El falso dilema ‘materia o espíritu’ - Evangelico Digital

El falso dilema ‘materia o espíritu’

La elección no debería ser entre materia o espíritu, sino entre materia o materialismo.

11 DE NOVIEMBRE DE 2022 · 08:00

Pexels, Pixabay,piedras cielo, tierra nubes
Pexels, Pixabay

Rumores de otro mundo se titulaba uno de los libros escritos por el prestigioso escritor cristiano Philip Yancey en el cual consideraba muchos de los indicios que sugieren poderosamente que más allá del mundo material evidente a los sentidos existe un mundo espiritual aún más determinante.

Y es que, por más que lo deseemos, la materia y el espíritu son nociones que no podemos eludir ni desterrar únicamente al campo de las discusiones filosóficas, pues todos los días las experimentamos a ambas de un modo u otro.

Así, la materia consiste en todo aquello que podemos ver, oír, oler, palpar, gustar o, en una palabra, percibir claramente con nuestros sentidos por contraste con el espíritu que requiere otro tipo de sensibilidad más sutil para ser percibido.

El problema es que hoy por hoy materia y espíritu se ven como nociones enfrentadas y mutuamente excluyentes. Parecería que nos encontramos ante una disyuntiva que nos obligaría a elegir sólo una de las dos: un materialismo vulgarmente utilitario y pragmático o un espiritualismo etéreo, místico y contemplativo sin relación con este mundo. Pero el cristianismo bien entendido propone una tercera vía que los incluye a ambos.

Valga decir que el enfrentamiento entre materia y espíritu se agudizó en la edad moderna por cuenta de Marx, quien postuló a la materia como la única realidad, negando la existencia de un mundo espiritual entrelazado con el material.

La ciencia moderna en general adoptó este materialismo al asumir y promover el naturalismo -hermano gemelo del materialismo- que estudia el funcionamiento de la naturaleza, negando de entrada la posibilidad de que puedan ocurrir ocasionalmente eventos sobrenaturales que no puedan ser explicados por el comportamiento habitual de la naturaleza. Pero ese es, por lo pronto, otro asunto.

Volviendo con el materialismo, que es el tema que nos ocupa, el colapso de la URSS y el estado actual de los regímenes políticos inspirados en el materialismo marxista parecen indicar que todo lo que se construya partiendo de la materia sin tener en cuenta al espíritu está condenado a colapsar más temprano que tarde.

Sin embargo, antes de condenar a Marx debemos tener en cuenta que el materialismo moderno es en gran medida una simple y bastante comprensible reacción contra los patológicos excesos en los que ha incurrido la iglesia y la religión en general en nombre del espíritu a lo largo de los siglos. Porque, así como los materialismos ateos no ha salido bien librados en la historia, tampoco los espiritualismos religiosos que exaltan de manera fanática el mundo espiritual menospreciando con indiferencia y afectada piedad el mundo material muestran un mejor balance. Bien dice la sabiduría popular que los extremos son viciosos.

Además, si se trata de plantear las cosas como una disyuntiva en que tenemos que escoger uno de los dos, la elección no debería ser entre materia o espíritu, sino entre materia o materialismo.

Ese es el peligro con el sufijo ismo cuando se le añade a cualquier palabra. La puede convertir en un dogma que le confiere carácter absoluto al concepto que le da nombre, la materia en este caso. Y darle carácter absoluto a cualquier realidad de este mundo termina a la postre volviéndose contra ella, como le sucedió a la materia con el materialismo moderno o también -hay que decirlo- al espíritu con los fanatismos espiritualistas en el seno de la iglesia a lo largo de su historia. Porque si elegimos la materia, no por ello tenemos que renunciar al espíritu. Pero si elegimos el materialismo si debemos hacerlo. Ese fue el gran error de Marx y compañía. No equivocarse tanto en lo que afirmó, sino en lo que terminó negando al hacer sus afirmaciones. Así, al afirmar la importancia de la materia terminaron negando la del espíritu de manera catastrófica.

Lo curioso es que, a pesar del fracaso político y económico del materialismo marxista, el materialismo como tal no ha muerto. De hecho, sigue muy vivo en el consumismo compulsivo de los países democráticos y capitalistas de Occidente.

Ese consumismo que Patrick Morley describiera bien como “comprar cosas que no necesitamos, con dinero que no tenemos, para impresionar a personas a las que no les importamos”. 

Pero con todo y las críticas que el materialismo comunista o el capitalista por igual nos merezca al reducir la condición humana a mera materia, lo cierto es que la materia es una realidad fundamental para nuestra existencia y no podemos, tampoco, menospreciarla en nombre del espíritu. Porque la verdad incuestionable es que todo el universo, incluido nuestro propio ser, está constituido en principio por materia visible, palpable y medible.

