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Borís Yeltsin

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Actualización: 20 noviembre 2023

Rusia

Presidente de la Federación (1991-1999)

  • Borís Nikoláievich Yeltsin
  • Mandato: 10 julio 1991 - 31 diciembre 1999
  • Nacimiento: Butka, raion de Talitski, óblast de Sverdlovsk, 1 febrero 1931
  • Defunción: Moscú, 23 abril 2007
  • Partido político: sin filiación
  • Profesión: Ingeniero de la construcción

Presentación

La dimensión histórica de Borís Yeltsin, primer presidente de la Rusia independiente, es quizás sólo superada por la de Mijaíl Gorbachov, cuya Perestroika aquel respaldó antes de propugnar reformas democráticas radicales y de romper con un sistema comunista en crisis insoluble, convirtiéndose así en el principal artífice de la extinción pactada de la URSS y de la creación de la Comunidad de Estados Independientes en 1991. Yeltsin condujo con un pulso crecientemente errático y autoritario las caóticas transiciones política, desde la dictadura hasta el pluralismo parlamentario y un régimen de libertades, y económica, desde el dirigismo estatal al capitalismo de mercado. Entre 1991 y 1999 el PIB ruso se redujo casi a la mitad. Tras una década caracterizada por crisis de todo tipo, conflictos periféricos tan violentos como la guerra de Chechenia y unas sinuosas relaciones con Occidente, el presidente, maltrecho de salud, entregó su despacho del Kremlin a su delfín oficioso, Vladímir Putin, el último día de 1999. El 23 de abril de 2007 Borís Yeltsin falleció a los 76 años de edad.

Biografía

1. De tecnócrata en Sverdlovsk a adalid de la perestroika en Moscú
2. Cabeza de los reformistas radicales y ruptura con el PCUS y Gorbachov
3. Líder de la resistencia democrática al golpe de 1991
4. Descarte de una Unión renovada para la nueva Rusia
5. Terapia de choque económica y debut internacional de alto perfil
6. Desavenencias en la CEI y tensiones en la Federación
7. Duelo con los diputados por el curso de las reformas
8. Choque armado con el Parlamento y victoria pírrica de Yeltsin
9. Concentración de poderes y respaldo limitado en las urnas
10. Reafirmación diplomática y viraje nacionalista
11. Enfoque neoimperial de la CEI y la guerra de Chechenia
12. Reválida electoral y el factor Lébed
13. Concurrencias y desencuentros con Occidente
14. Trasiego de primeros ministros y convulsiones económicas
15. El liderazgo fluctuante de un presidente convaleciente
16. Coligados y remisos en el seno de la CEI
17. El final de la búsqueda de un heredero del Kremlin
18. Fallecimiento y reacciones internacionales


1. De tecnócrata en Sverdlovsk a adalid de la perestroika en Moscú

Hijo de campesinos empobrecidos, probablemente víctimas de las colectivizaciones forzosas decretadas por Stalin (ni las biografías oficiales ni las memorias publicadas aclaran suficientemente este punto), su infancia transcurrió en el koljoz (granja colectiva) local y en el complejo industrial de Berezniki, cerca de Perm, a donde su padre hubo de desplazarse para trabajar. La precariedad económica de la familia obligó al joven a compaginar sus estudios escolares con diversos trabajos. En 1955 se sacó el título de ingeniero de la construcción en el Instituto Politécnico de los Urales, en la ciudad de Sverdlovsk (hoy Yekaterinburgo), y año siguiente contrajo matrimonio con Naina Iosifovna Girina, antigua compañera de estudios con la que tuvo dos hijas, Yelena (en 1957) y Tatyana (en 1959). Mientras estuvo en el Instituto su pasión por el voleibol le llevó a entrenar el equipo femenino del centro y a jugar en la primera división soviética de esta especialidad deportiva.

Durante 14 años Yeltsin trabajó en el complejo metalúrgico Uraltiazhtrubstroi, uno de los más grandes de la República Socialista Federativa Soviética Rusa (RSFSR), experimentando las sucesivas categorías profesionales (obrero, encargado, jefe de sección) hasta llegar a ingeniero jefe y director de construcción de diversas plantas industriales. En 1961 se convirtió en miembro del Partido Comunista de Rusia (PCR), rama republicana del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), y se encuadró en su comité regional de Sverdlovsk. En 1969 fue elevado a encargado del sector de la construcción en dicho comité, con lo que pasó a ejercer actividades administrativas. Luego entró en el Secretariado del Comité Central regional y en noviembre de 1976 la suprema instancia de partido, el Buró Político, le colocó al frente de aquel como primer secretario, esto es, jefe del partido en el óblast y en la práctica, debido a decadencia del mando de Leonid Brezhnev en el Centro, una suerte de procónsul regional con amplios poderes.

En los nueve años siguientes Yeltsin se destacó como un ferviente partidario de introducir reformas en las escalas organizativas de la primera región de la RSFSR en cuanto a producción metalúrgica. Gestor enérgico y exigente con sus subalternos, Yeltsin recibió con alborozo la elección en marzo de 1985 para la Secretaría General del PCUS de Mijaíl Gorbachov, a quien conocía bien como colega al frente del territorio de Stávropol y luego como responsable de Agricultura del Comité Central. Yeltsin expresó su apoyo incondicional al ambicioso programa de reformas que contemplaba Gorbachov y éste le promocionó sucesivamente a dos importantes puestos de la jerarquía del partido en el Centro, los de secretario de la Construcción del Comité Central (en julio) y primer secretario del Comité Urbano de Moscú (en diciembre), en este caso sustituyendo al decrépito y corrupto Víktor Grishin. El 18 de febrero de 1986, como consecuencia inherente a sus altas atribuciones, Yeltsin fue nombrado miembro alterno del Buró Político del PCUS.

En los primeros años de la Perestroika (expresión alusiva a la reestructuración del sistema socioeconómico), Gorbachov empleó a Yeltsin como punta de lanza de su proyecto político, con la complicada misión de poner orden y combatir los vicios incubados en la nomenklatura comunista desde la época del estancamiento de Brezhnev: la incompetencia gestora, el servilismo a los mandos superiores, la desidia en el cumplimiento de los planes e, inevitablemente, la corrupción.

Yeltsin procedió como un elefante en una cacharrería: nombró un nuevo alcalde capitalino, renovó drásticamente las secretarías del Comité Urbano y las oficinas a sus órdenes en el Comité Central e incluso verificaba in situ si sus disposiciones sobre la reparación de averías o el suministro de productos eran aplicadas. Pronto se erigió en el martillo de conservadores y corruptos de cualquier instancia de poder, incluidas las más elevadas del partido, y en el adalid de los aspectos más audaces de las reformas políticas y económicas en curso, sobrepasando en determinación al propio Gorbachov, quien nunca imaginó que un jefe del partido se valiera de la Glasnost, la política de apertura informativa inseparable de la Perestroika, para vocear sus diferencias con otros jerifaltes: hasta entonces, las trifulcas internas se habían disputado y zanjado estrictamente entre las cuatro paredes de las salas de reuniones del Comité Central y el Buró Político.

