Albania: 13 lugares que ver entre la Riviera Albanesa y los Alpes Dináricos

Balcánico y mediterráneo

Albania: 13 lugares que ver entre la Riviera Albanesa y los Alpes Dináricos

Su riqueza natural y la suma de influencias culturales y artísticas de Oriente y Occidente lo convierten en un país muy atractivo. Esto es lo que no te puedes perder.

Los romanos la llamaron Albania por la blancura de sus cumbres nevadas, pero sus habitantes prefieren llamarla Shqiperia, que significa "águila", refiriéndose a la inexpugnabilidad de su territorio. Su bandera presenta un águila bicéfala, símbolo heredado de Bizancio, que funciona como un símbolo del equilibrio entre Oriente y Occidente.

Rodeada por los Balcanes y los Alpes Dináricos, y bañada por los mares Jónico y Adriático, Albania guarda la rica historia de los territorios fronterizos. Fue parte de la Iliria del Epiro griego y resistió la conquista romana. Tras la división del imperio en 395, Albania se alineó con Bizancio. Durante la Edad Media, enfrentó a los otomanos, liderados por Skanderberg, quien resistió la embestida por más de 25 años. A pesar de su derrota en el siglo XV, Albania fue parte del Imperio otomano durante cinco siglos.

 

La secularmente cerrada Albania es hoy abierta y cercana –hace apenas un año que empezaron a operar vuelos directos desde Barcelona y Madrid–. Es Europa, pero no del todo. Hay que cambiar en lek, la moneda local, y el roaming no funciona. Los mejores momentos para recorrerla son la primavera y el otoño para disfrutar de sus rutas de montaña y el inicio del verano para saborear sus playas con la calma que merecen. Porque, aunque sea aún un destino poco conocido, Albania está ganando cada vez más entusiastas de sus paisajes y de su historia. Estos son los lugares imprescindibles que ver en este apasionante país. 

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Kruja
Foto: Shutterstock

1. El castillo-museo de Skanderberg (Kruja)

En la ciudad norteña de Kruja, a 13 km del aeropuerto Madre Teresa, se encuentra el castillo-museo de Skanderberg, erigido seis siglos antes de la toma de la ciudad por Enver Hoxha, un dictador comunista que vio en aquel héroe la figura alrededor de la cual construir una identidad nacional. El lugar en que Skanderberg resistió tres asedios es hoy un bazar de callejuelas empedradas y aleros de madera. «Europa es cristiana porque Skanderberg frenó aquí a los otomanos», afirman con fe militante los albaneses. Les duele que Europa olvide el papel que han tenido en la historia.

Tirana Albania
Foto: iStock

2. Tirana, la heterogénea capital de Albania

Pero Albania, pese a todo, es Mediterráneo. Pese a su vinculación geopolítica con los Balcanes, pese a que en nuestro imaginario la pintemos como eslava, pese a la complejidad de su lengua, Albania tiene un férreo espíritu mediterráneo. Se nota ya en Tirana, la capital, a 30 km de Kruja y a la que tardamos una hora en llegar, en lo que a partir de ahora establecerá la peculiar relación en este país entre el espacio y el tiempo. 

 

Tirana, que hace un siglo no superaba los 10.000 habitantes, es hoy una urbe ecléctica con más de medio millón de los cerca de tres millones de albaneses que residen en el país. Mezquitas otomanas, iglesias ortodoxas, edificios de trazado italiano, grises construcciones de la época socialista y fachadas pintadas con murales de colores conviven en los bulevares de estilo francés que parten desde la plaza de Skanderberg. Los albaneses aman la vida en la calle, las sobremesas largas y el trasnoche en la avenida Ismail Quemali animado con cervezas que llevan nombres de ciudad (Tirana, Kruja, Korça) o con ese raki heredero de la época otomana que las familias destilan en su propia casa. 

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Bunker’Art Tirana
Foto: Shutterstock

La herencia mediterránea se percibe también en su gastronomía o en los innumerables cafés que se abren en las calles del Blloku, la zona residencial de la élite política albanesa en tiempos de la dictadura, cuya entrada estuvo prohibida a la población hasta 1991. Merece la pena hacer un repaso por esta parte de la historia entrando en el Bunker’Art, un refugio transformado ahora en un museo de memoria histórica cuyo acceso es la entrada a un búnker como los que salpican todo el país. 

