún reparo las características de su mutilación o su monstruosidad: “con los dedos, a veces sin algunas falanges”,  “sosteniendo una taza”. Es evidente el sentido de perturbación y angustia que puede causar tanto leer estas líneas, como imaginar —porque la autora no lo escribe en ningún momento— lo que habrían pensado o sentido (o temido) quienes estaban en esos escenarios conocidos un día cualquiera y se encontraran con esta imagen. ¿Les habría provocado alguna incertidumbre sobre si lo que están mirando se trata de una mujer, un disfraz o un ser monstruoso que no pertenece a este mundo? He ahí lo siniestro.

En el párrafo Nº 3, la autora narra de una manera aún más cruenta las características de una mujer quemada y el nivel de su mutilación. En este caso vemos ya directamente la alusión a los ojos que Freud señala como un elemento clave al analizar el efecto de la mutilación y lo siniestro. En este párrafo, a la chica quemada solo le queda un ojo y el otro es “un hueco de piel”. Pero, además, tiene una nariz “pésimamente reconstruida” y una “boca sin labios”. En conjunto, es una imagen muy angustiante y perturbadora. Dice Freud acerca de la mutilación de los ojos:

(…) la experiencia psicoanalítica nos recuerda que herirse los ojos o perder la vista es un motivo de terrible angustia infantil. Este temor persiste en muchos adultos, a quienes ninguna mutilación espanta tanto como la de los ojos. ¿Acaso no se tiene la costumbre de decir que se cuida algo como un ojo de la cara? El estudio de los sueños, de las fantasías y de los mitos nos enseña, además, que el temor por la pérdida de los ojos, el miedo a quedar ciego, es un sustituto frecuente de la angustia de castración[5].

Y esto nos sirve  para lo que vengo analizando porque tal como lo plantea Santamaria: “El psicoanálisis reconvierte a lo siniestro freudiano en una categoría estética que permite analizar la parte más perturbadora del arte: lo monstruoso, lo abyecto, lo grotesco, lo informe, lo obsceno, lo ominoso, lo espeluznante, etc”[6].

Para  mayor entendimiento de lo que vengo señalando en este ensayo, cito a Reisz:

Recordemos que es común decir que amamos tanto a alguien «como a la niña de nuestros ojos» o «que uno cuidará cierta cosa como a la niña de sus ojos» (Freud, 1986: 231) y todo lo relacionado con este órgano dual, cuya facultad de percepción es totalmente dominante en la cultura occidental, suele estar asociado a un sentimiento de fragilidad y de miedo ante la posibilidad de su pérdida[7].

Ello nos permite comprender que a la angustia y perturbación de observar a una persona tan mutilada y además con un “hueco de piel” como un ojo, se suma este sentimiento de miedo y fragilidad que causa en el ser humano observar a una persona sin un ojo y en estas condiciones y de la forma en la que ocurre en el cuento. Vemos así cómo seguimos en el terreno de lo siniestro.

En este punto, además,  me voy a permitir agregar un elemento más, de acuerdo a mi interpretación y solo a ello. Parafraseando a Reisz, con total conciencia que esto es producto de mi propia conjetura derivada únicamente de mi experiencia como lectora y de mi mundo interno[8]. Y es que la autora construye a este personaje del cuento con estas características de desfiguración de la cara y el cuerpo, atribuyéndole un “efecto máscara”. Describe su rostro como “una máscara marrón recorrida por telarañas” con un solo mechón de cabello que le sale por la nuca. En esta escena, además, la chica en cuestión está subida en un subterráneo (transporte público), vistiendo, como cualquier otra chica que pudiera estar allí o que esté allí, unos jeans ajustados, blusa transparente y tacones. Al describirla por completo la autora dice: “Que su cuerpo fuera sensual resultaba inexplicablemente ofensivo”. En ello, sostengo que hay dos características más de lo siniestro, según Freud, tal como lo analiza la investigadora Lourdes Santamaria, que se cumplirían también en este relato:

1. La apariencia de vida en seres inanimados: autómatas, muñecos, cadáveres resucitados, o cuando lo inorgánico o lo no humano cobran apariencia de vida humana y provocan incertidumbre intelectual, dislocación de la realidad, fascinación y horror al mismo tiempo. Este factor siniestro fue desarrollado también en 1970 por el experto en robótica Masahiro Mori con el término del valle inquietante, aplicado especialmente a la creación de androides, seres antropomórficos artificiales, animados de forma tan realista que causan rechazo y repugnancia[9].