Su personalidad arrolladora le granjeó a Yeltsin una popularidad inmensa entre la gente de la calle, con la que, algo insólito en un jerarca del partido, solía mezclarse para escuchar y compartir sus denuncias y quejas, pero también muchas animosidades en un aparato donde abundaban aún los enemigos de la reforma. Ya en 1986 fue dado de baja como secretario de la Construcción en el Comité Central, pero éste se trataba de un puesto básicamente burocrático que no menoscabó el perfil fuertemente político que aportaba la jefatura del partido en Moscú. Las reprobaciones continuaron y el 21 de octubre de 1987 Yeltsin pronunció un duro discurso en el pleno del Comité Central en el que denunció los privilegios de la nomenklatura y las trabas puestas a la Perestroika. La desacostumbrada catilinaria en el corazón del poder soviético tuvo consecuencias fulminantes. El aparato del partido, irritado por las acusaciones, presionó a Gorbachov para que retirara su apoyo a Yeltsin y el 11 de noviembre aquel consintió su doble destitución como miembro suplente del Buró Político y primer secretario del Comité Urbano de Moscú (efectivas el 2 de diciembre).

La defenestración de Yeltsin tuvo elementos escenificados con el propósito de humillarle y además coincidió con una dolencia cardíaca (fue sacado del hospital para recibir comunicación personal de su cese en el Buró Político), lo que le impidió plantear una argumentación de defensa. Con todo, Gorbachov, pese a la creencia inicial, no le apartó totalmente de la escena destinándole a un puesto burocrático en provincias, sino que le nombró primer vicepresidente del Comité Estatal para la Construcción (Gostroi), cargo de rango ministerial de importancia relativa y decididamente técnico.


2. Cabeza de los reformistas radicales y ruptura con el PCUS y Gorbachov

Yeltsin nunca iba perdonar a Gorbachov que le sacrificara en aras de la estabilidad del partido, pero ha cambio acrecentó su popularidad interior y se acreditó internacionalmente como la primera víctima de la Perestroika por su flanco izquierdo. Tras un semestre apartado de la escena, el 28 de junio de 1988 Yeltsin reapareció como delegado de la república autónoma rusa de Carelia en la XIX Conferencia del PCUS, donde abogó inútilmente por su rehabilitación política. Al cabo de otro año en el ostracismo resucitó definitivamente con motivo de las elecciones del 26 de marzo de 1989 al primer Congreso de Diputados Populares de la URSS (CDPU), el nuevo superparlamento soviético ideado por Gorbachov como la suprema institución legislativa de la Unión.

Yeltsin se postuló por la circunscripción de Moscú para optar a uno de los 1.500 escaños (sobre 2.250) abiertos al sufragio universal y, personificando para el público extranjero las grandes victorias obtenidas por los reformistas (incluidos el político moscovita Gavril Popov y el Premio Nobel de la Paz y veterano disidente Andréi Sájarov), se deshizo del candidato oficial del partido, Yuri Brakov, con el 89,6% de los votos.

Tras asumir como diputado popular (lo que llevó implícito su cese como ministro del Gobierno por incompatibilidad), en las elecciones internas que se organizaron el 27 de mayo Yeltsin optó a un escaño del Soviet de las Nacionalidades del Soviet Supremo; privado del mandato popular esta vez, perdió la elección, pero tres días después se aseguró el puesto al cederle el suyo el reformista Yuri Kazánnik, quien dimitió sólo para tal fin. Días después, Yeltsin fue elegido presidente del Comité del Soviet Supremo para los asuntos de la Construcción y por ende miembro del Presidium de la cámara. Dispuesto a dar batalla a los conservadores del partido, el 30 de julio levantó con Popov, Sájarov, Yuri Afanásiev y otros destacados reformistas el Grupo Interregional de Diputados, primera fracción organizada dentro del PCUS y portavoz de las demandas de descentralización, pluralismo y reforma económica.

La opinión pública internacional estaba cada vez más interesada en las opiniones de un comunista con carnet que fustigaba al partido con más virulencia que cualquiera de los disidentes de antaño, y en septiembre de 1989 Yeltsin realizó una gira por Estados Unidos invitado por organizaciones sociales y universidades, en la que fue recibido por el presidente George Bush. A comienzos de 1990, tras el derrumbe de los regímenes socialistas de Europa del Este, la plataforma yeltsinista redobló sus premuras y advertencias a Gorbachov para que diera un impulso decisivo a la estancada Perestroika con reformas económicas radicales, aboliera del artículo 6 de la Constitución soviética de 1977 que consagraba el monopolio político del PCUS, modernizara y profesionalizara del Ejército y el KGB, introdujera la libertad de cultos, etc. Gorbachov propició las decisiones del Comité Central del partido (el 7 de febrero) y del CDPU (13 de marzo) de aprobar la segunda de aquellas medidas, pero se mostró reluctante al resto.

La transición al pluralismo político tuvo un tercer jalón en las primeras elecciones por sufragio universal al Soviet Supremo de la RSFSR, el 4 y el 18 de marzo de 1990. Los partidos políticos seguían ausentes, pero la presentación de listas de candidatos con programas definidos y plataformas ideológicas dispares, más el hecho de que, a diferencia de las elecciones al CDPU, no hubo reserva de escaños para la votación indirecta, confirieron a estos comicios un innegable regusto democrático. El grupo reformista de Yeltsin volvió a cosechar rotundas victorias sobre los candidatos oficiales y él mismo salió elegido diputado por su Sverdlovsk natal con el 84,4% de los votos. El 29 de mayo el Soviet Supremo le eligió presidente del Presidium sustituyendo a Vitali Vorotnikov.

Convertido en el primer líder de Rusia —con mucha diferencia, la más importante república de la URSS— legitimado en las urnas, Yeltsin asumió abiertamente el liderazgo de la izquierda del PCUS, al que exigió, bien su transformación en un partido democrático al estilo de los extintos partidos hermanos de Polonia, Hungría o Alemania Oriental, bien la aceptación de nuevas fuerzas políticas con las que tendría que competir en las siguientes convocatorias electorales. Dio a Gorbachov, investido el 15 de marzo en el nuevo cargo de presidente de la URSS, una última oportunidad para avanzar por esta senda en el XXVIII Congreso del PCUS, y como advertencia el 12 de junio hizo aprobar por el Soviet Supremo de la RSFSR una proclamación de soberanía de las leyes rusas sobre las soviéticas, que de momento tenía una dimensión más declarativa que efectiva.

El XXVIII Congreso se desarrolló del 2 al 13 de julio de 1990 y no revistió la trascendencia que Yeltsin esperaba. A pesar de que destacados rostros de la vieja guardia conservadora fueron retirados del Buró Político (como Vorotnikov y en especial Yégor Ligachev, que había encarnado a la derecha del partido en las tarascadas con Yeltsin), el aparato y Gorbachov no vieron motivo para hacer grandes transformaciones ideológicas o implantar un pluripartidismo con todas las consecuencias una vez que el pluralismo había sido legalizado. El penúltimo día del congreso Yeltsin y sus partidarios escenificaron su ruptura con Gorbachov y su baja en el partido abandonando aparatosamente el pleno de reuniones.

