Oficio de lectura - domingo 12 mayo 2024 - Padre Carlos yepes
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Oficio de lectura – domingo 12 mayo 2024

Oficio de Lectura

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme.

HIMNO

¿Y dejas, Pastor Santo,
tu grey en este valle hondo, oscuro,
en soledad y llanto;
y tú rompiendo el puro
aire, te vas al inmortal seguro?

Los antes bienhadados
y los ahora tristes y afligidos,
a tus pechos criados,
de ti desposeídos,
¿a dónde volverán ya sus sentidos?

¿Qué mirarán los ojos
que vieron de tu rostro la hermosura
que nos les sea enojos?
Quien gustó tu dulzura
¿qué no tendrá por llanto y amargura?

Y a esta mar turbado
¿quién le pondrá ya freno? ¿Quién concierto
al fiero viento, airado,
estando tú encubierto?
¿Qué norte guiará la nave al puerto?

Ay, nube envidiosa
aun de este breve gozo, ¿qué te quejas?
¿Dónde vas presurosa?
¡Cuán rica tú te alejas!
¡Cuán pobres y cuán ciegos, ay, nos dejas! Amén.

SALMODIA

Ant. 1 Cantad a Dios, tocad en su honor, alfombrad
el camino del que asciende sobre las nubes. Aleluya.

– Salmo 67 –
–I–

Se levanta Dios y se dispersan sus enemigos,
huyen de su presencia los que lo odian;

como el humo se disipa, se disipan ellos;
como se derrite la cera ante el fuego,
así perecen los impíos ante Dios.

En cambio, los justos se alegran,
gozan en la presencia de Dios,
rebosando de alegría.

Cantad a Dios, tocad en su honor,
alfombrad el camino del que avanza por el desierto;
su nombre es el Señor:
alegraos en su presencia.

Padre de huérfanos, protector de viudas,
Dios vive en su santa morada.

Dios prepara casa a los desvalidos,
libera a los cautivos y los enriquece;
sólo los rebeldes
se quedan en la tierra abrasada.

¡Oh Dios!, cuando salías al frente de tu pueblo
y avanzabas por el desierto,
la tierra tembló, el cielo destiló
ante Dios, el Dios del Sinaí;
ante Dios, el Dios de Israel.

Derramaste en tu heredad, ¡oh Dios!, una lluvia copiosa,
aliviaste la tierra extenuada;
y tu rebaño habitó en la tierra
que tu bondad, ¡oh Dios!, preparó para los pobres.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. 1 Cantad a Dios, tocad en su honor, alfombrad
el camino del que asciende sobre las nubes. Aleluya.

Ant. 2 Subiendo a la altura, llevó consigo a los cautivos
liberados. Aleluya.

– Salmo 67 –
–II–

El Señor pronuncia un oráculo,
millares pregonan la alegre noticia:
«Los reyes, los ejércitos van huyendo, van huyendo;
las mujeres reparten el botín.

Mientras reposabais en los apriscos,
las alas de la paloma se cubrieron de plata,
el oro destellaba en su plumaje.
Mientras el Todopoderoso dispersaba a los reyes,
la nieve bajaba sobre el Monte Umbrío.»

Las montañas de Basán son altísimas,
las montañas de Basán son escarpadas;
¿por qué tenéis envidia, montañas escarpadas,
del monte escogido por Dios para habitar,
morada perpetua del Señor?

Los carros de Dios son miles y miles:
Dios marcha del Sinaí al santurio.
Subiste a la cumbre llevando cautivos,
te dieron tributo de hombres:
incluso los que se resistían
a que el Señor Dios tuviera una morada.

Bendito el Señor cada día,
Dios lleva nuestras cargas, es nuestra salvación.
Nuestro Dios es un Dios que salva,
El Señor Dios nos hace escapar de la muerte.

Dios aplasta las cabezas de sus enemigos,
los cráneos de los malvados contumaces.
Dice el Señor: «Los traeré desde Basán,
los traeré desde el fondo del mar;
teñirás tus pies en la sangre del enemigo,
y los perros la lamerán con sus lenguas.»

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. 2 Subiendo a la altura, llevó consigo a los cautivos
liberados. Aleluya.

Ant. 3 Aparece tu cortejo, ¡oh Dios!, el cortejo de
mi Dios, de mi Rey, hacia el santuario. Aleluya.

–III–

Aparece tu cortejo, ¡oh Dios!
el cortejo de mi Dios, de mi Rey,
hacia el santuario.

Al frente marchan los cantores;
los últimos, los tocadores de arpa;
en medio las muchachas van tocando panderos.

«En el bullicio de la fiesta bendecid a Dios,
al Señor, estirpe de Israel.»

Va delante Benjamín, el más pequeño;
los príncipes de Judá con sus tropeles;
los príncipes de Zabulón,
los príncipes de Neftalí.

