Biografia de Santa Isabel de Portugal

Santa Isabel de Portugal

(Santa Isabel de Portugal o de Arag�n; Zaragoza, hacia 1274 - Estremoz, Portugal, 1336) Reina de Portugal. Merced a su matrimonio con el monarca luso Dion�s, fue reina de Portugal entre 1288 y su fallecimiento, per�odo durante el cual contribuy� de forma decisiva a la consolidaci�n de la monarqu�a en el pa�s ib�rico.

Hija de Pedro III de Arag�n y de Constanza de N�poles, y por lo tanto nieta de Jaime I el Conquistador y del emperador Federico de Suabia, recibi� una esmerada educaci�n palaciega, conforme a los postulados de su �poca, aunque parece que desde muy joven la princesa Isabel ya destac� por tener una personalidad piadosa y caritativa.


Santa Isabel de Portugal

Antes de cumplir los diez a�os, sin embargo, su padre hab�a entablado negociaciones con el monarca portugu�s, mediante los embajadores Conrado de Lanza y Beltr�n de Vilafranca, para el matrimonio entre su hija y el rey luso. �ste acept� gustoso, y don� a la princesa, en calidad de arras, los se�or�os de Obidos, Abrantes y Porto de Mos, donaci�n verificada en abril de 1281.

Con las negociaciones ya avanzadas, en febrero de 1288 una embajada de Dion�s con sus m�s importantes consejeros, Jo�o Velho, Jo�o Martins y Vasco Pires, llegaba a Barcelona para celebrar el matrimonio por poder y, a continuaci�n, escoltar a la princesa hasta la villa portuguesa de Trancoso, donde se iba a celebrar la ceremonia religiosa. Finalmente, el 24 de junio tuvo lugar el enlace, seguido de la celebraci�n de unas fiestas ensalzadas por la historiograf�a como las m�s importantes de la Plena Edad Media lusa.

Despu�s del matrimonio, la vida de la reina Isabel comenz� a mostrar la dualidad de caracteres que marcar�an su devenir biogr�fico: por una parte, su car�cter caritativo y piadoso; por otro, la fortaleza pol�tica de una mujer que, enfrentada a grandes vaivenes gubernativos, hizo lo posible por sobreponerse a los acontecimientos. En principio, la vida en la corte portuguesa no era, ni por asomo, parecida a la exquisitez de la aragonesa. La ambici�n del estamento nobiliario portugu�s, copado en gran medida por los propios miembros de la familia real, era cada vez mayor, personificado especialmente por Alfonso, hermano del rey, y tambi�n su principal enemigo para mantener la paz del reino, pues no dejaba de conspirar para derribar a Dion�s del trono. Muy pronto se le unir�a la rebeld�a del hijo primog�nito.

En los primeros tiempos de su estancia en Portugal, la reina Isabel comenz� a ganarse las simpat�as del pueblo luso por su car�cter piadoso y devoto, pues el pueblo siempre ha admirado en especial esta veta altruista de sus gobernantes, sobre todo en un universo religioso como era el mundo medieval. De esta manera, las continuas fundaciones religiosas de la reina Isabel (como el de San Bernardo de Almoster), la contribuci�n al sostenimiento de otras (principalmente, el lisboeta monasterio de la Trinidad), as� como los hospitales de asistencia fundados por ella (en Coimbra, Leir�a y Santar�m), ayudaron a que su popularidad entre el pueblo fuese una de las de mayor nivel entre los gobernantes medievales.

Los problemas, sin embargo, comenzaron a llegar por los continuos enfrentamientos, primero verbales, m�s tarde conspiradores, de su cu�ado Alfonso, deseoso de hacerse con el trono portugu�s en detrimento de su hermano, el rey Dion�s; por otra parte, las continuas infidelidades de �ste, evidentemente, no hac�an presagiar un matrimonio demasiado bien avenido, pues, a pesar de que la bastard�a regia era un fen�meno relativamente tolerado en el medievo, las acusadas convicciones �ticas de la reina Isabel lo desaprobaban por completo.