Yeltsin se consideró ahora en la oposición al PCUS y rival del Centro por la dirección del curso político, en lo que se advirtieron indicios de nacionalismo ruso. El Ejecutivo de la RSFSR entró en una guerra de decretos con el de la URSS para dotar de efectividad a la declaración de soberanía de junio a través del control de las reservas bancarias, diamantes, oro y minerales estratégicos situados en su territorio. Gorbachov hubo de recurrir al veto presidencial para evitar que las maniobras rusas para sustraerle sus competencias le convirtieran en un jefe del Estado soviético meramente nominal. En septiembre los dos dirigentes acordaron una tregua para consensuar el denominado Plan Shatalin de los 500 días, destinado a desmantelar los controles de la economía y hacer una rápida transición al sistema de mercado. El plan contemplaba la privatización de las empresas estatales y granjas colectivas, la liberalización de los precios, el estricto control financiero, la reforma del sistema bancario para la creación de líneas de crédito privado y la conversión del rublo.

Pero la presión conjunta del Comité Central del PCUS y los burócratas del Comité de Planificación del Estado (Gosplan) echó por tierra el proyecto en el mes de octubre, y el propio Gorbachov se decantó por las medidas de emergencia por la vía autoritaria. La alianza táctica de Gorbachov con los conservadores ensanchó el foso que le separaba de Yeltsin, que se consolidó como el único personaje político con el crédito necesario para imponer a la población los sacrificios inherentes al paso a la economía de mercado. Una parte considerable de los rusos percibió que mientras el refinado y cultivado Gorbachov aparecía bloqueado por sus contradicciones, Yeltsin, con sus maneras simples y directas, derrochaba dinamismo y sabía comunicar.

En los meses siguientes arreciaron el cruce de descalificaciones entre Yeltsin y Gorbachov (el primer llamó "dictador" al segundo, y éste le tachó a su vez de "derechista" y "neobolchevique") y la guerra de leyes entre las instituciones de la RSFSR y la URSS (produjeron particular perturbación las iniciativas de Yeltsin para impedir la represión de los nacionalistas bálticos y crear unas fuerzas armadas sólo obedientes a Rusia), masivas manifestaciones populares de apoyo a uno y otro bando inclusive. Al comenzar marzo de 1991, la ruptura entre los dos centros de poder de Moscú parecía total y definitiva. Tras proponer la creación de un partido fuerte de oposición al PCUS, Yeltsin aprovechó el referéndum del 17 de marzo en toda la URSS sobre el proyecto de una Unión renovada elaborado por Gorbachov para añadir una pregunta en la RSFSR sobre la creación del cargo de presidente de la República elegido por sufragio universal. Los votantes de Rusia aprobaron ambas cuestiones en un 71,3% y en un 69,9 % de los votos respectivamente, con lo que sus dos patrocinadores se sintieron vindicados.

Este resultado abrió la puerta a un nuevo acercamiento y el 23 de abril, apenas un mes después de que superara en el Soviet Supremo ruso una moción de censura planteada por la mayoría de diputados comunistas y tres semanas después de que el Congreso de Diputados Populares de Rusia (CDPR) le concediera poderes extraordinarios, Yeltsin y los presidentes de otras ocho repúblicas adoptaron con Gorbachov en Novo Ogarevo un pacto (denominado 9+1) por el que se comprometían a firmar cuanto antes un nuevo Tratado de la Unión que tendría que reescribir las relaciones entre el Centro y las repúblicas. La primera ganancia para el Gobierno ruso fue la transferencia por el soviético del control sobre las minas de carbón de Siberia, protagonistas de una nueva ola de huelgas en demanda de una mayor participación de los trabajadores en los beneficios económicos.

El Acuerdo de Novo Ogarevo significó un nuevo bandazo de Gorbachov, que esta vez se aproximó a los yeltsinistas y al campo de las reformas más progresistas a cambio de una "colaboración constructiva" para superar la gravísima crisis del Estado soviético, con una economía por la cuesta de abajo y los nacionalismos periféricos desgarrándolo por sus costuras. El 12 de junio Yeltsin ganó las primeras elecciones presidenciales directas en Rusia con el 57,3% de los votos frente a un elenco multicolor de contrincantes encabezado por el primer ministro soviético hasta enero, Nikolai Ryzhkov, candidato del PCR y ubicado en el centro-derecha del PCUS.

Los apoyos incondicionales de la formación Rusia Democrática (RD, protopartido de signo radicalmente liberal y reformista liderado por Afanásiev y Nikolai Travkin, y que gozaba de una moderada mayoría en el Soviet Supremo republicano) y de los alcaldes Popov en Moscú y Anatoli Sobchak en Leningrado (ambos revalidados con masivas mayorías) hicieron posible este contundente respaldo en las urnas, que en la primera capital se tradujo en un arrollador 72% de los sufragios. El 10 de julio, coincidiendo con el V plenario del CDPR, Yeltsin prestó juramento como presidente de la RSFSR ante la Constitución y la Declaración de Soberanía republicanas y después cesó como diputado en los legislativos ruso y soviético. El político checheno Ruslán Jasbulátov le sucedió en la jefatura del Soviet Supremo.

En los días siguientes, Yeltsin saludó las iniciativas de Gorbachov de llevar al XXIX Congreso del PCUS, a celebrar en noviembre, una plataforma ideológica de signo socialdemócrata, y de su vicepresidente en Rusia, Aleksandr Rutskoi, jefe de la fracción Comunistas por la Democracia aliada a los yeltsinistas en el Soviet Supremo ruso, de crear el Partido Democrático de los Comunistas de Rusia (PDCR) como rival del PCR. El bando reformista acrecentó fuerzas con la suma del también flamante Movimiento por las Reformas Democráticas (MRD) capitaneado por los dos máximos rostros de la Perestroika tras Gorbachov, el recién dimitido ministro de Exteriores, Eduard Shevardnadze y el académico Aleksandr Yakovlev, que se habían separado de su jefe por apoyarse en los elementos reaccionarios del PCUS.


3. Líder de la resistencia democrática al golpe de 1991

El 4 de agosto, mientras el pluripartidismo se abría paso en Rusia y todo estaba a punto para la firma el día 20 del nuevo Tratado de la Unión, Yeltsin se atrevió a dar una nueva vuelta de tuerca en la transición democrática decretando la despolitización (en esencia la supresión de las células comunistas) de las Fuerzas Armadas y las organizaciones dependientes en el territorio de la RSFSR. Y el 15 de agosto exigió a Gorbachov la capacidad de designar al primer ministro, el ministro de Defensa y el ministro de Economía del Gobierno soviético que, como las demás instituciones, tendrían que renovarse tras la firma del Tratado de la Unión.

Pero todo dio un drástico viraje en la madrugada del lunes 19 de agosto cuando la cúpula del Ejecutivo, el Ejército y el KGB soviéticos, respaldados tácitamente, con su silencio y ambiguedad, por el Buró Político del PCUS y el Soviet Supremo, anunciaron la declaración del estado de emergencia en toda la URSS y la formación de un Comité Estatal que asumía plenos poderes "en vista de la imposibilidad de que Mijaíl Gorbachov", que según la versión conocida hasta hacía unas horas se encontraba en su dacha vacacional de Foros, en Crimea, a orillas del mar Negro, tomando un simple descanso, "pueda cumplir con sus funciones debido a su estado de salud". El vicepresidente, Guennadi Yanáyev, se autoproclamó presidente en funciones mientras durase la supuesta enfermedad de Gorbachov y justificó la mudanza de poderes para, entre otros motivos, "evitar el caos y la anarquía" que amenazaban la "seguridad de los ciudadanos" y la "integridad territorial" de la URSS", "salvar la economía de la ruína" y "evitar la escalada del peligro de un amplio conflicto civil".

