Después de que la mujer a la que
una vez amó lo abandonara tras
abortar a su hijo, Jared decidió
cerrar su corazón y dedicarse por
completo a su trabajo en el
hospital. Hasta que un día, una
joven de sonrisa grácil y humor
ligero aparece en la puerta de su
casa.
Jenny es madre de una pequeña
con autismo, recién divorciada de
un hombre frío y narcisista. A falta
de recursos económicos, decide
mudarse
con
su
abuela
a
Massachusetts. Es allí donde conoce
a su vecino Jared, un amable y
atractivo médico que pronto se
convierte en su mejor amigo. Sin
embargo, todo cambiará entre los
dos cuando ella descubra que su
marido desapareció dejándole un
último recuerdo.
Victoria Magno
Un nuevo
comienzo
ePub r1.0
Titivillus 20.08.16
Título original: Un nuevo comienzo
Victoria Magno, 2015
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
Para mis hijas, mi más
grande tesoro.
Ustedes son mi fuente de
inspiración. Las amo.
AGRADECIMIENTOS
Quiero agradecer a todos los que me han
ayudado para que este sueño se
cumpliera y este libro ahora sea una
realidad.
Primero a Dios, mi más grande
fortaleza. Toda inspiración viene de Él.
A mi familia, mi marido, tú siempre
estás a mi lado apoyándome, gracias. A
mis hijas, la fuente de luz y sonrisas en
mi vida. A mis padres, su sabiduría y
amor me ha convertido en la persona
que soy ahora. Gracias por enseñarme a
perseverar y no rendirme jamás. A mis
hermanos, mis más grandes y fieles
amigos: Rober, Tommy, Panchi, los
quiero con todo el corazón. Y mi
queridísima hermana, Xime, no tengo
forma de agradecerte. Siempre me has
impulsado, no estaría ahora aquí de no
ser por ti. Gracias por siempre creer en
mí y leer cada cosa que he escrito. A
mis abuelas, que siempre me han
apoyado. Nonna, mi más grande fan. A
mis tíos, primos, amigos de todas partes.
Ustedes saben quiénes son, gracias por
todo su cariño. Gracias Pao, que me
ayudaste tanto para que este libro
estuviera perfecto. Inma, tu cariño y
amistad están siempre presentes en mi
corazón. Martita, eres una amiga
espectacular, gracias por todo tu apoyo y
cariño.
Quiero agradecer especialmente a El
Rincón de la Novela Romántica, un sitio
donde he conocido a tantas amigas y
donde he podido compartir mi amor por
la literatura romántica. A pesar de la
distancia, son como una familia para mí.
Gracias por haberme apoyado a lo largo
de estos años y brindado tanto cariño.
Es una alegría enorme para mí formar
parte de esta selección. Isabel, Lola,
todas las personas que forman el RNR,
gracias de todo corazón.
Gracias a todos los lectores por su
cariño y apoyo, por tomarse un tiempo
de sus vidas para leer mis palabras, por
compartir estas historias. Espero que
esta novela llegue a formar parte de su
corazón.
Esta novela es para ustedes.
«Como cuando tu mirada
chocó con la mía y el tiempo no
supo si seguir avanzando o
colapsar»
Jaime Sabines.
CAPÍTULO 1
—¡Spiracles! ¡Spiracles, ven aquí!
Gatito, gatito… —Jenny suspiró,
mirando impotente los árboles del
bosque que la rodeaban.
En algún lugar entre tanto arbusto,
hojas y troncos, se había metido el
testarudo gato negro de su abuela, pero
donde fuera que estuviera, debía ser un
sitio maravilloso porque el animal se
negaba a salir de allí para ir con ella de
vuelta a casa.
Con fastidio, Jenny reanudó la
caminata por los senderos cubiertos de
hojas doradas. El otoño ya estaba en
puerta, y poco acostumbrada como
estaba al frío después de haber vivido
los últimos nueve años en California, el
deseo de regresar al calor de su hogar se
acrecentó ante la perspectiva de pillar
un resfriado, que con su suerte,
seguramente terminaría en pulmonía.
Su mala fortuna había tomado forma
durante toda esa agotadora mañana.
Jenny había despertado tarde a Felicity,
por lo que su hija perdió el bus de la
escuela y ella misma debió llevarla en
su coche. Algo muy malo, considerando
que su vehículo prácticamente ya no
tenía gasolina. Habían llegado tarde a la
escuela, por supuesto, y Jenny debió
soportar una buena reprimenda por parte
de la directora y comprometerse a
cumplir los parámetros de la institución
en adelante.
Y todo esto por tener que repetir una
tanda de muffins de última hora, ya que
había quemado los anteriores por un
descuido
al
quedarse
dormida
esperando a que sonara el timbre del
horno. Lo cual nunca sucedió, pues el
maldito aparato se estropeó.
Ese percance provocó que se
atrasara en todas sus tareas de la
mañana y llegara también tarde a dejar
los pasteles al café de su abuela. La
hora del desayuno ya había pasado, y
probablemente la tanda se quedaría sin
vender.
Para colmo, olvidó que ese día
llegaba el camión de mudanza con sus
cosas desde California, y como había
pasado a la tienda del pueblo a comprar
un nuevo timbre para el horno, para
aprovechar el viaje y la gasolina,
también llegó tarde a casa.
Los empleados de la mudanza le
dedicaron miradas hoscas mientras
descargaban sus cosas del camión,
molestos por tener que retrasar todas sus
entregas por su culpa. Y ni las sonrisas
ni las galletas gratis que ella les dio
para el camino mejoraron su ánimo.
Para cuando hubieron terminado de
bajar todo del camión y Jenny se
disponía a comenzar a abrir cajas y
mover muebles, se dio cuenta de que
Spiracles, el adorado gato de su abuela,
había desaparecido.
El otoño llegaba con fuerza en ese
mes de septiembre en Massachusetts,
por lo que Jenny se dio prisa en
colocarse un abrigo sobre la vieja
camiseta, empolvada con harina y sucia
por el polvo acumulado en las cajas de
mudanza, y salió en busca del felino.
Para ese momento, llevaba media
hora buscándolo sin éxito y comenzaba a
preocupare en serio. Si algo le sucedía a
ese gato su abuela se derrumbaría. Ya
era una mujer mayor y apegada a sus
cosas, como ese gato negro, las piedras
de vudú que había traído con ella en un
safari desde África, las viejas fotos
familiares colgadas por cada rincón en
las paredes de su hogar, y esa vieja casa
victoriana, más similar a la casa del
terror de un parque de diversiones que a
un hogar típico de Sheffield, con sus
hermosas puertas de madera y porches
con columpios.
La vieja casona de su abuela había
pertenecido
a
su familia
por
generaciones, por lo que había oído de
los relatos de Gaia desde que era niña.
Era una casa que tendría alrededor de
doscientos años y Jenny tenía la seria
sospecha de que no la habían reparado
ni retocado la pintura en ese mismo
tiempo.
De pronto vio un atisbo de algo
peludo y negro y se lanzó a la carrera de
lo que parecía ser una cola de gato.
—¡Spiracles! —gritó. Vaya nombre
raro que tuvo que ponerle Gaia, su
abuela, al animal—. ¡Spiracles, te estoy
hablando! ¡Ven aquí…! —Jenny se
quedó boquiabierta cuando el gato se
coló por la cerca de una monumental
casa de piedra, algo extraño para esa
zona.
Era una hermosa construcción de
tres pisos, con altos ventanales y una
bellísima puerta de caoba con cristal
cortado. Delante de la fachada yacía una
fuente con una delicada estatua de una
mujer cargando un canto de donde
seguramente debió de salir el agua en
algún tiempo. Ahora la estatua, así como
la fuente, estaban secas. El jardín,
enorme y vasto hasta colarse con el
bosque, estaba repleto de raíces y
plantas enmarañadas. No debía de haber
sido tocado en años. Jenny habría dado
por supuesto que la casa estaba
abandonada.
Sin
embargo,
una
camioneta jeep estaba estacionada bajo
un enorme árbol junto a la casa.
El mismo árbol que usó su gato para
trepar hasta una ventana del tercer piso y
colarse al interior de la vivienda.
—¡Spiracles, no entres ahí! ¡Gatito,
gatito… oh, no…! —siseó Jenny, pero
ya era demasiado tarde. El gato había
desaparecido—. ¡Gato tonto!
Con determinación, Jenny empujó la
verja, la cual se encontraba oxidada e
invadida por las enredaderas. Tenía
hermosas figuras de flores y ángeles
forjados en el mismo metal. Esa debió
ser una casa realmente hermosa en otro
tiempo, con toda clase de detalles que
ahora permanecían en el olvido,
apagándose con el tiempo hasta
desaparecer.
Un viento cargado de hojas secas
sopló en ese momento, provocando que
el pelo se le soltara del descuidado
moño que se había hecho. Abrazándose
a sí misma, Jenny apretó el paso por la
calzada de piedra hasta llegar a la
puerta principal de la casa. Escuchó
ruido en el interior, probablemente el de
un televisor encendido, así que se
decidió a llamar.
Subió los escalones que la
separaban de la entrada y golpeó el
puño contra la madera.
Lo hizo una vez, dos, tres… Pero
nadie contestó.
—¡Vamos, abran! —gritó, golpeando
repetidamente,
comenzando
a
desesperarse. Su gato estaba dentro y no
podía marcharse sin él—. ¡Hola! ¡Por
favor, abra…!
La puerta se abrió de golpe y Jenny
se quedó con la mano alzada en un puño.
Los ojos de Jenny se ensancharon al
quedar de frente ante un perfecto torso
masculino. La piel morena de sus
definidos pectorales se quedó grabada
en su memoria a medida que iba
subiendo la vista hasta llegar a un
rostro. Hermoso no habría bastado para
definir aquella perfecta simetría. De
mandíbula ancha y labios carnosos,
nariz recta y grandes ojos de un color
extraño, una mezcla de azul y gris, que
resultaba
tan
fascinante
como
hipnotizante. Sus pómulos altos y
marcados, le daban un aspecto un tanto
sobrecogedor, y Jenny recordó las
imágenes de los libros románticos que
hablaban sobre demonios oscuros con
sedosas cabelleras negras y belleza
sobrenatural.
Si creyera en esas cosas, estaría
segura de tener a uno de esos seres de
pie frente a ella en ese mismo momento.
—¿Puedo ayudarte? —preguntó él
con voz hosca, apoyando el hombro
contra el marco de la puerta.
Jenny se dio cuenta de que se había
quedado mirándolo boquiabierta por lo
que debió parecer una eternidad.
Sintiendo que las mejillas le ardían,
se abrazó con fuerza a sí misma,
arrebujándose en su abrigo, intentando
encontrar las palabras adecuadas para
explicar su presencia en la puerta de ese
atractivo extraño y, al mismo tiempo, no
fijar la vista en sus perfectos
abdominales. ¿Por qué demonios no se
ponía una camisa? Debía ser ilegal tener
un cuerpo tan increíble como ese.
—Yo… —Jenny balbuceó. «¿Qué
era por lo que había venido?», pensó.
Los ojos grises de él brillaron con
intensidad, escrutándola con la mirada.
—¿Sí? —El hombre arqueó una
ceja.
—¡Spiracles! —Logró recordar al
fin.
—¿Disculpa? —Su voz sonó mordaz
y él se enderezó, poniendo las manos
sobre sus estrechas y perfectas caderas
—. ¿Cómo me has llamado?
—No a ti. Mi gato —tartamudeó,
sintiéndose de pronto intimidada con su
altura. Sí, era pequeña, apenas superaba
el metro y medio, pero ese hombre era
muy alto, parecía un gigante a su lado—.
Estoy buscando a mi gato.
—No he visto ningún gato por aquí
—dijo él con impaciencia, moviéndose
de la entrada y tomando el pomo de la
puerta con la intención de cerrársela en
las narices.
—¡No, espera! —Ella puso un pie
en el umbral, impidiéndole cerrar la
puerta—. Lo vi entrar. Subió por el
tejado hasta una ventana en el piso
superior.
—Allí solo está el ático.
—Entonces él debe estar allí.
—Si pudo entrar, podrá salir. No te
preocupes, no pasará hambre. Ese sitio
debe estar infestado de ratas —le dijo
él, posando un único dedo sobre su
hombro, apartándola con un ligero
empujón—. Ahora, si me disculpas,
tengo cosas mejores que hacer que
buscar a tu tonto gato.
—¡Oye, espera! —Jenny, ya molesta
con su actitud, se adelantó y entró en la
casa—. No te estoy pidiendo nada
extraordinario. Mi gato está allá arriba,
y si no vas a buscarlo tendré que ir yo
por él.
—Esta es propiedad privada, ¿lo
sabes, no es así? —Él la siguió por el
pasillo hasta el salón.
—No te robaré nada, solo vengo a
buscar lo que es mío… —Jenny se
detuvo en seco al llegar al salón. Una
amplia habitación, que debió ser
magnífica en otro tiempo, de altas
paredes blancas, aunque ahora la pintura
estaba desgastada y se caía a pedazos, y
una amplia chimenea con un hermoso
marco de madera. Encima de ella, sobre
la pared, seguramente se encontraba el
retrato familiar de los anteriores dueños
de la casa, la huella de un marco en la
pintura así lo atestiguaba. Los suelos de
madera debieron brillar en su momento,
aunque ahora estaban opacos y cubiertos
de una gruesa capa de polvo.
El
único
mobiliario
estaba
constituido por un mullido sofá con
varias mantas y almohadas encima y una
pantalla plana enorme empotrada en la
pared.
—¿En serio vives así? —Jenny se
volvió hacia él, su dedo índice
señalando el sofá arrugado y
desordenado, con restos de pizza y latas
de refresco esparcidas por doquier.
—Oye, acabo de mudarme.
—Yo también, esta misma mañana, y
ya tengo más ordenado que tú… ¿La
casa de la pradera? —Jenny esbozó una
sonrisa divertida al notar lo que se
reproducía en la pantalla—. ¿En serio?
—Se volvió a él.
—Y yo no voy a tu casa a juzgar tus
hábitos… —Él se acercó al sofá y tomó
el control remoto y apagó la tele—.
¿Quién eres, a todo esto? —preguntó
con el ceño fruncido, cruzándose de
brazos contra el pecho, provocando que
cada músculo de sus perfectos y
torneados brazos resaltara.
—Tu vecina. —Jenny apartó la
mirada y la fijó en sus zapatos, los
cuales no solían hacer que se olvidara
de lo que tenía que decir.
—¿La anciana de la casa salida de
una película de terror?
—Oye, esa es mi abuela. Más
respeto, por favor. —Jenny alzó la vista,
sus ojos chispeantes por el enojo.
Él sonrió, una mueca ladeada
divertida y un tanto petulante.
—Entonces eres la nieta de mi
vecina.
—Sí. Me llamo Jenny Canet. —Alzó
la mano y él la estrechó.
—Jared Zivon.
Jenny se sobresaltó al percibir la
corriente eléctrica que surgió al contacto
con él. La calidez de sus dedos
envolviendo su piel le transmitieron un
mar de sensaciones que le fue imposible
definir. Su corazón se agitó y su
respiración se cortó, y Jenny debió
apartarse. De lo contrario, corría el
riesgo de perder el control de sí misma.
—¿Dónde… dónde están las
escaleras? Debo buscar a mi gato —
masculló, aparentando indiferencia ante
su presencia. Aunque era todo lo
contrario. ¿Qué tenía ese hombre que la
hacía perder el dominio de su
raciocinio?
—Justo allí. —Él señaló con un
gesto de la cabeza la escalera, a
espaldas de Jenny.
—Oh… Bien, entonces, si no te
molesta, iré a buscar a mi gato.
—Creo que no me has dado otra
opción, ¿o sí?
—No. —Ella le sonrió y se dio la
media vuelta, en dirección a las
escaleras.
—Espera, te acompañaré.
—Es innecesario que lo hagas. Te
dije que no robaré nada. —Le sonrió
por encima del hombro, sarcástica.
—No es como si hubiera mucho que
robar, ¿verdad? —espetó él, siguiéndola
de todos modos.
—Dijiste que estabas muy ocupado,
y realmente no quiero molestarte… —Se
detuvo ante una puerta abierta, la única
alcoba con algo en ella más que el
pavimento, las paredes y las ventanas.
Debía de ser el dormitorio principal.
Era enorme y hermoso, con un ventanal
de suelo a techo que conducía a una
terraza con vista a los jardines y al
bosque. Sin embargo, el mobiliario
consistía tan solo en una enorme cama.
O mejor dicho, un colchón decorado con
un cobertor caro y acompañado por una
multitud de cojines.
—¿Qué pasa? —Casi choca con
ella, en su prisa por llegar al ático no se
dio cuenta de que se había detenido
frente a su habitación.
El perfume de su cabello lo
embriagó. Pudo percibir el calor de su
cuerpo emanando a través de las capas
de ropa. Ella traía todavía el abrigo
puesto, pero ya no lo apretaba contra su
cuerpo como si se le fuera la vida en
ello. No debía de estar acostumbrada al
frío de Shieffield.
Bajo la vieja prenda, tan desgastada
que debía de tener décadas de uso,
llevaba puesta una sencilla camiseta
manchada de tierra y algo blanco, como
harina, que dejaba a media luz la visión
de sus pechos, pequeños y firmes. Traía
puestos unos vaqueros raídos que
moldeaban espectacularmente sus largas
piernas y su torneado trasero.
Jared notó que, a pesar de que ella
no podía llamarse una belleza clásica,
era una mujer hermosa, deseable. Y él
llevaba demasiado tiempo solo…
—Si tienes una cama, ¿por qué
duermes en el sofá? —le preguntó ella,
señalando con el mismo dedo índice en
dirección a su habitación.
Él sintió deseos de tomar ese dedo y
metérselo a la boca, para sentir el
contacto de su piel en su interior. Estaba
seguro de que sabría a cerezas y
vainilla.
—Solo uso la cama cuando tengo
compañía.
—Oh… —El rubor subió por su
cuello y encendió las mejillas de Jenny.
Jared estuvo tentado de alzar una mano y
tocar su piel sonrosada, estaba seguro
de que sería tan suave como los pétalos
de rosa.
Inspirando hondo, Jenny apartó la
vista. No estaba allí para hacer
preguntas, y debía encontrar a su gato.
—¿Es por aquí? —preguntó,
señalando la puerta delante de ella.
Jared mantenía los ojos fijos sobre
sus labios, naturalmente sonrosados, y
asintió.
—Deberías ponerte una camisa, si
es que tienes una —dijo Jenny, tras abrir
la puerta y comenzar a subir por la
oscura escalera que llevaba al ático—.
Allí arriba debe hacer frío, con una
ventana rota. Además, si ese lugar está
plagado de ratas, podría haber pulgas o
cosas así. No querrás que te muerda
algo horrible por andar tan descubierto.
—«Sin mencionar que verte sin camisa
me hace sentir que pierdo la cabeza a
cada momento», pensó.
—Puede que tengas razón, dame un
segundo y estaré contigo arriba —le dijo
él, encendiendo la luz de la escalera
desde el interruptor junto a la puerta.
—Gracias, lo necesitaba —murmuró
Jenny sin asomo de burla, terminando de
subir los últimos peldaños.
El ático era un espacio amplio que
ocupaba toda la planta de la casa.
Largas vigas iban de muro a muro,
sosteniendo el techo de doble agua. Un
par de ventanas sucias y cubiertas por
una gruesa capa de tierra otorgaban una
iluminación vaga. Jenny miró en
derredor, el lugar estaba repleto de
muebles viejos, la mayoría cubiertos por
sábanas que en algún momento debieron
ser blancas. Ahora estaban tan sucias y
cubiertas de polvo como todo lo demás,
y tenían un color más bien gris.
—Spiracles… —llamó a su gato, sin
obtener ningún resultado—. Spriacles,
ven aquí. Te daré sardinas… —Jenny
caminó con cuidado entre la enorme
cantidad de muebles, buscando con la
vista cualquier señal de algo negro que
pudiera asemejarse al cuerpo de su gato.
De pronto vio un bulto oscuro y
peludo medio escondido dentro de un
baúl abierto. Jenny se apresuró a
cogerlo y pegó un descomunal grito
cuando unos enormes ojos vidriosos le
devolvieron la mirada.
—¡¿Qué es?! ¡¿Qué pasa…?! —Se
escucharon pasos apresurados por la
escalera y Jared estuvo enseguida allí
—. ¿Estás bien? Lo de las ratas era
broma, si hay alguna… ¿Qué demonios
es eso? —preguntó haciendo una mueca
de asco al ver lo que Jenny tenía entre
las manos.
—Iba a hacerte la misma pregunta
—contestó ella, alzando la cosa peluda
ante su rostro.
—Parece una especie de… zorrillo
disecado…
—¡Puaj! Pero qué asco. —Jenny lo
tiró de vuelta al baúl y cerró la tapa—.
¿Por qué tienes estas cosas?
—Venían con la casa.
—¿Y no se te ocurrió revisar qué
había antes de dejarlo todo aquí
abandonado?
—Oye, trabajo todo el día en el
hospital, y buena cantidad de las noches
también. No tengo tiempo para muchas
cosas, incluyendo ordenar mi casa.
—En serio necesitas ayuda… —Ella
se sacudió las manos.
—¿Perdona? —Jenny notó la ceja
arqueada en el rostro del hombre.
Estaba molesto.
—No te enojes, lo digo en el buen
sentido. Necesitas que alguien te eche
una mano aquí.
—Sonó como si necesitara que me
encerraran en un psiquiátrico y tiraran la
llave.
—No, nunca diría eso. No creo en
esas cosas —comentó ella, mientras
comenzaba a caminar entre los bultos
amontonados.
—¿En qué, exactamente?
Ella se agachó y él no pudo evitar
que sus ojos se posaran directamente en
sus nalgas.
—En los lugares donde la gente deja
a sus familiares para olvidarse de ellos.
Me
parece
repugnante.
Asilos,
geriátricos, hospitales mentales, hay
tantos lugares que no deberían existir…
¿Qué estás mirando?
—Eh… El suelo —dijo lo primero
que le vino a la cabeza. Todo con tal de
que no se diera cuenta de lo que
realmente estaba mirando—. Creo que
hay huellas de rata.
—¿Dónde? —Ella miró en derredor,
con una cara tal de espanto que provocó
que él se sintiera avergonzado por
mentirle.
—Olvídalo, no importa. Debí
equivocarme. ¿Qué decías sobre los
manicomios?
—No sobre los manicomios, sino
sobre todas esas instituciones. Son
horribles. —Comenzó a buscar una vez
más entre los muebles, para su alivio.
—Es lo que la gente que tiene
empleos hace.
—Si la gente se ocupara de las
personas que supuestamente ama, no
serían necesarios esos lugares.
—Hay casos donde no tienes opción.
Personas que ya no pueden cuidar de sí
mismas y representan un riesgo para
ellos mismos y los demás.
—Sí, es cierto, pero son los
mínimos. La mayoría de las personas
que están allí lo hacen en contra de su
voluntad —replicó comenzando a
tomarse en serio esa conversación por el
énfasis que ponía en sus palabras—. La
familia se cansa de ellos y los llevan a
esos lugares para olvidarse de que
existen, como si fueran una carga de la
que tuvieran que deshacerse.
—¿Es por eso que te mudaste con tu
abuela? ¿Porque no aceptas que la
ingresen en un asilo para ancianos?
—No, claro que no. Mi abuela nunca
ingresará a uno de esos lugares, y no me
necesita en absoluto. Ella me está
haciendo un favor al acogerme en su
casa mientras… pasan los tiempos
difíciles.
—¿Qué? ¿Te quedaste sin empleo?
—Más que eso… —Suspiró y miró
en derredor—. Realmente necesitas
hacer una limpieza en este lugar.
Él se aproximó y por primera vez
Jenny notó la camisa que llevaba puesta.
Una camisa a cuadros negros y blancos
sobre una camiseta oscura, cuyo color
no pudo captar debido a la poca luz de
la estancia.
Su cercanía le provocó un malestar
extraño, un mareo, como si su sola
presencia le resultara abrumadora.
—¿Te sientes mal? —le preguntó él,
alzando una mano hacia ella y
sujetándola por el codo.
—Estoy
bien…
—respondió
abrazándose a sí misma—. Solo deseo
encontrar a ese condenado gato y salir
de aquí antes de que mi abuela se entere
de que lo perdí. Ella adora a ese animal.
Jared frunció el ceño estudiándola
con la mirada, como si no se decidiera a
dejarla ir.
De pronto escucharon el sonido de
un objeto al golpear contra el suelo y
ambos se volvieron hacia la ventana.
—¡Mira, ese es él! —Jenny señaló
el lugar por donde el gato se paseaba a
sus anchas, retozando entre los muebles
cubiertos de polvo.
—Espera, no podrás pasar con
tantas cosas amontonadas entremedio.
Déjame hacerte espacio. —Jared se
interpuso antes de que Jenny pudiera
comenzar a trepar como una ardilla entre
el montón de sillas, roperos, baúles y
trastos viejos con la intención de llegar
al gato, y comenzó a mover los muebles
uno por uno.
—Déjame hacerlo a mi manera, así
tardaremos una eternidad.
—Puedes ayudarme si quieres, pero
no permitiré que te rompas el cuello si
uno de estos armatostes de cien años se
viene abajo con tu peso.
—¿Cuánto crees que peso para
provocar eso? —Ella se cruzó de
brazos, ofendida.
—Lo mismo que una muñeca, y
seguro eres tan alta como una.
—¡Oye, no te burles! —Jenny sonrió
a pesar de fingirse molesta—. Casi llego
al metro sesenta.
—Sí, claro. Uno cincuenta y cinco,
no te doy más. —Él se volvió y le dio
una palmadita en la cabeza—. Igual que
un niño de secundaria.
—Deja de hacer eso o te quedarás
sin mano —lo amenazó, apartando su
mano con agilidad—. Puedo ser
pequeña, pero soy capaz de matar.
—Muy bien, Novia de Chucky, si tan
fuerte eres ayúdame a mover esas
lámparas para hacerte espacio y que
puedas pasar.
—¿Lámparas? Puedo mover algo
más grande, como esa cómoda…
—Tócala y tendré que encerrarte.
No moverás nada más pesado que tú,
¿entiendes? No quiero que te lastimes, y
no estoy bromeando esta vez.
Jenny lo miró por encima del
hombro, estudiando su rostro, y se dio
cuenta de que realmente no bromeaba.
—Bien —musitó, volviéndose para
coger las lámparas que él le había
indicado.
Se quedaron trabajando en silencio,
interrumpidos únicamente por el sonido
de los muebles al moverse y el ronroneo
de Spiracles, que lo estaba pasando de
lo lindo sobre los mullidos cojines de
cien años.
—Entonces…
—Jenny
buscó
conversación, harta del silencio—.
¿Eres médico?
—Sí.
—¿Y trabajas todo el día en el
hospital?
—Sí, y casi todas las noches. ¿No te
dije ya eso? —le preguntó mientras
movía una silla.
—Debe ser interesante trabajar en
un hospital. ¿Ves muchos casos
interesantes?
—Depende.
—¿De qué?
—De lo morbosa que seas.
—¡No soy morbosa!
—Bien, entonces de lo interesada
que estés. La vida real no es un
programa de televisión, no te voy a
contar historias tipo House o Anatomía
de Grey, que será lo más cercano a lo
que tú supondrás cómo será mi día a día.
Será
un documental
al
estilo
Emergencias Bizarras. ¿Qué te gustaría
escuchar, sangre o drama?
Ella puso los ojos en blanco.
—Solo intentaba conversar, no
tienes que ser tan antipático.
—Solo es un trabajo, Jenny. Nada
más. Es bastante rutinario, a excepción
de algunos casos.
—¿Cómo cuáles?
—No puedo contarte eso. Ya te dije
que esto no es televisión, soy médico.
Le debo confidencialidad a mis
pacientes.
—Sí, eso es cierto. Supongo que eso
te hace buen médico.
Él rodó los ojos.
—Sí, eso es lo que me hace un buen
médico. Nada tienen que ver los años
que me pasé estudiando y madrugando
en las guardias —bufó, irónico—. Creo
que con esto basta, mira a ver si puedes
deslizarte
por
allí
—concluyó,
apartando un último baúl del camino que
había abierto para ella.
Con el ceño fruncido, enojada por su
rudeza, Jenny se adelantó por el estrecho
espacio. Caminó hasta llegar a las sillas
junto a la ventana y estiró la mano.
—Vamos, Spiracles, ven aquí… —
Para su sorpresa el gato obedeció y se
dejó atrapar obedientemente.
—Ten cuidado, los gatos suelen ser
traicioneros. No vaya a arañarte para
escaparse otra vez.
—Se nota que nunca has tenido un
gato. Son de lo más fieles, la gente que
no tiene gatos suele pensar eso.
—O la que tiene que ayudar a sus
vecinas a encontrar a sus fieles mascotas
que se cuelan por las ventanas de sus
áticos, y remover todo el contenido de
su casa hasta encontrarlo.
Ella se volvió hacia él con el ceño
fruncido.
—Siento la molestia. Me marcharé
enseguida para no seguir importunándote
—le dijo antes de darse la media vuelta
y comenzar a bajar a paso rápido las
escaleras.
Jared suspiró, sabía que se había
portado como un idiota otra vez.
Se adelantó escaleras abajo y
alcanzó a llegar a la entrada justo en el
momento en el que ella abría la puerta.
—Oye… lo siento, ¿de acuerdo?
Estoy cansado, estuve trabajando toda la
noche.
—Olvídalo, no pasa nada. —Ella
volvió la mirada al bosque, como si la
llamara de vuelta, igual que una ninfa
que huye al refugio de su hogar—. Ya
tengo lo que vine a buscar, así que me
voy ya. Descansa.
—Espera. —Se volvió y lo miró con
esos grandes e intensos ojos verdes,
aguardando a lo que él fuera a decirle
—. Entonces, ¿vives en la casa de al
lado?
—Sí. —Ella frunció el ceño—. Si lo
puedes considerar de esa forma cuando
tuve que caminar más de una milla para
llegar aquí, pero sí, somos tus vecinos.
¿Por qué?
—Solo
para
saber
dónde
encontrarte. —Él se encogió de hombros
—. Por si el gato se vuelve a meter en el
desván.
—Eso no va a ocurrir otra vez. —
Hizo un mohín que no llegó a ser una
sonrisa y se dio la media vuelta—. Bien,
debo irme. Adiós, que pases una buena
tarde durmiendo.
Jared se quedó observándola
alejarse por el bosque, sin saber con
exactitud el motivo que lo hacía tener la
mirada fija sobre ella.
Solo sabía que debía volver a verla.
Cuando los repetidos gritos y golpes
en su entrada lo despertaron de su tan
merecida siesta, lo último que pensó fue
ver a esa menuda mujer aporreando su
puerta. Se quedó tan desconcertado que
incluso se olvidó de quitarse los
audífonos con la música ambiental que
solía utilizar para conciliar el sueño.
Era una mujer pequeña, no debía de
sobrepasar el metro sesenta, y tenía unos
ojos verde esmeralda que eran capaces
de robarle el aliento a cualquiera que
fijara la mirada sobre ellos. Su cabello,
castaño rojizo, se había soltado de su
descuidado moño y se sacudía en torno a
su rostro a causa del viento, provocando
un contraste encantador con su piel
blanca y sus mejillas sonrosadas a causa
del frío. De no ser por sus ropas, habría
jurado que se trataba de una ninfa que
había escapado del bosque para
despertarlo de su sueño.
Y prácticamente podía serlo. Por lo
que había escuchado de los cotilleos de
la gente, su abuela era conocida por ser
una hechicera local. Incluso la gente
murmuraba que una antepasada suya fue
calcinada en la hoguera, motivo por el
que su familia se trasladó de Salem al
sitio donde vivían ahora. Una casa
centenaria que había sido habitada por
su familia por tantas generaciones como
años tenía el pueblo.
A Jared siempre le había parecido
una historia sacada de un cuento de
hadas. Brujas, hogueras, todo eso rayaba
con la fantasía. Aunque algo había en
esa mujer que la llenaba de misticismo,
quizá se tratase solo de su imaginación,
impulsada por la sugestión de las
palabras oídas.
Por él, que todas las mujeres del
pueblo fueran como esa anciana. Gaia
Canet era una de las pocas, si no la
única mujer, que le parecía agradable en
ese lugar, y es que a pesar del halo de
misterio que siempre la rodeaba, era una
persona completamente sincera.
Algo difícil de encontrar en la
mayoría de la gente de ese pueblo y de
la humanidad en general.
Gaia Canet no tenía pelos en la
lengua, miraba a los ojos y no cotilleaba
a las espaldas de otros. Era honrada,
sabia y de gran corazón.
Cualidades de las que carecían
muchas personas en esos días. Si es que
se llegaba a encontrar en alguna…
Aún recordaba el duro semblante de
Joana, su prometida o mejor dicho, su ex
prometida, cuando terminó con él. Había
supuesto que tenían algo serio, algo que
trascendería por un sendero más
importante, pero se había equivocado
con ella.
De eso hacía tres años. Pero por él,
habrían podido pasar cien y seguiría
sintiéndose del mismo modo: muerto por
dentro.
Ninguna mujer había despertado el
amor en él una vez más. Y lo cierto era
que tampoco le había dado la
oportunidad a alguna de hacerlo.
Sí, había tenido encuentros con
algunas chicas locales, pero nunca
permitía que llegaran a algo serio.
Sin embargo, al ver los ojos de esa
menuda mujer que apareció en su puerta,
algo se encendió en su interior.
Su hermana, Jackie, una mujer tan
romántica que él solía apodarla
Valentina, por el día de San Valentín,
solía llamar a ese sentimiento como
mariposas en el estómago, mariposas
que anuncian la primavera del amor que
pronto ha de venir a calentar un corazón
solitario.
Pero por un demonio, él había
sentido nacer un maldito zoológico en su
interior…
«¡Qué idiotez!», pensó. Desechó la
idea de inmediato.
Él no era romántico, no era Jackie, y
no sentía mariposas ni ningún otro ser
vivo en el estómago. Y hablando en un
sentido más práctico, nunca volvería a
enamorarse.
Había sido una estupidez abrir su
corazón una primera vez. Había sido una
estupidez llegar a confiar en alguien al
grado de confesarle sus sentimientos, de
abrirse a tal punto que la herida de esa
persona pudiera ser letal.
Un vago aroma lo invadió, llevado
por la brisa que continuaba moviendo
las ramas de los árboles que rodeaban la
casa. A sus pies, un pequeño guante
multicolor se pegó a su bota, azotado
por el viento.
Se inclinó y lo recogió. Al instante
el perfume de esa peculiar fragancia lo
invadió.
Era de ella.
Tenía su olor. Esa misma esencia
mezcla de vainilla, cerezas y algo más,
algo como debería ser el aroma de la
brisa de verano en un lago de montaña,
la libertad y la visión de las flores
multicolores al despertar en la
primavera.
¿Pero
qué
tonterías
estaba
pensando? Hablaba como un completo
idiota. ¿Aroma de colores? Eso era
demente.
Entró en su casa y se echó una vez
más en el sofá dejando a un lado el
guante multicolor. Intentó distraerse con
la televisión, sin embargo, sus ojos
seguían bajando para posarse sobre él,
como si sus vivos colores lo llamaran
repetidamente obligándolo de alguna
manera a prestarle atención.
Jenny Canet.
Parecía una mujer fría, pero había
algo en ella que despertaba en él cierto
sentimiento de protección, como si fuera
su deber velar por ella.
Aunque estaba claro que ella no lo
necesitaba. Aparentaba ser una mujer
fuerte, una mujer capaz de valerse por sí
misma. Ella se lo había dicho y aunque
sus palabras fueron en broma, sabía que
había verdad mezclada en ellas.
Sin embargo, no podía quitársela de
la cabeza. Quizá fuera el dolor que notó
en su mirada, grabado a fuego como el
color intenso de ese verde esmeralda,
intentando ocultarlo tras cada sonrisa
utilizada como máscara ante el mundo.
Él conocía muy bien esa clase de
sonrisas.
Eran las mismas con las que él se
había enfrentado al mundo desde hacía
tres años.
O tal vez solo fueran alucinaciones
suyas y comenzaba a delirar y pensar
estupideces ocasionadas por la falta de
sueño.
No obstante, había una cosa de la
que se sentía completamente seguro:
tenía que volver a ver a Jenny.
CAPÍTULO 2
Jenny terminaba de limpiar los platos
del desayuno cuando alguien llamó a la
puerta.
Secándose las manos en un trapo de
cocina, fue a abrir y se llevó una gran
sorpresa al encontrar a su vecino de pie
en el umbral.
Gracias al cielo estaba vestido y
bien cubierto por una gruesa cazadora
de mezclilla revestida con piel de
borrego. Sin embargo, ella no pudo
evitar ruborizarse al imaginar una vez
más su torso desnudo, la piel lustrosa de
bronce de su cuerpo, esos pectorales tan
bien definidos…
Jenny apartó la mirada, intentando
menguar el color de sus mejillas, que
seguro ya debían de estar tan rojas que
servirían para detener el tráfico.
—Espero no molestar —saludó él,
esbozando una sonrisa que habría dado
envidia a una estrella de cine.
—Hola —Jenny masculló, incapaz
de articular nada mejor, concentrada en
intentar dejar de verlo semidesnudo en
su mente, igual que un dios griego.
El gato apareció ronroneando y se
encorvó entre sus piernas antes de salir
a repetir la misma acción con el recién
llegado.
—Yo… he venido a traerte tu guante.
—Él le tendió la prenda—. Debió de
caérsete cuando te marchaste.
—Gracias, no tenías que haberte
molestado —dijo sinceramente, tomando
el guante—. Es solo un guante.
—Puede ser, pero en este lugar
podría salvarte de que se te congelaran
los dedos —bromeó, y ella sonrió—.
También quería disculparme. No fui el
mejor vecino, o anfitrión… o ambas
cosas —dijo nervioso.
—No, soy yo quien debe
disculparse. Estaba nerviosa y el gato se
había colado en tu casa. No debí
presentarme de esa forma tan brusca y
tampoco entrometerme en tu vida.
Llevaba media hora corriendo tras él,
todo cuanto quería era volver a casa y
continuar desempaquetando. De hecho,
es lo que justamente iba a hacer ahora.
—Agachó la cabeza y fijó la vista en su
guante.
Jared tomó ese gesto como una
despedida y asintió, metiendo las manos
en los bolsillos de su cazadora.
—Bueno, es tarde y debo volver a
casa. No deseo quedar atascado aquí,
como el tipo de Cumbres Borrascosas
—bromeó—. Aunque la nieve tardará en
llegar este año, por lo que he oído.
Gracias, calentamiento global.
—¿Has
leído
Cumbres
Borrascosas?
—¿Quién no?
—Como medio mundo o más.
—¿No es acaso lectura obligatoria
en el instituto?
—¿No ven todos los chicos las
películas de los libros que les mandan
en el instituto?
—Ya. Seguro no tenían una madre
obligándoles a leer cinco libros a la
semana.
—¿Tú tenías una madre que te hacía
leer cinco libros a la semana? No te
creo.
—Créelo. Y eso era lo de menos.
Me gustaba leer. Las clases de
trigonometría avanzada, por otro lado…
—¿Qué clase de loca tenías por
madre? Disculpa, no quise decirlo así.
—Se llevó una mano a los labios al
tiempo que el color inundaba sus
mejillas—. A veces no tengo filtro.
—Descuida. Madres-sargento como
la mía no son comunes. No la culpo,
deseaba convertirnos en buenos
estudiantes, aunque a veces resultaba ser
un tanto sofocante. Como sea, supongo
que a nadie le hace daño leer clásicos
de literatura. —Jared bajó la vista y
guardó silencio, estaba hablando
demasiado. Eso le sucedía solo cuando
estaba nervioso. Algo bastante raro en él
desde que había superado los catorce
años.
—De todos modos no estuvo bien lo
que dije. —Ella continuó disculpándose
—. En cualquier caso fue algo bueno
que tu madre fuera tan estricta contigo,
¿no es así? Eres médico, ahora. Su
dedicación rindió frutos. Seguramente
de haber niños con más madres como la
tuya, habría mucha más gente exitosa en
este mundo. Al menos eso habría sido en
mi caso, y ahora sería algo más
importante que la mujer que prepara los
muffins para el café de mi abuela.
—¿Tú haces los muffins del café de
la señora Canet? —Él arqueó las cejas,
sinceramente sorprendido—. Son los
mejores del lugar. Los adoro, y media
ciudad también.
—Ya, seguro. —Sonrió.
—Es en serio.
—Bueno, gracias por el elogio. Te
daré la receta algún día, si te interesa.
—¿Bromeas? Cásate conmigo, así
los tendré a cada momento que quiera.
—Rio, pero ella solo sonrió, y supo que
había dicho algo mal.
—Lo siento, fui demasiado lejos…
—No, no te preocupes. No es nada,
no me hagas caso. —Se encogió de
hombros—. Es solo que acabo de
divorciarme y todavía estoy un poco
sensible, supongo.
—¿Acabas de divorciarte?
—Hace dos meses, en realidad.
—Los que llevas aquí. —Él
comenzó a encajar piezas.
—Sí, bueno… Mi marido me dejó y
necesitaba escapar, así que pensé en
visitar a mi abuela. Ella me ofreció este
trabajo en su café y supuse que sería
algo bueno para mí y Felicity. Un
cambio. —Suspiró—. Creo que fue lo
mejor. Aunque no pude decidirme hasta
ahora, por ello la mudanza tan tardía. —
Sonrió, una mueca ladeada que no era
nada femenina, pero para él resultó
encantadora.
—¿Felicity?
—Mi hija. —Sonrió, y sus ojos se
iluminaron—. Tiene cinco. Ahora está
en la escuela, si no ya estaría aquí
persiguiendo la cola de Spiracles.
—¿El gato? —Él rio—. Vaya
nombre peculiar.
—Díselo a mi abuela —rio, rodando
los ojos—. Es peculiar en todo lo que
hace. No basta que tenga fama de bruja,
una casa con aspecto de mansión del
terror y que use cientos de cuentas vudú
encima. Tiene que tener un gato negro.
Como si los niños de alrededor no
tuvieran ya bastante para señalarla con
el dedo y salir corriendo aterrorizados
cada vez que la ven —contó, esbozando
una amplia sonrisa.
—Sin embargo, no parece molestarte
su excentricidad.
—No, me encanta. Espero un día ser
igual que ella —rio, pasándose un
mechón de cabello rojizo tras la oreja
—. Aunque dudo poder hacerlo. No soy
tan ingeniosa como ella, y obviamente
carezco de la originalidad que la
distingue. Además, esta casa cruje tanto
que tal vez se desplome en cualquier
momento. Dudo que siga en pie para
cuando yo llegue a vieja.
—¿La casa está en malas
condiciones? —Él pareció tomárselo en
serio.
—Solo bromeo.
—No, creo que tienes razón —dijo,
acercándose para echarle un vistazo a
las bisagras de las persianas. Estaban
tan oxidadas que no sabía cómo se
sostenían en pie todavía—. No le
vendría mal hacer algunas mejoras.
Pintar las paredes, arreglar las ventanas,
el tejado… ¿Tienen goteras?
—Como una regadera. —Ella bufó
—. Pero no hay mal que por bien no
venga. Están situadas estratégicamente
sobre cada planta interior, y en época de
lluvias nos olvidamos de regarlas.
Él pareció sorprendido, y negó con
la cabeza.
—Mandaré a alguien para que revise
este lugar. No podéis vivir en estas
condiciones.
Ella se cruzó de brazos y frunció el
ceño.
—El burro hablando de orejas.
—Te equivocas. Mi casa es
completamente segura, no la habría
comprado de ser de otra forma. Y le
haré reformas… cuando encuentre el
tiempo.
—Quizá deberías ocuparte de eso
antes de venir a decirle a tus vecinas
que no te gusta cómo viven.
Él la miró fijamente por un par de
segundos antes de asentir.
—Supongo que tienes razón. Aunque
no es muy diferente de lo que tú hiciste
durante tu visita.
—Touché. —Ella sonrió, pasándose
un mechón de cabello fuera del rostro,
donde el viento parecía dispuesto a
dejarlo—. Supongo que es algo que
tenemos en común, casas a punto de
venirse encima por lo viejas, pero que
nos sentimos tan a gusto en ellas que no
nos importa.
—Nada de eso, yo arreglaré la
mía… Algún día. —Se encogió de
hombros.
—Bien, pues yo lo haré más pronto
que tú. En cuanto pueda reunir lo
necesario, comenzaré a trabajar en ese
tejado. Estoy harta de las goteras. —E
inclinándose, como si tuviera que
contarle un secreto, añadió—: Están
matando a todas mis plantas.
Él rio, pasándose una mano por el
cabello.
—Eres impresionante. Y un tanto
melodramática.
—Por
supuesto
que
no.
Prácticamente gozamos de piscina
interior en época de lluvias. Te invitaré
a patinar cuando lleguen las heladas.
Él sonrió, negando con la cabeza.
—Eres tan ingeniosa como tu abuela
—le dijo entre risas, tomando su mano
en un acto automático que le pasó
desapercibido—. Y en cuanto a lo
original, comienzo a creer que eres
única en un cierto sentido que nunca he
conocido antes.
Jenny lo miró con los ojos
ensanchados y apartó la mano.
—Lo siento, no quise ir tan lejos…
Yo… La verdad es que no sé de dónde
vino eso.
—Descuida,
no
tengo
filtro
¿recuerdas? Puedo comprender a alguien
que sufra del mismo mal. Suelo tener ese
efecto en la gente. Por desgracia, mi mal
es bastante contagioso —bromeó,
cruzándose de brazos.
—Pues a mí me gusta, creo que es
algo bueno. Eres sincera.
—Sí, como si eso sirviera de algo.
—Agachó la vista y la fijó en el guante
que todavía tenía en la mano—. Debo
irme ya. Dejé algo en el horno…
—De acuerdo. —La sonrisa en el
rostro de Jared se borró ante su
repentino cambio de humor.
—¡Jared! —Una jovial voz femenina
los hizo volverse al mismo tiempo—.
Qué sorpresa verte aquí, muchacho.
¿Cómo estás?
Gaia salió al porche a saludarlo con
un efusivo abrazo y dos besos en cada
mejilla.
—¿Es que lo conoces? —le preguntó
Jenny a su abuela, sorprendida.
—Es mi vecino, por supuesto que lo
conozco. ¿Por qué te sorprende tanto?
—Es que como acaba de mudarse…
—¿Acaba de mudarse? —repitió,
riendo—. Lleva viviendo aquí unos tres
años.
Jenny se volvió hacia Jared,
frunciendo el ceño.
—Pero tú dijiste…
Él se encogió de hombros, divertido.
—No fuiste precisamente exacta con
tu pregunta.
—¿Pero cómo es posible que vivas
allí hace tres años? —preguntó casi
indignada, poniendo los brazos en jarra
—. ¡Tienes solo un sofá y un televisor en
tu casa!
—Y
una
cama
—añadió,
dedicándole una mirada que le hizo
encender las mejillas—. Y ya comienzas
a juzgar una vez más mi estilo de vida.
—Lo siento. —Apretó los labios, en
un gesto bastante infantil que le resultó
simpatiquísimo.
—Jared es un muchacho tan dulce —
le contó su abuela—, siempre se pasa
por el café y tenemos una pequeña
charla. Creo que podríais ser muy
buenos amigos.
—¿Y él te dijo que llamó a esta casa
«salida de una película de terror»? —
preguntó Jenny, dedicándole a Jared una
mirada mordaz.
—Lo hice para hacerte enfadar. Eres
divertida cuando lo haces. —Se acercó
tanto a su rostro que ella pudo ver con
claridad cada puntito de azul en sus
hermosos ojos—. Frunces el ceño y te
sale una arruguita justo allí. —Le señaló
un punto entre las cejas.
Gaia rio, divertida.
—Jared sabe que no me molesta que
llame a esta casa Mansión del horror ni
de ninguna otra forma que a fantasmas,
brujas o cosas referentes al Halloween
se refiera. Mientras más original el
nombre, por mí mejor. —Suspiró,
mirando en derredor con cariño—. Me
enorgullece tener una casa que llene de
imaginación las mentes juveniles.
—Por eso me cae bien, Gaia —le
dijo Jared—. Usted es una de las pocas
personas con las que se puede tener una
conversación interesante.
—Y hablando de conversaciones
interesantes, Jenny, ¿cómo es que
conoces el interior de la casa de Jared?
Las mejillas de Jenny volvieron a
encenderse.
—Bueno… Spiracles se escapó esta
mañana y se coló en el ático de Jared, y
él me ayudó a encontrarlo.
Jared miró a Jenny de un modo
peculiar. Sabía que no había sido
amable, estaba allí para resarcir ese
error. Sin embargo, esta vez ella no
había mencionado aquello.
—Qué amable eres, Jared. No sabes
cuánto te agradezco por ayudar a mi
nieta a recuperar a Spiracles. —Gaia
cogió al gato del suelo, que comenzó a
ronronear ruidosamente, haciéndose un
ovillo entre sus brazos, encantado con
estar allí—. No sé qué haría sin este
dulce diablillo. Sí, malo, gatito malo —
reprendió al felino, pero por la forma en
que le hablaba y lo acariciaba, más bien
parecía estarlo premiando por su
comportamiento.
Jenny puso los ojos en blanco y le
dedicó una mirada que parecía decir
«está loca, pero así la quiero», y Jared
soltó una risita tonta que lo puso en
guardia.
No se reía así desde que tenía
espinillas en el rostro.
—En fin, es tarde y debo irme ya —
dijo Jared, haciendo una inclinación de
cabeza hacia la anciana y otra hacia
Jenny—. Ha sido un placer hablar con
ustedes, señoras.
—Oh, Jared, quédate unos minutos
—le pidió Gaia—. Ni siquiera te hemos
invitado a pasar, hemos sido muy
groseras contigo cuando tú has sido tan
amable con mi nieta y mi minino.
—Ha sido un placer ayudarle,
señora Canet, y a Jenny.
—Pasa a tomar una taza de café. Oh,
cielos, esas nubes se ven de tormenta.
—La anciana fijó la vista en el cielo—.
Jenny, linda, asegúrate de que las
plantas estén otra vez en su sitio. No
queremos que tus cajas se mojen.
—Sí, abuela.
—Tenemos un pequeño problema
con las goteras —Gaia le explicó a
Gared—. Nada de importancia.
—De hecho le comentaba a Jenny
que podría hacer algo con las molduras
de las ventanas y las puertas. Y sobre el
tejado, conozco a alguien que podría
repararlo.
—Y yo le dije que no debía
molestarse.
—Jenny
se
volvió,
enarcando las cejas—. Tú no…
—¿De verdad podrías ayudarnos
con eso, Jared? —su abuela la
interrumpió—. No quiero abusar de un
buen vecino, pero la verdad es que esta
casa está a punto de venírsenos encima.
Jenny se volvió ahora hacia su
abuela, sorprendida de que usara sus
mismas palabras. «¿Habrás estado
escuchando tras la puerta, vieja bruja?»,
pensó con cariño.
—Será un placer ayudarles —
contestó Jared, sonriendo.
—Te pagaremos, por supuesto —
añadió su abuela—. No pretendemos
que nos regales tu trabajo.
—Nada de eso. Es un favor entre
vecinos.
—Jared, debo insistir en que…
—Ni hablar, señora Canet. —Él alzó
la mano—. Será un placer. Además, me
gusta trabajar con las manos. Solía hacer
arreglos en casa de mi madre antes de
que ella la vendiera.
—Quizá podrías comenzar por
arreglar tu propia casa —dijo Jenny en
tono sarcástico, cruzándose de brazos.
—Excelente idea, Jenny. —Gaia le
dedicó una sonrisa felina—. Es una
buena forma de agradecer a Jared por su
ayuda.
—¿Qué dije ahora?
—Ayudarás a Jared con su casa,
como agradecimiento por lo que hará
por nosotras.
—Pero…
—Eso además de aceptar cenar con
nosotras de vez en cuando. Jenny es la
mejor cocinera del país. Ahora mismo
acaba de hacer una tarta de cerezas que
haría babear de envidia a los reyes. ¿No
quieres un trozo?
—No quiero molestar…
—No es molestia, querido. Ven a
cenar esta noche, a las seis en punto. Y
podrás comer toda la tarta que quieras.
Y así conocerás a Felicity, la hija de
Jenny. Es un encanto.
—Estoy
seguro.
—Sonrió,
dirigiéndole una mirada a Jenny—. Será
un placer venir a cenar, si es que no es
molestia…
—No, por supuesto que no. —Ella
sonrió, aunque la sonrisa no le llegó a
los ojos—. Te esperamos a las seis.
—Muy bien, en ese caso me marcho
ya. —Se despidió con un gesto de la
cabeza—. Hasta la hora de la cena.
Jenny sonrió, asintiendo antes de
volverse hacia su abuela.
—¿Qué pretendes, viejita bruja?
—Solo agradecer a un vecino por su
ayuda —contestó ella, sonriendo
evasiva mientras volvía a entrar en la
casa.
—Más te vale que no metas tu
cuchara en esto. Ya bastantes problemas
tengo en mi vida para que otra persona
venga a revolverlos más.
—Cuanto más revuelvas la masa,
mejor quedará el pastel, querida. —Le
sonrió y se alejó rumbo a la cocina,
dejando a Jenny sola con las plantas que
tenía que devolver a su lugar, antes de
que comenzara a llover y sus cajas
terminaran empapadas.
CAPÍTULO 3
Jared llegó puntual a la cena. No sabía
qué sería apropiado llevar. Si Jenny
cocinaba tan bien, supuso que sería una
falta de respeto comprar un postre o
algo de comer, así que optó por una
botella de vino y un ramo de flores. Su
madre siempre regalaba flores.
Al salir de la tienda vio una hermosa
muñeca de trapo con pelo rojizo y
brillantes ojos verdes que le recordó a
Jenny y, sin dudarlo, la compró. No
sabía si a su hija le gustaban esa clase
de juguetes, pero le pareció una buena
opción para presentarse con la pequeña.
Después de pasar cerca de una hora
en el baño, afeitándose y peinando su
cabello, se vistió con una camisa negra y
un pantalón chino color beige. No se
había arreglado tanto desde hacía años.
Se sentía nervioso y a la vez
estúpido por sentirse de ese modo, como
un adolescente que acude a su primera
cita. Incluso creía haber cometido el
mismo error de ponerse demasiada
loción y debió cambiarse de ropa una
vez más.
«Es solo una cena», tuvo que
recordarse, poniéndose el abrigo sobre
la ropa. «Una cena como agradecimiento
entre vecinos. Nada romántico», se
recordó repetidas veces. Sin embargo,
no pudo dejar de sentirse nervioso
mientras salía de su hogar y durante todo
el camino hasta la casa de sus vecinas.
Apenas hubo llegado ante la puerta
principal, Jenny salió a recibirlo antes
de haberle dado la oportunidad de
llamar.
—Hola —lo saludó sorprendida de
encontrarlo allí—. ¿Acabas de llegar?
Jared se quedó sin habla al ver a
Jenny. Llevaba puesto un sencillo
vestido blanco que envolvía su cuerpo
con delicados pliegues que hacían
resaltar cada curva de su cuerpo. A
pesar de que llevaba un chal azul claro
sobre los hombros, Jared no pudo dejar
de fijarse en la sensualidad que
irradiaban sus pezones, erectos por el
frío; la textura cremosa de su piel clara,
perfumada naturalmente con ese
delicado aroma a frutas, cerezas y
vainilla que parecía capaz de volverlo
loco.
—Sí, eh… —Jared debió cerrar los
ojos por un segundo para conseguir
ordenar sus ideas—. Justo iba a llamar a
la puerta.
—Bien, pasa por favor. Yo iba a
llevar la basura afuera.
Jared se percató por primera vez en
la bolsa de plástico negro colgando de
su mano.
—Por favor, permíteme. —Jared le
entregó la botella de vino y las flores,
además de la muñeca envuelta en papel
de regalo, y tomó la bolsa.
—Eres muy amable. —Ella le sonrió
—. Por lo general te diría que puedo
hacerlo yo sola, pero no quiero salir con
este frío.
—¿No estás acostumbrada a los
climas helados, no es verdad? —le
preguntó Jared al volver de dejar la
bolsa en el contenedor.
—No, no en realidad. —Lo invitó a
pasar y cerró la puerta a su espalda,
arrebujándose en el chal—. Solía vivir
en Colorado con mi madre, pero cuando
me independicé me mude a California y
estuve viviendo allá hasta hace unos
meses. Antes… de venir aquí —
concluyó, dedicándole una sonrisa que
no le llegó a los ojos—. ¿Te gustaría
beber algo?
—Seguro, he traído una botella de
vino para la cena. Podríamos probarlo.
Jenny examinó la botella en su mano.
—Este vino se ve muy caro, ¿estás
seguro de que quieres abrirlo?
—Por supuesto, para eso lo he
traído.
Una pequeña cabeza repleta de rizos
dorados llegó corriendo desde la puerta
de la cocina.
—¡Felicity, ten cuidado, cariño, no
vayas a caerte! —le pidió Jenny,
inclinándose hacia la pequeña.
La niña miró a Jared, extrañada por
su presencia. Y todo lo que Jared vio
fueron unos encantadores y grandes ojos
verde esmeralda, idénticos a los de
Jenny, estudiándolo con detenimiento
antes de que la pequeña se abalanzara
sobre él y lo abrazara por las piernas.
—Hola, pequeña princesa, ¿qué tal
te va? —Jared rio, encantado,
revolviendo los rizos rubios de la niña.
Jenny abrió los ojos al máximo
mientras se enderezaba, sin quitarle la
vista de encima a su hija al tiempo que
movía la boca sin conseguir articular
palabra alguna.
—Ella… es la primera vez que hace
eso con un extraño —dijo al fin, dejando
de boquear como un pez—. Felicity, ya
puedes soltar al señor Zivon.
—Llámame Jared, Felicity. Y puedes
abrazarme todo lo que quieras —él se
agachó y la tomo en brazos—. Tú sabes
que no soy un extraño, soy tu vecino y tu
nuevo amigo. Mira, Felicity, te he traído
un regalo. —Señaló el paquete envuelto
que Jenny todavía llevaba a cuestas,
junto a las flores.
La niña no contestó, ni siquiera lo
miró. Jared no se molestó, le pareció
lógico. A ningún niño le gustaba que su
madre saliera con otros hombres.
Eso claro, si estuvieran saliendo.
«No es una cita», tuvo que recordarse
otra vez.
Jenny sonrió a modo de disculpa,
dejando sobre una mesa las flores y la
botella para acercar el paquete a su hija.
—Felicity no habla aún —le explicó
a Jared en voz baja—, pero estoy segura
de que ella está encantada con tu regalo,
¿no es así, cariño? Toma, mi amor. Coge
el paquete, puedes abrirlo. Es para ti.
Jared puso en el suelo a la pequeña
para que su madre pudiera ayudarle a
rasgar el papel y descubrir en el interior
el regalo. Entre las dos desenvolvieron
el paquete y pronto Felicity tenía a la
muñeca entre sus brazos.
—Gracias, le ha encantado. —Jenny
se puso de pie, observando con orgullo
a su hija con la muñeca—. Ha sido un
detalle muy dulce de tu parte.
—No ha sido nada… —El sentido
médico de Jared se despertó al instante.
Mantenía el ceño fruncido, mirando fijo
a la niña—. No quiero ser entrometido,
pero ¿existe algún motivo por el que ella
no hable?
—Autismo
—contestó
Jenny,
estrechando a su hija por los hombros.
El entendimiento llegó a la mente de
Jared y se limitó a asentir.
—Comprendo.
—Estamos haciendo una terapia que
ofrece nuevas opciones. Tenemos
esperanza de que Felicity consiga
hablar, pero si no lo hace, no pasa nada,
¿no es verdad, mi amor? —Jenny la
besó en la mejilla—. Encontraremos
otras maneras de comunicarnos. Eres
muy inteligente, y podrás conseguir lo
que sea.
Jared
sonrió
ligeramente,
enternecido con la entrega y dedicación
que Jenny le transmitía a su hija, pero en
especial el cariño tan profundo que
emanaba de ella.
—Por favor, Jared, ponte cómodo.
—Jenny señaló el sofá de la sala, con la
intención de que él tomara asiento—. Iré
por el destapa corchos.
—¿Puedo ayudarte?
—Sí, quédate allí y ponte cómodo
—repitió ella, guiñándole un ojo, en son
de broma—. No tardo. —Felicity salió
corriendo tras su madre y la tomó de la
mano, y Jared se quedó solo en la sala
de estar.
Él obedeció y se sentó en el mullido
sofá, repleto de cojines de diferentes
tipos. Al observar su propio reflejo en
un espejo empotrado en la pared frente a
él, descubrió que estaba sonriendo
todavía.
Carraspeó, borrando la sonrisa y
adoptando un gesto adusto.
Observó con detenimiento en
derredor. La casa era vieja, pero estaba
bien cuidada. Había varias plantas de
interior bien crecidas, supuso que por el
continuo cuidado que les otorgaba la
lluvia. Debería recordar llamar otra vez
al agente que se encargaría de reparar el
tejado. Por la mañana lo había hecho,
pero le había saltado el buzón de voz.
Sería mejor reparar las grietas antes de
la llegada del invierno, no quería que
Jenny sufriera frío, o su pequeña hija. Si
estaban acostumbradas al calor de
California, un invierno de Massachusetts
seguramente les parecería duro.
Fuera del aspecto un tanto tétrico de
las viviendas antiguas, y varias cajas
acomodadas en un improvisado orden
aquí y allá, la casa resultaba bastante
acogedora. El mobiliario parecía ser tan
antiguo como cómodo, y resultaba
bastante hogareño, como esas casas
viejas con ambientes familiares al calor
del hogar que suelen pintar para
Navidad.
Un par de sofás y dos butacas
conformaban la sala, todos cubiertos con
mantas tejidas y bordadas con flores y
figuras de animales de todas formas, una
mesa comedor con seis sillas de aspecto
rústico, una vitrina con una vajilla que
debía de ser porcelana fina, por lo que
podía apreciar a primer vista, además
de un par de libreros repletos con
decoraciones de varias figuritas de
porcelana y retratos con fotografías
familiares. Ante él, el fuego ardía en una
amplia
chimenea,
calentando
el
ambiente de la casa. Un retrato al óleo
de una pareja llamó su atención. Jared
observó con detenimiento a la joven y
hermosa mujer pintada en ella, tenía la
piel clara como el alabastro, cabello
rubio y unos hermosos ojos de un vivo
color verde esmeralda, el mismo que
Jenny. Y le tomó un par de segundo
reconocer en ella a Gaia, la abuela de
Jenny. Por lo que el hombre moreno de
mirada severa a su lado, debió haber
sido su esposo.
—Son guapos, ¿no te parece? —
Escuchó la voz de Jenny a su espalda y
él se giró en el acto. No la había
escuchado llegar. Sus ojos descendieron
por su cuerpo hasta sus pies descalzos.
Felicity llegó corriendo tras su
madre, cargando con la muñeca como si
fuera un juguete volador estilo
«Superman». Jared sonrió y palmeó el
sitio a su lado, y para su sorpresa la
pequeña no dudó en tomar asiento junto
a él, en el sofá.
Jenny sonrió y rodeó el sofá,
continuando su relato:
—Mi abuela suele decir que odia
cómo se ve en ese retrato, se sentía tan
aburrida que el pintor prácticamente la
pintó dormida. Sin embargo, yo siempre
he creído que se ve preciosa.
—Es igual a ti —comentó Jared,
aceptando la copa de vino que ella le
ofrecía.
—No, Felicity se parece más a ella.
Yo heredé el cabello de mi padre. —Se
sentó en un sofá cercano a él—. Y la
estatura de mi abuelo —rio, aunque sin
mucho humor.
—¿Tu abuelo es el hombre junto a tu
abuela en el retrato? —Jenny asintió,
observando la pintura prácticamente con
fascinación.
—Era mexicano. Un hombre
increíblemente guapo, según lo describe
mi abuela, y tan bueno como no conoció
ninguno. Solo que no era muy alto —rio,
encogiéndose de hombros—. Mi abuela
cuenta que cuando ella era joven, ningún
hombre se atrevía a acercarse a ella lo
suficiente como para quedarse. Todos
temían terminar muertos por un
maleficio o algo parecido, todos excepto
mi abuelo. Él vino a estudiar en Harvard
y la conoció por casualidad en una
ocasión que se encontraba de visita en el
pueblo. Al ver que él se estaba
encaprichando con ella, mi abuela le
advirtió que era una bruja y todos le
tenían miedo, pero a mi abuelo no le
importó. Se casó con ella a los dos
meses y vivieron juntos por el resto de
su vida, felices y enamorados —
concluyó, llevándose su propia copa a
los labios.
—Fue amor a primera vista y
además, amor verdadero. —Jared
enarcó las cejas—. Eso es raro de
encontrar en la vida real.
—Lo sé. —Jenny rio, y su risa le
sonó melodiosa como el canto de una
ninfa.
Él apartó la mirada y la fijó sobre su
copa. Jenny, vestida de esa forma, con
los pies descalzos, el cabello rojizo
suelto y esa sonrisa traviesa, no hacía
más que maravillarlo, como si realmente
se tratara de un hada salida de los
bosques para hacerle perder la cordura
con sus encantos.
La puerta principal se abrió en ese
momento y por ella entró Gaia, llevando
una bolsa de comestibles.
—Jared, has llegado ya —saludó al
ver al hombre sentado en el sofá de su
sala de estar.
—Abuela, déjame ayudarte con eso.
—Jenny se puso de pie.
—Por favor, permítame. —Jared se
adelantó, cogiendo la bolsa de manos de
la anciana—. ¿Desea que ponga esto en
la cocina?
—Si no es molestia, querido. —La
anciana sonrió de oreja a oreja y se
volvió hacia Jenny para decirle solo con
los labios—: «¡Qué amable es!»
Jenny asintió con la cabeza,
sonriendo ligeramente mientras seguía a
Jared a la cocina, dejando a su abuela en
la estancia junto a su hija, quien se había
acercado a enseñarle a su bisabuela la
nueva muñeca.
Jared dejó las bolsas sobre la mesa
de la cocina. Jenny entraba tras él, por
lo que cuando Jared se giró sus cuerpos
chocaron. La primera reacción de él fue
abrazarla para impedir que ella perdiera
el equilibrio a causa del empujón.
—¿Te encuentras bien?
—No te preocupes, no me rompo.
Soy bajita, pero fuerte.
—Ya veo. —Él sonrió, intentando
disimular la fascinación que sentía por
el contacto tan estrecho con el cuerpo de
Jenny.
Ella lo miró a los ojos, el rubor
encendió ligeramente sus mejillas. La
calidez del cuerpo de Jared le resultaba
abrumadora en un grado que no era
capaz de explicar. Habría deseado que
él la acercara más contra su pecho,
podía sentirlo tan firme y cálido a través
de las capas de ropa.
Una imagen un tanto diferente se
encendió en su mente en la que ella era
abrazada por Jared de una forma
distinta, sus manos tocando cada curva
de su cuerpo al mismo tiempo que sus
palmas surcaban los definidos y firmes
músculos de sus pectorales…
Sintiendo que una bruma de deseo le
nublaba la vista, Jenny se apartó y se
volvió hacia los comestibles en un
intento de disimular los pensamientos
que se empecinaban en permanecer en su
mente. O al menos podría esconder la
cabeza en la bolsa de papel, aunque
estaba segura de que estaba tan roja que
su brillo se vería a través de ella.
—¿Te encuentras bien? —le
preguntó Jared, dirigiéndole una mirada
inquieta.
Ella asintió, esbozando una sonrisa
forzada que no le llegó a los ojos.
—Muy bien, gracias —mintió,
tomando las zanahorias y las patatas del
interior de la bolsa de papel.
No podía permitirse sentir esa clase
de emociones. Se había jurado no volver
a enamorarse. Y si seguía por ese
camino, estaba segura de que terminaría
perdiendo la cabeza por ese hombre alto
de piel morena y atractivos ojos claros.
—¿Por qué no vuelves a la sala,
Jared? —le pidió Jenny—. Yo me
ocuparé de guardar esto.
—Puedo ayudarte —dijo él,
tomando la bolsa y comenzando a sacar
los comestibles del interior—. De esa
manera terminaremos antes y podremos
regresar los dos al salón.
—Eres el invitado, de verdad no
deberías… ¡Oh, no! —Jenny corrió
hacia la estufa, donde una olla hervía y
comenzaba a humear, lanzando burbujas
de vapor rojizo—. Me he olvidado por
completo de la salsa —se quejó,
levantando la tapa.
—¡Jenny, espera…! —gritó Jared, al
verla hacerlo sin ninguna agarradera,
pero ya era tarde.
—¡Ay! —chilló Jenny cuando el
metal caliente quemó su piel, dejando
caer la tapa sobre la olla y llevándose la
mano adolorida a los labios—. ¡Pero
qué tonta!
—Vamos, pon esos dedos bajo el
chorro de agua fría. —Jared tomó su
mano entre las suyas y la condujo al
fregadero, donde dejó correr el agua.
Con delicadeza condujo sus dedos
quemados bajo el grifo y esperó—. ¿Te
sientes mejor?
Jenny asintió, notando el alivio
inmediato que proporcionaba el agua
fría sobre su piel magullada.
—Tendré que revisar esto —dijo
Jared, después de un rato, cerrando la
llave de agua y acercando su mano al
rostro.
—Estoy bien, no es nada. —Jenny
intentó apartar la mano, pero él no lo
permitió.
—Podría infectarse. ¿Tienes yodo y
gasas?
—¿Qué ha ocurrido? —Gaia entró
en ese momento en la cocina—. Escuché
que gritabas, Jenny.
—Me he quemado con la olla. —Se
encogió de hombros—. No ha sido nada
del otro mundo. Un descuido tonto.
—«Por estar pensando tonterías, como
todo lo que haría de tener ante mí el
atrayente cuerpo desnudo de Jared en
lugar de concentrarme en mi trabajo»,
pensó, reprendiéndose a sí misma.
—Necesito curar esto, Gaia, ¿tienes
botiquín de primeros auxilios? —Le
preguntó Jared, llevando a Jenny hasta
una silla cercana.
—Iré por él enseguida —contestó la
anciana, dándose la media vuelta—.
Volved al salón. Felicity se alteró al
oírte gritar, Jenny.
—Está bien —contestó ella,
siguiéndola—. Pero te aseguro que no
tienes que ir por el botiquín, me siento
bien.
—El doctor da las órdenes, hija —
replicó Gaia, ya subiendo las escaleras
—. Y después podrías cambiarte de
ropa. Ese vestido se ha estropeado.
Jenny enarcó las cejas y agachó la
vista para descubrir que su vestido
estaba completamente salpicado de
salsa roja.
—Oh, no… —masculló, molesta.
—Eso no es importante ahora, Jenny.
Vamos a ver esa herida —le dijo Jared,
posando una mano sobre su espalda para
conducirla hacia la sala.
Jenny se estremeció con la calidez
de su contacto, pero lo disimuló.
Tomaron asiento en uno de los sofás, y
esta vez no le costó mucho el contacto
tan cercano de Jared, Felicity la miraba
de reojo desde el otro extremo del sofá.
Era típico de ella mirar de reojo cuando
no se sentía segura. Y sintió deseos de
acercarse y confortarla.
Felicity se puso de pie y se acercó a
Jared, algo insólito en ella, que solía
rehuir a los extraños. Lo tomó de la
mano y lo llevó hasta el sofá, y allí lo
empujó de forma que él debiera
sentarse. Una vez que Jared siguió sus
indicaciones no habladas, la pequeña se
sentó sobre sus piernas y se acurrucó
sobre su pecho.
Jared enarcó las cejas y miró
sorprendido a Jenny, quien los
observaba con los ojos ensanchados por
el asombro.
—Creo que de verdad le agradas —
le dijo en un susurro, sentándose a su
lado—. Felicity nunca había hecho eso.
Ni siquiera con su padre… —Ella se
quedó callada, como si hubiera
pronunciado algo doloroso y dañino que
no quisiera sacar a la luz.
Jared la observó de reojo,
intentando desentrañar qué misterios
ocultaba esa mujer.
Gaia llegó en ese momento, llevando
con ella un estuche de plástico que abrió
en la mesa de café. De él extrajo gasas y
yodo, además de tijeras y vendas.
—Solo necesitaremos un par de
estas
cosas
—le
dijo
Jared,
deteniéndola antes de que la anciana
vaciara el contenido completo de la
caja.
—Dame a la pequeña para que
puedas trabajar —le pidió Gaia, pero
Felicity no quiso moverse de su regazo.
—Está bien, puedo hacerlo con ella.
Serás mi pequeña ayudante, ¿verdad,
Felicity? —La niña ni se inmutó, y
permaneció en su regazo, observando de
reojo cómo Jared atendía la mano de su
madre.
En un par de minutos Jenny tuvo los
dedos limpios y envueltos en un
vendaje.
—Debería estar mejor mañana.
Tendrás que mantenerlo limpio y alejado
del agua —Jared le explicó, abrazando
otra vez a la niña, que comenzaba a
quedarse dormida en su regazo—.
Vendré temprano a ver qué tal sigues.
—No tienes que molestarte, supongo
que tienes mejores cosas que hacer que
venir a ver el estado de mis dedos —
replicó Jenny.
—No hay problema, iba a venir de
todos modos para echarle un ojo a las
molduras de las paredes.
—Eres un encanto, Jared —comentó
Gaia, tomando la caja del botiquín, ya
con todo su contenido guardado en su
interior—. Siempre lo he dicho. Voy a
llevar esto de vuelta a su lugar y bajaré
para que cenemos. Me muero de hambre.
—Me temo que Felicity se ha
quedado dormida.
—Podríamos comer aquí, si no les
molesta. —Jared miró a ambas—. De
ese modo no tendremos que moverla.
—Será incómodo para ti. —Jenny lo
observó fijamente, como si no pudiera
creer que él quisiera comer con una niña
dormida entre sus brazos. Su marido, ex
marido, se corrigió, no soportaba estar
ni siquiera en la misma habitación que
su hija.
—Nada de eso, no quiero moverla,
es tan dulce cuando duerme… Mira esa
carita, es igual a un angelito.
Jenny rio, incapaz de creerse que esa
escena era real. Debía estar soñando.
—Jenny, ve por los platos a la
cocina. En seguida te echo una mano —
le solicitó Gaia desde la escalera—.
Cumpliremos los requerimientos de
nuestro invitado especial.
Jenny asintió, sin borrar la sonrisa
de sus labios, y corrió a la cocina.
Cenaron en calma en la sala de estar,
en un ambiente informal lleno de charla
y sonrisas. Jenny ni siquiera se acordó
del vestido manchado de salsa y Gaia
rio tanto que aseguró que de repetirse
una noche como esa, tendría que
comenzar a usar pañales de adultos,
pues estuvo cerca de hacerse pis de la
risa.
Jared rio tanto como ellas, tan a
gusto entre esas dos mujeres como no se
había sentido en años. Gaia era
encantadora sin duda, y Jenny era…
sencillamente fascinante.
Se sentía atraído por ella de un
modo que iba mucho más allá de lo
físico. Le encantaba el hoyuelo que se
formaba en su mejilla derecha cuando
reía, quería acariciarlo y despertar en
ella toda clase de emociones que lo
hicieran aparecer una y otra vez en su
rostro. Que no dejara de reír, como la
diosa del bosque que en un principio
creyó ver en ella. Y que de algún modo,
realmente era para él…
No podía explicar el motivo, pero
esa mujer se estaba abriendo paso a
través de las barreras que él había
alzado alrededor de su corazón, como si
de magia se tratase. No comprendía
cómo una persona podía resultarle tan
atrayente, lo que sí sabía es que era
única en tantos sentidos que no podía
contabilizarlos todos. Nunca había
conocido una mujer como ella y, por
Dios, quería quedarse a su lado hasta
descubrir cada resquicio de su ser y
conocerlos todos. A pesar de que algo le
decía que eso no sucedería jamás,
podría pasar el resto de su vida a su
lado, y esa mujer increíble nunca dejaría
de sorprenderle.
En toda la noche, Jared no permitió
que lo separasen de Felicity hasta que
llegó la hora de marcharse, e incluso
entonces parecía reacio de dejarla ir,
como si temiera que la pequeña fuera a
sentir alguna especie de trauma por
despertarse abruptamente en otro lugar.
Jenny no pudo evitar sentir simpatía
por ese hombre que parecía estar tan
preocupado por una niñita desconocida.
Su padre jamás se portó ni remotamente
tan comprometido o preocupado por
ella.
Después de acostar a la pequeña en
su cama, en su habitación, Jared se
sorprendió cuando Jenny lo acompañó
hasta la puerta, mientras Gaia se
quedaba en la cama, al lado de Felicity,
donde Jared la había llevado y acostado
bajo las mantas con sumo cuidado, como
si temiera que fuera a despertar en
cualquier momento.