¡Oh Dios!, despliega tu poder,
tu poder, ¡oh Dios!, que actúa en favor nuestro.
A tu templo de Jerusalén
traigan los reyes su tributo.

Reprime a la Fiera del Cañaveral,
al tropel de los toros,
a los Novillos de los pueblos.

Que se rindan con lingotes de plata:
dispersa las naciones belicosas.
Lleguen los magnates de Egipto,
Etiopía extienda sus manos a Dios.

Reyes de la tierra, cantad a Dios,
tocad para el Señor,
que avanza por los cielos,
los cielos antiquísimos,
que lanza su voz, su voz poderosa:
«Reconoced el poder de Dios.»

Sobre Israel resplandece su majestad,
y su poder sobre las nubes.
Desde el santuario Dios impone reverencia:
es el Dios de Israel
quien da fuerza y poder a su pueblo.

¡Dios sea bendito!

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. 3 Aparece tu cortejo, ¡oh Dios!, el cortejo de
mi Dios, de mi Rey, hacia el santuario. Aleluya.

VERSÍCULO

V. El Señor les abrió su entendimiento. Aleluya.
R. Para que entendiesen las Escrituras. Aleluya.

PRIMERA LECTURA

De la carta del apóstol san Pablo a los Efesios
4, 1-24

Hermanos: Yo, el prisionero por Cristo, os ruego
que andéis como pide la vocación a la que habéis sido
convocados. Sed siempre humildes y amables, sed com-
prensivos; sobrellevaos mutuamente con amor; esforzaos
por mantener la unidad del Espíritu, con el vínculo de la
paz. Un solo cuerpo y un solo Espíritu, como una sola es
la meta de la esperanza en la vocación a la que habéis
sido convocados. Un Señor, una fe, un bautismo. Un Dios,
Padre de todo, que lo trasciende todo, y lo penetra todo,
y lo invade todo.

A cada uno de nosotros le ha sido concedida la gracia
a la medida del don de Cristo. Por eso dice: «Subiendo a
la altura, llevó cautivos y dio dones a los hombres.»
¿Qué quiere decir «subió» sino que antes bajó a las re-
giones inferiores de la. tierra? Éste que bajó es el mismo
que subió por encima de todos los cielos, para llenarlo
todo.

Él mismo ha constituido a unos, apóstoles; a otros,
profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y docto-
res, para el perfeccionamiento de los fieles, en función
de su ministerio, y para la edificación del cuerpo de
Cristo; hasta que lleguemos todos a la unidad en la fe
y en el conocimiento del Hijo de Dios, al hombre perfec-
to, a la medida de Cristo en su plenitud. Para que ya no
seamos niños sacudidos por las olas y llevados al retor-
tero por todo viento de doctrina, en la trampa de los
hombres, que con astucia conduce al error; sino que,
realizando la verdad en el amor, hagamos crecer todas
las cosas hacia él, que es la cabeza: Cristo, del cual todo
el cuerpo, bien ajustado y unido a través de todo el com-
plejo de junturas que lo nutren y actuando a la medida
de cada parte, se procura su propio crecimiento para
construcción de sí mismo en el amor.

Esto, pues, es lo que digo y aseguro en el Señor: que
no andéis ya como lo hacen los gentiles, que andan en
la vaciedad de sus criterios, sumergido su pensamiento
en las tinieblas y excluidos de la vida de Dios por la igno-
rancia que hay en ellos, por la dureza de su cabeza, los
cuales, habiendo perdido el sentido moral, se entregaron
al libertinaje, hasta practicar con desenfreno toda suerte
de impurezas.

Vosotros, en cambio, no es así como habéis aprendido
a Cristo, si es que es Él a quien habéis oído y en él fuis-
teis adoctrinados, tal como es la verdad en Cristo Jesús.
Cristo os ha enseñado a abandonar el anterior modo de
vivir, el hombre viejo corrompido por deseos de placer,
a renovaros en la mente y en el espíritu y a vestiros de
la nueva condición humana, creada a imagen de Dios:
justicia y santidad verdaderas.

Responsorio

R. Cristo, subiendo a la altura, llevó consigo a los cau-
tivos liberados * y dio dones a los hombres. Aleluya.

V. Dios ascendió entre aclamaciones; el Señor, al son de
trompetas.

R. Y dio dones a los hombres. Aleluya.

SEGUNDA LECTURA

De los Sermones de san Agustín, obispo

Hoy nuestro Señor Jesucristo ha subido al cielo; suba
también con él nuestro corazón.

Oigamos lo que nos dice el Apóstol: Si habéis sido re-
sucitados con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde
Cristo está sentado a la diestra de Dios. Poned vuestro
corazón en las cosas del cielo, no en las de la tierra.
Pues, del mismo modo que él subió sin alejarse por ello
de nosotros, así también nosotros estamos ya con él allí,
aunque todavía no se haya realizado en nuestro cuerpo lo
que se nos promete.