La reacción de Yeltsin, que, en un error incomprensible de los conspiradores, no fue arrestado y silenciado a las primeras de cambio (incluso tuvo comunicación telefónica sin ningún problema con los principales dirigentes mundiales), fue tan fulminante como decisiva para el curso de los acontecimientos. En síntesis, denunció que se había producido un golpe de Estado en toda regla, no un relevo amparado en la Constitución, calificó de ilegal al Comité Estatal para el Estado de Emergencia y exigió tener acceso a Gorbachov para comprobar su estado de salud. En la misma mañana del lunes 19 Yeltsin se hizo fuerte con sus colaboradores en el edificio del Parlamento ruso, la Casa Blanca. Desde allí, salió brevemente a la calle para encaramarse sobre uno de los tanques enviados por los golpistas contra ellos y, ante las 20.000 personas que se habían concentrado en el lugar, leer una proclama condenando la destitución de Gorbachov, llamando a la huelga general indefinida y a la desobediencia civil en toda Rusia, y exhortando a los soldados movilizados a que desobedecieran a sus superiores.

De todas las repúblicas soviéticas, sólo Rusia y las tres bálticas condenaron el golpe y alentaron la resistencia civil. Por lo demás, la arenga televisada de Yeltsin, desafiante, jugándose el pellejo pero apercibido de la extraordinaria oportunidad histórica que se le brindaba —si el arriesgadísimo envite en estos momentos de confusión en que todo podía ocurrir le salía bien, su proyecto político ganaría un ímpetu formidable, como así fue—, subido en el carro de combate tras estrechar la mano del tanquista y entre guardaespaldas, dio la vuelta al mundo y se convirtió en una de las imágenes icónicas del último tramo del siglo XX. La determinación de los demócratas galvanizados por Yeltsin ("la dictadura no pasará, pasará la democra­cia") y la ineptitud de los golpistas precipitaron el fracaso de la aventura involucionista en las primeras horas del miercoles 21. El asalto de la Casa Blanca por las tropas especiales del KGB, que parecía inminente en la noche del martes 20 y que, al parecer, tenía entre sus objetivos el asesinato de Yeltsin y la detención de sus principales lugartenientes, no tuvo lugar.

Después de contactar con Gorbachov a través de una delegación enviada a Foros (que se anticipó en unas horas a la comitiva de los golpistas) e integrada por Rutskoi, el primer ministro de Rusia Iván Siláyev, el miembro del Consejo Presidencial de la URSS Yevguieni Primakov y el ex ministro del Interior de la URSS Vadim Bakatin, y de traerlo de vuelta a Moscú sano y salvo en la noche del 21, Yeltsin tomó el timón de los acontecimientos el jueves 22 con un torrente de ukases concernientes a la RSFSR: la prohibición de todas las actividades del PCUS, de sus células en los acuartelamientos y la nacionalización de sus bienes, la supresión de la bandera roja con la hoz y el martillo de los edificios oficiales y la asunción de todas las empresas del Estado.

El viernes 23 impuso a Gorbachov, que disociado de lo que estaba sucediendo en la calle aún se resistía a aplicar reformas tan drásticas como definitivas, los nombramientos de personalidades radicales en los ministerios de fuerza de la URSS: Yevguieni Shaposhnikov en Defensa, Víktor Barannikov en Interior (ya venía desempeñando la cartera en el Gobierno de la RSFSR) y Bakatin en el KGB. Yeltsin decretó también el cierre del diario Pravda y acordó con Gorbachov una suerte de bipresidencia de la URSS que incluía un mecanismo para sustituirse mutuamente en caso de necesidad durante una crisis. El mismo día Yeltsin escenificó con Gorbachov lo que para muchos fue una revancha rumiada desde la defenestración de 1987: durante la sesión especial del Soviet Supremo de Rusia celebrada en la Casa Blanca le recriminó su responsabilidad en el intento golpista, por haber sido incapaz de detectar o abortar a tiempo la conspiración pergeñada por hombres que él había nombrado y en los que había confiado, y le humilló ante las cámaras de televisión obligándole a leer un documento probatorio de la complicidad de la práctica totalidad del Gobierno soviético en la conjura y blandiéndole el documento del ukase prohibiendo las actividades del PCUS.

El presidente soviético y todavía secretario general del PCUS hizo una patética defensa de su honorabilidad, insistió en que el partido no debía ser criminalizado en su conjunto y que su ilegalización constituiría un acto antidemocrático, y censuró la "histeria anticomunista" desatada. Yeltsin se mostró pletórico, sabedor de que la balanza de poder se había inclinado hacia él y de que Gorbachov había perdido una oportunidad única para reconciliarse con la sociedad y pilotar los cambios. El vendaval anticomunista comenzado por Yeltsin en Rusia coincidió o estimuló similares medidas en toda la URSS y obligó a reaccionar a Gorbachov. El viernes 24, tras asistir por la mañana al multitudinario cortejo fúnebre por las tres víctimas civiles del golpe, Gorbachov anunció que dimitía como secretario general del PCUS, reprodujo los decretos de Yeltsin en el ámbito soviético y ordenó al Comité Central del partido que iniciara el proceso de su autodisolución.

Coronando la victoria total de Yeltsin, Gorbachov disolvió el Gobierno de la URSS y nombró a Siláyev al frente de un ejecutivo provisional llamado Comité de Administración Operativa de la Economía Popular, con la tarea urgente de enderezar los sectores básicos para el funcionamiento del Estado. Con sus disposiciones Yeltsin no sólo propició la desaparición de un pilar fundamental del Estado soviético, el Partido Comunista, sino que acaparó las instituciones de aquel con la clase dirigente y los órganos de poder rusos.


4. Descarte de una Unión renovada para la nueva Rusia

Desde el 26 de agosto Gorbachov recuperó algo de la iniciativa al deshacerse de cualquier alforja ideológica y concentrarse en asegurar la continuidad del Estado, amenazado por un rosario de declaraciones de independencia republicanas, y la transición a la democracia "sin más vacilaciones y retrasos". Yeltsin aceptó negociar con él un nuevo Tratado de la Unión, más avanzado que el que se iba a firmar el 20 de agosto, que, entre otros aspectos, reconocía a las repúblicas el rango de estados soberanos con libertad de "asociarse, confederarse o federarse" y la facultad de concluir acuerdos bilaterales entre sí, definía un espacio económico común y una seguridad colectiva sobre la base de un Ejército y un mando militar estratégico unificados, y garantizaba los derechos y libertades de todos los ciudadanos.

Estas premisas, junto con un esquema institucional provisional hasta la firma del Tratado, la aprobación de una nueva Constitución y la celebración de elecciones democráticas presidenciales y legislativas, se asentaron en la denominada Declaración de los Once (o 10+1, esto es, Gorbachov y diez presidentes republicanos, incluido Yeltsin) dada a conocer el 2 de septiembre. Yeltsin se avino gustoso a colaborar con el borrador institucional de Gorbachov, que le había sorprendido por su flexibilidad y progresismo. Aunque le recordó que en unas elecciones presidenciales "no tendría nada que hacer" ante él, rebajó las críticas por su actuación en el golpe de agosto ("sólo fue el presunto responsable") y añadió que ahora se "fiaba mucho más" del presidente soviético.