A pesar de ello, la reina acogi� a los hijos bastardos de Dion�s en la corte, y si no los trat� como a su propia descendencia, al menos les mostr� el respeto que deb�a como reina y cristiana. Esta acci�n piadosa, sin embargo, comenz� a ser una fuente de problemas tras el nacimiento de los dos primeros hijos de Dion�s e Isabel: la infanta Constanza (1290-1313), que se cas� con el rey de Castilla, Fernando IV, y el pr�ncipe Alfonso (1291-1357), que ser�a posteriormente rey como Alfonso IV. Los problemas se agravaron en la segunda d�cada del siglo XIV, pues Alfonso (cuyo apodo era el Bravo, por motivos obvios) comenz� a alarmarse por el incomparable ascendente que, en la corte de Dion�s, en su consejo y en la toma de decisiones pol�ticas, hab�a comenzado a contraer uno de los hijos ileg�timos del rey, el infante Alfonso S�nchez.

Ante la sospecha de que Dion�s hab�a solicitado a la Santa Sede la concesi�n de legitimidad para su hermano, en detrimento de su propio acceso al trono, Alfonso el Bravo decidi� rebelarse, contado con cierta ayuda diplom�tica de la regente de Castilla, la reina Mar�a de Molina. Dion�s, enfurecido, arremeti� contra su hijo de manera violenta, lo que signific� el inicio de las hostilidades paterno-filiales, apoyados ambos en parte de la aristocracia lusa af�n a sus causas.

Por lo que respecta a la reina Isabel, adem�s del profundo dolor que una madre pod�a sentir al ver peleando a padre e hijo, la cuesti�n fue un poco m�s complicada. Desde 1318, las tropas de Alfonso instalaron su base de operaciones en el norte del pa�s, en Coimbra y Leir�a. Casualmente, el se�or�o de esta �ltima villa hab�a sido concedido por Dion�s a su esposa, con lo que el rey debi� entrever en su toma por Alfonso una cierta participaci�n de Isabel en la conspiraci�n de su hijo.

El resultado fue que la reina fue privada del se�or�o, la jurisdicci�n y las rentas de Leir�a, adem�s de pasar a residir, bajo fuerte vigilancia militar, en el castillo de Alemquer. A la desesperaci�n de Isabel se uni� el temor de que, en la primavera de 1319, ambos ej�rcitos parec�an enfrentarse en Leir�a, aunque finalmente Alfonso huy� hacia Santar�m.

Durante dos largos a�os, 1319-1321, los partidarios de Alfonso sostuvieron una especie de guerra de guerrillas contra el ej�rcito real en la zona norte del pa�s, rehusando siempre el enfrentamiento directo al ser el enemigo superior en n�mero. Durante 1321, Alfonso de apoder� de Coimbra, Montemor o Velho, Feira y Oporto, y lleg� a sitiar Guimar�es, uno de los principales bastiones de su padre. Al saber las noticias del frente, la reina Isabel logr� escapar de su vigilancia en Alemquer para dirigirse hacia esta �ltima ciudad, con el objeto de hacer a su hijo desistir de su vano intento, asegur�ndole que no hab�a ninguna intenci�n, por parte de Dion�s, de subrogarle su legitimidad al trono.

A pesar de esta intervenci�n, y de contar con la ayuda de otro de los bastardos de Dion�s, Pedro, conde de Barcelos, Alfonso no desisti� de su intento, y mucho m�s al saber que las tropas reales, con su padre al frente, sitiaban la guarnici�n alfonsina de Coimbra. Hacia all� se dirigi� con su ej�rcito, comitiva seguida muy cerca por la reina Isabel quien, momentos antes de la inminente batalla, logr� lo imposible: forzar a padre e hijo a la concordia, aunque no pudo evitar una escaramuza antes de su llegada.

El acuerdo consist�a en que Alfonso se retirar�a a Pombal y Dion�s a Leir�a, para licenciar a sus respectivas tropas; posteriormente, el rey prometer�a respetar el derecho de sucesi�n si su hijo le prestaba un homenaje p�blico de fidelidad. Aunque no se sabe con certeza si se produjo, lo cierto es que la primera intervenci�n de la reina Isabel se saldo con �xito, si bien ef�mero, puesto que la chispa de la guerra civil no tardar�a en extenderse debido a los intereses particulares de la aristocracia que apoyaba al pr�ncipe rebelde. A los pocos meses, de nuevo Alfonso, encabezando un ej�rcito nobiliario, se dirigi� desde Santar�m hacia Lisboa, a pesar de que el rey le hab�a conminado, mediante varios mensajeros, a que se detuviese.