Él ha sido elevado ya a lo más alto de los cielos; sin
embargo, continúa sufriendo en la tierra a través de las
fatigas que experimentan sus miembros. Así lo atestiguó
con aquella voz bajada del cielo: Saulo, Saulo, ¿por qué
me persigues? Y también: Tuve hambre y me disteis de
comer.

¿Por qué no trabajamos nosotros también aquí en la
tierra, de manera que, por la fe, la esperanza y la caridad
que nos unen a él, descansemos ya con él en los cielos?
Él está allí, pero continúa estando con nosotros; asimis-
mo nosotros, estando aquí, estamos también con él. Él
está con nosotros por su divinidad, por su poder, por su
amor; nosotros, aunque no podemos realizar esto como
él, por la divinidad, lo podemos sin embargo por el amor
hacia él.

Él, cuando bajó a nosotros, no dejó el cielo; tampoco
nos ha dejado a nosotros, al volver al cielo. Él mismo
asegura que no dejó el cielo mientras estaba con noso-
tros, pues que afirma: Nadie ha subido al cielo sino aquel
que ha bajado del cielo, el Hijo del hombre, que está en
el cielo.

Esto lo dice en razón de la unidad que existe entre él,
nuestra cabeza, y nosotros, su cuerpo. Y nadie, excepto
él, podría decirlo, ya que nosotros estamos identificados
con él, en virtud de que él, por nuestra causa, se hizo
Hijo del hombre, y nosotros, por él, hemos sido hechos
hijos de Dios.

En este sentido dice el Apóstol: Lo mismo que el cuer-
po es uno y tiene muchos miembros, y todos los miem-
bros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuer-
po, así es también Cristo. No dice: «Así es Cristo», sino:
Así es también Cristo. Por tanto, Cristo es un solo cuerpo
formado por muchos miembros.

Bajó, pues, del cielo, por su misericordia, pero ya no
subió él solo, puesto que nosotros subimos también en él
por la gracia. Así, pues, Cristo descendió él solo, pero ya
no ascendió él solo; no es que queramos confundir la
dignidad de la cabeza con la del cuerpo, pero sí afirma-
mos que la unidad de todo el cuerpo pide que éste no
sea separado de su cabeza.

Responsorio

R. Cristo se les apareció después de su pasión a lo largo
de cuarenta días, y les fue instruyendo acerca del
reino de Dios; * y se elevó en presencia de ellos, y
una nube lo ocultó a su vista. Aleluya.

V. Estando una vez comiendo con ellos a la mesa, les
mandó que no saliesen de Jerusalén, sino que espe-
rasen ahí la promesa del Padre.

R. Y se elevó en presencia de ellos, y una nube lo ocultó
a su vista. Aleluya.

 

Te Deum. Tomar de domingo anterior.

Señor, Dios eterno, alegres te cantamos,
a ti nuestra alabanza,
a ti, Padre del cielo, te aclama la creación.

Postrados ante ti, los ángeles te adoran
y cantan sin cesar:

Santo, santo, santo es el Señor,
Dios del universo;
llenos están el cielo y la tierra de tu gloria.

A ti, Señor, te alaba el coro celestial de los apóstoles,
la multitud de los profetas te enaltece,
y el ejército glorioso de los mártires te aclama.

A ti la Iglesia santa,
por los confines extendida,
con júbilo te adora y canta tu grandeza:

Padre, infinitamente santo,
Hijo eterno, unigénito de Dios,
Santo Espíritu de amor y de consuelo.

Oh Cristo, tú eres el Rey de la gloria,
tú el Hijo y Palabra del Padre,
tú el Rey de toda la creación.

Tú, para salvar al hombre,
tomaste la condición de esclavo
en el seno de una virgen.

Tú destruiste la muerte
y abriste a los creyentes las puertas de la gloria.

Tú vives ahora,
inmortal y glorioso, en el reino del Padre.

Tú vendrás algún día,
como juez universal.

Muéstrate, pues, amigo y defensor
de los hombres que salvaste.

Y recíbelos por siempre allá en tu reino,
con tus santos elegidos.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice a tu heredad.

Sé su pastor,
y guíalos por siempre.

Día tras día te bendeciremos
y alabaremos tu nombre por siempre jamás.

Dígnate, Señor,
guardarnos de pecado en este día.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.

Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

A ti, Señor me acojo,
no quede yo nunca defraudado para siempre.

ORACIÓN.

Concédenos, Señor, rebosar de alegría al celebrar la
gloriosa ascensión de tu Hijo, y elevar a ti una cum-
plida acción de gracias, pues el triunfo de Cristo es
ya nuestra victoria y, ya que él es la cabeza de la
Iglesia, haz que nosotros, que somos su cuerpo, nos
sintamos atraídos por una irresistible esperanza ha-
cia donde él nos precedió. Por nuestro Señor Jesu-
cristo, tu Hijo.

CONCLUSIÓN.

V. Bendigamos al Señor.
R, Demos gracias a Dios.