Es cierto que los seres humanos somos también, de manera manifiesta, más que simple materia, pero no somos de ningún modo seres inmateriales. Por lo tanto, no podemos ser indiferentes ni ignorar la materia sin correr el riesgo de terminar seriamente lastimados dándonos, literalmente: “cabezazos contra la pared”, como le sucedía de manera figurada al apóstol Pablo antes de su conversión (Hechos 26:14).

De hecho, la Biblia afirma tajantemente que cuando Dios miró todo lo que había hecho, es decir su creación material debidamente concluida: “consideró que era muy bueno” (Génesis 1:31), añadiendo luego que: “Dios hizo todo hermoso en su momento” (Eclesiastés 3:11).

El mundo material es, entonces, parte de la buena creación de Dios. Tan importante será la materia que Dios decidió participar de ella al encarnarse como hombre de carne y hueso y colocó también en un privilegiado lugar de la doctrina cristiana la esperanza en la resurrección del cuerpo, noción esta última eminentemente material.

La ciencia dice que todos somos “polvo de estrellas”, pues fue en las estrellas donde tuvo lugar la síntesis de elementos pesados que hace posible nuestra existencia. Pero en una escala más local, la Biblia sugiere que la materia prima con la que Dios formó a los seres vivos del planeta Tierra es la misma para todos, revelándonos en los primeros capítulos del Génesis lo que la experiencia confirma: nuestra composición fundamental es el polvo de la tierra, pues en eso es en lo que nos convertimos todos los seres vivos al morir (Génesis 2:7; Eclesiastés 12:7).

De manera similar, los griegos creían que todo lo que existe estaba constituido por materia y forma, siendo la primera la misma para todos y variando únicamente la forma para dar a cada ser sus características particulares. Y la experiencia nos demuestra que la materia física sin la forma adecuada se degrada. Si no que lo digan todos los que, por no cuidar la forma, sufren deterioro en su cuerpo material por cuenta de la obesidad y los problemas de salud que la acompañan.

Ahora bien, también es cierto que la obsesión de muchos otros por estar en buena forma es uno de los excesos promovidos por el materialismo que termina dando lugar a la idolatría del cuerpo y a peligrosos desórdenes alimenticios como la bulimia y la anorexia, sin mencionar los pecados asociados a la sensualidad de las formas y la consecuente sexualidad libre y desbordada de quienes se entregan al libertinaje y la promiscuidad, seducidos por la forma. La obsesión con la forma es ilustrada con humor negro en la respuesta indolente que le dio una hermosa y estilizada dama de alta clase social a un mendigo raquítico y desnutrido que la abordó con las siguientes suplicantes palabras: “-Señora, ¡hace dos días que no como nada!” a lo que ella replicó diciendo: “-¡Cuánto admiro su fuerza de voluntad!”.

Como sea, la ciencia ha confirmado de algún modo, tanto la revelación bíblica, como las intuiciones de los griegos alrededor de la sustancia y la forma, pues es un hecho que todo lo que existe materialmente hablando está constituido por esas partículas elementales que conocemos como protones, neutrones y electrones, ordenadas de manera diferente en los distintos átomos, moléculas, células, tejidos y demás que conforman a todos los seres de la creación.

Así, pues, Dios no tiene que cambiar de materia prima para llevar a cabo visibles transformaciones en los seres de la creación. Sólo tiene que modificar su disposición en cada ser en particular incluyendo, por supuesto, a los seres humanos que somos tal vez quienes reflejamos una mayor y más admirable complejidad en nuestro diseño y estructura material para ponerla a la altura de nuestra especial dimensión espiritual.

En síntesis, los cristianos podemos y debemos abrazar tanto la materia como el espíritu, colocados ambos en su justo lugar y proporción. La idea de que tenemos que elegir entre los dos es, entonces, un falso dilema. No es eso lo que Cristo requiere de quienes creemos en Él. Él únicamente nos pide que pongamos nuestra vida en la relación adecuada y correcta, tanto con la materia como con el espíritu.

Porque el hecho de que en el evangelio el mundo espiritual tenga prioridad no significa que debamos ignorar o menospreciar impunemente el mundo material. Por eso, el cristiano que honra el mundo del espíritu tal como éste se nos revela en la Biblia descubrirá que al hacerlo terminará indefectiblemente incorporando y dignificando a la materia, confiriéndole un significado más elevado que el reconocimiento excluyente y desmedido que reclama para ella el materialismo ateo.

Publicado en: EVANGÉLICO DIGITAL - Creer y comprender - El falso dilema ‘materia o espíritu’