—Gracias por esta noche —le dijo a
Jenny—. Fue… increíble. —De verdad
no tenía otra forma de describirla.
Ella sonrió, envolviéndose en su
chal.
—Gracias a ti, por todo. —Alzó la
mano vendada—. Cuidaré mi vendaje,
lo prometo.
—Mañana vendré a revisar eso.
—Te aseguro que no es necesario.
—Suspiró—. No puedo creer que haya
sido tan torpe —dijo en son de broma,
intentando disimular la respiración
entrecortada que la cercanía con Jared
le provocaba—. Nadie asumiría que me
dedico a esto. Miss House me enviaría
de regreso a la escuela de cocina, sin
duda.
—¿Miss House? —preguntó él,
confundido.
—Era mi profesora favorita en el
colegio de cocina. Murió hace un par de
años…
—Lo siento.
—Gracias. —Se encogió de
hombros—. Fue una mujer estupenda,
mucho más para mí que solo una
profesora, ¿sabes? Ella me enseñó
tanto… sobre todo. Era una mujer
sumamente fuerte, que siempre supo
cómo encarar la vida a pesar de la
adversidad.
—Como tú. —Jared estrechó su
mano.
Ella se estremeció con el contacto, e
intentó disimularlo con una sonrisa.
—No, ella era fuerte de verdad.
—¿A qué te refieres?
—A nada, olvídalo. —Se encogió de
hombros—. Como dije, ella me enseñó
mucho sobre todo. Debo irme ya,
Felicity podría despertar y me querrá
ver a su lado. Muchas gracias por esta
noche inolvidable, Jared. Descansa.
Él la miró a los ojos, algo abrumado
por la cantidad de ideas contenidas en
una sola frase, y se limitó a asentir.
—Te veo mañana —dijo como única
respuesta, alejándose por el camino de
grava rumbo a su camioneta.
Una vez dentro, descubrió que Jenny
permanecía observándolo desde el
umbral de la puerta. Cuando hubo
encendido el motor, agitó la mano como
despedida, y se encontró respondiendo
del mismo modo a través de la
ventanilla.
A medida que se alejaba en
dirección a su casa, no podía dejar de
pensar en ella. Se llevó esa última
imagen de Jenny grabada en la mente.
Parecía tan frágil, tan sola… Y a la
vez tan fuerte y llena de alegría.
Era un misterio en muchos sentidos.
Sin embargo, a pesar del halo de
misticismo que la rodeaba, esa era una
mujer en la que se podía confiar.
No podía explicarse cómo, pero lo
sabía.
Así como sabía que al día siguiente
el sol saldría y el invierno terminaría
para dar paso a la primavera.
Felicity podía no hablar, pero era
claro que adoraba a su madre tanto
como Jenny adoraba a su hija. Se
desvivía por ella, la mimaba en exceso,
quizá más de lo que a una madre le
correspondía, pero ello no parecía
afectar a la niña. Al contrario, la hacía
sonreír de una manera que parecía ser
capaz de iluminar la habitación entera. Y
su sonrisa era capaz de hacer
resplandecer el semblante de Jenny con
una alegría que él no hubiera creído
posible.
Y Jared se sintió deseoso de
participar en ello. De compartir esa
alegría. Ser iluminado del mismo modo
que ellas.
CAPÍTULO 4
—¡Felicity, espera, no corras tanto!
—Jenny salió corriendo tras su hija, que
se abría paso a través de los senderos
del bosque con tanta facilidad como un
cervatillo—. ¡No vayas a caerte!
El otoño llegaba con fuerza, el frío
era palpable y las hojas de los árboles
se habían transformado en una múltiple
mezcla de marrones, rojos y dorados
que lo embargaba todo. Habría sido un
paisaje espectacular para ver, de no ser
porque Jenny no sentía ni un asomo de
ganas de disfrutarlo.
—¡Jenny! —Jared apareció por un
sendero, llevando con él un maletín de
reparaciones—.
Qué
sorpresa
encontrarte aquí, justamente iba hacia tu
casa.
—Hola, Jared. Dame un minuto, por
favor. —Jenny pasó a su lado corriendo
a toda velocidad, siguiendo con la
mirada una cabeza rubia que correteaba
entre los matorrales—. ¡Felicity, para de
una vez, me estás volviendo loca!
Jared no pudo evitar soltar una
carcajada cuando Jenny intentó coger a
su hija y esta, como si de un jugador de
futbol americano se tratase, la esquivó
en el segundo exacto, dejando a su
madre con los brazos cerrados en torno
al aire, mientras la bribonzuela corría
hacia el sentido contrario, desternillada
de risa.
—¡Te he atrapado, pequeña! —gritó
Jared, victorioso, cargando a Felicity en
brazos.
La niña se retorció de risa cuando él
comenzó a hacerle cosquillas, encantada
con encontrarse una vez más entre sus
brazos.
—Comienzo a sentirme desplazada
—bromeó Jenny, llevándose una mano al
costado—. Mi hija parece preferirte a ti
que a su propia madre.
—Nada de eso, es la novedad del
nuevo y guapo vecino, solamente. A ti te
adora. —Él sonrió, pero su sonrisa se
esfumó al notar la repentina palidez de
Jenny—. ¿Te encuentras bien?
—Sí, sí… Solo me quedé sin aire…
—dijo, aunque por sus pupilas dilatadas
y la mirada perdida, Jared dudó que
fuera solamente eso. Dejando a Felicity
en el suelo, se aproximó a ella con los
brazos abiertos, como si temiera que
fuera a desplomarse en cualquier
momento.
Jenny sonrió, apartándose de él.
—Eh, que no me gustan las
cosquillas, aleja esas manos de mí —le
advirtió con un deje divertido en la voz
—. ¿Te parece si vamos a casa de una
vez? Me estoy congelando el…
pescuezo —dijo con cuidado de no ser
mal educada, aunque Jared ya reía por
lo que sabía que ella iba a decir, cuando
Jenny llevó su mano a su trasero.
—¡Jared, qué alegría verte tan
pronto! Espero que desayunes con
nosotras —lo saludó Gaia desde el
porche, donde estaba entretenida
colocando unos adornos de Halloween
en la puerta.
—¿No falta bastante todavía para las
fiestas?
—Mi abuela festeja el Halloween
casi un poco menos que la Navidad —le
explicó Jenny—. Halloween comienza
en esta casa a mediados de septiembre,
como puedes ver. Y Navidad termina en
febrero.
—En el día de la candelaria, como a
tu abuelo le gustaba —comentó la
anciana, volviéndose hacia ellos—.
Bien, ¿qué te gustaría desayunar, Jared?
—Lo que sea está bien por mí. —Se
encogió de hombros—. Aunque si queda
algún trozo de esa tarta de cereza,
moriría por probarla. No he comido
nada tan bueno en mi vida.
Gaia lo miró extasiada por el halago
hacia su nieta.
—¿No crees que Jenny es una
excelente cocinera? Estoy segura de que
cualquier hombre se sentiría más que
feliz por tenerla a su lado como esposa.
—¡Abuela!
—Estoy seguro —convino Jared—.
Y por favor, no quiero molestar. Solo he
venido a tomar medida de las molduras.
—Nada de eso, nadie trabajará en
domingo en mi casa. Vamos adentro. —
Gaia lo tomó por el brazo y lo llevó al
interior de su hogar.
Jared notó por el rabillo del ojo que
Jenny se quedaba de pie en el umbral, su
hombro contra la puerta, como si
necesitara sostenerse de algo.
—¿Te encuentras bien? —Se volvió
hacia ella, preocupado.
—Sí, solo… Estoy un poco
mareada. —Se llevó una mano a la
cabeza—. Me pasa a menudo,
últimamente.
Jared se aproximó a ella y tomó su
rostro entre sus manos para examinarla.
—¿Has ido al médico?
—Jared, estoy bien.
—Estás pálida. Podrías tener
anemia.
—Esta niña nunca quiere comer,
Jared. Por más que le insisto, come
menos que un gorrión.
—Ya te dije que no tengo hambre,
abuela —contestó Jenny, apartándose de
los brazos de Jared—. Por favor, no es
nada. ¿Por qué no vamos a la cocina? —
replicó ella, dirigiéndose hacia allí,
pero algo sucedió en el camino. Se
detuvo y de pronto comenzó a caer.
Jared corrió hacia ella, sintiendo
que los segundos se volvían horas, como
en esas películas donde el momento
trascendental se vivía en cámara lenta.
Notó cada detalle del rostro de Jenny
perdiendo color, sus ojos vidriosos, su
cuerpo tambaleándose sin control…
—¡Jenny! —gritó Gaia, y su voz
sonó como de otro mundo.
Jared no la escuchó. Corrió hacia
ella y alcanzó a sostenerla justo en el
momento en el que Jenny perdía el
sentido.
Felicity comenzó a llorar, asustada,
mientras Jared la cargaba en brazos
como a un bebé y la llevaba hasta el
sofá.
—¡Jenny, Dios mío, Jenny…! —
gemía Gaia a sus espaldas, manteniendo
a Felicity muy pegada a su cuerpo,
intentando consolarla en vano, pues la
niña no dejaba de gritar y lanzar golpes
y patadas, en su desesperación.
Jenny abrió los ojos y miró en
derredor, confundida. Como si no
tuviera idea de la forma en que había
conseguido llegar ahí.
—Felicity… —musitó, alzando una
mano. Su hija corrió a su lado y se pegó
a ella. En su desesperación, comenzó a
golpear a Jenny, pero ella se mantuvo
quieta y la abrazó hasta que la pequeña
se hubo calmado, y solo se quedó
callada a su lado.
—Se pone así a veces… —Jenny
intentó explicarse con Jared—. A ella le
cuesta…
—Entiendo —Jared pasó una mano
por los rizos dorados de Felicity, pero
ella le apartó la mano y siguió
abrazando a su madre—. Tranquila
pequeña, tu mamá se pondrá bien.
—¿Qué… pasó…? —Jenny se
aventuró a preguntar al fin, intentando
levantarse.
—Te desmayaste —contestó su
abuela, mirándola con los ojos todavía
húmedos—. Así de repente perdiste el
sentido y, de no haber sido por Jared,
habrías terminado estampada en el
suelo.
—No, no fue de repente. Te sentías
mal desde antes, ¿no es así? —Jared le
preguntó, y ella tuvo que asentir—. Será
mejor que te llevemos al hospital.
—¿Estás loco? No tengo seguro, y
mañana debo ir a buscar trabajo —
replicó Jenny—. Nadie me dará ninguna
oportunidad si se sabe que estoy
enferma.
—Jenny, esto es serio. Podrías tener
algo grave y es mejor asegurarnos de
que te encuentres bien —Jared posó una
mano en su hombro—. Piensa en tu hija.
Si tú no estás bien, ella tampoco lo
estará. Tú eres quien vela por ella.
Jenny lo miró a los ojos fijamente
por lo que pareció una eternidad, pero
no fue más que una fracción de segundo,
y terminó por asentir.
—Vamos —dijo en un susurro,
poniéndose de pie.
Jared la rodeó por la cintura y la
condujo hacia la puerta.
Felicity, con su diminuta mano
pegada a la de su madre, comenzó a
llorar de nuevo, temerosa de que fueran
a separarlas.
—Cariño, será mejor que tú y yo nos
quedemos aquí —le pidió Gaia, pero
con ello la niña se puso a llorar con más
fuerza cuando la anciana intentó
apartarla de su madre.
—No puedo marcharme, ella se
pondrá mal —explicó Jenny—. Iré
mañana al hospital, cuando Jenny esté en
el colegio. No puedo dejarla así, Jared.
Gaia no podrá con ella. Cuando Felicity
se pone mal, no hay forma de conseguir
que se calme.
—Jenny, debes ir. No quiero ser
alarmista, pero debes cuidar de ti. Mi
padre solía decir que el cuerpo nos da
avisos, y si no tenemos cuidado con
escuchar esos avisos y proteger nuestra
salud, podrías lamentarlo para siempre.
—Lo entiendo, Jared. —Los gritos
de Felicity se hacían cada vez más
intensos—. ¿Pero qué puedo hacer?
Mira cómo está mi hija, Gaia es una
mujer mayor. Aunque no lo parezca, su
cuerpo no rinde como antes. No podrá
cuidar de Felicity.
—¿Y una niñera?
—No conozco a ninguna, y tendría
que ser una muy especial, una que sepa
lidiar con… esta clase de casos.
Jared frunció el ceño.
—Vamos todos.
—¿Qué?
—Tendremos que ir todos al
hospital.
—Imposible —Jenny negó con la
cabeza—. Como ves gritando aquí a
Felicity, seguirá haciéndolo en el coche
y en el hospital cuando lleguemos, si no
va a peor…
—Jenny, haz lo que te digo. Confía
en mí, encontraremos la manera.
Jenny no tuvo más remedio que
hacer caso de lo que Jared le pedía. Se
dejó llevar por él hacia su camioneta y
subió al asiento de atrás. En seguida
Jared volvió a la casa por Felicity y la
llevó cargando de regreso, pues la
pequeña no aceptaba caminar hasta el
auto. Él no se inmutó por los repetidos
golpes y arañazos que la niña le dio, en
su tremenda rabieta. La metió al coche
junto a su madre y Felicity gateó por el
asiento hasta acomodarse a su lado, solo
entonces dejó de llorar.
—Jared, no sé cómo…
—No digas nada, somos vecinos. —
Jenny sintió que las lágrimas se le
acumulaban, se sentía tan impotente y
sola, y este hombre venía de la nada a
ayudarla. Parecía un ángel bajado del
cielo—. No tienes nada que agradecer.
Y tampoco explicar —le sonrió—.
Ahora trata de relajarte, voy por Gaia.
—No tienes que cargarme a mí
también, ya estoy aquí. —La anciana
llegó tras él y Jared se dio prisa en
ayudarla a subir al asiento del copiloto
del vehículo.
Se pusieron en marcha y pronto
llegaron al hospital principal de la
ciudad.
Jared ayudó a Jenny a bajar y llamó
a uno de los encargados para que trajera
una silla de ruedas, al tiempo que le
daba las llaves a un médico residente
con la orden de estacionar su camioneta
en su lugar. Jenny subió a la silla de
ruedas, llevando a Felicity en sus
piernas, mientras Gaia los seguía. Jared
daba órdenes a los médicos a medida
que se internaban en el ala de
emergencias. Sin duda, tener a un
médico como amigo tenía sus ventajas.
—Vamos a hacerte unos exámenes
—le dijo Jared, ayudando a Jenny a
recostarse en una camilla—. Pronto te
pondrás bien.
—Jared, ¿me llamabas? —Una
mujer alta y de amplia sonrisa llegó en
ese momento.
Jenny se le quedó mirando con
curiosidad, notando la familiaridad con
la que ella lo trataba.
—Sí, Laura, por favor, cuida de
Felicity. —Señaló a la niña, que se
mantenía junto a su madre—. Vamos a
hacerle unos exámenes a su mamá, y
puede que tardemos un poco.
—¿Tiene autismo? —Jenny no pudo
evitar que sus ojos se ensancharan. Era
la primera persona que conocía que
reconocía el trastorno de su hija con
solo un vistazo.
—Laura
está
estudiando
un
doctorado, y se especializa en autismo.
—Jared le explicó a Jenny—. Cuidará
bien de Felicity, no te preocupes.
—Si quiere puede venir usted
también. —Laura le dijo a Gaia—.
Iremos al segundo piso, al ala de niños.
Allí hay café y revistas para las madres
de los pequeños.
—Eso me encantaría. —Gaia se
puso de pie.
—Y para ti, pequeña, hay todo un
salón lleno de colores y juguetes,
¿vienes conmigo? —Laura se agachó y
tomó la mano de Felicity.
—Puede que se resista un poco… —
le explicó Jenny.
—No se preocupe, lo pasaremos
bien. —Laura le sonrió a Jenny—. Usted
cuídese, pronto nos veremos.
Felicity comenzó a llorar, pero
Laura consiguió calmarla subiéndola a
la silla de ruedas y llevándola de ese
modo hasta los elevadores, sin dejar de
sonreír y gesticular en exceso.
—Ahora sí, mi valiente guerrera. —
Jared se volvió hacia Jenny—. Descubre
tu brazo que vamos a sacarte sangre.
Jenny suspiró y asintió, dejando al
descubierto su brazo derecho. El
pinchazo ni siquiera lo sintió, su corazón
estaba con su hija. No podía sucederle
nada malo, Felicity la necesitaba. Ella
era todo lo que tenía. Su padre no
velaría por ella, lo sabía. Lo había
dejado muy claro cuando las abandonó,
después de que Jenny rehusó a internar a
Felicity en una institución.
Debía ser fuerte y enfrentarse a lo
que viniera con valor. El bienestar de su
hija dependía de ella. No importaba lo
vulnerable o débil que realmente se
sintiera, Felicity debía encontrar en ella
una figura fuerte de la que sostenerse.
Porque, como bien lo sabía Jenny, ella
era lo único que su hija tenía en el
mundo.
Y por una fracción de segundo, al
pensar en ello, sus ojos se llenaron de
lágrimas, pues se sintió más sola que
nunca.
CAPÍTULO 5
—Estás embarazada.
—¿Qué? —Jenny estuvo cerca de
caerse de la camilla al escuchar esa
noticia de labios de Jared—. Es
imposible…
Él se mantenía con el rostro muy
serio, mirando fijamente los resultados
en su mano.
—Tres meses —dijo, a modo de
confirmación de sus palabras—. ¿No te
sentiste mal antes? ¿O no notaste algún
otro signo, como la falta de tu período?
—Sí, pero no le di importancia… —
Jenny intentó recordar. Se había sentido
mareada, sí, pero ¿embarazada?—. No
es posible…
—Lo es. —Él la miró por primera
vez, y ella notó algo en sus ojos.
¿Desilusión?—. ¿Tú has estado…? —
carraspeó—. Tu esposo…
—Es de mi ex esposo —afirmó ella
en voz baja—. No he estado con ningún
otro hombre. Jamás. Nos conocimos
cuando yo todavía iba en el instituto. Él
ha sido el único hombre en mi vida. O lo
fue…
—Entiendo… —Volvió a fijar la
vista en los estudios, como si fueran a
revelarle alguna otra noticia.
—¿Qué voy a hacer ahora? —Jenny
preguntó en voz alta, más a sí misma que
a él.
Jared suspiró y tomó asiento a su
lado. Comprendía que se sintiera
desesperada. Una mujer sola, sin dinero
ni ayuda, con una hija especial… Debía
de ser muy difícil.
—Hay opciones… —se obligó a
decir, aunque él despreciaba esas
«opciones».
—No. Eso jamás —dijo ella de
forma rotunda y le dirigió una mirada
airada—. No le haré eso a mi bebé.
Jared enarcó las cejas, sorprendido
por esa reacción.
Pocas mujeres defenderían a un bebé
de tan pocas semanas de gestación,
quizá ni siquiera lo llamarían como tal.
En realidad, era el recuerdo grabado
a fuego de una mujer que no lo hizo el
que vino a su mente y por eso reaccionó
de esa manera…
—Es solo una pregunta retórica,
Jared. —Jenny se llevó ambas manos al
rostro—, no hay nada que pensar. Tendré
a este bebé y saldremos adelante…, de
algún modo.
—¿Has
considerado
las
circunstancias? —Él la miró a los ojos
—. En los casos de autismo…
—Sí, lo sé. Hay gran posibilidad de
que también este niño tenga autismo. Es
por eso que yo no quise tener otro hijo
antes. No para que él terminara
rechazándolo también, o peor, no tuviera
autismo y fuera el favorito de él, y
dejara a Felicity en el olvido.
—Al decir «él» te refieres a tu
marido. —Fue una afirmación, no una
pregunta.
—Ex marido —lo corrigió ella y
suspiró—. Dios, cuando crees que no
podrías hundirte más en el fango,
comienza a llover, ¿no es así?
Jared la abrazó por los hombros.
—No estás sola —le dijo,
palmeando su mano—. Cuenta conmigo
para lo que necesites, ¿de acuerdo?
Ella sonrió y asintió.
—Gracias, Jared. —La cortina que
rodeaba a la camilla se abrió en ese
momento y una enfermera apareció,
junto a una mujer de estatura mediana y
el cabello de un intenso color rojo.
Sus brillantes ojos azules se posaron
en Jared y luego en Jenny, antes de que
sus cejas se juntaran, dejando al
descubierto su enojo.
—¿Qué está sucediendo aquí? —
preguntó con voz grave.
Jared iba a preguntarle quién era
para entrometerse en asuntos privados,
cuando Jenny contestó por él.
—Nada, es solo un amigo. —Jenny
le dedicó una mirada de disculpa—.
Jared, ella es mi hermana, Megan.
Megan, Jared, un amigo y nuestro
vecino… y mi médico por el día de hoy.
—Le sonrió ligeramente antes de
ponerse de pie—. Megan… ¿qué estás
haciendo aquí?
—¿Cómo que qué hago aquí? —
repitió la mujer, poniendo los brazos en
jarra—. La abuela me llamó para
avisarme de que estabas hospitalizada y
vine enseguida a ver qué había
sucedido. Aunque veo que te encuentras
muy bien cuidada. —Ella le dirigió otra
mirada a Jared.
—Megan, ya te lo dije, Jared es
nuestro vecino y amigo. También médico
de este hospital. —Acentuó esa última
frase, provocando que el entendimiento
llegara a los ojos de la mujer, que se
suavizaron en el acto—. Jared, disculpa
a mi hermana. El ser abogada le ha
afectado el trato cordial con las
personas. Ahora no tiene idea de cómo
practicarlo.
—Mucho gusto. —La mujer alzó una
mano que él estrechó brevemente—.
¿Qué tiene mi hermana, doctor?
Jenny hizo un movimiento negativo
con la cabeza, tan sutil que solo Jared lo
captó.
—Estamos haciendo pruebas. —Él
metió las manos en los bolsillos de su
bata, siempre lo delataban cuando se
ponía nervioso—. Las dejaré solas para
que charlen.
Jared no se alejó mucho. Por la
forma de ser de la hermana de Jenny,
sabía que la tormenta se desataría dentro
de nada.
Y así fue.
—¡… Tienes a Felicity! ¡Tu vida es
ya demasiado complicada, ¿qué vas a
hacer con un bebé?! —La voz de Megan
retumbó en las paredes del pasillo de
urgencias, y Jared agradeció en silencio
que ese día fuera tranquilo, asumiendo
lo muy incómoda que debía sentirse
Jenny.
—Sé muy bien cuál es mi situación,
Megan. Ahora quieres bajar la voz…
—¡Estás sola, Jenny! La abuela está
vieja, ella no puede ayudarte a criar a
una niña discapacitada y a un recién
nacido.
—¡No
llames
a
mi
hija
discapacitada!
—Jenny, comprende que no la estoy
ofendiendo. Es lo que ella es…
—Mi hija tiene muchas capacidades,
no es discapacitada. —Jenny abrió la
cortina, ya vestida con su ropa habitual,
y salió de la sala de revisión. Su
hermana la siguió, sin dejar de gritar.
—¡Jenny…! ¡Jenny, escucha! —La
detuvo por el brazo—. ¡Estás sola!
¡Sola! No tienes carrera, ni dinero ni
marido. ¿Qué vas a hacer tú sola con
dos hijos?
Jared no pudo soportarlo más y se
acercó a la mujer.
—Disculpa Megan, pero estás en un
hospital. Será mejor que salgas, lo que
tengas que hablar con tu hermana, lo
harás en privado en su casa —le dijo
Jared, pasando un brazo por los
hombros de Jenny—. Y ella no está sola.
Tiene gente que la quiere y la
protegeremos. A ella y a los niños.
Megan apretó los labios, como si
estuviera decidiendo qué diatriba soltar
como contestación.
—Es fácil hablar cuando las cosas
son bonitas y nada se ve como es en
realidad. Pero el día en que Felicity se
ponga mal, o el bebé llore porque tiene
hambre, serás tú sola la que tenga que
pasar las noches en vela, sollozando en
silencio por no tener un céntimo para
comprarles zapatos a tus hijos o los
medicamentos que…
—¡Ya
basta! —rugió
Jared,
exasperado—. He dicho fuera. —Señaló
la puerta—. ¡Ahora!
—Pero ella tiene que entender…
—Tienes dos segundos, o haré
llamar a seguridad.
Megan alzó su respingada nariz y se
marchó, sin dejar de lanzar improperios
en el camino.
—Dios, no sabes cuánto lo siento.
—Los ojos de Jenny se habían llenado
de lágrimas.
—¿Tú lo sientes? Dios, Jenny, no
imagino lo que debió ser para ti crecer
con esa arpía como hermana. Te
compadezco.
Jenny sonrió ligeramente.
—No fue tan malo. —Se encogió de
hombros—. Al lado de mamá, Megan es
un ángel.
—Gracias al cielo que a tu madre no
se le ocurrió poner un pie en este
hospital, en ese caso me habría sentido
en la obligación moral de ponerle un
bozal.
—Mi madre está demasiado
ocupada con su vida como para
molestarse por mí, Jared. Dudo siquiera
que asistiera a mi funeral. Te aseguro
que una pasada por el hospital ni de
broma le haría tocarse la piedra que
tiene por corazón para venir a verme…
—Jenny sonrió pero su sonrisa se
transformó en lágrimas.
—Hey, tranquila. —Jared la abrazó,
atrayéndola contra su pecho.
—Lo siento. —Sorbió por la nariz
—. Yo no soy así, no me suelto a llorar
por cualquier cosa.
—Está bien, con una familia así, yo
también lloraría.
Jenny rio ligeramente, secándose las
lágrimas con el dorso de la mano.
—Es solo que… ¿por qué nunca
pueden apoyarme? Es mi familia, pero
siempre actúan como si me odiaran.
¿Por qué no pueden sencillamente decir
«lo siento, estoy contigo»? Es lo que yo
haría de estar en su lugar.
—Supongo que como uno no elige a
su familia, tampoco elige las cosas que
deben decir o el modo en que deben
actuar. —Él suspiró, sin dejar de
abrazarla, trazando círculos con la mano
en su espalda—. ¿Y tu padre? ¿Él no
podría apoyarte?
—No sé nada de mi padre hace
años. Nos abandonó cuando yo era niña.
Una vez nos llegó una postal para mi
hermana y para mí en la que nos contaba
que estaba casado y tenía otros hijos, y
quería que fuéramos a verlo, pero mamá
no nos dejó ir con él. Fue lo último que
supimos de papá. Después de eso mamá
nos cambió el apellido al de Canet, el
suyo de soltera, y desde entonces
vivimos como si él no existiera.
—¿Y qué pasa con tu abuela? Es
decir, ella no se parece en nada a tu
hermana y a tu madre, por lo que me
cuentas.
—No, es cierto. Mamá y mi abuela
nunca se han llevado bien. Mamá ha
trabajado sin parar y ha sido
perfeccionista toda su vida. Despreciaba
las creencias de mi abuela y todo lo que
ella representa y eso terminó por
alejarlas definitivamente. Mamá estudió
en la universidad y se graduó con las
mejores notas, sacó un máster y un
doctorado, creó su propia firma de
abogados y ahora es una de las abogadas
más exitosas del país. Megan siguió sus
pasos al pie de la letra. Y yo… Siempre
fui la oveja negra en mi casa para mi
madre, tan «loca y soñadora» como mi
abuela. Así que cuanto más tiempo
pasara en casa con Gaia, más feliz me
sentía. En cierta forma, siempre me he
sentido más feliz estando con mi abuela
que en mi propio hogar, supongo que por
eso vine aquí, en busca de refugio. Es
una lástima que me durara tan poco.
—¿A qué te refieres?
—A nada. —Suspiró, secándose la
última lágrima.
—Jenny…
—Oh, allí están. —Laura apareció
por el pasillo, llevando a Felicity de la
mano. Gaia caminaba a su lado, su
semblante lucía bastante severo—. Los
estábamos buscando. Recibimos tu
mensaje, Jared, y aquí están la princesa
y la reina, listas para ir a casa —dijo
ella con simpatía, refiriéndose a Felicity
y a Gaia.
—Gracias por todo, linda. Fue una
estancia estupenda —se despidió Gaia
de ella.
—Cuando quieran, ya saben dónde
encontrarme. —Besó a Felicity en la
mejilla—. Cuídate, pequeña princesa, y
cuida a tu mamá. —Se alzó y miró a
Jared—. Adiós, Jared. Llámame
después para ponernos de acuerdo con
la cena del viernes.
—De acuerdo.
—¿Qué cena? —preguntó Gaia.
—Abuela… —masculló Jenny,
dedicándole a su abuela una mirada de
reproche.
—Es una cena benéfica para el
hospital. —Jared sonrió un poco
nervioso—. En un segundo nos vamos a
casa, chicas, en cuanto encuentre las
llaves del coche —dijo, revolviendo sus
bolsillos.
—Quizá sea mejor que nos vayamos
solas a casa —dijo Jenny, tomando las
llaves de la mesa frente a ellos, donde
habían estado todo el tiempo—. Tú
quédate con tu novia.
—Laura no es mi novia —se apuró
él en aclarar—. Salimos un par de veces
antes, pero nada más. Ahora somos solo
amigos.
—¿Llevas a las amigas a cenar? —
le preguntó Gaia, con interés.
—No, saldrá con un amigo mío,
Luke. Les estoy organizando algo así
como una cita a ciegas para ambos.
—¿Es en serio? ¿Vas a dejarla ir? Si
es estupenda.
—No es para mí —concluyó Jared,
avanzando hacia la puerta.
De camino a casa permanecieron en
silencio. Nada más entrar en la
vivienda, Gaia se fue a recostar un rato,
exhausta, y Felicity la siguió. Las dos
estaban agotadas.
—Tú también deberías descansar un
poco —le dijo Jared a Jenny, cuando se
quedaron a solas en la cocina.
—Estoy bien. —Fijó su atención en
la tetera que estaba llenando con agua
—. Siento lo que ocurrió en el hospital.
—No te preocupes, las hermanas
pueden ser un poco irritantes a veces.
—Me refería a Gaia. Creo que te
puso en un apuro con el interrogatorio
que te hizo sobre tu amiga Laura. —Le
sonrió por encima del hombro—. Pero
gracias por apoyarme con el tema de la
hermana irritante.
—Hey, yo también tengo una. Sé de
qué va la cosa —bromeó él, cogiendo
una galleta de un platito que Jenny ponía
delante de él.
—Podríamos formar un club. —
Sonrió, sentándose en la barra, delante
de él—. ¿Entonces de qué va la cosa?
—No te entiendo…
—¿Por qué no sales con Laura?
—Te lo dije. —Él pareció algo
incómodo con la pregunta—. No
funcionó. Ella no es mi tipo. —Se
encogió de hombros.
—¿No te gustan altas, guapas e
inteligentes?
—Digamos entonces que yo no soy
el tipo para ella.
—Ajá… Así que ella terminó
contigo.
—En realidad fue algo mutuo. —Se
pasó una mano por el cabello, nervioso
—. Dijo que yo no estaba comprometido
con la relación, y la verdad es que no
pude discutírselo.
—¿Te gusta tu soltería?
—No es así como lo diría.
—¿Y cómo lo dirías?
—Que no sentí que hubiera motivos
para terminar mi soltería.
Ella lo miró a los ojos, escrutando
su mirada.
—Es una buena respuesta. —Sonrió.
—Gracias. Ahora, si has terminado
el interrogatorio, ¿podemos tomar esa
taza de té?
—De acuerdo —sonrió ella,
poniéndose de pie para coger la tetera,
que ya comenzaba a sonar—. Y como
recompensa por haber sido tan buen
chico, te daré un poco de mi tarta de
melocotón.
—Genial. Y la próxima vez,
recuérdame nunca presentarte a otra ex
—bufó, pasándose una mano por la
frente—. Creo que ni siquiera un
interrogatorio de la CIA me haría sudar
como tu abuela y tú lo habéis hecho.
Jenny se volvió, la intriga grabada
en sus ojos verdes.
—Así que… ¿de cuántas ex estamos
hablando?
—Oh, por Dios, acabo de abrir la
caja de Pandora.
CAPÍTULO 6
Esa mañana de lunes, Jared pensó en
pasar a visitar a Jenny temprano. Apenas
había conseguido pegar ojo durante la
noche, preocupado por ella como nunca
creyó posible llegar a sentirse por una
persona ajena a su familia. Dios, apenas
la conocía ¿por qué se sentía tan…
unido a ella?
Era como si de alguna forma se
sintiera responsable de ella, de su
seguridad, de su felicidad…
Aunque sabía que eso era ridículo.
Esa mujer no le pertenecía, ella tenía
una familia, una hija especial. Eso era
mucho equipaje para echarse a la
espalda, sin duda.
Sin embargo, nada más levantarse
por la mañana, lo primero que hizo fue
tomar el camino rumbo a la casa de sus
vecinas en lugar del trayecto cotidiano
al hospital. Quería ver a Jenny,
prácticamente necesitaba verla. Saber
cómo se encontraba.
Notó un vehículo desconocido en la
entrada y una especie de pánico se
apoderó de él. Era un coche de ciudad.
¿Sería que su marido, ex marido se
recordó, se habría enterado del bebé y
habría ido a verla? ¿A llevarla de
regreso…?
Llevado por un impulso que no le
permitió razonar con cordura, Jared se
descubrió a sí mismo entrando a la casa
y siguiendo el sonido de voces. Llegó
hasta la cocina, donde Jenny discutía
acaloradamente con otra persona.
—¿Y qué harás entonces? —
Enseguida reconoció la voz de Megan.
Ese tono autoritario y déspota no era
fácil de olvidar—. Despierta de tu
mundo de fantasía, Jenny. La vida real
no es amable con las mujeres solas y
con hijos, sabes lo difícil que la tuvimos
estando solas con mamá.
—Sí, ella realmente sufrió —
contestó Jenny en tono sarcástico—.
Vivió momentos tan difíciles comprando
coches de lujo y yendo de un novio a
otro, cambiando los modelos por otros
más jóvenes.
—No bromees, Jenny, hablo en
serio.
—Yo también hablo en serio Megan,
voy a tener este bebé y es el final de esta
conversación.
—Mamá y yo estamos preocupadas
por ti, de lo que harás con tu vida.
—¿De verdad? ¿Y dónde está ella,
si tan preocupada se encuentra?
—Sabes que a mamá no le gusta
venir aquí. Además tenía una junta muy
importante.
—Sí, así es siempre con ella, una
junta tras otra, un cliente tras otro, un
juicio después de otro. Y nunca tuvo
tiempo para nosotras, para criarnos,
para darnos lo que necesitábamos.
—No le eches la culpa a ella por el
fracaso en tu vida. Ella nunca quiso a
Lionel, te dijo que lo dejaras y tú
sencillamente decidiste ignorarla. ¡¿A
quién se le ocurre casarse en esta época
a los diecinueve años?! Y todavía con
un pelmazo interesado y flojo. Solo
quería tu dinero, o el que él creía que
tenías. El estúpido nunca imaginó que
mamá no te daría un centavo de su
dinero.
—Sí, Megan, lo sé. —Jenny suspiró
—. Fui estúpida, estaba enamorada y era
joven e ingenua, pero ya aprendí, te lo
aseguro.
—¿En serio? ¿Y qué hay de ese
médico, con el que te vi abrazándote
ayer? —Jared aguantó la respiración—.
¿Crees que él se hará cargo de ti y de tus
hijos? ¿Crees que él va a echarse
encima la responsabilidad de una niña
especial?
—No necesito a nadie que se haga
cargo de mí o de mis hijos, Megan.
Puedo valerme por mí misma.
—Sí, claro, cocinando muffins para
el café de la abuela, ¿cuánto sacas de
eso? —espetó, sarcástica—. ¡No se cría
una familia con céntimos, Jenny!
—Ya basta, Megan. Por favor, ya
basta —la voz de Jenny se quebró y
Jared sintió el deseo de salir y apoyarla,
pero se detuvo, no sabía cómo se lo
tomaría ella si se enteraba de que estaba
escuchando tras la pared.
—Necesitas un hombre a tu lado,
Jenny. Alguien que te apoye con tus
hijos, que te mantenga.
—Y lo dice la feminista número uno
—gruñó Jenny en tono irónico.
—Sabes a lo que me refiero. Lionel
es el padre de esos niños, si no va a
estar a tu lado, lo menos que puede
hacer es darte manutención por ellos.
—No quiero saber nada de él,
olvídalo.
—¡Jenny, deja de vivir en las nubes!
¿Qué vas a hacer? ¿Cómo te vas a
mantener? ¿Qué vas a hacer cuando
nazca el bebé y no puedas trabajar?
—Ya viene Halloween, podría
buscarme un vampiro. Sé que esos
tienen mucho dinero.
—¡No es broma, Jenny! Deja de
decir estupideces.
—Entonces tú deja de decir tantas
tonterías, porque no tengo otra forma de
contestarte.
—Jenny, debes dejar de pensar con
el corazón y ser sensata por una vez en
tu vida. ¡Madura, por favor! —Se
escuchó un plato hacerse añicos.
—Ya es suficiente, sal de esta casa.
—No me iré.
—¡No te escucharé insultarme un
segundo más! —gritó Jenny, perdiendo
la paciencia—. ¡Vete!
—Jenny…
—Solo vete, Megan. ¡Vete!
Se escucharon pasos de tacón
apresurados y una puerta que se cerraba
con un portazo.
Jared se asomó y vio a Jenny
recogiendo los trozos del plato roto y se
acercó a ella para ayudarla.
—Hola.
Ella alzó la vista, sus ojos llenos de
lágrimas.
—Hola. Yo… rompí esto —dijo,
levantándose con los trozos de
porcelana en la mano—. Estoy teniendo
una racha de torpeza. —Jared la tomó
por las manos, apartó los trozos de
porcelana y la abrazó.
Jenny se dejó hundir en la calidez
que ese abrazo le proporcionó y no se
dio cuenta hasta ese momento de lo
mucho que lo necesitaba.
—No estás sola, lo sabes ¿verdad?
—le susurró al oído, trazando círculos
con las manos en su espalda.
Ella asintió, un asomo de sonrisa en
sus labios, pero las lágrimas llegaron a
sus ojos.
—Gracias.
—Podrías… casarte. Conmigo.
Ella se apartó ligeramente y lo miró
a los ojos antes de soltar una carcajada.
—Sí, claro. —Rio—. Buena broma,
Jared, pero no te burles de mí ahora,
¿quieres? —Suspiró, agachándose para
terminar de limpiar los trozos de loza—.
No estoy de humor ahora para bromas.
Jared se agachó y posó una mano
sobre la de ella, deteniendo su frenético
movimiento con la cerámica y
obligándola a prestarle atención.
—No es broma.
—Jared, ¿qué estás diciendo?
—Lo que acabas de escuchar.
—¿Te has vuelto loco? Acabas de
conocerme, tengo una hija. Una hija con
autismo, Jared. Y estoy embarazada…
—Eso ya lo sé.
—¿Entonces qué es lo que se te pasa
por la cabeza? —Jenny se enderezó y
dejó los trozos a un lado.
—Necesitas a alguien a tu lado.
Alguien que te apoye, que te acompañe.
—Jared, ni siquiera el padre de mi
hija quiso quedarse a nuestro lado. ¿Por
qué tú ibas a querer hacerlo? —Puso los
brazos en jarra.
—No lo sé. Yo… no lo sé.
—Exacto, no lo sabes. No tienes ni
idea de lo que es vivir así, Jared. El
tener una familia, un hijo especial… Y
un bebé —suspiró, dedicándole una
mirada llena de cariño—. Se ve bonito
en las películas, pero la verdad es que
el día a día es muy duro. La realidad es
muy dura. Felicity no es el ángel que
crees conocer, ella es difícil… todos los
días. Es decir, es maravillosa, pero ella
tiene sus momentos difíciles, momentos
en los que desearía tirarme por la
ventana y terminar con todo. ¿Y un
bebé?
Pañales,
vómitos,
llanto,
despertarse cada tres horas todas las
noches, o no dormir nada.
—Suena como el internado, para mí.
Y si lo sobreviví, puedo sobrevivir esto.
—No se trata de sobrevivir, Jared.
Sino de hacer algo porque lo quieres.
—Yo lo quiero, de otro modo no te
lo pediría.
—Me refiero a que debes hacerlo
por alguien a quien amas. Y tú no me
amas —posó una mano sobre la de él—.
No tienes que decirlo, no me ofende, lo
sé, yo tampoco te amo. Ni siquiera me
conoces, ¿por qué habrías de hacerlo?
Una familia nace del amor, no de la
compasión, Jared. Te agradezco esto, de
verdad que sí. Es tan tierno… —Le
sonrió, sinceramente conmovida por su
gesto—. Lo más tierno que nadie ha
hecho por mí. Pero no es correcto. Te
mereces una familia, una familia de
verdad, al lado de una mujer a la que
ames, con hijos que sean fruto del amor
con tu pareja. No recoger los trozos
rotos de otra familia.
—Yo no lo veo así, Jenny. Eres…
Felicity y tú sois…
—No tienes que decir nada, Jared.
—Ella posó un par de dedos en sus
labios, silenciándolo—. De verdad.
Eres un buen amigo, y te agradezco que
estés aquí. Si lo deseas, puedes seguir
con nosotras, ser el tío simpático. —Se
encogió de hombros—. Pero no el papá
de mis hijos. Ellos tienen un padre.
Aunque él haya rechazado el título. Y tú
mereces una familia, tu propia familia.
Tus hijos merecen tener un padre como
tú.
CAPÍTULO 7
—¿Te encuentras bien, Jared?
Jared alzó la vista de los
formularios que llevaba revisando desde
hacía casi una hora. No podía
concentrarse. Por más intentos que había
hecho de terminar el papeleo del
hospital, sencillamente su mente estaba
en otra parte.
Con Jenny.
—Hombre,
luces
como
si
necesitaras una bebida. —Luke, su
mejor amigo, le dio una palmada
amistosa en el hombro—. Vamos, yo
invito.
—No esta vez, Luke. Tengo planes.
—¿Es en serio? —Él sonrió—.
¿Quién es? ¿La conozco? ¿Trabaja aquí?
—No, no es eso. Yo, ehhh… quedé
en ayudar a mi vecina con unas
reparaciones en su casa.
—¿Y no puedes pagar a alguien para
que haga eso? —Su amigo frunció el
ceño—. Hombre, tú más que nadie
necesitas descansar. Pasas tu vida en
este hospital.
—Lo hago porque quiero, me resulta
relajante trabajar con las manos.
Además, hay alguien a quien quiero ver.
—¿No será acaso la nieta de la bruja
de la que todo el mundo habla? —Los
ojos de Luke se entrecerraron al fijarlos
sobre su amigo—. ¿Es la mujer que
trajiste el otro día al hospital para
hacerse análisis?
—¿Es que nada puede suceder aquí
sin que todo el maldito pueblo se
entere?
—No
—contestó
su
amigo
rotundamente—. ¿Y bien? ¿Es ella?
—Sí, es ella, y yo… Estoy
preocupado por ella —admitió,
pasándose una mano por el cabello—.
Quiero saber si está bien.
—Supe que tiene una hija con
autismo —bajó el tono de voz—. No
creo que debas inmiscuirte en esa clase
de… situaciones. —Buscó el término
que mejor se adaptara—. No estás hecho
para esa clase de cosas, Jared. Y dudo
que ella esté buscando a un tipo de una
noche. Porque es lo más que has durado
con alguien desde… Bueno, ya sabes.
Un tenso silencio emergió entre ellos
hasta que Jared habló.
—No es lo que piensas, Luke.
—Sí, claro, y tú te preocupas de ese
modo por cada mujer que se te pone
enfrente.
—Ella es más que solo cualquier
mujer. Es mi amiga, está sola… —Se
pasó una mano por el pelo una vez más,
en un gesto nervioso—. Necesita a
alguien que la apoye.
—Bien, que sea otro. No tienes que
ser tú. —Luke posó una mano sobre su
hombro y añadió—. Ya tienes bastante
mierda en tu vida para tener que cargar
con la de otros, amigo. Hazme caso,
aléjate ahora que estás a tiempo, porque
cuando
te
sientas
demasiado
involucrado, no podrás darle la espalda
sin más. Eres demasiado noble para eso,
y si no te vas con cuidado te estarás
echando al hombro una carga, que no te
pertenece, por el resto de la vida.
***
Jared detuvo la camioneta frente al
pórtico de sus vecinas. Era tan temprano
que el sol apenas comenzaba a salir por
el horizonte. Se había comprometido a
ayudarlas con su hogar y era hora de
cumplir su palabra. Aunque en realidad,
era otro el motivo por el que se había
acercado ese sábado a la «Mansión
embrujada», como solía llamar a la casa
de sus vecinas, y ese motivo era Jenny.
Había intentado seguir el consejo de
Luke y apartarse de Jenny, sin embargo,
por más distancia que había impuesto
entre ellos, ella seguía presente en su
mente día y noche, como una marca
grabada a fuego.
No podía dejar de pensar en ella, en
su sonrisa, en la forma en que se
quedaba pensativa, en el hoyuelo en su
mejilla… Las lágrimas en sus ojos, lo
frágil y sola que la había visto…
Le había dicho que no estaba sola, y
lo primero que había hecho había sido
apartarse.
Sabía que ella no lo necesitaba, era
una mujer fuerte, a pesar de todo. Una
mujer capaz de valerse por sí misma,
como había dicho. Como había
demostrado.
Sin embargo, no podía dejar de
sentir que le estaba fallando. Que de
alguna forma, su lugar estaba a su lado.
Y que al no aceptarlo solo se
comportaba como un tonto que se aparta
del horizonte por temor al amanecer,
cuando es imposible evitar que el sol
salga y lo ilumine todo.
Eso era lo que representaba la
sonrisa de Jenny para él. El sol que
calentaba su corazón de una forma
insospechada, contagiando su alma con
su alegría. Una alegría que nunca creyó
que podría sentir otra vez.
La imagen de su ex prometida
invadió su memoria, del mismo modo
que lo había hecho las últimas noches.
La había amado, y ella le había roto
el corazón. Lo había traicionado de la
peor forma que se puede traicionar a un
hombre, jurándole amor eterno para
luego gritarle a la cara que nunca lo
había amado.
Rompieron a causa de la enorme
pelea que tuvieron después de que ella
abortó a su hijo.
A su hijo.
Él la amaba, iban a casarse, tenían
todo para formar una familia, y ella
decidió abortar. No quería desperdiciar
el tiempo; tenía una carrera, una figura
que cuidar y un mundo que ver.
Frivolidades.
¿Cómo no se dio cuenta antes de lo
frívola que ella era?
Tan diferente a Jenny. Esa pequeña
mujer estaba decidida a tener a su hijo.
No tenía nada, ni dinero, ni empleo, ni
siquiera una casa. Su marido la había
abandonado, dejándola sola con la carga
de una hija con necesidades especiales.
Su familia se oponía a sus decisiones.
Apenas conseguía ganar algo vendiendo
panecillos, sin nadie a su lado para
apoyarla, nada más que una anciana.
Y esa mujer estaba decidida a tener
a su bebé de todas maneras.
Y no podía evitar sentir más que
admiración por ella.
Jared bajó de su camioneta pick up,
que había cargado temprano con
materiales de construcción. Le gustaba
más esa vieja camioneta que su lujosa
jeep, la había conservado desde su
época de adolescente, y en cierta forma
lo ayudaba a sentirse joven todavía.
Se acercó al porche con cierta
vacilación. Ahora no tenía un guante
para usar como pretexto y no quería
presentarse en su umbral así sin más, sin
una buena excusa. Por lo que había
hecho una parada en el pueblo para
comprar madera, clavos y pintura.
Llevó parte de los materiales a la
zona trasera del porche y se sorprendió
al encontrar a Jenny sentada en un banco
del jardín, de espaldas a él, observando
el amanecer.
Jared se aproximó a la vieja silla de
madera del jardín, sintiendo que de un
modo tonto su corazón comenzaba a latir
de forma frenética. Ella tenía un poncho
rodeando sus hombros y una taza
humeante entre las manos. Jenny no se
había dado cuenta de su presencia,
mantenía la vista fija en el horizonte,
perdida en sus propios pensamientos.
Sus ojos yacían fijos en el paisaje, y de
algún modo él supo que su mente se
encontrara muy lejos de allí.
—Hola —la saludó, y su corazón
latió con más fuerza cuando vio
aparecer el hoyuelo en su mejilla con
una sonrisa.
—Hola —contestó ella del mismo
modo, haciéndose a un lado para que él
pudiera sentarse sin molestarse en hacer
la pregunta.
—Linda mañana —comentó Jared,
sin dejar de observarla.
—Preciosa —contestó ella, tomando
un trago de su café—. ¿Quieres? —Le
tendió su taza humeante.
Él sonrió y tomó la taza para beber
un buen sorbo antes de devolvérsela. Al
probar el café hizo un mohín de asco.
—Lo sé. Descafeinado. Lo siento.
—Ella esbozó una mueca, tomando la
taza que él le devolvía—. La cafeína no
es buena para el bebé.
Él sonrió, complacido. Cuidaba de
su bebé.
—Es cierto. Qué bien que cuides del
pequeño.
—O pequeña. —Sonrió otra vez,
volviendo a fijar la mirada en el paisaje
y él no pudo evitar admirarla. Sabía que
ella estaba preocupada, a pesar del
obvio escudo con el que pretendía
mostrarse al mundo.
Había escuchado que las mujeres
embarazadas lucían más hermosas, pero
ella… Jenny sencillamente resplandecía.
Lucía tan hermosa como un ángel caído
en medio de bosque, provocando que su
luz contrastara con la belleza de la hojas
otoñales, formando un halo dorado
alrededor de su cabello rojizo, que
volaba en mechones sueltos alrededor
de su rostro, llevado por el viento.
—Deja de hacer eso, me estás
asustando —dijo ella de repente,
provocando que Jared se sonrojara.
—Lo siento. Yo he estado
preocupado por ti. —Él también fijó la
vista en el horizonte—. ¿Cómo te has
sentido?
Ella le sonrió, encogiéndose de
hombros.
—Bastante mal. Ya sabes, náuseas,
vómito… Nada del otro mundo. —Hizo
un gesto con la mano para quitarle
importancia.
—No desesperes, estás a punto de
terminar el primer trimestre y las
náuseas se irán pronto.
—Gracias al cielo, paso tanto
tiempo junto al váter que estoy
comenzando a pensar que sería mejor
mudarme al baño —comentó de forma
sarcástica.
Jared sonrió y miró una vez más al
frente, al igual que ella.
—También he estado considerando
otra idea —dijo de pronto, en un
murmullo bajo.
—¿Trasladar el váter a tu
dormitorio? —Jared bromeó.
Jenny sonrió, negando con la cabeza.
—He estado pensando en marcharme
de vuelta a California —confesó, sin
volverse a verlo.
De pronto la belleza del paisaje
perdió todo color para él, así como su
luz.
—¿Qué?
—Mi hermana me ofreció irme a
vivir con ella y su marido a su casa en
Boston, pero no quiero importunarlos.
Además, no nos llevamos muy bien.
Aunque eso ya lo has de suponer por
nuestra gran demostración de afecto
cuando estuvo aquí —bromeó—. Así,
pues, será lo mejor que vuelva a
California.
—¿Por qué debes marcharte? —
Jared se volvió completamente hacia
ella. Esa noticia no se la había
esperado.
—Es ridículo permanecer aquí. No
tengo nada. Apenas gano lo suficiente
para subsistir y sé que mi abuela tiene
problemas para pagarme. No hay manera
de que pueda mantenernos con un bebé.
—¿Y qué harás en California?
—Solía trabajar como sous chef en
un restaurante antes de que Felicity
naciera. Tal vez me permitan regresar,
aunque sea como lavaplatos. —Sonrió,
encogiéndose de hombros—. No lo sé.
Pero una cosa es segura: en la ciudad
tendré más oportunidades de encontrar
trabajo que aquí.
—Podrías hacer otra cosa.
—¿Sí? —preguntó, sarcástica—.
¿Qué?
—No lo sé. Hay muchas cosas en las
que podrías trabajar. —Jared intentó
pensar con rapidez—. Hay caballerizas,
campos de manzana, de árboles de
maple… Podrías hacer pequeñas cosas
que no pongan en riesgo tu salud ni la
del bebé.
Ella rio y su risa sonó melodiosa en
sus oídos.
—Jared, soy chef. Y estoy
embarazada. No creo poder hacer
ninguno de esos trabajos sin desfallecer
de cansancio el primer día. Además,
ninguno de esos trabajos me dará mucho
más de lo que gano ahora. —Suspiró,
negando con la cabeza.
—Quizá como secretaria entonces, o
como administradora de alguna tienda.
—Jared…
—Pensaré en algo. Solo, no tomes
una decisión todavía, ¿quieres?
—¿Por qué te importa tanto? —le
preguntó con sincera curiosidad.
Él la miró a los ojos, pero
sencillamente no tenía una respuesta.
—Solo promete que no tomarás esa
decisión todavía. No hasta haber
agotado las oportunidades.
—No puedo hacer eso. No es que
tenga todo el tiempo del mundo, ya voy a
terminar el primer trimestre y…
—Dame
una
semana
—la
interrumpió, cogiéndola por los hombros
al hablar—. Una semana. Es todo lo que
pido. Si no he conseguido nada,
entonces podrás marcharte.
Ella lo estudió con la mirada, como
si no comprendiera el grado de
importancia que le daba a lo ocurrido.
—Jared, ¿por qué…?
—No quiero que te vayas. Esta
apenas comienza a ser tu vida, date una
oportunidad. Felicity está en la escuela,
he leído que es mejor que los niños con
autismo no tengan grandes cambios. —
Buscó un motivo tras otro para pedirle
que se quedara allí, sin tener que revelar
lo importante que ella se estaba
convirtiendo para él—. Solo no tomes
una decisión precipitada. Confía en mí,
conseguiré algo.
—Pero Jared, no puedo… —Ella
negó con la cabeza—. No tengo tiempo.
—Solo una semana. Es todo cuanto
pido.
Jenny lo miró, indecisa.
—Por favor… —insistió, sin dejar
de mirarla a los ojos.
Jenny suspiró.
—¿Y si no puedes hacerlo? ¿Si no
hay nada para mí aquí?
—Entonces te ayudaré a hacer el
equipaje y te llevaré a donde sea que
decidas mudarte. —«Y tal vez me
mudaría con ella».
Ella sonrió y asintió.
—De acuerdo. Una semana. —Le
señaló la punta de la nariz con un dedo
—. Pero ni un día más.
—Es una promesa. —Él tomo su
dedo entre los suyos y lo estrechó.
Y así permanecieron, él estrechando
un único dedo, como si con ello fuera a
conseguir de alguna forma que ella no se
fuera de Sheffield.
De su vida.
¿Por qué le importaba tanto?
No lo sabía.
Solo sabía que no podía alejar el
tacto de su piel, el calor de su mano, de
ese único dedo que envolvía con tanto
énfasis entre los suyos, como si con ello
se le fuera la vida.
CAPÍTULO 8
Después de hacer algunos arreglos en
las ventanas de la casa, Jared pasó el
resto de la mañana jugando con Felicity
y Jenny en el bosque. No recordaba
haberse divertido tanto en años con algo
tan sencillo como un juego de las
escondidas. Algo que no hacía desde
que era pequeño y él y sus hermanos
corrían por el enorme jardín de su casa
en Ohio. Felicty llevaba a cuestas su
muñeca de pelo rojo, le había quitado la
ropa y pintarrajeado la cara, lo que
Jared supuso la convertía en su favorita,
pues la niña no la soltaba ni para correr
entre las hojas secas de los árboles.
Cuando accidentalmente el brazo de
trapo de la muñeca se desprendió a
causa de una espina que se enredó en la
tela, la pequeña adoptó una expresión
sinceramente preocupada en su rostro.
Jenny estaba tan contenta de ver ese
nuevo comportamiento en Felicity que
actuó como si su hija se hubiera ganado
el Nobel. Tras llevarla de vuelta a la
casa, cosió con cariño la tela rota ante
la atenta mirada de la pequeña y no dejó
de felicitarla por su comportamiento.
Felicity cada día tenía mayor
empatía, le había explicado Jenny
cuando su hija volvió a alejarse,
corriendo entre los árboles. Un logro
descomunal para un niño con autismo,
«un paso en la luna», como ella lo veía.
Y Jared no pudo evitar sentirse tan
contento como ella.
Camino a casa, la imagen de Jenny
sonriendo y abrazando a su hija se
repetía en su mente una y otra vez. Era
tan diferente a la mujer que una vez
creyó amar…
Joana no solo había abortado a su
hijo, del que nunca le dijo una palabra
hasta haberse deshecho de él como si
fuera una bolsa de basura. Siempre
había sido egoísta y frívola, algo que no
notó hasta el momento en el que ella le
declaró la verdad, junto con la noticia
de que lo abandonaba. La había odiado
tanto por lo que había hecho con el hijo
de ambos, que ni siquiera le importó que
ella tomara todas sus cosas del
apartamento que tenían en común en
Ohio y mudado a otra parte del mundo
sin siquiera decir adiós.
La verdad es que no le sorprendió.
Ella nunca le dio importancia al daño
que podía ocasionar en otros con sus
acciones. Hizo siempre lo que creyó
mejor para ella, en el sentido más
egoísta, y se marchó sin mirar atrás,
dejando tras ella los trozos de un
corazón destrozado.
Jared nunca había vuelto a ser el
mismo después de eso. Nunca dejó
entrar en su vida a otra mujer. Nunca
permitió que otra persona atravesara las
barreras que había alzado a su
alrededor, ese escudo invisible que lo
protegía de ser herido una vez más.
Y entonces conoció a Jenny.
Y de alguna manera sabía que ella
estaba consiguiendo lo imposible,
colándose en un sitio que él había
mantenido a resguardo por más de tres
años: su corazón.
Desde que la vio por primera vez,
de pie en el umbral de su puerta, su
sonrisa comenzó a derretir el hielo
alrededor de su corazón.
No sabía cómo, pero esa mujer
comenzaba a ocupar un lugar profundo
en su ser.
Y no podía permitir que se
marchara…
Al llegar a casa, descubrió un jeep
familiar estacionado en la entrada.
Con una sonrisa en los labios, Jared
bajó de la camioneta y se dirigió al
porche trasero, donde encontró a su
hermana sentada en el columpio bajo el
nogal, tal como había supuesto. De
hecho, había hecho colgar ese columpio
solo por ella.
Podía ser que Jackie fuera una mujer
adulta, pero tenía un corazón infantil y
alegre, así como el optimismo y el gusto
por las cosas sencillas de la vida, como
un columpio hecho con un neumático
viejo colgado de un árbol en el jardín.
En cuanto lo vio llegar, Jackie bajó
de un salto del columpio y corrió hacia
él. Abriendo los brazos en cruz, se lanzó
sobre el cuello de su hermano y se colgó
de él, sin dejar de llenarle el rostro de
besos.
—¡Hey, ya para, que me desgasto!
—bromeó Jared, provocando que su
hermana lo besara todavía más.
—Espera, no te he dejado marcas de
pintalabios en esta parte del cuello —le
dijo su hermana, besándolo en el cuello
—. Que todas las chicas de Sheffield
sepan que tienes una sola mujer en tu
vida.
—Sí, mi hermanita menor, que es
una terrible celosa, por cierto.
—Sin duda. —Jackie se soltó al fin
de él y lo estudió con la mirada—.
Listo, creo que ya he marcado mi
territorio.
—Estás loca, hermana. ¿Por qué
nunca haces esto con Jason?
—Porque nuestro hermano mayor es
un capullo que sabe cuidar de sí mismo.
En cambio tú necesitas un poco de
ayuda.
—¿Para lucir como si acabara de
salir de una despedida de soltero
realmente caliente?
—No, es una especie de mensaje
que dice: «Este hombre no está solo,
tiene una hermana que lo protegerá a
capa y espada de cualquier mujerzuela
que se atreva a poner un ojo sobre él, y
no dudará en patear traseros si es
necesario».
—Lo digo otra vez: estás loca.
—Mereces protección, un aviso —
continuó ella, dejando volar su ya de por
sí extravagante imaginación—. Igual que
esas hermosas propiedades con carteles
de «cuidado con el perro» en la puerta.
—¿Y tú eres el perro?
—Exacto, y morderé a quien ose
lastimarte de nuevo. —Ella sonrió
satisfecha.
—Lo dije y lo repito, estás como una
cabra.
—Solo un poco. —Se encogió de
hombros—. Pero así me quieres.
Admítelo.
Jared sonrió, asintiendo con la
cabeza.
—Pero gracias… por la intención.
Sé que pretendes cuidarme a tu muy loca
y fantasiosamente ninja manera —dijo,
abrazándola por los hombros—. ¡Dios,
Jackie, estás fría como un témpano! ¿Por
qué no entraste en la casa? Tienes llave.
—Me aburrí allí dentro, llevas tres
años viviendo allí, ¿por qué no
consigues unos muebles? Cuando
compraste esta casa dijiste que era un
proyecto a futuro, ¿de qué futuro
hablabas? Porque lo único que veo allí
creciendo y prosperando es el musgo y
los hierbajos.
—Tal vez comience a hacer cambios
en la casa. —Sonrió ligeramente cuando
la vaga imagen de una recámara
matrimonial decorando su habitación
llegó a su mente. En ella, una menuda
mujer de cabello castaño rojizo le
sonreía desde la cama, donde sus dos
pequeños hijos jugaban a su alrededor,
dando saltos entre los cojines.
Jared parpadeó, apartando esas
absurdas ideas de su mente. Él no era de
los tipos que se comprometían, y menos
con una mujer que trajera una familia a
cuestas.
Aunque por alguna razón, el solo
pensar en su futuro sin ella a su lado, le
quitaba toda la luz que podría notar en
cualquier visión de una vida alegre en su
porvenir.
—¿Dónde estabas, por cierto? —le
preguntó su hermana, sin notar el cambio
de ánimo en Jared—. Te he esperado
casi una hora, estaba a punto de irme.
Da gracias que tienes algo de diversión
en el jardín, o me habría marchado hacía
rato.
—¿Te has dado cuenta de que tienes
más de cinco años?
—No, aún no. —Ella se encaminó a
su jeep.
—¿A dónde vas?
—No temas, no me voy todavía.
—No dije eso, solo quería desearte
suerte a donde fuera que te dirigieras.
—Jaja, muy gracioso. —Sacó algo
de la guantera y se volvió—. Toma, te
traje esto.
—¿Qué es? —preguntó Jared,
tomando el panfleto que Jackie le tendía.
—Es la información del centro de
equinoterapia para niños que me
pediste, ¿para qué lo necesitas? ¿Algún
niño del hospital necesita esta clase de
terapia?
—No, es para la hija de una vecina.
Tiene autismo, y por lo que estuve
investigando, estas terapias suelen ser
de gran ayuda.
—No sé si ayude, pero seguro que
se divertirá. Cuando fui a preguntar me
topé con varios niños y todos estaban
contentísimos. Al parecer el montar a
caballo les resulta divertidísimo,
además de que por lo que leí, les brinda
algunas cosas buenas en el aspecto
motor y nervioso. Pamplinas que leerás
en ese folleto, no tengo que entrar en
detalles. Tú eres el genio de la familia,
no yo. —Hizo un gesto con la mano para
quitarle importancia—. Por cierto,
pregunté sobre la beca y por ahora no
tienen cupo. —Hizo una mueca—. Lo
siento.
Jared frunció el ceño. Sin beca,
Jenny no podría costear las clases.
A menos que él hiciera algo para
remediarlo.
—Vamos adentro, Jackie. Quiero
que me cuentes más. —Le pasó un brazo
por el hombro y la llevó con él al
interior de la casa—. Y por favor, lo que
tratemos aquí, se queda aquí.
—No sé por quién me tomas. Esa ha
sido la regla de los Zivon desde que
tengo memoria en cuanto a asuntos de
dinero se trata.
CAPÍTULO 9
—¿A dónde vamos, Jared? —Jenny
no dejaba de mirar por la ventanilla,
buscando algún punto que le resultara
familiar en el camino.
—Te lo dije: cuando lleguemos allí,
lo sabrás. —Jared le dedicó una sonrisa
misteriosa mientras dirigía una rápida
mirada a través del retrovisor hacia la
parte trasera. Felicity, sentada en su
sillita de viaje, permanecía tranquila
con su muñeca pintarrajeada sujeta
contra el pecho mientras miraba por la
ventanilla—. Es una sorpresa para
Felicity.
Jenny sonrió y se cruzó de brazos,
quedándose al fin en silencio. Jared
había llegado esa mañana a buscarlas
para llevarlas a un sitio desconocido
como una «sorpresa», tal como acababa
de decirlo, sin dar pista alguna del
destino.
Torcieron a la derecha por un
camino de grava. Jenny abrió la boca al
leer las letras grabadas a fuego en un
gran cartel hecho de madera, que
permanecía entre dos vigas, colgado
sobre sus cabezas:
«Rancho Ferénikos»
—Jared, ¿qué es este lugar? —Jenny
se quedó sin habla cuando a la distancia
quedó a la vista un campo de equitación
donde varios niños montados a caballo
recibían clases especiales.
Los pequeños eran acompañados por
varios adultos, que los ayudaban a
moverse y adoptar diferentes posturas
sobre la montura, a medida que el
caballo mantenía un paso ligero.
—Sorpresa
—anunció
Jared,
estacionando la camioneta—. Hemos
llegado a tu primera clase de
equinoterapia, Felicity.
—Pero…
—Jenny
lo
miró
boquiabierta—. Es maravilloso, Jared.
De verdad te lo agradezco. Pero no
puedo costear esto.
—No te preocupes por eso, mi
hermana es veterinaria y tiene contactos,
te han dado una beca completa para
Felicity.
—¿Qué?
—Como lo has oído. —Sonrió y
bajó de la camioneta—. ¿Te importaría
abrir tu propia puerta? Quiero tener el
honor de ayudar a esta damita a bajar
del coche.
Jenny aún no podía articular palabra,
se quedó mirando cómo Jared bajaba a
Felicity de su sillita y la conducía en
volandas hasta una cabaña cercana.
—¿Vienes Jenny, o vas a quedarte
allí a atrapar moscas?
—Muy gracioso. —Jenny sonrió y lo
siguió.
—Es lo que iba a pasar si te
quedabas allí plantada otro segundo con
la boca abierta.
Jenny se rio y caminó a su lado,
hasta llegar al interior de la cabaña
donde un enorme letrero colgado junto a
la puerta anunciaba que allí estaba la
oficina. Una mujer joven sumamente
hermosa, tan alta como una modelo, de
piel morena, espeso y largo cabello
negro azabache y grandes ojos azules,
salió a recibirlos. Al ver a Jared, Corrió
a abrazarlo y le plantó un sonoro beso
en la mejilla.
—Tardaste demasiado, se supone
que debías estar aquí hace cinco minutos
—le reclamó, aunque no dejaba de
sonreír.
Jenny la miró un poco intimidada.
Había un aire familiar en ella, aunque no
supo con certeza de qué se trataba.
—Lo siento, creo que me detuve a
tomar un poco de aliento en el camino.
—Jared bromeó—. Jackie, esta pequeña
es Felicity, nuestra invitada.
—¡Hola, Felicity! —Jackie extendió
los brazos y le hizo cosquillas en la
barriga a Felicity.
La niña, rodeando firmemente el
cuello de Jared, como si de él
consiguiera toda la protección que
necesitaba, se rio ligeramente.
—No tengas miedo de mí, pequeñita.
Soy buena chica, un poco loca, pero en
el buen sentido —bromeó—. Nos vamos
a divertir mucho hoy. También es mi
primera clase, y trabajaré contigo,
preciosa.
Jenny notó que ella tenía un carácter
dulce y juguetón, que encajaba perfecto
con los terapeutas que solían trabajar
con niños con autismo. Y Felicity debió
sentirse atraída por ella, porque terminó
por ceder y dejarse llevar a los brazos
de la mujer, quien la abrazó y la llenó de
besos, a pesar de la reticencia de la
pequeña, poco a acostumbrada a esa
clase de tratos por parte de
desconocidos.
—Lo siento, no te incomodaré, lo
prometo —dijo Jackie sin molestarse en
lo más mínimo, haciéndole cosquillas en
la barriga otra vez.
Jared reía con tantas ganas que Jenny
habría jurado que se había olvidado de
ella, hasta que notó que él le tendía una
mano, invitándola a acercarse.
—Jackie, te presento a Jenny, mi
vecina y la madre de Felicity.
La sonrisa de Jackie se tensó al
posar sus ojos claros sobre Jenny, a
medida que se enderezaba en toda su
estatura. No era tan alta como Jared,
pero Jenny se sintió como uno de los
enanitos de Blanca Nieves a su lado.
Esa mujer era una belleza de esas que
solo se veían en las revistas de moda
posando con trajes que costaban más de
lo que ella ganaba en un año.
—Jenny, ella es mi hermana menor,
Jackeline. Es veterinaria y se ha
ofrecido voluntaria para la terapia de
Felicity.
Los ojos de Jenny se ampliaron
enormemente, ¿su hermana?
—¿Y eres veterinaria? —preguntó
antes de poder detener los pensamientos
que acudieron a su mente.
—Sí, soy la oveja negra de la
familia, la única médico de animales
entre un montón de cirujanos y
estudiosos de la medicina humana
moderna, ¿algún problema? —Puso los
brazos en jarra, dirigiéndole una mirada
realmente molesta.
—¡Jackie! —la reprendió Jared,
pero ella no mudó su postura.
—No tengo problema en ello, soy la
oveja negra también, solo que en medio
de un montón de abogados. Y no solo
eso, soy la única que no fue a la
universidad, se graduó de una carrera
técnica y casó con un perdedor a los
diecinueve.
—Me caes bien —sentenció Jackie,
sonriendo al fin—. Eres más perdedora
que yo.
—¡Jackie, ya basta!
—No diría perdedora, y tú
definitivamente no lo eres. —Jenny fue
ahora la que puso los brazos en jarra—.
He escuchado que la carrera de
veterinaria es mucho más complicada
que la medicina humana. Si te he
preguntado eso es porque habría
asumido que eras una supermodelo.
—¿Supermodelo? —Jackie soltó una
carcajada—. En definitiva me caes bien,
vecina de Jared. ¿Cómo dices que te
llamas?
—Jenny, hermana de Jared. —Jenny
contestó del mismo modo.
—Otra J. —Jackie rio—. Perteneces
a esta familia, en definitiva. ¡Hey, Jared,
ella tiene mi permiso para traspasar la
barrera!
Jenny frunció el ceño.
—¿Qué barrera?
—Olvídalo. —Jared pasó un brazo
por sus hombros, en un gesto protector.
Jackie sonrió al verlo y sus ojos
adoptaron un brillo pícaro que provocó
que las cejas de Jared se juntaran en
amenaza.
—De todos modos no necesitabas mi
permiso, Jenny. Este pringado no me
habría dejado morderte el culo.
—¿Qué?
—Jackie, deja a un lado tus teorías
de perros antes de que termines
provocando un serio malentendido —
gruñó Jared—. Anda, date prisa, que te
esperan para comenzar la clase. Felicity,
Jenny y yo te seguiremos. Pero no de
cerca.
—Solo bromeo, lo sabes, ¿no es así,
Jenny? —Jackie intentó menguar las
cosas entre ellas—. Entre hermanos es
lo habitual.
—Sí, supongo… Pero yo no soy tu
hermana —contestó ella, molesta.
—Todavía. —Jackie le guiñó un ojo
antes de alejarse corriendo.
—Dios mío, dime que no dijo eso —
Jared masculló de mal humor.
—Descuida, no fue tan incómodo
como imaginas.
—¿Estás segura?
—Fue peor cuando me pediste
matrimonio —contestó Jenny a modo de
broma, alejándose de él con Felicity de
la mano.
Media hora más tarde, sentados en
las butacas a un costado de la pista,
Jenny observaba fijamente a su hija
montada sobre el lomo del caballo. A
pesar de que la rodeaban cinco personas
y que el caballo apenas se movía, ella
no podía dejar de mover las manos,
restregando sin compasión la tela de su
abrigo, demasiado nerviosa como para
quedarse inmóvil.
—Tranquila, estará bien. —Jared
posó una manos sobre las suyas, en un
gesto tranquilizador—. Hay mucha gente
cuidando de Felicity, no tienes que
ponerte tan nerviosa. Disfruta este
momento. Tu hija se lo está pasando
fenomenal.
Jenny sonrió.
—Es cierto. —Suspiró, dándose
cuenta de que se preocupaba por nada
—. A veces me cuesta disfrutar esta
clase de momentos.
—¿A qué te refieres?
—Sobre lo que dice la gente, que los
pequeños momentos alegres de la vida
son realmente los que importan.
—Bien dicho. —Sonrió—. Y en
adelante tendrás muchos momentos
como este para disfrutar.
—Sería magnífico, de verdad. —
Jenny suspiró—. Lástima que no dure.
—¿Por qué no ha de durar?
—Porque
me
voy
pronto,
¿recuerdas?
—¿Todavía sigues con eso en
mente? ¿Después de ver esto? —Señaló
a la pista donde Felicity reía a
carcajadas sobre la silla del caballo.
—Por supuesto que sí. Es decir, te
agradezco esta oportunidad, Jared, pero
sabes que no puedo quedarme. Necesito
encontrar un empleo, y pronto. Las cosas
se van a complicar dentro de unos meses
y debo juntar dinero para cuando el bebé
llegue.
—Me has dado una semana, no lo
olvides —le recordó.
—Sí, lo sé.
—Hey, no te des por vencida. —
Jared la abrazó por los hombros, en un
gesto protector—. Aún tengo hasta el
domingo, así que más te vale que
cumplas tu palabra y no despegues tu
trasero de esta ciudad hasta que yo te
haya conseguido un empleo decente.
Ella se rio, y por alguna razón
desconocida, su risa le resultó la más
hermosa
que
había
escuchado,
calentándole el corazón de una forma
que ninguna otra había podido hacerlo
antes.
—Está bien. —Ella asintió, soltando
una exhalación de aire—. Hasta el
domingo no separaré mi trasero de esta
ciudad.
Se quedaron en silencio por un par
de minutos. Jared no podía dejar de
observarla, cada detalle en su rostro le
resultaba atrayente, como si fuera capaz
de descubrir algo nuevo en él cada vez
que la miraba, igual que al momento de
alzar la vista al cielo nocturno y notar
que más y más estrellas aparecen,
iluminando con su resplandor la bóveda
nocturna.
—¿Qué pasa? —Ella notó de pronto
su mirada fija—. ¿Tengo algo en la
cara? —Se cubrió la nariz con una
mano, provocando que él riera.
—No, no. Solo estaba pensando.
—¿En qué?
—Esperaba no haberte asustado con
mi propuesta. Ya sabes… de
matrimonio. —Un ligero rubor cubrió
sus mejillas.
—¿Lo dices por lo que dije hace un
momento?
Jared asintió.
—Oh, no, solo bromeaba. —Ella
hizo un gesto con la mano para quitarle
importancia—. Tranquilo, se necesita
mucho más que una pedida de mano para
ahuyentarme. No soy tan fácil de asustar.
—Lo sé.
—¿En serio?
—Seguro. No cualquiera se lanzaría
en la travesía que tú has elegido —
señaló su vientre.
—Por favor, es solo un bebé.
—A muchas personas les aterra
siquiera pensar en ello.
—A ti no. —Sonrió—. Y a mí no. Y
la verdad es que no entiendo a esa clase
de personas. Un bebé es algo hermoso,
un milagro de vida. No algo terrible que
debe provocar temor. Creo que las
personas que le tienen miedo a
enfrentarse a esto —puso las manos
sobre su vientre—, tienen en realidad
miedo de su propio miedo, y se excusan
tras él para no enfrentársele. Si lo
hicieran, se darían cuenta de que un
pequeño bebé no es algo a lo que temer.
Es decir, los has visto; son pequeños,
tiernos y huelen de maravilla. Eso sí,
olvídate de dormir por las noches.
—Y los cambios de pañal.
—Te acostumbras. Hay cosas mucho
peores que un pañal sucio y seguramente
tú las has visto todas trabajando en un
hospital y eso —él se encogió de
hombros como respuesta—. Así que
créeme. Las noches. Eso es lo peor.
Él rio.
—Pero por la recompensa vale la
pena el esfuerzo.
—Claro que sí. —Sonrió, mirando a
su hija sobre la silla de montar con
completo orgullo y cariño.
—¿Has pensado contárselo a tu ex?
Jenny tardó un momento en
comprender a qué se refería hasta que él
le indicó su vientre con un gesto de la
cabeza.
—No —dijo con rotundidad,
borrando la sonrisa de su rostro.
Él la miró gravemente.
—Es decir, sí, lo he pensado. Pero
decidí no hacerlo. Al menos no todavía.
—¿No crees que él tiene derecho a
saber de su hijo? —Jared comprendió
por una fracción de segundo que tal vez
estaba proyectando su propio sentir ante
su mala experiencia, pero no pudo
morderse la lengua y continuó hablando
—. Tu ex es quien debería decidir si
desea formar parte de la vida de su hijo,
¿no lo crees?