 

Y es que, si bien Albania consiguió su independencia del imperio otomano en el año 1912, fue ocupada por Grecia hasta 1914; convertida en protectorado italiano y luego en monarquía hasta 1939; parte de Italia hasta la caída de Mussolini en el 43, y plaza de la Alemania nazi hasta el 44. Tras la Segunda Guerra Mundial, Enver Hoxha, uno de los líderes de la resistencia, tomó el control del estado y se situó en la órbita de Rusia. Nasta, mi guía, me habla de aquellos años: «Mi madre se asomaba a la ventana para ver la bandera que ondeaba en el castillo y, cuando veía el águila bicéfala, suspiraba y decía: bueno, un día más que somos albaneses».

 

Pese a las reformas encaminadas a la modernización de las infraestructuras, la industrialización, el desarrollo agrícola, la educación y las artes, Albania se abocó al aislamiento. Su líder dio la espalda a Occidente para luego, una a una, irse desprendiendo de las alianzas comunistas: la Rusia de Kruschov, la Yugoslavia de Tito, la Rumanía de Ceaucescu y, por último, la China de Mao. Su obsesión por una posible invasión internacional lo aisló de su entorno, sembró de búnkeres –aún visibles– campos y ciudades y provocó una brutal represión política. Murió en 1985, pero hasta 1992 no se convocaron las primeras elecciones. La democracia resultó también un sueño fugaz, pues tras la guerra de los Balcanes en 1997, el estado rozó la descomposición y la guerra civil. 

Llogara
El paso de Llogara. Foto: iStock

3. Vlore, el inicio de la Riviera Albanesa

La tranquilidad que se respira ahora en el litoral desdice la violencia de esa historia reciente. En Vlore, 150 km al sur de Tirana, se levanta uno de los primeros puertos comerciales del país y allí, a apenas 80 km de la italiana Brindisi, el Adriático comienza a convertirse en Jónico.

 

Es el punto de partida de la famosa ruta por la Riviera Albanesa, un recorrido que sigue la carretera SH8 a lo largo de más de cien kilómetros de costa entre acantilados, montañas y vistas panorámicas llenas de sol. 

Cruzamos el Parque Nacional de Llogara y ascendemos hasta los 2000 m de altitud por una carretera que circula entre pinos negros, hotelitos encantadores con techos a dos aguas y senderos de montaña, para luego descender a Dhermi, en la costa, en un bellísimo zigzag. Parapentes multicolores acompañan nuestro recorrido, meciéndose en el cielo. 

Playa de Gjipe
Playa de Gjipe. Foto: iStock

4. Dhermi y las playas más bonitas de la Riviera Albanesa

Dhermi, uno de los lugares de recreo favorito de la población local, nos sorprende con una cala de ensueño. La playa de Drymades, guarecida por un acantilado, de arena blanca y aguas transparentes marcará la tónica orográfica de la zona. Un poco más al sur se encuentraGjipe Beach, una cala recóndita y salvaje, accesible tan solo tras más de media hora a pie. En ella, un par de destartalados chiringuitos ofrecen cerveza fría y comida caliente, y algunos turistas acampan en busca de soledad, atardeceres de Instagram y aguas limpias, profundas y tranquilas.

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Castillo de Ali Pasha
Foto: Shutterstock

5. Himare y la bahía de Porto Palermo

Himare, una de las localidades más pobladas de la costa, es un auténtico exponente del desarrollo albanés. El casco antiguo se sitúa en la ladera, como recuerdo de un tiempo en el que los piratas eran una amenaza constante; su castillo en ruinas funciona aún como una atalaya perfecta para ver el atardecer. La ciudad nueva, por su parte, alberga un animado paseo marítimo repleto de hoteles y restaurantes. A escasos minutos, la bahía de Porto Palermo obsequia con dos pequeñas joyas: el castillo de Ali Pachá, construido en el siglo XVIII sobre una diminuta península; y un túnel que funcionó como búnker de submarinos soviéticos. 

 

Ksamil
Ksamil. Foto: Shutterstock

6. Borsh y Ksamil, EMBLEMAS DE LA RIVIERA ALBANESA

Más al sur aparece Borsh, una playa silvestre de unos 7 km de arena blanca jalonada por chiringuitos y bares que se alzan en la arena sobre un bucólico fondo de olivares y huertos. Saranda, la ciudad más turística del sur, ha crecido desordenada y caótica, pero ha preservado sus mejores playas fuera del núcleo urbano: Pulëbardha y Manastiri. 