Durante unas semanas el pacto Yeltsin-Gorbachov pareció asegurar la viabilidad de un Estado ampliamente renovado e integrado por una mayoría de repúblicas. Avances en aquella dirección fueron: la aprobación por el CDPU (que acto seguido se autodisolvió) de las estructuras de poder transitorias, el 5 de septiembre; el reconocimiento por el nuevo Consejo de Estado soviético (en el que Gorbachov y los presidentes republicanos dirigían mancomunadamente las políticas internas y externas) de la independencia de las repúblicas bálticas, el 6 de septiembre; la suscripción por ocho repúblicas (las descolgadas ahora fueron Ucrania, Moldova y Azerbaidzhán) de un Pacto de Unión Económica, el 18 de octubre; la inauguración del período de sesiones del nuevo Soviet Supremo provisional (el anterior quedó disuelto el 29 de agosto), el 21 de octubre; y el anuncio por aquellas ocho repúblicas presentes en el Consejo de Estado de la sustitución de la URSS por una Unión de Estados Soberanos (UES) en cuanto se estampara el, aún sin fecha, Tratado constitutivo, el 14 de noviembre.

Ahora bien, en todo este tiempo Yeltsin no había dejado de captar para la todavía RSFSR competencias e instancias de poder de la URSS: el 6 de septiembre Gorbachov aceptó la transferencia en su momento a Rusia de todas las armas nucleares; el 22 de octubre la disolución del KGB dejó en manos de la república el control fáctico de los órganos de la otrora todopoderosa agencia de seguridad e inteligencia; la diplomacia rusa empezó a operar por su cuenta a través de acuerdos bilaterales con países con una vocación jurídica típicamente interestatal; y el Comité Económico Interrepublicano (CEI) puesto en marcha el 20 de septiembre bajo la dirección de Siláyev y con la misión de coordinar las políticas económicas de las repúblicas (el 14 de noviembre pasó a llamarse Comité Económico Interestatal) funcionó en la práctica como una prolongación del Gobierno ruso, decidiendo la supresión de varias decenas de ministerios y comités soviéticos.

Para finales de octubre Gorbachov ya se había apercibido del doble juego de Yeltsin, pero no le hizo blanco de críticas y tan sólo multiplicó las advertencias catastrofistas contra la desintegración de una URSS que, entramados normativos aparte, hacía aguas aceleradamente por la multiplicación de los focos separatistas y reluctantes a una Unión de nuevo cuño. En la propia RSFSR Yeltsin hubo de afrontar escarceos centrífugos y sobre todo la rebeldía de la república autónoma de Chechenia-Ingushetia, donde el recién elegido presidente, el general del aire Dzhójar Dudáyev, se disponía a proclamar la independencia. Para manejar estos desafíos y sacar adelante una reforma económica radical Yeltsin solicitó al CDPR poderes especiales, que le fueron concedidos por unos diputados abrumadoramente afectos el 1 de noviembre.

El presidente fue facultado para gobernar por decreto en materias de economía y política social durante un año, con la perspectiva de privatizar masivamente las empresas del Estado, liberalizar los precios al por menor y abordar la reforma agraria. Yeltsin describió un sombrío panorama económico para Rusia y advirtió a la población que se avecinaban tiempos muy duros. El 6 de noviembre dio un nuevo paso en la descomunistización con la prohibición del PCR y de lo que quedaba del PCUS, y asumió la jefatura del Gobierno vacante desde la baja de Siláyev para hacerse cargo del CEI.

Cuando Dudáyev proclamó la independencia de Chechenia el 1 de noviembre la reacción de Yeltsin fue declarar el estado de emergencia y enviar tropas del Ministerio del Interior (OMON), pero el CDPR se negó a ratificar unas medidas que para muchos diputados, tanto provenientes del proscrito PCR como de RD, eran precipitadas y peligrosas. El 11 de noviembre el Legislativo anuló los decretos del presidente sobre Chechenia y le obligó a iniciar conversaciones con Dudáyev. Fue el primer revés de Yeltsin ante los diputados y el preludio de la aguda confrontación que caracterizaría los dos primeros años de la Rusia independiente.

La suspensión de pagos anunciada el 29 de noviembre por el Banco Estatal de la URSS, el Gosbank, dejó a las claras que el país que Gorbachov trataba desesperadamente de mantener a flote estaba en bancarrota y al borde del colapso económico. Yeltsin rechazó que la RSFSR concediera un crédito de emergencia aduciendo el riesgo de provocar una inflación descontrolada, y emplazó a Gorbachov a transferir a su república toda responsabilidad sobre los compromisos financieros del Estado hasta final de año. El Gobierno ruso notificó que para asegurar los pagos de urgencia cortaría toda asistencia a los departamentos y ministerios soviéticos considerados "caducos", poda de la que sólo se iban a salvar Asuntos Exteriores, Interior y Defensa. El vaciado de titularidades de la URSS quedó, pues, prácticamente completo, toda vez que el 18 de noviembre la RSFSR había obtenido el control sobre la extracción, transformación y comercio de los metales estratégicos y piedras preciosas de su territorio, así como la emisión de papel moneda.

Puesto que Rusia ya no apostaba por la Unión y Ucrania había declarado la independencia (verdadero golpe mortal a las pretensiones de Gorbachov), el 8 de diciembre se consumó la ruptura con el anuncio en Bieloviézhe, cerca de Minsk, Bielarús, por Yeltsin y sus colegas ucraniano, Leonid Kravchuk, y bielorruso, Stanislau Shushkevich, de la creación de una Comunidad de Estados Independientes (CEI) abierta al resto de repúblicas de la URSS. Invocando la condición de firmantes del Tratado constitutivo de la Unión Soviética en 1922, las tres repúblicas declararon que aquella había dejado de existir "como sujeto de derecho internacional y como realidad geopolítica". A partir de ahí, la extinción de la URSS y el acceso de Rusia a la plena independencia eran sólo una cuestión a pactar para que el proceso se desarrollara de la manera más suave e inocua posible. El 17 de diciembre, un resignado Gorbachov acordó con Yeltsin la desaparición del Estado el último día del año. El 21, los presidentes de las cinco repúblicas centroasiáticas más los de Armenia, Azerbaidzhán y Moldova se reunieron en la capital de Kazajstán, Alma-Atá, con sus tres colegas eslavos y firmaron el protocolo estableciendo la CEI como un sujeto no de derecho internacional.

El 25, día de Navidad, anticipándose a lo apalabrado, Gorbachov dimitió como presidente y cedió a Yeltsin el maletín con los códigos de lanzamiento de los misiles nucleares; la bandera roja con la hoz y el martillo fue arriada del Kremlin y en su lugar se izó la enseña tricolor rusa usada en el período zarista. El día 26, el Soviet de las Repúblicas de la URSS, reunido sin quórum (apenas una veintena de diputados se dignaron a asistir a una sesión que, no obstante su carácter meramente formal, exigía algún tipo de solemnidad), aprobó una declaración por la que, en virtud de "la voluntad de los máximos órganos representativos del poder estatal" de once repúblicas de establecer la CEI en Alma-Atá, el Estado soviético dejaba de existir. Acto seguido, este penoso remedo de autoridad legislativa procedió a su autodisolución y escenificó el último acto.