—Sí, si él se hubiese ganado ese
derecho. —Jenny frunció el ceño,
adoptando un semblante muy serio.
—¿Y por qué crees que tú eres juez
para decidirlo?
Ella se puso de pie, molesta, y se
dirigió a la salida.
—Jenny. —Jared la siguió—. No
quise que sonara de ese modo. Solo
trataba de decir que…
—Lo entiendo —ella lo interrumpió
—. De verdad que sí, Jared. Comprendo
a lo que te refieres, pero…
Sencillamente no estoy lista para lidiar
con ello ahora.
—Para enfrentártele.
—Para perdonarlo.
Él la miró intensamente, al tiempo
que una ola de ideas llegaba a su
cabeza; el motivo por el que ella
apareció tan abruptamente en la zona…
—¿Te engañó? —preguntó—. ¿Es
eso por lo que te fuiste? ¿Te hizo daño?
¿Te golpeó, Jenny? Porque si te puso un
dedo encima…
—No, no, Jared, no es eso. Yo no
hui. Te lo dije, fue él quien me
abandonó. Él no soportó que Felicity
tuviera autismo, que su hija no fuera la
«niña perfecta» que él deseaba. Que él
había asumido que era. —El rostro de
Jenny se tiñó de tristeza—. Veíamos a la
misma pequeña hijita que hicimos juntos
con ojos distintos; lo que para mí era
perfecto, para él era una desgracia. Y
terminó por abandonarnos a ambas.
—Malnacido. —La rabia se
encendió en el interior de Jared—.
¿Cómo pudo hacerte eso? A las dos…
Abandonaros porque su hija tiene
autismo…
—No es el primero que lo hace y
seguramente no será el último. Pero era
mi marido, el padre de Felicity, y eso
me dolió, Jared. Y no puedo
perdonárselo. No todavía —musitó,
jugando con las hojas doradas de un
árbol de maple, en un gesto nervioso—.
Él y yo nos distanciamos hace años.
Luché tanto por nuestro matrimonio,
pero él sencillamente estaba en otra
parte. Su trabajo lo consumía, y creo que
a Lionel le gustaba eso, nunca estar en
casa, salir de viaje de negocios, pasar el
menor tiempo posible con su familia.
Llegó un momento en el que era más
raro el verlo en casa, que estar sin él.
Era un extraño en nuestro propio hogar.
—Suspiró—. Sin embargo, Felicity lo
adoraba. Cada vez que lo veía, corría a
sus brazos y él… —La voz se le quebró
—. Él solo la apartaba.
Jared no supo qué hacer, se mantuvo
en silencio, escuchando.
—Yo podía aguantarle muchas cosas
a Lionel, pero no que tratara así a mi
pequeña. Ella siempre ha sido todo para
mí. Desde que supe que existía se
convirtió en todo mi mundo y me
dediqué completamente a ella. El vacío
que sentí toda mi vida aquí —señaló su
corazón—. Felicity lo llenó. Y nunca
pude entender cómo él no veía eso. Lo
hermosa que era. Lo perfecta,
maravillosa, la niña tan, tan, tan…
—Amada y especial para su madre
—Jared terminó la frase.
—Sí. —Ella sonrió, sus ojos
luminosos
por
las
lágrimas—.
Exactamente —asintió—. Recuerdo
haberlo amado tanto cuando nos
casamos, pero después… no pude sentir
más que desprecio por él. Y si él llegase
a querer al bebé, a preferirlo sobre
Felicity… Eso me haría odiarlo. —
Negó con la cabeza—. Felicity merece
algo mucho mejor que el desprecio de su
padre. Y si el bebé también tuviera
autismo y él también lo rechazara… Eso
me haría odiarlo también.
Jared se movió más cerca de ella,
quería abrazarla, pero ella lucía como si
mantuviera una especie de muro a su
alrededor, impidiendo que nadie se le
acercara.
—Y no quiero odiar, Jared —
continuó diciendo ella, manteniendo la
mirada fija a lo lejos, en dirección a
donde se encontraba Felicity, todavía a
lomos del caballo—. Quiero amar.
Amar a mis hijos, ser feliz… No quiero
que el odio ni el resentimiento o el
desprecio formen parte de nuestras
vidas. —Ella se secó las lágrimas con el
dorso de la mano—. Lionel quedó atrás
y con él todo lo que nos hizo. Ahora esta
es nuestra vida. Y en nuestra vida debe
haber solo bienestar, alegría, sonrisas…
Muchas, muchas sonrisas. —Inspiró
hondo y lo miró—. Es hora de dejar
atrás el dolor para dar cabida a la
felicidad.
Él no pudo dejar de sentirse
sorprendido por esa determinación. En
un impulso llevado fuera de la razón, la
rodeó entre sus brazos y la estrechó
contra su pecho, en un abrazo.
—Lo conseguirás, pequeña guerrera
—le dijo en un murmullo bajo, lleno de
intensidad—. Por Dios que lo
conseguirás.
—Jared, ¿puedo pedirte un favor?
—El que sea.
—¡Deja de llamarme pequeña!
Él soltó una carcajada y la abrazó
con más fuerza.
—¡Pero si eres tan pequeña que
pareces una muñeca! —Le pellizcó la
nariz—. ¡Eres tan tierna!
—Quita esa mano o la perderás para
siempre —masculló ella, dándole una
palmada.
—Bien, como quieras —él dijo
entre risas—. Aunque enojada te ves tan
dulce.
—¡Ahhhh! ¡Eres imposible! —gruñó
Jenny, intentando zafarse de su abrazo,
pero él solo la mantuvo con más fuerza
—. ¡Oh, no!, ¡aleja esas manos! —chilló
al notar sus intenciones—. ¡Te dije que
no me gustan las cosquillas! ¡No! —Se
retorció entre carcajadas cuando Jared
comenzó a hacerle cosquillas, a pesar de
su negativa.
Ambos cayeron al suelo, cubierto
por una alfombra de hojas secas, todavía
riendo.
—Eres… un… desalmado… —
Jenny masculló entre jadeos, tomando
largas bocanadas de aire. No se había
reído tanto desde que era una niña—. Te
dije que odio las cosquillas.
Jared sonrió, su rostro a escasos
centímetros del de Jenny.
—Sirvieron para hacerte reír cuando
lo necesitabas. —Él se encogió de
hombros—. Cumplí mi objetivo y no me
arrepiento. —Y acercándose a su oído,
añadió—: Pequeña guerrera.
—Oh, ahora sí te has ganado mi odio
—lo amenazó en broma—. Tendrás que
pagar el precio de mi venganza. —
Ahora ella comenzó a hacerle
cosquillas, aprovechando su posición
ventajosa, bajo su cuerpo.
Jared se hizo a un lado, buscando no
lastimarla, riendo a carcajadas. Jenny no
le dio tregua, se montó a horcajadas
sobre él, provocando que otra clase de
emoción muy distinta se encendiera en
su interior, haciendo cobrar vida a una
parte muy específica de su anatomía.
—¿Te rindes? —le preguntó ella,
inclinada sobre su rostro. Sus rizos
rojos se habían soltado de su cola de
caballo y caían en cascada sobre su
rostro.
Jared tragó con fuerza. Dios, tenerla
de ese modo era una tortura. Ella se
había sentado por encima de sus
caderas, provocando que la presión en
su entrepierna aumentara dolorosamente.
—Jamás —contestó él, mirándola
con un brillo intenso en los ojos que
borró la sonrisa en el rostro de Jenny.
Como si recién se percatara de lo
que estaba haciendo y dónde se había
sentado, ella palideció y se enderezó.
Sus caderas se movieron, restregándose
contra su zona afectada, provocando que
la intensidad de su excitación solo
aumentara.
—Oigan, ustedes dos, par de críos,
los llevo buscando diez minutos —les
gritó Jackie, acercándose a ellos con
Felicity de la mano—. La princesa ha
terminado su primera clase y se
preguntaba dónde estaban los adultos
que la trajeron, pero al verlos así,
comienzo a hacerme la misma pregunta
—les dijo en tono de broma—. Vengan a
la oficina cuando terminen de jugar entre
las hojas, tenemos que acordar el
horario de las clases.
—¡Estaremos allí en un segundo! —
gritó Jenny, poniéndose de pie y
tendiéndole una mano a Jared para
ayudarle a hacer lo mismo.
Jared la miraba fijamente, de una
forma que comenzaba a incomodarle
ligeramente, a la vez que provocaba que
su corazón latiera a toda carrera.
—¿Tregua? —le preguntó, forzando
una sonrisa.
—Ni lo pienses, pequeña guerrera
—le dijo en voz baja, para que solo ella
lo oyera—. Esto apenas acaba de
comenzar.
Jenny se alejó con una sonrisa,
aunque en su interior algo le decía que
en las palabras de Jared había mucho
más escondido.
CAPÍTULO 10
Esa mañana, Jared se encontró de
camino a casa de sus vecinas llevando
consigo varias latas de pintura, madera y
herramientas con la intención de pasar
todo el día haciendo reparaciones en la
«Mansión embrujada». Si Jenny iba a
quedarse a vivir allí permanentemente,
sería mejor que no hubiera goteras en el
techo y la pintura estuviera retocada. No
podía permitir que una niña pequeña y
un bebé recién nacido vivieran bajo esas
condiciones.
Al llamar a la puerta, una Jenny
descalza, vestida con pantalones cortos
de mezclilla y un disfraz colorido, que
no atinaba a decir si se tratara de un
hada o una princesa árabe, acompañado
por un gorro de arlequín, le fue a recibir.
—¡Hola! —lo saludó ella con
singular alegría, y Jared notó que
llevaba pintada la cara de blanco y la
boca muy roja y remarcada.
—Hola. —Se quedó petrificado al
verla. Tuvo que recordarse mentalmente
que estaba tratando con su vecina, una
mujer más a la que debía mantener a
raya, y no con una verdadera ninfa del
bosque.
Aunque su belleza, su alegría, su
cuerpo curvilíneo, cada una de sus
características, le hacían olvidarlo.
Ni siquiera podía ver alguna marca
del embarazo todavía. Era tan menuda
como un junco.
—Disculpa la facha. —Ella se rio,
quitándose el gorro y dejando caer sobre
los hombros unos delicados rizos
castaño rojizo.
Jared tuvo que apretar los puños
para detener el impulso de alargar la
mano y tocarlos.
—¿Qué estáis haciendo? —preguntó
al ver que Felicity, también disfrazada,
bajaba la escalera para ir a recibirlo.
—Estamos jugando —contestó a lo
obvio, apartándose para permitirle
entrar—. Es parte de la terapia que
llevo con Felicity. Jugamos a lo que ella
quiera, es una interacción muy animada,
basada en la comprensión y la
aceptación. Hay muchas risas, juego y
amor, por supuesto. Como te comenté, es
lo que me encanta de esta terapia.
—Suena estupendo —comentó Jared
con sinceridad, abrazando a Felicity por
los hombros, que en ese momento se
había acercado y rodeado su pierna con
sus bracitos en un abrazo.
—¿Te gustaría probar?
—¿Qué?
—Se supone que deben participar
varias personas. Como me acabo de
mudar, todavía no he conseguido a nadie
que le interese unirse a nuestra terapia,
pero si tú quisieras, podrías hacerlo. Yo
te enseñaría. Es sencillo en realidad,
como te dije, se basa en la aceptación.
Solo tienes que divertirte y dejarte
llevar. —Se encogió de hombros y
abrazó a su hija, besándola en la mejilla
—. Ella hará el resto.
Jared dudó por un momento, había
ido a trabajar en algo muy diferente, no
a practicar una terapia para autismo.
Mas al ver la carita de Felicity, la luz en
sus ojos claros al fijarlos por una
fracción de segundo en los suyos, toda
duda se disipó.
—De acuerdo —dijo, quitándose el
abrigo—. ¿Qué debo hacer primero?
La sonrisa en el rostro de Jenny fue
radiante al oír su respuesta. En seguida
ella se puso de puntillas para colocarle
el sombrero de arlequín.
—Diviértete —le susurró y tomó su
mano para llevarlo escaleras arriba.
Para su sorpresa, Felicity hacía lo
mismo con su otra mano libre.
Jared
no
recordaba
haberse
divertido de esa forma desde que era un
niño pequeño. Ni siquiera se dio cuenta
del transcurso de las horas. Felicity era
un ángel, lo aceptó en su cuarto de
juegos, como Jenny llamaba a la
habitación donde solían realizar las
terapias, y juntos realizaron toda clase
de
actividades,
desde
armar
rompecabezas hasta saltar en una
enorme pelota inflada.
Jenny lo guio al principio, pero
después las cosas solo fluyeron y se
encontró a sí mismo participando con
natural instinto. Sabía lo que debía
hacer, si la pequeña se aburría y perdía
el
interés,
Jared
esperaba
pacientemente, imitando sus actos y
buscaba la mirada de Felicity. Y cuando
ella hacía contacto con sus ojos, la
llenaba de elogios y practicaban alguna
actividad a su elección.
Jenny apareció a la hora del
almuerzo con bocadillos de acuerdo a la
dieta de la pequeña. Comieron en
singular familiaridad, compartiendo
chistes y también momentos de total
silencio, de esos que son completamente
cómodos, sin necesitar hablar para
sentirse bien.
Para la hora de la cena, Gaia llegó
con sus amigas del club de lectura, y los
encontró a los tres en la cocina
preparando los alimentos. Jared, vestido
con un traje de vampiro y el rostro
pintado de rosa y una corona de princesa
en la cabeza, se encargaba de picar las
verduras cuando las ancianas entraron
por la puerta.
—Dios mío, Jared, te ves estupendo
—le dijo Gaia en son de broma—. Ese
color te sienta de maravilla.
—Lo tendré en cuenta para usarlo
para ir a trabajar —contestó Jared,
siguiéndole el juego—. Estoy seguro de
que seré la envidia del personal con esta
tiara. Hace juego con la bata.
Gaia rio a carcajadas, abrazándolo
para plantarle un par de besos en las
mejillas.
—Eres un encanto, Jared. ¿No te
dije que era un encanto, Jenny? —
preguntó la anciana, dirigiendo su
atención hacia su nieta.
—Sí, abuela, lo dijiste —Jenny
contestó con una sonrisa, revolviendo el
contenido humeante de una olla sobre la
cocina—. ¿Desean quedarse a cenar,
chicas?
—Eso nos encantaría —contestó una
de las amigas, tomando asiento en una
silla, al lado de Jared, sin quitarle los
ojos de encima. Y como era bastante
miope, eso implicaba tener que verlo a
menos de un palmo de distancia.
—¿Y tú qué eres ahora? ¿Una
especie de mapache? —Una amiga de
Gaia le preguntó a Jenny, que en ese
momento comenzaba a servir en platos
la sopa de verduras.
—Sí, supongo que sí. —Jenny
asintió—. Felicity decidió hoy probar
con un nuevo look para su madre. Algo
salvaje y animal.
—Hay que conservarlos para la
posteridad —dijo otra de las amigas de
la anciana, sacando su teléfono móvil
para tomarles una foto.
Jenny abrazó a Jared y a su hija,
posando para la foto. Con sus disfraces,
lucían bastante cómicos.
—Pequeña, vas a ser una excelente
artista algún día. —Gaia besó a Felicity
en la mejilla y todos rieron—. Nadie
tiene tanta imaginación como tú.
Jared ni siquiera se había dado
cuenta de que seguía abrazando a Jenny
hasta que ella le pidió disculpas para
apartarse,
pues
debía
continuar
sirviendo la cena.
Cenaron todos juntos y rieron hasta
que les dolió el estómago. Jared no
recordaba haber reído de ese modo en
años y no podía dejar de pensar en la
dicha que un momento tan común como
compartir una cena en familia era capaz
de transmitir a una persona.
Felicity se durmió y Jared ayudó a
Jenny a llevarla hasta su cama, mientras
Gaia despedía en la puerta a sus amigas.
Después de colocar los platos en el
lavavajillas, se sentaron en el porche a
descansar, disfrutando de la vista
nocturna que el maravilloso paisaje
campestre de Sheffield les ofrecía.
Meciéndose ligeramente en el columpio
del
porche,
con
una
manta
protegiéndolos del frío y una bebida
caliente en la mano —sin cafeína—, se
quedaron en silencio.
—Esto es tan agradable, podría
quedarme así toda la vida —comentó
Jenny, llevándose la taza de té de
hierbas a los labios.
Jared juntó las cejas, porque
precisamente esa idea le cruzaba por la
mente. Pero él no se podía permitir esa
clase de comentarios, él no sería capaz
de hacer algo como eso. Aunque la
perspectiva de pasar todo el resto de su
vida con Jenny sentada a su lado,
mientras ambos disfrutaban de la belleza
de la noche, le calentó el corazón de un
modo que nada había conseguido
hacerlo antes.
—¿No tienes frío? —le preguntó
ella, arrebujándose en la manta.
—¿Tú sí? —Él parecía extrañado y
la abrazó por los hombros, atrayéndola
contra su cuerpo para darle calor—. No
estás acostumbrada a este clima. Si
quieres podemos entrar.
—No, esto es perfecto. —Ella
sonrió y su sonrisa se tensó al darse
cuenta de lo agradable que era compartir
la manta con él, el calor de su cuerpo tan
próximo al de ella, que calentaba el
suyo a pesar de las capas de ropa.
—Cuéntame, Jenny, ¿por qué te
casaste tan joven? —La pregunta de
Jared surgió de repente, tomándola
desprevenida.
Jenny se volvió hacia él, sus ojos
muy abiertos, iluminados por la luz de la
luna.
—Lo siento. Si es una pregunta
inoportuna, no tienes que contestar.
—No, lo que ocurre es que
realmente no tengo una respuesta para
eso. —Se encogió de hombros—. Me
enamoré y creí que él sería el hombre
para toda la vida. No me di cuenta de lo
ingenua y tonta que era hasta que ya fue
tarde.
—Eso nos hace el amor, supongo.
—Sí, eso creo. —Suspiró, fijando la
vista enfrente—. Aunque no fue tan malo
al principio. Yo había terminado la
carrera técnica en cocina y encontré
trabajo en un restaurante en California,
así que nos mudamos allá. Yo pagaba la
cuota de sus estudios, para que él
pudiera terminar la universidad y pensé
que todo iría bien cuando él se graduara,
pero entonces llegó Felicity y las cosas
se complicaron.
—¿Quieres decir que fuiste una de
esas esposas que trabajaban para que el
marido termine la carrera, y luego él…?
—Las echa como basura vieja —
terminó la frase, asintiendo con la
cabeza—. Sí, creo que esa es la
definición más común.
—Lo siento, no sé qué me pasa esta
noche.
—Está bien, no tengo filtro,
¿recuerdas? Está bien que se me
devuelva la mano de vez en cuando —
rio—. Además, no me molesta la
honestidad viniendo de un amigo. —Le
sonrió—. Y es la verdad. Fui tan tonta e
ingenua… ¿Sabes? Ahora lo veo
diferente. Creía amarlo, pero la verdad
es que solo estaba enamorada del amor,
de la idea romántica del «vivieron
felices para siempre». Por eso bauticé a
mi hija con ese nombre, «Felicity», ella
sería la cereza del pastel de perfección
en mi vida. El problema fue que nunca
fue perfecta. —Suspiró, sus ojos se
posaron sobre su taza—. La verdad es
que Lionel y yo nunca nos llevamos
bien. Desde el comienzo peleábamos
por todo. Dejé de trabajar porque él me
lo pidió. En realidad, prácticamente me
lo ordenó —musitó, molesta—. Todo el
tiempo me acusaba de engañarlo y yo
estaba tan harta de pelear con él, que
cedí. Pero no por él, sino por Felicity.
No soy tan tonta —añadió, como si
quisiera dejar claro ese asunto—. Ella
comenzaba a cambiar y pensé que me
necesitaba todo el tiempo a su lado.
Luego él no dudó en culparme de su
autismo. Dijo que si yo hubiera estado
desde el principio en casa, donde me
correspondía, Felicity no se hubiera
vuelto autista.
—Idiota.
—Y mucho —ella asintió—. Pero en
ese momento me hizo sentir tan culpable.
—Jenny, no tienes que sentirte así.
—Lo sé y, créeme, lo he superado
ya. —Lo miró a los ojos, que se habían
nublado por las lágrimas—. Es solo que
en ese momento todo te duele tanto,
¿sabes? Nunca te esperas vivir algo así,
tener un hijo especial… Convertirte en
una de esas familias que solo ves una
vez al año por televisión en los
programas donde piden donaciones…
No es algo que planeas para tu vida.
Solo pasa… Y duele… —Su voz se
quebró y se llevó una mano a los ojos.
Jared la abrazó con más fuerza,
acariciando su pelo con suma ternura.
—Sé que duele, pero no estás sola,
Jenny.
—A veces siento que sí lo estoy —
dijo ella con pesar, algo que él nunca
había visto en su amiga antes—. La
gente es tan cruel a veces… Actúa como
si tú debieras saberlo todo, «es tu hija,
cálmala» —imitó la voz de una mujer
altanera—. No es como si yo hubiera
nacido sabiendo cómo lidiar con esto. Si
una madre no nace sabiendo cómo ser
madre, mucho menos sabe cómo ser
madre de un niño especial —explicó en
voz baja—. Y yo he sido especialmente
patética en este aprendizaje.
—No digas eso, ayudas a tu hija
tanto como puedes. Y lo que diga la
gente es una mierda. No debes
escucharlos.
—Lo sé. Y trato de ser fuerte, en
verdad. Tal como mi maestra de cocina,
Miss House lo era. Pero no es más que
una máscara, Jared. Yo no soy fuerte,
esto me duele cada segundo de mi vida.
—Negó con la cabeza, sintiendo que sus
ojos se llenaban de lágrimas—.
Desearía tanto que las cosas no hubieran
sido así, que Felicity estuviera
completamente sana, porque ¿qué va a
ser de ella cuando yo ya no esté para
protegerla?
—No debes pensar en eso. Felicity
va a estar bien, y eso es gracias a todo
lo que has hecho por ella. Todo el
trabajo y el amor que dedicas a diario
para ayudarla.
—Cuando Felicity llegó a mi vida,
me volqué por completo a ella. Lionel
nunca estaba en casa, y él vivía para su
trabajo, cada uno tenía su propia vida.
Si tuvo amantes o no, no lo sé. No lo
dudo. Pero la verdad es que ni siquiera
me importaba. Me sentía tan deprimida,
con un vacío tan grande, que solo mi hija
era capaz de llenar. Y Felicity terminó
por convertirse en todo mi mundo. —Lo
miró a los ojos—. No podría vivir si
algo
malo
le
pasara,
Jared.
Sencillamente no podría. Ella es todo
para mí.
Jared la abrazó y la atrajo contra su
hombro.
—Nada malo le va a suceder, Jenny.
—Tomando su barbilla entre los dedos,
levantó su rostro, obligándola a verlo a
los ojos—. Ya no estás sola, ¿me oyes?
Tienes a Gaia, y ese nuevo bebé que
viene en camino, y me tienes a mí. —
Cogió su mano y la posó sobre su pecho,
sobre su corazón—. Siempre me tendrás
a mí, Jenny. Pase lo que pase. Estaré a tu
lado y no permitiré que nada malo os
pase a ninguno de vosotros. Es una
promesa.
Los ojos de Jenny se llenaron de
lágrimas.
—Gracias
—musitó
ella,
descansando la cabeza contra su pecho.
Jared sonrió, apoyando la barbilla
sobre su pelo en un acto reflejo que le
sorprendió a sí mismo. Sin embargo, no
se movió de su lugar.
Permanecieron así durante varios
minutos
hasta
que
ella
habló
nuevamente, secándose las lágrimas.
—Pero basta de mí, estoy harta de
llorar. Debes creer que soy una
completa reina del drama.
—Un poco, pero está bien. De igual
forma me quedaré a tu lado —bromeó,
provocando que ella riera.
—Y dime, ¿cómo fue que terminaste
en esa casa abandonada? —preguntó
Jenny, llevándose la taza a los labios
para ocultar la sonrisa que le provocó la
crispación de Jared, al escuchar la
repentina pregunta.
—La vi un día y me gustó. —Se
encogió de hombros—. Necesitaba un
lugar para vivir después de ser
trasladado al hospital de Sheffield, por
lo que me pareció bien. La conseguí a un
precio
ridículo,
necesitaba
más
reparaciones de lo que me costaría la
casa en buen estado, pero estaba bien
para mí, y la compré.
—Sin embargo, no has hecho nada
por mejorarla. Y vienes a hacer
reparaciones a casa de tus vecinas —
comentó ella, como quien no quiere la
cosa.
—Mi casa no amenaza con
venírseme encima.
—Vamos, dime la verdad. —Se
volvió hacia él, buscando su mirada—.
Yo fui sincera contigo.
—No hay mucho más que decir,
Jenny. Mi ex novia me dejó antes de
casarnos, abortó a nuestro hijo sin
consultarme y se marchó con todo lo que
teníamos.
—¡Dios mío! —Jenny se llevó una
mano a los labios, sofocando un gemido.
—Ya de eso hace tres años. —
Intentó demostrar que no le importaba,
pero ella sabía que no era cierto—. Me
mudé a esta ciudad con la esperanza de
comenzar de nuevo en un sitio donde
nadie me conociera ni me viera con cara
de lástima, compré esa casa y ahí he
vivido desde entonces —contó él sin
detenerse a tomar aire, como si el tema
le resultara tan molesto que no quisiera
tenerlo ni siquiera en los labios—. Si no
la he reparado es porque no he tenido
tiempo. Como te comenté cuando nos
conocimos, trabajo bastante en el
hospital.
—Lo siento. —Lo miró con los ojos
humedecidos—. Debió ser muy duro
para ti.
Él volvió a encogerse de hombros,
esquivando su mirada. No quería pensar
en ello, solo conseguiría abrir viejas
heridas que llevaba demasiado tiempo
intentando sortear, porque sabía que
nunca cicatrizarían completamente.
—Sigamos hablando de ti, ¿quieres?
—musitó él, volviendo a llevar su
cabeza sobre su pecho, como si aquello
le otorgara un consuelo que ni siquiera
él era capaz de definir—. ¿Qué te hizo
decidir venir a vivir a este lugar?
—Después de que Lionel me dejara,
no sabía qué hacer. No tenía dinero ni
trabajo, así que debí pedir ayuda… a mi
madre.
—Pobre de ti. Si es como imagino,
después de conocer a tu hermana,
sospecho lo difícil que debió ser para ti.
Ella rio bajito.
—Lo fue, en realidad lo fue. Felicity
y yo nos mudamos a un pequeño piso en
California, conseguí un trabajo de media
jornada en un restaurante y mamá me
ayudaba a completar los gastos. Claro,
recordándome todo el tiempo la suma
que le debía y lo estúpida que había
sido por irme con Lionel en un
principio. —Ella bufó—. Mi abuela fue
a visitarme y me propuso un trato que no
pude rechazar —imitó la voz de El
Padrino—. Me mudaría con ella y
prepararía los bizcochos para su café,
un trabajo que me permitiría
mantenernos y cuidar de mi hija.
—¿Y fue así como decidiste venir a
vivir aquí?
—Fue sencillo, en realidad. Me
encanta este lugar desde siempre. Y en
California no conseguía salir adelante.
Las cuentas no me cuadraban, le debía a
medio mundo, y cuando mi abuela se
enteró me ofreció trabajo en su café y no
pude resistirme —sonrió—. Debí pensar
que lo hacía como una forma de
ayudarme, pero la verdad es que no
deseaba rechazarla. Estaba a punto de…
golpear a mi madre —bromeó—, y
todos sus recordatorios de lo estúpida
que había sido al vivir mi vida como lo
había hecho. Como si pudiera echar el
tiempo atrás y cambiar las cosas.
—¿Y lo harías? Si pudieras,
¿cambiarías las cosas?
Jenny permaneció en silencio un par
de segundos y negó con la cabeza.
—No. La verdad es que no. Con tal
de tener a Felicity, no cambiaría nada de
mi vida.
Jared no supo por qué, pero esa
respuesta le conmovió y se descubrió
abrazándola con más fuerza contra su
pecho.
—Jenny, ¿puedo hacerte una
pregunta personal?
—No es como si las otras preguntas
hubieran sido frías al estilo entrevista de
trabajo —contestó ella, sarcástica—,
pero sí. Dispara.
Él rio ligeramente, pasándole una
mano por el cuello y el lóbulo de la
oreja, en una caricia lenta que a ella le
hizo estremecer.
—¿Cómo es que… terminaste
embarazada de tu marido? —preguntó
con el mayor tacto que pudo—. Si él te
abandonó hace casi un año…
—Sí, entiendo tu pregunta. —Ella
suspiró—. La verdad es que sigo siendo
tan estúpida en cuestiones del corazón
como cuando tenía diecinueve años.
—¿A qué te refieres? Y no eres
estúpida, Jenny.
—Lo soy. Solo una mujer tonta y
romántica como yo caería en la trampa
de un tipo sin corazón como Lionel dos
veces. Megan tiene razón al llamarme
así. —Se revolvió, nerviosa y molesta
—. La verdad es que… creo que
siempre tuve la esperanza de que él
cambiara. Es el padre de Felicity y
deseaba mucho que él la amara. Pude
separarme de él hace años, pero me
mantuve a su lado solo por ella. Quería
que ella tuviera a su padre. Crecer sin
uno es una de las cosas más difíciles que
te puede pasar en la vida y mi hija ya
tenía bastantes dificultades en su corta
vida. No deseaba que por mi culpa
tuviera que saber lo que es vivir sin un
papá, como yo lo tuve que hacer. Así
que cuando él apareció en mi puerta
salido de la nada, esa noche lluviosa,
diciéndome que estaba arrepentido y
quería arreglar las cosas y recuperar a
su familia… no pude decirle que no.
—¿Cómo pudiste aceptar a ese
desgraciado de vuelta? ¿Es que no te
había hecho ya bastante daño a ti y a tu
hija?
—Lo sé… Lo sé, Jared, fui una
estúpida… —Jenny negó con la cabeza
y fue en ese momento cuando Jared se
dio cuenta de que ella estaba llorando.
—Lo siento, no quise sonar tan duro.
Es solo que me molesta que él te tratara
de esa forma.
—Él… estaba destrozado y yo no
pude dejarlo fuera, Jared. —Sorbió la
nariz y comenzó a hablar muy aprisa,
como si hubiera esperado mucho tiempo
para desahogarse—. Sé que dirás que
estoy loca, pero si hubieras estado allí,
si hubieras sentido lo que yo sentía…
Estaba tan sola… —Se secó el rostro
con el dorso de la mano—. Cuando me
enteré de lo de Felicity, cuando ella
comenzó a cambiar, dejó de hablar, a
tener berrinches sumamente fuertes y a
retraerse en su propio mundo… fue
cuando todo se derrumbó, y la lucha,
esta lucha agotadora e infinita
comenzó…
—Tranquila, ya pasó, tranquila. —
Jared la abrazó, pasando la mano por su
rostro, mojado por las lágrimas.
—Yo veía que mi hija cambiaba,
pero Lionel no quería escucharme. Me
preocupé tanto, la llevé al médico, mas
el pediatra me dijo que era normal, que
se trataba solo de una etapa que Felicity
superaría con el tiempo, dijo que
probablemente
yo
la
consentía
demasiado y debía meterla en una
escuela donde aprendiera a que para
conseguir algo debía hablar y no llorar.
Según él, mi hija tenía que convivir
como otros niños de su edad, hablando e
interactuando. En pocas palabras, era mi
error. —Suspiró.
—Qué idiota.
—Lo sé. Los médicos pueden ser tan
idiotas a veces… Sin ofender.
—Intentaré no hacerlo —bromeó.
Ella sonrió.
—¿Qué pasó después?
—¿No te has aburrido con tanto
melodrama?
—No. Continúa.
Ella asintió, y continuó hablando.
—El pediatra no tenía idea de lo que
pasaba en realidad, ahora lo comprendo.
Su forma de actuar cuando no sabe nada,
es decir que no pasa nada. Eso me lo
dijo una terapeuta en una ocasión, y
tiene mucha razón. Mi error fue confiar
plenamente en él.
—Eras madre primeriza, no sabías
qué ocurría, por supuesto que tenías que
confiar en él, no puedes culparte.
—Tal vez no deba, pero no puedo
evitar hacerlo. Si hubiera sabido antes
lo que pasaba con Felicity, antes habría
conseguido ayuda para ella. En fin, no
existe el «hubiera», ¿verdad? —Suspiró
—. No me pasará otra vez, eso te lo
aseguro. Ahora pregunto todo sobre
todo, aunque me tomen por idiota, no me
creo nada sin investigar hasta la última
teoría —le dijo—. En fin, cuando
Felicity entró al colegio, a los cuatro
años, fue cuando me citaron para
decirme que ella no era «normal».
«Probablemente es sorda» me dijo la
directora, «y si no lo es, preocúpese».
—¿Te lo dijo así nada más?
—Fue como si me lanzaran encima
un cubo de agua fría. —Agachó la vista
—. Sentí que el mundo se me venía
encima. No comprendía cómo mi niña
perfecta… no lo era. —Sus ojos se
llenaron de lágrimas—. Hablé con
Lionel enseguida, pero a él no le
interesó. Dijo que no podía ser posible.
Así que comencé a acudir a centros
médicos yo sola y a realizar estudios de
todo tipo. Fui con tantos especialistas en
busca de respuestas que ni siquiera
recuerdo sus caras, sus nombres… —
Negó con la cabeza—. Finalmente di
con el diagnóstico de autismo, y fue
como dijo la directora: me preocupé
porque mi hija no era sorda.
—No era para menos.
—Creo que lloré por un mes entero,
y de alguna forma, nunca paré. —Sonrió,
aunque la sonrisa no le llegó a los ojos,
secándose el rostro con el dorso de la
mano—. Y ese momento, el momento en
el que supe lo que mi hija tenía, fue en el
que me di cuenta de que el matrimonio
se había terminado. Lionel actuó como
hasta ese momento, sin querer saber
nada al respecto. Así que comprendí que
sería una lucha que tendría que llevar yo
sola. Comencé a buscar lugares y
terapias a los que acudir, tratamientos…
Había información nueva que hablaba
sobre la posibilidad de revertir la
mayoría de los rasgos del autismo, que
lo tratan como una enfermedad
provocada por una combinación de
factores ambientales y genéticos. Me
puse eufórica al enterarme y quise hacer
todo lo posible por sacar a mi hija
adelante. Es decir, no había promesas,
pero si existía una sola posibilidad de
ayudar a mi hija, iba a intentarlo todo.
—Por supuesto. —Asintió, sin poder
evitar sentirse orgulloso de ella.
—Sin embargo, Lionel no compartió
ese pensamiento. Él no quiso saber nada
al respecto, me dijo que estaba loca y
que yo no quería aceptar la realidad. Al
escuchar la cantidad que pensaba gastar
en tratamientos, fue cuando reaccionó
por primera vez. Dijo que sería mejor
ingresar en algún centro a Felicity y
aceptar que nuestra hija nunca sería
«normal» —contó llena de rabia—. Y
nunca lo odié tanto como en ese
momento. Fui tan tonta por haber
permitido que él me manipulara de
tantas formas, y yo cedí a cada cosa que
él quiso. Pero no con Felicity. —Sus
ojos brillaron, llenos de rabia—. Lo
había dejado apartarme de todo lo que
amaba en mi vida: mi trabajo, mis
amigos, mi propia familia. Pero él no me
iba a apartar de mi hija —inspiró hondo,
su mirada llena de determinación—.
Decidí luchar por mi hija, por sacarla
adelante, y eso terminó por separarnos
definitivamente.
Jared percibió que ella comenzaba a
temblar y la abrazó, atrayéndola más
cerca de su pecho, de su corazón.
—¿Qué pasó después? —preguntó
con paciencia.
—Ya no lo veía nunca en casa y,
finalmente, un día Lionel se marchó sin
decir nada. Y no volvió —ella suspiró,
pero ya no lloraba—. Me sentí mal. No
sé por qué, ya hacía mucho que él y yo
habíamos roto, pero me sentí devastada,
sola como nunca. Fue cuando mi abuela
acudió a verme y me habló de una
institución aquí, en Sheffield, donde
podría aprender sobre una terapia
innovadora, que estaba ayudando a
muchos niños con autismo, y a la vez a
sus padres. Te enseñan un modo
diferente de ver la vida. Un modo lleno
de alegría, de amor. Y me convenció de
asistir —ella alzó la vista al cielo y por
primera vez en ese rato, una sonrisa
iluminó su rostro—. Fue lo mejor que
pude haber hecho, sin duda. En ese lugar
por primera vez me felicitaron por tener
una hija con autismo —sonrió—. Nunca
imaginé siquiera que eso pudiera pasar.
Fue una experiencia maravillosa que me
cambió la vida y me enseñó una nueva
manera de ver todo: uno con felicidad.
»Decidí no volver a dejar que
alguien me robara mi felicidad ni la de
mi hija. Y pedí el divorcio. No obstante,
los abogados no conseguían dar con él,
así que hicieron falta cerca de seis
meses para que Lionel recibiera los
papeles. Mientras tanto, yo continué con
mi vida, los tratamientos de Felicity y
mi trabajo como camarera durante
medio día, el tiempo que mi hija estaba
en la escuela. Me mudé a un pequeño
apartamento y luché por mantenernos a
ambas.
»Una noche él apareció ante mi
puerta. Estaba completamente mojado
por la lluvia y tenía los ojos rojos, como
si hubiera estado llorando. Él quería
hablar, así que lo dejé entrar. Me dijo
que estaba arrepentido y buscaba otra
oportunidad, que sería el esposo que
nunca había sido para mí, el padre que
Felicity necesitaba, y yo… —Suspiró—.
Fui tan tonta al creerle, la misma tonta
ingenua de siempre —bufó—. No podía
dejar de pensar en Felicity, en lo mucho
que mi pequeña adoraba a su padre, en
verla feliz como siempre había soñado.
—Lo entiendo.
—Hablamos hasta tarde, él se veía
tan afligido, y yo me sentía tan sola…
Una cosa llevó a la otra y… bueno. —
Se encogió de hombros.
Él tragó saliva, comprendiendo a
qué se refería.
—¿Volviste con él, entonces?
—No. —Negó con la cabeza, llena
de tristeza y enojo—. Solo fue una forma
de vengarse de mí.
—¿Qué?
—Así de desgraciado es el padre de
mis hijos, Jared. ¿Y todavía te preguntas
por qué no lo quiero volver a ver ni
decirle nada del bebé? —preguntó,
irónica—. A la mañana siguiente, se
había marchado. Dejó los papeles del
divorcio sobre la mesa de la cocina,
firmados y con un post-it que decía
«Gracias por la noche. Necesitaba el
cierre».
Jared tembló de rabia, incapaz de
creer que hubiera alguien tan
desgraciado en la tierra.
—Fue lo último que supe de él —
continuó Jenny—. Fue todo cuanto me
dejó… excepto esto, claro. —Tocó su
vientre, bromeando.
—Debió herirte. —Jared se forzó
por ocultar la rabia que lo embargaba—.
Yo… no sé qué decir.
—No tienes que decir nada. En
serio. Sé lo estúpida que fui. Creí que
era más fuerte, menos ingenua. Y,
mírame. —Se tocó el vientre—. Esa
mañana me juré cambiar. Nadie entraría
en mi corazón otra vez. Mi vida estaría
completamente dedicada a Felicity y no
permitiría que nadie nos hiciera daño
otra vez.
—¿Por eso me rechazaste cuando te
pedí matrimonio? —Quería que su
pregunta sonara en tono bromista, pero
al hablar, su voz se escuchó grave y
seria.
—No, claro que no. —Jenny lo miró
a los ojos—. Jared, te expliqué el
motivo. No es rechazo si no es una
petición verdadera.
—Lo era. —Tragó saliva, dándose
cuenta de la verdad. Por primera vez se
dio cuenta de que él había hablado en
serio.
—No era sincera.
—Lo era. —Y fue al pronunciar esas
palabras que se dio cuenta de lo en serio
que había hablado cuando le propuso
matrimonio, de lo mucho que deseaba a
esa mujer en su vida, poseerla en cuerpo
y alma, ser dueño de su amor.
—Jared, no empecemos otra vez. —
Jenny le dedicó una mirada que lo
exasperó. Era una de esas miradas
mezclas de conmiseración y ternura de
las que dedican las madres a sus hijos
pequeños, tratando de hacerles entrar en
razón.
Eso le molestó a un grado que le fue
difícil mantener a raya.
—¿No crees que sería capaz de
hacerte una petición sincera? ¿Que no
soy capaz de amarte?
Ella inspiró hondo antes de volverse
y mirarlo de frente.
—No quiero hablar de eso.
—¿Por qué no? Solo dime la verdad,
¿dónde quedó tu falta de filtro?
Ella lo miró a los ojos.
—Creo que eres capaz de amar, por
supuesto, y de hacer una petición
sincera. —Hizo una pausa antes de
añadir—: En su momento. A la mujer
correcta para ti.
—¿Y esa no eres tú?
—No.
—¿Y si lo fueras?
—Jared, ya basta. No soy yo.
—¿Por qué no puedes serlo?
—Porque no. —Ella se apartó y se
puso de pie—. Confía en mí, no lo soy.
—¿No debería ser yo quien
decidiera eso? —La siguió de vuelta a
la cocina.
—Jared, no puede ser, porque si lo
fuera…
—¿Si lo fueras qué?
Jenny se volvió hacia él, y por
primera vez notó dolor en su mirada.
—Tendría que decir que no. —Lo
miró directamente a los ojos—. Y
entonces todo terminaría entre nosotros.
Nuestra amistad. Esto… —Señaló en
derredor—. Ha sido todo tan
maravilloso, que es sorprendente que
sea real, y lo rápido que ha sucedido.
Tenerte en nuestras vidas es lo mejor
que nos pudo pasar, Jared. A veces me
resulta tan imposible de creer, que
asumo que estoy soñando y no eres más
que una ilusión. En la vida real, nada
suele ser tan estupendo. Y que tú seas
tan extraordinario… es la parte más
maravillosa de todo esto. Y no quiero
que esto cambie, Jared. No hagamos
nada para cambiarlo. —Posó una mano
sobre la suya—. No hagas nada para
cambiarlo.
Jared inspiró hondo, estrechando la
mano que ella sostenía sobre la suya.
Era una advertencia. Endulzada con
palabras de cariño, pero una advertencia
al fin: no te enamores de mí o tendré que
apartarme y alejarme de ti.
CAPÍTULO 11
Mientras conducía de vuelta a casa,
Jared no pudo evitar sentirse turbado
como nunca en su vida. No sabía qué
pensar o cómo actuar. Ni siquiera sabía
qué era lo que sentía.
Jenny era para él más que una simple
amiga, sí, pero fuera de ese hecho, no
conseguía sacar ninguna conclusión
certera.
¿Qué estaba pasando con él? ¿Por
qué le afectaba tanto su cercanía? Lo
que ella sintiera, lo que hubiera vivido,
que otro la hubiera lastimado…
Nunca en su vida había deseado
herir a alguien tanto como en el
momento en que ella le reveló el dolor
que le había provocado su ex marido.
Deseó encontrarlo y estrangularlo con
sus propias manos hasta que él se
sintiera arrepentido por el daño que le
había provocado a una mujer tan
increíble como Jenny.
Al detener su camioneta frente al
pórtico de su casa, se dio cuenta que
había otro automóvil estacionado cerca,
y que alguien lo esperaba sentado en el
porche.
—¡Al fin llegas, hombre! —La
familiar voz de Luke, su mejor amigo, lo
recibió—. Veo que has comenzado a
tomarte en serio lo de darte un descanso
del hospital.
Jared hizo una mueca, molesto.
Últimamente había estado trabajando
tanto en el hospital, que habían enviado
un aviso desde la directiva pidiéndole
amablemente —lo que quería decir,
ordenándole—, tomarse periodos de
descanso
realistas
al
tiempo
proporcional que pasaba trabajando en
el hospital.
Al principio aquella imposición le
pareció un fastidio y lo hizo enfurecer
como a un toro rodeado de banderas
rojas, pero entonces Jenny apareció en
su puerta, y sencillamente el tiempo
libre dejó de molestarle.
—Demonios, hombre, te he estado
esperando casi media hora. El partido
está a punto de comenzar y… —Luke
cambió la expresión hosca de su rostro
para adoptar una de desconcierto y
enseguida mudarla por una sonrisa
divertida.
—¿Qué ocurre? —preguntó Jared,
juntando las cejas.
—Nada, su alteza real. —Luke hizo
una sobreactuada reverencia—. ¿Desea
que le sirva el té en el salón del trono?
Jared cayó al fin en la cuenta de que
todavía llevaba puesto el disfraz y la
corona, además del maquillaje de mujer
que Felicity le había aplicado en la cara.
—Aunque solo he traído cerveza.
Espero que su paladar real no se
intoxique por tan baja calidad de
bebida.
—Deja de decir tonterías y entra de
una vez a la casa antes de que se te
congele el culo —replicó Jared, sin
evitar reírse por las mofas de su amigo.
—Hombre, ¿pero qué te ha
ocurrido? —Luke le dio un golpe
juguetón en el hombro—. ¿O es que
debo llamarte princesa, en adelante? ¿Es
por eso que no aceptas llevar relaciones
largas con mujeres?
—Deja de decir tantas tonterías. —
Jared le dedicó una mirada de
advertencia—. Estaba de visita en casa
de mi vecina y su hija. Ella tiene
autismo y estuvimos jugando.
—Vaya, vas en serio con esa mujer.
Sus
palabras
lo
amargaron
ligeramente.
—¿De qué estás hablando?
—Nunca en la vida habías permitido
que una mujer te involucrara en su vida
personal. Y ahora mírate… toda una
miss simpatía.
—Cállate de una vez, es parte de la
terapia de Felicity el participar en sus
juegos. Y fue divertido, lo admito. —
Jared se dejó caer sobre el sofá—.
Pasamos un buen momento todos juntos.
Luke sonrió ligeramente y tomó
asiento a su lado.
—Bien por ti, ¿dónde está el mando?
El partido está a punto de empezar.
—Creo que lo dejé en la cocina. —
Jared se puso de pie y fue a buscarlo.
—Ya que vas para allá, mete las
cervezas al frigorífico. —Le lanzó el
pack de latas de cerveza—. Yo me
encargo de la comida. —Sacó su
teléfono móvil—. ¿De qué quieres la
pizza?
—No tengo hambre, ya he cenado.
Pide lo que quieras.
—Esto me suena mal.
—¿El qué? —Jared volvió con un
par de cervezas en las manos y el mando
que le lanzó a su amigo.
—Vas a su casa, juegas con su hija,
cenáis juntos… Pronto te veré de pie en
el altar.
—Eso no va a suceder.
—Sí, claro, y tú tienes pintarrajeada
la cara de blanco porque de pronto
decidiste formar parte del casting de los
vampiros de Crepúsculo.
Jared se quedó en silencio un par de
segundos y dijo, sin mirarlo.
—Ella se irá pronto.
—¿No le gustó Shiffield… o tu
compañía?
—le
preguntó
Luke,
intentando hacer sonar superficial su
pregunta, para no herir a su amigo.
—Ella… está embarazada.
Luke escupió la cerveza.
—¿Qué? —Tosió con fuerza—.
¿Tú…?
—No. No es mío.
—Demonios, Jared, me asustaste en
serio. —Luke se limpió con la manga—.
¿Y qué haces pensando en una mujer
así? Con una hija, embarazada… ¿Te has
vuelto loco?
—Es una amiga, Luke, y necesita
ayuda. —Fijó la vista en la pantalla de
televisión, aunque no prestó atención en
absoluto al partido—. Necesita un lugar
donde trabajar, pero que sea de su
agrado. Está sola, su ex la dejó sin un
centavo y valiéndose por su cuenta.
—Como ella hay millones de
mujeres en el mundo. —La voz de Luke
sonó llena de amargura.
—Lo sé, pero eso no quiere decir
que sea menos malo. Jenny es una buena
amiga y si puedo ayudarla, lo haré.
—¿Y qué piensas hacer? ¿Buscar al
ex para obligarlo a pagarle una pensión?
—No, dudo que ella quiera eso. —
Jared frunció el ceño—. Además, el tipo
es un desgraciado, para conseguir algo
así tendría que enviarlo a los tribunales
o darle una buena paliza, y me inclino
más por lo segundo. Te juro que si lo
viera… creo que tendrías que atarme
contra un poste o me lanzaría directo a
la yugular.
—Cálmate, hombre lobo.
—No bromeo. Es un desgraciado. Si
la hubieras escuchado hablar lo
comprenderías. Ese tipo se merece que
le den una paliza. —Se puso de pie y se
dirigió a la ventana, fijando la vista en
el cielo nocturno.
Las mismas estrellas que había
estado observando hacía unos minutos al
lado de Jenny, brillaban ahora para él.
—De verdad te importa esa mujer,
¿verdad? —A pesar del tono de pregunta
en la voz de Luke, Jared sabía que era
una afirmación.
Jared asintió lentamente con la
cabeza.
—Es una locura, Jared. Un paquete
demasiado grande para ti. Confía en mí,
aléjate ahora que estás a tiempo. No
puedes salvar a esa mujer.
—Luke, no te metas en esto.
—Es solo que no comprendo por
qué te molestas tanto por ella. Es
estupendo que te lleves bien con tus
vecinos, sí, debo admitir que me
preocupaba un poco que fueras tan
ermitaño. Pero de eso a que no dejes de
pensar en esa mujer…
—No es eso. Quiero ayudarla, es
todo.
—Es lo que tú dices, pero no has
dejado de hablar de ella desde que
llegué. Está bien que la ayudes, no lo
niego, pero estás comenzando a actuar
extraño, a preocuparte por ella como si
fuera… algo más que una simple vecina.
Como si sintieras algo por ella, ¿y es
así, verdad?
—No… no lo sé…
—¿Estás bien? —rio—. Desde que
te conozco, ahuyentas a las mujeres que
buscan algo más serio contigo.
—Ella no quiere compromisos.
—Excelente.
Él le dedicó una mirada hosca.
—¿No la hace eso perfecta para ti?
Acuéstate con ella y listo, fin del asunto.
No hay problema, porque ambos lo
desean así. Ni siquiera tienes que
sentirte mal por dejarla a la mañana
siguiente. Es la mujer perfecta para ti, te
lo aseguro.
—Es más que una mujer de una
noche, Luke. Ella es especial. Y está
embarazada.
—Oh, sí. Eso lo haría raro.
—¿Por qué?
—¿Crees que el bebé pueda ver algo
allí abajo entrando cuando…?
—¡Cállate!
—Qué humor. —Luke rio, aunque la
risa sonó tensa en su pecho, pues sabía
que su amigo por primera vez desde que
lo conocía se estaba tomando las cosas
muy en serio con una mujer. Y después
de lo que había vivido con su ex,
esperaba que en esta ocasión no saliera
lastimado.
CAPÍTULO 12
Jared se despertó al escuchar el familiar
sonido de un motor en la entrada de su
casa. Al asomarse por la ventana, una
sonrisa curvó sus labios al ver que se
trataba de Jenny. Corrió a ponerse algo
de ropa y lavarse la cara. Para cuando
ella se encontraba subiendo las
escaleras de la entrada, él ya abría la
puerta, intentando dominar la emoción
que le invadió al verla.
Demonios, parecía un adolescente
alocado por las hormonas. Y eso no
ayudó en nada cuando la vio. Lucía tan
bella como siempre, sus ojos verdes
luminosos, su cabello castaño rojizo
sujeto en una cola de caballo, sus labios
rosados curvados en una sonrisa.
—¡Hola! Pasa. —Jared la saludó.
Ella se sorprendió de verlo y pegó
un gritito.
Sus ojos recorrieran su perfecto
cuerpo. Jared llevaba puestos unos
vaqueros y una camisa abierta, que
dejaba al descubierto parte de sus
esculpidos pectorales y Jenny no puedo
evitar ruborizarse.
—Lo siento, no sabía que estarías en
casa.
Él pareció decepcionado con su
comentario.
—Eso es algo raro, sin duda,
considerando que esta es mi casa —
comentó él, sarcástico.
—Es cierto, no quise que sonara así.
—Jenny se rio—. Me refiero a que
supuse que estarías en el trabajo.
Esperaba que me abriera la puerta la
señora Gordon. Mi abuela me dijo que
viene todos los viernes a limpiar tu
casa, hacer la despensa y lavar tu ropa.
—Algo así. —Él se encogió de
hombros—. Pero me temo que hoy se ha
tomado el día. ¿La necesitabas para
algo?
—No, no he venido a verla a ella.
—Ahora
me
tienes
bastante
confundido, ¿entonces?
—Solo asumí que ella me abriría la
puerta, no tú. ¿No se supone que tienes
trabajo?
—Es mi día libre.
—¿Te siguen obligando a tomar
descansos?
—Ya no tanto. Creo que me está
gustando tomarme algunos respiros de
vez en cuando.
—Excelente, así podrás ayudarme.
—¿Ayudarte?
—Una
sonrisa
apareció en su rostro, hasta ese momento
ensombrecido—. Seguro, ¿en qué?
—He venido a devolver el favor:
acordamos que ordenaría y limpiaría tu
casa a cambio de los arreglos que tú
haces en casa de mi abuela, ¿recuerdas?
—No es necesario.
—No repliques —lo hizo callar,
volviendo a la camioneta por un cubo
con limpiadores y cepillos. Él se apuró
a cogerlo por ella.
—No deberías cargar cosas
pesadas.
—No pesa nada.
—De todos modos, debes tener
cuidado.
—Gracias. —Sonrió—. Es tan
tierno de tu parte que te preocupes.
—Cualquiera lo haría.
—Sí, por supuesto. —Bajó la
cabeza, y él notó cierta melancolía en su
rostro.
Supuso que su ex marido no debió
preocuparse y se sintió un idiota por el
comentario.
—Comenzaré por el ático —Jenny
se dirigió a las escaleras—. Creo que
podríamos seleccionar algunos muebles
que sean útiles para la casa y conseguir
así que todo esto no parezca tanto
como… una bodega con un sofá en
medio —bromeó.
—Adelante —señaló las escaleras
con un gesto caballeroso.
—Gracias
—ella
hizo
una
reverencia de broma y subió, seguida de
cerca por él.
—Sabes, de verdad no tienes que
hacer esto. No esperaba que vinieras a
limpiar en realidad, lo que hago en casa
de tu abuela es un favor. Y los favores
no se cobran.
—En ese caso, toma esto como un
favor también —ella le sonrió por
encima del hombro, subiendo el segundo
tramo de escaleras hasta el desván—.
Además, no puedo dejar de pensar en
este ático —le dijo mientras atravesaba
el umbral hacia el oscuro lugar repleto
de muebles viejos—. Me da tanta
curiosidad encontrar qué hay aquí
arriba, es como entrar a una especie de
museo, o una de esas cápsulas del
tiempo. Como si todos los recuerdos de
esta casa estuvieran guardados aquí.
—Creo que has visto demasiada
televisión.
—No me gusta la televisión. Aunque
leo muchas novelas, puedes acusarme de
leer demasiado. —Se acercó a una de
las ventanas y la abrió. El aire limpió
entró a raudales acompañado por la luz
del sol que iluminó el cuarto oscuro.
Motitas de polvo volaron en
derredor invadiendo de misticismo el
lugar, como si de polvo mágico se
tratara.
Él no pudo evitar quedarse
mirándola, parecía un hada, hermosa y
sonriente, bañada de luz dorada.
—Mira esta cómoda. —Ella se
acercó a una enorme cajonera y le pasó
la mano por encima, quitándole una capa
de polvo—. Es preciosa. Quedará
perfecta en tu habitación.
—Ni se te ocurra intentar moverla.
—Tranquilo, no iba a hacerlo. Eso te
lo dejaré a ti, señor dueño de casa —le
guiñó un ojo y comenzó a pasearse por
los alrededores, buscando qué más
podría servir—. Hay tanto aquí… Quizá
podríamos llevar algunas cosas a un
ebanista para restaurar lo que esté en
mal estado, pero en general se ve
bastante bien. Será una casa hermosa
cuando termine de arreglarla.
Jared sintió una opresión en el
pecho. En algún momento, su mente
había volado. La mujer que tenía delante
de él no era su vecina, ni siquiera su
amiga, era su esposa y juntos estudiaban
la forma en que decorarían su casa. La
casa de ambos. Su hogar.
Y por ese momento, se dejó
embargar por esa emoción, llevado por
la inesperada satisfacción que ese
pensamiento le otorgaba.
—Podría hacer una lista de todo lo
que podríamos bajar. De ese modo no
tendrás que hacerlo todo de una vez —
continuó ella diciendo—. Tal vez
podríamos contratar a alguien que te
ayude a bajar las cosas, o llamar a
alguno de tus amigos, ¿te parecería
bien?
—Es una buena idea. —Él asintió,
sin dejar de mirarla fijamente, llevado
por esa idea que de alguna forma le
hacía latir el corazón más rápido y más
lento a la vez, como si en esa fracción
de segundo se le fuera toda la vida—.
Aunque me temo que servirá de poco.
Preferiría que estuvieras aquí presente,
así podrías guiarnos.
—Muy bien. —Sonrió y se volvió a
mirarlo por primera vez—. Pero debes
darte prisa, no podré hacerlo una vez
que me marche.
De pronto el sueño se desvaneció,
como si hubiera sido una burbuja que se
rompe con una aguja.
—Eso no sucederá —le aseguró,
hablando con voz más áspera de la que
esperaba—.
Aún
tengo
tiempo,
¿recuerdas? La semana de plazo no ha
terminado.
Ella sonrió y se movió en derredor,
levantando un sombrero antiguo de ala
ancha de un maniquí.
—De acuerdo, tienes razón. La
semana aún no termina. —Sopló el
polvo y se probó el sombrero frente al
espejo—. ¿Qué tal me queda? —le
preguntó, alzando la barbilla como una
de esas damas aristócratas de las
pinturas antiguas.
Él sonrió, sintiendo que su corazón
se detenía.
—Estás preciosa.
Un ligero rubor se encendió en las
mejillas de ella. Con una sonrisa en los
labios, se quitó el sombrero y lo volvió
a poner sobre el maniquí.
—Aquí debió vivir una reina —
comentó reanudando su paseo, dejando a
un lado el comentario a propósito—.
Todo es tan hermoso.
—Puedes elegir lo que te guste —se
apuró a decirle, acercándose a su lado
—. Lo que sea, es tuyo.
—No digas eso. Ni siquiera has
visto lo que hay aquí.
—Lo que sea es tuyo —repitió él
con convicción, mirándola a los ojos.
Una vez más el rubor se encendió en
sus mejillas y debió desviar la mirada
antes de sentir que se perdía en esos
ojos claros, tan hermosos.
—Ya te dije que seguramente no me
quedaré aquí. Y primero debemos
ocuparnos de tu casa.
—Pero…
—Si llego a quedarme, te tomaré la
palabra y elegiré algo —lo interrumpió,
antes de que pudiera replicar—. ¿De
acuerdo?
—Es un trato. —Tendió la mano y
ella la estrechó. El contacto le envió una
onda eléctrica que le subió por el brazo
y le invadió todo el cuerpo.
Ella se apartó, abrazándose a sí
misma, como si necesitara protegerse de
algo invisible, una amenaza ante la cual
no estaba preparada.
La proximidad de una persona que
podría llegar a entrar demasiado
profundo en su corazón si lo permitía.
Y se había jurado no llegar a
permitirlo jamás.
Se volvió y enfocó la atención en un
baúl abierto que contenía toda clase de
cosas. Se acercó con intención de
curiosear, cuando chocó con los postes
de una antigua cama. Al rozarla, una
sábana raída y llena de polvo cayó al
suelo, dejándola al descubierto. No era
una cama, era una cuna.
—Mira eso —saltó Jared, sonriendo
de oreja a oreja—. Una cuna.
—Es magnífica. —Jenny no pudo
evitar sonreír, pasando una mano por la
antigua madera—. Y se ha conservado
espectacularmente.
—Podría arreglarla para el bebé.
Sería un regalo para ti. —Le dedicó una
mirada que le calentó el corazón y ella
debió desviar la vista.
—Si me quedo.
—Te quedarás. Y esta será la cuna
de tu bebé. —Una ola de deseo invadió
la mente de Jared. Cuánto hubiese
deseado decir «nuestro bebé».
CAPÍTULO 13
Media hora después, él ya había bajado
la cuna a su taller, dispuesto en el
interior de su garaje, y se preparaba
para trabajar en ella.
—Antes de que hagas nada —le
pidió Jenny con voz dulce—, ¿podrías
esperar a que termine la semana de
plazo? En caso de…
—Ya te he dicho que te quedarás —
dijo él, tajante.
—Solo espera a que termine la
semana, ¿de acuerdo? —insistió Jenny,
posando una mano sobre su brazo.
Él suspiró y dejó a un lado el
martillo.
—Como quieras. Aunque te advierto
que solo será una pérdida de tiempo,
porque te quedarás aquí.
—Como tú digas, de todos modos
tenemos bastante tiempo. Este pequeño
se quedará en el horno por varios meses
todavía. —Jenny palpó su vientre antes
de echar una mirada a su reloj—. Debo
ir a recoger a Felicity a la escuela —
tomó su abrigo del perchero y se lo
colocó encima—. Pienso llevarla a un
lugar especial como sorpresa. ¿Te
gustaría acompañarme? Eso claro, si no
tienes nada más importante que hacer. —
Lo miró, sinceramente preocupada—.
Como ver el maratón de «La casa de la
pradera».
Jared soltó una carcajada.
—Acompañarte a ti y a Felicity es
más importante que ver el maratón de la
«La casa de la pradera».
—Ya, como si tú pudieras dejar de
ver la «La casa de la pradera». —Rodó
los ojos, irónica.
—Oye, soy un gran fan de Michael
Landon.
—Seguro —rio ella, saliendo por la
puerta principal, acompañada por Jared
—. ¿Cómo es que eres un fan de ese
programa, ya hablando en serio? Creo
que mi abuela lo veía.
—La verdad es que son los videos
de Jackie. Mi hermana los trajo cuando
se quedó en mi casa, y se le olvidó
llevárselos. Si me encontraste viéndolos
esa mañana, fue porque tenía insomnio y
pensé que eso me podría ayudar a
conciliar el sueño. Siempre me quedaba
dormido cuando mi hermana los estaba
viendo.
—Es natural tener insomnio a medio
día. —Jenny le dedicó una sonrisa
sarcástica.
—No, si has pasado las últimas
cuarenta y ocho horas seguidas
trabajando.
Ella asintió.
—¿Y por qué se quedó tu hermana
en tu casa?
—Necesitaba un lugar para dormir
en lo que encontraba un apartamento en
Boston. La cama en realidad la compré
para ella —añadió, como si quisiera
aclarar un punto dejado suelto entre
ellos.
Jenny le sonrió.
—Fue un gesto muy amable de tu
parte. —Jenny metió la llave en el coche
y le abrió la puerta del copiloto para
que él entrara.
—Siento que me acaban de castrar
—gruñó Jared—. ¿Te molestaría si
fuéramos en mi camioneta?
—Pero te quiero llevar a un sitio
especial.
—Vamos, Jenny, déjame llevarte. —
Se arrodilló, juntando las manos en
forma suplicante—. Hazlo como favor a
un amigo. Me lo debes después de lo
que acabas de hacer.
—¿Por abrirte la puerta? —preguntó
ella entre risas.
—Soy muy excéntrico con algunas
costumbres infundadas por mi madre:
nunca dejo un libro sin terminar, siempre
cedo el asiento a una mujer y siempre
abro la puerta a una dama ¡no al revés!
Por favor.
Jenny voló los ojos.
—Como quieras.
—¡Gracias! —Se puso de pie de un
salto y la besó en la mejilla.
—Eres todo un dramático.
—No es para menos. Siento que
acabo de recuperar las pelotas —dijo él
en tono triunfante, abriéndole la puerta
para que ella subiera a su jeep—. ¿A
dónde vamos, por cierto? —preguntó
Jared, colocándose el cinturón en su
asiento, después de haber ayudado a
Jenny a entrar en el asiento del pasajero
—. Me refiero a después de recoger a
Felicity en el colegio.
—Escuché que hay un campo de
calabazas a media hora de aquí. Iba a
limpiar un poco y luego cocinarte una
tarta, pero ya que estás aquí, pensé que
te gustaría acompañarme a elegir una
calabaza y de paso tomar un poco de
aire fresco.
—¿Campo de calabazas? —Él
arqueó una ceja.
—Sí, ¿no es fascinante? —Jenny le
dirigió una sonrisa radiante—. Puedes
elegir la calabaza que quieras. Leí un
anuncio en la tienda esta mañana y pensé
que sería fabuloso ir. Pasaremos por
Felicity a la escuela e iremos todos
juntos. Será una gran sorpresa para ella.
—¿Has ido a alguno de esos campos
antes?
—No, por eso creo que sería
fabuloso.
—Ya, porque lo dice un anuncio.
Ella rio.
—Ya veremos, después de esto
podremos dar nuestra opinión al
respecto.
—¿Y crees que a Felicity le agrade?
—Estoy segura que sí.
Y Jenny no se equivocaba. Pasaron
una tarde estupenda paseando por los
campos de calabaza. Felicity corrió
entre los árboles, riendo entre Jared y
Jenny, quienes la cargaban de los
brazos, haciéndola carcajearse de
contenta cada vez que la alzaban en el
aire.
Juntos montaron a un carro
conducido por un caballo y observaron
los interminables prados con singular
alegría. Comieron una merienda
campestre sobre una manta y observaron
el atardecer recostados sobre la hierba.
Al final del día, terminaron no
escogiendo una, sino varias calabazas
las cuales llegaron a decorar enseguida
a casa de Jared, los adultos tan
emocionados como niños al lado de la
felicidad que irradiaba Felicity.
Mientras Jared le enseñaba a la
pequeña a hacer un montón de lámparas,
Jenny horneó varias tartas de calabaza
con harina de arroz, que resultaron
sumamente deliciosas para sorpresa de
Jared, acostumbrado a la harina de trigo.
Para cuando se dieron cuenta de lo
tarde que era, Felicity se había quedado
dormida en el regazo de Jared. Jenny iba
a tomarla en brazos para llevarla a casa,
pero al notar la hora, Jared insistió en
que se quedaran a pasar la noche en su
casa.
Ella se negó en un principio, pero
estaba tan cansada que terminó por
ceder. Él la ayudó a acomodarse en el
dormitorio junto a Felicity, y las dejó
descansar.
Esa noche, recostado en su sofá,
Jared no podía dejar de sonreír al saber
que Jenny dormía en su cama, bajo su
techo. Era una alegría que nunca imaginó
posible llegar a sentir, ni siquiera sabía
que se podía sentir tan feliz por algo tan
sencillo como aquello.
Jenny lo hacía feliz de tantas formas
que nunca se hubiera imaginado. Y
también la pequeña Felicity, a quien
comenzaba a apreciar como un padre
podría hacerlo con su hija.
***
El sonido de unas pisadas rápidas y una
puerta cerrándose de golpe despertó a
Jared temprano a la mañana siguiente. El
sol todavía no asomaba en el horizonte,
por lo que al levantarse, todavía
adormilado, Jared se dio un fuerte golpe
en el pie con el primer escalón, cuando
intentaba subir la escalera para
enterarse de lo que sucedía.
—¡Maldición! —gruñó, sobándose
el dedo pequeño del pie—. Este maldito
dedo solo sirve para golpearte con la
esquina de los muebles cuando no ves
nada.
Escuchó arcadas y se asustó.
Olvidando su dolor, corrió escaleras
arriba. Encontró la habitación en
penumbras, en la cama Felicity todavía
dormía, pero Jenny ya no se encontraba
allí. Desde el baño el sonido del váter
lo hizo volver sobre sus pasos.
—¿Estás bien? —preguntó, tras
tocar suavemente la puerta, con la
intención de no despertar a Felicity.
—Sí, no pasa nada. —La voz de
Jenny le llegó desde el otro lado de la
puerta, cansada y algo afligida—.
Náuseas matutinas.
—Oh… ¿Necesitas… algo? —¿Qué
podía dársele a una mujer en su
condición? Era médico, pero maldición,
poco sabía sobre eso.
—Supongo que no tendrás galletas
saladas, ¿o sí?
—Creo que tengo algunas en la
cocina, iré por ellas.
—No hace falta, ya voy yo. —Jenny
abrió la puerta y salió del baño. Bajo la
luz de la lámpara se notaba pálida y
exhausta.
—Oye, ven aquí. —Jared no pudo
evitar abrazarla, se la veía tan frágil…
La rodeó entre sus brazos y la acunó
contra su cuerpo.
Jenny apoyó la cabeza contra su
pecho, inspirando hondo su fragancia
masculina. Dios, Jared olía fenomenal
por la mañana.
—Gracias. —Jenny sonrió sobre su
hombro, permitiendo que él la
envolviera entre sus brazos—. Lo
necesitaba.
—Realmente apesta esta parte del
embarazo, ¿no es verdad?
—Desde esta perspectiva, me cuesta
recordar que haya un momento realmente
bueno —gimió—. Cuando no estás
devolviendo todo lo que acabas de
comer, estás demasiado gorda para
disfrutar la comida, sin mencionar las
constantes visitas al médico, los
exámenes de laboratorio y todas las
veces que deben sacarte sangre.
—¿No te gustan las agujas, miedosa?
—Las odio. Y todavía no he
mencionado el parto siquiera. Eso es la
terrible culminación de la pesadilla de
nueve meses.
—Muy bien, creo que alguien
necesita animarse un poco. —Jared la
abrazó por los hombros y la llevó con él
escaleras abajo—. Te prepararé una
tortilla para acompañar esas galletas
saladas.
—Te lo agradezco, pero a esta hora
la comida me da asco. Ni siquiera
soporto oler nada frito.
—¿Qué se te antoja, entonces? Iré
por lo que tú quieras.
—Jared, no tienes que hacer eso.
Con las galletas estoy bastante bien.
—Jenny, todas las embarazadas
tienen antojos que sus maridos deben
satisfacer.
—Sí, pero tú no eres… —se calló
antes de decir algo que pudiera herir a
Jared—. Me refiero a que no tienes que
hacer eso por mí.
—Sí, puede que no sea tu marido,
pero soy tu amigo, y los amigos estamos
para ayudarnos, ¿no es así? Confío que
cuando me resfríe me traigas sopa de
pollo y soportes mi mal humor.
Ella rio.
—Claro que sí, hasta te limpiaré los
mocos.
—Excelente. —Él rio también,
llevándola hasta el sofá, donde la ayudó
a sentarse—. Bien, pues yo estoy ahora
aquí, dispuesto a complacer tus antojos.
Dime ¿qué te gustaría?
—No lo sé.
—Vamos, sé que debes querer algo.
—Jared notó que sus ojos se iluminaban
y se sintió mal por no haber preguntado
antes. Seguramente ella no se podía
permitir muchas cosas, entre ellas
comida que no fuera necesaria, sin
mencionar que no podía salir a media
noche y dejar sola a su hija y su abuela
solo para ir en busca de un bocadillo.
Debía sentirse tan sola en ese
embarazo… Tal como ella le había
confesado que se sentía con su marido.
Sabía que las embarazadas solían
tener esa clase de antojos, varios amigos
se habían quejado de ellos, pero
siempre con una sonrisa en los labios,
sabiendo que participaban de alguna
forma en la formación de sus hijos. Y él
deseaba participar en la formación de
ese bebé, ser parte de su vida de alguna
forma, complacer a Jenny aunque fuera
trayéndole algo de comer. Quería
hacerle saber que no estaba sola, que
sus alegrías, que cada momento de ese
embarazo, podía estar lleno de alegría, y
no solo de momentos difíciles como los
que acababa de mencionar.
—¿Y bien? —insistió, tomándola
por las manos.
—¿Helado? —dijo ella tímidamente.
—En seguida. —Jared se puso de
pie de un salto—. ¿Algún sabor en
especial?
—Menta… y chispas de chocolate.
Jared asintió y le acomodó varios
almohadones en la espalda y la cubrió
con una manta, antes de darle el mando
de la televisión.
—Puedes ver la tele en lo que yo
regreso, si te apetece. Hay algunos
libros en los estantes, pero no son muy
buenos. Tengo el Hallmark Channel
gracias a la visita de Jackie, así que
quizá podrías encontrar algo allí que te
agrade.
—¿Qué tal el Discovery Channel?
—Seguro, es mi favorito.
—También el mío. —Sonrió, y su
corazón brincó de gusto.
Tuvo que recordarse que debía dejar
de observarla. Demonios, a veces
sencillamente
no
podía
evitar
comportarse como un adolescente
idiotizado por las hormonas.
—Bien, espera aquí —le dijo
corriendo a la cocina y regresando
enseguida con varios paquetitos de
galletas saladas—. Esto te ayudará
mientras
vuelvo
—le
dijo,
entregándoselas—. No tardaré.
—¡Jared!
—¿Sí? —Él se volvió desde la
entrada.
—¿No crees que deberías ponerte
pantalones antes de salir?
Jared se miró y cayó en la cuenta de
que iba vestido únicamente con una
camiseta y calzoncillos.
—Y tal vez algún abrigo, no quiero
tener que traerte esa sopa de pollo esta
misma
tarde
—Jenny
bromeó,
provocando que él sonriera.
—No tardaré —le dijo, corriendo
escaleras arriba.
—Oh, y Jared…
—¿Sí? —Él se detuvo en el
descansillo de la escalera y se asomó
por la barandilla para verla.
—¿Tal vez podrías añadir al helado
unos pocos pepinillos y nueces de
Macadamia? He tenido un antojo
terrible de ellas.
Jared sonrió de oreja a oreja,
contento de que ella se estuviera
animando a decirle lo que deseaba.
—A la orden —le dijo, haciendo
con la mano un gesto de saludo en la
cabeza, como un soldado obedeciendo
la orden de un general.
—Gracias, Jared.
—Lo que quieras, preciosa. —Jared
le guiñó un ojo y partió a la carrera a
vestirse.
***
Esa tarde de sábado, Jared yacía
recostado sobre su cama. El perfume de
Jenny se había quedado grabado en las
almohadas. Quizá por eso soñó con ella.
La tenía desnuda entre sus brazos, la
besaba con pasión…
Se despertó sintiéndose en una
mezcla de soledad y excitación que no
iban bien con él. Sin esperar a que los
restos del sueño se desvanecieran, entró
al baño y abrió el grifo de la ducha.
Se dio un corto baño con agua
helada, esperando que el frío hiciera
desaparecer los pensamientos que no
eran beneficiosos para él.
Sin embargo, el efecto duró poco.
Nada más bajar a la cocina, se encontró
con recuerdos de la corta estadía de
Jenny en su casa por todas partes.
Esa mañana habían comido helado y
nueces hasta hartarse, mientras veían
juntos un episodio de Mythbusters y él
había gozado viéndola disfrutar de la
comida. Pronto perdieron atención por
la tele y comenzaron a hablar de
cualquier cosa, hasta llegar a algunos
recuerdos de su vida, cuando era un
niño. Y Jenny había reído a carcajadas
con él.
No podía quitarse el recuerdo de
ella riendo cuando él le contaba las
travesuras que había hecho de pequeño.
—No dudo que fueras tan travieso
—le había dicho ella, pasando una
servilleta por la comisura de sus labios
para limpiar los restos de helado—.
Tienes la cara de un niño que no se
quedaba quieto ni cinco segundos en un
solo lugar. Debiste ser terrible para tus
padres, aunque maravilloso. Me habría
encantado tener un hijo como tú. Me
habrías hecho reír a lo grande.
—Y también te hubiera sacado canas
verdes. —Él sonrió—. Es lo que mi
madre siempre decía después de que me
pillara haciendo algo malo. Como la
ocasión en que pinté la motocicleta
Harley del vecino de rosa, para
vengarme porque pinchó mi balón de
fútbol a propósito. O cuando robé todos
los calzoncillos de mi hermano mayor y
los reemplacé con unas braguitas de
Sailor Moon que compré en el
supermercado. Jason siempre se vestía a
oscuras, y no fue sino hasta que se
estaba cambiando en los vestuarios que
se dio cuenta de lo que llevaba puesto
¡en medio de todo el equipo de fútbol
americano!
Jenny pegó
una
descomunal
carcajada, provocando que el té que
estaba bebiendo saliera disparado a
presión y mojara toda la cara de Jared.
—¡Lo siento tanto! —se disculpó
ella, apenada, pero sin poder dejar de
reír.
—Tranquila, no fue nada. —Él rio,
pasándose una servilleta por la cara
empapada.
—¿Y qué te hizo tu hermano? —
preguntó Jenny, entre risas—. ¿No se
vengó de ti?
—Me dio una paliza, por supuesto.
—Jared se encogió de hombros—. Y me
lo tenía merecido. Pero nunca olvidaré
la expresión de su rostro cuando vio sus
braguitas de niña —comentó, sin dejar
de reír.
—¿Estabas allí?
—Oh, claro que sí, me colé en los
vestuarios solo para ver cómo
reaccionaba —aseguró—. No me iba a
perder su cara. Después de todo tardé
semanas en planear esa broma para
vengarme de la que él me hizo.
