Isabel I de Castilla
Hacia 1490. Óleo sobre tabla, 21 x 13,3 cmSala 056
Este retrato de Isabel de Castilla (1451-1504) es una de las primeras representaciones que se conocen de la reina católica, que luce un joyel regalado por su padre, en clara referencia a la continuidad dinástica. Es una imagen pintada en los Países Bajos, o quizá Inglaterra, donde se documenta en fecha muy temprana. Dado que la reina nunca salió de España, debió ser creada a partir de modelos o dibujos realizados en la corte, lo que delata el interés de las élites castellanas en ser retratadas por artistas flamencos.
Transcurridos ya más de cincuenta años desde que Angulo público sus indagaciones acerca de este retrato, no han aparecido nuevos elementos de juicio que permitan fijar definitivamente su autoría, tras descartar a Juan de Flandes y también a Michel Sittow, al que asociamos con Melchor Alemán. No obstante, considerando la edad que debía de tener la reina, se podría fechar hacia 1490, cuando trabajaba para ella Antonio Inglés, el pintor que llegó a Castilla con la embajada inglesa en 1489. Pese a que no se pueda asegurar, sin duda es la hipótesis más probable. No obstante, por ahora, se debe de adscribir a un pintor flamenco anónimo, de origen nórdico y conocedor de la técnica flamenca, a juzgar por lo cuidado de las carnaciones, pero no así de los cabellos, menos detallados, menos precisos.
Gracias a los textos de la época se conocen los rasgos de Isabel la Católica (1452-1504). Aunque se conservan más retratos de la reina castellana, sólo reflejan su imagen real este del Museo del Prado y el de Juan de Flandes de Patrimonio Nacional, y en ninguno de ellos aparece con la expresión alegre con que la describen los textos, lo que, sin duda, está acorde con el carácter y la función de ambos retratos. En el del Prado, realizado antes de octubre de 1497, en que los hados se enseñaron con la Reina Católica, de carácter íntimo y personal y expresión de la devoción de la reina, el pintor efigia a Isabel sumida en sus pensamientos en el instante en que cierra su libro de horas y medita sobre el pasaje que acaba de leer, mientras que Juan de Flandes, de carácter representativo, resalta su condición de reina.
El autor retrata a Isabel la Católica de tres cuartos, sobre un fondo oscuro que permite destacar su imagen. La muestra de busto, mirando hacia la izquierda y con la mano derecha apoyada en un parapeto, sosteniendo con la izquierda un libro de rezo, que mantiene abierto con el pulgar para señalar donde ha detenido la lectura. Establece, por tanto, dos focos de atención, las manos y, sobre todo, el libro, exponente de la religiosidad de la reina Isabel, y el rostro ensimismado, con el cabello recogido cubriéndole las orejas y casi descubierta, sin la cofia y la toca transparente del retrato de Juan de Flandes, a excepción de la parte que le cubre la cofia pequeñísima, de las llamas de atrás. Lleva un rico brial escotado de brocado y un joyel colgado al cuello. En 1950, al estudiar el retrato de Windsor, Angulo identificó la joya -igual que la del Prado-, con la que, según los inventarios reales publicados por Ferrandis en 1943, desempeñaba el rey Juan II, padre de Isabel la Católica, de manos de un mercader llamado Xerónimo. Era de oro fecho a manera de reste, en cuyo centro se engastaba un balaje-rubí de tono morado, más cuatro perlas grandes.
Por la estructura del soporte y la disposición de la figura, el retrato debió formar parte de un díptico.
Silva Maroto, Pilar, Isabel la Católica (h. 1490).. En: Ruiz Gómez, L.: El retrato español en el Prado. Del Greco a Goya, Madrid, Museo Nacional del Prado, 2006, p.44, n. 1