Rusia, en adelante denominada Federación Rusa (Rusia), inició su andadura como Estado independiente tal como Yeltsin había querido: heredó automáticamente el asiento de la URSS en la ONU (Ucrania y Bielarús tampoco tuvieron que solicitar el ingreso en tanto que firmantes por separado de la Carta fundacional en San Francisco en 1945) y las demás organizaciones internacionales, y se preservó el control del arsenal nuclear y las fuerzas estratégicas por un mando aliado que en la práctica era ruso. En Alma-Atá las otras tres repúblicas con armas nucleares en su territorio, Ucrania, Bielarús y Kazajstán, se comprometieron a adherirse al Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares (TNP) y acatar lo que les concernía del Tratado de Reducción de Armas Estratégicas (START), un principio de desnuclearización que incluía el envío a Rusia para su eliminación de todas las armas nucleares tácticas.

Sin embargo, a Moscú se le escapó de las manos el control sobre las Fuerzas Armadas convencionales, cuya jefatura provisional había sido transferida por Gorbachov al mariscal Shaposhnikov. En la primera cumbre regular de la CEI, en Minsk el penúltimo día de 1991, Kravchuk dejó claro que Ucrania aceptaba delegar en Rusia la condición de única potencia nuclear, pero que la creación de un Ejército y un ministerio de Defensa nacionales era inseparable de su condición de Estado soberano. Con mayor o menor intensidad, las demás repúblicas plantearon la misma pretensión. La perspectiva, acariciada por Moscú, de un único espacio económico basado en un área de libre comercio, una armonización aduanera y una zona rublo comunitarios se quedó en agua de borrajas tan pronto como todas las repúblicas se afanaron en marcar sus señas de identidad nacional y en protegerse de unas intenciones rusas vistas con suspicacia (sobre todo a la hora de revisar los precios y cuotas de los suministros energéticos y otros productos esenciales), para lo que levantaron controles y barreras arancelarias de todo tipo y algunas se dotaron de moneda propia. La consecuencia inmediata fue la aceleración del desplome económico en todas partes, empezando por Rusia.


5. Terapia de choque económica y debut internacional de alto perfil

Al despuntar 1992 la comunidad internacional tenía menos dudas sobre la ideología y la estrategia global de Yeltsin que sobre sus intenciones económicas más inmediatas en la empresa, tan colosal como de incierto colofón, de inaugurar en la vasta y complejísima Rusia tendencias positivas en todas las esferas por las que se suele valorar la viabilidad de un Estado. Así, la entrada en vigor de la liberalización de los precios de los productos de consumo, muy temida por la ciudadanía, el 2 de enero, indicó que el presidente se había decantado por una transformación radical del sistema económico. En el equipo de colaboradores de Yeltsin destacaban reformistas sin ambages como Guennadi Búrbulis, viejo amigo desde la etapa en Sverdlovsk y su mano derecha en el Gobierno como primer vicepresidente del mismo y secretario de Estado (es decir, un primer ministro de facto), y el joven liberal Yégor Gaidar, vicepresidente para Política Económica y ministro de Finanzas entre el 19 de febrero y el 2 de abril, cuando cedió el Ministerio a un hombre de su círculo, Vasili Barchuk.

Estas personalidades se propusieron acabar con la escasez de productos de consumo (crónica en todo el período soviético y agudizada en los años de Gorbachov), absorber el exceso de masa monetaria circulante (la inflación ascendía ya al 100%) y recuperar para la actividad económica los capitales privados atesorados, hacer un drástico saneamiento de las finanzas del Estado, estabilizar el rublo como una moneda convertible y ajustada con las principales divisas internacionales, privatizar todas las empresas y actividades comerciales no estratégicas para el Estado (en dos fases, primero mediante la emisión de bonos abierta a todos los particulares y luego permitiendo la compraventa de grandes cuotas accionariales), e inculcar en una población adoctrinada contra el capitalismo durante siete décadas los espíritus de iniciativa empresarial, competitividad y prosperidad personal.

Diplomáticamente, la orientación inicial de la Rusia de Yeltsin fue decididamente a Occidente, sobre todo porque necesitaba vitalmente las ayudas y créditos de los países desarrollados y de las organizaciones financieras por ellos sustentadas, el FMI y el Banco Mundial (BM). El titular del Ministerio de Exteriores, Andréi Kozyrev, era otro de los hombres de confianza del presidente y muy grato a Washington, Londres, Bonn o Bruselas.

Los encuentros que Yeltsin sostuvo con mandatarios occidentales a lo largo del año subrayaron el buen ánimo de Rusia y la disposición de aquellos países a prestar la ayuda demandada, aunque la administración de Bush en Estados Unidos pareció complacerse en su autoconcedido laurel de vencedor de la Guerra Fría y no elaboró una estrategia de ayudas masivas y preceptuadas; antes bien, en los primeros meses del año, dio prelación a los suministros humanitarios con carácter urgente, sobre todo alimentos para cubrir las penurias más acuciantes en las ciudades rusas.

El puente aéreo, que tomó el caritativo nombre de Proveer la Esperanza (Provide Hope), comenzó el 10 de febrero de 1992 con la participación de la Comunidad Europea, Turquía y Japón, aunque la logística la puso Estados Unidos (que se ocupó de explotar los beneficios propagandísticos de la operación). Al tratar a Rusia como un país del Tercer Mundo necesitado de subsistencias —aunque el enfoque no era del todo improcedente, pues el derrumbe de la producción y las rentas alcanzaban niveles desastrosos—, una parte importante de la población se sintió herida en su orgullo y añadió otra causa de rencor hacia un presidente que ya empezaba a ser contestado por autorizar la traumática terapia de choque de Gaidar.

El caso fue que Yeltsin debutó en la escena internacional con buen pie y ágil de reflejos. La oferta de Bush de un desarme nuclear estratégico de gran alcance, tanto unilateral como sujeto a negociación, no tardó ni 24 horas en ser replicado por Yeltsin con propuestas no menos espectaculares. El presidente ruso viajó el 30 de enero al Reino Unido y el 31 de febrero a Estados Unidos, para asistir a una cumbre de los 15 países del Consejo de Seguridad de la ONU y de paso reunirse con Bush, el 1 de febrero, en Camp David. Washington estaba bastante satisfecho de las urgencias de Yeltsin a sus colegas de Bielarús, Kazajstán y, en especial, Ucrania para que desnuclearizaran totalmente sus repúblicas desprogramando y/o trasladando a Rusia los misiles de corto y largo alcance y demás ingenios de esta panoplia de destrucción masiva. El compromiso fue adquirido formalmente por las tres repúblicas ante Rusia y Estados Unidos en Lisboa el 23 de mayo.