—¿Qué te hizo?
—Me envió una carta de una
enamorada secreta, que resultó ser falsa.
Cuando fui a hablar con la niña en
cuestión, con chocolates y un ramo de
flores que me costó mi paga entera —
añadió—, ella no tenía idea de lo que
estaba hablando y terminé siendo el
hazmerreír de toda la escuela.
—Eso fue muy cruel. —Jenny
frunció el ceño—. Qué bueno que te
vengaste.
—Lo sé, aunque todavía no te he
contado la peor parte.
—¿Hay algo peor que ser atrapado
con bragas de niña en el vestuario
rodeado por el equipo de fútbol
americano?
—Sí. En realidad yo también envié
una nota falsa… De parte de mi hermano
—soltó una risita.
—¡No te creo!
—Sí, lo hice. Pero a un chico… —
apenas podía hablar por la risa—. ¡Al
capitán del equipo de fútbol!
—¡No!
—Sí. —Él sonrió, frotándose las
manos como un malvado personaje de
caricaturas—. En la nota lo citaba en los
vestuarios el mismo día que mi hermano
llevaba puestas las bragas de Sailor
Moon.
—Jared, eras muy malo —le
recriminó Jenny, sin dejar de reír.
—Lo sé, lo sé. —Jared asintió—.
Mi madre decía que si ocupara mi mente
para el bien en lugar de planear tantas
cosas malvadas, el mundo sería un lugar
mejor.
—Bueno, ella tenía razón. Ahora
ayudas a mucha gente, como a esta
madre embarazada necesitada de helado
y nueces. —Jenny limpió otro poco de
helado de su rostro.
—Y pepinillos —él aclaró.
—Y pepinillos. —Jenny asintió,
percibiendo la calidez de su cuerpo tan
cercano al suyo, su boca tan próxima a
la de ella, que podía sentir el calor de su
aliento contra sus labios.
Jenny se apartó y se puso de pie,
dejando caer unas cuantas nueces de
camino.
—Creo que será mejor que
comience a preparar el desayuno, ahora
que me siento mejor. Felicity no tardará
en despertarse y debemos regresar a
casa. Seguramente tú querrás recuperar
tu privacidad.
Jared iba a replicar que eso no era
cierto, pero se mantuvo en silencio.
Comprendía el motivo por el que ella se
había apartado, porque era el mismo que
él intentaba recordarse a cada segundo.
No obstante, cada vez que estaba
cerca de ella, todas sus barreras
sencillamente desaparecían y el deseo
de permanecer a su lado se
intensificaba.
Y ni siquiera ahora, cuando ella ya
no estaba allí, cerca de él, podía dejar
de sentir ese interminable deseo de que
Jenny se quedara a su lado… para
siempre.
Dejándose caer sobre una butaca de
la cocina, Jared tomó una de las tartitas
de calabaza que Jenny había preparado y
le dio un mordisco. El sabor era suave y
dulce, como mantequilla derritiéndose
en la boca. Sabían a gloria. Jenny era
una excelente cocinera, sin duda.
Intentando apartar los pensamientos
de Jenny, fue al salón y se dejó caer en
el sofá con el televisor encendido. Sus
ojos se posaron en una intensa cabellera
roja de lana. La muñeca de Felicity.
—¿Qué haces aquí? Tendré que
llevarte de vuelta con tu dueña —le dijo
a la muñeca de Felicity, esbozando una
sonrisa enternecida al recordar a la
pequeña.
Los eventos vividos el día anterior
invadieron su mente. Él, Jenny y su hija
corriendo, abrazadas, riendo… Jenny
sentada a su lado, su cabeza recostada
junto a la suya, su aroma en sus
almohadas…
Y entonces dejó que la realidad lo
aplastara.
No podía permitir que Jenny se
marchara.
No podía permitirse perderla.
Podía
ser
que
Jared
no
comprendiera qué estaba sucediendo
con él, pero sabía que no podía dejar
que ella se apartara de su vida. Jenny
había sido la luz que había venido a
iluminar su vida, y perderla sería como
volver a entrar en la oscuridad.
Ella y Felicity se habían convertido
en algo mucho más importante de lo que
jamás podría llegar a admitir.
Y con esa determinación en mente,
tomó su abrigo y salió de la casa.
CAPÍTULO 14
El domingo por la mañana llamaron a la
puerta muy temprano. Jenny se
desperezó y bajó las escaleras a media
carrera para abrir, todavía en pijama.
Al otro lado de la puerta se encontró
con un Jared radiante, quien no dudó en
dedicarle una sonrisa sarcástica al
fijarse en sus pantuflas de dragón.
—Lindas pantuflas.
—Gracias.
—Ella
bostezó,
haciéndose a un lado para permitirle
pasar—. Entra, por favor.
—¿Te desperté?
—Tú qué crees. Es domingo por la
mañana. Las siete, de hecho —añadió,
dirigiendo una mirada al reloj de cucú
colgado en la pared—. ¿Nunca duermes
hasta tarde?
—No hoy. Quería venir anoche, pero
era demasiado tarde cuando salí del
hospital y supuse que estaríais
dormidas. Ten, os he traído el desayuno:
café para ti y tu abuela y donuts de
canela y pastel sin gluten y batido de
leche de arroz para Felicity.
—Vaya, gracias. —Sonrió y tomó la
bolsa—. Tú si sabes cómo hacer feliz a
una mujer embarazada.
—¿Ya no tienes náuseas matutinas?
—le preguntó, siguiéndola a la cocina.
—No después de vomitar dos veces
cada mañana —contestó, irónica—.
Después de eso me muero de hambre —
ella abrió la bolsa y dio un mordisco a
uno de los pasteles de canela—.
Mmmm, está buenísimo. —Se limpió el
labio con la lengua y él se encontró
siguiendo ese movimiento con ojos
entornados—. Disculpa mis modales,
últimamente me comporto como un
troglodita. —Rio y señaló uno de los
banquillos de la encimera de la cocina
—. Siéntate, te serviré en un plato.
—No te molestes, he venido a
hacerte una visita rápida para darte una
buena noticia.
—En ese caso, puedes sentarte y
comer algo. —Le alargó un plato con
uno de los panes y uno de los vasos de
café, sin dejar de masticar su bollo.
Notó sus ojos fijos en su lengua,
limpiando el azúcar de su labio y se rio
—. Lo siento, estoy siendo demasiado
golosa.
—Está bien. —Él se sonrojó,
evitando su mirada, no fuera que
descubriera lo que estaba pasando por
su cabeza en ese momento.
Habría deseado tomarla en sus
brazos y saborear el azúcar de su boca,
pasar la lengua por sus labios rosados y
luego besarla con pasión, deleitándose
con cada rincón recóndito de su boca,
antes de desnudarla y hacerle el amor en
esa misma encimera.
Se obligó a apartar la cabeza,
sintiendo que el pantalón comenzaba a
apretarse en la zona de la entrepierna.
—A veces como demasiado, es mi
mayor defecto —admitió ella—.
Siempre debo estar cuidándome.
—Pero si eres delgada como una
vara. —Frunció el ceño—. Deberías
subir un par de kilos, en especial ahora
con el bebé.
—Mi madre solía reprenderme todo
el tiempo por mi manera de comer
cuando era niña. Intentó enseñarme a
moderarme desde que tuve uso de razón;
me envió a campamentos de niños
obesos y me mantuvo en régimen desde
que tengo memoria. Pero a escondidas,
cuando ella no veía, devoraba los dulces
que yo preparaba en la cocina. —Le
guiñó un ojo, como si compartiera un
secreto con él.
—Y por eso tu talento en la cocina.
—Mi amor por la comida, querrás
decir. —Ella rio, poniendo uno de los
vasos de café frente a él.
—Este es para ti. Descafeinado —le
explicó, devolviéndole el vaso.
—Eres un ángel. —Sonrió y bebió
un sorbo—. Enseguida te sirvo el tuyo.
—Ya he tomado el mío por el
camino. Estos son para vosotras.
—De ninguna manera.
—Insisto. Solo vengo de pasada.
—Nada de eso, no te puedes quedar
sin beber algo, ¿te gustaría un zumo o te
preparo otra taza de café?
—No, te lo dije, pensaba hace una
visita rápida.
—¿Y ya has comido algo?
—Iba a desayunar en casa mientras
revisaba unas notas.
—Nada de eso. Lo menos que puedo
hacer como agradecimiento por traernos
el desayuno, es ofrecerte que desayunes
con nosotras. Quédate allí. —Lo tomó
por los hombros y lo devolvió a su
asiento cuando él se ponía de pie—. Te
prepararé café y un zumo delicioso, con
naranjas de verdad.
—Y yo que tenía esperanza en beber
un buen zumo de naranjas de plástico —
suspiró.
—Muy gracioso. —Puso los brazos
en jarra—. Solo quédate allí y aguarda,
o de lo contrario tendré que darte una
palmada en el trasero como reprimenda.
—Eso puedo aceptarlo. —Se obligó
a apartar la vista de su perfecto trasero
cuando ella se inclinó para tomar el
tarro de café de un estante bajo.
—Sigue de graciosito y te daré un
café con sal en lugar de azúcar —
amenazó falsamente, dedicándole una
sonrisa radiante—. ¿Y cuál es la buena
noticia? —preguntó ella, poniendo la
cafetera.
—Te he conseguido empleo.
Jenny se volvió con una cucharada
colmada de café molido en la mano.
—Estás
bromeando
—dijo,
mirándolo con ojos muy abiertos.
—Es en serio. —Sonrió, poniéndose
de pie, colmado de emoción por verla
sorprendida.
—¿Pero cómo? He estado buscando
durante semanas.
—Digamos que moví un poco mis
contactos.
—Jared, no debiste.
—Calla y escucha. —Él la alcanzó,
tomándola por los hombros en un intento
de poner énfasis en sus palabras—. Es
un buen empleo. Trabajarás en la
cafetería del hospital, te darán trato
especial por tu embarazo y tendrás
seguro médico. Podrás tener los
chequeos y el parto allí mismo, sin
costo. Y no solo eso, te darán guardería
para Felicity. Entienden que necesita
atención especial, por lo que contratarán
una persona entrenada que le dé trato
personalizado. Seguirán el mismo
programa que tú haces.
—Bromeas.
—Y no solo eso, te han permitido
hacer allí mismo los muffins para el
café de tu abuela, así no perderás
también esas ganancias. Eso a cambio
de que dejes algunos para el personal.
—Hizo una mueca de disculpa—. Ya
sabes, son adictos a tus muffins.
—¿Lo dices en serio? —La sonrisa
en el rostro de Jenny era radiante.
—No bromeo, Jenny. Tienes muchos
fans de tus muffins en el hospital.
—No, me refiero a lo otro. ¿De
verdad has conseguido todo eso para
mí?
—Por supuesto. —Él sonrió
también, satisfecho—. Lo prometí.
Ella dejó caer la cuchara y se
abalanzó sobre él y lo abrazó.
—Gracias —le dijo con la voz
quebrada por la emoción—. Gracias,
Jared. No tengo palabras. ¡Gracias,
gracias, gracias!
Él no pudo evitar enternecerse, la
abrazó con fuerza, aspirando el aroma
de su cabello.
Cuando ella se apartó, tenía los ojos
mojados por lágrimas de alegría.
—Te debo una, y muy grande —le
dijo ella, permitiendo que él le secara
las lágrimas con el pulgar, en un gesto
tan suave como caricia de pluma, con
sus manos callosas por el trabajo en la
casa.
—Bien, tal vez consideres casarte
conmigo en un futuro.
Ella rio, secándose las lágrimas con
el dorso de la mano.
—Deja de bromear con eso, no vaya
a ser que un día te tome la palabra.
—Ese día habré conseguido mi
cometido.
Jenny sonrió, negando con la cabeza.
—Esto tenemos que celebrarlo,
Jared. ¿Qué te parece un día de campo?
Prepararé algo especial, ¡oh, tengo que
contárselo a la abuela! —Se acercó y lo
besó en la mejilla antes de alejarse
corriendo por las escaleras.
—Espera, no podré acompañaros.
Les he pedido a unos amigos que vengan
a echarme una mano con la casa. —
Jared le dirigió una mirada a las viejas
vigas de la casa—. Uno de ellos es
contratista, así que sabrá mucho mejor
que yo lo que se debe hacer aquí.
Necesitamos terminar con el techo antes
de que lleguen las nevadas. Esta casa
debe estar completamente restaurada
para cuando el bebé nazca y ahora que
tú y Felicity os vais a quedar aquí
permanentemente.
—Oh, Jared. —Jenny le dedicó una
mirada llena de cariño—. No sé cómo
agradecerte todo esto que haces por
nosotras.
—Ya te dije cómo.
Ella sonrió y negó con la cabeza.
—No tendremos día de campo, te
ayudaremos en todo lo posible.
—Nada de eso, habrá vapores,
escaleras y herramientas peligrosas para
una madre embarazada, una pequeña de
cinco años y una anciana mayor. Me
harás un favor marchándote de casa por
unas horas, así nos darás tiempo de
terminar.
—No lo sé.
—No hay discusión. Ve a vestirte y
preparaos para salir.
—Bien, pero regresaré y cocinaré
algo especial para la cena para ti y tus
amigos, no quiero quedar como una
completa desagradecida.
—Eso es imposible, pero ya que
insistes, no te negaré ese derecho.
—Gracias. —Ella sonrió, radiante
—. De corazón, Jared, gracias.
Él la observó partir escaleras arriba,
tan contenta como una niña a la que
acaban de decirle que es Navidad.
Sabía que lo había evadido de nuevo
con respecto a su pregunta sobre el
matrimonio, pero no le importó. Verla
tan feliz significaba más para él de lo
que ella podría imaginar.
Ya habría tiempo para más, después.
Ahora ella se quedaría en Sheffield.
No la perdería.
Si tan solo consiguiera convencerla
de no apartarse de su lado cada vez que
él intentaba acercarse…
CAPÍTULO 15
—Mi amigo me ha dicho que
trabajará en el tejado, no tardará más
que un par de semanas en dejarlo como
nuevo. Sobre las molduras y la pintura,
todo estará terminado en cosa de un mes.
—¿Y todo esto lo hará él solo? —
preguntó Jenny, poniéndose el cinturón
de seguridad.
—Traerá a su gente para que la casa
quede lista —contestó Jared, poniendo
en marcha el vehículo.
Había pasado a buscarlas temprano
esa mañana. Después de llevar juntos a
Felicity al colegio y dejar a Gaia en el
café, se dirigían al hospital, donde Jenny
comenzaría a trabajar esa mañana.
Estaba tan nerviosa que Jared comenzó a
hablar sobre cualquier tema trivial, pero
se encontró cayendo en una terrible
contradicción diciendo que era un
hermoso día, cuando llovía a mares,
poniéndose en evidencia de que estaba
tan nervioso como ella, por lo que mejor
optó por tomar el tema de la casa, que
habían dejado a medio terminar el día
anterior.
—Tenemos suerte de que tú hayas
hecho tantos avances y de que seas tan
hábil. —Jenny le dedicó una mirada
agradecida—, ¿dónde aprendiste tantas
cosas de carpintería?
—Mi padre solía tener ese hobby y
me enseñó. —Una sonrisa llena de
nostalgia apareció en su rostro—.
Después de que él murió, continué
haciéndolo
siempre
que
tenía
oportunidad. Me ayuda a apartar el
estrés de un modo bastante útil. Como te
conté, reparé la casa de mi madre
completa y ella pudo triplicar el precio
cuando la vendió.
—Bromeas. —Ella abrió la boca,
sorprendida.
—En absoluto. Es algo que me gusta
de verdad y por eso trato de hacerlo
bien. El día que llegué a este pueblo, el
corredor me enseñó la vieja mansión
donde vivo ahora y pensé: «¿Por qué
no? Será divertido». Y la compré
enseguida con la intención de restaurarla
yo mismo, aunque he tenido tan poco
tiempo que lo único que he hecho hasta
ahora ha sido remodelar el suelo, que
estaba completamente podrido.
—Tal vez yo podría ayudarte con
eso y retribuir así un poco todo lo que
has hecho por nosotras.
—Nada de eso, contrataré a Conor
para eso —le dijo, refiriéndose al
contratista que había llevado el día
anterior—. Cuando termine con «La
mansión embrujada», comenzará con mi
casa. Acordamos que me hará precio
especial por las dos.
—¿Cuánto va a cobrar? La abuela y
yo reuniremos lo que sea, pero cuando
le preguntamos, no quiso soltar una
palabra al respecto.
—Eso es porque hicimos un trato
entre amigos. No vas a pagar un centavo,
es un acuerdo de camaradería: él me
ayuda con eso y yo lo ayudaré con mi
trabajo cuando se presente el caso.
—¿Cómo es eso?
—Digamos que tendrá visitas
médicas gratis para él y su familia por
un buen tiempo.
—Pero Jared, yo debo ayudarte a
pagar las reparaciones de nuestra casa,
no es justo que tú…
—No he dicho que no vayas a hacer
nada. Tú te encargarás de contribuir a tu
manera.
—¿Y cómo será eso?
—Invitándome a cenar de vez en
cuando. —Él le dedicó una sonrisa
pícara—, comienzo a volverme adicto a
tu comida.
—Jared, eso lo haré con mucho
gusto, pero sin ninguna condición, somos
amigos.
—Exactamente, y por eso hago esto
mismo yo por ti —la interrumpió, antes
de que pudiera continuar—. Permíteme
ayudarte ahora que puedo. Quién sabe,
puede que en un futuro necesite que seas
tú quien me ayude.
Jenny suspiró, no le gustaba deberle
nada a nadie.
—No me siento cómoda con esto —
suspiró—. Déjame pagarte, aunque sea a
plazos. Solo así me quedaré tranquila.
—Bien, si es tan importante para ti.
—Frunció el ceño, molesto.
—No te enojes, es solo que no me
gusta deberle a nadie.
—No soy cualquier persona, soy tu
vecino, y tu amigo. —Le hubiera gustado
añadir algo más, pero no era verdad. No
todavía, al menos.
—Lo sé. —Jenny posó una mano
sobre su brazo, en un intento de
transmitirle lo muy agradecida que se
sentía por lo que estaba haciendo por
ella y su familia—. Y entre amigos, es
mejor tener las cuentas claras. Ya has
hecho demasiado por nosotras.
—Ya hablaremos de eso —dijo él,
cortante, entrando en el estacionamiento
del
hospital—.
Ahora
debemos
ponernos a trabajar.
Jenny inspiró hondo al contemplar el
edificio delante de ellos, un hermoso
complejo de diseño clásico, de paredes
de ladrillo y cinco pisos de alto.
—Gracias por intentar distraerme
con la charla —le dijo a Jared, bajando
del vehículo.
—Te has dado cuenta. —Hizo una
mueca—. Me temo que me salió el tiro
por la culata. No debí sacar el tema de
los contratistas.
—Yo me alegro de que lo hayas
hecho, como te dije, no me sentía
cómoda debiéndote dinero.
—Dejemos de hablar de eso y presta
atención a lo importante —le dijo Jared,
aproximándose a ella y bajando el tono
de voz, para que nadie pudiera
escucharlos. Aunque no había nadie
alrededor—. Es tu primer día en el
hospital, te acompañaré para que
conozcas a todos.
—No es mi primer día de escuela —
rio—. No es como si fueran a ponerme
la zancadilla en los pasillos por ser la
nueva.
—¿No quieres que te acompañe? —
Él parecía dolido.
—Por supuesto que sí, no sabría qué
hacer sin ti. —Tomó su brazo y sonrió
—. ¿No te he dicho ya que suelo
perderme cuando me pongo nerviosa?
Seguramente en mi camino buscando la
cocina de la cafetería, terminaré en los
vestuarios de los chicos, si es que
existen en este lugar.
—Existen. Y no dejaré que eso pase.
—Frunció el ceño—. Los únicos
calzoncillos que verás serán los míos, y
eso cuando te quedes a dormir en mi
casa otra vez. Por cierto, he comprado
más pepinillos, ¿te gustaría pasar por la
tarde a ver una película?
—Me encantaría. ¿Crees que de
camino podríamos pararnos a comprar
un poco de mantequilla de maní?
—¿Mantequilla de maní?
—Sabe
estupenda
con
los
pepinillos.
Él arqueó una ceja, frunciendo la
nariz en una mueca de asco.
—O.K. Mientras te haga feliz… —
exhaló.
—¡Gracias! —Ella se paró de
puntillas y lo besó en la mejilla—. Eres
el mejor ¿lo sabías?
—Por supuesto.
—Y no pecas de sencillo.
—Obviamente. —Sonrió y su
atención se desvió hacia una viejecita
que pasaba con un cesto con ositos de
peluche en miniatura—. ¡Oh, señora
O’Donnell! —la llamó Jared—.
Permítame presentarle a Jenny Canet,
hoy comenzará a trabajar aquí.
—Hola, Jenny. —La anciana se
acercó y le tendió una mano que Jenny
estrechó con simpatía—. Qué bien que
te nos unas, ¿en qué departamento
estarás?
—Cafetería, señora O’Donnell.
—Ahí nos veremos a la hora del
almuerzo, entonces. Y por favor,
llámame Meg, como todos. —La alegre
sonrisa que le dedicó la mujer la hizo
sentir mucho mejor—. Espero que
tengas un buen día, Jenny.
—Igualmente. —Jenny se despidió,
sintiéndose mucho mejor mientras se
alejaba por el pasillo, de la mano de
Jared.
—Es amable, ¿no crees? Lleva
trabajando en la tienda de regalos unos
cuarenta años, según tengo entendido.
—No te creo.
—Pues créelo. Fíate de ella, ¿de
acuerdo? Es una buena mujer.
—¿Me vas a decir en quién debo
confiar?
—No, solo te… daré algunas
sugerencias. Cuanto mejor conozcas a
las personas que trabajan aquí, más
rápido te adaptarás. Oh, mira, allá va el
Dr. David. ¡Hey, Michael, espera! Tengo
que presentarte a alguien.
Jared
continuó
con
las
presentaciones durante casi media hora.
Desde el guardia de seguridad hasta el
jefe de cirugía, pasando por el personal
de intendencia, a los que conocía por
sus apodos, además de sus nombres,
hasta la secretaria ejecutiva del hospital.
Jenny se sorprendió de la facilidad
de palabra de Jared. Hablaba hasta por
los codos, y durante un segundo Jenny
comenzó pensar que no permitía a nadie
hablar. Y es que sencillamente nadie
tenía oportunidad de abrir la boca, pues
él no daba pie para iniciar
conversaciones; se limitó a llevarla de
un sitio a otro, hacía las presentaciones
sin consentir que entre ellos cruzaran
palabra, para enseguida trasladarla a
otra área.
Supuso que era por la falta de
tiempo, pues faltaban apenas quince
minutos para que comenzara su jornada
laboral, aunque la idea de que él no
quería que ella se enterase de algo pasó
por su mente. Quizá era un sitio horrible
para trabajar y él no quería que ella se
acobardara el primer día cosa que, por
supuesto, no haría. Estaba allí con la
intención de quedarse y nada se lo
impediría. Por lo que Jenny no protestó
y se limitó a intentar grabarse en la
memoria los nombres de todas esas
personas y sus rostros. Una labor que le
resultaba bastante complicada, si se
toma en cuenta la cantidad de gente que
trabaja en un hospital y que Jared
parecía conocerlos a todos a la
perfección.
Finalmente consiguieron llegar a las
cocinas de la cafetería. La señora
Robbins, la encargada de la cafetería,
sería su jefa directa. Era una mujer
mayor, alta y delgada, de delicados ojos
violáceos y cabello cano, que lucía un
inmaculado uniforme blanco. De aspecto
jovial y sonrisa implacable, recibió a
Jenny con singular cortesía, tratándola
con suma ternura, como si prácticamente
la conociera de toda la vida. Jared le
pidió que cuidara de ella por su estado
«delicado», aunque era más que obvio
que no era necesario.
Jenny se sintió como una niña que es
dejada en la guardería durante su primer
día y eso le molestó un poco. Ni
siquiera ella de pequeña tuvo un día así.
Sus padres habían sido fríos desde el
comienzo en su trato hacia sus hijos.
Recordaba que ese día la soltaron de la
mano en la puerta y se marcharon, para
volver a la hora de la salida. Nada de
dramas, ni encargos especiales ni
despedidas llenas de lágrimas.
Hubo mucha más emoción y
preocupación en ese primer día de
trabajo por parte de su vecino que de
sus propios padres, y por una parte eso
la alteró, pero por otra, se sintió
agradecida por Jared. Él no solo se
preocupaba por ella, sino también por el
bienestar del bebé.
Las semanas transcurrieron con
tranquilidad a partir de ese día. Jared se
daba vueltas a menudo por la cafetería
para ver cómo se encontraba Jenny y
robar un poco de lo que fuera que ella
estuviera preparando, ya fueran sus
famosas magdalenas o algún nuevo
postre que estuviera inventando.
Siempre creativa, Jenny se ganaba
día a día el afecto del personal del
hospital a través de su estómago. Surtía
de nuevas recetas los menús de la
cafetería,
platillos
excepcionales
creados por ella y otros a petición de
sus clientes, cediendo casi siempre a lo
que sus compañeros le solicitaban que
hiciera para el almuerzo, desde un tazón
de sopa de pollo o gelatina rellena de
fruta, hasta un platillo de goulash para
una asistente de enfermería checa que
pasaba por un periodo de nostalgia del
hogar.
Jared y Jenny solían almorzar juntos
todos los días, conversaban sobre cómo
había ido el trabajo, aunque en general
era Jared el que hablaba sobre sus
pacientes y Jenny escuchaba cada
detalle como si se le fuera la vida en
ello. Le encantaban sus historias, y de
vez en cuando opinaba sobre los casos,
y aunque no creía que él fuera a tomarla
en serio, Jared siguió sus consejos en
más de una ocasión. Como cuando
sugirió comprarle batidos rosas a las
niñas de pediatría para animarlas a
comer más, lo que dio buen resultado de
forma instantánea; o poner el canal de
deportes al Sr. Ferguson, el paciente de
oncología que más problemas daba a las
enfermeras y con ello dar fin a sus
continuas quejas, que solían poner a
todo el personal de mal humor.
Como el automóvil de Jenny se
había estropeado, seguían la misma
rutina todos los días: Jared pasaba a
buscarlas a las tres a su casa por la
mañana y recorrían la misma ruta de la
escuela de Felicity, la cafetería de Gaia
para finalmente llegar al hospital.
Cuando llegaba la hora de pasar por
Felicity al colegio, Jared siempre
buscaba el modo de ir con ella y si no
podía hacerlo, pedía a algún amigo, casi
siempre a Luke, que la acompañara,
para que no tuviera que ir sola.
A Jenny le resultaba hilarante y un
tanto molesta su extrema preocupación,
pero sabía que él solo intentaba
ayudarla, por lo que se sentía
agradecida con él. Y la gente de ese
pequeño hospital, amistosa al por
mayor, parecía dispuesta a seguirle el
juego.
Felicity pasaba las tardes en la
guardería del hospital y por la noche, al
terminar la jornada de trabajo, los tres
se marchaban juntos a casa. Cenaban lo
que fuera que Jenny preparara y pasaban
unas horas charlando antes de que Jared
se despidiera y se marchara a su propio
hogar.
Para Jared las cosas iban cambiando
en serio en su vida. En especial desde
que se dio cuenta del hecho de sentirse
extraño al llegar a casa y notar ese
enorme vacío cada vez que se alejaba de
Jenny y Felicity. Como si la casa vacía
fuera a juego con el hueco que sentía en
su interior. Podía ver a Jenny todos los
días, charlar con ella a cada momento, y
nunca se quedaban sin nada de qué
hablar. O si lo hacían, podían sentarse
uno al lado del otro a ver la televisión o
leer, jugar con Felicity o participar en la
preparación de la comida, sin compartir
una palabra o hablar hasta por los
codos, no importaba. Siempre mantenían
la misma familiaridad y esa sensación
de encontrarse completamente lleno
cuando estaba con ella. Como si a su
lado no necesitara de nada más.
Era un hombre completo cuando
estaba con Jenny.
Un hombre feliz.
CAPÍTULO 16
Jared fue a ver a Jenny a la cafetería
como todos los otros días lo hacía a la
hora del almuerzo. Se alegró al notar
que sonreía. Ese día se encontraba en la
línea de la comida, sirviendo a los
empleados que pasaban con sus
bandejas. Sin embargo, fue otro
sentimiento el que lo acosó al advertir
que estaba tan contenta hablando con un
paramédico.
—Te aseguro que tu comida es la
mejor de este universo —escuchó que le
decía el hombre.
Jenny le sonrió, agradeciéndole con
un gesto de la cabeza, mientras se
ocupaba de servir la comida a otra
persona.
Él no se movió de la fila.
—Deberías venir un día a mi casa,
me encantaría tener este festín en mi
mesa.
Una ola de celos invadió a Jared.
Estuvo cerca de intervenir, pero se
contuvo. Si ella deseaba aceptar los
avances amorosos de ese tipo, debía
darle libertad de hacerlo. No estaban
saliendo, solo eran amigos. Ella se lo
había dejado claro muchas veces.
—Puedes comprar la comida para
llevar, ¿no lo sabías? —Jenny le dedicó
la misma sonrisa, sin dejar de trabajar al
tiempo que buscaba algo entre los
avisos dejados sobre la mesa—. Mira,
justo aquí está la lista de precios. —Ella
le tendió una cartilla de menús y precios
que el hombre aceptó con una mueca que
no llegó a ser una sonrisa.
—Creo que tu damisela no se entera
de que ese tipo quería llevársela a su
casa —Jared escuchó la voz de Luke a
su lado—. O sabe esquivar muy bien los
coqueteos de tus rivales.
—No solo a ellos —murmuró Jared
con pesar, tomando una bandeja y
colocándose en la fila.
Cuando se encontró delante de ella,
Jenny le dedicó una sonrisa mucho más
radiante que al paramédico, lo que
provoco que Jared se regodeara.
Distinguió enseguida en su mirada el
regocijo que sentía ella al verlo.
—Al fin llegas —le dijo,
apartándose por un momento de su
puesto de trabajo para tomar una
bandeja con comida y entregársela—. Te
he estado guardando esto toda la
mañana.
Jared se encontró sonriendo como un
bobo. «Parece sumamente contenta de
verme y todavía ha preparado algo
especial para mí», pensó encantado.
—Estás en problemas —le dijo Luke
en voz baja cuando dejaron la fila—.
Ella te sirve algo «especial que preparó
para ti». —Adoptó un tono meloso de
mujer que nada se parecía a la voz de
Jenny—. Mañana querrá mudarse
contigo y tendrás que cargar con ella y
toda su prole.
Jared ni siquiera lo escuchaba, se
sentía demasiado contento, especial. Tal
como la comida que ella había
preparado para él.
—¿Qué es lo que vas hacer?
—¿De qué hablas?
—Para deshacerte de ella —le
aclaró Luke—. ¿Necesitas ayuda para
quitártela de encima?
—Yo no quiero hacer eso.
—Hombre,
esa
mujer
está
embarazada y tiene una hija… con
autismo —añadió en voz baja, como si
estuviera diciendo algo sumamente malo
—. Son una enorme jaula para ti, sin
mencionar el peso que implica el cargar
con una familia como esa. Se convertirá
en un yunque, una yunta…
—Esa mujer es lo mejor que me ha
pasado en la vida —gruñó Jared,
fulminándolo con la mirada—. Será
mejor que no vuelvas a pronunciar nada
como eso nuevamente, o…
—Déjalo así, comprendo —espetó
Luke, dedicándole una hosca mirada
mientras se dirigía a una mesa—. Lo que
no entiendo es por qué te importa tanto
ella. A menos que…
—¿Que qué? —siseó Jared pasando
por su lado para tomar asiento en una
mesa junto a la ventana.
—Que estés enamorado de ella.
Jared no contestó, se limitó a beber
del vaso de agua que había llevado en su
bandeja.
—Dios… no puedo creerlo. —Luke
sonrió de oreja a oreja—. ¿Estás
enamorado de Jenny?
—¡Shhh…! —Jared notó la mirada
de un par de doctoras fijas sobre ellos
—. Jenny no sabe nada, no puedes
decírselo.
—¿Y por qué demonios no se lo has
dicho?
—Porque ella me ha dejado claro
que no está interesada en mantener una
relación más allá de la amistad.
—Pero tú… si tú… la amas… —
Luke tartamudeó, parecía incapaz de
concebir que una mujer pudiera tomar la
decisión de no buscar algo más que una
amistad.
—No quiero arruinar lo que
tenemos, no puedo decirle nada. Y
cierra la boca de una vez, créelo, ella es
quien no quiere nada más.
Luke cerró la boca de golpe y se
pasó una mano por el pelo, pensativo.
—Dios, nunca creí escucharme decir
esto, pero Jared, si tú la amas, debes
decírselo.
—¿Qué parte de que ella no quiere
saber nada al respecto no te quedó
claro?
—Las mujeres dicen tonterías como
esas todo el tiempo y nunca son ciertas.
«No quiero casarme», cuando todo lo
que desean es encontrar un marido;
«solo me interesa una aventura», y luego
te están pidiendo mantener una relación
seria.
—Jenny no es así —exhaló aire,
molesto—. Ella no es como ninguna
mujer que he conocido antes, de
hecho…
—Díselo, Jared, ¿qué tienes que
perder?
Jared lo miró a los ojos y negó con
la cabeza.
—Todo —espetó, tomando su
bandeja y poniéndose de pie para
dirigirse a otra mesa.
Luke hizo lo mismo y lo siguió, y
tomando asiento a su lado continuó
hablando.
—Eres un cobarde.
—Cuando alguien se cambia de
mesa cuando tú todavía estás allí,
tómalo como un mensaje claro de que
esa persona no desea tu presencia.
—Y a la otra persona le interesa una
mierda —espetó Luke—. Si no quieres
que hable, bien, pero no dejaré de
decirte que eres un idiota.
—¿Terminaste?
—Sí.
—Bien, ahora come tu almuerzo y
cállate.
—Como digas, mamá. —Luke sonrió
mordaz y al fin dejó de hablar, prestando
atención a su comida mientras echaba a
Jared miradas esporádicas.
Su amigo comenzó a devorar su
comida, sin despotricar el menor
reproche hacia Jenny, ahora. Sin
embargo, al notar que él todavía no
tocaba su plato, dejó de comer para
prestar atención a lo que veía. Y fue
cuando se dio cuenta de que Jared
continuaba con la vista fija en Jenny.
—Hombre, me vas a hacer vomitar
—espetó Luke, lanzándole una servilleta
sucia a la cara—. ¡Cierra la boca o
provocarás un accidente con toda la
baba que estás tirando!
Jared le mostró el dedo corazón y
agachó la cabeza, prestando atención
por primera vez a su plato. Era un
sencillo plato de espaguetis, pero
cuando lo probó, estuvo seguro de que
había viajado al paraíso. Contenía una
crema suave y un tanto dulce, con sabor
a especias y tocino, mezclado con un
poco de queso y mantequilla.
Debía ser la receta nueva de la que
Jenny le había estado hablando la noche
anterior, sin duda sería un éxito en la
cafetería del hospital. Aunque un platillo
tan sublime como ese debía ser digno de
un lugar donde fuera apreciado al por
mayor, un sitio como un restaurante
sofisticado, o al menos famoso. Un lugar
donde ella obtuviera el mérito que
merecía, que fuera reconocida por su
talento en el país, ¡en el mundo entero!,
por su enorme talento con la comida.
—Aquí la Tierra a Jared. —Luke le
pasó la mano por delante de los ojos—.
Amigo, comienzas a asustarme en serio.
¿No estarás tomando drogas, o sí?
—Quieres calmarte, Luke —gruñó
Jared, fulminándolo con la mirada—.
Solo pensaba en la mejor manera de
ayudar a Jenny.
—¿Estás bromeando, verdad?
—¿Por qué bromearía con algo así?
—Porque prácticamente le estás
resolviendo la vida completa a esa
mujer —espetó—. ¿Sabe ella todo lo
que has estado haciendo por ayudarla?
Tú eres el jefe de todos nosotros. ¿Sabe
que trabaja para ti y que tú conseguiste
el trato especial para su hija? Que eres
tú quien lo paga de tu bolsillo.
—No vuelvas a repetirlo. —Jared
frunció el ceño, bajando el tono de voz
—. Eso te lo dije porque eres mi amigo.
—¿En serio? ¿No fue porque estaba
allí cuando firmabas los papeles y fuiste
demasiado lento para ocultarlo? —dijo,
sarcástico.
—No digas nada. Jenny se marcharía
enseguida si se enterase de ello. Y no es
como si tuviera muchas oportunidades
aquí. Estuve toda la semana buscando,
pero nadie está contratando. La crisis ha
afectado a todos los negocios de la
localidad.
—¿No será que tú deseabas tenerla
muy cerca de ti? —Soltó como quien no
quiere la cosa.
—Te lo digo en serio, no digas nada.
—Le dedicó una mirada de amenaza—.
Ella es demasiado orgullosa como para
aceptarlo si se enterara de la verdad.
Luke soltó una carcajada.
—Realmente alguien te ha domado,
Jared, y ese alguien te trae de un hilo —
se burló su amigo, palmeándole la
espalda.
Jared se encogió de hombros, sin
aceptar ni negar nada.
—Está bien, no te preocupes, no diré
nada —convino Luke, tomando su plato
de pasta y su tenedor de la mano—. Pero
quiero compartir los beneficios.
—Seguro. —Jared sonrió y lo
palmeó en el hombro—. Eres un buen
amigo, Luke.
—Cállate, lo hago por mí, no por ti.
No podría volver a vivir de esa bazofia
que era antes la comida de la cafetería.
Jared rio con más ganas.
—Y hablando en serio, ve con
cuidado, amigo. Ella es…
—Ten cuidado con eso.
—Iba a decir especial. Puede que no
vaya tras tu dinero, que sea una buena
persona, como aseguras, pero solo… ten
cuidado, ¿quieres? —Lo miró a los ojos,
la preocupación real reflejada en ellos
—. No quiero verte destrozado si ella se
llegara a marchar, con su angelical
sonrisa y su pequeña hija y su bebé
nonato. Sin mencionar esas maravillosas
magdalenas, que están para morirse. Y
estos platillos extraños. ¿Qué es?
¿Pasta, queso…? —Se llevó un poco a
la boca y enseguida cerró los ojos,
comiendo otro poco—. ¡Oh, mi Dios!
Acabo de tener un boquiorgasmo.
—Cállate, Luke.
CAPÍTULO 17
Ese treinta de octubre, Jared tenía una
sorpresa preparada para Felicity y
cuando decidió entrar en la cafetería
para discutirlo con Jenny, la encontró
una vez más sirviendo en la fila de la
comida.
Jared se alegró de verla acoplarse
tan bien a la gente del hospital, se estaba
ganando a pulso la estima de sus
compañeros, quienes no solo la
apreciaban por su buena comida, sino
por su gran simpatía y buen corazón.
Jenny, siempre sonriente, era capaz de
invadir con su alegría todo el lugar.
Al llegar a su lado, notó que tres
médicos residentes hacían fila para
llamar su atención.
—Te juro que no comía unos
macarrones con queso tan buenos como
estos desde que mi abuela vivía —dijo
uno, de nombre Tim, que cumplía su
segundo año en el hospital.
—Es en serio, no te mudes nunca,
Jenny —añadió otro chico, uno más
joven, que acababa de iniciar su
residencia en septiembre pasado—. Es
más, cásate conmigo, por favor.
—No eres el primero en pedirlo —
dijo Jared en tono de broma, aunque él
sabía que no bromeaba.
El rostro de Jenny se iluminó al
verlo y lo saludó con alegría.
—¿Ya almorzaste? —le preguntó él,
tomando la comida que ella le ofrecía.
—Todavía no, tengo mucho trabajo.
—Nada de eso, muchacha —
intervino la señora Robbins—. Ve a
almorzar con el jefe. Nosotras nos
haremos cargo, ya hiciste bastante esta
mañana. —Señaló los distintos platillos
expuestos.
—Te he dicho que no te excedas. —
Jared frunció el ceño.
—Es lo mismo que yo le digo, jefe.
—La señora Robbins puso los brazos en
jarra—. Pero esta chica es como un
torbellino en la cocina, antes de que una
pueda hacer nada para detenerla, ya ha
hecho lo suyo. Y con eso me refiero al
almuerzo para todo el hospital.
—Bien, bien, ya entendí. Descansaré
un poco —bufó Jenny, tomando un plato
con comida y alejándose de su puesto de
trabajo.
La verdad es que se sentía bastante
cansada y no necesitaba que le
recordaran lo mucho que había
trabajado. Además estaba muerta de
hambre y los pies le dolían, esa mañana
no había parado de trabajar desde que
había llegado a la cocina.
—Vas a tener que bajar el ritmo,
Jenny —le reclamó Jared, caminando a
su lado hasta una mesa vacía—. No es
bueno para ti ni para el bebé que te
excedas en el trabajo.
—Sí, jefe —Jenny imitó el tono de
la señora Robbins—. Por cierto, ¿por
qué te llaman así? El jefe. —Ella se rio,
sentándose en la silla que Jared había
movido para ella—. Suena como si
pertenecieras a la mafia.
—Así es como suelen llamar a los
médicos aquí. Soy su jefe, en cierto
sentido. —Él se encogió de hombros y
cambió de tema—. Por cierto, te iba a
preguntar,
¿tienes
planes
para
Halloween?
—Seguro, ir a pedir dulces con
Felicity, ¿quieres venir?
—Cuenta conmigo. —Él sonrió,
echándose un bocado de pasta a la boca
—. Por Dios, Jenny… Esto está
delicioso. ¿Cómo puedes cocinar tan
bien?
—No exageres, son solo macarrones
con queso.
—Los mejores que he probado en la
vida.
—Quizá sea porque no son de caja
—bromeó—. No debes haber comido
unos así desde que eras niño,
seguramente. La mayoría de los hombres
solo abren una caja y listo: «la cena está
servida, baby».
—¿Estás bromeando? ¿Quién tiene
tiempo de hervir una caja de macarrones
cuando hay servicio para llevar?
—Eres de lo peor —ella bromeó.
—Oye, tal vez podría llevarle un
poco de esto a Lucy.
—¿La niña de oncología de la que
me hablaste el otro día?
—Sí, ha estado un poco deprimida
porque su familia no va a poder venir a
verla para el día de los difuntos. Son
mexicanos y es una fiesta especial para
ellos. Lucy tenía la ilusión de probar el
pan de muerto de su abuela y está un
poco deprimida al respecto.
—Podría prepararlo yo para ella,
¿crees que estaría bien?
—¿Sabes hacer pan de muerto?
—Seguro, mi abuela es mexicana, lo
sabes. Conozco todas las recetas
mexicanas que ella me enseñó a hacer
desde que era una niña, incluido el pan
de muerto.
El rostro de Jared se iluminó.
—Jenny, si pudieras hacerlo para
Lucy, se emocionaría tanto… Lo he
buscado por todas partes, pero nadie lo
hace. Todo aquí es sobre Halloween.
—Tranquilo, déjamelo a mí. Haré el
mejor pan de muerto que pueda para la
pequeña Lucy.
Él se inclinó y la besó en la frente.
—Eres la mejor.
—Si tú lo dices. —Sonrió con
aparente falsa modestia, provocando que
él riera.
—Deberías hacer un libro de
recetas, Jenny.
—¿Yo? —Ella arqueó las cejas,
sorprendida.
—Pues claro, quién más —rio—.
Jenny, eres estupenda creando recetas
nuevas. Deberías compartirlas con el
mundo y dejar huella.
—Eso no es para mí. Además, dudo
que nadie vaya a publicarlo.
—Hay nuevas formas de publicar, yo
podría ayudarte.
—No lo creo, Jared. No soy buena
escribiendo y sin duda nadie querrá
leerlo.
—Ten más fe en ti, Jenny. Eres
genial y, te lo aseguro, la gente amará tu
comida tanto como las personas de esta
cafetería. —Tomó su mano y la estrechó
—. Solo ten fe en ti misma y todo lo que
puedes conseguir. Y si necesitas a
alguien que te dé una mano, puedes
contar conmigo sin dudarlo.
Ella sonrió, estrechando a su vez su
mano.
—Gracias, Jared. Lo pensaré, ¿de
acuerdo?
—Pero solo un poco. Mejor
decídete a hacerlo.
De pronto sonó su buscador y Jared
se tensó al leer el mensaje.
—Me tengo que marchar.
—Seguro, no te preocupes. —
Frunció el ceño—. Espero que no sea
nada de cuidado.
—No te preocupes, será solo una
prevención. —La besó en la mejilla—.
Nos vemos esta noche.
Jenny lo observó alejarse con cierta
melancolía, los últimos días habían sido
de mucho trabajo y poco había
conseguido hablar con Jared. De algún
modo, su ausencia comenzaba a
resultarle dolorosa.
Esa noche, después de cenar y
cuando Felicity se hubo quedado
dormida en su cama, Jenny salió a
despedir a Jared, como hacía todas las
veces que él iba de visita.
—Te veré mañana, tengo una
sorpresa para vosotras —le dijo él,
guiñándole un ojo.
—¿De verdad? —Ella se emocionó
sinceramente, como una niña.
Jared la miró. Comenzaba a amar
eso de ella.
—¿Qué es? —preguntó Jenny,
pasando por alto el cambio en la
expresión de su rostro.
—Si te lo dijera no sería sorpresa.
Nos vemos mañana. —Se inclinó y la
besó en la mejilla, pero antes de que se
diera cuenta, ella lo abrazó.
—Gracias, Jared, por todo. De
verdad eres un gran amigo.
Él la estrechó con más fuerza entre
sus brazos, deleitándose con ese
momento. Sentía tantas ganas de besarla,
pero sabía que ella lo rechazaría si lo
intentara.
No quería ahuyentarla, tenía muy
presente sus palabras y no quería
terminar con lo que tenían. Tenerla como
amiga era mejor que no tenerla en
absoluto.
—Te veré mañana, entonces —le
dijo, despidiéndose al fin.
—Nos vemos, que descanses.
—Tú también. —Jared subió a su
camioneta y la observó por el retrovisor,
despidiéndose con la mano mientras él
se alejaba por el camino.
Ella
sonrió
y se
marchó,
abrazándose a sí misma, y por un
momento Jared dudó de que lo que ella
le había dicho fuera completamente
cierto. Tal vez, de alguna forma, ella
también lo quería… y no solo como a un
amigo.
***
La tarde del treinta y uno de octubre,
Jenny le abrió la puerta a un Jared
disfrazado como un príncipe azul-zombi,
con la cara pintada de blanco y dos
dentaduras
pegadas
al
cuello
aparentando que mordían su carne. Al
verlo, su imagen le causó tanta risa, que
Jenny no pudo evitar soltar una
carcajada.
—Buenas tardes, mi damisela —le
dijo él, en tono galante, haciendo una
reverencia—. He venido a traer el ajuar
para esta noche para mi pequeña
princesa y su madre, la soberana reina
de este hogar.
La sonrisa de Jenny se transformó en
una enorme «o» de asombro cuando él
salió al pórtico y volvió llevando dos
hermosos vestidos a juego, de reina y
princesa.
—Dios mío, Jared, ¿de dónde
sacaste estos trajes? —le preguntó
Jenny, alargando una mano y luego
recogiéndola, como si no se atreviera a
tocar la fina tela de los vestidos—.
Debieron costar una fortuna. ¿Los has
alquilado, verdad? Porque si no es así…
—Son para ti y para Felicity. Un
regalo —le dijo él, colocando los
vestidos sobre sus brazos al notar que
ella parecía asustada de siquiera
acercarse a la tela—. Anda, pruébatelo,
que no muerde.
—Jared, no puedo aceptarlo.
—Te dije que te tenía una sorpresa,
no puedes rechazarla o me romperás mi
atormentado corazón. —Hizo un gesto
teatral, llevándose una mano al pecho.
—Jenny, al fin he podido traer los
dulces para esta noche. —Gaia entraba
por la puerta de la cocina con Felicity
de la mano—. ¡Jared, has llegado ya!
¡Qué hermosos disfraces! Mira, hija, lo
que te ha traído el tío Jared —le dijo a
Felicity.
La pequeña niña sonrió de oreja a
oreja y corrió a ver el vestido que su
madre tenía entre los brazos.
—Mi amor, no son para… —Jenny
no pudo continuar diciendo nada al ver
la carita de ilusión reflejada en el rostro
de su hija—. Jared, te los pagaré.
—Nada de eso, te he dicho que son
un regalo. —Jared se inclinó para tomar
a Felicity en brazos—. ¿Te ha gustado,
preciosa? Toda princesa debe tener un
hermoso vestido, y tú eres la princesa
más bella —le dijo, haciéndole
cosquillas en la barriga.
Jenny sonrió con ternura, sintiendo
que las lágrimas le nublaban la vista.
—Jared, has sido muy amable en
traer esos disfraces tan bonitos. —Gaia
se acercó y abrazó a Jenny por los
hombros—. Supongo que podremos
salvar el papel de baño que ibas a
ocupar para hacer las momias.
Jenny sonrió, pero Jared no pudo
evitar notar que estaba un poco
avergonzada por ello. Seguramente no
había tenido recursos para comprar un
disfraz para Felicity y optó por usar lo
que tenía a mano.
—Es una estupenda idea, quizá la
usemos para el siguiente año —dijo con
la intención de hacer sentir mejor a su
amiga—. O podríamos sacar algunas
vendas del hospital para hacerlo más
realista.
Jenny le dedicó una sonrisa
agradecida.
—Anda, ve a vestirte —le pidió él,
tomando su vestido y colocándoselo
encima—. Te verás muy linda, y tiene
una sorpresa para el futuro príncipe o
princesa.
—¿Ah, sí? —Ella arqueó una ceja
—. ¿Qué es?
—Míralo por ti misma. —Jared
sonrió, haciéndose un paso hacia atrás
para que Jenny pudiera verse en el
espejo de la entrada.
Y fue entonces cuando vio un
pequeño detalle en la tela, que era
ligeramente diferente. Un delantal que
iba sobre la falda, y en él, un pequeño
bebé disfrazado de príncipe.
«Próximamente vendré a dar
sustos», decía la leyenda sobre el
dibujo.
Conmovida por el gesto, Jenny lo
abrazó por el cuello.
—Gracias Jared. Esto es más de lo
que podría esperar de nadie. Gracias —
le dijo en un sollozo bajo.
—No llores, no es más que un
detalle insignificante.
—No lo es para mí, esto es
estupendo y yo no sé…
—No digas nada. Entiendo. —Él la
abrazó con fuerza y la besó en la
mejilla. Al menos eso lo podía hacer,
besarla en ese sitio era mejor que no
besarla en absoluto.
Jenny se apartó con una sonrisa,
sorbiendo la nariz.
—¿Qué se supone que es, por
cierto? —preguntó ella con curiosidad,
alzando el disfraz hecho con lo que
parecían infinitas capas de crinolina en
tonos rosados, verdes, azules y
púrpuras, y repleto de purpurina.
—Es un hada de los dulces —
contestó él con una sonrisa radiante—.
Una reina, del reino de los dulces, en
realidad. Y yo seré tu rey. —Él sonrió,
colocándose una corona decorada con
un enorme caramelo en el centro—. Y
nuestra pequeña princesa, es una hadita
de los caramelos. —Puso una corona
con muchos brillantes de colores sobre
la cabeza de Felicity, quien le sonrió
encantada—. La hermosísima Princesa
Caramelo.
Felicity rio, y para sorpresa de
ambos, lo abrazó por el cuello y lo besó
en la mejilla.
—Jared, te ha besado, ¡te ha besado!
—Jenny aplaudió, emocionada—. ¿Lo
has visto?
—Que si lo ha visto, si parece al
borde de las lágrimas —bromeó su
abuela, sonriendo también al ver a Jared
abrazar con intensa emoción en el rostro
a la pequeña niña—. Anda, hija, ve a
cambiarte de ropa y lleva a Felicity
contigo. La noche de brujas no dura toda
la noche, como algunos creen. Y tu
grupo ya te está esperando.
—¿Grupo?
—preguntó
Jared,
cargando a Felicity en brazos, como si
no soportara la idea de dejarla ir
después de tal demostración de afecto.
—Iremos con un grupo de mamás de
la clase de Felicity. Por la dieta que
llevan nuestros niños, nos hemos
organizado para repartir entre nosotros
caramelos especiales y hacerles un
pequeño festejo. De ese modo no se
sentirán apartados por no poder comer
lo mismo que los demás niños. Yo he
preparado unas cuantas magdalenas con
forma de calabaza. —Señaló una
bandeja repleta de hermosas magdalenas
de color anaranjado con ojos saltones de
caramelo, seguramente sin azúcar.
—Es una excelente idea —opinó él,
y tras besar una vez más a la niña en la
mejilla la dejó sobre el suelo para que
pudiera seguir a su madre—. Id a
cambiaros de prisa, entonces. No
queremos hacer esperar a los otros
chicos. Seguro que todos querrán probar
esas deliciosas magdalenas.
—Sírvete una mientras regresamos,
Rey Caramelo —le dijo Jenny, subiendo
las escaleras con Felicity de la mano—.
No tardaremos, Jared.
—Tomaos el tiempo que necesitéis
—él le guiñó un ojo, observándola subir
por la escalera con la pequeña niña de
la mano, quien no le quitaba los ojos de
encima al hermoso vestido que su madre
llevaba entre los brazos.
—Iré a ayudarlas —Gaia anunció,
subiendo tras ellas—. Jared, ponte
cómodo. Estás en tu casa.
—Gracias, señora Canet.
—Ya te dije que me llames Gaia —
sonrió la mujer, apurándose en subir las
escaleras con el ánimo y la energía de
una mujer joven.
Jared tomó una de las magdalenas,
incapaz de resistirse a probarla, y se
acomodó en uno de los sillones. Se
sorprendió al dar el primer mordisco y
comprobar que realmente estaba
deliciosa. Era increíble cómo Jenny
conseguía que la comida, incluso la que
era imposible que supiera bien,
estuviera deliciosa.
Diez minutos después aparecieron
por la escalera Jenny y Felicity, ambas
ataviadas como unas princesas de
cuentos de hadas. Lucían sumamente
bellas, Felicity como una versión en
miniatura de su madre, quien estaba
vestida como una reina multicolor. La
corona de Jenny consistía en una
hermosa tiara adornada con caramelos
de colores y tenía una varita con una
magdalenita en la punta.
—Muy apropiado —rio ella,
dirigiéndole una sonrisa radiante.
—Para la reina de las magdalenas
—contestó él, incapaz de dejar de
adorarla con los ojos.
—Me refería a esto, en realidad. —
Señaló su vientre—. Está adaptado para
las mujeres que no son tan delgadas
como una princesa de cuento de hadas.
Gracias por eso.
—No me lo agradezcas a mí, sino al
genio que debió hacer ese disfraz —dijo
Jared.
—Aunque la varita ha sido un
detalle encantador también, muchas
gracias —añadió Jenny, con una sonrisa.
—Ahora juntaos todos para que os
tome una foto, reyes de los caramelos —
les pidió Gaia, tomando en alto su
cámara Polaroid.
—Creía que esas cosas ya no
existían —comentó Jared, sorprendido.
—Estás en un mausoleo, ¿lo
olvidas? —bromeó Jenny, abrazándolo y
llevando a Felicity al centro para la
foto. Jared se agachó y tomó a la
pequeña en brazos.
La niña envolvió sus bracitos
alrededor de su cuello, abrazándolo,
como si imitara el gesto de su madre.
Jared se dejó llevar, generalmente
no le gustaban las fotografías, solía
ponerse tenso y nunca sonreía. Pero en
esa ocasión lo hizo, y de forma sincera,
abrazando a Jenny y a Felicity, las
mujeres que comenzaba a amar más en
la vida.
Gaia tomó la foto y la repitió. Le
entregó una y guardó la otra, diciéndole
que ahora podría tener un bonito
recuerdo para adornar su frigorífico.
Jared observó con una sonrisa en el
rostro aparecer la imagen en la
fotografía. En ella los tres salían
sonrientes, incluso Felicity había
sonreído para la foto. Sí, él le había
hecho cosquillas, pero había sonreído. Y
Jenny reía abiertamente, contenta de ver
a su hija riendo a carcajadas. Un
momento precioso que quedaría grabado
para siempre en ese pedacito de papel.
—Idos ya y pasad una linda noche
—los despidió Gaia, tomando a
Spiracles en brazos.
—¿No vendrá usted también? —
preguntó Jared.
—Oh, no, yo debo atender a los
niños que sean tan valientes como para
atreverse a venir aquí.
—Desde que tengo memoria mi
abuela ha recompensado a los chicos
que se atrevían a venir a «la casa del
terror del pueblo» —le contó Jenny—.
Muchas veces nos hizo ponernos a mi
hermana y a mí disfraces de seres
espeluznantes y nos colocaba en lugares
estratégicos del camino para ahuyentar a
los que se atrevieran a venir por aquí.
—Algo que tú adorabas hacer. —
Gaia la abrazó por los hombros,
hablando con orgullo.
—¿Lo dice en serio? —Jared arqueó
las cejas, sorprendido.
—Era tan divertido —Jenny rio—.
Ver a esos malcriados del vecindario
que solían señalarnos con el dedo y
gritarnos «bruja», salir corriendo
despavoridos.
Jared rio con ella, imaginando esa
escena con una pequeña Jenny
disfrazada dispuesta a espantar a todos
los chicos del vecindario.
—Lástima que tu hermana no lo haya
tomado tan bien —opinó Gaia—. Tu
madre me cobró las sesiones de terapia
de Megan, como si yo la hubiera
obligado a ponerse cadenas y
arrastrarlas por todo el vecindario y
lanzarle huevos podridos al chico
Thompson.
—No la obligaste, ella lo hizo por
convicción propia. A ella le molestaba
tanto como a mí que nos llamaran bruja.
Y la idea de los huevos fue de ella para
vengarse de Jimmy Thompson por
hacerle un retrato con una nariz horrible
llena de verrugas —argumentó Jenny en
su favor, haciendo reír a su abuela—.
Extraño esos días. Ojalá todavía
pudiéramos espantar a los chicos, pero
ahora nos podrían acusar de algún
delito. Dudo que muchos padres tomen a
bien que una mujer mayor aparezca
vestida de zombi y arrastre cadenas,
para sacar gritos de terror a sus hijos.
—Y no podrías hacerlo, de todos
modos. Gracias a Jared, esta casa cada
vez luce menos como una casa del terror
y más como una respetable vivienda.
Dios nos ampare —suspiró Gaia de
forma dramática, como si eso fuera lo
peor del mundo, provocando que Jared y
Jenny rieran.
El timbre sonó en ese momento,
acompañado por un mar de voces
infantiles gritando «truco o trato».
—Daos prisa, chicos, o llegaréis
tarde —los despidió Gaia, colocándose
una máscara al tiempo que iba por una
enorme fuente de dulces que había
dejado fuera de la vista de Felicity.
Jenny se despidió de su abuela con
un beso en la mejilla y se dispuso a
alejarse por la puerta trasera con
Felicity de la mano, de forma que su hija
no fuera a tentarse al ver los dulces para
los otros niños.
—Jared, ¿te importaría traer las
magdalenas?
—Ahora mismo, señora —contestó
él con tono alegre.
Con cariño, Jared guardó la
fotografía en el bolsillo interior de su
chaqueta, tomó la bandeja repleta de los
delicados dulces y se dispuso a seguir a
las chicas fuera de la casa.
Unos minutos más tarde, Jared
conducía por una zona distinguida de
Boston. Llegaron a una elegante calle de
un buen vecindario. Estacionaron a la
vuelta de la vivienda cuya dirección
Jenny tenía escrita en su tarjeta de
invitación, ya que habían colocado
vallas para impedir el paso de vehículos
a la calle.
Al aproximarse, notaron la presencia
de varias familias que se habían
congregado cerca de la casa más grande
de la manzana, la casa de la dirección
donde se llevaría a cabo el festejo. Los
invitados y vecinos, ataviados con
diversos disfraces, se ponían de acuerdo
entre ellos sobre el modo de comenzar
la fiesta para los niños.
Jenny lucía nerviosa y se detuvo un
momento para hablar con una madre que
encontró de camino. Jared, de pie a su
lado con la bandeja de pastelillos,
observaba a los padres disfrazados,
entre los que pudo distinguir una familia
de vampiros, muchas momias, tres
capitanes Sparrow, cuatro sombreros
locos y seis hombres manos de tijeras.
—Aquí son admiradores de Johnny
Depp, por lo que veo —susurró Jared
cuando la mujer hubo terminado de dar
indicaciones a Jenny y se marchó hacia
otro grupo disperso.
—Oh, sí, es el mejor, ¿no lo crees?
—asintió Jenny con entusiasmo—. Ven,
tenemos que situarnos en uno de esos
puestos de comida ambulantes —le
explicó, dirigiéndose a paso veloz hacia
el grupo congregado de padres y niños.
Jared notó que las casas no solo
habían sido decoradas con los típicos
adornos de Halloween, sino que varios
puestos ambulantes de comida habían
sido dispuestos en semicírculo en medio
de la calle. Los vecinos se habían
organizado y cerrado el paso en ambos
sentidos, de modo que pudieran gozar de
tranquilidad sin preocuparse por los
automóviles.
Además, en la calle, frente a cada
casa, habían sido colocadas varias
mesas a modo de puestos de feria, con
puertas falsas de cartón pintadas en
ellas. Los que debían ser los padres de
los chicos, las abrían pretendiendo que
eran puertas normales de casa, y daban a
los chicos dulces, frutas u otras delicias
que pudieran comer, permitidas en su
dieta sin gluten ni caseína.
—Jenny, qué bien que has venido. —
Una mujer rolliza se acercó a recibirlos.
—No podíamos faltar, Felicity
estaba muy emocionada por la fiesta. —
Jenny sonrió, a pesar de que la mujer no
dejaba de mirarla de arriba abajo, como
si realmente no se alegrara de su
presencia allí.
—Temía que fueras a estar
demasiado… cansada para llegar. Con
lo de tu trabajo, y eso. —Hizo un gesto
despectivo con la mano—. Y veo que
conseguiste un disfraz, cuánto me alegro.
Oh, y le has hecho uno igual a Felicity
con lo que te sobró del tuyo, qué bien.
—Sonrió de forma tan alegre como si
acabara de tomarse un trago de vinagre.
—En realidad ha sido un regalo, ¿ya
conoces a Jared Zivon? —Jenny
presentó a su amigo, quien miraba a la
mujer con cara de pocos amigos.
—¿Zivon? —La mujer escrutó con
ojos renovados al hombre que la
acompañaba, como si de pronto se
hubiera materializado a su lado—. Creo
que no tenemos el placer. ¿Por
casualidad eres algo de los Zivon de
Ohio?
Jared se tensó, y fijó la vista en los
pastelillos que llevaba con él.
—Jenny ha traído esto para la fiesta,
¿dónde quiere que lo ponga?
—Oh, Jenny, no tenías que
molestarte. Tú no debías traer nada. Las
otras madres comprenden tu situación.
—La mujer posó una mano sobre su
hombro, dedicándole una sonrisa llena
de lástima mezclada con desprecio, que
le hizo torcer el gesto y a Jared le
provocó el impulso de lanzarle los
pastelillos en la cara. De no haber sido
porque Jenny los había preparado, lo
habría hecho sin detenerse a pensar en
las consecuencias.
—¡… De allí abajo no saquen nada,
aún no está listo ese puesto! ¡Oye,
Meredith, tus hijos quieren comer de los
pastelillos que contienen huevo! —gritó
una mujer, acercándose a ellos a paso
tranquilo—. Si no quieres que les salgan
plumas o lo que demonios asumas que
sucederá si tus hijos comen huevos, ve y
quítalos de allí. Ni siquiera son
alérgicos, por un demonio.
—Oh, no, otra vez no. —La mujer
rolliza lanzó un bufido—. Disculpen.
Jared, puedes colocar eso por allá. —
Señaló uno de los puestos de puertas
falsas antes de alejarse rumbo a un
grupo de chicos que hacían gran
escándalo.
—¿Quién demonios era esa? —
gruñó Jared cuando la mujer se hubo
marchado.
—Meredith Ashley, una de las
madres del grupo de padres de familia
del colegio de Felicity. Ella organizó
todo esto aquí, en su vecindario, para
estar más a gusto. —Jenny fingió una
sonrisa, ocultando que estaba realmente
molesta—. Tiene la idea de que soy una
mendiga y necesito de su caridad, y
además estúpida, por el modo en que me
habla siempre.
—Eso es porque cree que eres
mexicana y no puedes entenderla —
añadió la misma mujer que había gritado
a Meredith hace un momento,
acercándose a ellos—. Esa mujer cree
que el no tener un trasero de cerdo y
haber nacido debajo de la frontera, son
hechos que convierten a una persona en
un idiota muerto de hambre —bufó,
rodando los ojos—. Cuando es obvio
que la imbécil es ella. Seguro que esa
vaca tiene el cociente intelectual de una
mula.
—Eso es porque ella es una mula —
añadió Jared, siguiéndole el juego a la
mujer recién llegada.
Una sonrisa sincera apareció ahora
en los labios de Jenny.
—Jared, te presento a mi amiga,
Sonia. —Jenny se volvió hacia él—.
Sonia, Jared, mi gran amigo.
—¿Así que tú eres el gran médico
que siempre sale al rescate? Es tan
guapo como lo describiste —dijo Sonia,
sin tapujos en la lengua, provocando que
las mejillas de Jenny se encendieran.
—Entonces, Jared, ¿te ayudo a
llevar esas magdalenas al puesto? —le
preguntó Jenny, ocultando sus mejillas
encendidas.
Se acomodaron en el puesto libre
que les había indicado Meredith. Sonia
comenzó a hablar con ambos,
sintiéndose cómoda en presencia de
Jared enseguida, extrovertida como era.
De pronto se acercó a ellos un pequeño
niño de grandes ojos marrones y
constitución delgada, y con solo verlo
Jared adivinó que se trataba del hijo de
Sonia.
El pequeño tomó a Felicity de la
mano y tiró de ella, llevándola con él a
modo de invitación, señalando un grupo
de chicos.
—Está bien, ve a jugar con los
demás chicos —le dijo Jenny a Felicity,
animándola a socializar.
Su hija dudó, pero ante la insistencia
de su amigo, terminó cediendo y
marchándose de la mano del niño.
—Tim está enamorado de tu hija —
sonrió Sonia—. Son adorables juntos.
—¿Cómo que enamorado? —Jared
frunció el ceño.
—Eres tan celoso como cualquier
padre —bromeó Sonia, palmeándole el
brazo a Jared—. Tranquilo, vaquero,
que ese es mi hijo y le he enseñado bien.
Cuidará de tu pequeña princesa.
—Hey, quieren dejar de planear el
futuro de nuestros hijos de cinco años y
centrarse en algo serio —Jenny puso los
brazos en jarra y los miró a ambos—.
¿Dónde ponemos esas magdalenas?
—Muy serio tu asunto —espetó
Sonia, sonriendo—. Dame eso, Jared, yo
me ocuparé de colocarlas. Y tú mejor,
vaquero, lleva a tu mujercita a comer
algo, antes de que se transforme de hada
buena a bruja de los bosques. Ese bebé
debe estar pateando de hambre.
—No somos pareja.
—Da igual. Ven conmigo, Jenny, ella
tiene razón —le dijo Jared, tomándola
de la mano y llevándola con él por algo
de comer.
Jenny se dejó conducir por él con el
ceño fruncido, pero contenta, y no apartó
la mano de la suya a pesar de que ya no
era necesario que las mantuvieran
entrelazadas.
Se sirvieron varios bocadillos, entre
los que había mucha comida vegana, y
algunas cosas más tradicionales, como
caramelos con azúcar y galletas de
jengibre.
Sin embargo, nada era tan
espectacular como las magdalenas de
Jenny, que se acabaron en seguida.
—Vas a tener que pagarme la cita de
mi lipo, Jenny. Esto está criminalmente
bueno —le dijo una de las madres,
terminándose su tercer bizcocho con
forma de calabaza.
—Bien podría cerrar la boca y dejar
los pasteles a los niños —gruñó Jared,
provocando que Jenny riera por lo bajo.
—¡Oh, no! ¡Todavía no llegan! —
gimió de pronto Meredith, actuando de
forma más dramática de lo habitual y
sobresaltándolos a todos.
Jared, sentado junto a Jenny y Sonia
en unas sillas, tras su puesto, la
observaron con desgana.
—¿Quién? —preguntó Sonia con
antipatía. Era obvio que Meredith
esperaba que le preguntaran y alguien
tenía que tener el valor de hacerlo.
—Teníamos preparada una pequeña
actuación para los niños —contó, su
aflicción
aumentando
a
niveles
estratosféricos—. Una adaptación hecha
por mí de Blanca Nieves y los siete
enanitos, estilo zombi —añadió,
guiñando un ojo como si aquello fuera lo
más fantástico.
—Oh, no —suspiró Jenny.
—Y que lo digas. No me asustan los
zombis, pero sí ver a esa mujer con un
traje de princesa y sobre un escenario.
—Jared apoyó la cabeza sobre su
hombro, en busca de consuelo.
—Eres tan dramático como ella —
rio Jenny, acariciando su mejilla, sin
moverlo de allí—. Ya, pobre bebé,
tendrás que aguantar un poquito más. Te
prometo que si te portas bien te daré un
premio al terminar.
—¿Qué premio? —gimió él, alzando
el rostro solo para mirarla a los ojos,
manteniendo la barbilla apoyada sobre
su hombro.
El brillo intenso de sus ojos provocó
que las mejillas de Jenny se
encendieran, pero aun así se obligó a
responder.
—Lo verás cuando lleguemos a
casa, o no te portarás bien.
—Lo haré si el premio vale la pena.
—Te portarás bien o te daré una
tunda en el trasero.
—Si es con tus delicadas manos,
dime qué es portarme mal, para hacerlo
en seguida.
Ella rio, sintiendo que las mejillas
se le encendían como tomates.
—¿Por qué no lo hacen ustedes dos?
—preguntó Sonia, quien para su
sorpresa había mantenido la mirada fija
sobre ellos.
—¿El qué? —preguntó Jenny,
sintiendo que las mejillas se le
encendían más.
—Habla de la obra —le explicó
Jared en voz baja, adivinando lo que
pasó por su cabeza.
Jenny le dio un codazo de forma
juguetona, aunque todavía sentía sus
mejillas arderle como si las tuviera en
carne viva.
—Me temo que no hemos prestado
atención a nada de lo que sucedía —
explicó Jenny, pero no la escucharon.
Sonia y Meredith continuaban hablando,
decidiendo algo que los involucraba a
ellos dos.
—Es una buena idea —convino
Meredith—. Necesitamos a alguien que
haga el papel de Blanca Nieves y del
príncipe, mi sobrina y su novio iban a
hacerlo, pero me han dejado colgada. Y
ustedes ni siquiera tendrán que
disfrazarse, con lo que traen puesto se
verán estupendamente.
—Oh, no, no. —Jenny se negó en
seguida, al comprender a dónde iba todo
aquello.
—Vamos, Jenny, es por los niños. —
Sonia le dedicó una sonrisa pícara que
ella le devolvió con un ceño bastante
fruncido.
—No sabemos el guion.
—Es Blanca Nieves. No tiene gran
ciencia. Solo llora mucho y cómete la
maldita manzana al final. —Sonia le
tendió la mano para ayudarla a
levantarse—. Y tú llegas al final y la
besas para salvarle la vida —añadió,
dirigiéndose a Jared.
Los ojos de Jared se iluminaron y
miró a Jenny.
—Es por los niños —dijo, radiante
de alegría.
Ella achicó los ojos.
—Bien —gruñó, tomando al fin la
mano que Sonia mantenía alzada ante su
rostro para ponerse de pie—. Pero si
todo termina en desastre, no digan que
no se lo advertí.
—Saldrá bien, tú tranquila. No hay
forma de equivocarse. —Sonia le sonrió
de oreja a oreja.
—Vas a pagar por esto —masculló
Jenny en tono de broma, sonriendo
también.
Jared se aproximó a ella y la tomó
de la mano y la condujo con él rumbo al
escenario.
Ella tampoco se apartó en ese
momento, manteniendo los dedos
entrelazados con los suyos.
Quince minutos después, Jenny
aparecía en el improvisado escenario
decorado con un sencillo telón de fondo
pintado con un bosque. A su lado, Jared
le daba la mano, y juntos bailaban
rodeados de un montón de zombis
enanos.
—¡A por todo, chicos! —les gritó
Sonia—. ¡Son fenomenales!
—Fenomenal será la paliza que te dé
cuando esto termine —le dijo Jenny
entre dientes, haciendo reír a su amiga.
Gracias al cielo los niños no
comprendieron a qué se refería.
—Anda, que no está tan mal, si no
cuentas la terrible adaptación del cuento
de los hermanos Grimm —Jared le
murmuró al oído.
—Seguro que están saliendo de sus
tumbas en este momento para venir a
«jalarnos de los pies en la noche» —
masculló Jenny.
—¿A qué…?
—Un dicho de mi abuela, olvídalo.
—Ella se encogió de hombros—. Oh,
no, ahora qué… —Soltó una risita,
cuando Meredith, vestida con un
ajustado vestido negro que hacía resaltar
todas sus curvas, salió a escena. Su
rostro estaba maquillado de blanco, y
gruesas líneas moradas y rojas
decoraban su piel, imitando a un zombi.
—¿Esa mujer conoce la diferencia
entre un muerto viviente y una prostituta
pasada de copas? —Preguntó Jared en
su oído, provocando que Jenny riera
más.
—Pues a mí me parece un panda
gigante, con todo ese blanco en la cara y
los ojos negros.
Jared soltó una sonora carcajada, tan
fuerte se rio que Meredith se vio
interrumpida en su actuación.
—Vete ya, se supone que mi
malvada madrastra no puede verte —le
dijo Jenny, luchando por aguantar la
risa.
Continuaron con la obra, que no iba
tan mal, considerando la improvisación
de la actriz principal, que tuvo que
ocupar todo su ingenio para entrar por la
puerta de la diminuta casita de los
enanos con su voluminoso vestido, y
aguantar un grito cuando, al morder la
manzana envenenada, esta resultó ser de
cera. Jenny suspiró de alivio cuando
finalmente pudo recostarse sobre la
tumba improvisada en el bosque,
rodeada por los enanos, y esperar el
rescate de su príncipe. Lo que daría,
gracias al cielo, por terminada la obra
de teatro.
Al volver a escena, Jared declamó
una elaborada alocución dedicada a su
amada muerta, usando palabras más
similares a Shakespeare en el discurso
de Romeo junto a la tumba de Julieta,
que al de un sencillo cuento de hadas
para niños.
—Oye, corta el rollo, que los chicos
se están aburriendo —siseó Sonia,
provocando que Jenny abriera los ojos
para notar a un montón de niños
desconcertados,
mirándolos
boquiabiertos.
—Bien, aquí vamos —susurró Jared,
que se había arrodillado a su lado, y
Jenny supo lo que sucedería después.
Pudo ser un beso fingido, pero algo
en su mirada, en el brillo de sus ojos al
encontrarse con los suyos, le hizo sabe
que no sería así.
Él se acercó lentamente, como si le
diera la oportunidad de apartarse de
quererlo así, pero ella no lo hizo.
Sus labios se encontraron, suaves,
aterciopelados, cálidos al contacto.
Un estremecimiento le recorrió el
cuerpo entero y abarcó cada parte de su
ser.
Y fue como si el mundo cambiara en
ese mismo momento.
Jared se apartó ligeramente,
mirándola a los ojos de una forma que
ella no supo interpretar. Sus ojos eran
cálidos y feroces a la vez, una mezcla de
luz y negrura, sus pupilas ensanchadas,
convirtiendo el claro color azul de sus
iris en negro.
Él posó una mano sobre su mejilla,
acariciando su piel con la ternura de un
amante, sus respiraciones mezclándose
en el frío de la noche, provocando que
la humedad de su aliento calentara las
terminaciones nerviosas de su boca.
Y entonces él la besó una vez más.
No como la primera vez. La besó de
verdad, un beso profundo, entregado,
apasionado.
Y fue como si todo su mundo
encajara al fin.
Como si tras una larga carrera, sin
saber qué buscaba, al fin encontrara el
sentido de todo.
Y entonces supo la respuesta a esa
pregunta que siempre se hizo, estuvo
allí, ante ella, todo el tiempo: ella le
pertenecía, y él le pertenecía a ella.
Eran el uno para el otro.
Jenny se estremeció con la caricia y
él ahondó el beso. Y las piezas no solo
encajaron, fue un maldito rompecabezas
que finalmente tuvo orden y forma,
mostrando una imagen magnífica ante
ellos. Una imagen de su amor. Como si
su vida entera hubiese estado buscando
ese momento que representaba toda una
vida de búsqueda.