 

En el último reducto de la costa albanesa, frente a la isla griega de Corfú, casi alcanzable a nado, se halla la mítica Ksamil. Bulliciosa y alegre, posee un punto caribeño que desdice su ubicación. También es la más masificada, especialmente en julio y agosto, cuando no hay un hueco libre sobre la impecable arena de sus playas privadas.

 

Butrinto
Foto: iStock

7. El yacimiento arqueológico de Butrinto

Al poco de dejar atrás la localidad de Ksamil, envuelto en aroma a eucalipto se encuentra el Parque Nacional de Butrinto, un paraje natural que engloba 2.500 hectáreas de lagunas y que integra, además, el importante yacimiento arqueológico de Butrinto. Reconocido por la Unesco como Patrimonio de la Humanidad desde 1992, fue excavado por primera vez en torno a 1920 por una misión italiana que trataba de recuperar el mito de la Magna Roma. La leyenda sitúa su fundación a manos de los exiliados de Troya en el año 48 aC. El mismo Julio César quiso fundar en este idílico pasaje, a orillas del canal de Vivari que conecta un lago interior con el mar, una colonia de veteranos. Pero sería Augusto quien la convertiría en un espacio reservado a los legionarios supervivientes de la batalla de Actium. En Butrinto aún es fácil soñar con tesoros perdidos y sumergirse en la historia admirando su templo en honor del dios Asclepio, su teatro griego o uno de los mayores baptisterios bizantinos. 

 

gjirokastër
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8. La apasionante ciudad de Gjirokastër

Abandonamos la costa y emprendemos nuestro regreso hacia el norte por una carretea que serpentea durante unos kilómetros hasta enfilar el ancho valle fluvial del río Drina. La influencia griega en la zona se percibe en la arquitectura y en los carteles rotulados en ambos idiomas. Etapa esencial es la ciudad de Gjirokastër, que atesora una historia de 2500 años. Además de su fortaleza Argyrokastro (Castillo de Plata), conserva más de 600 kule (casas de la época otomana) que la confirmaron como Patrimonio Mundial en 2005.

 

La casa de Enver Hoxha, la del escritor Ismail Kadare y la Skenduli House, perteneciente a una familia aristócrata otomana, están abiertas al público y constituyen auténticos museos etnográficos. El castillo, construido entre los siglos III y XV, merece una visita aunque solo sea por las increíbles vistas que regala. El bullicioso bazar, presidido por la única mezquita que queda en pie, baña de un aire atemporal el atardecer. 

Berat
Foto: Shutterstock

9. Berat, la ciudad de las mil ventanas

La siguiente etapa es la ciudad de Berat, al norte y accesible en unas dos horas y media de coche. Enclavada en las dos orillas del Osum y conectada por dos encantadores puentes, la «Ciudad de las mil ventanas» conserva aún su trazado medieval. Mangalemi, el barrio musulmán, y Kula, el sector en torno al castillo, miran desde la otra orilla al barrio ortodoxo de Gorica. 

 

La fusión entre las reminiscencias bizantinas y otomanas le han valido a Berat ser declarada Patrimonio de la Humanidad en 2008. Merece la pena visitar el Museo Iconográfico Nacional Onufri, cuya colección original de iconos consiguió sobrevivir a la persecución de símbolos religiosos que siguió a la revolución cultural de 1967, en la que Albania fue el primer estado del mundo en declararse ateo. 

shutterstock
Río Vjosa. Foto: Shutterstock

10. El monte TomorR y la Suiza de hace 200 años

En los alrededores de Berat se alza el Monte Tomorr, un pico de 2400 m de altitud que supone algo más que una propuesta de senderismo. Los albaneses lo llaman el Monte Sagrado. «Viene desde los ilirios», me explica Alma Spathara, la guía del Albania Rafting Group que me conduce a la cumbre en un tranquilo paseo. «Los albaneses pertenecemos a diferentes religiones e incluso durante un tiempo se nos prohibió creer en ningún Dios…» me dice. «El monte Tomorr es algo que está por encima de todos. Padre Tomorr, le llamamos. Es una señal de identidad».