En la visita oficial realizada al país americano del 15 al 18 de junio, preparada concienzudamente por Kozyrev y su homólogo James Baker, los presidentes suscribieron un documento sobre un "entendimiento común" (joint understanding) en el capítulo nuclear estratégico por el que los misiles dejarían de apuntar a los objetivos respectivos y los arsenales serían reducidos una media del 55% adicional al 38% definido por el START-I (ratificado por el Parlamento ruso el 4 de noviembre de 1992), esto es, hasta las 3.500 cabezas para Estados Unidos y las 3.000 para Rusia. El Tratado START-II debía coronar la "nueva era de amistad" entre los dos países e iba a concluirse en un tiempo récord: el 3 de enero de 1993 lo firmaron los presidentes durante el viaje oficial de Bush a Moscú. El penúltimo día de su estancia en Estados Unidos en junio de 1992 Yeltsin solicitó ante el Congreso ayuda económica para su país e hizo una profesión de anticomunismo que arrancó la ovación de unos legisladores entusiasmados puestos en pie. La gira de seducción de los norteamericanos terminó con éxito total para Yeltsin, que desplazó el recuerdo de Gorbachov y se proyectó como un estadista hábil y razonable, con el se podía cooperar.

Con la perspectiva posterior, puede decirse que este momento, en el que Rusia aún no había perfilado una identidad autónoma en las relaciones internacionales y geopolíticamente seguía muy debilitada por la implosión soviética, marcó el punto más alto en las relaciones entre dos potencias que virtualmente carecían de disputas de entidad. Pocos días después el Congreso de Estados Unidos aprobó conceder a Rusia el estatuto de nación comercialmente más favorecida y un paquete de ayudas por valor de 16.000 millones de dólares, en los conceptos de asistencia directa, aportaciones al fondo de estabilización del rublo y préstamos canalizados por el FMI.

Ahora bien, las contribuciones del FMI no satisficieron las expectativas rusas porque Yeltsin, habitualmente desentendido de los arcanos de la economía, no aceptó las recomendaciones de extender la liberalización de los precios a la energía y de recortar aún más las subvenciones, por temor a un estallido social. El presidente ruso asistió como invitado a la cumbre del G-7 en Munich el 7 y 8 de julio de 1992 (la práctica fue inaugurada con Gorbachov en 1991 en la cita de Londres), pero no se le comunicó ninguna ayuda concreta. Hasta que no vino el cambio de administración en Estados Unidos y el nuevo presidente, Bill Clinton, no retomara la cuestión con una voluntad política, Rusia no iba a recibir las sumas que la gigantesca empresa transformadora precisaba.

Durante 1992 Yeltsin, bastante animoso pese a algunas indisposiciones que continuaron su historial de salud quebradiza iniciado con la hospitalización de 1987, realizó varias salidas a las capitales europeas, en la mayoría de las cuales firmó tratados de amistad y cooperación regulatorios de las nuevas relaciones bilaterales. Así, estuvo en Francia del 5 al 7 de febrero (donde François Mitterrand le acogió con todo boato para desagraviarle de la fría recepción del año anterior), en Checoslovaquia el 1 de abril, en Bulgaria el 4 de agosto, en el Reino Unido de nuevo el 9 y el 10 de noviembre y en Hungría el 10 y el 11 de noviembre. Con Polonia y Turquía se adoptaron sendos tratados de amistad con motivo de las visitas a Moscú de los presidentes respectivos Lech Walesa y Süleyman Demirel en el mes de mayo. Del 24 al 26 de agosto de 1993 Yeltsin realizó un histórico viaje a Polonia, ampliado hasta el 27 con paradas en la República Checa y Eslovaquia.

No descuidó Yeltsin el tercer flanco estratégico para Rusia, Asia del Nordeste, y el 19 de noviembre y el 17 de diciembre de 1992 inició sendas visitas históricas a Corea del Sur y China. En el primer país acordó con el presidente Roh Tae Woo un marco de cooperación en seguridad y defensa que invirtió dramáticamente el balance estratégico en la península coreana (Seúl ya venía beneficiándose de la alianza militar con Estados Unidos mientras que el régimen marxista de Pyongyang perdió ahora el antiguo sostén soviético que no fue sustituido por el chino). En Beijing principió una etapa enteramente nueva en las relaciones chino-rusas, ya apuntada en el viaje de Gorbachov en 1989, por las abundantes coincidencias en la percepción de las relaciones internacionales, la mutua voluntad de cerrar los litigios territoriales y el interés en una cooperación para intercambiar tecnología nuclear y sistemas de armamento rusos por bienes de consumo, productos industriales y asesoría en materia de transición al capitalismo chinos.


6. Desavenencias en la CEI y tensiones en la Federación

Mientras las relaciones internacionales tomaban una senda constructiva, los tratos en el ámbito más inmediato se revelaron bastante más complicados. En las diversas cumbres celebradas a lo largo de 1992 y 1993 Yeltsin se esforzó por sacar adelante un elenco de iniciativas de integración, políticas (Consejo de Jefes de Estado, Carta de la Comunidad), militares (Alto Mando de las Fuerzas Armadas Conjuntas, fuerza colectiva de pacificación, Tratado de Seguridad Colectiva) y económicas (Tribunal de Arbitraje, Consejo Consultivo de Coordinación para la armonización de las políticas económicas, Banco Intergubernamental para la zona rublo, Banco Interestatal de Reglamentación), con resultados mediocres. Ello tanto por la persistencia de un grupo de estados recalcitrantes en cuanto a dotar a la Comunidad de estructuras supranacionales —que, estaban convencidos, serían manejadas por Rusia en interés propio— como por la escasa o nula efectividad de lo firmado.

Ya desde la segunda cumbre regular, la de Minsk el 14 de febrero de 1992, Yeltsin y los demás presidentes constataron que cada república veía a la CEI a su modo, que no existía una voluntad (como el europeísmo en la Unión Europea) supraestatal de construir sin prioridades puramente nacionales y que no se disponía de medios para realizar todos los propósitos que guiaron su fundación. Al mal ambiente contribuyó mucho el enfrentamiento surgido entre Rusia y Ucrania por la determinación de este país a dotarse de unas fuerzas armadas propias y a quedarse con parte de la flota del mar Negro con base en el puerto ucraniano de Sebastopol, que para Moscú constituía una fuerza estratégica y por tanto debía mantenerse bajo el mando conjunto de la CEI.

Esta disputa, que no estuvo lejos de conducir a una guerra en abril de 1992, más el separatismo de las autoridades rusófonas de Crimea, las reticencias de Kíev a cumplir sus compromisos de desnuclearización y los desacuerdos sobre los suministros de gas ruso, envenenaron las relaciones bilaterales y alejaron definitivamente a dos países que para algunos habrían podido ser el motor (con la adición de Bielarús, que desde 1994 sí iba a plantear con ímpetu la integración subregional) de una entente eslava en el seno de la CEI.

El nacionalismo ucraniano en los aspectos de seguridad y de defensa arrastró a Rusia a una dinámica similar, dando la puntilla definitiva al mando militar integrado en la CEI. Ya el 16 de marzo Yeltsin constituyó un Ministerio de Defensa ruso que hasta el nombramiento el 18 de mayo de un titular en la persona del general Pável Grachev dirigió él mismo en funciones, y el 6 de mayo siguiente instituyó también por decreto las Fuerzas Armadas de Rusia con él como comandante en jefe, si bien el mando directo lo ejerció Grachev. El presidente justificó estas medidas para impedir una desintegración incontrolada del antiguo Ejército soviético, arrogándose la titularidad del mismo hasta la formación por etapas de los ejércitos republicanos. En realidad, se trató de una maniobra de cooptación antes de que las demás repúblicas se hicieran con cuotas inaceptables de los despojos.