Sus labios juguetearon con los
suyos, moviéndose, saciándose de algo
que era incapaz de saciar. Con la entrega
y la devoción de alguien que desea algo
que no quiere que termine jamás.
—Hey, que hay niños presentes —
dijo Sonia entre risas, comenzando a
aplaudir.
Pronto varios aplausos se unieron a
los de ella, y el público conformado por
padres e hijos se puso de pie para
ovacionarlos.
Jared se apartó ligeramente,
manteniendo la mirada fija en la de ella
mientras la envolvía entre sus brazos y
la ayudaba a ponerse de pie.
Jenny le sonrió ligeramente antes de
romper el contacto con su mirada y
volverse hacia el público para
agradecer con una reverencia.
Él intentó tomar su mano, pero esta
vez, ella la apartó antes de que pudiera
tocarla, actuando como si no se hubiera
percatado de su intención.
CAPÍTULO 18
—Maldición, otra vez no… —Jenny
suspiró cuando, al intentar tomar el
frasco de harina, este resbaló de su
mano, derramando su contenido sobre la
mesa.
—Creo que alguien está teniendo un
día malo. —La señora Robbins se
acercó a ella y la alejó del desastre que
acababa de dejar en la mesa de la
cocina—. Seguramente apenas dormiste
anoche, después de llevar a tu hija a los
festejos de Halloween. Mi hija
sencillamente decidió no levantarse hoy,
y quizá tú debiste hacer lo mismo ¿has
desayunado algo, al menos?
—Sí, claro… Solamente cereal.
—Cariño, estás esperando un bebé,
y todos queremos que sea un pequeñín
hermoso, como su madre. Así que ve
allá afuera y tómate un minuto para
respirar y comer algo decente, antes de
volver al trabajo. Yo me ocuparé de
limpiar esto.
—Pero…
—Ta, ta, ta. —La anciana la
despidió con un gesto de la mano.
—Gracias. Y yo limpiaré cuando…
—Ta, ta, ta —repitió el gesto,
haciéndola callar.
Con una sonrisa Jenny salió de la
cocina. Se sentó en una mesa del
comedor después de llenar un plato con
una mezcla de granola, yogur y fruta, que
empezó a comer con deleite. No se
había dado cuenta del hambre que tenía.
Apenas había conseguido comer algo
antes de salir de casa.
Había despertado tarde, después de
pasar una mala noche.
Después del beso apenas había
conseguido cruzar una palabra con
Jared.
Lo estuvo evitando y eso le
provocaba un poco de vergüenza. No
era una niña de secundaria, era una
mujer adulta, capaz de moderar sus
emociones y mantener sus sentimientos a
raya. Que el pulso se le acelerara y no
pudiera dejar de pensar en esos suaves
labios tan hermosos y firmes sobre los
suyos cada vez que lo miraba, era algo
que no debía pasarle a ella. ¡No a ella!
Debían ser las hormonas. Sí, eso
tenía que ser. Había leído un artículo en
una revista de maternidad que hablaba
del incremento del deseo sexual en la
mujer durante el embarazo. Un deseo
que ella no tenía posibilidad de
satisfacer con una pareja, como sucedía
con la mayoría de las mujeres en su
condición.
Aunque no recordaba haberse
sentido de ese modo con Lionel cuando
estuvo embarazada de Felicity. Sus
labios no la provocaban del mismo
modo que lo hacían los de Jared, ni se le
pasaban imágenes de ambos desnudos
enredados entre las sábanas cada vez
que lo miraba.
—¡Jenny, al fin te encuentro!
Jenny se atragantó con la comida
cuando Jared apareció ante ella.
—Dios, ¿estás bien? —Jared se
inclinó hacia ella y comenzó a palmearle
la espalda.
—Sí. —Tosió una vez más, sintiendo
que las mejillas se le encendían al notar
su cercanía, su cálida mano acariciando
en suaves círculos su espalda—. Es que
me sorprendiste, eso es todo. —
Carraspeó, obligándose a recomponerse
—. ¿Qué sucede? ¿Para qué me
buscabas?
Él
le
dedicó
una
mirada
especulativa,
como
si
deseara
comprobar que realmente se encontraba
bien.
—Lucy —dijo al fin, tomando
asiento a su lado—. Celebrará hoy el
día de muertos. Me preguntaba si tú…
—El pan de muerto, no lo he
olvidado. —Ella asintió—. He traído mi
viejo libro de recetas conmigo. Estará
listo para el almuerzo, no te preocupes.
—No sé cómo agradecértelo, eres la
mejor, Jenny. —Se inclinó y la besó en
la mejilla—. Te veo entonces, tengo que
ir a consulta ahora, dejé a un hombre
con el termómetro puesto… no
precisamente bajo el brazo.
Jenny tosió otra vez, en esta ocasión
entre risas.
—Jared, vete de aquí antes de que
provoques que me asfixie con la comida.
—Excelente, así tendré que hacerte
el boca a boca. —Le guiñó un ojo y se
alejó antes de darle la oportunidad de
replicar.
Jenny se descubrió sonriendo para sí
misma, sintiendo que todavía las
mejillas le ardían a pesar de que Jared
ya se había marchado.
—Jenny, ¿cómo estás? —preguntó
de pronto una de las médico residente
del hospital.
—Bien, gracias —contestó Jenny
con un dejo de extrañeza en la voz. Era
una de las pocas personas del hospital
con las que nunca antes había cruzado
una palabra.
—Qué bien, ¿te importa si te
acompañamos? —preguntó la mujer,
tomando asiento a su lado y Jenny no
pudo evitar tensarse. Era una chica que
conocía poco, pero era una de las pocas
personas que no le resultaba agradable.
En especial porque solía ser la clase de
persona que parecía gustar de mirar a
las otras con la nariz alzada y arrugada,
como si estuviera oliendo el desagüe de
un baño público, y solía ser la
«lamebotas» de…
—Está muy bien, ¿no lo has visto ya,
Lulú? —dijo otra mujer, sentándose a su
otro lado libre. Brianna, la portadora de
las botas que Lulú lamía con regocijo—.
Jared no se le despega de encima.
Jenny apretó con fuerza el tenedor.
Brianna no le caía bien en absoluto. Ella
era una mujer que debía creer que nació
en la realeza, porque daba a todos
órdenes como si fueran sus sirvientes
personales. Los empleados de la
cafetería y la limpieza eran casi siempre
sobre los que descargaba su mal genio.
Jenny ya había tenido que soportar
durante un par de ocasiones sus
desplantes públicos, cuando ella declaró
ante toda la cafetería que la comida
grasosa de la nueva cocinera era peor
que la que se servían en las estaciones
para camioneros.
Como si ella se hubiera parado en
uno de esos sitios alguna vez.
—¿De qué estás hablando? —
preguntó Jenny con enojo en la voz,
dispuesta a marcharse en seguida.
—No te molestes, Jenny. —Brianna
la tomó por el brazo—. Es solo que no
pude dejar de notar lo amigables que
estabais tú y Jared, ¿desde cuándo salís?
—No salimos, solo somos amigos.
—¿Es en serio? Porque él lucía muy
cariñoso contigo. —Lulú le dedicó una
mirada llena de envidia.
—Por supuesto que es en serio,
Jenny es una mujer inteligente, tiene una
hija, tiene que velar por ella —intervino
la otra mujer—. Sabes muy bien lo
esquivo que es Jared. Todo el mundo
sabe que no es capaz de tener una
relación seria. Sería muy tonto por parte
de Jenny permitir que él le rompiera el
corazón.
—Eso es verdad. Desde que lo dejó
su prometida, Jared es como un
abejorro, saltando de flor en flor, sin
quedarse en ninguna. ¿Te ha hablado de
Joana, Jenny?
—Sí —siseó ella, aunque con cierta
vacilación. Era muy poco lo que Jared
le había contado de su ex prometida.
Y Brianna, con su inteligencia aguda,
lo notó enseguida.
—¿Te contó él que ella era médico
en el hospital donde solía trabajar?
—¿En serio? —Jenny se tapó la
boca demasiado tarde. Ya había soltado
la pregunta.
La sonrisa felina de Brianna se
extendió al notar la sorpresa en el rostro
de Jenny.
—Oh, sí. Era una médico excelente,
además de ser preciosa —intervino Lulú
—, parecía modelo, chica, te lo juro.
Toda piernas, una mujer alta, preciosa.
—Le dedicó una mirada de arriba abajo,
dejando en claro que ella no era nada
parecida a la ex de Jared—. Y de una
familia muy importante.
Jenny no pudo evitar que una oleada
de celos la invadieran, pero se obligó a
hacerlos a un lado y moderar su sentir y
su comportamiento. Lo que ella sintiera
por Jared era asunto suyo únicamente.
No iba a permitir que ese par de víboras
venenosas le hicieran daño, y mucho
menos demostrarles que sus palabras le
afectaban.
—Jenny, debes tener cuidado con
Jared —añadió Brianna—. Por lo que
sé, Jared quedó tan devastado después
de que ella rompió con él, que dejó todo
en Ohio y se mudó aquí para iniciar una
nueva vida. Desde entonces nunca ha
tomado a nadie en serio. A nadie. Y no
te tomará en serio a ti, una simple
cocinera con una hija y otro crío en
camino. —Brianna le dedicó una mirada
de lástima que a ella le resultó patética
—. Eres su obra de caridad, nada más.
Jenny bajó el tenedor, no fuera a ser
que terminara por enterrárselo en el ojo
a esa mujer.
—Dios mío, no puedo creerlo, si no
fuera por ustedes me habría sentido
perdida en el abismo de la
desesperación
del
amor
no
correspondido. —Jenny se llevó una
mano al pecho, en un gesto teatral.
Brianna arqueó una ceja, sin
comprender del todo lo que ella estaba
diciendo.
—Supongo que no tendré más
opción que seguir sus consejos y
quedarme aguardando en esta eterna
amistad que no tendrá fin, porque Jared
jamás llegará a amarme. Oh, pobre de
mí, mujer loca de amor —dijo Jenny en
tono monótono—. Aparten los cuchillos
de mi lado, no vaya a tener un ataque de
nervios y decida cortarme las venas, o
peor, atacar a una de ustedes, mis leales
mensajeras.
Brianna frunció el ceño al mismo
tiempo que Lulú se ponía pálida.
—¿Qué quieres decir? —preguntó
Lulú.
—¿No siempre los locos confunden
al mensajero con el problema y terminan
matándolos a ellos? —Jenny le dedicó
una mirada fija, imitando a uno de esos
locos de las películas de terror que
había visto con Jared.
Lulú palideció más.
Ambas parecían a punto de replicar,
pero de pronto, se quedaron con la boca
abierta, sin pronunciar palabra.
Una mano se posó sobre el hombro
de Jenny y ella encontró a Luke de pie a
sus espaldas.
—Oh, claro que sí, Jenny, siempre
matan al mensajero primero. Y esas
mujeres siempre son absueltas ante la
justicia por alegar locura —dijo Luke,
con una sonrisa mordaz en los labios—.
Aunque en tu caso, no me preocuparía
Jenny, he escuchado que tienes tantas
propuestas de matrimonio al día que no
te faltarán corazones para elegir,
incluido el de mi amigo Jared. —Y
hablando hacia las dos mujeres, como si
compartiera un secreto a voces, añadió
—. No le vayan a decir a Jared que les
he contado esto. Le juré que nunca
revelaría que está perdidamente
enamorado de Jenny.
Las dos mujeres estaban lívidas y
Jenny se puso de pie antes de comenzar
a reír en su cara por la expresión de
furia en sus ojos.
Abandonó la cafetería acompañada
por Luke, quien reía en voz baja.
—Debí tomarles una foto a esas dos.
¿Crees que las cámaras de seguridad
habrán captado esas caras?
—¿Qué pasa con esas dos? —Jenny
gruñó, cuando al fin estuvieron fuera de
la vista de las mujeres—. ¿Es que no se
han dado cuenta que ya dejamos el
instituto?
—No les hagas caso, están celosas,
es todo. Hay personas en este mundo que
no saben hacer otra cosa que destilar
veneno. Pero tú estuviste genial, actuaste
con tanta frialdad… Creo que en
realidad creyeron que ibas a enterrarles
el cuchillo.
Jenny rio, negando con la cabeza.
—Por favor…
—Vi a Lulú esconder el suyo
mientras tú te ponías de pie.
Jenny rio con más fuerza.
—Gracias, Luke. Por eso… —no
supo explicarse—, fue genial.
—No tienes nada que agradecer, a
veces algunas personas de este hospital
me hacen desear ser un zombi para
arrancarles el cerebro, si es que tienen
uno.
—O mejor, que ellos sean un zombi
y tú poder clavarles una estaca en el
cerebro.
Luke rio con ganas.
—Tú entiendes a qué me refiero,
chica. —Le palmeó gentilmente el
hombro—. En fin, te venía a buscar
porque Jared me ha pedido que te ayude
a preparar el pan de muerto.
—¿Sabes… cocinar?
—Soy mexicano, igual que tú.
—¿En serio? Y yo no soy mexicana,
mi abuela lo es.
—Bueno, en ese caso, mi madre lo
es. O lo era. —Se encogió de hombros
—. Como sea, te puedo ayudar. Crecí en
una comunidad latina, había un poco de
todo, pero el pan de muerto era un
clásico en esta fecha. Puedo ayudarte
con la parte pesada, cargar sacos de
harina y amasar lo que sea, solo dime
dónde meto estas manos y me ocuparé
de ello.
Jenny rio, negando con la cabeza.
—Bien, en ese caso, trae esas manos
a la cocina y comencemos de una vez.
Hoy será un buen día de muertos en este
hospital.
Jenny se sorprendió de lo agradable
que era Luke. A pesar de ser un cirujano
de prestigio con un doctorado en
Harvard, era tan sencillo como Jared, un
hombre de sonrisa ligera y con tendencia
a reír con facilidad.
Trabajaron juntos hasta la hora del
almuerzo, cuando él tuvo que marcharse
para atender a unos pacientes en su
consulta privada, como solía hacer la
mayoría de los días de la semana.
Esa noche, cuando Jared fue a
buscarla a la cocina, Jenny tenía listo el
pan de muerto y unas calaveras de
azúcar decoradas, típicas del día de
muertos en México.
—¿Qué son? —le preguntó él,
tomando una con curiosidad.
—Calaveritas de azúcar, mi abuela
me enseñó a hacerlas. Son tradicionales
en estas fiestas para adornar los altares
de muerto. Toma, te he hecho una
especialmente para ti —le dijo,
entregándole una con los ojos azules y
su nombre escrito en un papelito sobre
la frente.
—Gracias… Creo. —Hizo una
mueca al leer su nombre—. ¿Es acaso
una sentencia a muerte?
—¡No! Claro que no. —Jenny rio—.
Es algo bueno, te juro que no es que te
esté deseando la muerte o algo así. —
Ella rio ante su mirada preocupada—.
Solo es un dulce. Si no te gusta…
—No, me encanta —sonrió,
agradecido.
—Vamos a preparar todo para Lucy
—le dijo Jenny, tomando una bandeja
con el pan listo.
Jared
observó
los
panes
espolvoreado de azúcar con alegría,
imaginando la carita que pondría Lucy al
verlos. Tomó la bandeja de las manos de
Jenny y la guio hacia los ascensores
para conducirla al pabellón infantil del
hospital.
Juntos
prepararon
un
altar
tradicional improvisado con las
calaveras de azúcar, papel picado de
colores y algunas flores, en una zona que
Jared había dispuesto para ello.
Además, juntaron varias mesas y en
ellas dispusieron el pan y chocolate
caliente para los niños.
Al llegar los pequeños, observaron
todo aquello con ojos agrandados como
platos. Sonriendo de alegría, se sentaron
en las sillitas frente a las mesas y
comieron del pan. Como algunos
llevaban una dieta especial, Jared se
preocupó de servirles raciones de agua
para los que no podían beber el
chocolate, pero en general, todos
disfrutaron de un buen festejo.
Lo mejor fue que Lucy estaba
radiante de alegría, Jared no había visto
a esa pequeña tan contenta desde el
momento que la conoció, meses atrás, al
momento de su ingreso en el hospital.
Cuando la fiesta llegaba a su fin,
Jared se sentó al lado de Jenny en una de
las pequeñas sillas, llevando dos trozos
de pan para compartir entre ambos.
—Gracias por este lindo momento
—le dijo él, alzando un vaso con
chocolate caliente.
—De nada —dijo ella en español,
chocando su vaso con el de él, en un
brindis.
Jared notó que a pesar de que ella
aparentaba
estar
contenta,
lucía
diferente, seria de alguna forma.
—Luke me contó lo que sucedió esta
tarde —sacó el tema, mirándola
fijamente.
—¿Ah, sí? —Jenny arqueó una ceja,
ella no sabía que Luke había hablado
con Jared al respecto—. ¿Qué fue lo que
te dijo?
—Lo general. —Jared se encogió de
hombros—. Siento que tuvieras que
pasar por eso. Brianna era una de las
amigas de Joana en Ohio. Se trasladó
aquí hace un año más o menos.
Hablamos poco, pero te aseguro que me
va a escuchar.
—No le digas nada. —Jenny fijó la
vista en el contenido de su vaso—. Es
una tontería.
—Pero Jenny…
—Jared… Nunca me dijiste que
ella… tu ex —no quiso pronunciar su
nombre—, era médico. Igual que tú.
—No le di importancia.
—Ya…
—Joana es parte de mi pasado,
Jenny. Esa mujer ya no significa nada
para mí.
—Jared, no tienes que darme
explicaciones. Somos amigos, nada más.
Solo sentí curiosidad. —Se encogió de
hombros, sin levantar la vista de su vaso
—. Hablas muy poco de ella, y por lo
que sé, ibas a casarte. Tú conoces
prácticamente cada detalle de mi vida, y
en cambio, yo sé tan poco de ti…
—Sabes todo acerca de mí.
—No, no es así. No hablas de tu
familia, con excepción de Jackie. No sé
nada de ti. Y sobre tu pasado… No sé,
es solo que a veces quisiera que me
contaras más cosas de ti, tu vida… De
lo que pasó con ella…
—No me gusta hablar de Joana, y en
realidad, es poco lo que tengo que
contar. No estábamos muy unidos, ahora
lo sé. Era una mujer egocéntrica y
frívola, y no lo digo con despecho, sino
como alguien que mira al pasado
objetivamente. Hubo un momento en que
quizá me sentí atraído por la seguridad
que emanaba de ella, esa especie de
sensación de alcanzar algo inalcanzable.
No sé cómo explicarlo.
—Supongo que es lo que sienten
todos los hombres al ver a una mujer
hermosa —dijo Jenny, sonriendo con
tristeza.
—Sí, es lo que sentí contigo la
primera vez que te vi.
Ella alzó la vista por primera vez de
su vaso y la fijó en él.
—Tonterías.
—Es en serio. —Él tomó su mano
—. Nunca olvidaré la expresión de tu
rostro cuando abrí la puerta.
Jenny cerró los ojos, avergonzada al
recordar cómo se había quedado
mirando el torso desnudo de Jared.
—Recuerdo haber pensado que
había bebido demasiado o sencillamente
me había vuelto loco al encontrar una
hermosa hada de cuentos ante mi puerta.
Jenny rio, negando con la cabeza.
—Estás inventándolo.
—Te lo juro. —Jared sonrió—. Eras
tan hermosa… Lo eres —se corrigió,
apartando un mechón rojizo de cabello
de su rostro—. Por dentro y por fuera.
Nunca conocí a nadie como tú, Jenny.
Alguien tan generosa, capaz de darlo
todo por otra persona. Creía conocer a
Joana, pero la verdad es que estuve
cerca de casarme con una mujer que era
una completa extraña para mí. El día que
se marchó de mi vida, fue lo mejor que
pudo hacer por mí. Lo único bueno que
hizo por mí. —Miró hacia el frente, sin
ver nada en especial—. Esa mujer
sencillamente no representa nada para
mí, para mi vida. Pudo convertirse en la
madre de mi hijo y ni siquiera eso fue
capaz de darme. Y lo único que nunca
pude perdonarle. Que lo abortara sin
decirme nada. —Él negó con la cabeza,
sus ojos llenos de tristeza—. Creo que
en ese momento se me cayó la venda de
los ojos y me di cuenta de quién era ella
en realidad.
—¿Y quién era?
—¿Recuerdas esa película donde un
hombre se vuelve capaz de ver a las
mujeres por su interior reflejado en su
apariencia y se enamora de una mujer
preciosa, que físicamente era muy…
rellenita?
Ella rio, asintiendo con la cabeza.
—Pues creo que fue lo que me pasó
en ese momento. No pude ver a Joana
como era, sino que se transformó a mis
ojos en una especie de monstruo. Ni el
zombi más feo de The Walking Dead se
le acercaba.
—Siento que tuvieras que pasar por
eso. —Jenny estrechó su mano con
cariño—. Ahora entiendo por qué te
indignaste tanto cuando no quise
contarle lo del bebé a mi ex marido.
—Es diferente, él no lo merece.
—Coincido contigo —dijo—. Pero
deja eso atrás. Ya ha pasado. Ahora
estás bien, si ella era tan mala para ti
como cuentas, es mejor tu vida ahora
que estás sin ella.
—Por una vida plena sin nuestros ex
—dijo él, alzando su vaso y ambos
chocan los bordes, brindando.
—Ella no era como tú —musitó
Jared, de repente—. Ahora que te
conozco sé lo que realmente se siente al
conectar con alguien.
—Algún día llegará la mujer que tú
necesitas, Jared —dijo Jenny, apartando
la mano.
Él suspiró.
—¿Y si ya conociera a la mujer que
necesito?
Ella esquivó su mirada y la fijó en
su vaso, ya vacío.
—No creo que la conozcas aún. La
mujer para ti debe ser perfecta, una
mujer que esté completa, de la que no
debas recoger los pedazos que quedan o
cargar con una familia. Ella será la
indicada para ti, una mujer que te haga
completamente feliz, con la que puedas
casarte e iniciar una familia, tener tus
bebés y hacerte viejo a su lado. Eso es
lo que mereces, Jared. No te conformes
con menos.
—Tú no eres menos, Jenny. —La
tomó por la barbilla, obligándola a
mirarlo a los ojos—. Eres mucho más de
lo que siempre llegué a soñar que podría
tener.
—Solo soy una mujer rota, Jared. Y
no estoy buscando a nadie que recoja
mis pedazos. No soy lo que tú crees, no
estoy ni remotamente cerca de la mujer
que tú sueñas.
—Sin embargo, al mirarte todo
cuanto veo es que tengo justo delante de
mí a la mujer de mis sueños. —Ahuecó
una mano en su mejilla, en una lenta
caricia—. La que siempre he deseado a
mi lado.
Ella se apartó lentamente, sin querer
herirlo.
—Y yo temo por el día en el que te
darás cuenta de que no lo soy.
—Ese día no llegará.
—Mejor no averiguarlo, ¿no lo
crees? —Ella sonrió, sin mirarlo—.
Prefiero tenerte en mi vida de este
modo, a llegar a no tenerte en absoluto,
Jared.
—Jenny, por favor…
—Solo… quédate a mi lado, Jared.
Como mi amigo. Es todo cuanto te pido.
—Lo miró a los ojos, que se habían
llenado de lágrimas—. Por favor.
Él asintió y la rodeó por los
hombros, atrayéndola contra él.
—Siempre voy a estar aquí para ti,
Jenny. Para ti, para Felicity y el bebé. —
Puso su mano libre sobre la de ella—.
No lo dudes nunca.
Ella estrechó su mano también, pero
no dijo nada.
No se sentía capaz de pronunciar una
palabra, por temor a que su lengua la
traicionara y revelara lo que en verdad
guardaba su corazón.
CAPÍTULO 19
Las siguientes semanas transcurrieron
con rapidez. Jared se sentía un tanto
estúpido, intentando mantener a raya los
sentimientos hacia la mujer que amaba.
Nunca antes le había ocurrido algo así.
Por lo general, eran ellas las que lo
buscaban. Lo ocurrido con Joana había
sucedido después de haber mantenido
una relación con ella por más de un año.
Creía haberla amado, pero nunca se
había sentido del modo como lo hacía
ahora con Jenny. Era como si cada
segundo del día fuera un desperdicio si
no se encontraba a su lado. ¿Cómo no
decirle lo mucho que ella significaba
para él? Lo importante que era en su
vida, fundamental como el oxígeno en
sus pulmones, como la sangre circulando
en sus venas.
La tenía y al mismo tiempo no podía
tenerla. Ella había sido clara esa noche.
Y aunque continuaba siendo amable,
desde entonces se había mantenido
reacia a hablar con él acerca del tema.
Esa mañana de domingo, Jared
decidió ir a verla con la intención de
pasar un momento con Felicity y, de
paso, tratar de dejar las cosas claras
entre ellos. Si Jenny no lo quería, era
una cosa; pero si lo hacía, bien podían
intentar llevar su relación a algo más.
No tenía que temer perder nada a su
lado, él no iba a romperle el corazón o
abandonarla. Sus intenciones iban
mucho más allá de eso.
Encontró la puerta de la cocina
abierta. Desde el interior le llegó la
inconfundible voz de Felicity gritando a
todo pulmón, en medio de una pataleta.
Jenny intentaba calmarla en vano, pero
la pequeña no hacía más que patearla y
golpearla con los puños.
—Por favor, cariño, calma. —Jenny
aguantó un grito cuando los dientes de la
niña se cerraron con fuerza en su
antebrazo—. ¡Felicity, no me muerdas!
—Jenny, ¿qué ocurre? —Jared entró
en la casa, incapaz de mantenerse al
margen.
El caos en casa era desastroso,
parecía que una bomba había estallado
allí. Felicity no dejaba de llorar y gritar
a todo pulmón.
—Jared… Hola. —Jenny se volvió
hacia él, sorprendida de verlo.
Fue entonces cuando él notó su
estado. Iba vestida con una camiseta y
un viejo pantalón de chándal, el pelo
sujeto de forma distraída en una coleta y
estaba sucia de arriba abajo de comida.
Pero lo que más llamó su atención fue su
rostro, surcado por las lágrimas, y los
dos semicírculos oscuros bajo sus ojos.
—Jenny, ¿hace cuánto que no
duermes?
—Hemos tenido una mala semana,
Jared. —Jenny suspiró y agachó la
mirada. Esa semana había estado
evitándolo, y eso la avergonzaba, pero
no podía admitirlo.
No podía admitir lo mucho que él la
alteraba.
Había tomado una determinación con
su vida: mantener a raya a los hombres,
vivir plenamente con su hija y su bebé,
sin depender de nadie más, y el tener a
Jared cerca mandaba todos sus planes al
carajo y ponía toda su vida de cabeza.
—Eso veo. —Jared inspiró hondo,
observando en derredor con el ceño
fruncido—. Jenny, ¿por qué no me
llamaste? Sabes que si necesitas ayuda,
yo…
—Puedo con esto, Jared —Jenny lo
interrumpió—. Felicity no es siempre el
ángel que tú crees, el que muestran en
las películas cuando se refieren a un
niño con autismo… —suspiró, llena de
tristeza—. Esta es nuestra realidad la
mayor parte del tiempo —Jenny abrió
los brazos, señalando en derredor, la
cocina hecha un desastre—. Y tengo que
aprender a lidiar con esto. Amo a mi
hija, y es mi deber saber bregar con
estas cosas… aunque a veces no tenga ni
idea de lo que tengo que hacer. —Su voz
se quebró y antes de que pudiera hacer o
decir nada más, Jared ya la tenía
envuelta entre sus brazos, consolándola.
—No es tu deber saber cómo lidiar
con todo, Jenny. Nadie nace sabiendo
ser madre, y por Dios que nadie nace
sabiendo batallar con un niño especial
como Felicity. Eres una mujer muy
valiente por intentarlo siempre, por no
rendirte, pero eso no implica que no
tengas derecho a desmoronarte a veces,
a sentirte cansada y pedir un respiro.
Jenny hundió la cabeza en su
hombro, soltándose a llorar de lleno y
Jared la abrazó con más fuerza. Al
levantar la cabeza, vio por el rabillo del
ojo a Gaia que le sonreía. En sus brazos
se encontraba Felicity, todavía llorando,
pero un poco más tranquila.
—Ven conmigo —le dijo a Jenny,
llevándola escaleras arriba.
—¿A dónde? Jared, no puedo,
Felicity…
—Haz lo que él te dice, yo me
encargo de la pequeña —le dijo Gaia,
abrazando a la niña.
Jared la condujo hasta el cuarto de
baño y encendió la ducha.
—Ahora vas a tomar un baño. Un
largo y relajante baño y después te
pondrás algo bonito —le dijo Jared,
tomando su rostro entre sus manos—.
Hoy vas a salir conmigo.
—Jared, no puedo.
—Yo me haré cargo de la situación.
Tú debes descansar. Anda, haz lo que te
digo. —La giró y le dio una pequeña
palmada en el trasero para hacerla
entrar en el cuarto de baño—. Prepárate.
Estaré de vuelta en una hora.
Jared sacó su móvil e hizo un par de
llamadas. Ayudó a Felicity a calmarse
mientras daba tiempo de llegar a la
señora Gordon, la anciana que solía
limpiar su casa, que en esa ocasión iba
acompañada de su hija, dispuestas a
limpiar el desastre en la casa.
En cuanto Felicity se hubo
tranquilizado, Gaia la cambió de ropa y
la preparó para salir. Jared se despidió
de la anciana después de decirle a
dónde llevaría a Felicity en caso de que
Jenny se preocupara y se marchó con la
pequeña.
Pasaron una hora en el centro de
equinoterapia. Los caballos surtieron el
efecto relajante que Jared esperaba, y la
pequeña no tardó en calmarse. Pronto
estuvo riendo y carcajeándose sobre el
lomo del animal, que mansamente la
paseaba de un lado al otro.
Para cuando regresaron a casa,
Felicity dormía plácidamente. Jared la
llevó hasta su cama y la arropó con las
mantas.
—Es la primera vez que duerme tan
profundamente en dos noches —escuchó
que Jenny le decía, observándolo
sorprendida desde la puerta.
Él se quedó boquiabierto al verla,
Jenny llevaba puesto un vestido que se
ajustaba a sus curvas y enseñaba
demasiado su busto. Ella se acercó a
darle un beso a Felicity, Jared no podía
despegarle los ojos al dejarla pasar,
tanto que tropezó con la alfombrita al
lado de la cama de la niña y dio un
traspié, terminando entre sus brazos.
—Lo
siento
—se
disculpó,
avergonzado por su torpeza.
—No te preocupes. —Se arregló el
vestido, incómoda—. Soy yo quien lo
siente. Mi cuerpo no deja de cambiar. —
Se sonrojó y él supo a qué se refería.
Sus pechos estaban más grandes, a él no
le había pasado desapercibido.
—Te ves preciosa.
—Gracias. Tú igual.
—¿Me veo precioso? Ay, gracias,
pasé toda la tarde arreglándome las
pestañas —imitó la voz de su hermana,
provocando que ella se riera a
carcajadas, rompiendo la tensión del
momento.
—Gracias, Jared. No sé cómo lo has
hecho. —Suspiró, acariciando con sumo
cariño el pelo de su hija, desordenado
en tirabuzones rubios—. Pero gracias.
Siento que siempre llegas a rescatarme.
Eres mi héroe.
Él sonrió, inclinándose para tomarla
de las manos y ponerla de pie.
—Es un placer, Jenny. Sabes que
siempre puedes contar conmigo.
Ella asintió, abrazándolo por la
cintura. Jared la estrechó contra su
cuerpo, sintiéndose dichoso de poder
mantener esa cercanía con ella.
—No quiero interrumpir —la voz de
Gaia les llegó desde la puerta—, pero
ha llegado una jovencita que pregunta
por ti, Jared. La he dejado pasar, está
abajo esperando.
—Excelente, ya podemos irnos,
Jenny. Ve por tu abrigo, la niñera está
aquí.
—¿Qué?
—Te dije que saldrías conmigo. Por
eso te has puesto ese vestido, ¿no es así?
—Sí, pero pensé que sería algo entre
nosotros, en tu casa. No puedo
apartarme tanto tiempo de Felicity.
—Por eso he llamado a una niñera.
Tranquila, es la profesora de Felicity en
la guardería del hospital, ya se conocen
y sabrá manejar la situación. Además, la
señora Gordon está abajo, y también su
hija. Ellas se encargarán de poner en
orden cualquier desbarajuste en la casa.
—Y yo me quedaré a supervisar
todo —añadió Gaia—. Anda, Jenny, sal
con Jared. Es lo menos que puedes hacer
para agradecer todas las molestias que
se ha tomado.
—Bien, no quiero que parezca que
quiero que me ruegue. —Ella frunció el
ceño.
—Bien, en ese caso, no te hagas de
rogar. —Él le tendió una mano y ella la
estrechó, dirigiéndole una sonrisa—.
Este será un día especial.
—Ya lo es —contestó ella,
siguiéndolo por la puerta.
Llegaron a un pequeño restaurante
italiano, con diminutas mesas envueltas
en manteles de cuadros rojos y blancos y
palitos de pan en el centro. Una cantante
animaba el ambiente con una canción en
italiano que sonaba sumamente triste y
mantenía atenta sobre ella la atención de
la mayoría de los comensales del lugar.
Jenny se fijó en las lamparitas en el
techo, hechas de trozos de múltiples
cristales de botella pegados como un
loco vitral. Luces de distintos tonos de
verde otorgaban al lugar un aspecto un
tanto lúgubre, pero en el buen sentido,
como un bosque oscuro y misterioso.
Tomaron asiento en una mesa alejada
del ruido, rodeada por un par de
imitaciones de estatuas romanas, de las
que ella había visto en los museos. El
lugar estaba decorado por ellas por
todas partes. Una mezcla de loco orden,
que en medio del caos, otorgaba una
especie de alegría al ambiente.
—¿Te gusta este lugar? —le
preguntó Jared, quien se había
mantenido atento a cada una de las
reacciones de su rostro.
—Es magnífico. —Jenny asintió
vivamente.
—Y espera a probar el provolone
con aceite de oliva. Es el mejor del
país.
—Me muero de hambre, no digas
esas cosas si no quieres que comience a
babear aquí mismo.
Él rio y estiró una mano y la
estrechó con la suya. Para su sorpresa,
ella no se alejó.
—¿Qué te gustaría comer de plato
fuerte? —le preguntó ella, cuando la
camarera les llevó los menús.
—Lo que tú quieras está bien.
—En realidad… tengo un antojo
tremendo de pizza —rio—. Pero no creo
que sea algo que se coma en una cena
romántica.
—Oye, estamos en un restaurante
italiano, la pizza es la mejor aquí. —Él
le sonrió, llamando para ordenar la
comida.
Comieron una enorme pizza con
doble queso y salami con champiñones.
Jenny se rio de todas las anécdotas que
Jared le contó acerca de lo ocurrido esa
semana en el hospital. Habían hablado
tan poco los últimos días que se sentía
como si una eternidad los hubiera
distanciado, tenían tanto que contarse y
el tiempo no parecía ser suficiente.
Caminaron por un parque tomados
de la mano, hablando de cualquier cosa,
y después fueron a ver una película.
Cuando el día no podía ser mejor,
Jared la sorprendió llevándola a una
pista de patinaje, donde la gente
comenzaba a congregarse para ver el
partido de hockey sobre hielo.
—¿Por qué me has traído aquí? —le
preguntó Jenny, entre sorprendida y
divertida.
—Te quedas callada siempre, es
bueno que seas feliz, pero de vez en
cuando también es bueno enojarte. Te he
traído aquí para que te quites el estrés.
—Señaló el hielo donde ya se
encontraban los jugadores—. En este
lugar nadie te va a decir nada por lanzar
unos cuantos improperios a los
jugadores o el árbitro, grita lo que
quieras, desahógate.
Jenny rio a carcajadas.
—¿Lo dices en serio?
Jared sacó una camiseta de los
jugadores del Boston College que había
comprado para ella y se la entregó.
—Muy en serio.
Ella rio y se colocó la camiseta por
encima del vestido, al igual que hizo él
por encima de la camisa, y se
acomodaron en sus butacas con la
intención de pasar un buen momento.
Se divirtieron a lo grande. Comieron
perritos calientes y bebieron soda hasta
reventar, mientras ambos gritaban a los
jugadores del equipo contrario.
—Gracias, Jared, este ha sido un día
fantástico —le dijo Jenny cuando iban
de camino a casa, y se sorprendió de
que él doblara por otra dirección y
tomara el camino al lago—. ¿A dónde
vamos?
—Esta cita todavía no termina.
—Pero… ya es un poco tarde.
—Precisamente, es este el mejor
momento para lo que tengo preparado.
Jared se detuvo cerca del lago que
se encontraba en la propiedad de su
casa. Jenny y él habían ido allí en un par
de ocasiones con Felicity y Gaia para
hacer picnics al aire libre y pasar un
buen momento en familia.
La visión que les ofrecía ahora era
bastante diferente, las hojas cubrían el
suelo del bosque, y parte del agua,
semicongelada.
—Espera aquí —le pidió Jared,
saliendo de la camioneta.
Jenny se volvió extrañada al notar
que comenzaba a revolver las cosas en
la parte trasera de la camioneta. Había
llevado consigo la pick up que solía
utilizar para trasladar los materiales de
construcción y muebles para la casa, por
lo que Jenny no comprendía qué era lo
que pretendía hacer en la cabina
posterior del vehículo.
—Está todo listo —le dijo él,
tendiéndole una mano. Ella la aceptó y
bajó del vehículo para acompañarlo a la
parte trasera de la camioneta, que él,
ahora lo veía, había acomodado para
ellos. El suelo estaba cubierto por
varias colchonetas, mantas y cojines, en
una especie de refugio-cama al aire
libre que resultaba bastante cómodo a la
vista.
—Vamos, te ayudaré a subir —le
dijo él, tomándola por la cintura para
ayudarla acomodarse sobre las mantas.
Jenny se percató de que estaban cálidas
pues estaban cubiertas por una manta
eléctrica de viaje.
—¿Qué es lo que vamos a hacer
aquí? —le preguntó ella con cierto
recelo cuando Jared se tumbó a su lado.
—Descansar, relajarnos y disfrutar
de la vista de la naturaleza.
—Eso parece más como una de esas
citas de adolescentes para tener un
polvo rápido.
Él se rio y se tumbó de espaldas, con
los brazos cruzados tras la cabeza.
—Mira las estrellas, Jenny. Aquí
lucen como en ningún otro lugar.
Jenny alzó la vista, y se deleitó con
la belleza del paisaje. Allí, donde
estaban, la luz de la ciudad no
bloqueaba el resplandor de las estrellas
en el cielo, que lucían como millones de
constelaciones observándolos a su vez.
—Es hermoso, Jared. ¿Cómo se te
ocurrió venir aquí? Es una idea que
nunca se me hubiera pasado por la
cabeza, no en esta época del año al
menos… pero una idea excelente, sin
duda.
—¿Nunca pensaste que las mejores
citas eran las que tenías cuando eras
adolescente? —Le preguntó Jared,
observándola a ella con el mismo
deleite con el que Jenny había estado
apreciando las estrellas.
—Supongo que sí. —Jenny se tumbó
a su lado—. Cuando todavía eras
inocente, no conocías nada de la vida y
todavía creías en el amor verdadero.
—Es así como me siento contigo. —
Jared tomó su mano y la estrechó—.
Como si todo fuera nuevo, un despertar
diferente cada día, anhelando estar tu
lado, ver tu sonrisa una vez más, y
esperar que sea para mí.
Ella se sintió profundamente
conmovida por sus palabras.
—Yo también me siento así contigo
—dijo en un susurro, acariciando su
rostro.
Jared tomó la mano con la que ella
acariciaba su piel y se inclinó sobre
ella. Su respiración se encontró con la
suya un segundo antes de que él la
besara.
Jenny se estremeció y cerró los ojos,
perdiéndose en ese beso. Al notar que
ella le respondía, Jared la abrazó,
atrayéndola
contra
su
cuerpo,
abrazándola con pasión.
Jared la besó con hambre, como si
sus labios fueran el mejor plato, el único
plato, para su feroz apetito. Él enredó
sus dedos en su cabello, posando la
palma en su nuca para atraerla contra su
cuerpo, como si cada resquicio que los
separaba le resultara insoportable.
Jugueteó con la lengua por las comisuras
de sus labios, obligándola a abrirlos
para él. Jenny jadeó cuando sintió su
lengua entrando en su boca, poderosa y
juguetona, buscando saborearla hasta el
último rincón, beber de ella como si
fuera la única fuente de vida de un
hombre sediento y desahuciado.
Con manos temblorosas por la
pasión, Jared acarició su cuello hasta
llegar a sus hombros, apartando en el
camino la tela de su abrigo. Descendió
en un camino lento hasta encontrar la
costura el cierre de su vestido y lo bajó,
desnudándola al mismo tiempo.
Jenny jadeó en busca de aire cuando
el frío de la noche hizo contacto con su
piel desnuda. Jared besó el lóbulo de su
oreja y descendió lentamente por su
cuello, hasta llegar a la base de su
clavícula,
mientras
sus
manos
desabrochaban el sujetador en su
espalda. Jenny sabía que él la estaba
desnudando, era consciente de lo que
sucedería, pero no lo detuvo. Lo
deseaba.
Dios, lo deseaba tanto…
Buscó a tientas los botones de su
camisa y los desabrochó con
impaciencia. Jared se apoyó sobre sus
rodillas y sencillamente se la quitó por
la cabeza, haciéndola a un lado, junto
con su camiseta. Jenny estiró los brazos,
palpando con la yema de los dedos su
piel morena, suave, con un poco de
vello en sus pectorales y vientre y sus
perfectos músculos duros bajo sus
dedos.
Jared se inclinó y la besó una vez
más, devorando sus labios mientras sus
manos subían desde sus caderas hasta
posarse sobre sus pechos. Jenny gimió
de placer cuando él acunó ambas cimas
en sus manos, masajeando y moldeando
a medida que su pasión crecía. Él la
abrazó una vez más, colocándola bajo su
cuerpo. Percibió las manos de Jared en
sus muslos, el frío contra su piel
sudorosa y ardiente cuando él la
desprendió de sus bragas. Bajó la vista
y lo vio, se había bajado el pantalón y la
ropa interior, su prominente erección
estaba a la vista ante ella, gloriosa como
todo en Jared. Y entonces lo
comprendió, él estaba dudando…
Porque a partir de entonces, todo
cambiaría para ellos. Un paso más, y no
habría vuelta atrás.
—Por favor —suplicó con voz
temblorosa, sintiendo que las mejillas le
ardían por la vergüenza de tener que
pedirle que lo hiciera.
Él se inclinó sobre ella apoyándose
sobre los codos y la besó,
acomodándose encima de ella. Jenny
sintió la humedad de su dura erección
contra su entrada y se abrió para él.
Jared la penetró de una sola
embestida, provocando que Jenny
soltara un grito de placer. Ella se
amoldó a su cuerpo, rodeándolo por las
caderas con las piernas, incitándolo a ir
más hondo. Jared gruñó sobre su boca,
embistiéndola con fuerza, entrando y
saliendo cada vez más rápido a medida
que ambos se acercaban al clímax.
Cuando lo sintió llegar, Jenny se
apretó contra él, provocando que el
placer se extendiera por todo su cuerpo.
Jared se estremeció sobre ella,
empujando más hondo en su interior al
liberarse en un orgasmo poderoso que
los acompañó a ambos, llevándolos a la
cima del placer al mismo tiempo.
Jadeando con fuerza, permaneciendo
todavía dentro de ella, Jared alzó la
cabeza y la miró a los ojos, antes de
besarla una vez más.
—Te amo —le dijo en un susurro,
acariciando los mechones sueltos que se
habían desprendido de su moño, y ahora,
humedecidos por el sudor, rodeaban su
rostro.
Jenny le sonrió y acunó una mano en
su mejilla, atrayéndolo una vez más
hacia sus labios para besarlo como
única respuesta.
CAPÍTULO 20
La mañana siguiente, Jenny se sentía
hecha un completo desastre. Su vida era
un caos de tal grado que resulta
irreconocible para ella. Ni siquiera era
capaz de mirarse a sí misma al espejo.
Había roto todas sus reglas y, lo
peor, se había acostado con Jared. ¡Y en
la parte trasera de su camioneta! ¿Qué
era ella, una adolescente caliente por las
hormonas para hacer algo como eso?
Era humillante… y hermoso. ¡Dios,
había sido tan hermoso! Nunca imaginó
que pudiera experimentar algo como lo
que Jared le hizo sentir esa noche.
Nunca se sintió así antes con Lionel, él
nunca despertó esas emociones en ella,
nunca la hizo elevarse en un grado de
pasión que jamás creyó posible, nunca
la hizo gritar de placer.
Nunca la hizo sentirse tan amada
como lo hizo Jared esa noche, al hacerle
el amor.
Había sido tan tierno y tan
considerado. Ella se había sentido
avergonzada por el modo en que
terminaron sus ropas. Igual que un par
de chicos de instituto, medio
desvestidos para tener un encuentro
furtivo. Ella había terminado con el
vestido subido a la cintura y los pechos
al aire. Jared la había cubierto con una
manta para evitar que ella sintiera frío y
le había ayudado a volver a vestirse. Se
quedaron abrazados observando las
estrellas hasta que sintieron demasiado
frío como para continuar allí. Entonces
él la había llevado a casa y se había
despedido de ella con un suave beso en
los labios, prometiendo volver a la
mañana siguiente para llevar a Felicity a
su clase de equitación.
Y había cumplido su palabra. Esa
mañana, él estuvo puntual en su puerta,
con un ramo de flores en una mano y una
caja de galletas sin gluten para Felcity.
Solo que ella no había bajado a
saludarlo. Y durante todo el resto del
día había buscado excusas para no
verlo. Era una cobarde, lo sabía, pero
no tenía idea de cómo actuar o qué
hacer. Sentía que estaba perdiendo la
cabeza, porque el corazón lo había
perdido hacía mucho.
Ahora lo veía. Amaba a Jared. Lo
amaba con todas sus fuerzas.
Pero lo suyo nunca podría ser
posible.
El sonido de un fuerte golpe en su
ventana la hizo pegar un salto. El libro
que tenía entre las manos cayó al suelo
al mismo tiempo que ella se levantaba
de la butaca sobre la que había estado
sentada. Al abrir la cortina se sobresaltó
al encontrar a Jared de pie en el balcón
fuera de su ventana. Con el frío que
estaba haciendo esa noche, debía estarse
congelando.
—¿Qué haces ahí? —le preguntó
preocupada, abriendo la ventana de par
en par para dejarlo entrar.
—¿Por qué no quieres verme? —Él
le soltó de lleno, entrando en la
habitación.
Jenny retrocedió, tragando saliva.
—Yo no…
—No
mientas,
has
estado
evitándome todo el día, Jenny.
—No es eso, he estado ocupada.
—Jenny, no me mientas. No a mí. —
Jared se acercó y acunó su rostro entre
sus manos—. Te conozco bien y sé que
has estado evitándome. ¿Por qué? ¿Qué
hice mal?
—Nada, Jared, tú no hiciste nada
mal. Solo… No puedo… No puedo
verte.
—Jenny, no me apartes. Por favor.
—Su voz fue una súplica y eso la
quebró.
—No quiero hacerlo, de verdad que
no —gimió—. Eres muy importante para
mí, Jared. Pero te lo dije. Yo no quiero
que las cosas cambien.
—Ya han cambiado, Jenny. Lo sabes.
Ella asintió, sintiendo que las
lágrimas le escocían.
—¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué me
llevaste a ese lago, Jared? Las cosas no
debían de suceder de ese modo.
—No te llevé a ese lago con la
intención de acostarme contigo. No
completamente —suspiró—. Lo admito,
tenía la esperanza de que llegáramos a
algo más, pero no a eso. Jenny, tenía la
esperanza de que tú cambiaras de
opinión, que entendieras…
—¿El qué?
—Lo mucho que te amo.
Ella negó con la cabeza, mirándolo a
través de un velo de lágrimas.
—Te dije que no podías amarme. No
está bien.
—¿De qué tienes tanto miedo? —Él
se aproximó más a ella, su cuerpo
pegado al suyo, su calor fundiéndose
con su cuerpo—. ¿Crees que yo voy a
lastimarte?
—No. —Jenny se estremeció.
Tenerlo tan cerca la alteraba hasta la
médula—. No ahora al menos. Pero las
cosas siempre cambian, Jared.
—Jenny, dame una oportunidad. No
hagas esto, no nos hagas esto. —Inspiró
hondo—. No soy él.
—Sé que no eres él. —Su voz fue
severa—. Pero no es correcto. Eres mi
amigo, y yo… Me dejé llevar por mi
soledad. Igual que la última vez y
mírame, así es como terminé —señaló
su vientre.
—Yo no te abandonaré. Quiero estar
contigo, Jenny. Mírame a los ojos y dime
que tú no lo quieres también.
—Por supuesto que lo quiero. —No
pudo decir nada más cuando Jared ya la
tenía entre sus brazos, besándola con
pasión.
La ropa cayó tan rápido que Jenny ni
siquiera lo notó. Solo quería sentirse
desnuda entre sus brazos, besarlo y
abrazarlo hasta que sus caricias le
hicieran perder la razón, perderse
completamente en él, en su amor.
Jared le hizo el amor con lentitud,
con una ternura infinita, besando cada
parte de su cuerpo y haciéndola
estremecer de placer. Al acercarse al
clímax, Jenny sabía que iba a gritar y se
mordió los labios, lo último que
deseaba era despertar a todos en la casa.
Jared la besó profundamente, ahogando
con su beso el grito de ella y llevándola
junto a él al clímax, en un camino
desbordante de pasión que no parecía
tener fin esa noche.
Ya más relajados, juntos se
acurrucaron en un abrazo, desnudos, piel
con piel, manteniendo el calor de sus
cuerpos unidos en una sintonía en la que
no hacían falta las sábanas.
—Eres tan hermosa —le dijo él al
oído, acariciando su pelo con suma
ternura.
Jenny se volvió y lo besó en los
labios y Jared le correspondió en
seguida. Era como si no se hartara de
ella, la necesidad de Jenny había sido
tanta que la pasión se desbordaba como
en una cascada, incapaz de detenerla.
Jenny se estremeció al sentir la
presión de su cuerpo encima del de ella,
su poderosa erección luchando por
abrirse paso una vez más entre sus
sensibles pliegues.
—Espera —se obligó a decir,
gimiendo ante los besos que Jared
estaba dándole por todas partes.
Ella se enderezó sobre los codos,
deteniéndolo con una mano.
—Esto no está bien —dijo con voz
estrangulada por la pasión.
—¿Por qué no? Te amo. —Jared
sonrió, una sonrisa ladeada que le robó
el corazón.
—Ahora no sé qué pensar, Jared.
Estoy embarazada, las hormonas me
confunden demasiado. Yo te deseo, lo
admito, pero no puedo. Eres mi amigo.
—Jenny se apartó y se puso de pie,
luchando por encontrar la cordura en ese
mar de pasiones—. Se suponía que las
cosas no iban a cambiar entre nosotros.
No podemos ser una pareja, y no quiero
que te conviertas en…
—¿En tu amante?
—Sí… —Ella lo miró por encima
del hombro, sus ojos velados por las
lágrimas—. Siento como si te estuviera
utilizando.
—¿Es que no me quieres?
—¿Qué?
Jared la tomó por los hombros y la
obligó a mirarlo a los ojos.
—¿Me quieres?
—Por supuesto que te quiero.
—Entonces no me estás utilizando.
—Jared, no puedo hacer esto. No
soy esa clase de persona. —Inspiró
hondo—. Las hormonas —tartamudeó
—, leí que las hormonas pueden hacerte
perder la razón y yo… Te deseo…
tanto… —Se cubrió el rostro con las
manos, avergonzada.
Jared rio y la abrazó.
—No es gracioso.
—Dame esto. Como amigo —le dijo
en un susurro y la besó en los labios—.
Permíteme ayudarte a satisfacer tus
necesidades. Como una ayuda de un
amigo a otro.
—Pero Jared, no podemos. —Ella
parecía confundida—. No sería justo
para ti, si lo que tú sientes… Si esperas
algo más de mí —suspiró—. Yo no
cambiaré de opinión.
—Ya veremos. —Entrelazó su mano
con la de ella.
—Jared.
—Dame esto. Un paso a la vez,
Jenny. No te pediré nada más. No por
ahora. No si tú no lo quieres, seremos
solo amigos… con privilegios. —
Enarcó las cejas, en un gesto pícaro que
le sacó una sonrisa—. Iremos avanzando
en la medida que tú lo permitas. Antes
no me querías ni siquiera cerca de tu
vida y ahora nos vemos todos los días.
Al menos antes de que me dieras una
patada en el culo después de lo de
anoche.
Ella no rio, al contrario, le dedicó
una mirada llena de tristeza.
—No es lo que pretendía. No quería
lastimarte.
—Lo sé, tranquila, era una broma.
Yo no debí llevarte a ese lago. Aunque
no me arrepiento ni un pelín.
—Yo tampoco. —Ella sonrió y
acunó su rostro entre sus manos para
besarlo—. Te quiero, Jared. Pero no
podemos llegar a nada más.
—Lo entiendo. Pero no lo acepto.
—Jared, no puedo comprometerme a
cambiar en un futuro.
—No te pido que lo hagas, solo que
me dejes estar cerca de ti, que te dejes
llevar por lo que sientes ahora, que nos
permitas a ambos descubrir a dónde nos
puede llevar esto —él acarició su rostro
con suma ternura—. Tú me necesitas
ahora. —Pasó una mano por sus pechos,
provocando que ella soltara un suspiro
de deseo—. Y Dios sabe lo mucho que
yo te necesito, Jenny. Hazlo como un
favor hacia un amigo, un acto de
caridad.
—No seas tonto, tú no eres mi
caridad.
—En ese caso, solo hazlo. Por el
motivo que quieras, pero hazlo.
Permíteme tenerte cerca, Jenny. Por
favor. —La besó, esta vez de una forma
profunda, llena de amor, como si
intentara demostrarle con ese solo beso
todo lo que guardaba su corazón,
arrancándole el aliento mientras la
besaba.
—Dilo, di que lo harás, dilo —le
insistió, sin dejar de besarla en el
cuello, en la clavícula, en el pecho.
—Bien… Pero…
—Sin peros. Esto es ahora, hoy.
Mañana resolveremos las cosas en su
momento.
—¿Y qué resolveremos mañana?
—Cómo seguirán las cosas en ese
otro mañana —le dijo, alzándola en
brazos para llevarla de vuelta a la cama.
Jenny rio con regocijo, rodeándole
el cuello con los brazos y dejándose
llevar. Como él le había dicho, no
perdía nada.
CAPÍTULO 21
El sol entraba a raudales por la ventana
de esa mañana de domingo. Jenny se
removió, envuelta todavía entre los
brazos de Jared y alzó la cabeza.
—Jared, nos quedamos dormidos —
dijo en un susurro justo un segundo antes
de que alguien llamara a la puerta.
—¿Qué hago? —le preguntó Jared
cuando ella se puso de pie de forma
apurada y comenzó a colocarse la bata.
—Escóndete. —Lo cubrió con las
mantas, ahogando una risita al verlo
completamente quieto, enterrado bajo
los edredones.
Jenny abrió la puerta y Felicity entró
disparada y saltó sobre la cama,
provocando que Jared emitiera un grito
ahogado.
—Cariño, ten cuidado. —La niña
muy contenta, continuó saltando sobre la
cama—. ¡Felicity, cielo!
—Me alegra que estés levantada,
temía despertarte, pero ya que lo has
hecho te aviso que voy a salir, cariño, y
me llevo a Felicity. —Gaia apareció por
la puerta antes de darle tiempo de
reaccionar—. Karen, la profesora de
Felicity nos ha invitado a dar un paseo
hoy. Melissa Gordon y su hija también
vendrán, pasarán a buscarnos en
cualquier momento y juntas iremos al
zoológico, así que no nos esperes, Jenny.
Descansa y tómate un buen respiro, que
te lo mereces.
—Sí… gracias, abuela. —Jenny
sonrió, nerviosa, besando a su abuela en
la mejilla cuando ella se acercó para
despedirse—. ¿Quieres que te prepare
algo para desayunar antes de irte?
—Ya desayunamos las dos, no te
preocupes. Felicity, vamos cariño. —La
pequeña corrió y tomó a la anciana de la
mano.
—Adiós, mi cielo, sé buena con la
abuela y pórtate bien con Karen —Jenny
se despidió de Felicity, quien estaba
impaciente por marcharse.
—Adiós, hija, que pases un gran día.
—Gaia le guiñó un ojo—. Hasta pronto,
Jared. Hay huevos revueltos en el sartén
por si queréis desayunar.
Jenny abrió la boca en una inmensa
«o» al tiempo que sentía que los colores
se le subían al rostro.
Escucharon la puerta principal
cerrarse cuando ellas se marcharon,
pero ni siquiera entonces Jenny fue
capaz de moverse.
—Creo que no sirvió tu plan, cariño.
—Jared hizo a un lado las sábanas para
ponerse de pie.
—¿Crees que lo sabe?
—Estoy seguro.
Ella se sorprendió y lo miró con la
boca abierta, provocando que él soltara
una carcajada.
—¿De verdad lo crees?
—No, seguramente tu abuela piensa
que me quedé a dormir en el sofá y solo
me recosté en tu cama cuando vine a
saludarte por la mañana.
Ella le dio un golpe juguetón y se
rio.
—Dios, me siento como una
adolescente otra vez —dijo entre risas,
sintiendo todavía las mejillas rojas.
—Y yo como una bolsa de boxeo,
Felicity tiene un excelente tino para dar
patadas —se quejó, llevándose una
mano a las costillas.
—Lo sé, he pensado en apuntarla a
karate —bromeó Jenny—. Será cinturón
negro en un abrir y cerrar de ojos.
—Yo podría entrenarla, soy cinturón
negro.
—Seguro.
—Lo digo en serio, mis hermanos y
yo estudiamos karate toda la vida. Jason,
mi hermano mayor, incluso fue campeón
nacional. —Hizo una pausa al notar las
cejas arqueadas de Jenny—. ¿No me
crees?
—No.
—Puedo hacerte una demostración
personal. —Alzó las manos—. Ponme a
prueba. Dame un golpe.
—No voy a golpearte.
—Acabas de hacerlo.
—Sí, pero era jugando. No voy a
hacerlo de verdad.
—No seas cobarde.
—Llámame como quieras, no voy a
golpearte. —Le dio la espalda y se
dirigió al cuarto de baño—. Voy a darme
una ducha.
—¿Quieres compañía? Ya sabes, por
si necesitas que alguien te frote la
espalda, o tal vez satisfaga tus
necesidades hormonales.
—Jared. —Ella se rio, y él se
acercó y la abrazó, besándola en el
cuello.
—Dios, hueles tan bien. No te
imaginas la cantidad de tiempo que tuve
que contenerme de hacer esto.
Ella gimió bajo sus besos,
permitiéndole que Jared le quitara la
bata, dejando desnudo su cuerpo ante él.
—Espera.
—¿Seguro que quieres que me
detenga? —preguntó él con un ronroneo,
dejando un camino de besos desde su
cuello hasta sus pechos.
—Dios, no —gimió ella cuando él
se metió un pezón a la boca y chupó con
fuerza—. Oh, Jared.
—¿Sí, querida? —preguntó él con
fingida inocencia, antes de dedicarle su
atención a su otro pecho—. Eres tan
hermosa…
—Espera, Jared. Dijiste… —Ella
inspiró hondo cuando sus manos
descendieron por sus caderas hasta el
montículo de su pubis.
—¿Sí?
Ella tuvo que alejarse para poder
pensar con claridad.
—Dijiste que lo resolveríamos hoy.
—No, te dije mañana.
—Hoy es mañana.
—Querida, mañana es mañana. Y
hoy, tú eres mía —le dijo con una
sonrisa pícara, levantándola por las
nalgas para pegarla a su cuerpo, cerca
de su potente erección. Ella sonrió,
enrollando las piernas en torno a su
cintura, dejándose conducir una vez más
a la cama por él.
CAPÍTULO 22
Esa tarde, Jared fue a buscar a Jenny a
la cafetería para ir a almorzar juntos. Al
no verla en la fila de la comida, se
dirigió directamente a la cocina donde
la encontró bastante enfrascada en la
preparación de una especie de bebida.
—¡Hola! —la saludó, abrazándola
por detrás.
—Me has asustado. —Ella sonrió y
se volvió para saludarlo, permitiéndole
que él la besara en los labios—. ¿Cómo
te ha ido esta mañana?
—Bastante bien, uno de los
pequeños de oncología fue dado de alta.
—Felicitaciones, me alegro mucho
por ambos —le dijo sinceramente,
abrazándolo—. Eres un excelente
médico.
—Él era un excelente paciente,
ahora tendrá una fabulosa vida. —Jared
la besó una vez más—. ¿Estás lista?
Quiero que vayamos a celebrarlo.
—Dame un minuto. —Se dio la
media vuelta y encendió la licuadora. En
seguida vertió un batido rosado en un
vaso antes de alargárselo—. Prueba
esto, por favor.
Jared lo hizo sin dudarlo.
—Está delicioso —dijo con
sinceridad, bebiéndose el resto del
contenido de un trago—. ¿Qué es?
—Quizá deberías preguntar eso
antes de tomártelo todo. Pude haber
puesto patas de alacrán y ojos de
saltamontes —bromeó tomando su vaso
vacío.
—Todo lo que venga de tus manos es
un manjar. —La abrazó por la cintura y
la besó en el cuello, comenzando a
trazar un camino húmedo de besos hasta
sus hombros.
—Jared, aquí no —Jenny gimió, sin
moverse un milímetro.
—No hay nadie cerca. Están todos
ocupados con el almuerzo.
—Como yo debería estarlo.
—No, prometiste almorzar conmigo
hoy y tengo pensado llevarte a un lugar
sumamente especial e íntimo. —Su mano
subió por su vientre hasta posarse sobre
su pecho, haciéndola soltar un gemido
—. Donde pueda hacerte gritar a todo
pulmón —añadió, mordisqueando el
lóbulo de su oreja.
—Dios, Jared, detente o no voy a
contenerme.
—Bien, hay cientos de camas vacías
allá arriba.
—¿Dónde está Jenny? —Escucharon
una voz femenina cerca.
—En la cocina —contestó la señora
Robbins, la jefa de la cafetería.
Ambos se separaron y actuaron con
singular normalidad. Al menos eso
pensó Jenny, porque al volver la vista,
notó que Jared había tomado un par de
naranjas y comenzaba hacer malabares
con ellas. «Vaya forma de aparentar
naturalidad», pensó ella.
—Jenny, al fin te encuentro. —Una
enfermera de aspecto joven y risueño
entró en ese momento, antes de que ella
pudiera decirle nada a Jared—. ¿Está
listo el batido?
—Así es, aquí tienes —Jenny
contestó, entregándole un vaso con el
líquido rosado y una pajilla—. Estoy
segura de que le gustará a Kitty. A mí no
me ha hecho vomitar, así que espero que
a ella tampoco.
—Eres un ángel, gracias. —Sonrió
la enfermera, tomando el vaso—. Hola,
Jared.
—¿Qué hay, Tracy?
—Nos vemos —se despidió la
mujer, marchándose con lo que había ido
a buscar.
—¿A qué vino todo eso? —le
preguntó Jared con curiosidad.
—Kitty, la pequeña de oncología
que Tracy tiene a su cuidado, no ha
querido comer nada, así que me ofrecí a
prepararle un batido. Espero que eso le
ayude. —Jenny suspiró, con sincera
preocupación—. Sería bastante duro
para esa pequeña tener que soportar un
tubo nasogástrico. Ya es bastante con lo
que tiene que luchar ese pobre angelito.
Jared le rodeó los hombros con el
brazo y la atrajo hacia él, para depositar
un suave beso sobre su frente.
—¿Y a qué ha venido eso? —le
preguntó ella, con una sonrisa.
—No necesito razones para besar a
mi amiga —le dijo él, sonriendo
también—. A la que cada día admiro
más.
Ella se inclinó de puntitas y lo besó
en la mejilla, pero él se volvió a tiempo
para recibir el beso en los labios.
—Tramposo.
—No lo niego. —Él la atrapó por la
cintura y la besó profundamente antes de
apartarse para mirarla con unos ojos
encendidos por la pasión—. ¿Estás lista
ya? Quiero tenerte acostada entre las
sábanas ahora mismo.
El color cubrió las mejillas de Jenny
a pesar de que su sonrisa se amplió. Le
encantaba provocar ese rubor en ella,
era igual de ingenua que una joven
inexperta, una mujer que en tantos
sentidos le provocaba la imagen de un
amor puro, un amor sincero de verdad.
—Lo estoy. —Ella lo miró con una
mueca de preocupación—. Pero
¿podríamos solo almorzar y dejar
nuestro encuentro especial para la
noche? Tengo cita con mi ginecólogo en
una hora.
—¿Ocurre algo malo? —Él se tensó
—. ¿Es chequeo de rutina o te has
sentido mal y no me lo has dicho?
—Tranquilo, es solo rutina. Una
buena —añadió, tocándole la punta de la
nariz con el índice—, hoy tengo mi
primera ecografía.
—¿Del bebé? —Él arqueó mucho
las cejas, sorprendido.
—Eso espero. Me asustaría bastante
si descubriera un alien aquí dentro —
bromeó palpando su vientre.
Él rio, posando una mano sobre la
suya en una caricia tierna y cálida.
—¿Alguien va a acompañarte?
—El técnico, supongo. —Se encogió
de hombros.
—Deberías tener a alguien a tu lado,
es una experiencia especial.
—Gaia ha prometido cuidar a
Felicity después de la escuela, así que
solo estaremos él y yo —sonrió,
refiriéndose al bebé.
—Y yo. —Jared estrechó su mano,
la que ella mantenía sobre su vientre—.
Yo iré contigo.
—No tienes que hacerlo.
—Quiero hacerlo. Por favor. —
Esbozó una sonrisa que a ella la derritió
como mantequilla dejada bajo el sol.
—De acuerdo. Pero vamos a
almorzar antes, me muero de hambre.
—Lo que sea para la futura mamá.
—La abrazó y la besó en la frente.
***
Esa tarde, al entrar en el consultorio del
ginecólogo ubicado en el segundo piso
del hospital, Jared lucía tan ansioso
como si él fuera a dar a luz en cualquier
momento.
—Calma, Jared, estás empezando a
asustarme.
—¿Por qué? Estoy tranquilo.
—Por poco entras al baño de
mujeres.
—No entendí las indicaciones del
camarero.
—Te lo repitió tres veces. Y estaba
de pie a tu lado, diciéndote a la derecha.
—Le entendí que siguiera derecho.
—Estaba señalando la puerta de tu
derecha.
—Bien, lo admito, estoy nervioso.
Nunca antes había hecho esto.
—Tranquilo. Lo del alien era
broma. Estoy segura de que hay un bebé
aquí dentro.
Él rio y la abrazó por los hombros,
antes de depositar un beso sobre sus
labios.
—Me alegra poder estar contigo en
este momento.
—A mí también. —Ella sonrió y le
devolvió el beso—. Vamos de una vez,
¿quieres? No vaya a ser que termines
desmayándote por el estrés.
Él rio, pero todavía se le veía
bastante nervioso, por lo que Jenny lo
tomó de la mano en un intento de
calmarlo y lo llevó con ella hacia la
mesa donde aguardaba la recepcionista.
—Hola, busco a la doctora Sidney
—saludó a la mujer tras la mesa, una
joven delgada de rostro de ángulos
pronunciados que mascaba chicle al
mismo tiempo que se limaba las uñas.
—La doctora ha tenido que salir —
contestó la mujer sin levantar la vista de
sus uñas.
—Hola, ¿señora… Vanechka? —
Una joven doctora leyó en su expediente
y se acercó a ella—. Estaba
esperándola, la doctora Sidney me
encargó especialmente su caso. Soy
Kerri, su sustituta.
—Es Canet, en realidad. Pero
llámeme Jenny, por favor. —Jenny le
tendió la mano para saludarla.
—Bien, Jenny. —La mujer estrechó
su mano y la tendió luego a Jared—. Y
su marido, supongo.
—Sí —contestó Jared antes de que
ella pudiera hacerlo—. Estamos
ansiosos por ver al bebé.
—Me imagino. Por favor síganme
por aquí —les pidió, adelantándose por
una puerta cercana.
Jenny le dedicó una mirada
interrogante a Jared, a pesar de que una
sonrisa divertida estaba grabada en sus
labios.
—Eres demasiado travieso, señor.
¿Qué vas a hacer cuando se corra la voz
en el resto del hospital de que eres el
padre del bebé?
—Regodearme con la noticia. —Él
le sonrió, apoyando una mano sobre su
espalda para impulsarla hacia adelante
—. Vamos, cariño, la doctora espera.
—Kerri, ¿puedo llamarte Kerri, no
es verdad? —le preguntó Jared mientras
Jenny se quitaba la ropa.
—Por supuesto.
—Excelente.
—¿Cuál es su duda, señor? ¿Qué
deseaba preguntarme? —Ella le dirigió
una sonrisa amable.
—Por favor, llámame Jared.
Trabajamos en el mismo hospital, de
hecho, así que somos compañeros.
—¿Es en serio? ¿Tú también
trabajas aquí?
—Así es.
—Este bebé vendrá muy bien
cuidado, en ese caso. —La doctora
parecía encantada con la idea—. ¿Y qué
es lo que querías preguntarme, Jared?
—¿Por qué Sidney te ha encargado
especialmente el caso de Jenny? —Él se
puso muy serio—. ¿Es que hay algún
problema?
—No, no lo hay. La doctora Sidney
le tiene un aprecio especial a Jenny,
prácticamente se han vuelto amigas.
Supongo que se preocupa de un modo
particular por ella.
Jared sonrió.
—Creo que la entiendo, Jenny se ha
sabido ganar el cariño de mucha gente
en este hospital.
—Eso me han dicho. —Kerri sonrió
y se volvió para recibir a Jenny, que
entraba en ese momento vestida
únicamente con una bata de hospital.
Jenny se acomodó en la cama junto
al ultrasonido y miró a Jared, expectante
de lo que sucedería a continuación. Él le
tomó la mano y juntos aguardaron con
impaciencia para ver lo que aparecería
en la pantalla.
—Está frío —advirtió Kerri,
mojando su vientre con un gel para
enseguida pasar un aparatito del tamaño
de una maquinilla de afeitar sobre su
estómago.
Lo primero que escucharon fue el
latido del corazón del bebé.
—Dios mío… —Jenny rio al
escuchar a Jared murmurar esas
palabras, apretando su mano más fuerte
—. Es real.
—Claro que es real —dijo la
doctora en una risita divertida,
señalando la pantalla donde aparecía la
imagen de un bebé.
Ambos observaron los detalles de la
pantalla, Jenny poco entendía de la
multitud de imágenes, pero no pudo
evitar que los ojos se le llenaran de
lágrimas.
—Al parecer todo está bien —dijo
Kerri tras unos minutos de explicarles al
detalle lo que se veía en la pantalla—.
Sé que Jared podría ya saberlo, ¿pero
Jenny, te gustaría conocer el sexo del
bebé?
—Sí —contestó ella de inmediato.
—¿Estás segura? —Jared alzó una
ceja—. ¿No prefieres que sea una
sorpresa?
—Estoy cansada de las sorpresas.
Quiero saber si es un niño o una niña,
para comenzar a hablarle de él o ella a
Felicity, elegir un nombre y comprar los
pañales adecuados para niño o niña.
—¿Es que hay diferencia?
—Ahora sí.
—Bien… como quieras.
Jenny inspiró hondo y miró a la
doctora.
—Supongo que esperaremos a
saberlo cuando nazca el bebé.
—¿Lo dices en serio? —Jared le
preguntó, sorprendido.
—Has estado involucrado en esto
desde el principio, es lo menos que
puedo hacer por ti. Aunque no entiendo
por qué le das tanta importancia a
esperar.
—Algunas cosas me gustan que sean
a la antigua: elegir nombres para niño o
niña, comprar ropa que podría ser para
ambos sexos, pintar una cuna de un color
neutral… Son cosas que prácticamente
ya no se ven hoy en día. Como una mujer
hermosa con un corazón aún más
hermoso que ella. —Él depositó un
suave beso sobre sus nudillos—. Soy
afortunado de que venga en un paquete
completo.
Esta vez las lágrimas en los ojos de
Jenny fueron por un motivo muy
diferente, y sin pensárselo dos veces, se
inclinó y lo besó en los labios.
—Somos nosotros los afortunados
de tenerte en nuestra vida.
Esa noche, Jared pegó la fotografía
del ultrasonido del bebé junto a la foto
de Halloween que se tomaron juntos.
Con una sonrisa, pasó los dedos por
ella, sintiéndose dichoso, imaginando la
felicidad en su vida si todo eso fuera
realmente cierto.
Si esa fuera verdaderamente su
familia. La familia que siempre había
soñado.
CAPÍTULO 23
Jenny estaba terminando de limpiar los
restos del desayuno, cuando Jared entró
por la puerta de la cocina llevando a
Felicity cargada sobre los hombros.
—¿Qué tal os fue en el campo de
manzanas? —les preguntó, dejando a un
lado el trapo húmedo con el que había
estado secando las ollas.
—Muy bien, trajimos un barril
entero. —Jared bajó a Felicity para que
pudiera ir a saludar a su madre.
Jenny se arrodilló con los brazos
abiertos en cruz y la pequeña se
abalanzó sobre ella, provocando que
Jenny cayera al suelo de nalgas, con
Felicity todavía abrazada.
—Dios mío, Felicity, pareces tan
contenta como si fuera la mañana de
Navidad —dijo Jenny entre risas,
poniéndose de pie con ayuda de Jared
—. Gracias por llevarla, se ve que se lo
ha pasado estupendamente.
—No tienes nada que agradecer, he
sido yo quien ha pasado un momento
estupendo —Jared ahuecó la mano sobre
la cabecita de la pequeña, acariciando
con cariño sus desordenados rizos—.
Bajaré las manzanas de la camioneta,
también te hemos traído unas calabazas
y una sorpresa.
—¿Más sorpresas?
—Eso nunca se detendrá —le dijo
él, robándole un beso—. Acostúmbrate.
Jenny sonrió, negando con la cabeza.
—Espera aquí, ahora vuelvo. Y no
espíes.
—Lo intentaré. —Jenny sonrió,
observándolo alejarse por la puerta.
Unos minutos más tarde, Jared fue a
buscarla a la habitación de Felicity,
donde Jenny se había mantenido
ocupada cambiando de ropa a su hija.
—Ya estás lista. Ahora no
ensuciarás de lodo las alfombras de la
abuela —Jenny se inclinó y la besó en la
frente—. Vamos, cariño. Duerme tu
siesta y sueña con los angelitos —le
acarició la mejilla con sumo cariño.
Felicity, agotada, no tardó en caer
dormida—. Cuando despiertes, te
prepararé un bocadillo.
—Jenny, ¿estás lista? —Jared se
acercó a la puerta.
—Para una sorpresa siempre estoy
lista —contestó ella con una sonrisa.
—Ven conmigo. —La tomó de la
mano y la llevó con él escaleras abajo.
En el salón, junto a la antigua
chimenea, se encontraba un enorme
árbol de Navidad natural.
—Dios mío, Jared.
—Felicity lo ha elegido —le contó
Jared con orgullo—. Y también otro, que
irá en mi casa.
—Jared, no tenías que hacerlo.
—Por supuesto que tenía que
hacerlo, es de hecho un pago por
adelantado para que tú me hagas un
favor.
—Lo que quieras.
—Excelente, porque te quiero ver a
ti, a Felicity y a Gaia mañana en mi
casa.
—Mañana es acción de gracias.
—Lo sé, y quiero invitaros a que lo
paséis en mi casa. Cocinaré para ti por
primera vez, ¿qué dices? Un cambio de
planes.
—¿Y ese es el pago? ¿Invitarnos a tu
casa? No tiene sentido.
—No, de hecho pensaba que podrías
ayudarme a decorar el árbol. He
encargado toda clase de adornos a la
tienda y no tengo idea de qué hacer con
ellos.
Jenny rio y lo abrazó.
—Pobre hombre, necesitas a alguien
te salve de las navidades.
—Sin duda, y tú eres la elegida.
Pero hoy tendremos que hacer algo con
eso. —Señaló una caja arrumbada en la
entrada, junto al enorme barril repleto
de manzanas, una caja con calabazas y
otra llena de frascos de conservas
caseras.
—¿Qué es eso? ¿Es que planeas
alimentar a un regimiento?
—Nunca se sabe, el apocalipsis de
los zombis podría ser mañana —bromeó
—. Pero en realidad me refería a esto.
—Alzó la caja de cartón—. Son adornos
de Navidad. Pensé que podríamos
decorar el árbol y sorprender a Felicity.
Jenny, enternecida por el gesto, lo
abrazó por el cuello.
—Nunca dejas de sorprenderme.
—Lo sé, y te lo demostraré de nuevo
esta noche. —Él se inclinó y le robó un
beso.
Ella rio y escapó de sus brazos.