2. El retorno de lo reprimido, o cuando lo familiar (das Heimlich) muestra su otra cara oculta y secreta y se manifiesta de forma sobrecogedora y violenta[10].

Sostengo que este “efecto máscara” de la mujer quemada, en conjunto con las características de las mutilaciones de su cuerpo, tiene que ver con algo “no humano” o incluso inanimado —si entendemos la máscara como un objeto que puede ser de juguete, un muñeco o un autómata— que tiene una apariencia absoluta de vida humana e incluso vida humana común (la chica viste jeans, blusas transparentes, tacones). Allí ocurre tanto una incertidumbre intelectual como una dislocación de la realidad, que puede causar horror, rechazo, repugnancia y fascinación al mismo tiempo: “Que su cuerpo fuera sensual resultaba inexplicablemente ofensivo”. ¿Esa mujer aún puede ser sensual? ¿Es una mujer? ¿Puede esa “máscara” tener un cuerpo sensual? ¿Puede ser aún humana? ¿Es humana?  ¿Qué es? ¿Por qué está en el transporte público? ¿Cómo me puede parecer sensual? Seguimos, pues, en el terreno del puro siniestro.

Y aquí añado la otra característica que sostengo se cumple en los párrafos que vamos analizando, Nº 2 y Nº 3: cuando lo familiar (das Heimlich) muestra su otra cara oculta. Y esto porque, como he venido señalando a lo largo de este ensayo, en ambos casos, en un ambiente familiar o conocido en el que normalmente cualquier habitante de la ciudad de Buenos Aires pudiera sentirse seguro o tranquilo, sin ningún sobresalto (como el supermercado, el transporte público, un taxi, el bar, el banco), ocurre que aparece en escena y de forma sobrecogedora o violenta, lo que vendría ser lo oculto o secreto o que nadie espera, quiere o desea mirar de cerca. Que son estas mujeres quemadas, mutiladas, incluso consideradas por sí mismas como monstruas. Personas que seguramente en otro contexto que no fuera este cuento fantástico y terrorífico quisieran esconderse, ocultarse y no salir más a la luz del sol.

Pero en este caso, lo siniestro de este cuento es que ellas mismas quieren mostrarse así a la sociedad y que están orgullosas de haberse quemado a sí mismas para erradicar de una vez por todas la violencia de género. Entendemos lo fantástico asociado a lo siniestro, según lo planteado por Todorov, como “extraño puro”:

Junto a estos casos, en los que nos encontramos en lo extraño un poco a pensar nuestro, por necesidad de explicar lo fantástico, existe también lo extraño puro. En las obras pertenecientes a ese género, se relatan acontecimientos que pueden explicarse perfectamente por las leyes de la razón, pero que son, de una u otra manera, increíbles, extraordinarios, chocantes, singulares, inquietantes, insólitos y que, por esta razón, provocan en el personaje y el lector una reacción semejante a la que los textos fantásticos nos volvió familiar. (…) La pura literatura de horror pertenece a lo extraño[11]. 

Sin ninguna duda, en primer lugar, este cuento pertenece al género de la literatura de horror o terror. Y sin ninguna duda, también, presenta sucesos “increíbles, extraordinarios, chocantes, singulares, inquietantes, insólitos”. Sobre todo, chocantes, inquietantes e insólitos. Veamos lo que dice la chica “máscara”:

—Si siguen así, los hombres se van a tener que acostumbrar. La mayoría de las mujeres van a ser como yo, si no se mueren. Estaría bueno, ¿no? Una belleza nueva[12].

No se van a detener, había dicho la chica del subte en un programa de entrevistas por televisión. Vean el lado bueno, decía, y se reía con su boca de reptil. Por lo menos ya no hay trata de mujeres, porque nadie quiere a un monstruo quemado (…)[13].

