El hambre y las ganas de comer | EL PAÍS Chile
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ECONOMÍA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El hambre y las ganas de comer

Por parte del Gobierno, puede estar fallando la capacidad de dotar de consistencia y convicción a esta suerte de conversión presidencial al credo del crecimiento

Mario Marcel
El ministro de Hacienda, Mario Marcel, da un discurso acompañado de otros altos funcionarios de Gobierno en Santiago de Chile, el 10 de mayo de 2024.Gobierno de Chile

El pasado 10 de mayo, en una fría jornada de viernes, ministros de las áreas económica y política del Gobierno y altos exponentes de ambas cámaras del Congreso dieron a conocer la voluntad compartida de dar fast track a un conjunto de 21 iniciativas contenidas en un Pacto por el Crecimiento Económico, el Progreso Social y la Responsabilidad Fiscal y la Agenda de Probidad y Productividad, un nombre tan extenso que por ese solo hecho ya se hace difícil pensar en un fast track.

Como sea, y sin entrar en si la idea de empaquetar tantas y tan diversas iniciativas en un gran pacto es razonable, o si es sensato aspirar, legislativamente hablando, a que los parlamentarios llamados a ver estos temas estén dispuestos a alinearse en un fast track cuando lo suyo ha sido crónicamente el movimiento centrífugo, no deja de llamar la atención el sonoro silencio por parte del mundo empresarial que ha acompañado al anuncio de la autoridad.

Ha pasado poco menos de un mes desde Enade y pareciera que las confianzas mutuas entre Gobierno y empresarios siguen debilitadas. Sin ir más lejos, el presidente Gabriel Boric admitió sin tapujos este jueves 15 de mayo que su relación con el gran empresariado chileno ha sido (y sigue siendo) “distante y difícil”, cuestión a estas alturas difícil de negar, como tampoco lo es que este estado de cosas tiene probablemente responsabilidades compartidas.

Del lado del empresariado, ya sea por decepción y prejuicio, se percibe cierto miedo ser protagonistas de una nueva versión del cuento de la rana y el escorpión, en donde por bajar la guardia se termina mordido por la espalda. A ello se suma una cierta poca claridad respecto de quiénes están dispuestos o habilitados a ser contrapartes del Gobierno, cuestión que quizás de manera anecdótica se manifiesta en que es la presidenta de Icare, Karen Thal, quien protocolarmente está ocupando el lugar que en el pasado tenían los líderes de los grandes gremios en mesas de trabajo y negociación.

Por parte del Gobierno, puede estar fallando la capacidad de dotar de consistencia y convicción a esta suerte de conversión presidencial al credo del crecimiento. Esto no quiere decir que el mandatario, su equipo y coalición tengan que terminar de negar a Cristo (el programa, donde ya han hecho varias concesiones), sino que marquetear mejor la invitación al empresariado a empujar juntos el carro de la economía. A lo que habría que añadir el cuidado de evitar autogoles con anuncios o medidas (condonación del CAE mediante) que solo enrarecen la atmósfera y hacen las veces de un pie de baile donde por cada paso hacia delante se da otro para atrás.

El momentum de la economía, por lo demás, se perfila como el indicado, con proyecciones del PIB que están agarrando vuelo al alza y un precio del cobre en máximos históricos. Si el crecimiento es de verdad tan crítico como se ha dicho para salir del pozo, no moverse alineadamente para darle más impulso a la curva a lo menos será el derroche de una oportunidad.

Está además el aval de expertos de distintas afinidades políticas que son transversalmente respetados, quienes han convergido a relevar la urgencia de generar un punto de inflexión en la magra performance de la economía de los últimos casi 15 años. En esa línea se inscriben, por supuesto, las conclusiones entregadas a fines de 2023 por la Comisión Marfán, en un documento que dotó de datos muy robustos toda la reflexión en torno a la necesidad de priorizar el crecimiento y de hacerlo bien, incluso con el coraje de corregir medidas que en el pasado le han salido muy caras al país, como la fuerte alza de impuestos a las empresas, que pasaron de 15% en el año 2000 a 27% en la actualidad.

Está la oportunidad, están la evidencia y los dados y están, habría que añadir, las lecciones del pasado reciente, la falta de diálogo deriva en leyes sacadas adelante contra viento y marea produciendo leyes que luego urge enmendar. Pasó con la reforma tributaria que se cocinó en 2014 y que ni la contrarreforma de Rodrigo Valdés de 2015 amortiguó del todo; y, más recientemente, con la ley de fraudes bancarios que obstinadamente se legisló y que se ha debido enmendar porque no solo creo una industria de la defraudación, sino que también al final terminó siendo un balazo en los pies del propio BancoEstado.

La pregunta contingente es si las lecciones obtenidas a lo largo de los años, si los informes de las comisiones, si los datos y pronósticos permitirán alinear los astros en una dinámica donde las hebras de un mayor crecimiento permitan una recaudación fiscal y margen de gasto público para atender las necesidades del país. Es decir, un cuadro donde se junten el hambre y las ganas de comer y se produzca, finalmente, un cambio de suma positiva y salir de la trampa esa que dice que es de locos seguir haciendo lo mismo una y otra vez y esperar resultados diferentes.

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