—Démonos prisa, quiero ver la cara
que pone Felicity cuando despierte y
encuentre el árbol decorado —le dijo
Jared, muy emocionado, trasladando la
caja al salón.
—Estoy segura de que se pondrá a
gritar de alegría antes de comenzar a ver
cada adorno con el escrutinio de un
joyero a un diamante.
Y no se equivocaba. Felicity parecía
al borde de la euforia. En cuanto vio el
árbol
completamente
iluminado,
comenzó a chillar y dar saltitos de
alegría. Mientras ella y Jared
terminaban de colocar los últimos
adornos, Jenny preparó tartas de
manzana y para cuando Gaia regresó del
trabajo, juntos tomaron el té en el salón,
iluminados por los cálidos foquitos
multicolores.
Sentada frente a él, Jenny compartió
una mirada con Jared, quien mantenía a
Felicity dormida sobre su regazo. Jenny
no podía dejar de sentirse agradecida
con ese hombre maravilloso que había
llegado a sus vidas para llenarlas de
dicha.
Y deseó encontrar la forma de
retribuirle de alguna manera todo cuanto
él había hecho por ellas.
Al día siguiente, Jenny llegó
temprano a casa de Jared con la
intención de ayudarle con los
preparativos para la cena.
No alcanzó a salir completamente de
su viejo automóvil, cuando él ya se
aproximaba a recibirla.
—¡Hola, preciosa! —la saludó con
una sonrisa de oreja a oreja, ayudándola
a salir del coche—. Llegas temprano.
—Quería ver si podía ayudarte.
Toma, te he traído algo. —Le entregó un
pequeño árbol en una maceta adornado
con un lazo de regalo.
—¿Y eso por qué?
—Por agradecimiento. Por mi nuevo
trabajo, por tu ayuda con la casa, por
todo lo que has hecho con Felicity…
¿Necesito una razón específica? Podría
hacer una lista y no terminaría.
—Solo sé una manera en la que
quedaríamos a la par. —Él la abrazó por
la cintura, atrayéndola contra su cuerpo.
—¿Sí? ¿Cuál? —Ella sonrió,
posando las manos sobre su pecho, para
poner distancia—. Porque como sigas
hablando, podrías hacerlo sonar a algo
muy parecido al pago de una prostituta.
—Nada de eso, Pretty Woman, mi
oferta es un poco distinta.
—¿Y cuál es?
—Cásate conmigo.
La sonrisa se esfumó del rostro de
Jenny.
—Jared, no empieces con esas
bromas otra vez. —Ella se apartó,
esbozando una tensa y falsa sonrisa al
tiempo que iba a abrir el maletero del
coche—. He traído varias cosas para la
cena, ¿podrías ayudarme a llevarlas a la
cocina?
Jared inspiró hondo, deseaba
discutir sobre el asunto, pero tendría que
dejarlo pasar por el momento. Jenny no
estaba lista para dar el paso y no quería
presionarla. Además, esa noche se
suponía sería una llena de alegría, un
momento familiar, y no quería arruinarlo
con lo que seguramente terminaría en
una discusión.
Y ese pensamiento lo amargó un
poco.
Se suponía que pedirle la mano a
una mujer, a la mujer que se amaba, era
un momento lleno de alegría, un
momento inolvidable que demostraba su
amor hacia ella.
No un momento que la hiciera
molestarse
y
desencadenara
un
altercado.
—Es un placer. —Él sonrió de
forma tan forzada como ella, tomando el
arbolito del techo del coche, donde lo
había dejado—. ¿Qué es esto, por
cierto? ¿Un bonsái?
—No, solo es un arbolito pequeño.
Cuando madure lo puedes plantar en el
jardín. Es un manzano, dará fruta, o eso
me prometió la mujer de la tienda donde
lo compré. Aunque dudo que pueda
devolverlo si resulta no ser así —
bromeó, y él rio.
—Es estupendo, gracias. Y será
fabuloso que un día comamos esas
manzanas. —No pudo evitar imaginarse
ese momento. La familia bajo el árbol,
Felicity buscando manzanas sobre sus
hombros, el bebé sentado en el regazo
de su madre que sonreía, tan hermosa
como siempre.
Entraron en la casa por la puerta del
garaje y Jenny vio la cuna del bebé en la
que Jared había estado ocupado,
restaurándola.
—Veo que sigues trabajando en la
cuna. —Jenny pasó una mano sobre la
madera que acababa de ser pulida. Su
tacto fue tan suave que la sorprendió—.
Es tan hermosa.
—Lo que sea por ese bebé… —
Posó una mano sobre su vientre—. Y su
mamá.
Ella sonrió y Jared aprovechó el
momento para acercarse con la intención
de besarla, pero ella se apartó antes.
—Será mejor que nos pongamos a
trabajar de una vez, se hace tarde y
tenemos muchas cosas que hacer para
esta noche. —Ella le dirigió una mirada
de disculpa antes de alejarse en
dirección a la cocina.
Jenny se ocupó de la cocina mientras
Jared acomodaba la mesa de comedor y
sus sillas a juego, que había comprado
como sorpresa para ese día. Gaia y
Felicity llegaron a la hora del almuerzo
y comieron juntos. Y a partir de ese
momento permanecieron ayudándose
mutuamente con la preparación de la
comida, el arreglo del árbol navideño
de Jared y los muebles nuevos.
Para cuando llegó la hora de cenar,
todo lucía fantástico.
El timbre de la puerta sonó en ese
momento y todos compartieron miradas
interrogantes.
—¿Has invitado a alguien más? —
preguntó Jenny, ayudando a Felicity a
tomar asiento en la mesa.
—No, a nadie. —Jared se quedó sin
palabras al abrir la puerta y encontrar
del otro lado de pie a su madre,
acompañada por su hermano mayor,
Jason, y su hermana menor Jackie.
—¡Sorpresa!
—gritó
Jackie,
saltando sobre él para abrazarlo.
—Sabía que estarías aquí solo y
decidimos venir a buscarte para… Oh,
tienes compañía. —Su madre dejó de
hablar al notar la presencia de los
demás, en el comedor.
—¡Si son Jenny y Felicity! —Jackie
se acercó a saludar—. ¿Qué tal os va,
chicas?
—¡Jackie! —Jenny sonrió al verla
—. Qué alegría verte, ¿has venido a
cenar con nosotros? —Los ojos de Jenny
se agrandaron al notar la presencia de
una hermosa mujer de edad media, de
tez morena y grandes ojos dorados.
—Jenny, Gaia, Felicity, esta es mi
familia. —Jared posó una mano sobre la
espalda de su madre, llevándola con él
—. Mi madre, Brenda Zivon; mi
hermano Jason y ya conocéis a Jackie.
—Jenny sonrió de forma tensa, notando
que Jared se encontraba especialmente
nervioso.
—Hola, es un placer conocerlos —
los saludó—. Por favor, tomen asiento.
Todo está listo.
Jenny sintió que se paralizaba
cuando los ojos dorados de la madre de
Jared se posaban sobre su vientre,
ligeramente abultado, antes de dedicarle
una mirada fría.
—No queremos molestar —Jason
tomó la palabra—. Es obvio que
estabais por comenzar la fiesta.
—Nada de eso, cuantos más seamos,
mejor —Gaia intervino—. ¿No es así,
Jared?
—Por supuesto. —Él asintió,
dándole una palmada en la espalda a su
hermano—. Sentíos como en casa, por
favor.
Se acomodaron en derredor de la
mesa. Jenny se sentó junto a su hija,
Jared iba a pedirle que se acomodara a
su lado, pero en ese preciso momento su
madre lo tomó del brazo y le pidió que
se sentara con ella, ocupando el lugar de
la cabecera opuesto al de Jenny. Jason
ocupó el sitio libre frente a él, mientras
que Jackie y Gaia se distribuyeron en las
sillas restantes.
Bárbara se encargó de hacer la
bendición de la comida y enseguida
todos comenzaron a pasar los platos con
los distintos guisos y ensaladas.
La comida estaba deliciosa, como
todo lo que preparaba Jenny: puré de
patatas con salsa, yam gratinado con
malvaviscos, ensaladas de lechuga y
tomate con granos de elote y el pavo,
que no podía faltar y habría sido digno
de un anuncio de libros de cocina. Para
el postre había pastel de manzanas con
helado de vainilla y chocolate caliente.
A pesar de que la comida era de
lejos la mejor que había probado Jared,
ni su madre ni su hermano mayor dijeron
una palabra al respecto. Al contrario,
Bárbara parecía tener poco apetito, y se
limitó a probar unas cuantas hojas de
lechuga que no terminó.
Jackie y Gaia consiguieron mantener
un ambiente ligeramente relajado,
aunque Jenny podía captar la tensión
entre Jared y su madre. Después de
comer, comenzó a recoger los platos
para llevarlos a la cocina, pero Jared
insistió en que tomara asiento y
descansara, ocupándose él y Jackie de
eso.
Mientras jugaba en el salón con
Felicity con un nuevo rompecabezas que
Jared le había regalado, Gaia se acercó
a ellas con pasteles de arroz y calabaza
que la niña comenzó a disfrutar con
deleite. Esa tarde había comido como
nunca en su vida, «esa pequeña
seguramente habrá subido un kilo o dos
para mañana», pensó Jenny con deleite.
—Está comenzando a refrescar,
querida, ¿podrías traerme mi abrigo? —
le pidió Gaia al notarla de pie cerca de
la entrada.
—Por supuesto, abuela. —Jenny se
dirigió al armario de la entrada, donde
guardaban los abrigos al llegar.
—¿Hace cuánto que sales con mi
hijo? —le preguntó Bárbara de repente.
Jenny se volvió sobresaltada. No se
había dado cuenta en qué momento la
madre de Jared había llegado.
—Solo somos amigos —contestó
tras un ligero titubeo, tomando la chalina
de su abuela del perchero.
—Eso me parece un tanto… falso.
Jenny se volvió hacia ella.
—¿Disculpe?
—Antes de venir aquí, pasé a buscar
a mi hijo al hospital, donde supuse lo
encontraría trabajando, como él dijo que
estaría. No lo hallé, como es obvio. Sin
embargo, unas compañeras suyas me
pusieron al tanto de la estrecha relación
que ha mantenido Jared últimamente con
una chica pobre de la cafetería, con una
hija y otro niño en camino. —La miró
fijamente—. Y ahora que te encuentro
aquí, está claro que ellas no mentían.
Jenny se tensó, suponiendo quiénes
debían ser las personas que «la pusieron
al tanto».
—Señora, no sé qué le hayan dicho,
pero yo no intento mantener con Jared
nada más que una amistad. Que es
justamente lo que tenemos ahora.
—Qué bien, porque quiero que
entiendas que Jared es un hombre
demasiado
sensible
como
para
comprender que en ocasiones se está
metiendo en algo que no le conviene —
soltó la mujer, en tono grave—. Siempre
ha intentado salvar el mundo y se olvida
de su propio bienestar por intentar
buscar el de los demás. Por eso se hizo
médico. La diferencia es que al final del
día, el trabajo se hace a un lado para
marcharse a casa. Lo que no se puede
hacer con una mujer vividora. —Le
dedicó una mirada fría—. Cargar con
una familia que no es suya no es lo
mismo que ser un buen samaritano, y
será mejor que se lo hagas entender.
—No es como usted piensa. Yo no
estoy buscando que Jared cargue
conmigo o mi familia.
—No te creo. ¿Qué harías aquí, si no
es así? Jared nunca antes había invitado
a una mujer a pasar las fiestas con él.
Eso era tema de su familia. La familia
que este año dejó de lado para estar
junto a ti. —Sus ojos se achicaron en
rendijas—. ¿Cómo puedes decir que
Jared no está cargando contigo, cuando
te da prioridad sobre los suyos? Su
verdadera sangre.
Jenny sintió como si le hubiesen
atravesado las entrañas con un puñal.
—Yo nunca le haría daño a Jared.
Nunca. Yo no sabía que él tenía la
intención de pasar las fiestas con su
familia, se lo aseguro.
—No dudo que seas una buena
mujer, pero mi hijo merece un nuevo
comienzo. —La mujer se acercó tanto a
ella que Jenny pudo ver su rostro muy
cerca del suyo, en una clara amenaza—.
Uno desde cero.
—Entiendo que Jared se merece lo
mejor. Y que eso no soy yo —le dijo con
voz grave.
—Bien, en ese caso, tal vez deberías
irte. Como dije en un principio, esta es
una fiesta familiar. Y tú no perteneces a
esta familia.
Jenny tragó saliva y se dio la media
vuelta. Entró en el salón, donde Felicity
continuaba jugando al lado de Gaia,
ambas ajenas a lo que acababa de
suceder.
—Es hora de irnos —Jenny anunció,
actuando como si nada la molestara.
—¿Tan pronto? —Jared apareció
desde la cocina, llevando un par de
tazas con chocolate caliente.
—Felicity debe acostarse temprano
y yo me siento bastante cansada.
Disculpa.
—Está bien. —Él le dedicó una
mirada de extrañeza—. ¿Quieres que te
lleve?
—No es necesario. Vamos, chicas.
—Jenny tomó a Felicity de la mano y
ayudó a Gaia a ponerse de pie.
—Jenny. —Jared se acercó a ella y
la abrazó—. Gracias por todo, fue un
día maravilloso gracias a ti.
—Cuando quieras. —Ella sonrió y
se alejó—. Adiós, Jared.
—Adiós, Jenny. Te veré mañana.
—No podré. Estaré ocupada.
—Bien, te llamaré entonces.
Ella asintió y se alejó. Sin que él se
diera cuenta, se secó una lágrima que
escapó de sus ojos, nublados por el
dolor.
CAPÍTULO 24
Jared entró en la casa sintiéndose
extraño. Jenny se había marchado
demasiado deprisa. Supo de inmediato
que algo iba mal, pero no acertaba a
decir qué.
Salió tras ella al descubrir que
Felicity se había dejado su muñeca en la
sala, pero ella ya se había ido. Sin saber
exactamente el motivo, permaneció
afuera, esperando. Deseaba ir tras ella y
traerla de regreso, o quedarse a su lado.
Cualquier cosa que la mantuviera cerca
de él.
—Jared, tenemos que hablar. —
Jackie se acercó a él. Su rostro lucía
pálido, incluso ceniciento.
—¿Te ocurre algo? —Él se volvió,
preocupado—. ¿Te sientes mal?
—Estoy bien, tranquilo. No tienes
que ser el hermano mayor protector todo
el tiempo —ella sonrió, agradecida por
su preocupación—. De hecho, soy yo
quien viene… a velar por tus intereses,
si pudiera llamarse de ese modo.
—¿A qué te refieres?
—Mamá… —Suspiró y lo miró a
los ojos—. La escuché hablando con
Jenny.
Un nudo tenso se crispó en el
interior del estómago de Jared.
—¿Qué le dijo?
—No lo sé con exactitud, estaban
terminando de hablar cuando llegué.
Pero no fue algo bueno, Jared. De eso
estoy segura. Jenny enseguida dijo que
debía marcharse y, aunque intentó
aparentar que nada ocurría, estaba
bastante afectada.
—Lo noté también. Pero no me pude
explicar el motivo.
—Debes ir con ella, Jared, y
averiguar lo que ocurrió. —Posó una
mano sobre su brazo—. Jenny es una
buena mujer, no merece que la traten
mal. Mamá puede ser demasiado dura a
veces, y puede que intentara… alejarla
de ti. —Buscó las palabras adecuadas.
—No lo haría… —Jared palideció.
No su madre. Ella no era esa clase de
mujer.
—Jared, ella es capaz de eso. Lo sé
bien. —Algo vio en los ojos de su
hermana que le hizo saber que no
bromeaba.
Sin detenerse a pensarlo dos veces,
se subió a su vieja camioneta y se
marchó.
Al llegar a casa de Jenny, Gaia le
dijo que ella dormía en su habitación. Al
parecer había tenido una jaqueca
repentina y necesitaba descansar.
Jared no se dejó apartar por esa
excusa. Conocía muy bien a Jenny para
saber cuándo ella estaba intentando
evitarlo.
Jenny, recostada sobre su cama, no
dejaba de llorar por más intentos que
había hecho. Felicity acababa de
dormirse, y durante todo el proceso de
llevarla a la cama, se había forzado por
mantener una sonrisa y las lágrimas
ocultas, sin embargo su hija siempre
había poseído una especie de sexto
sentido que la hacía saber cuándo su
madre se encontraba triste. Su hija no se
había dormido con facilidad y Jenny
debió sacar todo su arsenal de trucos
para conseguir relajar a la pequeña,
pasando de un buen número de cuentos
para dormir hasta un té de tila, que Gaia
había preparado para ambas.
La anciana era otra persona que
claramente tenía un sentido extra,
desarrollado para darse cuenta del
momento en el que su nieta se
encontraba mal. Pero en esa ocasión
había preferido guardar silencio y no
había protestado cuando ella no quiso
ver a Jared, excusándose con una falsa
jaqueca.
Jenny cambió de canal, había
encendido la televisión para amortiguar
sus sollozos y evitar así llamar la
atención. La programación era un asco,
por lo que se decidió al fin por una
película de zombis. Por algún motivo le
gustó ver a esos monstruos arrancándole
el cerebro a una mujer ricachona y
engreída.
De pronto escuchó un sonido
familiar desde la ventana del balcón y
supo al instante de quién se trataba. Se
cubrió la cabeza con la manta y se quedó
inmóvil.
—¡Jenny, ábreme la puerta, sé que
no estás dormida! —escuchó a Jared
llamarla—. ¡Jenny, no me ignores! No
me moveré de este lugar hasta que abras
esa ventana y está helando aquí fuera.
De mala gana, Jenny se puso de pie y
abrió la puerta del balcón.
—¿Qué quieres, Jared? —preguntó,
sonándose la nariz con un pañuelo
desechable.
—Saber qué ocurrió contigo. —Él
se quedó callado y posó una mano sobre
su mejilla—. ¿Estás llorando?
—No. Creo que he agarrado un
resfriado.
—Jenny, no me mientas. Estabas
perfectamente hace un momento. Dime la
verdad, ¿qué ocurrió con mi madre?
—¿A qué te refieres?
—No finjas que no sabes de qué te
hablo. Jackie os escuché conversar. —
Jenny bajó la vista.
Gracias al cielo parecía que esas
pocas palabras bastarían para hacerla
hablar. Y qué bien, porque en realidad
no tenía mucha idea de lo que pudo
decirle su madre para ocasionar que ella
se marchara tan repentinamente.
—Eso no importa, Jared. Por favor,
vete.
—No me iré hasta saber qué
sucedió.
—No es importante… de verdad…
—La voz se le quebró y debió apretar
los labios para no soltar un sollozo.
—Si no es importante, ¿por qué
estás llorando?
—Estoy
embarazada,
Jared,
últimamente lloro por cualquier cosa.
Ayer me puse a llorar por un anuncio de
croquetas para perro —intentó sonreír
—. La visión de un pobre perro sin
hogar que encuentra una familia puede
ser realmente conmovedora.
Jared se acercó a ella, pero Jenny
retrocedió.
—Jared, te lo suplico. Necesito
dormir. —Inspiró hondo—. Por favor,
vete a casa. Hablaremos mañana.
—No lo haré. No aceptaré que me
eches así sin más.
—Jared… —Él no dijo nada,
sencillamente la abrazó, y con ese
simple gesto, las lágrimas que Jenny
había
mantenido
guardadas
se
desparramaron en un borbotón de
sollozos incontrolables.
Jared no dijo nada, le permitió llorar
en sus brazos, quedándose con ella hasta
que Jenny se hubo tranquilizado y
consiguió dejar de llorar.
—¿Te sientes mejor? —le preguntó
él, secando sus lágrimas con una cálida
caricia.
—Estoy bien, te lo aseguro. —Le
sonrió, pero sus ojos aún estaban
brillantes por las lágrimas—. Por favor,
vete a casa. Tu madre y tus hermanos te
están esperando. Ellos son tu familia,
Jared, no yo. —Su voz se quebró—.
Debes estar con ellos.
—Jenny, eso no es cierto. Tú eres mi
familia, tú y Felicity.
—No, Jared, eso no es cierto. —
Ella se apartó—. Eres un hombre
demasiado bueno, Jared. Yo no te
convengo, ni que te involucres en mis
problemas. Sé que intentas ayudarme,
una persona tan maravillosa como tú
debe de sentirlo como una especie de
obligación, pero no es así, Jared.
—Jenny, ¿de dónde has sacado esas
ideas? Nunca he sentido la obligación
de ayudarte, lo hago porque así lo
quiero. —Tomó su mano—. Porque te
quiero.
Ella le dedicó una mirada llena de
cariño.
—Tu madre tiene razón. Eres un
hombre demasiado sensible como para
comprender que en ocasiones te estás
metiendo en algo que no te conviene.
Olvidas cuidar de tu propio bienestar
por intentar buscar el de los demás. —
Sus ojos se llenaron de lágrimas una vez
más—. No te merezco, Jared. Por favor,
regresa a tu casa con tu familia. No
quiero ser la causante de más
inconvenientes. Y tampoco quiero ser la
imagen de esa mujer débil por la que
debas sacrificarte. Y sin duda mereces a
alguien mejor que yo. Un comienzo
desde cero, y no tener que cargar con la
familia de otro.
El entendimiento llegó a Jared con la
fuerza de un rayo.
—Es eso, ¿no es verdad? —La miró
con el ceño fruncido—. Ella te dijo eso.
—Jared, no…
—¿Cómo pudo atreverse? —gruñó,
hecho una furia—. Pero ahora me va a
oír.
—¡Jared! —Pero él ya se alejaba
por la escalera. Salió de la casa como
un huracán, prácticamente echando
chispas por el enojo.
Encontró a su madre sentada en el
salón, decorando un fino jarrón de
cristalería que antes no había estado
allí, con flores de invernadero que debió
llevar con ella, porque él no tenía idea
de dónde habían salido.
—Al fin vuelves, hijo, me
preocupaba no volver a verte antes de
que me fuera —le dijo al oírlo entrar,
sin volverse a verlo.
—Quiero que una cosa quede clara,
madre. —La voz de Jared retumbó por
las paredes—. Lo que hay entre Jenny y
yo no te compete, ¿me has oído?
Ella se volvió y le sonrió
ligeramente.
—Veo que esa mujer no es capaz de
mantener el pico cerrado.
—¡No hables así de ella! Jenny no
me dijo nada, pero te conozco bastante
bien para saber qué es lo que harías
para alejarme de una mujer, madre.
—Esa mujer no te conviene. Es de
mala familia, su abuela es una bruja.
—¿Una bruja, madre? —Le dedicó
una mirada llena de desprecio—.
¿Desde cuándo crees tú en brujas?
—A lo que me refiero…
—No me importa a lo que te
refieras. Jenny es una buena persona y
no tenías derecho alguno a tratarla de la
forma en que lo hiciste. Si ella no te
agrada, la que se tiene que marchar de
esta casa eres tú, no ella.
Por primera vez los ojos de su
madre parecían asustados.
—¿Pones a esa… mujer por encima
de tu madre? —Se cuidó de no llamarla
de ninguna forma despectiva.
—Es la mujer que amo, madre.
—Decías amar a Joana y ella no
dudó en marcharse a la primera
oportunidad, llevándose todo lo que
tenías con ella.
—Jenny es diferente.
—¿Sí? Diferente ¿cómo? ¿Crees que
ella no te abandonaría? Mírala, salió
huyendo cuando las cosas se pusieron un
poco difíciles. Debes cuidarte de las
mujeres como ellas, las que buscan solo
tu apellido, tu dinero…
—Te equivocas, Jenny no tiene idea
de quién es mi familia, ni la cantidad
que guardo en el banco. Ella no sabe
quién soy, porque no se lo he dicho. Ella
me quiere por ser quien soy, madre.
—¿Y no te has preguntado por qué
no se lo has dicho? Tal vez en realidad
no confías en ella.
—¿Qué está ocurriendo aquí? —
Jason entró en la estancia, acompañado
por Jackie.
—Nos vamos ya, hijo. —Su madre
pasó por su lado en dirección a la puerta
—. Hasta pronto, Jared. Si es que así tú
lo deseas en el futuro.
—¡Madre, espera…! —Jackie gimió
—. Hablaré con ella, Jared, lo prometo.
—Jackie le dedicó a Jared una mirada
de disculpa antes de alejarse tras los
pasos de su madre.
—Supongo que nos veremos
después. —Jason se acercó a él y para
su sorpresa lo abrazó—. Hablaré con
ella. Pero yo en tu lugar, la escucharía.
—¿Es que tú sabes algo sobre esto?
—Jared le dedicó una mirada
especulativa—. ¿Sabías lo que ella iba a
hacer y se lo permitiste?
—Ella es así, te protege a su modo.
—No es justa.
—Pero es sabia. —Su hermano se
encogió de hombros—. Ella te advirtió
de Joana.
Jared se quedó con esas palabras en
el aire.
«Ella te advirtió de Joana».
—Como sea, somos tu familia, no lo
olvides. —Jason le dio un golpe
juguetón en el hombro—. No nos alejes,
¿me oyes? Estaremos para ti siempre. Es
lo que la familia hace.
CAPÍTULO 25
Entre el trabajo y la llegada de las
fiestas decembrinas, Jared y Jenny poco
pudieron verse durante un buen tiempo.
Una excusa excelente para no admitir
que ambos se estaban evitando.
Jared necesitaba pensar, las palabras
de su madre le habían dolido pero las
que lo habían hecho pensar fueron las de
su hermano mayor: «Ella te advirtió de
Joana».
Jenny no lo había aceptado, no
realmente, no como él lo hacía con ella.
Le permitía acercarse hasta un límite,
poniendo siempre una barrera entre
ellos, sin entregarse. Él le había dado su
corazón y ni siquiera estaba seguro de
que ella lo quisiera ciertamente.
Del mismo modo que hizo Joana.
Le había pedido matrimonio una y
otra vez y todo cuanto ella había hecho
había sido rechazarlo. Eso dolía. Y
aunque ella había dejado claros los
términos entre ambos, eso no impedía
que a veces deseara que Jenny hiciera a
un lado todas esas reglas fundadas por
el miedo y se entregase de lleno a él.
Eso era todo cuanto él deseaba en la
vida.
Que Jenny lo amase del mismo modo
en que él la amaba a ella.
Esa noche, Luke apareció por su
casa. No se habían visto mucho, pero su
amigo poseía una gran intuición para
conocer los problemas de la gente. En
especial, de la gente a la que apreciaba,
como su mejor amigo.
—Creo que necesitas una cerveza —
le dijo a modo de saludo cuando Jared
le abrió la puerta.
—No, gracias.
—En ese caso, solo habla. —Él se
sentó sin invitación en su sofá, ahora
rodeado de muebles—. Yo te escucho
mientras bebo una.
Jared optó por tomar asiento a su
lado, arrebatándole la cerveza abierta a
su amigo y llevándosela a los labios.
Luke sonrió y se encogió de
hombros, tomando una nueva cerveza
mientras escuchaba a Jared con
atención. Cuando al fin su amigo hubo
terminado de contarle lo sucedido con
su madre y Jenny, Luke se tomó unos
minutos antes de hablar.
—No deberías escuchar a tu madre
—le dijo sin rodeos.
—¿Por qué no?
—Porque las madres no siempre
están en lo cierto.
—Creí que tu madre había muerto y
que te había criado tu padre.
—Sí, no lo digo por mí.
—¿Entonces por quién?
Él se removió en el asiento,
nervioso.
—¿Qué pasa?
—Te voy a contar algo que espero
nunca repitas a nadie, ¿me has oído? ¡A
nadie!
—Hombre, me estás asustando.
Luke inspiró hondo y lo miró a los
ojos.
—Una vez… hace muchos años, me
enamoré.
—Si es que alguna vez probaste con
otro hombre, no quiero saberlo.
—¡No digas estupideces! —Luke lo
golpeó en el hombro—. ¡Jared, presta
atención, que lo que te digo es serio y
solo lo diré una vez!
—Lo siento. —Jared dejó de reírse
al notar la expresión grave de su amigo
—. ¿Es en serio? ¿Te enamoraste?
—Sí, es en serio. Fue hace muchos
años, cuando estudiaba en Harvard. Tú
sabes que no tenía muchos recursos en
aquel entonces.
Jared asintió. Luke le había
comentado en una ocasión que él había
sido becado en Harvard, su familia no
disponía de mucho dinero, por lo que
fueron tiempos duros para él. Debió
mantenerse haciendo varios trabajos,
algunos bastante desagradables, para
conseguir salir adelante.
—Me enamoré de una chica de
buena familia —dijo Luke, su voz teñida
de una tristeza que él nunca le escuchó
antes. Jared se quedó mudo al descubrir
esa faceta en su mejor amigo. Luke era
un bromista y un ser alegre
empedernido.
No
ese
hombre
melancólico, dolido por el amor, que
tenía a su lado—. Ella era… preciosa.
No solo físicamente, que lo era, por
cierto, sino… sé que sonará cursi, pero
era… maravillosa.
—Te entiendo. —Jared asintió—.
Así es como me siento con Jenny.
—Lo sé, por eso te estoy contando
esto.
—Hombre, te enamoraste. No tiene
nada de malo, ¿qué pasó? ¿Os
distanciasteis y rompisteis?
—Sí, por su madre. —Lo miró a los
ojos y Jared comprendió a dónde quería
llegar contándole su historia—. Su
madre era una mujer elegante que nunca
aprobaría que su hija se rebajara a tener
un novio pobretón y sin una buena
familia que lo respaldara. Me echó a
patadas de su casa y me dejó muy en
claro que su hija no era para mí. —Jared
se sorprendió del dolor que transmitían
las palabras de su amigo—. Hizo…
hasta lo imposible por separarnos. No
voy a entrar en detalles sobre eso. Solo
te diré que, tiempo después cuando fui a
buscarla, no pude encontrarla. Ella se
había mudado con su madre a otra
ciudad, fue todo cuanto pude averiguar.
Y nunca volví a verla.
—Lo siento.
Él asintió y bebió otro trago de su
cerveza.
—Ya no tiene importancia, fue hace
muchos años —dijo, aunque por la
forma en que lo hizo, Jared estaba
seguro de que esa herida seguía
doliendo—. Todo lo que tengo que
decirte, amigo, es que no permitas que
lo que diga una madre te aparte de la
persona a la que amas. Aunque se tu
madre. —Lo señaló con un dedo
acusador—. Tienes que aprender a darte
cuenta del valor de una persona en sí
misma, no por el dinero que tenga o la
familia de la que venga.
—Desearía que ella hubiera hecho
eso contigo. —Jared apoyó una mano en
su hombro.
—Como te dije, eso fue hace muchos
años. —Terminó su cerveza y se
levantó, apartándose de él.
Jared permaneció estudiando a su
amigo de lejos. Luke se había criado
bajo el duro puño de un padre
alcohólico y había tenido que velar por
sí mismo y su propia seguridad desde
muy joven. Comprendía que fuera duro,
que mantuviera esa coraza impenetrable
a su alrededor, una coraza que lo
protegía del mundo y que impedía que
cualquiera entrara, a excepción de unas
pocas personas, entre ellas Jared.
Le costaba creer que el fuerte Luke
pudiera sentirse de ese modo, que
realmente tuviera un lado vulnerable.
Luke siempre solía ser bromista y de
sonrisa ligera, pero de carácter
extremadamente duro cuando las cosas
se ponían difíciles.
Por lo que sabía, jamás se tomaba
una relación en serio, rehuía de ellas
tanto como él lo había hecho hasta hacía
poco.
Quizá más.
***
La siguiente noche, Jared decidió
terminar con el distanciamiento entre
Jenny y él. Necesitaba verla. Era cierto
que no podía saber si ella lo
abandonaría en cuanto las cosas se
pusieran difíciles, pero él le había
prometido no hacerlo.
Entró en la cafetería, prácticamente
desierta, y la vio enseguida. Estaba sola
en la cocina, decorando galletas
navideñas.
—Hola.
Ella se volvió sobre el hombro y le
sonrió.
—Hola.
—¿Qué estás haciendo?
—Galletas.
—¿Para un regimiento?
Ella rio y su risa le calentó los
sentidos. Dios, ¿cómo pudo estar tantos
días lejos de ella?
—Prometí llevar galletas para
vender en la función navideña del
colegio de Felicity. La señora Gordon
me dio permiso para prepararlas aquí, si
abastecía con un surtido igual a la
cafetería para la fiesta de Navidad.
—No tienes que hacer eso.
—Está bien, me gusta ayudar. —Ella
se encogió de hombros en un gesto
desinteresado, y él no pudo dejar de
enternecerse. Así era Jenny: sincera,
generosa, auténtica.
Ella no era Joana.
Había una distancia tan grande como
de la Tierra a Plutón.
—¿Necesitas algo? —Ella se volvió
para prestarle atención.
—Venía a… preguntarte si quieres
que te lleve a casa. Hoy salgo temprano.
Al fin.
Estaba seguro de que ella advirtió la
mentira, pero no lo hizo notar. Asintió
levemente con la cabeza y volvió a su
trabajo.
—Gracias, pero saldré tarde. Vete a
casa, Jared.
—Jenny… —Posó una mano sobre
su hombro.
—Es mejor así, Jared. —Ella se
tensó—. Es mejor que dejemos las cosas
así.
Él bajó la mano. La falta de su tacto
le hizo sentir un vacío como ningún otro.
Necesitaba su calor, aunque nunca lo
admitiría abiertamente.
—¿Cómo está Kitty? —le preguntó
ella de repente, retomando su trabajo.
—¿Disculpa?
—Kitty, la pequeña de oncología. —
Le sonrió por encima del hombro. Y él
comprendió lo que hacía. Estaba
cambiando de tema.
Como siempre hacía cuando no
quería tocar un tema importante.
—Tracy dice que le han gustado los
batidos, ¿se encuentra mejor?
—Sí. Sí, está mejor. —A él le costó
un par de minutos reaccionar para poder
seguirle la conversación—. Se marchará
a casa para las navidades.
—Estupendo. Todos los niños
merecen estar en casa para Navidad.
—Dame eso, yo lo llevaré. —Se
adelantó antes de que ella pudiera
levantar la bandeja terminada de
galletas decoradas y la sujetó por ella
—. No deberías trabajar tanto, Jenny. Sé
que sigues haciendo las magdalenas para
el café de tu abuela y también que te han
hecho pedidos en dos restaurantes.
Debes cuidarte, y al bebé.
Ella asintió y se apartó un mechón
de pelo que se escapó de su redecilla,
ensuciándose la cara con harina.
—Estoy bien, solo un poco cansada.
El trabajo duro es bueno para el alma,
mi padre decía eso. Es solo por la época
navideña, no será para siempre. —
Suspiró, sentándose en una silla y
pasando una mano por su espalda
adolorida—. No puedo dejar pasar la
oportunidad de ganar algo extra, ahora
que puedo. Voy a tener gastos grandes
muy pronto.
Él dejó la bandeja sobre una
encimera y se volvió hacia ella. Se la
veía tan frágil, tan cansada… Notó unos
círculos oscuros bajo sus ojos y de
alguna forma parecía haber perdido
peso.
Se maldijo por no estar a su lado,
por no cuidar de ella.
Maldita fuera su madre y sus
palabras.
Jenny no iba tras su dinero, y si
terminaba por alejarse de él, sería su
decisión. No algo que él provocara
buscando alejarse primero.
Si Jenny le permitía estar a su lado,
lo haría, y aprovecharía hasta el último
minuto. Y durante el tiempo que ella le
concediera a su lado, la cuidaría, la
protegería, la mimaría como ella se
merecía.
—Vamos —le dijo con voz rotunda,
tendiéndole una mano para ayudarla a
ponerse de pie.
Ella frunció el ceño, confundida.
—¿A dónde?
—Te llevaré a casa y te daré un
baño de agua caliente, y luego te irás
directa a la cama a ver la televisión y
comer pizza con chocolate caliente.
—¿Estás loco? Tengo mucho que
hacer. Y ya estoy suficientemente gorda
como para siquiera pensar en eso.
—Estás más delgada, y eso es algo
muy malo cuando estás embarazada.
Vamos —insistió, tomando su mano y
levantándola—. Nos vamos a casa.
—Pero…
—No discutas, mujer. Me encargaré
de que Karen cuide a Felicity en casa de
tu abuela. Tú mereces unos minutos de
descanso.
—Jared, no creo que sea una buena
idea. ¡Jared, no! —Él la cargó en brazos
como a un bebé y la sacó en volandas de
la cocina—. ¿Qué estás haciendo?
—Te advertí que no discutieras —le
dijo él con una sonrisa en los labios.
—¡Jared, basta!
La señora Robbins y una jovencita
que trabajaba en la cafetería se
acercaron corriendo, atraídas por los
gritos.
—Señoras, Jenny se retira a
descansar. Traspaso a sus delicadas
manos la labor que ella dejó casi
terminada en la cocina.
Las empleadas rieron y, para
sorpresa de Jenny, aplaudieron.
—Ya era hora, jefe —gritó la señora
Robbins—. Llevo toda la semana
diciéndole a esa chiquilla que tiene que
cuidarse. No se preocupe, nosotras
terminaremos su trabajo.
CAPÍTULO 26
Jared llevó a Jenny a su casa y le dio un
baño. A pesar de sus protestas, él la
enjabonó y le lavó el cabello,
mimándola en extremo.
—Estoy embarazada, no muerta —le
dijo ella con aparente enfado,
sintiéndose mal de que él la tratase de
ese modo. No lo merecía.
—Permite que te consienta un poco.
—No tienes que hacer eso, yo
puedo.
—Quiero hacerlo. —Él pasó la
esponja por su cuerpo—. Déjame
hacerlo, Jenny. Por favor.
Había algo en su voz, en su forma de
mirarla, que a ella le impidió negarse.
Asintió con la cabeza y cerró los
ojos, apoyando el cuello contra la toalla
que él había dispuesto al extremo de la
tina para eso mismo.
—Eso, relájate. Te hará bien. —
Sonrió, pasando lentamente la esponja
con agua caliente por su abultado
vientre.
Después de terminado el baño, Jared
le dio una de sus camisas y la llevó a
cuestas hasta su cama.
—¿No pretenderás que duerma a
medio día, verdad?
—No, en absoluto. En realidad,
quería pasar un día de completo
despilfarro contigo.
—¿Qué es eso? —Enarcó las cejas.
—Vamos a despilfarrar el tiempo
reposando,
viendo
películas
de
Navidad, comiendo pizza y bebiendo
chocolate caliente. Si es que a ti te
parece bien.
Ella rio y asintió. Jared la colmó de
mimos, comieron pizza hasta hartarse y
luego asaron malvaviscos en la
chimenea de la habitación, que él había
encendido para ella. Como tantas otras
cosas, sabía lo mucho que ella adoraba
las chimeneas.
—¿Y qué tal ha ido tu semana? —le
preguntó él, mientras asaban un par de
malvaviscos.
Jenny comenzó a relatarle sobre sus
magdalenas, que gracias a la época del
año se estaban vendiendo muy bien,
también sus galletas sin gluten.
—Ahora parece que todo el mundo
es celiaco —finalizó su relato.
—Deberías hacer un libro de
recetas, o tal vez abrir una tienda de
productos sin gluten. Estoy seguro de
que tendrías mucho éxito —le aseguró él
—. Todo lo que preparas es delicioso.
—Sí, algún día. O en otra vida —
bromeó.
—Lo digo en serio. Tendrías mucho
éxito.
—Jared, mírame. Tengo una hija con
autismo y un bebé en camino, además de
una abuela que cada día se hace mayor.
Estoy sola y sin un céntimo, no puedo
encargarme de un negocio ni tengo
tiempo para escribir un libro de cocina.
—Quizá si tuvieras ayuda… —
Estrechó su mano.
—Todos tienen mejores cosas que
hacer. —Ella la apartó y tomó un
puñado de frituras que no comió. Él notó
que lo hizo para no estrechar su mano—.
Cuéntame cosas de ti. ¿Hubo muchos
casos interesantes en el hospital estos
días?
—Borrachos, más que nada —
contestó sin mucho ánimo—. Abundan
en esta época.
Ella lo miró fijamente.
—¿Qué?
—Anda, cuenta. Yo te conté lo mío.
—Preferiría que no me evadieras.
Ella suspiró.
—Hay temas que es mejor no tocar,
Jared. Creí que al fin lo habías
comprendido.
—¿Es eso lo que quieres? ¿Que lo
entienda y te deje en paz?
Ella se mantuvo en silencio.
—Jenny…
—No. —Sus ojos estaban llenos de
lágrimas—. La verdad es que no.
Él tomó su mano y esta vez ella no la
apartó.
—Estoy en tu vida, Jenny. Vamos
juntos en este tren. —Él ahuecó ambas
manos en sus mejillas, secando las
lágrimas que resbalaban por su rostro—.
Y ya no hay vuelta atrás. Entiéndelo de
una vez y grábatelo en la memoria,
porque eso jamás va a cambiar.
—Pero tu familia…
—Mi familia no es la que está en
esta habitación prometiéndote esto. Soy
yo. —Él se acercó y la besó suavemente
en los labios—. Estaré contigo siempre,
Jenny, en las buenas y las malas.
Ella rio ligeramente, secándose el
rostro con el dorso de la mano.
—Suena como la promesa que harías
frente a un altar.
—Lo es. —Estrechó su mano—.
Nuestro propio altar. Y en él te prometo
que nunca te dejaré sola, Jenny. Tienes
mi apoyo incondicional. Y mi amor.
Ella posó una mano sobre la suya y
la acarició con sumo cariño.
—Eres tan bueno conmigo, Jared.
Ojalá yo pudiera hacer algo para
retribuirte todo lo que has hecho por mí
y mi familia.
—Acéptame en tu vida, es todo
cuanto deseo. —Se inclinó y la besó en
los labios—. Déjame amarte, Jenny.
Ella lo besó también y juntos se
fundieron en un abrazo apasionado.
Jared la llevó a la cima con exquisita
ternura, tomándola en la alfombra con
tanto cuidado y delicadeza que las
lágrimas inundaron los ojos de Jenny. Él
no quería lastimarla, su vientre estaba
cada vez más hinchado y temía por el
bienestar del bebé, aunque sabía que no
corría riesgo alguno. Sin embargo fue
cuidadoso al extremo, amándola con tal
delicadeza y devoción en cada caricia,
que Jenny se sintió adorada como una
reina, como una deidad a la que había
que brindarle pleitesía.
Juntos llegaron al clímax en medio
de besos y caricias lentas e íntimas. Se
quedaron abrazados en la alfombra,
junto al fuego, observando el oscilar de
las llamas entre sus dedos entrelazados.
—Te amo, Jared —le dijo Jenny en
un susurro, mirándolo a los ojos con
todo el amor que sentía en su interior
reflejado en su mirada.
Él sonrió, y por Dios que pareció
que lo hacía por primera vez en su vida.
La tomó en sus brazos y la besó con
fuerza.
—Yo también te amo, Jenny —
susurró sobre sus labios, reticente a
alejarse de ella, volviendo a besarla y
demostrándole en ese solo beso todo lo
que las palabras no podían decir.
CAPÍTULO 27
—¡Ya hemos llegado! —gritó Jared,
entrando en la casa con Felicity sobre
sus hombros.
—¿Qué tal ha ido la clase de
equitación?
—preguntó
Jenny,
recibiéndolos en la puerta y llevando
con ella todavía unos cuernos de reno
que estaba cosiendo para el disfraz
navideño de su hija.
—Bastante bien. ¡Hey, princesa,
saluda a tu madre! —gritó cuando
Felicity pasó de largo, directa a las
escaleras.
—Seguramente tiene que ir al baño
—susurró Jenny, como si fuera un gran
secreto—. ¿Entonces, os divertisteis?
—Mucho. Felicity dio toda una
vuelta por la pista ella sola. Casi lloro
por la emoción, te lo juro.
—No dudo que lo hicieras, como la
última que vez. —Jenny sonrió y lo besó
en la mejilla—. Y te amo por eso.
—Oye, no lloré. Tenía una pelusa en
el ojo.
—Ajá. —Ella frunció los labios en
una línea, para no reírse—. Espero que
tomaras fotos.
—Agoté la memoria de la cámara —
dijo él con orgullo—. En cuanto las
descargue, las mandaré a imprimir.
Quiero que tengamos un álbum de la
equinoterapia de Felicity.
—Al paso que vas, tendremos una
biblioteca completa. —Sonrió con
cariño—. ¿Tienes hambre? Todavía
tengo tarta de manzana de esta mañana.
—Me encantaría un trozo, pero no te
muevas de allí. —La detuvo antes de
que ella se levantara de la mecedora—.
Iré yo. ¿Quieres un poco?
—No gracias, tengo que terminar
esto y no quiero que quede todo
pegajoso.
—¿Has conseguido al fin hacer que
esas cosas se queden tiesas sobre la
cabeza? —Jared volvió con un plato
para ella de todos modos y lo colocó en
la mesita a su lado—. Come, el bebé
necesita un descanso —le dijo, sin darle
oportunidad de replicar.
Jenny rodó los ojos y dejó de lado
su costura para dar un bocado de pastel.
—Algo así, pero en realidad creo
que no tendré mucho éxito.
—¿Por qué no?
—No consigo que queden idénticos.
—Ningún asta es idéntica.
—¿Ni siquiera del mismo reno?
—Asumo que no. —Se encogió de
hombros—. Además, dudo que haya
alguien a quien le importe eso, Jenny.
Felicity será la más hermosa en la
función de Navidad, con astas idénticas
o no.
Jenny sonrió agradecida y asintió.
—Tienes razón. —Cortó el hilo y las
miró—. ¿Me haces un favor?
—El que sea.
—Pruébatelos.
—Claro, mientras no me claves una
aguja en el ojo —Jared bromeó y se
arrodilló ante ella.
—Sigue haciendo bromitas y te
dejaré como un colador —lo amenazó
ella en son de broma, colocándole una
diadema con el par de astas de reno
hechas con tela y relleno cosidas al aro.
Jared se enderezó y Jenny enseguida
soltó una carcajada.
—Eres un reno encantador —le dijo
ella entre risas—. ¿Crees que podrías
probarte la capa? Felicity no se quedará
el suficiente tiempo quieta y podría
pincharse con los alfileres.
—Está bien, siempre que no termine
saliendo de aquí con una corona de
princesa, como la última vez.
Jenny rio y se acercó al comedor,
donde tenía un enorme desorden
ocasionado por su máquina de coser,
retazos de tela y varias cajas de costura
abiertas.
—Hola, Jared, ¿qué tal estás? —
Gaia se acercó a saludar—. Oh, veo que
te han puesto cuernos.
—Mientras sean estos y no sea yo el
cornudo, todo está bien —bromeó Jared.
—Mi nieta nunca te haría eso, hijo.
Es puro corazón.
—No lo dudo, madame. —Él
sonrió, dirigiéndole a Jenny una mirada
llena de cariño.
Felicity llegó corriendo en ese
momento y Jenny se tensó enseguida.
—Felicity, tesoro, sube a tu
habitación conmigo para que te cambies
de ropa. —Gaia tomó a la niña de la
mano—. Es hora de dormir.
—Gracias, abuela, no me gusta que
ella esté cerca de las agujas.
—No tienes nada que agradecer,
linda. Que tengas buena noche, Jared —
se despidió, subiendo por la escalera
con la pequeña de la mano.
—Jared, acércate, por favor. —
Jenny, subida en un banquito, extendió
una capa.
Jared se acercó a ella y Jenny la
acomodó sobre sus hombros.
—Siento hacerte pasar por esto,
pero tengo que asegurarme que los
adornos
queden
visibles,
y
sencillamente no puedo hacerlo sin
tenerlo sobre alguien vivo.
—Definitivamente debe tener que
ver con el hecho de tener que pinchar a
alguien con alfileres.
—Seguramente. Es parte de la
brujería de una buena costurera —rio
ella, siguiéndole la broma.
—Jackie me pidió que te saludara
hoy —le dijo él, tras varios minutos de
silencio en los que Jenny se dedicó a
colocar adornos sobre la tela.
—Es tan dulce, dile que también le
mando saludos.
—Ella quiere que vengas a cenar a
casa para Navidad.
Jenny dejó lo que estaba haciendo,
quedándose con el alfiler sostenido en la
mano.
—Yo… no creo que sea una buena
idea.
Jared tomó su mano y la acercó a él.
De pie sobre el banquillo, sus rostros
estaban prácticamente a la misma altura.
—Jenny, lo que dijo mi madre no
tiene nada de verdad. Yo te quiero en mi
vida, siempre lo has sabido.
Ella sonrió, pero su sonrisa no le
llegó a los ojos.
—Creo… creo que será mejor que
termine esto.
—Jenny, no puedes evadir el tema
por siempre.
—No estoy evadiendo nada —dijo
ella, rebuscando el alfiler que había
ensartado en su muñequera, entre otros
cientos idénticos a ese.
—Jenny, yo soy quien manda en mi
vida. Hace muchos años que ni mi
madre ni nadie me dice lo que tengo que
hacer.
—Yo te lo digo —replicó ella, en
son de broma—. Quédate callado y deja
de moverte o te voy a pinchar con los
alfileres…
—¡Auch!
—¿Te he lastimado? Lo siento, lo de
pincharte no era en serio. —Jenny se
acercó, muy preocupada—. ¿Dónde te
he…? —Jared se inclinó y la besó,
silenciando sus palabras.
—Valió la pena terminar como
alfiletero
—bromeó
Jared,
estrechándola contra su cuerpo.
—Tramposo. —Sonrió, todavía
envuelta entre sus brazos.
Los pasos en la escalera los hicieron
separarse abruptamente.
—No interrumpo nada, solo vengo
por un poco de agua —dijo Gaia,
pasando directamente a la cocina.
Jenny aprovechó la oportunidad para
alejarse y comenzar a ordenar las cosas
sobre la mesa.
—¿Irás a la presentación de
Navidad de Felicity? —le preguntó
Jenny, buscando un tema casual cuando
volvieron a quedarse a solas.
—Claro. No me lo perdería por
nada.
—Estupendo. —Ella sonrió y
continuó con su tarea, sin darle la
oportunidad de volver a sacar el tema.
***
El día del festival de Felicity, Jenny se
sorprendió cuando su hermana y su
cuñado
decidieron
sorprenderlas,
apareciendo para la función.
—Jared, ya conoces a mi hermana,
Megan. Y su esposo, Carl —los
presentó Jenny.
Jared saludó a ambos con un apretón
de manos, notando lo muy tensa que se
había puesto Jenny.
—Creo recordarte, eres el vecino de
mi abuela, ¿no es así? —preguntó
Megan, esbozando una sonrisa gélida.
—Así es. —Jared asintió, sin decir
nada más.
—Es hora de la función, ¿qué tal si
entramos? —intervino Gaia.
Después de dos horas de cantos
navideños y niños disfrazados, Felicity
se reunió con su familia y todos
pudieron marcharse del teatro. Megan
lucía como si le acabaran de hacer una
colonoscopia sin anestesia y Jenny
quería alejarla de los niños antes de que
su hermana perdiera la paciencia.
Incluso la paciente Gaia parecía al
borde de sufrir un ataque nervioso, tras
tan larga función de Navidad.
El único que estaba maravillado era
Jared, que no dejaba de revisar la
grabación que había hecho de la obra
navideña.
—No puedo creer que la filmaras
por completo —le dijo Jenny en voz
baja, mientras caminaban hacia el coche.
—Es la primera obra de Navidad de
Felicity, tenía que guardarla para la
posteridad.
—¿Y los niños de los otros grados
qué pintan al respecto? Ni siquiera los
conoces.
—No, pero no quería perderme
nada. Algún día, cuando Felicity sea
mayor, valoraremos esto como si fuera
oro. O más —comentó Jared, lleno de
ilusión.
—Habla por ti mismo. Si vuelvo a
escuchar un villancico esta noche, juro
que vomitaré. —Sonia pasó por su lado,
llevando de la mano a su hijo—. Que
tengan buena noche y felices fiestas —se
despidió de ellos, alejándose calle
arriba en compañía de su familia.
—Adiós, Sonia. Felices fiestas, y
también para ti, Tito —se despidió
Jenny de su amiga.
El pequeño le dijo adiós con la
mano y le mandó un beso a Felicity.
—Ese niño me está comenzando a
enfadar en serio —gruñó Jared,
frunciendo el ceño.
—Tiene cinco años, Jared. Y si lo
piensas, es tierno que esté tan
enamorado de Felicity —le dijo Jenny,
pasando una mano por los rizos rubios
de su hija, quien todavía llevaba las
astas de reno, pues se había negado a
quitárselas después de la función—. Y
lo importante es que a ella le cae bien y
la hace feliz.
—Los panqueques la hacen feliz y
no le lanzan besos.
—Jared, estás actuando como un
papá celoso. —Jenny se acercó a él y lo
besó en la mejilla—. Y eso es tan tierno.
—No soy tierno. Soy aterrador. —
Imitó un gruñido que Felicity reconoció
enseguida y partió a la carrera, riendo a
carcajadas, perseguida por Jared.
Él la atrapó y la alzó en el aire,
haciéndole cosquillas en la barriga.
Felicity rio a carcajadas, compartiendo
sus risas con su madre.
—Chicos, ¿les gustaría ir a cenar?
—les preguntó Megan, llegando hasta
donde ellos se encontraban—. Gaia nos
ha recomendado un lugar donde
podríamos parar. Yo invito —añadió
con una sonrisa, y Jenny comprendió que
estaba
intentando
ser
amable.
Seguramente después de las últimas
conversaciones que habían tenido, se
sentía un poco mal y quería arreglar las
cosas entre ellas.
—Gracias, Megan, pero los últimos
días Felicity ha estado especialmente
sensible con los cambios. Preferiría no
sacarla a lugares nuevos que pudieran
estresarla. Pero, si lo deseas, podemos
pasar a comprar comida para llevar y
vamos a casa —añadió, al notar la
mirada de desilusión en el rostro de su
hermana.
—Excelente idea. —Ella aplaudió
—. Jared, si quieres adelántate con
Jenny y Felicity a casa. Nosotros iremos
en nuestro coche, Gaia nos dirá dónde se
encuentra
ese
restaurante
tan
maravilloso y nos detendremos a
comprar la cena.
—Muy bien. —Jared asintió,
dedicándole a Jenny una mirada de
sorpresa. Había imaginado a Megan
como una especie de robot-ogro, y ahora
resultaba que era humana después de
todo. Y amable.
Media hora más tarde, todos
estuvieron sentados en derredor de la
mesa del comedor disfrutando de la
comida italiana del restaurante favorito
de Gaia. Comieron pasta, cuidando que
Felicity no la probara, albóndigas,
ensalada y unos cortes de carne que
provocaron que Jenny gimiera de placer
al probarlos.
—Recuérdame llevarte esa comida
cuando vaya a visitarte por las noches
—le dijo Jared al oído.
Las
mejillas
de
Jenny se
ruborizaron, pero a ella no le importó.
Le dedicó una mirada lasciva mientras
se llevaba un nuevo trozo de carne a la
boca con los dedos, provocando que la
boca de Jared se abriera.
—Bien, está decidido. En adelante,
solo comerás eso —le susurró al oído.
Jenny rio, negando con la cabeza,
recuperando la actitud alegre habitual en
ella.
Pronto Felicity, tras un día lleno de
emociones, se sintió un poco inquieta y
comenzó a ponerse irritable. Jenny iba a
ponerse de pie para llevarla a su
habitación y calmarla, pero Jared la
sorprendió adelantándose a ella.
—Yo iré con ella, no te preocupes
—le dijo Jared, cargando a Felicity en
brazos—. Disfruta de tu hermana, no
todos los días está aquí.
Megan le dedicó a Jared una mirada
fría, como si calculara si él lo decía en
serio o como un reproche.
—Esta comida es magnífica —
comentó Carl, buscando amenizar el
ambiente—. Deberíamos pasarnos por
aquí para comer más seguido y de paso
podríamos venir de visita, ¿no lo crees,
Megan?
—Eso sería magnífico, sin duda —
contestó Gaia, alzando una copa de vino
—. Aunque Jenny es la mejor cocinera
de la localidad, todo el mundo lo dice.
—Abuela, no empieces —Jenny
sonrió, poniéndose de pie—. Iré por el
café antes de que mi abuela se deshaga
en elogios.
—Te acompaño. —Megan se puso
de pie enseguida.
—No hace falta.
—Te ayudaré, Jenny, no es molestia
—insistió ella, siguiéndola a la cocina.
Jenny se puso tensa, sabiendo que su
hermana nunca buscaba ayudarla a
menos que quisiera algo.
—¿Ya te has comunicado con él? —
le preguntó Megan enseguida.
Jenny se volvió a verla con cara de
pocos amigos y cogió la cafetera.
—Jenny, no me ignores. Puede que
no quieras contestarme al teléfono
cuando te lo pregunto, pero ahora estoy
aquí y no me iré hasta que me des una
respuesta. —Megan se plató ante ella—.
¿Has hablado con tu ex?
—¿Cómo podría hacerlo? No tengo
idea de dónde está.
—¿Y acaso te has impuesto la tarea
de encontrarlo?
—¿Para qué? Él se fue, Megan, nos
abandonó —replicó Jenny, molesta,
rodeando a su hermana para llegar al
fregadero y comenzar a llenar con agua
la jarra de la cafetera—. Qué patético
sería ir tras él, como un perro faldero.
—No es por eso, es para exigir tus
derechos. Él te debe una pensión, esa
hija es tan de él como tuya, y ese bebé…
¿Estás segura que es de Lionel y no de
ese hombre que está contigo? —Señaló
las escaleras—. Porque él también
debería darte algo…
—¿Qué? ¡No! ¡Megan!
—Bueno, querida, no sé qué quieres
que yo asuma. ¿Has estado separada de
Lionel por más de un año y resulta que
estás embarazada de él?
así.
—Créeme, preferiría que no fuera
—¿Y qué vas a hacer? ¿Él te va a
ayudar? —Volvió a señalar al techo,
refiriéndose a Jared.
—¡Él no es el padre, ya te lo dije! Y
deja de decir eso. No necesito a nadie a
mi lado para mantener a mis hijos.
Puedo hacerlo yo sola, muchas gracias.
—¡Necesitas a alguien que te ayude!
Estás sola con una niña discapacitada y
viviendo con una anciana medio loca.
—¡No te atrevas a decir eso otra
vez! Felicity no es discapacitada, mi
hija tiene tantas capacidades como
cualquier otra persona, o muchas más —
rugió Jenny—. Y la abuela está mucho
más cuerda que la mayoría de la gente
que conozco. No te atrevas a insultar a
ninguna de ellas si no quieres que te
saque a patadas por esa puerta, te lo
advierto.
—No estás siendo racional, Jenny.
—¡Tú eres la que no es racional!
¿Qué pasa contigo? ¡Soy una mujer
autosuficiente! No necesito a nadie que
cuide de mí.
—Todos necesitamos a alguien,
Jenny. En especial tú —le dedicó una
mirada llena de tristeza—. Mírate,
hermanita. Eres tan frágil… Y Dios sabe
que te ha puesto un camino duro por
delante. Necesitas muchos recursos para
conseguir solventar todos tus gastos.
Busca a tu ex, él os debe una pensión a ti
y a sus hijos.
—Este bebé es mío, al igual que
Felicity. Solo míos. No lo necesito a él,
Megan, deja de insistir, ¿quieres? Pasé
bastantes años soportando tener que
verle la cara todos los días a un hombre
fantasma, que disfrutaba haciéndome
borrar la sonrisa del rostro las pocas
veces que estaba presente. Él… él
quería internar en un centro a Felicity.
—Su voz estaba colmada de rabia—.
No me importa el dinero que pueda
darnos, no lo quiero en nuestra vida
nunca más. Esta es mi vida ahora:
Felicity, el bebé y yo somos una familia,
una familia feliz, y no lo necesitamos a
él para nada —concluyó, alejándose
hecha una furia.
—Jenny, ¿estás bien? —Gaia le
preguntó al verla pasar.
—Lo estaré. —Ella sonrió, aunque
sus ojos estaban llenos de lágrimas—.
Disculpa, Carl. No me encuentro bien.
Continuad cenando, yo… Buenas noches
—concluyó, desapareciendo por la
escalera.
Unos minutos más tarde, mientras
Jenny aún estaba escondida en su
balcón, ocultando sus lágrimas de todos
los demás, Jared llegó a su encuentro.
—Felicity duerme al fin —le
comunicó, rodeándola por los hombros y
atrayéndola contra su cuerpo.
Ella se limpió una lágrima y lo miró,
sin sonreír. No tenía que fingir cuando
estaba con él. Y eso era un alivio muy
grande.
—Le ha costado bastante trabajo. —
Suspiró—. La pobre está muy alterada
últimamente.
—Porque ve a su madre alterada.
Jenny apartó la vista y la fijó en el
paisaje nocturno. Sabía que era cierto,
pero las cosas se estaban complicando
en su vida y eso la mantenía nerviosa.
Pronto todo cambiaría en su vida y no
tenía idea de cómo Felicity tomaría la
llegada del bebé.
Para colmo, Megan tenía razón. Su
situación económica era muy mala. No
había otra palabra. Los impuestos eran
tan altos en esa zona que la estaban
dejando en blanca. Aún no tenía nada
para la llegada del bebé y pronto
vendrían muchos más gastos. Sin
embargo, no cedería, no buscaría a
Lionel, no solo porque sabía que él no
las ayudaría con nada, ese hombre era
un completo egoísta y un tacaño. Sino
porque su orgullo se lo impedía. Se juró
sacar adelante ella sola a sus hijos y eso
haría.
Lo conseguiría aunque le costara la
vida. Se mataría trabajando por sus
hijos si era necesario.
Jared le acarició el rostro, secando
las lágrimas que todavía mojaban sus
mejillas.
—¿Cómo te encuentras?
—Bien.
—¿De verdad?
Ella se encogió de hombros.
—Vamos a hacer algo, Jenny. Cada
vez que me mientas diciéndome que no
te ocurre nada, voy a abrazarte con más
fuerza, hasta que no tengas motivos para
ocultarme la verdad, porque tarde o
temprano, terminarás fundida a mí y tu
verdad será también la mía.
Ella rio, negando con la cabeza.
—Tal vez ese trato te salga mal. Tal
vez no desee que dejes de abrazarme.
—Mejor para mí, porque en
realidad, si fuera mi decisión, te
abrazaría por el resto de la vida.
Ella lo miró a los ojos, iluminados
por las lágrimas y suspiró.
—Es Megan. A veces me saca de
quicio.
—Cualidad de cualquier hermano.
Creo que es un don con el que todos
nacemos.
Ella sonrió y asintió.
—Amo a mi hermana, pero a veces
siento ganas de estrangularla —confesó
al fin—. Quiere que hable con mi ex,
que le exija una pensión. Y como tú bien
sabes, yo no quiero volver a saber nada
de él. Ese hombre nos abandonó a mí y a
su hija, ¿cómo podría comenzar a
buscarlo? ¡No quiero volver a verlo en
la vida! —gruñó, molesta—. Como sea,
no me apetece hablar ahora de ello. Me
resulta demasiado frustrante.
Jared asintió, manteniéndola bien
abrazada, en silencio. Y eso le gustó a
Jenny, que él no le exigiese nada, que
fuese comprensivo a su manera.
—¿Te gustaría dar un paseo? —le
preguntó él de repente.
—Pero…
—Vamos, Felicity no se despertará.
—No quiero que me vean.
—Saldremos por la puerta de atrás.
Confía en mí.
Con una sonrisa traviesa en los
labios, Jenny se dejó llevar por él hasta
el sendero que comunicaba el patio
trasero de la casa con el bosque. Juntos
dieron una caminata tranquila por el
camino nevado que conducía hasta la
casa de Jared.
Cuando estaban cerca de convertirse
en muñecos de nieve parlantes, se
decidieron a entrar en la casa. Jared
encendió la chimenea del salón, y juntos
se quedaron acurrucados delante de las
llamas.
Estaban helados, pero el frío había
revigorizado de alguna manera sus
energías y borrado su mal humor. La
caminata le había sentado de maravilla,
sin duda alguna, se sentía mucho mejor.
Jenny notó un pequeño arcoíris
reflejado sobre la pared blanca y se
volvió, sorprendida.
—Lindo jarrón —comentó cuando él
buscó con la mirada aquello que había
llamado su atención—. No lo había
visto antes.
—Lo trajo mi madre como regalo
para la casa.
—Oh. —Jenny volvió la cabeza y
fijó los ojos en las llamas—. Lindo
detalle de su parte. Se ve muy fino.
—Puedes quedártelo, si te gusta.
—No, gracias.
—¿Es porque me lo dio mi madre o
es que realmente no te gusta?
—Realmente creo que a tu madre le
daría un ataque si se enterara. —Jenny
hizo una mueca—. De por sí cree que
soy una especie de mujerzuela que
espera ser tu mantenida. Imagina la cara
que pondrá cuando se entere de que me
has dado su regalo. —Frunció la nariz
—. Querrá degollarme viva. No,
gracias.
Jared la abrazó con más fuerza.
—Mi madre te querrá.
—Seguro. Y Hittler será nombrado
santo.
Jared rio ligeramente.
—¿Cómo es tu madre? —le preguntó
Jared de repente, atrayéndola contra su
hombro.
—Muy parecida a Megan —contó
Jenny—. Mis padres se divorciaron
cuando yo era pequeña. Mi padre se
marchó y nunca volví a verlo.
Prácticamente no lo recuerdo. Cuando
era adolescente, mi madre nos contó a
mi hermana y a mí que él se había
casado con otra mujer y tenía otra
familia. Así que sé que tengo hermanos
por alguna parte que nunca he visto. Y
como mi padre murió hace un par de
años, dudo que lo llegue a hacer. Mi
madre se dedicó por completo al
trabajo, llegó a ser jueza y eso se
convirtió en todo su mundo. Megan y yo
fuimos criadas por mi abuela durante los
veranos y asistíamos a los internados el
resto del año. Es por ello que Gaia es lo
más cercana a una verdadera madre para
mí. Y Megan… podría decirse que era
la hija y la hermana perfecta, pero al
mismo tiempo no lo era. Mi madre
siempre la prefirió a ella. Megan era
igual de inteligente y perfeccionista que
ella. Siguió sus pasos, se hizo abogada,
socia de una importante firma y pronto
la ascenderán a jueza. Y yo solo soy lo
que soy.
—¿Y qué eres tú? —le preguntó él,
sin dejar de mirarla a los ojos—.
Además de una mujer totalmente
perfecta.
Ella rio.
—Gracias,
pero
distas
completamente de la verdad, mi señor.
—Ella suspiró—. Creo que soy todo lo
que nunca mi madre quiso para una hija
suya. Siempre fui demasiado soñadora,
desobediente y «me-meto-en-líos».
Mientras Megan era la imagen de la
perfección y de la pulcritud, yo era la
que hacía chistes y sacaba a mi madre
canas verdes cuando me encontraba
saltando vallas o trepando árboles. Cosa
que ocurría con frecuencia —contó con
una risita traviesa—. Por más que lo
intentó nunca consiguió hacerme
cambiar y yo nunca conseguí
convertirme en la hija que mi madre
deseó y terminamos distanciándonos. Yo
vivía sola desde hacía un año cuando
Lionel me pidió que me casara con él.
Al principio supuse que él era «el
indicado», «el príncipe azul», el joven
que creí se convertiría en el hombre
perfecto para mí, para formar la familia
que nunca tuve. Pero solo fue un sueño
más roto.
—Lo siento.
—No tienes por qué. —Ella sonrió,
esta vez sinceramente—. Me dio una
hija maravillosa y otro que me ha
llenado de dicha hasta ahora, y sé que lo
seguirá haciendo cuando nazca. El haber
conocido a Lionel me ha convertido en
la persona que soy ahora. Y estoy
contenta con ello. Además, eso hizo que
te conociera a ti, de alguna manera. —
Se encogió de hombros—. Si él no me
hubiera dejado, nunca habría venido a
vivir aquí y no nos habríamos conocido.
—Un punto a su favor. —Sonrió
Jared, pasando un mechón de su cabello
tras la oreja.
—¿Y qué hay de ti?
—¿A qué te refieres?
—Cuéntame de tu familia. De tus
hermanos, tu madre… Prácticamente no
sé nada de tu pasado.
—No hay mucho que decir, en
realidad. Crecí entre Ohio y Boston, por
el trabajo de mi padre. Él era médico, al
igual que su padre y mis tíos. La familia
de mi madre ha pertenecido por siempre
a esa clase de gente refinada que asiste a
clubes de té y golf, hace actos de
beneficencia y actúa como si
perteneciera a la corte de la reina de
Inglaterra —bromeó—. Pero es una
buena mujer. Es una buena madre, una
mujer inteligente, elegante… Siempre
tuvo demasiadas altas expectativas para
mí y luchó por convertirme en el hombre
que deseaba que fuera. Cuando murió mi
padre, ella… se rompió de alguna
forma. —Se encogió de hombros—.
Aunque nunca lo admitió por completo.
Se refugió en lo que ella conocía como
su vida y se cerró a todo lo demás…
Incluida su familia. —Suspiró, tomando
un mechón de su cabello y enroscándolo
entre sus dedos—. Costó años que
volviera a actuar con normalidad y creo
que todavía no lo consigue plenamente.
—Sus ojos se llenaron de tristeza y ella
comprendió que se refería al momento
vivido durante su última visita.
—Lo siento mucho, Jared.
—Yo ya estaba en la universidad
para entonces. La que debió vivirlo de
lleno fue Jackie. Fue quien más sufrió.
Pero eso está en el pasado ahora. —
Suspiró, mirando el reloj sobre la repisa
de la chimenea—. Es tarde, seguramente
tu hermana y tu cuñado se deben haber
marchado ya. ¿Volvemos a casa a ver a
Felicity?
Jenny sonrió, le pareció sumamente
dulce que él dijera a casa, como si fuera
la casa de ambos, y que se preocupara
por su hija como si fuera de él, que se
preocupara por ella…
Era una fantasía que casi podía
saborear como realidad.
Casi.
Porque todo era tan perfecto, que no
podía hacerse a la idea de que fuera
real.
En la vida, nunca lo perfecto
terminaba siendo real.
CAPÍTULO 28
Al día siguiente los empleados del
hospital celebraron el tradicional festejo
de Navidad en la cafetería. Jared se
sorprendió al percatarse de lo apreciada
que era Jenny entre la mayoría de sus
compañeros. Todos le demostraban su
cariño de distintas formas, lo había visto
día tras día.
Y ese día parecía el más especial:
sus compañeros prácticamente se
disputaban entre ellos para cuidarla,
protegiéndola a su manera, buscando
hacerla sentir cómoda y evitar que se
cansara trabajando en exceso.
Al ser la fiesta en la cafetería, Jenny
insistía en prestar ayuda para cualquier
cosa, y continuamente la reprendían,
devolviéndola a su silla, casi siempre
con un plato de bocadillos y una taza de
chocolate humeante en la mano.
Estaba seguro de que no había tenido
otro encuentro desagradable con las
arpías del otro día, la señora Robbins la
vigilaba como un halcón, pendiente de
sus necesidades y de que nadie la
molestara.
—¡Chicos, probad esto! Está
delicioso. —Una chica de limpieza,
repartía las galletas de Jenny—. Este
año se han lucido con la comida.
—Eso es gracias a Jenny —dijo
Jared en voz alta para que todos lo
oyeran.
—Deberíamos agradecérselo, ¿no os
parece? —preguntó Luke, comenzando a
aplaudir.
Se escucharon varios aplausos que
pronto se transformaron en un coro
colmado de ovaciones.
Jenny, con las mejillas encendidas
por el sonrojo, agradeció a todos con
una sonrisa. Jared se sentó a su lado,
llevando un par de tazas con chocolate.
—Eres famosa —le dijo, bebiendo
un sorbo mientras observaba a las
parejas bailar con la música navideña.
—No lo soy. Mi comida lo es —
aclaró, llevándose la taza a los labios
—. Dios, esto es tan hermoso. Nunca
creí poder llegar a conocer gente tan
cálida como las personas de este lugar.
O casi.
Jared sonrió, sabiendo a quién
miraba ella. Brianna estaba sentada al
otro extremo de la habitación,
acompañada por su fiel amiga Lulú.
Nadie más parecía necesitado de
compartir su alegría con ese par,
aisladas en una conversación unilateral:
Brianna hablaba, Lulú escuchaba, atenta
como un perrito faldero.
—No te ha vuelto a molestar,
espero.
—No, te lo aseguro. Y la señora
Robbins no le permite siquiera
acercárseme. Espera, ¿cómo sabes?
Jared rio, encogiéndose de hombros.
—Luke. —Jenny suspiró, molesta.
No le gustaba que otras personas
arreglaran sus asuntos. Siempre se había
enorgullecido de resolver sola sus
propios problemas.
—Él te quiere, a su manera —le
explicó Jared—. Es un buen amigo.
—Lo sé. Me alegra que lo esté
pasando tan bien. —Jenny sonrió al ver
a Luke bailar con una enfermera una
especie de imitación de charlestón que
hizo reír a carcajadas a todos.
—Lo bueno de los hospitales de
pueblos pequeños es que todos se
conocen y podemos darnos el lujo de
hacer fiestas como esta entre el personal
—comentó Jared—. En las grandes
ciudades, esto es imposible.
—¿No extrañas la ciudad a veces?
—No. —Arrugó la nariz—. Nunca
he sido un urbanita de corazón. Me
agrada esto —señaló en derredor—, la
calidez que posee un pueblo pequeño.
Esto es lo mío. Me encanta.
—Y a mí. —Ella sonrió—. Me
alegra que podamos compartir este
momento. Si no me hubieras encontrado
este trabajo, estaría viviendo una
situación muy diferente a esta, en una
gran ciudad abarrotada de desconocidos
y seguramente sin poder ver a mi hija
más que unas pocas horas al día. Y sin
duda, sin tener un festejo navideño tan
encantador como este.
—El placer de tenerte aquí es mío.
—Estrechó su mano—. Créeme.
Jenny no pudo contestar, en ese
momento la señora Robbins se puso de
pie en medio de la habitación, llamando
la atención de todos al hacer sonar una
olla con una cuchara de madera.
—¡Es hora del intercambio de
regalos del amigo invisible! —anunció
la jefa de enfermería, haciendo callar la
música.
Jenny sacó de su bolsa un paquete
envuelto en papel de regalo. Le había
tocado el jefe de contabilidad y, por
sugerencia de Jared, le había comprado
una corbata.
—Gracias de nuevo por la ayuda —
le dijo al oído—. No sé qué habría
hecho sin ti. No tenía idea de qué
regalarle a Trevor.
—Es un placer. —Él le guiñó un ojo
—. Sabes que puedes contar conmigo
para lo que sea.
Ella sonrió y se puso de pie para
entregar su regalo, pues fue la primera
en tener el turno.
Ahora debían darle a ella su regalo y
se sorprendió cuando todos sus
compañeros se acercaron a ella,
ocultando un enorme paquete tras ellos.
—Nosotros
hemos
decidido
cooperar entre todos para tu regalo,
Jenny. Aunque en realidad es un regalo
para el angelito —le anunció la señora
Robbins.
—Pero, no tenían que hacerlo. —
Jenny se quedó boquiabierta cuando
dejaron al descubierto un paquete que
contenía una cuna portátil de bebé, una
carroza con silla de coche y un columpio
para recién nacido—. ¡Dios mío, no
tenían que hacer todo esto!
—Lo queríamos hacer —dijo la
señora Robbins con orgullo—. No son
nuevos exactamente, pero están en buen
estado. Todos queríamos darte algo
especial.
—Muchas gracias. —Jenny la
abrazó, sus ojos inundados por las
lágrimas—. Muchas gracias a todos.
—Es de parte de todos los que te
queremos, linda. Todos queríamos
obsequiarte algo especial. —La señora
Robbins permitió que una fila de
compañeros de trabajo la abrazaran,
haciendo un abrazo en conjunto en torno
a ella.
—No se olviden de esto. —Jared se
acercó a darle un paquete envuelto en
papel de regalo.
—¿Tú también? —Sus ojos se
ampliaron—. ¿Supiste sobre esto todo el
tiempo y no me lo dijiste?
—Era una sorpresa. —Él la abrazó,
sin perder oportunidad para tenerla entre
sus brazos—. Anda, ábrelo.
Jenny lo abrió con manos
temblorosas todavía por la emoción y
descubrió un intercomunicador de bebé.
—Ese es completamente nuevo —
anunció Laurence, una chica de la
cafetería.
—Te dará noches de descanso, linda
—dijo la señora Robbins—. Es un
comunicador de dos lados. Así podrá
también tu bebé escucharte y no se
asustará al despertar y no verte. Y mira,
tiene forma de osito, se verá lindo en la
habitación.
—También trae una plancha para la
cuna —le explicó Jared—, mide la
respiración del bebé, eso te ayudará a
dormir tranquila, sabiendo que si por
cualquier motivo el pequeño deja de
respirar, se disparará una alarma.
—Gracias, Jared, señora Robbins,
chicos… Gracias a todos. —Jenny miró
agradecida a cada uno, sus ojos
nublados por lágrimas de alegría—.