De nuevo fue necesario que la reina, montada a caballo, se interpusiera entre ambos contendientes para detener el derramamiento de sangre. Desde luego, el ejemplo de la reina Isabel, uno de los m�s ins�litos en el medievo, no fue suficiente para que se calmaran las ansias de su hijo, y mucho menos para que la ambici�n aristocr�tica se frenase. En cualquier caso, y para conmemorar la ocasi�n, la reina quiso engalanar el lugar con la edificaci�n de un monumento, situado en el actual Campo Grande (Lisboa), en recuerdo de la paz conseguida all� para todo el reino.

Poco tiempo despu�s, en 1325, falleci� el rey Dion�s y, a pesar de ciertas dificultades por el recelo de la nobleza, la sucesi�n, en mano de Alfonso IV, pareci� realizarse sin necesidad de violencia por ninguna parte. La desaparici�n de uno de los protagonistas del conflicto casi fue la raz�n de que �ste acabase; as� debi� entenderlo la reina Isabel, despu�s de sus intentos de mediaci�n, ya que, tras el entierro del rey en el cenobio de Odivelas, residi� alg�n tiempo en ese lugar, donde, sin duda, recuper� sus verdaderas inquietudes espirituales, apartadas durante los tiempos problem�ticos.

Al a�o siguiente, 1286, la reina Isabel regres� a Coimbra, donde fund� el monasterio de Santa Clara-a-Velha y un hospital para la asistencia a los m�s desfavorecidos socialmente. No profes� la clausura clarisa, pero s� vivi� en el convento una vida de austeridad espiritual durante los a�os siguientes; buena muestra de su cultivo de la espiritualidad son las dos peregrinaciones a Santiago de Compostela llevadas a cabo en 1327 y en 1335, como una peregrina m�s, sin otra compa��a que algunas damas de su antigua corte que, por motivos igualmente, piadosos, quisieron acompa�arla.

Precisamente al regreso de la �ltima peregrinaci�n, en 1336, la reina tuvo noticias de nuevos conflictos familiares, esta vez entre su hijo, Alfonso IV, y el rey de Castilla, Alfonso XI, que era nieto de Isabel. Las tropas portuguesas hab�an sido de nuevo armadas para intervenir en el pa�s vecino, y se hallaban concentradas en Estremoz, lugar al que se dirigi� la reina para, otra vez, intervenir en un conflicto familiar. Fue recibida por su hijo en el castillo de la citada villa, pero, sinti�ndose enferma, se retir� a descansar. Unas pocas horas m�s tarde, el 4 de julio de 1336, fallecer�a, no sin antes haber hecho prometer a su hijo que de ninguna manera se enfrentar�a de manera fratricida con su nieto, y sobrino del propio rey.

La intervenci�n pacifista de Isabel la acompa��, como se puede comprobar, hasta su propio lecho de muerte. Fue sepultada en el convento de clarisas de Coimbra que ella misma hab�a fundado, aunque fue transportado posteriormente hacia Santa Clara-a-Nova, donde reposa en la actualidad. Su actividad piadosa, as� como el grato recuerdo que dej� tanto en Portugal como Espa�a, fueron motivo para que su leyenda se engrandeciese notablemente. De esta forma, en tiempos del monarca luso Manuel el Afortunado se iniciaron los tr�mites para su canonizaci�n. Fue beatificada el 15 de abril de 1516, mediante bula del papa Le�n X, si bien �nicamente para el obispado de Coimbra. Su definitiva canonizaci�n tuvo lugar el 25 de mayo de 1625, a cargo del papa Urbano VIII.

C�mo citar este art�culo:
Fernández, Tomás y Tamaro, Elena. «». En Biografías y Vidas. La enciclopedia biográfica en línea [Internet]. Barcelona, España, 2004. Disponible en [fecha de acceso: ].