 

Caminar a ritmo de paseo es una cosa, pero aventurarse a descender cañones o aguas bravas es otra. Ráfting en el río Vjosa o barranquismo en el Osum son algunas de las experiencias que pueden realizarse en la zona, síntoma de que el turismo internacional comienza a llegar en busca de la oferta natural del país. «Albania es la Suiza de hace 200 años», me explica Alma, uno de los pocos profesionales que ofrecen estas actividades. «A la gente la gusta la sensación de que quedan cosas por descubrir». Y quedan, sin duda. 

Apolonia
Foto: Shutterstock

11. El Parque Arqueológico de Apolonia

De vuelta a la costa, al norte de Vlora, el Parque Arqueológico de Apolonia es el sueño de cualquier buscador de tesoros.Todo parece a punto de emerger de la tierra y despertar a la vida. Fue un importante puerto fluvial de Roma, hasta que un terremoto en el siglo V desvió el curso del río y la condenó al olvido. «Aquí estudiaba el futuro Augusto cuando se enteró del asesinato de su padre adoptivo, Julio César», nos cuenta Nasta. La historia nos sorprende de nuevo proporcionando un protagonismo que desconocíamos a la pequeña Albania.

 

La época romana tiene otro enclave interesante en Durres, la heredera de Durraquio, una importante plaza en el camino de la Vía Egnatia que un día unió las dos partes del imperio, Roma y Constantinopla. El anfiteatro, con sus túneles convertidos en capillas, y su museo, con piezas espectaculares, lo confirman. Eso sí, la exposición se detiene en tiempos del Imperio romano; la época bizantina y el periodo otomano están en construcción. La historia reciente es tan convulsa que quizá sea necesario refugiarse en la épica del pasado.

Montañas malditas
Foto: Shutterstock

12. Las montañas malditas del norte de ALBANIA 

Regresar a Tirana para tomar el vuelo de vuelta completaría una interesante ruta circular. Sin embargo, si se dispone de entre tres y cuatro días más no hay que dejar de acercarse al norte, a la verdadera naturaleza virgen de Albania. En la frontera montañosa con Kosovo y Montenegro se hallan las llamadas Montañas Malditas. Esta espectacular sierra está atravesada por el Peaks of Balkans, una ruta de senderismo de 192 km diseñada para espíritus intrépidos. 

 

En este mundo de soledad, de torres fortificadas, de cumbres majestuosas y de inviernos durísimos, el Canun o Kanun (conjunto de leyes de origen islámico aprobadas por consenso en el siglo XV) permanece extraoficialmente activo y aún propicia las vendettas entre familias que guardan rencores durante generaciones. 

 

Esta es una zona desarrollada pobremente. O lo fue, porque hace poco más de quince años la Agencia Alemana de Cooperación concedió créditos a los visionarios aldeanos que se decidieron a acondicionar cuartos para alojar huéspedes en sus viviendas. Esta forma de complementar los exiguos ingresos ha comenzado a modificar la actividad económica en las Montañas Malditas, cada vez más frecuentadas por quienes buscan paisajes auténticos y que aquí hallan montañas sin cables y sendas que comunican parques nacionales y cruzan fronteras. 

 

Thet Valbona
Foto: Shutterstock

13. El camino entre Valbona y Theth

La ruta senderista más conocida conecta los pueblos de Valbona y Theth en una travesía de 12 km que parece un viaje al pasado. Requiere buena forma física y experiencia en montaña para orientarse y superar mil metros de desnivel en unas siete horas de marcha. Llegar hasta Theth en coche de alquiler resulta complicado y hay que prever que el recorrido panorámico será de ida y vuelta. Empezar en Valbona tampoco es sencillo: desde Shkodër, ciudad fronteriza con Montenegro y situada a orillas del lago homónimo, se toma un transporte hasta el lago Koman, se cruzan las aguas de este embalse durante unas dos horas en barco de línea hasta llegar a Fierzë y, desde allí, se sube a otro vehículo para alcanzar el pueblo de Valbona. 

 

Solo entonces podrá dar comienzo el trekking a través de un territorio de alta montaña, bosques y cascadas. Una belleza inhóspita y dual que lleva a los locales a fantasear con salir de aquí y a los extranjeros, en cambio, con quedarse para siempre... pese al aislamiento invernal, la soledad, la presencia de osos y la sensación de hallarse congelados en un tiempo remoto. O quizá, precisamente, por todo eso.