Todo esto es fabuloso.
Continuaron con el amigo invisible y
al terminar, la música navideña comenzó
a sonar una vez más. Jared la invitó a
bailar, aunque prácticamente la sacó a la
fuerza,
porque
ella
se
sentía
avergonzada porque nunca había sido
una buena bailarina.
—Solo mueve los pies, yo me
encargo del resto —le dijo Jared,
abrazándola mientras comenzaba a
moverse al ritmo alegre de la música.
Entre risas, Jenny se unió con él a
las parejas en la pista de baile.
Abrazada a Jared, no podía dejar de
sonreír. Hacía mucho, mucho tiempo no
se había sentido tan feliz.
De pronto se formó un coro de voces
a su alrededor pidiéndoles que se
besaran, y con sorpresa Jenny alzó la
vista para darse cuenta de que estaban
de pie bajo el muérdago.
—Es la tradición —dijo él con una
sonrisa, inclinándose hacia ella.
Jenny se paró de puntitas y juntos se
besaron ante la mirada de todos, que los
llenaron de aplausos.
Jared la miró de una forma
renovada, una forma que en sus ojos
reflejaba todo el anhelo y el amor que
guardaba en su interior, y sin más, la
besó otra vez.
Y ese beso fue mágico. En ese
momento supo que ese era el único lugar
donde debía estar, entre los brazos de
esa mujer, manteniéndola junto a su
cuerpo, pegada a su alma por toda la
eternidad.
Estrecharla entre sus brazos entre
valses y canciones de Navidad,
besándola bajo el muérdago hasta que
sus cabellos perdieran color y su rostro
se llenara de las marcas que llegan con
los años.
Años colmados de alegrías vividas a
su lado.
La besaría una y otra vez antes de
llevarla a su cama y hacerle el amor.
Porque la amaba. Y era eso lo que el
amor le daba a una persona: la vida
eterna en el corazón del que la ama.
Y Jenny por siempre viviría en el
suyo.
***
—¿A qué hora llegará Jared? —
Gaia abrió el horno para revisar el
pavo.
—No debe tardar, dijo que estaría
aquí puntual a las cinco. Abuela,
recuerda mojarlo bien con la salsa o
quedará muy seco.
—Lo sé, cariño, yo fui quien te
enseñó esta receta, ¿recuerdas?
El timbre sonó y Jenny se dio prisa
en dejar la tarta que estaba terminando
para ir a abrir la puerta.
Habían
decidido
pasar
la
Nochebuena en casa de Gaia. Con ayuda
de Jared, Jenny preparó una cena digna
de un programa de cocina televisado, y
él había partido a casa a cambiarse de
ropa para volver a la hora de la cena.
—Feliz Navidad —lo saludó ella
con una amplia sonrisa, al abrir la
puerta. Y su sonrisa se transformó en una
exclamación de asombro al encontrarlo
de pie, llevando consigo una enorme
bolsa de Santa Claus, repleta de regalos
—. ¿Pero qué has hecho, Jared?
Pareciera que asaltaste el trineo de
Santa.
Él rio y entró en la casa,
sacudiéndose la nieve de los hombros.
—Son solo unos detallitos. Esto es
lo único importante —dijo, buscando
algo en el interior de su abrigo.
Jenny se tensó al suponer lo que
podría guardar en su interior. Pero su
tensión se disolvió al instante en el que
él sacó una ramita y la sostuvo sobre sus
cabezas.
—Feliz
Navidad
—le
dijo,
inclinándose para besarla.
Jenny sonrió y respondió del mismo
modo. Se sorprendió al percatarse de la
desilusión que nació en ella cuando él
no sacó lo que ella suponía del interior
de su abrigo. Sabía que era muy pronto
para pensar en anillos de compromiso,
pero después de todo era Jared, el
hombre que le pidió matrimonio
prácticamente a los dos minutos de
conocerla.
—¿Necesitas ayuda con la bolsa? —
le preguntó, intentando aparentar que
nada malo sucedía.
—En absoluto, y mucho menos de ti.
No debes cargar cosas pesadas —le
dijo él, acariciando con suma ternura su
vientre.
—¡Jared! —Felicity llegó en ese
momento, corriendo como un torpedo
teledirigido a sus brazos.
Esa semana había comenzado a
llamarlo por su nombre, llenando de
alegría a su madre y dándole el mejor
regalo de Navidad a Jared. Él se inclinó
y la alzó en el aire, abrazándola al
tiempo que la llenaba de sonoros besos
en las mejillas.
—¿Cómo estás, mi dulce princesita?
—le preguntó, haciéndole cosquillas en
la barriga—. ¿Me quieres ayudar a
llevar los regalos bajo el árbol?
—Jared, Felicity no querrá esperar a
media noche para abrirlos si los ve
ahora. Por eso los tengo escondidos.
—No importa, no esperaremos, que
los abra ahora.
—Pero no es Navidad todavía.
—Estamos todos juntos celebrando
la Nochebuena. Eso ya es Navidad para
mí —le sonrió, dedicándole una mirada
interrogante y ella asintió.
—Vale, pero solo uno. —Suspiró,
quitándose el delantal—. ¡Gaia, ven al
salón! Felicity va a abrir su regalo
especial.
—¿Felicity? ¿Qué hay de su
hermanito o hermanita? —Jared se
acercó a ella y puso un paquete envuelto
entre sus manos—. No queremos que
ninguno se sienta celoso, ¿no es verdad?
—Jared, yo no tengo…
—Y por supuesto, la bisabuela. —
Jared puso una cajita en las manos de
Felicity y la pequeña se la entregó a
Gaia.
—Jared, muchas gracias. —La
anciana se sentó a abrir su regalo,
encantada—. No tenías que molestarte.
—No es molestia, es solo un detalle
sin importancia. Espero que le guste —
dijo él, sacando otro paquete de la bolsa
que Felicity tomó en sus manos—. Ese
es para Spiracles.
—¿Le has traído un regalo al gato?
—preguntó Jenny entre risas.
—Sin este gato, mi vida no sería lo
que es hoy. Le debo todo. —La risa de
Jenny cesó al notar la seriedad de sus
palabras y lo abrazó, conmovida y
agradecida.
—Creo que yo también debí
comprarle uno —dijo con cariño.
—No te preocupes, cariño, tu budín
de atún es el mejor regalo para
Spiracles.
¡Después
de
estas
maravillosas botitas de duende! —Gaia
exclamó, encantada—. ¡Gracias, Jared,
va a estar tan mono con este trajecito de
duende puesto! Iré a probárselo
enseguida.
—Gaia, Spiracles puede estar diez
minutos más sin su disfraz, ¿por qué no
abres tu regalo? —Le preguntó Jenny.
—Oh,
por
supuesto,
qué
desconsiderada. —La anciana volvió a
su lugar y terminó de abrir el regalo que
había dejado a medio desenvolver—.
¡Oh, pero si es un collar de cuentas de
lapislázuli! ¡Es precioso, siempre quise
uno de…!
—De Chile —Jared terminó la frase
—. Lo sé, por eso lo compré.
—Jared, esto es… fascinante. —
Ella lo abrazó tan fuerte que Jared hizo
una mueca de dolor—. ¡Gracias, es el
mejor regalo de Navidad que me han
hecho en años!
—Me alegra que le guste más que
las botas de duende que pensaba
comprarle a juego con las de Spiracles
—bromeó Jared.
—Oh, no, esto me encanta. —Se
miró al espejo después de que Jared le
colocara el collar—. Es precioso, Jared.
Te lo agradezco tanto, ¡siempre quise
uno!
—Es cierto, gracias, Jared. —Jenny
lo abrazó por detrás y él la envolvió
enseguida entre sus brazos.
—Tú no has abierto tu regalo.
—Querrás decir el del bebé —lo
corrigió.
—Oh, ¿aún no lo has abierto? —Él
frunció el ceño—. Pues en ese caso no
tendrás el tuyo hasta que hayas abierto el
del bebé.
Jenny hizo una mueca para disimular
la sonrisa en sus labios y abrió la cajita
de regalo. Dentro había un hermoso
álbum de bebé hecho a mano, con flores
secas y diminutas pinturas de acuarela.
—Él o ella también querrá su propia
biblioteca de fotografías —le dijo
Jared, abrazándola por detrás y
hojeando el interior del álbum por
encima de su hombro—. Pensé que sería
buena idea que comenzaras desde ahora,
escribiendo tus impresiones y lo que vas
sintiendo. Así nuestro bebé podrá leerlo
algún día y sabrá lo mucho que lo
amábamos incluso antes de que naciera.
Y mira —movió las páginas hasta llegar
a la primera, donde había una
ampliación de la primera foto de la
ecografía—, su primera foto.
Jenny se volvió de cara a él, sus
ojos humedecidos por lágrimas de
agradecimiento y de amor.
—No sé cómo… No tengo palabras
para expresar lo mucho que esto
significa para mí, Jared. —Lo abrazó—.
Gracias.
Él se inclinó y la besó en los labios.
—Gracias a ti, por dejarme
compartir estos momentos contigo.
—¿Y qué hay de Felicity? No deja
de rondar la bolsa —preguntó Gaia.
—Es porque sabe que allí está su
regalo. —Jared se inclinó y ayudó a la
pequeña a sacar del interior de la bolsa
una enorme caja envuelta en papel de
regalo.
Juntos la desenvolvieron y una
preciosa casa de muñecas quedó al
descubierto ante ellos, tan grande que
tenía la altura de Felicity.
—Dios mío, es preciosa —Gaia se
arrodilló junto a la niña para admirar la
casita—. Cada detalle… Jared, debió
costar una fortuna. Esto es una artesanía.
—Jared… —Jenny iba a reclamarle,
pero él posó un par de dedos sobre sus
labios, silenciándola.
—Quiero consentir a mi pequeña.
Dame ese placer. Como regalo de
Navidad.
—Ya tengo tu regalo de Navidad.
—Bien, que este sea otro. —Él le
guiñó un ojo y le dio un paquete—.
Ahora abre tu regalo.
—No, antes abre tú el tuyo. —Ella
señaló un paquete envuelto oculto sobre
la vitrina del comedor—. A prueba de
Felicity —le explicó ella ante su mirada
interrogante.
Jared fue hasta la vitrina y tomó el
paquete. Rasgó el papel, y un suéter
tejido quedó ante él.
—Es un suéter que ella hizo —le
explicó Gaia, expectante por que él se lo
probara—. Se ha pasado en ello las
últimas semanas.
—Siento que no sea nada tan lindo
como lo que tú has traído —dijo ella,
avergonzada—. Es un sencillo regalo
envuelto a mano. Pero es solo temporal,
estoy esperando que llegue algo mucho
mejor que he encargado para ti.
—Hey, hey… —La tomó entre sus
brazos y silenció sus palabras con un
beso—. Es lo más lindo que nadie ha
hecho por mí.
—Estás mintiendo. —Jenny sonrió a
pesar de su respuesta.
Jared se sintió mal al verla tan
apenada.
—Te juro que me encanta —le
aseguró y enseguida cogió el suéter y se
lo puso—. Es el suéter más cómodo y
calentito que he tenido en toda la vida.
Jenny sonrió y lo abrazó.
—Me alegra que te guste.
—Ahora abre tu regalo. —Jared la
tomó de la mano y la llevó hasta el sofá,
donde ella había dejado el paquete
envuelto que él le había dado.
Con cuidado, Jenny lo desenvolvió y
se quedó boquiabierta cuando, ante ella,
quedó al descubierto un bellísimo
conjunto de escritorio individual, de
esos que solo había visto en las
películas como «Miss Potter». Sobre él
había una preciosa y muy fina pluma de
tinta recargable.
—Es para cuando te decidas a
comenzar tu libro —le explicó Jared.
—Es la cosa más linda que he visto
en la vida —Jenny le dijo, pasando los
dedos cuidadosamente por la madera
pulida—. Casi puedo sentirme como una
de esas damas antiguas, con el tintero y
la pluma haciéndole cosquillas en la
nariz.
—Eso será cuando no estés
ocupando esto. —Jared le alargó otro
paquete.
—¿Qué es esto?
—Algo para ayudarte a terminar tu
libro.
Jenny abrió el nuevo regalo y un
chillido brotó de sus labios cuando un
flamante ordenador portátil quedó ante
ella.
—¡¿Estás loco, Jared?! —bramó, en
una mezcla de regocijo y enojo—. Esto
es un Mac Air, ¡cuesta una fortuna!
—Es Navidad, y lo mereces.
—Jared, no… ¡Imposible! No voy a
aceptar esto.
—Anda, Jenny, no te hagas de rogar
—Gaia intervino—. Ábrelo, a ver cómo
es por dentro.
—No lo haré, no quiero que exista
ningún impedimento para que Jared
pueda devolverlo a la tienda mañana.
—Mañana es Navidad, no abren las
tiendas.
—No importa. En cuanto abran las
tiendas devolverás esto, Jared, ¿me has
entendido?
—Jenny, por favor, acepta mi regalo.
—¡No! No lo haré, Jared, es
demasiado. Por favor… —Felicity llegó
hasta ella y tomó la caja con el
ordenador entre sus manos—. Cariño,
no hagas eso, esto es delicado.
—Creo que ella también desea que
lo abras —le dijo Jared, tomando en
brazos a Felicity.
Jenny, indecisa sobre qué hacer,
miró el regalo sobre su regazo. Los
dedos arqueados a su alrededor, como si
fuera incapaz de abrirlo.
—Hagamos algo —le dijo Jared,
abrazándola por los hombros—.
Dedícame el primer ejemplar de tu libro
de cocina, y estamos en paz.
—Jared, no creo que vaya a haber
ningún libro.
—Oh, no, claro que lo habrá. Si no
para qué Jared se ha tomado tantas
molestias —intervino Gaia—. Anda,
hija, no digas no a la fortuna cuando toca
a tu puerta. De mala suerte. —Le guiñó
un ojo—. Ahora, no desprecies el regalo
que con tanto esmero y cariño te ha dado
Jared y ábrelo, ¿quieres?
—No quería despreciarlo. Es lo
último que querría en el mundo, Jared,
lo siento si ha parecido de ese modo. Es
solo que no quería que gastaras tanto en
mí.
—¡Solo abre el maldito regalo de
una vez! —gruñó Gaia.
Jenny suspiró y asintió.
—Vale, vale —musitó, abriendo la
caja. Con ayuda de su abuela, lo sacó
del interior y lo sostuvo entre las
piernas. Era increíblemente delgado y
ligero.
—¡Ábrelo! —le pidió Gaia, con
impaciencia.
—No creo que esté cargado. Suele
necesitar que lo conectes antes de… —
Jenny se quedó sin palabras cuando su
abuela, pasando por alto lo que le estaba
diciendo, abrió la tapa del ordenador y
este, al instante cobró vida.
Ante ella se desplegó la luz de la
pantalla, bañando su rostro de tonos
azules cuando un mensaje se desplegó
ante ella: «Ve hasta el final».
Primero apareció un hermoso fuego
de chimenea, la imagen se amplió, y
frente el fuego había una pareja,
abrazados ante las llamas. La imagen se
amplió más y Jenny se dio cuenta de que
era una fotografía de ellos dos.
Enseguida
un despliegue
de
fotografías comenzó a aparecer ante sus
ojos al mismo tiempo que la melodía de
Something Stupid con la voz de Frank
Sinatra sonaba por los altavoces. En la
pantalla, se hizo una sucesión de
imágenes, en ellas se veían a ambos
riendo,
abrazados,
besándose…
Distintos momentos de sus vidas,
muchos en compañía de Felicity, que le
recordaron a Jenny todos los momentos
llenos de alegría que había vivido con
Jared. Hubo un trozo de video del
festival de Navidad, ella riendo llena de
orgullo cuando su hija salió a escena
vestida como reno y luego abrazando a
su pequeña tras la función. La imagen se
cortaba, y entonces aparecía Jared de
pie junto al lago nevado, Felicity en sus
brazos, sonriendo de oreja a oreja.
—Antes de preguntarte directamente
aquello que cambiará para siempre
nuestras vidas —le dijo Jared a través
del video—, tenía que pedir su opinión
—explicó, besando a Felicity en la
mejilla—. Felcity, ¿estás de acuerdo en
que me convierta en tu papá?
—Shiiii —contestó la pequeña,
asintiendo vivamente con la cabeza.
Los ojos de Jenny se llenaron de
lágrimas, se llevó una mano a los labios,
para cubrir un sollozo.
—Entonces creo que puedes traer
ese globo —le dijo Jared a la pequeña.
La niña bajó de sus brazos y salió
disparada hasta donde la esperaba Gaia,
con un enorme globo de corazón atado a
un palito.
Jenny se volvió hacia Gaia, quien se
limitó a encogerse de hombros.
—Culpable —dijo en un susurro,
sonriente, haciéndole un gesto para que
volviera a fijar su atención en la
pantalla.
Felicity llegaba de vuelta con Jared,
quien la cogió en brazos una vez más y,
sosteniendo entre ambos el enorme
globo, lo colocó de forma que se viera
ante la cámara.
Y Jenny leyó con claridad las
palabras escritas en el enorme corazón
rojo: «Jenny, te amo. Cásate conmigo y
permíteme seguir amándote por el resto
de nuestras vidas».
—Por si no lo alcanzas a leer, Jared
te está pidiendo que te cases con él,
Jenny —se escuchó la voz de Luke tras
la cámara, y Jenny soltó una carcajada
—. Todos estamos en esto, preciosa, así
que será mejor que no le digas que no a
mi amigo, o lo dejarás avergonzado
delante de todos los que conoce —le
advirtió él, mostrando brevemente su
rostro ante la cámara.
—¡Cállate, Luke! —le gritó Jared,
una mueca divertida ladeando la
comisura de sus labios.
—¡Dile que sí! —gritó Luke, antes
de volver a desaparecer tras la cámara.
—Ahora te toca a ti decidir, Jenny
—Jared continuó hablando, Felicity
jugando con el globo, todavía entre sus
brazos—. Tengo mucho más que decirte,
pero eso lo haré ahora, frente a frente,
como debe ser.
La reproducción del video terminó y
Jenny, con lágrimas en los ojos, apartó
la vista de la pantalla del ordenador.
Jared se había colocado de rodillas
ante ella. Con cuidado, apartó el
ordenador de su regazo y la tomó de las
manos, la emoción viva en su voz al
hablarle:
—Pensé en miles de formas de hacer
esto —le dijo con voz grave, sus
brillantes ojos azules fijos sobre ella—,
pensé en poner un espectacular frente al
hospital,
organizar
un
baile
coreografiado con los chicos del
hospital, incluso invitarte a un paseo en
globo. Pero todo eso era demasiado
impersonal. Quería mirarte a los ojos,
solo tú y yo, cuando te hiciera esta
pregunta.
—Jared…
—Te amo, Jenny. —Él ahuecó una
mano en su mejilla, secando las lágrimas
que resbalaban por su piel—. Te amo
como nunca imaginé que podría llegar a
amar a ninguna persona sobre la faz de
la tierra. Demonios, creo que te amo
tanto que te pondría por encima del
universo mismo.
Los ojos de Jenny se llenaron de
lágrimas, incapaz de contenerse.
—Sé que habíamos llegado a un
acuerdo, pero hace tiempo que creo que
ambos lo hemos roto para algo mejor. —
Una ligera sonrisa curveó los extremos
de sus labios—. Te quiero en mi vida
Jenny, hoy y siempre. A ti, a Felicity, al
bebé… También Gaia —añadió,
haciéndola reír—. Quiero un futuro a tu
lado, un futuro todos juntos.
Jenny se pasó una mano por la nariz,
que comenzaba a gotearle como si
estuviera resfriada. Gaia le tendió un
pañuelo y se alejó, ocultando las
propias lágrimas que cubrían sus ojos.
—Te amo demasiado para seguir
permitiendo mantenerte alejada de mí,
Jenny. Deja a un lado los miedos, yo
nunca te haré daño. Nunca.
—Lo sé, Jared. —Ella ahuecó la
mano en su mejilla, en una lenta caricia
—. Lo sé bien.
—Te amo, Jenny. Por favor, mi
amor… —Él hizo un gesto con la
cabeza, y Felicity, que había estado
aguardando junto a Gaia de pie junto a
las puerta del comedor, se acercó
llevando con ella el enorme globo que
había visto en el video.
Jenny soltó una risita, mezcla de
nervios y de emoción. Abrazó a su hija
cuando esta llegó a su lado, tomando el
cordón del globo de sus pequeñas
manos. Y fue cuando lo vio, atado al
final del hilo, un hermoso anillo de
platino y diamantes, junto con una rosa
roja. La más bella que había visto en su
vida.
Jared tomó el anillo del extremo del
cordel y lo desató, sosteniéndolo ante
ella.
—Jenny, por favor, sé mi esposa.
Jenny se llevó ambas manos al
rostro para reprimir un sollozo y negó
con la cabeza.
—¿Jenny?
—¿Estás seguro de que quieres esto?
—le preguntó entre hipidos—. ¿Todo
esto? —señaló en derredor, refiriéndose
a toda su vida, a Felicity, el bebé,
incluso Gaia.
Jared no tuvo que pensarlo dos
veces.
—Más que seguro. Cien por cien,
doscientos por cien, vaya, no hay tipo
más seguro que yo en la tierra —
bromeó, haciéndola reír—. Vienes con
un paquete, lo sé y lo entiendo
perfectamente, porque es el paquete lo
que también quiero. Te amo, Jenny, y
todo lo que viene contigo.
Ella empezó a llorar y lo abrazó, con
Felicity todavía entre sus brazos, por lo
que fue un abrazo de tres.
—¡Te amo, Jared!
—Y yo a ti, preciosa. —Jared la
besó largamente, hasta que Felicity,
cansada de estar entre ambos, los
empujó.
Entre risas, se pusieron de pie,
dejando libre a la pequeña para que
pudiera marchar en dirección a su
abuela, quien aguardaba, llorando a
lágrima viva, de pie todavía junto a la
puerta.
—Creo que debes usar esto, ahora.
—Jared tomó la mano de Jenny y colocó
la sortija de diamantes en su dedo
anular.
—Este
momento
debemos
recordarlo para la posteridad —anunció
Gaia, alzando su polaroid—. Poneos los
tres juntos, quiero una foto.
—Los cuatro —pidió Jared, alzando
un brazo para llamarla—. Somos una
familia.
Gaia sonrió de oreja a oreja y puso
la cámara para hacer una foto de forma
automática. Los cuatro posaron para
ella, y otras más, que rememoraran ese
momento especial.
Esa fue la mejor Navidad para Jenny
y para Jared. Cenaron en familia, la
comida, de por sí deliciosa, les supo de
maravilla también gracias a la alegría
que compartían todos juntos esa noche.
Más tarde, después de que Felicity
se hubo quedado dormida y Gaia se
fuera a la cama, ambos entraron a su
habitación, envueltos en besos llenos de
amor y alegría. Jared la desnudó
lentamente, saboreando cada instante de
ese momento. Acariciando con suma
ternura su vientre, cada vez más
hinchado antes de llevarla a la cama.
Hicieron el amor con pasión. Jared,
cuidadoso al extremo, la abrazó con
lentitud, mirándola a los ojos al tiempo
que le dedicaba suaves caricias, como si
quisiera grabar ese momento en la
eternidad, hacerlo duradero para
siempre.
Al terminar, se quedaron dormidos
abrazados, murmurándose palabras de
amor y la forma en que planeaban
repetírselas por el resto de sus vidas.
Al amanecer, Jenny despertó
sintiéndose más viva que nunca. A su
lado, Jared yacía recostado sobre su
vientre, toda su atención puesta en el
pequeño ser que ella llevaba en su
interior. Su mano, cálida y cariñosa,
palpaba la curva desigual donde
alcanzaba a distinguirse ligeramente una
parte del bebé.
—Tu madre es una guerrera valiente.
Debes estar orgulloso de ella, como yo
lo estoy. Así serás tú también, pequeño
—escuchó que él le murmuraba, y una
sonrisa de emoción curvó sus labios.
No se movió, no quería terminar ese
momento, que para ella era precioso.
Jared se mantuvo allí tanto tiempo,
que ella comenzó a sospechar que no era
la primera vez que lo hacía.
Seguramente ya le había hablado a su
hijo no nacido sin que se diera cuenta.
Jared reía cuando el bebé pateaba,
encantado
de
las
pequeñas
demostraciones que hacía el pequeño a
su constante palabrería. Él lo colmaba
de palabras de cariño, le decía que cada
día estaba más grande y que lo cuidaría
cuando naciera, como lo hacía con su
hermanita y su madre.
Jenny sonrió y Jared alzó la vista a
ella.
—¿Estás despierta?
Ella, con lágrimas en los ojos,
asintió.
—¿Hace cuánto que estás despierta?
—le preguntó, arqueando una ceja.
—Lo
suficiente
como
para
convencerme una vez más de que eres el
hombre más maravilloso del mundo —le
dijo ella, tomándolo por el cuello y
acercándolo a sus labios para besarlo.
Él no dudó en profundizar ese beso,
atrayéndola contra su cuerpo con pasión
renacida.
—Te amo, ¿lo sabes? —le dijo en un
susurro, besándolo suavemente en los
labios.
—Sí. Pero el que tú lo sepas al fin,
es lo que más me llena de alegría. Hubo
un tiempo en el que llegué a pensar que
nunca aceptarías que estabas enamorada
de mí.
—No estoy enamorada de ti.
—¿Ah, no?
—No. Te amo. Es diferente.
—Es mejor. —Sonrió él, con
arrogancia—. Y ahora que estás tan
segura de lo que sientes por mí, supongo
que no tendrás reparos en mudarte
conmigo.
Los ojos de Jenny se agrandaron por
la sorpresa.
—¿A tu casa?
—Es allí donde vivo.
—Pero… aún no nos hemos casado.
—Jenny, no quiero esperar un minuto
para tenerte a mi lado.
—Ya me tienes, Jared. Me tienes en
cuerpo y alma. Completamente.
Él sonrió, tomando su rostro entre
sus manos y conduciéndolo a sus labios.
Jenny se acomodó sobre su cuerpo,
ahondando ese beso. Sus manos viajaron
con lentitud por su perfecto abdomen
mientras conducía sus caderas hasta la
dura erección de Jared. Él no la hizo
esperar, impaciente por poseerla. La
tomó por la cintura y la acomodó sobre
su miembro antes de penetrarla con una
sola embestida.
Ella gimió de placer cuando él se
abrió paso por su suave y palpitante
interior, deleitándose con su calor.
Lentamente comenzó a moverse,
apoyando las manos sobre su tenso
pecho, brillante por el sudor. Poco a
poco aumentó el ritmo, conducida por el
placer.
Jared la tomó por las caderas y alzó
las
suyas,
enterrándose
más
profundamente en su interior. Sus
embestidas se volvieron frenéticas,
ambos gimiendo en cada una de sus
embestidas.
Y entonces la tensión en él se liberó.
Adentrándose en lo más hondo de su ser,
Jared gruñó, derramándose en su interior
al mismo tiempo que Jenny alcanzaba el
clímax.
Agotada de placer y envuelta en
sudor, ella cayó a su lado, sonriendo de
oreja a oreja.
—Eso ha sido estupendo —le dijo
ella, trazando la línea de su sudorosa
mandíbula con un dedo, en una tierna
caricia.
—En ese caso, debemos volver a
intentarlo. —Sonrió de forma pícara,
besándola y atrayéndola contra su
cuerpo, para volver a hacerle el amor.
Tal como planeaba hacerlo hasta el
último de los días de su vida.
CAPÍTULO 29
Los siguientes días se sucedieron en un
constante ajetreo consistente en planes
de boda intercalados con la cotidianidad
del día a día. Jared siguió llevando a
Felicity a sus clases de equitación y a la
escuela, y estaban juntos la mayor parte
del día en el trabajo, y luego en su casa.
Como Jenny decidió no mudarse a casa
de Jared hasta después de la boda,
ambos buscaban ratos libres para estar
juntos a cualquier oportunidad, y las
noches las pasaban en su mayoría en
casa de Jenny.
Con el paso de las semanas, los
planes comenzaron a concretarse; la
fecha de la boda estaba muy cercana y
Jared casi había terminado las últimas
reparaciones en su casa con la intención
de dar la bienvenida a su nueva familia.
Esa semana de febrero había sido
particularmente fría y había caído una
nevada tan intensa que habían cerrado
las carreteras.
Estaban en casa de Jared, Gaia había
ido a pasar unos días con Megan, por lo
que fueron unos días relajantes de
tiempo en familia para los tres solos. Se
acurrucaron frente a la televisión con
tazas de chocolate caliente, Felicity con
una bebida de coco que era su favorita,
y disfrutaron del calor de hogar y
comida para llevar hasta que se
hartaron.
—Creo que Felicity comienza a
inquietarse —comentó Jenny, al notar
que la niña se ponía de pie y empezaba a
pasearse de un sitio a otro.
—Saldré a jugar con ella un rato. —
Jared se puso de pie.
—Hace mucho frío —replicó Jenny,
sin ganas de levantarse del sofá.
—Ha dejado de nevar, solo será un
ratito. Daremos unas cuantas vueltas en
el trineo.
Jenny hizo una mueca. Jared le había
regalado un trineo a Felicity, que su hija
descubrió bajo el árbol, pero era un
regalo de «Santa», como él le dijo.
Jenny vio tan feliz a su hija, que mejor
dejó pasar el asunto. No le gustaba que
Jared consintiera tanto a Felicity, no
quería malcriarla, pero sin duda ese
había sido un regalo maravilloso que la
hizo tan feliz que no pudo ponerle
ningún reproche.
—Tranquila, no tienes que venir. —
Jared se inclinó y la besó en los labios
—. Duerme un poco, estaremos afuera si
necesitas algo.
—Gracias,
Jared
—le
dijo
sinceramente—. El estar como una
ballena no ayuda a mis ganas de salir a
congelarme en la nieve.
—Estás hermosa, te lo he repetido
mil veces. —La arropó con la manta
tejida que estaba en el respaldo del sofá.
Jenny se despertó al sentirse llevada
en brazos. Al abrir los ojos, se dio
cuenta de que era Jared que la cargaba
escaleras arriba.
—¿Qué
ocurre?
—preguntó,
soñolienta.
—Felicity está dormida. Es hora de
ir a la cama tú también —le dijo Jared
en un susurro.
—Jared, basta, vas a romperte la
espalda. Debo de pesar una tonelada.
—No digas tonterías, me encanta
llevarte así. Además, me da la
oportunidad de conducirte a donde sea
que yo quiera. —Le guiñó un ojo, y ella
se sonrojó.
Jenny no replicó, sabía que daría
igual y se dejó llevar en volandas hasta
la cama.
Una vez allí, él comenzó a
desnudarla.
Hicieron
el
amor
lentamente, acompañados por el
incesante fuego de la chimenea de su
habitación.
Cuando las carreteras fueron
reabiertas, volvieron al trabajo y a la
rutina. Eran las últimas semanas de
trabajo de Jenny y, a pesar de que Jared
insistía en que se quedara en casa, ella
sentía la necesidad de mantenerse útil.
Ambos habían estado tan ocupados
que olvidaron por completo que era el
día de San Valentín, por lo que se
sorprendieron bastante al llegar al
hospital y encontrarlo decorado con
corazones y adornos de angelitos con
flechas.
—Dios, lo olvidé por completo —
masculló Jared, pasándose una mano por
el pelo.
—Tranquilo, yo tampoco tenía ni
idea. No pasa nada. —Jenny posó una
mano sobre su brazo, en un intento de
calmarlo—. Hagamos como si nada, ¿te
parece? Después de todo, tuvimos el fin
de semana más romántico.
—Concuerdo contigo, pero quiero
hacer algo especial por ti. —Él se
inclinó y la besó en los labios—. Esta
noche arréglate, iremos a cenar. Yo me
ocuparé de todo.
—Pero…
—Sin peros. —La volvió a besar,
silenciando sus protestas—. Me tengo
que ir, tengo una consulta en diez
minutos.
—Está bien, te veré más tarde.
Él la besó una última vez y se alejó
por el pasillo rumbo a los ascensores.
Esa noche, Jenny se dio cuenta que
Jared no había limitado sus opciones
cuando dijo que se ocuparía de todo.
Consiguió que Karen cuidara a Felicity
y la señora Gordon fuera a casa a hacer
compañía a Gaia, por lo que ambos
disponían de toda la noche para ellos
solos.
A las ocho en punto, Jared llamó a
su puerta y ella salió a recibirlo
engalanada con el mejor vestido que
encontró en su guardarropa que todavía
le abrochaba.
—Hola. —La saludó.
—Hola… —Ella sonrió, y se dio
cuenta vagamente de que había alargado
la palabra. Prácticamente ambos se
derretían con un sencillo hola. Y sonrió,
sintiéndose tan feliz de estar tan
enamorada, de tener a alguien a quien
amar de ese modo tan grande y, sobre
todo, que compartía ese mismo amor por
ella y su familia.
De pronto, un mar de luces apareció
de la nada en su visión y el suelo bajo
sus pies se movió.
—Jenny, ¿qué pasa? —Jared ya
estaba sujetándola por la cintura.
—Nada, nada… —Inspiró hondo—.
Me he mareado un poco.
—¿Cómo que te has mareado? —
Jared frunció el ceño, preocupado—.
Vamos al hospital.
—¿Quieres calmarte un poco, señor
escandaloso? —bromeó, ahuecando una
mano en su mejilla, en una dulce caricia
—. Estoy bien. Solo ha sido un instante.
—Jenny, si te sientes mal…
—Estoy bien, te lo aseguro. —Se
incorporó, pero al hacerlo, la tela del
vestido hizo un sonido espantoso que
arrebató todo el color a su rostro—.
¡Oh, no! No, no, no —gimió,
dirigiéndose al espejo para verse.
El vestido se había roto por el borde
del cierre. La tela sencillamente no
había
aguantado
la
enorme
circunferencia de su vientre.
—Hey, no pasa nada.
—Es lo único que tenía para
ponerme. —En un segundo ella estaba
hecha un mar de lágrimas—. Mírame,
estoy tan gorda…
—Jenny, no digas eso, estás
hermosa.
—¡No es cierto! —le gritó, y
enseguida se llevó una mano a los labios
—. Lo siento, lo siento. —Se volvió
hacia él, secándose las lágrimas que
caían a borbotones por sus mejillas—.
No sé qué me pasa.
—Las hormonas, cariño, eso pasa.
—La abrazó—. Calma, mi amor. No
tenemos que ir a ninguna parte. Podemos
quedarnos en cama y pedir comida, ¿te
gustaría?
Ella asintió, incapaz de articular
palabra.
—Bien, vamos, cariño. No tienes
que preocuparte por nada. Por cierto…
—Se detuvo y sacó un pequeño regalo
del interior de su abrigo—. Te lo iba a
dar esta noche en el restaurante, pero
creo que este es un mejor momento.
—¿Qué es?
—Una sorpresa. —Él abrió la cajita
y ante ella quedó a la vista un hermoso
guardapelo de oro.
—Es precioso.
Jared lo tomó y lo abrió
cuidadosamente, dejando al descubierto
en su interior dos pequeñas fotografías,
en una estaban ellos dos juntos y Felicity
abrazados, en la otra, había una
reducción de la imagen del ultrasonido
del bebé.
—Cuando el bebé nazca la
reemplazaremos por una de él o de ella
—le explicó Jared.
Jenny sencillamente se deshizo en
lágrimas y lo abrazó.
—Lo siento, si no te gusta…
—¡No, no digas eso! —Ella hipó—.
Me encanta. Es precioso.
—¿Y por qué lloras?
—¡No lo sé! —Comenzó a llorar
con más fuerza.
Jared soltó una risita y ella se
apartó.
—¡No te rías! No es nada gracioso
verte atacado por las hormonas.
—Estoy seguro que no —dijo él sin
dejar de reír por más intentos que hacía.
—¡Jared!
—Mi amor, eres encantadora, no
importa si lloras sin motivos, eres la
mujer más hermosa, te lo juro. —La
alcanzó por la cintura antes de que
pudiera marcharse y la besó.
—No vas a quitarme el enojo con un
beso.
—¿Qué tal con dos? —Él se inclinó
y la besó otra vez, más profundamente
—. ¿Mejor?
—Prueba otra vez —dijo ella,
haciéndole una seña con la mano para
que se acercara y la besara otra vez.
Jared lo hizo enseguida y pronto
ambos estuvieron envueltos en un
apasionado abrazo.
—No podemos —Jenny gimió—. Mi
abuela regresará en cualquier momento
del café con Felicity, Karen y la señora
Gordon.
—Vamos a mi casa, entonces —le
dijo Jared, sin dejar de besarla en el
cuello.
—¡Sí! —gimió, apartándolo de un
empujón—. ¡Rápido!
Jared rio, tomándola de la mano y
llevándola con él hacia la camioneta.
Pocos minutos después, ya estaban
en su casa, ambos besándose sin
detenerse ni para subir las escaleras.
Luchando para quitarse la ropa, Jenny
trataba frenéticamente de quitarse el
vestido roto. Jared tomó la tela entre sus
manos y la desgarró, liberándola al fin
de él.
—¡Gracias!
—gimió
ella,
rodeándole el cuello con los brazos y
atrayéndolo para volver a unirse en un
beso.
Jared la sentó sobre la mesita de la
entrada. El platito donde solía dejar las
llaves cayó al suelo, en una mezcla de
sonidos de la cerámica al romperse y el
metal al chocar contra la madera.
Ninguno de los dos le prestó atención,
demasiado absortos en su propio
frenesí.
Jenny luchó con la camisa de Jared,
mientras él le quitaba la ropa interior.
Incapaz de permanecer alejada de él
más tiempo, Jenny lo rodeó por la
cintura con las piernas y lo atrajo hacia
ella. Jared la penetró enseguida y Jenny
gimió de placer.
—¡Gracias,
gracias!
—chilló,
rodeándolo con más fuerza con las
piernas,
deseando
tenerlo
completamente en su interior.
Jared se movió en su interior,
besándola con pasión al tiempo que
juntos llegaban al clímax.
Con la camisa todavía a medio
poner y el pantalón colgando de las
piernas, Jared la ayudó a levantarse de
la mesa y entre risas traviesas, juntos
terminaron de desvestirse y subieron a
la habitación, donde reanudaron la
pasión con un nuevo encuentro sobre las
sábanas.
Ya saciados y relajados, ambos se
quedaron en silencio. Jenny, observando
con suma ternura la atención de Jared
puesta sobre su vientre.
—¡Se está moviendo! Te juro que vi
la forma de su pie —le dijo de repente,
su voz colmada de orgullo.
Él corrió por su cámara y regresó
con la lente enfocando su barriga.
—¡Hey, que esto no es para el
público! —chilló Jenny, cubriéndose
con la sábana.
—Amor, esto tiene que quedar para
la posteridad. —Él le arrebató la sábana
y grabó su vientre, en la zona donde se
veía su pie.
Jenny sonrió, sintiendo cómo la
dicha se acumulaba en su interior. Jared,
a lo largo de las semanas, había visto
crecer con amor su vientre. Le había
tomado fotos, palpado y hablado,
incluso lo había medido. En una ocasión
decidió hacerle una escultura de yeso
que guardara para siempre el momento
de ese embarazo.
Y ella no podía más que sentirse
dichosa por tener a un hombre tan
maravilloso a su lado, que amase tanto a
su hijo y a su pequeña niña, como si
fueran suyos.
Ella reía de gusto porque lo ama. Lo
amaba tanto…
Y sería la mujer más dichosa por
tenerlo para siempre a su lado.
De repente, las luces volvieron a su
cabeza. Se sintió mareada, y no por el
embarazo.
Estaba completamente llena de amor
por Jared.
Y se sentía feliz por eso.
CAPÍTULO 30
Jenny estaba preparando una sorpresa
para Jared. Los últimos días se había
quedado hasta tarde trabajando en una
bufanda tejida. No era muy hábil, como
su abuela, pero se sentía contenta con el
resultado. Esperaba poder dársela esa
misma tarde.
Llamaron a la puerta y se dio prisa
en ir a abrir, en cualquier momento
debería llegar Jared y juntos irían a
cenar. Felicity pasaría la tarde con Gaia
y Karen, por lo que tendrían toda la
noche para ellos dos.
Sin embargo, toda su alegría se
desvaneció cuando, al abrir la puerta,
encontró de pie al otro lado a Lionel.
—Hola, Jenny.
El primer reflejo de Jenny fue cubrir
su abultado vientre con la chalina que
llevaba colgando sobre los hombros.
—Te veo muy bien, considerando las
circunstancias —le dijo él en tono
amargo, entrando en la casa sin
invitación.
—¿Qué quieres? —espetó ella,
luchando por hacer a un lado su
nerviosismo y mostrarse firme.
Él miró en derredor, como si de
pronto la vivienda de Gaia le resultara
sumamente interesante, tomándose su
tiempo antes de contestar. Sabía cuánto
Jenny odiaba que él hiciera eso, y ella
estaba segura de que solo lo hacía para
molestarla.
—Tu hermana ha estado siendo una
espinilla en el culo —le soltó sin más,
volviéndose por fin a verla—. Insiste
que te debo dar una pensión para
Felicity… y eso —señaló su vientre.
«Voy a matar a Megan», pensó Jenny,
apretando los entre dientes.
—No quiero nada de ti —le dijo, su
voz destilando enojo y desprecio—.
Lárgate de aquí, ¡ahora!
—Por supuesto que no te daré nada,
maldita zorra —siseó él, dirigiéndole
una mirada llena de furia como ella
nunca había visto antes—. ¿Crees que
voy a ser tan idiota para darte algo por
el hijo de otro hombre?
Ella tragó saliva, guardándose las
palabras llenas de odio que deseaba
despotricar sobre él. No quería nada de
él, mucho menos que pusiera las garras
sobre sus hijos.
—Si es todo lo que has venido a
decir, puedes largarte de una vez —
espetó, haciéndose a un lado para dejar
libre la puerta, todavía abierta.
Él pareció sorprendido con su
respuesta, pero no se movió.
—No pienses que vas a salirte con
la tuya, Jenny. Si ese hijo que llevas en
el vientre es realmente mío, te lo voy a
quitar y te haré pagar con cárcel el
habérmelo ocultado.
—¿Es que te has vuelto loco? —Su
ceño se frunció severamente—. ¡Acabas
de decir que este niño no es tuyo!
Él sonrió, como si lo que hubiera
estado esperando fuera hacerla enojar.
—Me lo ocultaste. Y te vas a
arrepentir de ello, Jenny. Te voy a quitar
todo lo que tienes, empezando por los
niños.
—¡¿Y desde cuándo te importan a ti
tus hijos?! ¡Fuiste tú quien nos
abandonó, Lionel!
—Eso fue antes de saber que estabas
embarazada de mi hijo —siseó,
acercándose tanto a ella que Jenny pudo
percibir su aliento, cargado de alcohol.
Había estado bebiendo—. Pero te juro
que si ese niño resulta estar sano, te lo
quitaré.
—Ah, ahora entiendo. Si tiene
autismo me lo puedo quedar, ¿es ese el
trato? —Espetó ella, sarcástica—.
Olvídalo, Lionel. Este no es tu hijo.
Él estrechó los ojos, incrédulo a sus
palabras.
—¡Eres una maldita zorra! —Alzó la
mano con la intención de golpearla, pero
Jenny, más rápida que él, se apartó a
tiempo y su puño fue a dar contra el
muro.
Jenny tomó lo primero que encontró,
que resultó ser una lámpara de lectura, y
la alzó en alto, como un bate de béisbol.
—¡Lárgate de mi casa, Lionel! —
Bramó—. Y nunca vuelvas, ¿me has
oído?
—¿O qué? —Él se volvió, furioso
—. ¿Crees que tienes la vida resuelta
ahora? ¿Qué serás muy feliz con el tipo
ese con el que te acuestas ahora? Pues,
¿te digo algo, Jenny? ¡Él terminará
cansado de ti, igual que yo lo hice!
¡Igual que lo hemos hecho todos! —
Sonrió al notar que sus palabras le
afectaban—. ¿Lo sabes bien, no es así?
Lo irritante que eres, con tu sonrisita
estúpida grabada en el rostro, igual que
una maldita hada de cuento —se mofó
de ella—. A tu lado fui el hombre más
desgraciado, no podía pisar mi propia
casa porque se me revolvían las tripas
con solo verte.
—¡Te he dicho que te largues! —
chilló Jenny, sintiendo que las lágrimas
escocían tras sus párpados.
—¡Siempre optimista, siempre de
buen ánimo, siempre dándolo todo por
su hija retrasada y nada de tiempo para
su esposo! —gruñó Lionel, volteando un
escritorio de camino a ella—. ¿Cómo
crees que me sentí yo todos estos años,
Jenny? Olvidado por mi propia mujer,
que prefería dormir al lado de su hija
que no dejaba de llorar que conmigo.
Que no soportaba que la tocara.
—Eres un cerdo. —Jenny apretó los
dientes, alzando la lámpara a modo de
barrera, pero Lionel prácticamente
estaba sobre ella—. ¿Cómo iba a
soportar que me tocaras, cuando me
dabas asco? ¡Rechazaste a tu propia hija
y a mí con ella! ¡Nunca podría amarte!
—Y de todas formas te entregaste a
mí esa última noche —se burló,
señalando su vientre.
—Me diste lástima, es todo. ¡Pero
no fuiste más que un inmundo mentiroso!
—¿Crees que eso me importa?
Tienes razón, Jenny, tú no me importas,
ni tampoco tu hija, pero si ese crío
resulta ser sano, tenlo por seguro: te lo
quitaré.
—Antes te mato —siseó Jenny.
Él sonrió y se acercó a ella. Jenny
alzó el tubo de la lámpara, pero él se lo
arrebató de un solo manotazo y, para su
sorpresa, ¡se golpeó la cara con él!
—¡¿Qué estás haciendo?!
Él comenzó a carcajearse, mientras
alzaba la nariz rota, que sangraba
profusamente.
—Preparando mi camino para
quitarte a mi hijo. —Él sonrió, alzando
la mano con un teléfono móvil. Pulsó un
botón y en él se escuchó la clara voz de
Jenny: «Antes te mato»—. Querida, creo
que has perdido la razón. Has
amenazado de muerte a tu ex —le dijo
él, sonriendo victorioso al tiempo que se
alejaba rumbo a la puerta—. Nos vemos
pronto, Jenny. Vendré en un par de
semanas a recoger a mi hijo.
—¡No! —Jenny chilló, lanzándole lo
primero que encontró a mano, que
resultó ser un jarrón. Pero él ya había
cerrado la puerta y se estrelló contra la
madera.
—¡Jenny! —La puerta trasera se
abrió en ese momento y por ella entraron
Gaia y Felicity—. ¡¿Jenny, qué ocurre?!
¡Jenny!
Jenny, llorando a lágrima viva,
abrazó a Felicity con todas sus fuerzas.
—Fui una estúpida, Gaia. La mejor
de las estúpidas —dijo ella entre
sollozos.
Gaia escuchó el sonido de unas
ruedas en la entrada y se asomó por la
ventana de la puerta.
—¿Es ese Lionel?
Jenny asintió, todavía hecha un mar
de lágrimas.
—Ha venido… a quitarme a mis
hijos —explicó entre hipidos, sin soltar
a su hija.
Gaia frunció el ceño y partió hecha
una furia hacia la cocina.
—¿Abuela? —Jenny alzó el rostro,
extrañada, pero su abuela ya regresaba
con ella, teléfono en mano.
—Querida, es hora de que llames a
tu hermana —le dijo, entregándole el
teléfono donde ya se escuchaba la voz
de Megan.
Jenny tardó varios minutos en poder
contarle a su hermana lo sucedido, entre
los sollozos y la inquietud que su estado
había desatado en Felicity, tardó
bastante en dar a conocer toda la
historia. Para cuando hubo terminado,
Megan se tomó un par de minutos para
repasar los hechos antes de decirle:
—No te preocupes, deja todo en mis
manos. Yo voy a arreglar esto.
—¿Estás segura que podrás hacer
algo?
—¿Por qué estúpida me tomas? ¡Por
supuesto que puedo! No permitiré que
ese idiota nos quite a mis sobrinos.
—Gracias, Megan —Jenny sollozó
—. Yo te pagaré.
—Nada de eso, somos hermanas.
Además, en cierta forma es mi culpa. Yo
lo busqué —suspiró—. Aunque hubo un
motivo que nunca te dije.
—¿Y ese cuál es? —Jenny se tensó.
—Jenny… creo que no sabes muchas
cosas…, como con quién estás saliendo
en realidad.
—¿A qué te refieres?
—No te molestes, pero investigué a
tu pareja.
—¿A quién?
—A Jared Zivon.
—¿Por qué hiciste eso? —chilló
Jenny, horrorizada.
—Quería saber en qué te estabas
metiendo, intentaba protegerte… puedes
molestarte, pero ese no es el asunto
importante ahora, sino que él no es quién
tú piensas.
—No te entiendo, ¿cómo que no es
quien yo pienso? —repitió, molesta—.
Deja de darle tantas vueltas al asunto,
dime de una vez.
—Jared tiene dinero, Jenny. Mucho.
Su familia es una de las más ricas del
país.
Jenny se quedó muda.
—No es cierto.
—Es la verdad. Y creo que Lionel lo
sabe hace tiempo —Megan continuó, sin
darle tiempo de decir nada más—. Es
por ello que intentaba hacer que te
pusieras en contacto con él. Si tú
atacabas primero, él no podría hacerte
daño. Pero ahora es tarde, ya ha hecho
su jugada.
—Oh, Megan, lo siento tanto… Fui
tan estúpida al no escucharte.
—Déjalo ir, ya no sirve de nada
lamentarse. Aún podemos hacer algo,
hermanita. Es todo lo que importa. Y que
ese idiota no se espera lo que le viene.
Lionel no sabe que me encanta devolver
la partida por parte triple.
—Espera, Megan. No te sigo.
—Jenny, Lionel se enteró de algún
modo que tú sales con Jared Zivon. Creo
que te ha estado espiando, sin que tú lo
sepas.
—Eso es obvio. —Ella bufó.
—Claro. —Megan continuó—: Y me
imagino que su intención, dado lo mucho
que se ha preocupado por su hija antes,
es realmente sacarle dinero a Jared.
—Pero si Jared no tiene nada que
ver en esto.
—Lionel fue a armar un teatrito a tu
casa,
Jenny
—explicó
Megan,
pacientemente—. Él no planea quitarte a
los niños, le importan un bledo. Lo que
quiere es dinero, siempre lo ha querido.
Es lo que mamá y yo intentábamos
advertirte para que no te casaras con él,
pero tú no escuchaste.
—Sí… siento eso.
—Ya no es momento para
arrepentimientos, solo quiero hacerte
ver los hechos. Te repito, Lionel va por
el dinero, no por tus hijos, así que
quédate tranquila.
—Pero yo no tengo un céntimo.
—Lo sé, y él también. Por eso
espera que tú vayas hecha una
Magdalena a refugiarte con Jared, y él,
protector como es contigo y tu familia,
hará lo que sea por ayudaros. Incluso
soltarle unos cuantos millones a ese
desgraciado.
—¿Millones?
—Jenny, te he dicho que su familia
es rica. —Megan sonó ligeramente
exasperada—. Jared posee muchos
millones en su cuenta.
—Pero… él no me dijo nada nunca.
—Jenny se quedó callada al tiempo que
un mar de pensamientos inundaban su
mente: los regalos que le hacía
constantemente, las reparaciones en la
casa, su madre reacia a permitir que ella
se le acercara—. Oh, Dios mío, Megan,
¿realmente es rico?
—Sí, Jenny, créeme, es cierto.
—¿Y Lionel planea quitarle su
dinero? —murmuró, afligida—. Él no lo
haría… —Ni ella misma creyó sus
palabras.
—Lo hará, Jenny —Megan le
aseguró enseguida—. Créeme, he visto
muchos tipos como él a lo largo de mi
carrera, conozco bien sus jugadas. Como
sea, debo planear la estrategia. Estoy
segura de que a mamá le encantará
participar, siempre se ha quedado con
ganas de patearle el culo a Lionel por
alejarte de nosotras.
Jenny rio ligeramente.
—Gracias, Megan… y dale las
gracias a mamá también.
—Hey, no hay que darlas. Mira que
si se meten con una Canet, que esperen a
que se les devuelva y a la décima
potencia —le dijo aquello que Jenny no
escuchaba desde que ambas eran unas
niñas y Megan salía envuelta en un
disfraz aterrador y varias cadenas,
dispuesta a darle un buen susto a los
vecinos que se burlaban de ellas y las
llamaban brujas.
—Gracias, Megan.
—Ya te he dicho que no tienes que
darlas. Lo hago con gusto. No puedo
esperar para ver llorar a Lionel como
una niñita a la que le acaban de quitar su
caramelo —bromeó, antes de adoptar
una vez más un aire serio—. ¿Estarás
bien, linda?
—Sí, ahora sí.
—Bien, porque lo que te tengo que
decir ahora será duro.
—¿Qué es? —Jenny se tensó,
agarrando el teléfono con tanta fuerza
que los nudillos se le pusieron blancos.
—No debes permitir que Lionel se
acerque a Jared, o podría conseguir lo
que quiere. Y lo último que esperamos
es que ese desgraciado consiga más
recursos para hacerte la vida imposible.
Nunca se acabará, Jenny, ¿me entiendes?
Si consigue el dinero, contratará
abogados e irá tras de ti otra vez, la
misma amenaza una y otra vez, hasta
conseguir su objetivo.
—¿Hacerme la vida imposible?
—Eso, y desplumar por completo a
Jared.
Jenny tragó saliva.
—No permitiré que le haga daño —
le aseguró con total certeza.
—Bien, esa es mi hermanita.
Siempre has sido fuerte, Jenny, no
permitas que ese Lionel vuelva a hacerte
creer que no lo eres.
—Gracias, Megan. Por todo.
—No hay por qué darlas. Te llamaré
en cuanto tenga algo. Te mando un beso
y otro para la abuela y Felicity. Te
quiero, hermana.
—Y yo a ti.
Jenny colgó el teléfono sintiendo que
el alma se le iba al suelo. Tenía que
proteger a Jared de Lionel. Y haría lo
que fuera para conseguirlo.
CAPÍTULO 31
Jenny inspiró hondo tras el volante de su
viejo automóvil. Tenía que hablar con
Jared. Había decidido zanjar ese asunto
cuanto antes. No iba a darle la
oportunidad a Lionel para hacerle daño.
Apenas había tenido tiempo de
pensar qué era lo que le diría, pero
esperaba que diera resultado. No
permitiría que Jared se involucrara en la
mierda que era su vida. Su madre había
tenido razón al decirle que se alejara de
él. Ella no le ocasionaría más que
problemas y Jared se merecía algo
mucho mejor que eso. Se merecía algo
mucho mejor que ella.
Inspirando por última vez, bajó del
automóvil y se encaminó a su casa. Le
pareció extraño encontrar todo a
oscuras. Habían acordado encontrarse
allí para la cita, después de que ella lo
telefoneara para pedirle verlo allí, en
lugar de que él fuera a buscarla a su
casa como solía hacer. Quizá él se había
retrasado en el hospital o había tenido
una emergencia.
Como fuera, hacía demasiado frío
como para esperar en la entrada, por lo
que optó por entrar en la casa. Jared le
había dado una llave hace tiempo para
que ella pudiera ir y venir como mejor
le pareciera y ese era un buen momento
para utilizarla.
Al acercarse a la puerta se dio
cuenta de que había un mensaje pegado
en la puerta en una hoja roja con forma
de corazón.
Con dedos temblorosos, no por el
frío, la tomó y leyó lo que decía: «Te
espero dentro».
Una sonrisa curvó los labios de
Jenny al mismo tiempo que sus ojos se
llenaban de lágrimas. Dios, él era tan
perfecto.
No había otra palabra para
describirlo.
Hacer lo que había venido a hacer le
costaría mucho más trabajo del que
había supuesto. No, eso era una mentira.
Le costaría un infierno romper con él.
Lo amaba.
Por Dios, lo amaba como nunca
creyó que podía llegar a amar a alguien.
Y por ese mismo amor que sentía
por él, no podía permitir que nadie lo
dañara. Y menos una alimaña asquerosa
como Lionel.
Conocía bien a Jared, él haría todo
para protegerla, al igual que a Felicity y
al bebé. Ese hombre era tan bueno que
sería capaz de dar su vida por sus hijos,
lo sabía. Y no iba a permitir que
sacrificara su futuro por su culpa. No
permitiría que arruinara su vida por ella.
Lo amaba demasiado para verlo
destruido por su culpa. Antes muerta que
dejar que eso pasara.
Con pasos temblorosos entró en la
casa. Las luces estaban apagadas y un
camino de velas y pétalos de rosa
marcaba un sendero hasta el comedor,
donde Jared, vestido en un elegante
traje, la esperaba con un ramo de rosas
en la mano. La habitación entera había
sido decorada por todas partes con
flores, globos y velas.
Jenny tragó saliva. Esto sería tan, tan
difícil…
Jared se aproximó a ella con una
mano extendida. Dios, estaba guapísimo.
Jenny inspiró hondo una y otra vez
hasta que comenzó a marearse. Tenía
que terminar con esto. Tenía que
hacerlo.
—Jared, tenemos que hablar. —Qué
palabras tan drásticas. Todo el mundo
sabía lo que venía tras esas tres
palabras.
Jared se tensó al instante, tal como
era de esperar.
Jenny se dio la media vuelta. Era una
cobarde, pero no podía mirarlo a la
cara. No cuando lo amaba tanto y
hacerle daño era lo que tenía que hacer.
—¿Jenny, qué pasa? —Él se le
acercó por detrás y apoyó una mano
sobre su hombro.
—Jared… No puedo casarme
contigo —soltó, sin más, yendo directo
al grano.
Su mano se desvaneció, su contacto
alejándose de su piel. Él se quedó mudo
por tanto tiempo que ella dudó que
continuara allí.
—¿Por qué dices eso? —preguntó
con voz ahogada.
Jenny se mordió el interior del labio,
intentando ahogar el llanto. Sentía la
garganta seca y que la determinación la
abandonaba. Pero debía hacerlo. Debía
proteger a Jared.
—No… no es real.
—¿A qué te refieres?
—A lo nuestro. —Jenny inspiró,
dándose valor—. No te amo, Jared.
Él se quedó muy serio de repente y
retrocedió un paso.
—Eso es mentira.
—Es la verdad.
Él la rodeó, quedando de cara a ella.
—Mírame a los ojos y repítelo.
Jenny alzó la vista, mirando
fijamente sus ojos azules, tras un velo de
lágrimas.
—Jared, te lo dije. No puedes
enamorarte de mí. No puedes amarme.
—Te a…
—¡No lo digas!
—Te amo, Jenny.
—No. Jared, te lo pedí una y otra
vez. —Su voz se quebró en su garganta,
pero aun así continuó—, no puedes
enamorarte de mí.
—Es tarde para eso. Te amo. —Él
se acercó y la abrazó—. Te he amado
desde el primer instante en que te vi en
la puerta de mi casa. Te amo a ti, y a
Felicity y al bebé. Te quiero en mi vida,
Jenny, a todos vosotros. Sois mi familia.
—No, Jared, estás confundido. —
Jenny se apartó, secando con
movimientos rápidos las lágrimas que
no dejaban de brotar de sus ojos—. No
vas a perdernos, siempre vas a tenernos,
podrás ver a Felicity, al bebé. Eres parte
de nosotros. Pero no así —sollozó—.
Tú no me amas en verdad, es lo que tú
crees. Pero esto no es real.
—Te amo, esa es la realidad. —Él
la tomó por los hombros y se arrodilló
ante ella.
—¡No, Jared, para!
—Jenny, quiero que seas mi esposa.
—Jared, basta. Sabes que eso no
puede ser.
—Te amo, ¿es que tú no me amas?
—Eso no tiene nada que ver.
—Tiene todo que ver, es lo único
que importa.
—Habíamos acordado que esto no
llegaría a más. Sería un pacto entre
amigos. Sé mi amigo, Jared. Nada más.
No me pidas nada más. —La voz se le
quebró y ella se obligó a alejarse de él
—. Lo siento —dijo en un sollozo,
dirigiéndose a la puerta.
Jared la alcanzó antes de que
pudiera abrirla, interponiéndose entre
ella y la salida.
—Dime si me amas —le pidió, sus
ojos azules encendidos de una forma
casi antinatural.
—Jared, por favor, no hagas esto
más difícil.
—Por favor, Jenny. No te pediré
nada más, solo quiero saberlo. —Él la
miró a los ojos de una forma tan intensa
que la estremeció—. Dime si me amas.
—Eso no importa.
—¡Es todo lo que importa!
Jenny se llevó una mano a la frente,
intentando ocultar el dolor que sentía.
—No, lo que importa es que tú
necesitas a una mujer de verdad, una
mujer completa, no una que venga rota y
con una familia.
—Esto es lo que quiero, esta familia
rota. —La tomó por la cintura y la
acercó a su cuerpo, en un abrazo lleno
de amor—. Quiero esos trozos y
constituir parte de este rompecabezas
para formar juntos una familia. Te amo,
Jenny, ¿qué debo hacer para que me
aceptes? ¿Es que no te das cuenta? Ya
somos una familia.
Ella negó con la cabeza, inspirando
hondo para darse fuerzas para hablar.
—Jared, siempre podrás tenernos,
siempre. Pero no así. —Ella se quitó el
anillo y lo puso en su mano—. Lo siento
—musitó, apartándose.
Y tras mirar atrás por última vez, se
alejó por la puerta.
Esta vez él no se lo impidió.
CAPÍTULO 32
Las siguientes semanas fueron las más
duras que Jenny creyó vivir en toda su
vida. Ni siquiera cuando Lionel se
marchó sintió tal desesperanza.
Estaba destrozada. Extrañaba como
un infierno a Jared, pero no podía dar
marcha atrás.
La imagen de sus ojos azules llenos
de dolor mientras ella le rompía el
corazón le atravesaban el alma como
una estaca de hierro ardiente, en un
recuerdo que se repetía innumerables
veces en su memoria, atormentándola sin
fin.
Eran pocas las veces que se habían
visto desde entonces. Jared se portaba
amable con ella en el hospital, pero de
forma distante, nada que ver con la
afabilidad que había conocido en él, la
amistad a la que estaba tan
acostumbrada, el amor que él le
demostraba en cada una de sus acciones.
Sin embargo, Jared no rompió lazos
con su familia. Manteniéndose fiel a su
palabra, continuaba velando por el
bienestar de Felicity y, en cierta forma,
de ella. Él seguía yendo a ver a Felicity,
a llevarla a sus clases de equitación, a
sacarla a pasear y a actividades en el
campo.
No hablaban durante esos breves
periodos de tiempo en los que se
encontraban. Jenny se limitaba a
adorarlo con los ojos, fascinada con la
devoción que ni siquiera Lionel, el
propio padre de su hija, había
demostrado hacia Felicity. Actuaban
como una pareja divorciada, y él era el
padre más cariñoso para su pequeña.
También con Gaia continuaba
manteniendo la misma amistad de
siempre. Continuaban encontrándose de
vez en cuando en el café y charlaban
durante sus cortas visitas en casa.
Era únicamente con ella con quien se
negaba a hablar.
Y no lo culpaba. Había conseguido
su objetivo. Pero con ello, se había
destrozado ella también el corazón. Se
había desgarrado el alma.
Esa mañana de domingo, mientras
Jenny terminaba de lavar los platos del
desayuno, llamaron a la puerta.
Jenny se dio prisa en ir a abrir, sabía
que Jared llevaría a Felcity a su clase de
equitación y a pesar de que no lo
admitiría ante nadie, había estado
esperando ese momento desde el
domingo anterior. Él no le hablaría más
que para dirigirle un breve saludo, como
siempre. Apenas la vería, pero Dios,
anhelaba esos breves encuentros con
todo su corazón.
Al abrir la puerta se llevó una
enorme sorpresa. Jared, cargando con la
cuna para el bebé, aguardaba
pacientemente para entrar en la casa.
—Dios santo, Jared. —Jenny se
llevó una mano al abultado vientre, el
bebé había pateado con fuerza, como si
él también se hubiera sorprendido—.
¡Es hermosa!
Y realmente lo era. Jared la había
restaurado completamente y ahora lucía
como una preciosa cuna digna de una
reina o un rey.
—Gracias. —Él sonrió brevemente
—. ¿Quieres que la ponga en tu
habitación?
—Sí, por favor.
Jared asintió y cogió una vez más la
cuna para subirla por las escaleras.
La colocó en su cuarto y se detuvo a
armar los complementos necesarios,
algunos tornillos que debían fijarse,
algunos amarres. Finalmente colocó el
colchón, además de un edredón nuevo
con cojines.
—Es hermosa —musitó Jenny, tan
emocionada que era incapaz de articular
palabra.
—Ese bebé se merece todo lo mejor.
—Él acarició con suma ternura su
vientre antes de apartarse bruscamente
—. Ya me tengo que ir.
—Jared. —Lo tomó por el brazo.
—No me toques.
Ella apartó la mano, dolida por sus
palabras.
—No
me
toques
—repitió,
volviéndose hacia ella con los ojos
humedecidos por las lágrimas—, porque
si lo haces, no podré contenerme y te
besaré aquí mismo.
—Jared, por favor, no hagas esto.
Somos amigos, habla conmigo —suplicó
—. He pasado estos días volviéndome
loca, buscando la manera de arreglar las
cosas contigo.
—Sencillo, cásate conmigo.
—No bromees.
—No lo hago. Lo digo muy en serio.
—¿Por qué sigues volviendo a lo
mismo? Se supone que eres mi amigo —
le recriminó, dándole en las costillas
con el índice—. Se supone que no debes
ponerme entre la espada y la pared.
—¿Eso soy para ti? —Sus ojos se
llenaron de dolor—. ¿Una espada que te
amenaza?
—¡No! —Ella negó enseguida—.
Pero, ¿por qué tienes que hacerme
decidir entre tenerte como esposo o no
tenerte en absoluto? Yo te dije lo que
sentía, cómo serían las cosas, y tú lo
aceptaste.
—Lo siento, Jenny. No puedo. Es
demasiado doloroso. —Negó con la
cabeza, volviéndose hacia la puerta—.
Tengo que irme.
—¿Por qué no pudiste dejar las
cosas como estaban?
—¡Porque te amo! —Se giró hacia
ella y sujetó su rostro entre sus manos y
la besó.
Jenny se sorprendió al principio,
pero le devolvió el beso. Lo abrazó por
el cuello, atrayéndolo contra su cuerpo y
enseguida los dos eran un amasijo de
piernas y brazos entrelazados.
Entonces la cordura amenazó con la
verdad que podría cernirse sobre Jared
si ella no recuperaba la razón, y se
apartó.
—No.
Él negó con la cabeza.
—¿Por qué haces esto? —espetó,
mirándola
en
una
mezcla
de
desesperación, amor y dolor—. ¿Por
qué me apartas, cuando es tan obvio que
me amas tanto como yo a ti?
Los ojos de Jenny se llenaron de
lágrimas. Negó con la cabeza, incapaz
de decir nada.
—Como quieras —masculló Jared y
se dio la vuelta, dispuesto a marcharse.
Se detuvo en la puerta y le dijo, sin
volverse a mirarla—: traeré a Felicity a
las seis, como siempre. Que tengas un
buen día, Jenny —y se marchó,
dejándola a solas en la habitación.
Jenny se soltó a llorar sobre la
cama, maldiciendo más que nunca a
Lionel. Ese desgraciado se las había
arreglado para arruinar su vida
completamente.
No escuchó entrar a Gaia. Llevaba
con ella una taza humeante de té, que
dejó en la mesita de noche, a su lado.
—No juegues con sus sentimientos,
ese hombre te ama —le dijo sin rodeos,
tomando asiento en la silla al lado de la
cama.
—Y yo lo amo a él —musitó Jenny
antes de detener sus propias palabras.
Había decidido no contarle nada a
Gaia, por temor que se le fuera la
lengua, como solía pasarle. Megan había
sido muy clara, esta estrategia tenía que
ser cuidadosa, o ella podría perder a sus
hijos y Jared, todo cuanto tenía.
Y no se iba a arriesgar a eso.
—¡Entonces díselo! —exclamó
Gaia, molesta.
—No puedo.
—¿Por qué demonios no, niña?
—Porque yo no soy lo mejor para él.
Y Jared merece lo mejor, abuela.
Gaia bufó, dándole una palmadita en
la pierna.
—Debes dejar de vivir en el dolor,
Jenny. Acepta la felicidad cuando llega
a tu corazón. Solo un tonto cerraría la
puerta al amor verdadero cuando se le
presenta.
—No puedo.
—Sí puedes. Decídete a ser feliz,
Jenny. Si la vida te da la oportunidad de
amar, aprovéchala.
—Si tan solo pudiera, abuela… —
La miró a los ojos, bañados de lágrimas
—. Lo haría sin dudarlo.
***
La primavera llegó a Shieffield, y con
ella, el «Festival de primavera» en
colegio de Felicity.
Jenny estaba frenética, terminando
de arreglar a Felicity con el disfraz de
hada que Jared le había comprado —del
que no le dijo una palabra al respecto,
seguramente asumiendo que ella se
negaría—. El timbre sonó y antes de que
pudiera detenerla, la pequeña niña ya
bajaba por las escaleras para abrir la
puerta.
—¡Hija, espera, no puedes abrir así
nada más! —Jenny se atragantó con sus
palabras cuando vio a Jared de pie en el
umbral.
Se veía tan guapo como siempre,
vestido con una camisa a cuadros y unos
jeans azul marino.
—Hola —la saludó con sencillez,
antes de agacharse para tomar en brazos
a Felcity—. ¿Estáis listas?
—¿Eh?
—Jenny
se
quedó
boquiabierta, incapaz de conseguir que
la ardilla en su cabeza hiciera girar la
rueda. La muy idiota debió atragantarse
con la nuez, que ahora ella sentía,
haciendo un nudo en su garganta.
«¡Malditas hormonas! Ya iba a llorar
otra vez», pensó.
—Jared se ofreció en venir a
buscarnos, ¿no te lo dije, hija? —Gaia
salió de la cocina en ese momento,
llevando con ella los bocadillos que
Jenny había preparado la noche anterior.
—No, abuela —masculló Jenny
entre dientes—. No lo hiciste.
—Debió olvidárseme. Esta mente
mía cada día está más dispersa. —
Suspiró—. ¿Nos vamos ya?
Jenny
miró
a
Jared
con
preocupación, pero él parecía estar
superando su relación mejor que ella.
Sonreía de forma transparente, sin
asomo de dolor en su rostro, tan
hermoso como siempre.
—Sé que no puedes conducir en tu
estado avanzado de embarazo —le dijo
él, aproximándose a una distancia
correcta para un par de amigos—. Me
ofrecí a llevaros, espero que no te
moleste.
—No, claro que no. Es solo que no
quería ser una carga para ti.
—En absoluto. —Sonrió una vez
más—. Le prometí a Felicity estar allí
para su función. Tengo la cámara
preparada y todo. Además, somos
amigos, ¿no? No puedes conducir, y
alguien te tiene que llevar.
—Jared… gracias —musitó, incapaz
de discutir con él. Sencillamente estaba
tan agotada, que con dificultad era capaz
de articular las palabras.
Él asintió, estudiándola con la
mirada.
—¿Te sientes bien? Pareces extraña.
—Estoy bien. —Ella se enderezó,
reacomodando su postura en una
relajada, pero falsa. Los últimos días
había engordado más que nunca. Sus
pies estaban tan hinchados como los de
un cerdo y apenas podía mantenerse en
pie sin marearse. Debía verse fatal, lo
sabía. Pero no iba a lamentarse por ello.
Pondría buena cara y aparentaría que
nada malo ocurría con ella, con su
cuerpo hinchado ni su corazón roto, que
no dejaba de sangrar cada vez que veía
al hombre que amaba, sin poder
abrazarlo o besarlo, o decirle cuánto lo
quería—. Iré por mi bolso.
—Bien.
Media hora más tarde, se
encontraban sentados en las sillas del
auditorio del colegio de Felcity. Con
Gaia entre ellos, actuando como un
muro, Sonia fue a ocupar la silla libre al
lado de Jenny, luciendo tan contenta por
el festival como lo estaría de tener que
ir a un examen ginecológico.
—¿No deberías estar tumbada en un
sofá, descansando? —le preguntó al
verla, posando una mano sobre su
vientre.
—Hola a ti también —bufó Jenny,
removiéndose en su silla, incómoda.
—Hola —dijo ella—. Ya deberías
estar descansando, ¿cuánto tienes ya,
como doce meses de embarazo?
—No, es el festival de mi hija y no
puedo ausentarme, Sonia. Y no tengo
doce meses, no soy un maldito elefante,
¿sabes?
—Alguien está un poquito gruñona
hoy. —Sonia la miró con simpatía.
—Lo estarías también si tuvieras
que cargar con cien kilos de barriga y
soportar este maldito calor —se quejó
ella—. Además de estos malditos pies
de hipopótamo.
—En verdad están hinchados. ¿Es
eso normal?
—Sí, Sonia, estuviste embarazada,
¿no?
—Sí, pero fue hace siglos. Apenas
lo recuerdo, y no quiero repetir la
experiencia, muchas gracias.
—Pues sí, convertirte en un maldito
cerdo abrumado por las hormonas es
común, así como los pies hinchados —
espetó Jenny, abriéndose otro botón de
la blusa.
—Calma, amiga, que no vas a
comenzar a amamantar. —Sonia la
cubrió nuevamente—. Iré a buscarte una
bebida fría antes de que termines
haciendo un streap-tease delante de
todos los chicos del colegio.
En cuanto se hubo marchado, Gaia
se inclinó hacia ella.
—Eres tan terca, hija, mírate, estás
sudando tanto y tienes los pies tan
hinchados… No debes esforzarte tanto.
—Pasó una mano por su cabeza,
apartando un mechón de cabello
sudoroso—. No debiste quedarte hasta
tarde cocinando esos brownies.
—Me comprometí, abuela. —Inhaló
profundo. La verdad es que no se sentía
bien, estaba agotada y se sentía
sumamente mareada—. Estoy bien, en
serio. En cuanto termine la obra, nos
iremos a casa y me recostaré en el sofá,
¿de acuerdo?
—De acuerdo —contestó Gaia sin
mucho convencimiento.
Sonia llegó a su lado y le tendió una
botella helada de agua.
—Ten, bebe un poco de agua. Te
hará bien.
—Gracias.
—Mujer, no te molestes, pero se te
ve muy mal.
—Estoy bien, en serio.
—Solo bébela, Jenny —musitó—.
Comienzas a enfadarme en serio.
—No quiero enfadar a nadie. Solo
trato de ver la función de primavera de
mi hija, ¿es eso tan malo?
—No, supongo que no. —Se cruzó
de brazos y alzó la vista—. Ese hombre
no te quita la mirada de encima.
—¿Quién?
—Tú sabes quién. —Sonia sonrió al
notar la sorpresa en el rostro de su
amiga al advertir la alta figura de Jared.
Él se había alejado para poder tener
un mejor ángulo para grabar a Felicity,
quien no tardaría a salir a escena. En ese
momento mantenía la mirada fija en ella.
—Se ve preocupado por ti. No ha
dejado de preguntarme si te encuentras
bien.
Una mezcla de sorpresa y enfado
turbó el rostro de Jenny.
—Él podría hacerlo perfectamente.
No tienes que ser su informante.
—Lo soy porque quiero serlo. —
Ella la encaró, cruzándose de brazos—.
¿Qué sucede contigo, mujer? Tienes un
hombre que te ama y se preocupa por ti,
¿y lo dejas ir, así porque sí?
—Él no me ama.
—Él te ama. Y tú también lo amas,
se te nota con solo mirarte.
Jenny bajó la vista y la fijó en su
botella.
—Yo no soy suficientemente buena
para él. Jared necesita una mujer distinta
a mí, alguien que no traiga esta carga
consigo.
—Pero si él adora a tu hija y se ve
que también adorará al bebé.
—No es solo eso, Sonia, yo… Yo no
puedo contarte ahora, ¿de acuerdo? Es
demasiado complicado.
—¿Complicado en qué forma?
—No quiero que nos hagamos daño.
—No sé en qué mundo vives para
creer eso, pero es obvio que en el
mundo real donde nos encontramos eso
no sucederá. —Su amiga se cruzó de
brazos—. Puedo poner las manos en el
fuego al asegurar que ese hombre no te
hará daño.
—Es lo mejor, créeme.
—¿Lo mejor? —repitió, enfadada—.
¿Lo mejor para quién?
—Lo mejor para él. Su madre… —
Suspiró—. Su madre lo dejó muy claro
cuando la conocí. Jared es un hombre
soñador, hará lo que sea para salvar a
otros, a pesar de que aquello no pueda
ser lo mejor para él. Y yo no voy a
hacerle daño. Lo amo demasiado para
eso.
—Amiga, debes abrir los ojos de
esa pesadilla en la que vives. —Sonia
estrechó su mano, haciendo que ella
alzara el rostro y la mirara a los ojos—.
