"La melancolía es inevitable cuando sabes que te vas a morir rodeado de tantos hijos de puta"

José Sacristán | Actor

"La melancolía es inevitable cuando sabes que te vas a morir rodeado de tantos hijos de puta"

José Sacristán (Chinchón, Madrid, 1937), en una reciente visita a Málaga.

José Sacristán (Chinchón, Madrid, 1937), en una reciente visita a Málaga. / Javier Albiñana (Málaga)

Resultaría hasta cierto punto pretencioso presentar en estas líneas a José Sacristán (Chinchón, Madrid, 1937), tal vez el emblema menos reemplazable del cine y el teatro en España. Lo que sí cabe celebrar como un impulso renovador es su participación en la última obra de Juan Mayorga, La colección, que tras su reciente estreno en el Teatro de la Abadía en Madrid protagoniza Sacristán del 15 al 18 de mayo en el Teatro del Soho Caixabank junto a Ana Marzoa, Ignacio Jiménez y Zaira Montes. Contra los rumores al respecto, el intérprete confirma que tiene nuevos proyectos y que descarta la retirada "mientras lo tenga a bien la madre naturaleza".

-De las últimas obras de Juan Mayorga, y al menos sobre el papel, La colección es tal vez la más difícil, en el sentido de que quizá es la que más paciencia exige al espectador, aunque la recompensa sea inolvidable. ¿Hasta qué punto ha marcado tal exigencia esta producción?

-Con Juan siempre hay un enigma. Le gusta quedarse con un as en la manga hasta el final. Eso, quienes le siguen lo saben y lo esperan. Lo que puedo decirte es que a lo largo del montaje hemos dirigido La colección a su versión más humana, la más encarnada posible. Teníamos claro que los personajes debían tener pellejo, nariz, ojos, nombres y apellidos. Que, lejos de quedarse en meros entes abstractos, los monigotes debían hacerse bien reconocibles. A partir de aquí, lo cierto es que, después de haber pasado cinco años metido en el universo de Miguel Delibes con Señora de rojo sobre fondo gris, haber vivido ese proceso es todo un privilegio. La manera que tiene Delibes de ver el mundo no está en Mayorga, ni tiene por qué, pero vivir la transición de uno a otro ha sido muy enriquecedor. Sí te diré que me preocupaba lo que podía pasar con la obra después de las funciones en el Teatro de la Abadía: allí contamos con una puesta en escena muy especial y no sabía hasta qué punto funcionaría todo con una disposición más convencional, pero después de las funciones de Valencia, donde se mantuvo toda la magia, ya no tengo ninguna duda. 

-¿Cómo fueron los ensayos?

-Juan lo pone muy fácil. Tienes que fiarte de él, no hay otra manera. Pero te da todas las garantías para que le concedas esa confianza. Es dialogante, sabe darte lo que necesitas en cada momento. Y siempre logra sacar de ti lo mejor.

-¿Cuánto tiene La colección de drama familiar, aunque sea en ausencia?

-En el dibujo último de la obra, el vínculo familiar ocupa un lugar muy importante. Pero, hasta entonces, lo que tienes es una pareja, sin hijos, que encuentra sentido a su existencia ordenando lo que otros han hecho. Quizá la conclusión que nos invita a abrazar la obra es que todos dependemos siempre de nuestro lugar de procedencia, que no podemos desembarazarnos de donde venimos, no en un sentido geográfico, claro, sino como algo mucho más amplio. Y la familia tiene que ver con eso, desde luego.

-Mayorga concede una importancia capital al silencio en su obra, ¿cómo lo vive usted?

-Manejar los silencios es dificilísimo. Para aguantarlo bien y que el público te siga prestando atención, antes has tenido que generar mucha tensión. El poder de la palabra tiene que ver precisamente con eso, con la tensión que sostiene y el silencio que genera después. También en Delibes el silencio es algo fundamental, pero lo es, precisamente, por la calidad de su palabra.

"El poder de la palabra tiene que ver con la tensión que sostiene y el silencio que genera después"

-¿Es el silencio ya en el teatro una quimera imposible? Recuerdo una función de Señora de rojo con fondo gris bastante poco afortunada en cuanto a la actitud del público.

-Apagar el móvil cuando empieza la función es una cuestión de educación. Lo que me destroza es cuando luego vienen a verme para decirme que el móvil le había sonando en la función a él o a ella, como si hubiesen hecho una gracia. En el buen teatro hay siempre un punto en que parece que el silencio puede cortarse con un cuchillo. Destruir eso porque sí es muy lamentable.

-Volviendo a Juan Mayorga, ¿cree que, de haber aparecido un dramaturgo con él en el teatro español de los años 60, habría tenido el mismo éxito?

-Es difícil responder a eso. Me cuesta trabajo hacer una comparación, me faltan datos. Te diría que, en aquellos años, algunos dramaturgos extranjeros con los que se puede establecer hoy alguna equivalencia respecto a Juan tuvieron bastante éxito en España. Creo, por una parte, que el teatro se ha ido democratizando e incorporando a más gente, lo que hizo posible en su momento que saliera una figura como Juan. Por otra, en la obra de autores como Rodríguez Méndez, Carlos Muñiz, Lauro Olmo y otros autores extraordinarios, había una implicación política y social muy concreta que dejó de darse después.  Son contextos diferentes. Lo que sí es cierto es que, en España, la gente que va al teatro ha sido siempre poca, pero bastante fiel. De modo que sí, tal vez habría sido así.

-¿Y el cine, se ha democratizado en consonancia?

-Sí, ya lo creo. Ahora se puede rodar con un móvil, imagínate si se ha democratizado. Lo que pasa es que, desde que no hay negativos, los cineastas pueden hacer todas las tomas que quieran y yo, la verdad, ya no sé si tengo tiempo para eso. Pero me gusta rodar con jóvenes directores y aprender de ellos. A ver, hay imbéciles y también hay verdaderos genios, como los ha habido siempre. Pero para mí es un regalo poder participar en sus películas.

-Algunos dan por hecho que La colección será su última obra de teatro.

-No, no será la última. De hecho, ya estoy barajando posibilidades para lo que haré después. No tengo intención alguna de retirarme mientras la madre naturaleza, claro, lo tenga a bien.

-Tampoco es precisamente raro encontrar a gente joven entre su público. ¿Es usted optimista?

-Mi amigo Luis García Montero se definió una vez en un artículo, dedicado a la memoria de Almudena Grandes, como un optimista melancólico. Desde entonces, los amigos que nos reunimos en torno a él nos consideramos miembros de la cofradía de los optimistas melancólicos. A mi edad, la melancolía es ya inevitable cuando sabes que te vas a morir rodeado de tantos chorizos e hijos de puta. Pero luego, a partir de ahí, hay que seguir aspirando al trozo de realidad que te corresponde. Hay que saber ganárselo.

-¿Vale la pena entonces la esperanza?

-Sí. Siempre, a pesar de todo. Hay que saber confiar.      

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