Hasta este punto espero haber explicado lo mejor posible acerca de lo siniestro en este cuento. Sin embargo, no quisiera dejar de mencionar, aunque sea brevemente, otro aspecto muy importante de este relato y que podría ser motivo para un ensayo completo. Se trata del asunto primordial que motiva a esta realidad terrorífica que construye Enríquez en “Las cosas que perdimos en el fuego”: la violencia de género y agregaría que desde una perspectiva feminista. Lo digo sustentándome, además, en las reflexiones que recogí de la propia autora en una entrevista que le hice en mayo del  año pasado:

Lo escribí como una reflexión sobre la violencia y las consecuencias de la violencia hacia las mujeres. ¿Qué podría provocar la impunidad a esa violencia? ¿Cuál podría ser la potencia rabiosa como reacción y a la vez ser algo muy femenino? En el cuento, ellas se queman como quemaron a las brujas. El cuerpo es el botín. Es como arruinarles a los varones el botín. Hacerse ellas mismas lo que ellos les hacen para quitarles a ellos el poder de hacérselos. Lo pensé más como un cuento de la violencia machista. Yo prefiero decirle violencia machista que violencia de género porque pienso que es el nombre que se le debe dar.

Pero, como digo, es tema para otro ensayo completo.

Para finalizar y retornar a lo siniestro, dejo una última línea del cuento:

María Helena abrió la boca y dijo algo más pero Silvina no la escuchó y su madre siguió y las dos mujeres conversaron en la luz enferma de la sala de visitas de la cárcel, y Silvina solamente escuchó que ellas estaban demasiado viejas, que no sobrevivirían a una quema, la infección se las llevaba en un segundo, pero Silvinita, ah, cuando se decidirá Silvinita, sería una quemada hermosa, una verdadera flor de fuego[14].

En este preciso instante que acabo de escribir estas líneas, no se me ocurre algo más siniestro que aquello.

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Notas:

1   Enríquez 2016: 192

2   Enríquez 2016: 196

3   Enríquez 2016: 185

4   Santamaria Blasco 2020: 154-155

5   Freud 1919: 7

6   Santamaria Blasco 2020: 155

7   Reisz 2018: 262

8   Reisz 2018: 265

9   Santamaria Blasco 2020: 154

10 Santamaria Blasco 2020: 154

11 Todorov 1980: 35-36

12 Enríquez 2016: 190

13 Enríquez 2016: 195

14 Enríquez 2016: 197

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BIBLIOGRAFÍA:

ENRÍQUEZ, Mariana. Las cosas que perdimos en el fuego. Barcelona: Editorial Anagrama, 2016.

FREUD, Sigmund. Lo siniestro. Librodot, 1919.

REISZ, Susana. El espectro de los ojos y sus viajes transatlánticos. Lima: Pontificia Universidad Católica del Perú. BRUMAL: Revista de investigación sobre lo fantástico. Vol. VI, n.o 1, pp. 263-281, 2018.

SANTAMARIA BLASCO, Lourdes. Intertextualidades siniestras entre la literatura y el cine: científicos locos, femmes fatales, doppelgängers y mutilaciones corporales. Universidad Miguel Hernández de Elche. Tropelías. Revista de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada, 34 (2020).

TODOROV, Tzvetan. Introducción a la Literatura Fantástica. México: PREMIA editora de libros, 1980.

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Datos de la ensayista:

Diana Hidalgo Delgado (Lima, 1992). Es periodista, lectora y escritora. Es licenciada en Comunicación y Periodismo por la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas (UPC). Cursa la maestría en Literatura Hispanoamericana en la Pontifica Universidad Católica del Perú (PUCP). Ha colaborado con crónicas, perfiles, entrevistas y reportajes en revistas como Etiqueta Verde, Memoria (Del IDEHPUCP- Instituto de Democracia y Derechos Humanos de la Pontificia Universidad Católica del Perú),  Revista H, el suplemento El Dominical del diario El Comercio y el semanario Hildebrandt en sus Trece. Además, ha publicado textos de crítica literaria en la revista de cultura contemporánea Ojo Dorado, editada por el ICPNA; así como en la web literaria Bitácora de El Hablador. Actualmente, es editora adjunta de la revista Espinela de la Maestría de Literatura en la PUCP, dicta talleres de forma independiente sobre literatura escrita por mujeres en distintas latitudes, con un enfoque en género y teoría literaria; y es voluntaria mentora y editora en el proyecto digital de educación y ciencia para niñas “Kuriotik”.

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