¡Abre los ojos a la vida! Date cuenta de
la vida maravillosa que tienes, a ese
hombre espectacular que daría todo por
ti y por tus hijos, ¿sabes cuántas de
nosotras quisiéramos eso? Yo lo tomaría
sin pensarlo dos veces.
Jenny rio, secándose con el dorso de
la mano una lágrima escurridiza.
—Míralo, Jenny. Solo míralo, no a
lo que tú te has mentalizado que él es,
míralo de verdad.
Jenny lo hizo. Jared la estaba
observando, sus ojos claros alumbrados
por la luz de la cámara, brillaban con
tristeza. De alguna forma se conectó con
su propio sentir, como si pudiera
percibir el dolor que transmitía esa sola
mirada.
—Recuerdo que una vez en Alaska,
donde viví de niña, vi un lobo blanco
con esa misma mirada.
—¿Qué? —Jenny se extrañó por la
comparación.
—De niña mi familia vivía a las
orillas de una reserva natural. Mi padre
era guardabosques allí, y yo le ayudaba
a vigilar la zona. Fue la mejor época.
Recuerdo un lobo blanco. El lobo
blanco —aclaró—. Era un lobo
solitario, pero antes había sido el lobo
alfa de una extensa manada. La que
dominaba todo el valle. Era un lobo
precioso, enorme, con grandes ojos
amarillos que parecían comerse al
mundo con la mirada. Un día su pareja
cayó en una trampa de cazador. No hubo
nada que hacer, la loba murió a causa de
las heridas. El lobo blanco la lloró por
meses enteros. Su aullido atormentado
se escuchaba a kilómetros y su dolor
ganó fama en el lugar. Todo el mundo
hablaba del lobo blanco con orgullo,
pero yo no, ni mi padre tampoco lo
hacía, porque sabíamos que él sufría.
Dejó la manada y se hizo uno de esos
lobos solitarios que recorren kilómetros,
sin buscar nada. Recuerdo haber visto la
mirada del lobo, herida, perdida… Y un
día, sencillamente no volvimos a verlo.
—¿Por qué me cuentas esto? —
Jenny se volvió contra ella, enfadada,
dolida, atormentada como el lobo de esa
historia—. ¿Qué pretendes decirme con
eso?
—Porque Jared tiene la misma
mirada que ese lobo. —Sonia la miró a
los ojos, esta vez no hubo desdén ni
sarcasmo, solo sinceridad—. Entiendo
lo que te preocupa, Jenny, soy tu amiga.
Pero quizá no te has detenido a pensar
que lo que intentas hacer por su bien,
realmente le ocasionará más daño. Que
quizá por el miedo a que vuelvan a
herirte, estás dejando pasar una
oportunidad para amar, no solo para ti,
sino también para él. Que quizá por
proteger su corazón y el tuyo, solo estás
rompiendo dos corazones.
—Basta, no sigas. —La voz se le
quebró.
—Jenny, si tuviera a mi esposo a mi
lado, no pasaría un minuto sin estar a su
lado. Pero él ya no está. Y yo, cuando
decidí entregarle mi corazón, sabía que
él un día ya no estaría y moría de miedo.
Pero lo hice de todos modos. —Jenny la
miró, confundida.
—¿Qué? Creía que eras divorciada.
—No, es lo que digo para no
enfrentar la verdad: que soy una viuda,
que el amor de mi vida ya no está y
nunca volveré a verlo. Pero no me
arrepiento de nada, Jenny. Yo sabía que
él tenía cáncer cuando lo conocí, y de
todos modos me enamoré de él, me casé
con él y tuve a su hijo. Y ahora ese niño
es el tesoro más hermoso que pudo
haberme dejado él, el fruto del amor que
compartimos.
Y si
el
tiempo
retrocediera, lo haría todo igual. Porque
a pesar del dolor, valió la pena el amor
que compartimos juntos. —Estrechó su
mano—. Tú tienes la oportunidad de
amar, ahora. No la dejes ir por tonterías
sin sentido, por excusas que al final no
tendrán ningún valor. La verdad es que,
por muy cursi que suene, el amor es lo
único que importa en esta vida. Lo único
que podemos conservar cuando los
tiempos se ponen difíciles y todo se ha
perdido, y lo único que nos llevaremos
cuando la muerte venga a llevarnos.
CAPÍTULO 33
De camino a casa, Jenny no pudo dejar
de pensar en las palabras de Sonia. ¿Y
si estaba haciéndole más daño a Jared
de lo que Lionel podría hacerle,
ocultándole la verdad, haciéndole creer
que no lo amaba?
No, eso no era posible. ¿O sí?
El mareo que la había acompañado
toda la mañana se intensificó, al tiempo
que un agudo dolor de cabeza se
instalaba en sus sienes. «Demonios,
ahora una jaqueca, no…», pensó,
molesta.
En algún momento, habían llegado
ante la fachada de su casa y Jared le
abría la puerta para ayudarla a bajar.
Jenny no se había percatado que todos
ya lo habían hecho, con excepción de
ella.
—Jenny, ¿qué pasa? —le preguntó
él, preocupado, acercándose para
rodearla por la cintura.
—Nada, estoy bien. Es solo una
pequeña jaqueca. —Ella salió de la
camioneta y al instante el mareo
empeoró. Luces aparecieron en su
campo de visión, nublado y borroso.
—Jenny, no estás bien. —Jared
gruñó, cargándola en brazos y
llevándola a la casa.
—¿Qué ocurre? —preguntó Gaia,
llegando a su lado cuando Jared la
depositaba cuidadosamente sobre el
sofá.
—Jenny se siente mal —explicó con
calma, al ver a Felicity de pie al lado de
la anciana—. No hay por qué
preocuparnos —le explicó a la pequeña
—. ¿Por qué no vas a la cocina con la
abuela y le ayudas a preparar un poco de
limonada helada para mamá?
—Vamos, cariño. Papá… Es decir,
Jared, tiene que ver a tu mamá. —La
anciana tomó a la pequeña niña de la
mano y la llevó consigo a la cocina.
Felicity no parecía contenta por tener
que dejar a su madre, pero se dejó
llevar sin reparos.
—Bien, Jenny, ahora quiero la
verdad ¿desde cuándo te sientes así? —
le preguntó Jared. Jenny notó lo
preocupado que él estaba mientras la
revisaba.
—No lo sé, un par de días.
—Estás hinchada.
—Ya lo sé, muchas gracias —
espetó, sarcástica.
—Más de lo normal, Jenny. Eso no
es bueno. —Corrió fuera y regresó
pocos minutos más tarde, con un maletín
en la mano.
Lo depositó en el suelo a su lado,
pasando por alto las protestas de Jenny y
extrajo del interior un baumanómetro
electrónico. Lo colocó alrededor de su
brazo y lo hizo funcionar.
—Tienes la presión elevada —dijo
tras unos segundos, cuando el aparato
pitó dando a conocer el resultado—. ¿Te
has sentido mareada?
—Sí.
—¿Has visto luces? —preguntó tras
retirar el aparato, revisando la
hinchazón de sus tobillos.
—Sí. —Ella comenzó a preocuparse
también—. No creí que fuera algo malo.
Él mantenía el ceño fruncido,
mirándola fijamente mientras la
estudiaba.
—Nada de esto es bueno, Jenny:
presión arterial elevada, cara y manos
hinchadas, dolor de cabeza, ver puntos y
luces centelleantes…
—También vomitó esta mañana y ha
tenido náuseas otra vez —añadió Gaia,
asomándose a hurtadillas desde la
cocina.
—Parecen
síntomas
de
preeclampsia. —Jared le dedicó una
mirada que le provocó escalofríos—.
¡¿Jenny, por qué demonios no me dijiste
que te sentías mal?!
—Deja de gritarme.
—Lo siento, pero es que tú deberías
saber cuándo tener cuidado.
—De haberlo sabido, lo habría
hecho —replicó ella, llevándose una
mano a las sienes cuando el dolor
aumentó.
—Vamos al hospital en seguida.
—¿No deberíamos llamar una
ambulancia? —preguntó Gaia, sus
manos
entrelazadas,
por
la
preocupación.
—No, llevarla será más rápido.
Gaia, quédese aquí con Felicity y llame
a la niñera, por favor —le pidió Jared,
intentando cargar en brazos a Jenny a
pesar de sus negativas.
—Abuela, y llama a Megan —le
pidió Jenny, antes de que Jared pudiera
cargarla—. ¡Llama a Megan y dile que
no permita que él se lleve a mis hijos si
me pasa algo!
—¿De qué estás hablando? —le
preguntó, su ceño profundamente
fruncido.
—Lionel. —Lo miró a los ojos, y al
tenerlo tan cerca a su rostro, por primera
vez se sintió viva después de su ruptura.
Y la verdad simplemente fluyó de sus
labios—. Él vino a amenazarme con
llevarse a mi bebé cuando naciera.
—¡Ese desgraciado! —El rostro de
Jared enrojeció por la furia—. ¿Es por
eso que rompiste conmigo? ¿Es que te
amenazó con llevarse a sus hijos si no
volvías con él?
—No, Megan cree que va tras tu
dinero. —Los ojos de Jenny se llenaron
de lágrimas—. Lo mejor
era
distanciarnos, de esa forma tú no caerías
en su trampa.
—Jenny, debiste decírmelo.
—No podía, Jared. Si hubieras
cedido ante él, Lionel te habría quitado
una fortuna, y tu dinero habría
provocado que él nos hiciera más daño
al proporcionarle los medios para
contratar abogados y gente con los que
pudiera conseguir quitarme a mis hijos,
y a ti todo lo que posees… No podía
permitir eso, Jared. No podía.
—Oh, Jenny. —Él ahuecó una mano
en su nuca, atrayéndola contra su pecho
—. Jenny, no debiste pasar esto tú sola.
Jenny, mi dulce Jenny.
—Ahora comprendo todo. —La voz
de Gaia llegó desde atrás y ambos
alzaron la vista para encontrarse con su
rostro cetrino—. Llamaré a tu hermana y
a tu madre. No estás sola en esto, Jenny.
Si para algo nació tu madre fue para
hacer pagar a criminales como Lionel.
Ahora, Jared, lleva a mi nieta al
hospital, y no temas hija, que no vas a
morir ni nadie te va a quitar a tu hijo
recién nacido. De eso nos encargaremos
todos nosotros. —Se inclinó y la abrazó
—. Y como me entere de que me ocultas
otra cosa, te voy a dar una buena
regañina, ¿me has oído, niña?
Jenny sonrió y abrazó a su abuela
con más fuerza. Felicity llegó en ese
momento y se unió al abrazo.
—Te amo, mi vida. —Jenny la besó
en la frente—. Mamá volverá pronto, lo
prometo.
—Y traerá a casa a tu hermanito —
añadió Jared, acariciando con ternura el
rostro de la pequeña—. Ahora debemos
irnos, es importante que te atiendan ya,
Jenny.
—Tienes razón, Jared. —Gaia se
puso de pie, permitiéndole a Jared tomar
en brazos a Jenny. Felicity se alteró
ligeramente, pero Gaia pudo controlarla
y pronto Jenny estuvo sentada en la
camioneta, con Jared al volante, de
camino al hospital.
—Todo va a estar bien, mi amor. —
Jared tomó su mano y la miró, sus ojos
reflejando viva determinación—. Todo
va a salir bien, lo prometo.
Jenny asintió, sintiendo que un peso
enorme caía de sus hombros al
compartir aquello con Jared. No estaba
sola. No estaría sola en el parto, como
había temido. No tenía que enfrentar
sola a Lionel, Jared estaba con ella,
siempre con ella.
Y eso la hizo sentir segura. Todo
saldría bien. Saldría bien porque estaba
con él.
—Luke, gracias al cielo estás ahí. —
Jared hablaba por el manos libres,
mientras conducía al máximo permitido,
tomando camino por la carretera—.
Vamos al hospital, haz que tengan todo
preparado para recibirnos. Avisa a
laboratorio, posible preeclampsia.
Jenny se tensó, pero enseguida él le
dio un apretón en la mano recordándole
que estaba su lado. Y el temor se
disolvió.
***
Quince minutos más tarde, recostada en
una camilla en la sala de emergencias,
Jenny, vestida con una batita de hospital,
espera impaciente los resultados del
laboratorio mientras la doctora Sidney
la revisaba. Jared, de pie a un lado de la
camilla, mantenía una mano firmemente
aferrada a la de Jenny, aguardando por
el veredicto de la doctora.
—Jenny, me temo que Jared tiene
razón. —La doctora Sidney se enderezó
y le dirigió una mirada calma—.
Debemos operar para sacar al bebé
enseguida.
Jenny tragó saliva y apretó la mano
de Jared.
—Tranquila, todo va a salir bien —
le aseguró él, pasando una mano por su
cabello.
—Pediré que te trasladen enseguida
para que comiencen a prepararte para
cirugía.
Luke apareció por el pasillo,
llevando varias hojas de papel en la
mano.
—Aquí traigo los resultados de
laboratorio, Sidney.
La doctora y los tomó y los revisó
rápidamente.
—Esto confirma el diagnóstico.
Debemos movernos, ¡ya!
Algo en el tono de su voz hizo que
Jenny se tensara. Pero apenas tuvo
tiempo de reaccionar, varias manos
comenzaron a ayudarla a trasladarse a
otra camilla y pronto se vio llevada por
el pasillo rumbo a los ascensores. Jared
se mantuvo a su lado todo el tiempo,
aferrando su mano.
Luke apareció a su lado mientras
aguardaban a que las puertas del
elevador se abrieran. Posó una mano en
su hombro, en un gesto afectuoso.
—Jenny, Dios… —Parecía no
conseguir encontrar las palabras
correctas que decir en medio de esa
situación—. Más te vale que te pongas
bien.
—Gracias, me siento mejor cuando
me amenazan. —Sonrió, sarcástica.
Luke esbozó una sonrisa ligera.
—Buena suerte. —Aferró su mano
libre y le dio un apretón—. Estaremos
todos aquí cuando salgas.
Jenny asintió, observándolo con
cariño mientras la llevaban a los
ascensores.
Ingresaron en el área donde varias
enfermeras comenzaron a preparar a
Jenny para la cirugía. Jared, a su lado,
vigilaba atentamente cada paso,
manteniendo su mano firmemente
aferrada a la de Jenny.
—¿Por qué estás tan nervioso? —le
preguntó ella—. Algo va muy mal, ¿es
eso?
—Estarás bien, no tienes que
preocuparte. Concéntrate en que pronto
conoceremos a nuestro bebé. —Él se
inclinó y la besó suavemente en los
labios—. ¿Has elegido ya el nombre?
Ella hizo una mueca.
—Estábamos entre Joshua y
Michael, si es niño, y Samantha y Kate
si era niña, ¿no es así?
—Esos fueron los que tú aprobaste.
—Jared, te dije que no le pondré a
mi bebé un nombre indio.
—Son originales, piénsalo, ¿cuántos
Matthews o Patricias hay en el mundo?
¿Cuántos habrá en su clase? En cambio,
si se llama Águila Sabia, o León
Poderoso…
—No.
—Vale. Tenía que intentarlo, quizá la
droga te hacía cambiar de parecer. —Él
rio, y ella supo que solo le estaba
tomando el pelo.
Un médico llegó a la sala y comenzó
a mover unos instrumentos a su lado. Se
presentó como el doctor Chu, y estaría
encargado de administrarle la anestesia.
Jenny se tensó, esa era la parte que
más temía: la inmensa aguja en su espina
dorsal.
—Aquí estoy. —Jared se inclinó
sobre su rostro—. Mírame a mí, no
pienses en eso, concéntrate en el bebé.
Pronto conoceremos a nuestro bebé.
—Ahora, por favor póngase de
costado y adopte una posición fetal —le
pidió el médico.
Ella lo hizo y Jared se movió con
ella, de modo que ella todavía pudiera
mirarlo a los ojos, aferrando sus manos.
—Aquí estoy, cariño. Te amo —
apretó sus manos, obligándola a
centrarse en él.
—Y yo a ti. —Jenny cerró los ojos y
apretó los dientes al sentir el pinchazo.
Jared intensificó su agarre sobre sus
manos y ella solo vio sus hermosos ojos
azules, acompañándola en ese momento.
Sintió una corriente eléctrica
recorriendo su espina y sus piernas.
Luego todo acabó.
—Ya está listo —anunció el médico
—. Por favor, vuelva a recostarse de
espalda sobre la camilla.
Jenny suspiró, dedicándole una
sonrisa a Jared.
—Eso no estuvo tan mal —dijo él,
limpiándole las gotas de sudor que se
habían formado en su frente.
—Gracias a ti.
Una enfermera se acercó a Jared y le
susurró algo.
—¿Qué ocurre? —preguntó Jenny,
frunciendo el ceño.
—Tranquila, me están pidiendo que
salga un momento. Tengo que firmar
unos papeles en tu nombre, tu abuela
todavía no ha llegado y me has elegido
como la persona a tu cargo.
Ella sonrió.
—¿Lo dudabas? Eres mi mejor
amigo… y te amo.
—Y yo a ti, preciosa. —Se inclinó y
la besó en los labios—. Ahora vuelvo.
Salió fuera del quirófano, donde lo
esperaba la doctora Sidney, ya
preparada para iniciar la cirugía.
—¿Qué ocurre? —le preguntó.
—No puedes estar allí dentro.
—Lo estaré.
—Va contra el protocolo.
—Es una cesárea, no cirugía mayor.
En todo el mundo los padres acompañan
a sus mujeres cuando tienen una cesárea.
—Jared, acabo de recibir los
últimos análisis de Jenny. Proteína
elevada en la orina. Las enzimas
hepáticas están más altas que lo normal.
Conteo de plaquetas inferior a 100,000.
Presión arterial de 150/100mmHg.
Edema de cara y manos. Todo esto, junto
a la alteración de la función hepática y
visual es una clara evidencia de
eclampsia. Debemos sacar al bebé
cuanto antes y monitorear a la madre.
Podría comenzar a convulsionar allá
dentro y con el padre a un lado… No,
Jared. No te quiero allí.
Él la miró a los ojos y negó con la
cabeza.
—Vamos a cirugía.
—No, Jared, no puedes ir, estás
demasiado involucrado.
—Iré.
—Jared, puedes ser mi jefe, pero no
irás.
—Déjame entrar. Me quedaré a su
lado —dijo de forma determinante—.
No sigas perdiendo el tiempo, Sidney.
No me moveré del lado de mi mujer
mientras la operas.
—Bien. —Ella resopló, dándose por
vencida—. Sostendrás su mano, pero
nada más ¿has entendido?
Él asintió y volvió a entrar en el
quirófano. Jenny le sonrió al verlo y él
se acomodó a su lado. Habían atado los
brazos de Jenny, por lo que debió
acercarse a su costado para tomar su
mano.
—¿Fue todo bien?
—Bastante bien. —Él sonrió—.
Estamos listos para traer a ese bebé al
mundo.
—Jared, en la parte en que te
preguntan a quién escoger… —Ella
respiró con dificultad, mareada—.
Escoge al bebé.
—No tendremos que hacer eso.
—Solo hazlo, por favor.
—Jenny. —Él se acercó a su rostro
—. ¿Estás bien?
Ella fue incapaz de responder. De
pronto comenzó a convulsionar. Jared se
abalanzó sobre ella, pero varias manos
lo apartaron.
—Jared, debes salir de aquí. Ahora
—le ordenó la doctora Sidney.
—¡No!
—Ya ha pasado —anunció el
anestesiólogo—. Estamos listos.
Jenny abrió los ojos, y buscó a
Jared, todavía aturdida. Él estaba ya a
su lado, tomando su rostro entre sus
manos.
—Van a comenzar la cesárea, debes
estar calmada —le pidió, forzándose
por mantener la voz plana y tranquila.
—De prisa chicos, está sangrando
demasiado.
—Jared, ¿qué pasa?
—Nada, Jenny, tranquila.
—Jared.
—Todo va a salir bien. Cálmate,
debes permanecer tranquila.
—Debes dormirla, Chu —le pidió la
doctora Sidney, sin dejar de trabajar.
—¡No! Quiero ver a mi bebé cuando
nazca.
—¡Está sangrando! La presión está
bajando —anunció la voz de una mujer
en la sala.
—Jared, si algo me pasa, cuida de
Felicity y del bebé.
—No va a pasar nada, Jenny. Todo
va a salir bien. Mírame a los ojos. —
Tomó su rostro con suma ternura y la
besó—. Todo va a salir bien.
—¡Duérmanla ya!
—Jared.
—Jenny, todo va a estar bien. Te
prometo que todo va a estar bien.
—Señora, ahora va a sentir un ligero
ardor en el brazo —le dijo el doctor
Chu, colocando una aguja en la cánula
conectada a su brazo.
Jenny vio los ojos de Jared y se
quedó con esa imagen en la mente a
medida que sus párpados se cerraban.
Y entonces vio luz. Mucha luz.
Y escuchó el llanto de un bebé.
CAPÍTULO 34
Jenny despertó con la luz del sol
colándose
por
las
persianas
entreabiertas. Al volver la cabeza, vio a
Jared de pie junto a la ventana con un
pequeño bulto en los brazos al que
acunaba con sumo afecto contra su
pecho, mientras le hablaba en voz baja.
—Bienvenida al mundo, pequeña
princesita. Esta será tu ciudad en
adelante —le decía, señalando la
ventana—. Aquí vivirás con tu familia,
te amamos pequeña y estamos tan
contentos de verte al fin. Yo soy tu papá,
sí, tu papá. —Él sonrió cuando la bebé
hizo ruiditos, moviéndose entre sus
brazos—. Cuidaré de ti, de tu hermanita
y de tu madre. Ella es una guerrera muy
valiente, te ha traído al mundo sin ayuda.
Debes sentirte orgullosa de ella, como
yo lo estoy. Cuando crezcas, serás tan
bella y tan increíblemente genial como
ella.
La cabecita del bebé se movió y una
de sus diminutas manos salió de la
manta y se cerró en torno a la nariz de
Jared. A pesar de la distancia, Jenny
estuvo segura de ver asomar lágrimas de
sus ojos.
—Mi dulce bebé —susurró él—.
¿Me has reconocido, no es verdad? Soy
el que te hablaba por las noches y te
ponía esa música ruidosa de Beethoven.
No te asustes, soy feo pero te quiero. —
Jenny rio y él se volvió, sorprendido de
haber
sido
atrapado—.
¡Hola,
dormilona! —la saludó, su rostro
adoptando una sonrisa de alivio—. Has
despertado al fin —le dijo, acercándose
a su lado con la bebé en los brazos—.
¿Te sientes bien? Porque hay alguien que
quiere conocerte.
Jenny sonrió e intentó sentarse, pero
le resultó sumamente doloroso.
—Tranquila, ya te ayudo yo.
—Hey, que para eso hay enfermeras.
—Tracy llegó en ese momento y sonrió a
ambos—. ¿Cómo están los nuevos
papás?
—De maravilla —contestó Jenny,
dedicándole una sonrisa a Jared que él
contestó del mismo modo. Ella notó la
alegría en su rostro cuando ella no
corrigió a la enfermera.
—He pedido que hoy me dejaran
trabajar en maternidad para poder estar
contigo —le contó Tracy, ayudándola a
sentarse y enderezando el respaldo de la
cama—. ¿Cómo te sientes?
—Duele un poco.
—Eso es normal, pero pasará. —
Una mujer con bata blanca apareció en
la puerta.
—Hola, doctora Sidney —la saludó
Jenny.
—¿Cómo te sientes, mamá?
—Mucho mejor, ahora que todo ha
pasado —contestó ella con sinceridad
—. ¿Podré irme a casa pronto?
—Probablemente, en unos cuantos
días. Ahora, debes ir con cuidado, ¿de
acuerdo? Una cesárea no debería
complicarse, y tus vitales han estado
bien desde la operación, pero cualquier
molestia debes hacérmela saber
enseguida. Tuviste preeclampsia y eso
podría suponer una situación de riesgo
todavía. Sin embargo, teniendo a este
gran médico a tu lado, —miró a Jared—
no tenemos de qué preocuparnos. Estoy
segura de que te mantendrá vigilada de
cerca.
—No lo dudes —contestó Jared, con
orgullo—. ¿Quieres echarle otro ojo a
mi hija? ¿No te parece una preciosidad?
—Es hermosa, Jared. La bebé más
hermosa, y no te lo digo solo por
cumplido —convino la doctora, mirando
una vez más a la niña, a pesar de que ya
la había visto cinco veces antes, las
cinco veces que Jared le pidió que la
viera—. Aunque es lo que todos los
padres sienten por sus hijos.
—Ella lo es, la más hermosa. Será
tan bella como su madre y su hermanita.
—Seguro que sí. —La doctora hizo
un rápido chequeo a la herida de Jenny y
revisó sus signos vitales. Al terminar de
revisarla, juntó ambas manos en el
pecho, contenta con lo que veía—. Bien,
parece que todo anda en orden. Tracy
puede ordenar tu desayuno, si tienes
hambre.
Necesitas
fuerzas
para
recuperarte y sería bueno para que
comiences a lactar a la bebé. No hay
nada mejor que la leche materna.
—Me encantaría hacerlo.
—Bien, por la cesárea podrías tener
un poco de dificultad para conseguir que
te suba la leche. Podrías necesitar de la
ayuda de un sacaleches, pero estoy casi
segura de que con la succión natural lo
conseguirás.
—Gracias, doctora.
Ella sonrió y, tras darle un último
vistazo a la bebé, se marchó.
—Iré por tu desayuno ahora mismo,
y te traeré algo también, jefe. —Tracy
miró a Jared y luego a Jenny—. Este
hombre no se ha separado de tu lado ni
para comer.
—Es un ángel.
—Sin duda. Bueno, os dejo solos.
No tardo en volver con la comida —se
despidió Tracy, alejándose por el
pasillo.
Jared se sentó a su lado y puso con
sumo cuidado al bebé en brazos de su
madre.
Jenny se emocionó al verla, era una
pequeña cosita preciosa. Tenía el rostro
rosado y pequeños mechones rojos en la
cima de la cabeza. La pequeña abrió los
ojos, de un color verde claro y los fijó
sobre su madre.
—Es tan hermosa —sollozó Jenny,
estrechándola contra su pecho—. Oh,
Jared, gracias por salvarla.
—¿De qué hablas? Todo el tiempo
estuvo a salvo, al igual que tú.
Ella extendió una mano que él
estrechó con sumo cariño.
—Es igual a ti —comentó, pasando
un dedo de su mano libre por el rostro
de la bebita. La pequeña movió su
pequeña mano y lo aferró entre sus
diminutos dedos—. Hola, mi princesita
pequeñita, ¿me reconoces, verdad? Soy
papi —susurró Jared, hablando en un
tono dulce que enterneció a Jenny.
—Me alegra que os llevéis los dos
tan bien —bromeó, haciendo un gesto
con la cabeza hacia la ventana.
—Estaba llorando y no quisimos
despertarte, por eso nos encontraste
teniendo una pequeña charla junto a la
ventana.
—Fue muy tierno lo que dijiste. —
Acarició sus nudillos y él aferró con
más fuerza su mano, en respuesta,
manteniéndose así unido a ambas, con
una mano en la de ella y otra con la del
bebé—. Jared… no sé cómo decirte…
—No tienes nada que decir, mi
amor.
—Sí, sí tengo… Y yo… Gracias —
musitó, sintiendo que la voz se le
quebraba—. Malditas hormonas, me
hacen llorar.
Jared se acomodó a su lado en la
cama y la abrazó, rodeándola a ella y a
la bebita entre sus brazos.
—No tienes nada que decir, mi
amor. Todo está dicho ya —le dijo en un
susurro, permitiéndole llorar sobre su
hombro—. Te amo, me amas, es todo
cuanto importa. No pienses en el
pasado, en nada. Estamos juntos y nos
mantendremos así, sin importar lo que
pase en el futuro.
—Debí confiar en ti. Decirte lo de
Lionel —gimió—. Lo siento tanto.
—En realidad, me honras por asumir
que soy tan buen hombre como para
haberle dado algo a ese desgraciado.
Pero la verdad es que no lo soy. Soy la
clase de persona que lo hubiera ido a
buscar para hacerle «una propuesta que
no podría rechazar», no sé si me
explico.
Jenny rio por lo bajo.
—Como sea, he hablado con tu
hermana y tenemos todo el asunto bajo
control, así que no debes preocuparte ya
más por eso. Tu ex no va a quitarte a tus
hijos, te lo aseguro.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque estoy a tu lado, mi amor.
—Él se acercó y posó la frente sobre la
suya—. Y no permitiré que nadie nos
arrebate a nuestros pequeños de nuestro
lado.
Los ojos de Jenny se llenaron de
lágrimas.
—Gracias, Jared. Oh, Dios, te amo
tanto… —Se acercó y la besó
largamente en los labios.
—Prométeme
una
cosa,
¿de
acuerdo?
—Lo que sea.
—No vuelvas a ocultarme nada.
Mucho menos una cosa así. —Ahuecó
una mano en su mejilla—. Siempre
puedes contar conmigo, Jenny. Para lo
que sea.
—Lo siento tanto. Fui tan estúpida.
—Eso no importa ya, mi amor.
—Importa, porque te lastimé, y es lo
que menos quería en el mundo, Jared.
Siempre te he amado, solo que tenía
miedo. No quería hacerte daño, Jared.
No quería alejarte de mí, solo hacerte
ver que no podías amarme, que
comprendieras la carga que viene
conmigo. Pero entonces Sonia me dijo
algo que me hizo ver todo desde otra
perspectiva y yo… —su voz se quebró y
él la abrazó—. No quería lastimarte,
Jared, lo juro. Solo intentaba protegerte.
Tenía tanto miedo.
—Lo sé. —Se inclinó y la besó—.
Lo sé.
—Te amo.
—Y yo a ti, Jenny. Con todo mi
corazón.
—Oh, Dios.
—¿Qué ocurre? —Jared se tensó al
ver los ojos de Jenny agrandarse por la
sorpresa.
—Las hormonas. Creo que ha
comenzado a subir la leche. —Se apartó
la bata, empapada.
Jared
soltó
una
carcajada,
provocando que la bebita, que se había
dormido en los brazos de su madre, se
despertara y comenzara a llorar.
—Tal vez deberías aprovechar —le
dijo él, cargando con suma ternura a la
recién nacida—. El llanto del bebé hará
que te suba más y más.
—Bien, a ver, probemos… —Ella
se bajó la bata por el hombro, dejando
al descubierto un pecho. Jared se tensó
al
verlo,
pero
se
contuvo,
concentrándose en lo que tenía que
hacer. Con cuidado, acercó a la pequeña
a los brazos de su madre. Jenny la
abrazó contra su pecho y enseguida la
pequeña se pegó al pezón, comenzando a
succionar.
—¡Vaya, qué lista es! —exclamó
Jared, asombrado.
—Como su padre. —Jenny le dedicó
una
mirada
llena
de
afecto,
extendiéndole una mano que él estrechó
enseguida, volviendo a tomar su lugar, a
su lado en la cama.
Él se inclinó y la besó, y ambos,
abrazados, permanecieron absortos en la
pequeña alimentándose del pecho de su
madre.
Media hora más tarde, la pequeña
dormía tranquilamente en su cunita, al
lado de la cama de Jenny. Abrazados
todavía, ambos no dejaban de
observarla, haciendo comentarios con
respecto a los nombres que habían
debatido para ponerle, aún indecisos
con su elección.
—¿Interrumpimos? —La voz de
Gaia llegó desde la puerta.
—¡Claro que no, pasad, pasad! —
Jenny prácticamente saltó de la cama al
ver en la puerta a su abuela y a Felicity.
Había hablado con ellas por teléfono
en la mañana, y aunque sabía que
estaban bien, las extrañaba a horrores,
especialmente a su pequeña hija.
—¡Felicity, mi amor, ven a saludar a
mami! —pidió Jenny, abriendo los
brazos.
Pero la pequeña rodeó la cama y se
dirigió directamente hacia Jared.
—¡Papi! —gritó, abrazándose a las
piernas de Jared.
—¿Lo has visto? ¡Te ha dicho papi!
—Jenny parecía a punto de levantarse
de la cama para abrazar a su hija, así
que Jared la cargó en brazos y la acercó
a ella.
—Sí, mi amor, papi. Y aquí están
mami y tu hermanita —le dijo Jared,
besando a la pequeña niña en la mejilla.
Jenny notó con suma ternura que los ojos
de Jared estaban humedecidos por las
lágrimas. Él era su padre.
—Oh, si es una preciosidad —
anunció Gaia, observando a la pequeña
bebé en su cunita—. Es igual a ti cuando
naciste, Jenny.
—Es lo mismo que digo yo, es
idéntica a su madre —convino Jared,
deleitándose con el cumplido hacia su
hija.
La recién nacida comenzó a llorar y
Gaia la cargó en brazos.
—Es tan hermosa, mi vida. Un
milagro de vida sin duda. Y otro, el que
yo la conozca. Mi segunda bisnieta,
quién lo hubiera dicho —bromeó,
llevando a la bebita a los brazos de su
madre.
—Todavía te quedan muchos más
años, abuela —le dijo Jenny, con sumo
cariño.
—Y muchos más nietos —añadió
Jared, mirando a Jenny de forma pícara.
Jenny rio, acunando a su bebita
recién nacida cerca de su hombro, de
forma que su hermana pudiera verla.
Felicity alargó los dedos y palpó su
piel, una sonrisa se dibujó en su rostro
al verla.
—Hermana —le dijo Jenny,
acariciando el rostro de su hija con
sumo cariño.
—Hermana —repitió Felicity para
su sorpresa y la de Jared, quien
cargando a Felicity en brazos,
aprovechó para darle un sonoro beso en
la mejilla.
—Poneos juntos los cuatro, os
tomaré una foto. —Gaia sacó la
polaroid del bolso y se alejó unos pasos
para hacerles una foto—. Sonrían,
familia feliz.
Y así lo hicieron, Jared y Jenny,
abrazando a sus hijas, sonrieron para su
primera foto familiar.
CAPÍTULO 35
Cuatro días más tarde, Jenny se
preparaba para volver a casa. Jared se
había encargado de arreglar los papeles
del alta y ella lo esperaba en la
habitación, con la bebita en brazos.
—Bien, todavía no te has ido. —La
señora Robbins tocó a la puerta,
asomando su sonriente rostro dentro de
la habitación—. Queríamos pasar a
saludar una vez más antes de que te
marcharas a casa.
Jenny sonrió, había visto a su jefa y
sus demás amigas de la cafetería al
menos un millón de veces los últimos
días. Sus amigas no perdían oportunidad
para ir a visitarla, llevarle alguna
golosina y sobre todo, echarle una
mirada más al bebé. Las enfermeras la
habían apodado de cariño Shirley, en
honor a Shirley Temple, pues decían que
era la pequeña más popular del hospital.
—¿Te molesta si entramos? —Lori,
una chica de la cafetería con la que
Jenny se llevaba estupendamente, se
asomó también—. Queremos ver por
última vez a la princesita antes de que te
vayas.
—Por supuesto que podéis pasar —
les dijo Jenny, haciendo un gesto con la
mano para que entraran de una vez—. Y
no tienes que ponerte tan dramática,
Lori, sabes que seguirás viendo a esta
pequeña muchas veces en el futuro.
—Oh, eso no es seguro, ahora que
vas a casarte con el jefe probablemente
no regreses a trabajar.
—Voy a regresar, te lo aseguro. —
Jenny enseñó a la pequeña a sus amigas,
quienes prácticamente se derritieron con
elogios.
—¿Ha despertado hace mucho? —
preguntó la señora Robbins, acunando a
la pequeña en brazos.
—Sí. Pronto va a ser hora de
alimentarla de nuevo. Espero que Jared
se dé prisa, no me gustaría tener que
hacerlo en el coche.
—Jared es un ángel, Jenny, tienes
que cuidarlo bien —le dijo la señora
Robbins, actuando como una madre
protectora—. Realmente ese hombre te
adora. A ti y a tus hermosas angelitas.
—Es cierto —convino Lori—.
Mientras estuvieron… distanciados, —
buscó la palabra correcta—, él no
dejaba de preguntarnos por ti y nos
pedía que te cuidáramos. Decía que no
debías seguir trabajando, pero tú
insistías. —Le dedicó una mirada de
reproche—. El jefe iba todos los días a
vernos para asegurarse de que tú estabas
bien, se daba escapadas mientras tú
estabas en la cocina y nos preguntaba si
te sentías bien y nos pedía que le
avisáramos de cualquier eventualidad.
Jenny se quedó boquiabierta. Jared
era único, sin duda, tan tierno y siempre
preocupado por ella…
—Intentaré no hacerlo pasar por
preocupaciones en un futuro —les
aseguró,
intentando
tragarse
las
lágrimas. «Malditas hormonas que me
vuelven una regadera andante», pensó,
molesta. Aunque sabía que en esta
ocasión, las hormonas no eran las
culpables de su deseo de llorar. Eran
lágrimas de alegría las que luchaban por
asomarse a sus ojos, la alegría de
saberse amada sinceramente por un
hombre tan bueno que se preocupaba de
forma incondicional por ella y sus hijas.
Un hombre al que ella amaba con
todo su corazón.
—Nos alegra tanto que estéis bien
otra vez —añadió la señora Robbins—.
Los dos son buenas personas, merecen
ser felices.
Jared entró en ese momento,
llevando una silla de ruedas a la que
iban atados un manojo de globos
multicolores.
—Luke te envía saludos —le dijo
Jared a modo de explicación—. Dice
que se pasará esta noche por casa para
ver otra vez a la niña. Oh, hola, chicas
—saludó a las mujeres, percatándose de
su presencia—. ¿Han venido a
despedirse?
—Así es, y ya nos íbamos. —La
señora Robbins devolvió a la pequeña
recién nacida a los brazos de su madre
—. Les deseo todo lo mejor, papás. —
Se acercó a Jenny y la abrazó y luego a
Jared—. Si necesitan algo, cualquier
cosa, no duden en llamarme.
—A mí también —añadió Lori, tras
echarle un último vistazo a la pequeña
bebé—. Me encanta hacer de canguro
con los bebés. Y en tu caso, también con
Felicity, Jenny.
—Muchas gracias, chicas. Nos
vemos pronto —se despidió de ellas.
—¿Listas para irnos? —Jared le
preguntó, acercándose a Jenny.
—Estamos listas para ir a casa, ¿no
es verdad, Shirley? Con papá, tu
hermanita y la bis. —Jenny besó en la
cabecita a su hija antes de entregársela a
Jared.
—¿Shirley? ¿No es así como la
apodaron las enfermeras?
—Me parece un apodo tiernísimo.
—Tal vez podríamos llamarla así.
Claro, si tú quieres. —Tras acomodar
cuidadosamente al bebé en su cuna,
Jared se acercó a Jenny para ayudarla a
levantarse y sentarse en la silla de
ruedas.
—Shirley… —Jenny saboreó el
nombre en la lengua—. Es lindo. Creo
que me gusta, ¿estás de acuerdo con
eso? Porque podemos pensarlo más.
—No, me gusta. Si está bien por ti,
está bien por mí. —Él sonrió,
entregándole a la niña después de darle
un beso en la frente.
—Shirley, ¿te gusta tu nombre, mi
amor? —La bebé movió la mano y Jenny
rio—. Creo que eso es un sí.
—Cualquier cosa que hubiera hecho
habría significado un sí para ti, ¿o me
equivoco?
—le
preguntó
Jared,
acariciando la cabecita de la pequeña.
—Si hubiera movido la cabeza de
forma negativa habría sido un claro no.
—Sí, porque los bebés recién
nacidos hacen eso —dijo él, sarcástico.
—Lo hacen.
—Ni siquiera pueden sostener su
propia cabeza, ¿cómo podría decir no?
—Es mi hija, se las apañaría para
hacerlo.
—Conociendo lo testaruda que es su
madre, no lo dudo. —Jared se inclinó y
la besó en los labios—. Ahora, mis
testarudas amadas esposa e hija ¿están
lista para irnos?
—Cuando quieras, mi benevolente y
adorado esposo —contestó Jenny,
rodeándolo por el cuello con su brazo
libre y atrayéndolo de vuelta hacia ella,
para besarlo una vez más, en esta
ocasión de forma larga y profunda—. Te
amo, Jared —le dijo en voz baja, sobre
sus labios.
—Y yo a ti, preciosa. —Apartó un
mechón de pelo de su rostro, mirándola
a los ojos—. Tú y nuestras hijas, son
todo para mí.
Jenny sonrió, con lágrimas en los
ojos, se acercó más a él y lo volvió a
besar, transmitiéndole en ese gesto sin
palabras lo muy feliz que se sentía
teniéndolo a él en su vida, amándolo con
toda su alma.
***
Los días que siguieron fueron un caos
mezclado con calma. Habían decidido
vivir en casa de Jared, por lo que
significó una adaptación para todo el
nuevo estilo de vida, en especial para
Felicity, quien era la que más resentía
los cambios. Sin mencionar que
adaptarse a la rutina con un bebé recién
nacido podía llevar al borde de la
locura a cualquiera.
Sin embargo, pronto encontraron el
modo de salir adelante. Con paciencia,
cariño y más paciencia, las cosas
comenzaron a fluir.
Esa mañana, Jenny había despertado
especialmente cansada. Sonaba ilógico,
pero fue una larga noche en vela, pues
Shirley apenas había cerrado los ojos,
decidida a permanecer pegada a la teta
de su madre. Jared la ayudó en todo lo
que pudo y esa mañana le llevó el
desayuno a la cama. Se ocupó de las
niñas y luego la llevó a la bañera, y él
mismo se dedicó a enjabonarla, como
había hecho tantas otras veces mientras
ella estaba embarazada.
—Deberías dormir un poco,
aprovechando que las niñas están
descansando —le dijo ella, cerrando los
ojos al sentir la esponja jabonosa sobre
sus músculos doloridos en la espalda.
—Dormí bien anoche, al contrario
de ti.
—No es cierto, te vi espiándome
cada media hora, igual que una abuela
chismosa —bromeó Jenny—. Deberías
dormir un poco, amor.
—Estoy bien, te lo dije, estoy
acostumbrado a largas jornadas sin
dormir. Tú, por otro lado, has tenido un
desgaste corporal muy grande con el
embarazo y ahora lactando. Debes
buscar reponer las fuerzas. Además, me
encanta hacer esto —añadió, bajando
las manos desde sus hombros hasta sus
pechos, hinchados en exceso por la
leche.
—La ginecóloga me dijo que ya
podíamos volver a nuestra rutina
completa. —Le dedicó una mirada
sugerente, buscando con una mano su
nuca y atrayéndolo hacia sus labios.
—¡Dios, gracias! —musitó Jared
sobre sus labios, sosteniéndola por la
cintura y levantándola de la tina, sin
importarle empaparse en el proceso.
—¿Qué estás haciendo? —Ella rio,
soltando un chillido cuando él la llevó
corriendo hacia la cama.
—Vamos a aprovechar el tiempo
perdido ahora que las niñas duermen —
le dijo, quitándose de forma apresurada
los pantalones empapados.
El llanto de un bebé por el
intercomunicador
interrumpió
sus
palabras, dejándolo a medio camino de
desnudarse.
Jenny esbozó una mueca.
—Está despierta otra vez. —
Suspiró.
—No te preocupes, iré yo. —Jared
se inclinó y la besó en los labios, antes
de cubrirla con las sábanas—.
Descansa, amor.
—Jared… —No tuvo tiempo de
agradecerle, él ya partía a la carrera
para atender a Shirley.
Un segundo más tarde escuchó su
profunda voz masculina mientras le
hablaba a su hija. Jenny sonrió,
encantada, él era el padre más cariñoso.
Incluso en ese momento, cuando le
cantaba canciones de Lady Gaga para
hacer dormir otra vez a la pequeña.
—Nunca dicen en las películas lo
doloroso que es esto —se quejó Jenny,
después de que él hubo regresado de
atender a la pequeña—. O el tener que
sangrar por más de dos meses seguidos.
—Si lo hicieran, nadie tendría hijos.
—Él la besó—. De cualquier manera
vale la pena, puedo tenerte aquí para mí
solo.
Ella rio y lo abrazó, atrayéndolo a la
cama.
—Te amo, Jared, ¿lo sabes?
—Sí, pero me encanta que lo repitas.
¿Estás segura de que vas a estar bien tú
sola? Felicity puede faltar a su clase
hoy, no tenemos que ir.
Ese día Gaia tenía una reunión de
amigas y no había podido ir a hacerle
compañía a Jenny, como solía hacer los
días de las clases de equitación de
Felicity.
—Lo estaré, tranquilo. —Lo besó e
intentó ponerse de pie, pero él ya estaba
a su lado, ayudándola.
Jared la ayudó a vestirse con un
sencillo conjunto de chándal antes de
llevarla de nuevo sobre la cama.
—Me consientes demasiado, me vas
a hacer una holgazana.
—No todos los días se tiene un
bebé. Está despierta de nuevo —dijo
saliendo disparado una fracción de
segundo antes de que se escuchara al
bebé llorar por el monitor.
—A veces creo que tienes un oído
biónico, ¿cómo es que haces siempre
eso?
—No lo sé. —Sonrió, entregándola
a la pequeña para que ella la alimentara
—. Instinto de padre, supongo.
—Estoy segura de que así es. —Ella
sonrió, descubriéndose el pecho para
darle de comer a la pequeña.
Jared apretó los labios, apartando la
mirada. Aún sentía la sangre caliente
después del acercamiento en la cama
con Jenny.
—Esta noche. —Le dedicó una
sonrisa que a él le paralizó el corazón
—. Sin importar qué. Lo prometo.
Jared tragó saliva y asintió.
—Bien… eh… —exhaló. Mierda,
después de eso necesitaría una ducha de
agua fría.
—¿No tenías que llevar a Felicity a
su clase?
—¡Oh, sí! —Él se pasó una mano
por las sienes, recuperando la
compostura—. Eso tenía que hacer.
—Sí, amor. Y será mejor que te des
prisa o llegará tarde.
Él salió disparado una vez más de la
habitación, y regresó a los pocos
minutos, con Felicity vestida y peinada,
de la mano.
—Me voy con Felicity a su clase de
equinoterapia —anunció—, ¿estarás
bien? ¿Tienes todo lo que necesitas?
—Sí, no te preocupes. Gaia llamó
mientras estabas con Felicity, se pasará
en un rato más —le dijo ella, besando a
su hija en la frente como despedida—.
No debe tardar en llegar. —Y mirando a
Felicity, quien estaba concentrada en su
hermanita menor, añadió—: Que tengas
una bonita clase, mi amor. Tu hermanita
y yo te iremos a ver montar a caballo
muy pronto.
—Estupendo, en ese caso vámonos
ya o llegaremos tarde. —Jared se
inclinó y la besó en los labios—.
Felicity, despídete de tu mamá. —La
pequeña rio y abanicó la mano, imitando
a Jared.
Jenny sonrió de gusto, su hija estaba
avanzando mucho con la terapia, pero
sobre todo con la influencia que tenía
Jared en ella.
Media hora después, Jenny acomodó
a la pequeña en la cuna. El timbre sonó
y bajó las escaleras para abrir la puerta
a Gaia, teniendo cuidado de llevarse el
aparto del monitor con ella.
Pero al abrir la puerta, no fue la
figura familiar de la anciana lo que vio,
sino una esbelta y alta mujer, de piel de
alabastro y pelo azabache tan brillante
como el ébano. Iba elegantemente
ataviada con un conjunto que debía de
costar más que su automóvil.
La mujer se quitó las finas gafas de
sol que llevaba puestas, para dedicarle a
Jenny una mirada gélida con sus claros
ojos grises.
—¿Te puedo ayudar en algo? —
preguntó Jenny, arrebujándose en su bata
(fue lo primero que encontró para
cubrirse el pecho desnudo) y cruzándose
de brazos, en una posición defensiva.
Se sentía un tanto intimidada ante
esa mujer, en especial luciendo como lo
hacía, con el pelo despeinado, vestida
con una bata de levantarse a medio día y
usando pantuflas de dragón. Era una
mamá de pies a cabeza compitiendo con
la figura de perfección femenina, una
mezcla de Barbie y Mrs. Smith en
persona.
La mujer la estudió de arriba abajo
antes de dirigirle la palabra.
—Busco a Jared, ¿es esta su casa,
mucama?
Las
mejillas
de
Jenny se
encendieron.
—No soy su mucama, y él no está.
—Apretó el pomo de la puerta con la
intención de cerrársela en las narices,
pero la mujer ya estaba entrando en la
casa.
—Lo
esperaré
—anunció,
sentándose en uno de los sofás de la
sala, sin aguardar por la invitación.
Jenny abrió la boca y juntó las cejas,
en una mezcla de incredulidad y enojo.
—¿Y se puede saber quién eres,
para meterte así en mi casa?
—Soy Joana. La prometida de Jared.
—Le dedicó una mirada petulante—. Y
por lo que sé, esta no es tu casa.
CAPÍTULO 36
—¿Qué sabes tú de mí? —rugió
Jenny, apretando tanto los puños a sus
costados, que los nudillos se le
volvieron blancos.
—Más de lo que crees. —La voz de
Joana destiló desprecio—. Como que
eres una mujerzuela caza fortunas que le
ha echado el ojo a mi Jared.
—¿Cómo te atreves? —Debió
recurrir a todo su autocontrol para no
abalanzarse sobre esa mujer y arrancarle
los ojos.
—¿No es verdad que trabajas para
él, en un empleo mediocre que él paga
en demasía, como si fueras la gran genio
de la cocina? Y además, te dota con
privilegios para tus hijos y para que
puedas realizar otros negocios, en sus
propias instalaciones.
—¿Qué? —Jenny abrió la boca,
negando con la cabeza—. ¡Eso no es
cierto!, Jared me ayudó a conseguir el
empleo en el hospital, pero él no…
—Jared es el dueño del hospital,
chica. ¿Quién crees que paga tu sueldo?
Y todo lo que viene con él, además. —
Hizo un gesto despreciativo con la
mano.
—No. —Jenny frunció el ceño y se
tuvo que sentar. Las enfermeras, las
cocineras, todos lo llamaban jefe.
—¿Ahora me vas a decir que no lo
sabías? —bufó Joana—. Por favor,
como si no supieras que él pertenece a
una de las familias más ricas de Ohio, y
de Estados Unidos.
—Sé que él está en una buena
posición económica, pero de eso a ser el
dueño del hospital… Es imposible. —
Jenny no podía creerlo, era imposible,
¡imposible! Jared se lo hubiera dicho.
Su mirada se tiñó de confusión y la
mujer delante de ella pegó una
carcajada.
—Vaya, mujer, o eres idiota o muy
buena actriz.
—No puede ser cierto.
—Veo que es lo primero —dijo,
mordaz—. Qué buena relación tienen,
toda sinceridad, sin duda —masculló,
sarcástica.
Jenny sintió que le faltaba el aire.
—Y a todo esto, ¿qué es lo que
quieres aquí? —siseó Jenny, incapaz de
aceptar que ella la viera de ese modo,
tan afectada por sus palabras—. ¿Has
venido solo a restregarme mi ignorancia
con respecto a mi trabajo? Porque ya lo
has hecho. Ahora te puedes marchar.
—Ten por seguro que vengo a hacer
mucho más que eso, chica. —Joana se
puso de pie, erguida en toda su larga
altura—. Vengo a decirte que te apartes.
Jared es mío.
Jenny alzó la vista y sus ojos
relampaguearon.
—No.
—No conseguirás lo que buscas,
¿me oyes? ¡Solo quieres el dinero de
Jared!
—¡No! ¡Yo lo amo!
—¡Apártate
mujercita,
te
lo
advierto! —La mujer la señaló con un
dedo—. No soy buena ni amable cuando
me enfado, y nunca, nunca, hago una
advertencia en vano.
—A mí no vas a venir a amenazarme
—siseó
Jenny
y
sus
ojos
relampaguearon con tal intensidad que la
mujer dio un paso atrás—. Podrás
llamarme mujercita, pero soy mucho más
fuerte que tú, y ahora tengo al menos tres
veces tu peso y una carga hormonal que
me exoneraría en un jurado. —Apretó
los puños, haciendo sonar los nudillos
de la forma en que siempre sacaba de
quicio a su madre—. Si quieres pelea, te
la daré, no lo dudes. —Una sonrisa
felina curvó sus labios—. Siempre me
gustó romperles las narices a las
personas petulantes como tú, fui famosa
en este barrio por eso, y estoy deseando
ahora mismo volver a saborear el
sonido de una nariz fracturándose.
Los ojos de Joana se abrieron al
máximo.
—Abre una vez más el pico y te juro
que conocerás la fuerza de mi puño y
necesitarás
tres
reconstrucciones
faciales con el mejor cirujano del país
para arreglar el amasijo que te dejaré en
lugar de cara. —Ella se alzó la manga,
provocando que la mujer palideciera.
La puerta de la cocina se abrió en
ese momento y por ella entraron Jared y
Felicity, riendo mientras él la cargaba
sobre sus hombros.
—Perdona por la tardanza, Felicity
quiso darle de comer a los caballos y…
—Se quedó callado al notar la presencia
de la mujer en la sala.
—Tienes visita —siseó Jenny,
inspirando con fuerza en su intento por
calmar su furia.
—No, no la tengo. —Jared se puso
serio y se irguió—. Esta mujer no tiene
nada que hacer aquí.
—Jared…
—Joana
sonrió,
adoptando una pose estudiada que
exudaba sensualidad—. Al fin puedo
verte. Dame unos minutos, querido.
—No me llames así, y haz el favor
de salir de esta casa en este mismo
instante —gruñó Jared—. Aquí no eres
bienvenida.
Ella parpadeó, sorprendida por su
respuesta.
—Pero, Jared…
—Me has oído —siseó él, llevando
a Felicity con su madre y dirigiéndose a
la puerta para abrirla—. Fuera.
—¡No pienso irme de aquí sin
hablar contigo! —Joana hizo un morro
infantil y se sentó en el sofá, cruzándose
de brazos—. Tendrás que sacarme a
patadas si así lo quieres.
—Yo puedo hacerlo. —Jenny se
volvió hacia él, dedicándole una mirada
angelical.
Jared estuvo tentado de reír, pero
negó con la cabeza.
—No, cariño, no te molestes. Tienes
que cuidarte, ¿recuerdas? No es bueno
que hagas esfuerzos ni te enfades. Y
mucho menos por algo que no lo vale.
La boca de Joana se abrió hasta la
barbilla.
—¡No puedo creer que le des
preferencia a esa… mujercita —buscó
la palabra—, en lugar de a mí! Ella
prácticamente me amenazó con matarme.
—No lo hice —contestó Jenny—.
Solo dije que te rompería la cara. Y lo
haré, si no te largas de aquí.
—¡¿Lo ves?!
—Es su casa, tiene derecho a
romperle la cara a quien quiera —
contestó Jared, abrazando a Jenny por
los hombros—. Pero no le pediré a mi
mujer que haga lo que la policía puede
hacer por ella. Así que sal de aquí o
haré que te arresten por allanamiento.
—Jared, no lo harías… —Ella
palideció cuando él se dirigió al
teléfono—. ¡Espera, Jared, no lo hagas!
Dame dos minutos, por favor, ¡dos
minutos! ¡Es todo lo que pido!
Él se volvió hacia Jenny, como si
esperara una respuesta y ella asintió.
—Estaré arriba con las niñas, si me
necesitas —le dijo, llevándose a
Felicity de la mano escaleras arriba.
Inquieta, Jenny entró en el cuarto del
bebé y se sentó en la mecedora con la
pequeña niña en las piernas. De pronto
oyó a Jared, y al volverse, se dio cuenta
de que era el intercomunicador. Al meter
la mano en el bolsillo notó que ya no
tenía el aparato. Debió perderlo en el
sofá cuando se sentó.
—¿Qué
quieres,
Joana?
—
preguntaba Jared, con voz seca y tensa.
—Hablar, ya te lo dije.
—Empieza. Los dos minutos están
corriendo ya.
—Es que no pensarás en serio que…
—Un minuto y cincuenta y nueve
segundos…
Ella lanzó un gruñido exasperado,
poco femenino, y dijo:
—Quiero que volvamos.
—Imposible.
—Pero Jared, no puedes hablar en
serio. —Su voz sonaba sinceramente
desconcertada por su respuesta—. Lo
nuestro fue algo monumental, algo que
no puedes dejar en el olvido así nada
más.
—Eso ya no existe, Joana. Mi
corazón ahora está en otra parte.
—Sí, ya veo que has estado ocupado
cuidando a una mujer y a sus hijos. Los
hijos de otro hombre, por lo que me han
dicho —dijo ella con saña, provocando
que Jenny se tensara.
—Esta es mi familia, y esas niñas
son mis hijas. Te han informado mal. —
La voz de Jared era firme—. Si es a
todo lo que has venido, ya puedes
marcharte.
—¡Tú me amas a mí, no a esa!
—Cuidado —le advirtió.
—¡Esa mujercita se te ha pegado a
los talones hasta conseguir que tú te
fijaras en ella! Te ha hecho creer que
debes hacerte cargo de ella y de sus
hijas, ¿es que no lo ves? ¡Te está
usando! ¡Y tú eres tan idiota por no darte
cuenta y permitirlo!
—Esa mujercita, como la llamas, es
la persona más grande, valiente, fuerte,
sincera y generosa que he conocido
jamás. Y tú no le llegas ni al polvo de
sus zapatos, Joana. —Jenny aguantó la
respiración—. Sí, una vez creí amarte.
Pero idiota fui entonces. Ahora sé lo que
es amar de verdad, porque es lo que
siento por Jenny. Y te aseguro que lo que
alguna vez llegué a sentir por ti no se
compara en nada a lo que siento por
ella.
—Jared.
—No es ella quien se pegó a mis
talones, fui yo quien lo hizo con ella.
Ella no se aprovechó de mí, fui yo quien
sacó ventaja de su dulzura y su alegría y
buscó la manera de conseguir formar
parte de su vida. Fui yo quien le rogó
para ganar la oportunidad de amarla y
de pertenecer a su familia. Y hacerlo, es
el privilegio más grande y más hermoso
que me ha dado la vida —le dijo Jared,
acallando las palabras de la mujer con
su argumento—. Y esas niñas, son mis
hijas. Puede que no lleven mi sangre,
pero yo soy su padre, y nunca, jamás,
vuelves a decir lo contrario, o me vas a
ver realmente enojado.
»Amar a esa mujer y a sus hijas ha
sido lo mejor que me pudo pasar en la
vida.
Jenny se enderezó, apagando el
intercomunicador.
Quería
darle
privacidad. No había querido espiar,
pero no se arrepentía de haberlo hecho.
Las palabras de Jared le habían tocado
el corazón en un punto que nunca creyó
posible.
Felicity se había quedado dormida
en su cama mientras jugaban, por lo que
la cubrió con una manta y la besó en la
frente.
Secándose las lágrimas que habían
brotado de sus ojos, se sentó a esperar a
que Jared terminara su conversación y
enterarse de lo que hubiera sucedido por
él, y no por el intercomunicador. No
volvería a faltar a su privacidad, se
prometió.
Escuchó sonar la puerta de enfrente
al cerrarse. Pronto, los familiares pasos
de Jared por la escalera le hicieron
saber que en escasos segundos estaría a
su lado y se dio prisa en ir a su
encuentro.
Antes de que él pudiera asomarse
por la puerta, Jenny se le lanzó al cuello
y lo abrazó con todas sus fuerzas.
—¿Y a qué ha venido eso? —le
preguntó él, con una risita, abrazándola
a su vez.
—Te amo.
—Y yo a ti, preciosa. —Él se
inclinó y la besó—. Vaya… No me
esperaba que te fueras a tomar tan bien
la visita de mi ex.
—Bueno… escuché un poco de lo
que dijiste.
—¿Ah, sí?
—No todo, solo un poco. El
intercomunicador cayó de mi bolsillo de
forma accidental y pude oír parte de lo
que decíais mientras estuve en la
habitación del bebé.
—Está bien, no me molesta que lo
hicieras —le dijo, acariciando su
cabello con suma ternura.
—Jared, gracias. Lo que le dijiste a
esa mujer, —suspiró—, es lo más lindo
que nadie me ha dicho jamás.
—Es solo lo que siento, mi amor.
Jenny lo besó con pasión,
rodeándolo con todas sus fuerzas con
brazos y piernas. Jared la llevó en
brazos hasta su habitación y juntos
cayeron en la cama, entre besos y
caricias apasionadas.
—Jared, espera. —Jenny se apartó
ligeramente de él y lo miró a los ojos—.
¿Eres dueño del hospital donde
trabajamos?
El color abandonó el rostro de
Jared.
—¿Por qué nunca me lo dijiste? —le
preguntó ella.
Él se encogió de hombros, soltando
un suspiro.
—Sabía que no aceptarías el empleo
si sabías que yo era tu jefe.
—Entiendo.
—Por favor, no te molestes, Jenny.
Ella puso dos dedos en sus labios,
haciéndolo callar. Y sin más, lo volvió a
abrazar, atrayéndolo hacia ella para
besarlo.
—Te amo.
—¿No estás enojada? —Las cejas
de Jared se arquearon.
—Oh, estoy furiosa. Pero lo que
dijiste allá abajo vale más que esa
mentira.
—Siento no haberte dicho la verdad.
—Está bien, te perdono, pero con
una condición.
—La que sea.
—No más mentiras.
—Me parece bien.
—Y otra cosa.
—¿Cuál?
—Que dejes de hablar de una vez y
me hagas el amor.
Él sonrió y se inclinó sobre ella,
apoderándose de sus labios antes de
decirle:
—Como usted ordene, madame. —
Le pasó una mano por la bata,
abriéndosela. Bajó la boca hasta su
seno, pero se quedó estático.
—¿Qué pasa?
—¿Estás segura de que no te haré
daño? —le preguntó, su rostro crispado
por la preocupación—. ¿No prefieres
que esperemos un poco más?
—¡No!
—¿Estás completamente segura de
que podemos ya?
—La doctora dijo que estaba bien.
—Ella sonrió—. Iba a sorprenderte esta
noche, pero ya que estamos en esto… —
Lo besó con pasión—. No quiero dejar
la oportunidad para recompensarte por
la cantidad de cosas maravillosas que
dijiste allá abajo.
—Me parece muy bien, en ese caso.
—Sonrió y la tomó por la cintura,
comenzando a quitarle el pantalón.
—¡Oh!
—¡¿Qué?! ¡Te hice daño!
—No. —Ella rio, pasándole una
mano por la mandíbula, tratando de
calmarlo—. Solo quería decirte una
cosa más.
—¿Otra?
—No me importa en absoluto que
seas el dueño del hospital ni la cantidad
de dinero que tengas o el nombre de tu
familia. Eres el hombre más maravilloso
que he conocido en el mundo y te amo, y
te amaría aunque fueras el más pobre ser
humano sobre la tierra. —Lo besó—.
Esto no cambia nada, eres a mis ojos el
hombre que amo, y soy yo quien es
afortunada por tenerte a mi lado.
Él sonrió, enternecido por sus
palabras.
—¿Ahora ya podemos continuar?
—Sí, por favor.
—Bien, porque ahora creo que, por
increíble que parezca, te amo más —le
dijo en una risita, besándola en los
labios y demostrándole lo mucho que la
amaba.
EPÍLOGO
Jared y Jenny bailaban el lento vals,
embelesados con el romántico momento
de su primer baile de bodas. Pronto las
parejas se unieron a ellos en la pista de
baile, sus amigos y familiares,
compartiendo ese momento maravilloso.
Luke, de la mando de Felicity,
improvisaba pasos de baile de
Charlestone, mientras Jackie se movía
con la pequeña Shirley, de tres meses,
en sus brazos. Megan bailaba con Carl,
su marido, sonriéndose mutuamente
como si fueran recién casados.
Jenny sonrió al notar a Gaia
bailando con Steven, un hombre que su
abuela había conocido semanas atrás en
la
cafetería.
Él
había
estado
cortejándola y poco a poco se estaba
ganando su corazón. Ahora, mientras
bailaban, Jenny podía notar con alegría
que él se había vuelto muy cercano a su
adorada abuela.
Todavía no había dicho nada a
nadie, con excepción de Jared, pero el
anciano le había pedido en matrimonio
la mano de su abuela. Jenny había
aceptado, por supuesto, y por lo que
sabía, él se le declararía a Gaia más
tarde, esa misma noche.
Mina, la madre de Jenny, que se
había acercado a ella las últimas
semanas, se aproximó a Jackie para
pedirle cargar en brazos a la bebé por
un momento. Al verla, Felicity corrió a
abrazarla, y entre las tres formaron un
grupo de baile bastante original y tierno.
Jackie se quedó de pie, riendo a
media pista hasta que su mirada se topó
con la de Luke.
Él había dejado de bailar, incluso de
moverse. Dios, apenas respiraba.
Permanecía anclado como una piedra en
esa pista de baile, sus ojos clavados en
Jackie.
—¿Luke…? —Jackie abrió los ojos
como platos, acercándose un par de
pasos a él, como si fuerza incapaz de
creer que sus ojos no la engañaban.
—Jackie. —Él abrió y cerró la
boca, boqueando como un pez—. ¿Eres
tú?
—Sí.
Una sonrisa se formó en los labios
de Luke mientras rompía la distancia
entre ellos.
—¡Dios mío, Jackie! —exclamó,
abrazándola con fuerza.
—¿A qué demonios ha venido eso?
—preguntó Jared, por encima del
hombro de Jenny.
Ella se volvió y encontró a Luke
abrazando a Jackie.
—No tengo idea. ¿Se conocían de
antes?
—No, claro que no. Nunca le
presentaría a mi hermana a Luke.
—Pues quizá fue de antes…
Una idea pasó por la mente de Jared,
pero enseguida su atención se fijó en el
pequeño hijo de Sonia, que ahora
bailaba con Felicity.
—Los celos masculinos no pueden
fallar —bromeó Jenny, tomando su
rostro y obligándolo a centrarse en otra
cosa que no fuera si hijita bailando con
un niñito de cinco años.
Un rato después, fueron a sentarse
para descansar un poco. Tras los brindis
tradicionales y la cena, Jenny reía
alegremente con la pequeña Shirley
entre sus brazos, mientras Jared no
dejaba de jugar con Felicity, haciendo
trucos de magia con la servilleta.
Jason se había acercado a ellos para
darles un generoso regalo de bodas: un
viaje pagado completamente para toda
la familia a México. Jenny no podía
estar más contenta, siempre había
deseado conocer la tierra de su abuelo,
de la que solo había escuchado historias
maravillosas.
—¿Están disfrutando la fiesta? —
Megan se sentó al lado de Jenny, e hizo
una caricia a la mejilla sonrosada del
bebé—. Es tan hermosa, podría
comérmela —dijo con una voz que nada
se parecía a la suya.
—Es maravilloso todo —contestó
Jenny, sonriente.
—Me hace feliz saber eso, y estoy
segura que esto te hará todavía más
maravilloso este día —le dijo, sacando
una carpeta con un lazo de regalo
encima.
—¿Qué es eso? —preguntó Jenny,
extrañada, tomando la carpeta en la
mano para ver su contenido. Dentro
había varios papeles con firmas y sellos,
de esos de gobierno con muchos
términos engorrosos.
—Es tu regalo de bodas.
—¿Qué es?
Jared compartió una mirada de
complicidad con Megan y se volvió
hacia ella.
—Busqué a tu ex por ti, no te
molestes —le dijo él.
—¿Qué? ¿Pero por qué?
—Yo se lo pedí —dijo Megan.
—¡Megan!
—Era necesario, Jenny. Lo siento,
pero después de asimilar la estrategia
que estaba realizando Lionel, me di
cuenta de que lo mejor que podía hacer
para detenerlo era pagarle con la misma
moneda.
—¿A qué te refieres?
—Le tendimos una trampa a ese hijo
de puta, del mismo modo que él lo hizo
contigo —le explicó Jared.
—A Jared se le ocurrió después de
que le conté el modo en el que había
conseguido una particular grabación con
tu voz en una clara amenaza de muerte.
—Megan se explicó.
Jenny palideció.
—Eso estaba entorpeciendo la
demanda que levanté contra él —
continuó exponiendo su hermana—, por
lo que decidí llamar a Jared y ponerlo al
tanto para evitar que él fuera a soltarle
un céntimo al desgraciado. Le propuse a
Jared la idea de hacerle una pequeña
llamada a Lionel, como tu pareja,
solicitándole llegar a un arreglo para
evitar que él se llevara a los niños de tu
lado y renunciara a la paternidad. Y esa
conversación
fue
completamente
grabada
—Megan
continuó
la
explicación, sonriendo satisfecha—. No
tengo que decirte que ese cerdo aceptó
en seguida, por supuesto. Nunca le
interesaron los niños, solo el dinero que
podría sacar por ellos y, claro, hacerte
miserable de por medio.
—Siento tanto que tuvieráis que
pasar por eso… —Los ojos de Jenny
estaban llenos de dolor.
Jared estrechó la mano de Jenny,
intentando consolarla.
—No tenías que hacerlo, Jared.
—Tenía, y lo quería.
—¿Y qué dijo él? ¿Cómo terminó
todo? —quiso saber Jenny.
—Todo terminó como Jared asumió
que sucedería —le dijo Megan, con
orgullo—. Lionel se acobardó cuando
pusimos las cartas sobre la mesa y se
supo perdido. Cualquier juez no solo le
quitaría todo derecho sobre sus hijas,
sino que lo condenaría por soborno y
extorsión. Así que él aceptó firmar este
papelito. —Puso un dedo sobre la
carpeta—, cediendo los derechos de
paternidad completamente a ti y a tu
esposo quien, en cuanto firmes sobre
esta línea, —señaló la marca al final de
la hoja—, se convertirá en el padre
adoptivo de tus hijas.
Los ojos de Jenny se ensancharon
por la sorpresa cuando Megan le entregó
el papel con la firma de Lionel impresa
en él, y otro con la de Jared donde
aceptaba convertirse en el padre legal
de sus hijas.
—¿Deseas eso, Jenny? —Jared le
preguntó en voz baja—. Porque si no es
así…
—No tienes que preguntarme eso, tú
ya eres el padre de mis hijas. —Jenny lo
abrazó, sintiendo que lágrimas de
alegría y agradecimiento corrían por sus
lágrimas—. Gracias, Jared, Megan…
No sé qué decir.
—Solo firma ese papel y zanjemos
este asunto de una vez —declaró su
hermana, dándole un abrazo también—.
Y mientras lo haces, yo puedo cargar a
mi sobrina por un minuto. —Le arrebató
a la bebé de los brazos para acunarla
con suma ternura.
Jenny, todavía con lágrimas en los
ojos, firmó el papel y lo entregó a su
hermana.
—Felicidades, pareja, sus hijas
ahora son Zivon. Jared, no tengo que
decirte que acabas de convertirse en el
padre de dos niñas maravillosas, porque
ya lo sabes. Os deseo todo lo mejor —
sonrió, devolviéndole la pequeña a su
madre.
—Gracias, Megan. Eres la mejor.
—Lo sé. —Ella le guiñó un ojo,
alejándose con el papel muy bien
guardado en una carpeta en dirección a
su mesa, donde la esperaba su esposo.
La fiesta continuó con singular
alegría. Jared y Jenny bailaron en varias
ocasiones. Jenny se sentía como si
caminara en las nubes. De pronto, entre
la gente, reconoció el rostro de Bárbara
y la felicidad se cristalizó tanto como su
sonrisa, al verla.
Ella se acercó en paso solemne hasta
la pareja. Jared se tensó, pero la
expresión de su madre le hizo saber que
iba en son de paz.
—¿Puedo hablar con tu esposa un
minuto?
—Madre…
—Será breve, te lo prometo. —Ella
le sonrió—. No he venido aquí a buscar
abrir viejas heridas. Todo lo contrario.
Jared dudó, pero Jenny tomó la
delantera.
—Podemos sentarnos en la mesa
principal. Allí nadie nos molestará.
La mujer asintió y la siguió hasta la
mesa reservada a la pareja. Juntas
tomaron asiento, una al lado de la otra.
Jenny estaba nerviosa, no sabía qué
esperar, pero Bárbara no le dio tiempo
de incomodarse, pues comenzó a hablar
enseguida:
—Te debo una disculpa —le dijo a
Jenny.
—No es necesario…
—Lo es. No me había dado cuenta
de lo mucho que lo amas, y de lo que él
te ama. Y a tus hijas. Su rostro
sencillamente resplandece cuando está
con vosotras. Creo que me sentí celosa,
celos de madre. Me dolió el asumir que
mi bebé pudiera amar a otra mujer tanto
como a mí. Jared siempre me protegió,
estuvo a mi lado… Me alegra saber que
alguien que se lo merece se ganó su
corazón. No pudo elegir mejor. —
Estrecha su mano—. Y ahora no solo he
ganado otra hija, sino también dos
hermosas nietas. Y espero que haya más.
Amabas soltaron una risita. Bárbara
extendió los brazos y Jenny la abrazó, y
juntas rieron, dejando atrás los malos
momentos.
La banda se silenció de repente y
adoptó una melodía familiar para ella.
Al alzar la vista, Jenny palideció. Jared
está en el escenario con el micrófono en
la mano y señalándola a ella al tiempo
que comenzaba a cantar: «Something
Stupid».
Su canción.
—Oh, por Dios. —Jenny se cubrió
el rostro con las manos para ocultar las
lágrimas que empañaban sus ojos.
Jared, sin dejar de cantar, se acercó
a ella y le tendió la mano. Jenny, con
lágrimas de alegría corriendo por sus
mejillas, la tomó y se dejó llevar por su
marido a la pista de baile.
Jenny lo abrazó y lo besó, y él bajó
el micrófono para corresponderle del
mismo modo, dejando que la voz del
cantante de la banda cantara la melodía
que él le había dedicado a su amada.
—No es algo estúpido —le dijo ella
en un susurro, sin dejar de abrazarlo,
mirándolo con ojos arrasados en
lágrimas—. «Te amo» fue lo más
hermoso que pudiste decirme. Lo más
hermoso que alguien puede desear oír en
la vida.
—Lo sé. —Él sonrió, acariciando
con suma ternura su rostro—. Porque así
fue como me sentí cuando tú también lo
dijiste. —Y entrelazando la mano con la
de ella, le dijo—: Te amo, Jenny. Te
amo más que a la vida, y te prometo, te
juro que dedicaré cada segundo que
tenga en este mundo para hacerte feliz, a
cuidar de ti y a nuestras hijas. A amarte
como te mereces. Te amo tanto, que creo
que si me mataran, reviviría con tal de
volver a ver tu sonrisa una vez más.
—Si es que antes no muero yo, para
reunirme contigo en el más allá.
—Eso no pasará. Soy el príncipe,
¿recuerdas? Puedo besarte para traerte
de regreso a la vida —bromeó.
—Eso ya lo hiciste. —Ella sonrió
—. Esa primera vez que me besaste, me
trajiste de vuelta a la vida. —Ahuecó
una mano en su mejilla, en una tierna
caricia—. Me has hecho la mujer más
feliz del mundo, Jared. Gracias, gracias
por amarme. No sé qué te hizo elegirme,
pero gracias, porque me has devuelto la
alegría de vivir con tu amor.
—Es lo mismo que yo siento por ti,
mi hermosa princesa de cuento. —Él
sonrió y la atrajo hacia él para besarla,
un beso largo y lleno de amor, que
sellaría esa promesa incondicional que
ambos se hicieron esa noche, mientras
continuaban bailando bajo la melodía de
«Something Stupid», con un cantante
que sonaba bastante similar a Frank
Sinatra.
FIN
NOTA DE LA
AUTORA
Como madre de una niña con autismo,
me he impuesto la labor de difundir este
tema de la mejor manera que conozco: a
través de mis novelas.
Considero que dar a conocer el tema
del autismo es de suma importancia para
ayudar a que mi hija, así como tantos
otros niños con este trastorno, algún día
tengan un mundo mejor. Mi intención es
llegar al corazón de los lectores y del
público en general, y dejar de este modo
una huella en sus vidas que les haga
recordar en su día a día a las personas
con capacidades diferentes, y lograr así
una mayor aceptación y ayuda para
nuestros pequeños.
De este modo, mi deseo es
trascender más allá de la novela, en un
modo que el cariño y afinidad hacia las
personas con autismo traspase el límite
de las páginas y sea una realidad en la
vida cotidiana de la gente y de nuestro
mundo.
Hoy en día, no obstante a los
avances médicos, el autismo es un
trastorno bastante desconocido, en
especial en países del tercer mundo, y lo
que se sabe de él todavía es muy poco.
Hacen falta investigaciones, recursos y
ayuda, mucha ayuda, para integrar a
estos niños a la sociedad, así como para
educar al mundo en general con la
intención de conseguir aceptación y
respeto, entre otras muchas otras cosas.
Es necesario que todos sepan que
una persona diferente no es menos que
nadie, y que merecen respeto,
aceptación y cariño.
Lucha por un mundo sin diferencias
ni crueldad. Apoya la causa del autismo.