Yeltsin sostuvo con Kravchuk varias reuniones para hallar una fórmula de reparto de la flota y solventar los numerosos contenciosos, pero hasta el 9 de junio de 1995 no hubo un acuerdo final en Sochi sobre el primer punto con el sucesor de aquel en la Presidencia, Leonid Kuchma, un calificado de prorruso que no iba a tardar en marcar las distancias con Moscú, por el que de entrada se procedía a dividir equitativamente los barcos y luego Rusia compraría el 30% a Ucrania.

El estallido a lo largo de 1992 de conflictos armados y guerras civiles en toda regla en el antiguo espacio soviético aceleró en el poder ruso el deseo de reforzar su influencia para salvaguardar los intereses nacionales y los derechos de los 25 millones de rusos étnicos y rusificados que se habían quedado sin el patrocinio de un Centro. Invocando la seguridad colectiva de la CEI, Rusia se inmiscuyó en las disputas internas de Moldova, Georgia y Tadzhikistán con el manto de un esfuerzo multilateral que resultó poco convincente.

Con el primer país se llegó a una tensión prebélica en junio como advertencia contra el tratamiento por el Gobierno de Chisinau del separatismo armado de los rusófonos del Transdniester, aunque el 21 de julio un acuerdo de alto el fuego firmado en Moscú por Yeltsin y el presidente moldavo, Mircea Snegur, permitió el despliegue de una fuerza de interposición tripartita de 4.000 soldados con un fuerte presencia rusa. Hasta el final de la presidencia de Yeltsin, el contencioso por la retirada del 14º Cuerpo del Ejército Ruso, reclamada con vehemencia por Chisinau, iba a entorpecer las relaciones con una república ex soviética que debatía su identidad nacional entre la especificidad moldava y el regreso al Estado rumano del que en 1940 fue desgajada por la URSS. En Georgia, la llegada a la Presidencia de Shevardnadze como reemplazo aparentemente prorruso del autócrata nacionalista Zviad Gamsajurdia coincidió con el recrudecimiento del conflicto con los independentistas sudosetios. De nuevo, los buenos oficios rusos permitieron un alto el fuego en Dagomys el 24 de junio y el despliegue desde el 13 de julio de otra fuerza de paz multipartita de 2.000 hombres, la mitad de los cuales los aportaba Rusia.

Por otro lado, en Tadzhikistán la reacción armada de los procomunistas al derrocamiento en septiembre del presidente Rajmon Nabíyev por una coalición de demócratas, nacionalistas e islamistas, dio lugar a una cruenta guerra civil que forzó la elección en noviembre del apparatchikInomali Rajmónov como presidente de la República, después de que la capital Dushanbé cayera bajo el control del Ejército ruso, oficialmente neutral y sin otra misión que "asegurar el orden". En la cumbre de la CEI del 22 de enero de 1993 en Minsk se aprobó el envío de 7.500 soldados de la que iba a ser la primera misión de pacificación de la Comunidad. Aunque sin expresiones de violencia, Yeltsin presionó fuertemente también a Estonia y Letonia para que elaboraran leyes de ciudadanía no discriminatorias con las importantes minorías rusófonas

Pero los peligros de la disgregación se instalaron en la propia Federación Rusa. Estado multinacional por excelencia, Rusia se presentaba como una URSS a escala menor compuesta por 89 entes territoriales: 49 regiones (óblast), 21 repúblicas (respublik, apellidadas autónomas hasta la disolución de la URSS), 10 distritos autónomos (avtonomnyy okrug), seis territorios (kray), dos ciudades federales (gorod) y una región autónoma (avtonomnaya óblast). Repúblicas, distritos autónomos y la región autónoma portaban el nombre de la nacionalidad titular, mientras que regiones, territorios y ciudades federales se articulaban como meras entidades administrativas. Las nacionalidades con más de medio millón de miembros sumaban la quincena, pero los rusos étnicos suponían, de acuerdo con el censo de 1989, el 81% de la población total, esto es, unos 120 millones. Ahora bien, en algunas regiones los rusos constituían minorías y sus relaciones con las mayorías nacionales no estaban libres de tensiones.

Ya desde el golpe de agosto de 1991, las autoridades de Tatarstán, Osetia del Norte, Karacháyevo-Cherkesia, Ingushetia y otras repúblicas se lanzaron a reivindicar mayores cotas de autogobierno y a hacer declaraciones de soberanía, los referendos de reafirmación regionalista menudearon de un extremo al otro del país y numerosas comunidades nacionales con particularidades étnicas, lingüísticas o religiosas, por lo general víctimas de las deportaciones estalinistas, reclamaron reparaciones, revisiones fronterizas y estatus jurídicos no pocas veces contrapuestos y excluyentes. Las regiones del Cáucaso norte, abigarrado mosaico de pueblos, concentraron algunos de los conflictos más volátiles que se nutrieron de y nutrieron a las auténticas guerras civiles desatadas en el Transcáucaso no ruso.

A finales de octubre de 1992 estalló un sangriento conflicto entre osetios e ingushes cerca de Vladikavkaz, la capital de la república autónoma de Osetia del Norte, por el irredentismo de los últimos, instigado por Dudáyev desde una Chechenia que en la práctica gozaba de plena soberanía. Ahora bien, pese al activismo de la Confederación de Pueblos de la Montaña auspiciada por Dudáyev y aliada a Gamsajurdia y a los abjazios en contra del sentimiento panosetio y la presencia rusa, el ejemplo checheno no cundió en Ingushetia, Karacháyevo-Cherkesia o Daguestán, donde prevaleció la mesura de las autoridades. La segunda república más contestataria, Tatarstán, descartó también la ruptura radical y en 1994 terminó suscribiendo el Tratado de la Federación del 31 de marzo de 1992, por el que los sujetos sentaron jurídicamente sus competencias con el Centro y que Yeltsin calificó como un valladar a la desintegración del país. Otra república díscola, Bashkortostán, rica en petróleo, se vinculó al federalismo a cambio de un concierto fiscal favorable.


7. Duelo con los diputados por el curso de las reformas

El caso es que Yeltsin empezó a encontrar los mayores quebraderos de cabeza a escasos metros del Kremlin. La liberalización de los precios, que había conseguido abastecer de productos las estanterías pero a unos costes prohibitivos para la gran mayoría de la población, encendió la mecha de un descontento que comenzó a manifestarse en las calles en febrero de 1992 por mano de una heteróclita oposición de comunistas ortodoxos, ultranacionalistas de signo fascista y nostálgicos del zarismo, que exigieron parar la liberalización y restablecer los sistemas de control soviéticos.

En el CDPR se articularon tres bloques bastante equilibrados de derecha, centro e izquierda (aunque las etiquetas de los extremos podían intercambiarse dependiendo de lo que se entendiera por progresismo o reaccionarismo). Consistían, respectivamente, en: la Coalición por la Reforma, que reunía a varios grupos de yeltsinistas incondicionales o de circunstancias por aparecer el presidente como la única figura capaz de atajar los males del país; el arco integrado por el Centro Democrático y la Unión de Fuerzas Creativas y nutrido por los diputados de la Unión Cívica de Rutskoi; y la Unión Rusa, que agrupaba a los neocomunistas (de planteamientos muy ortodoxos) y a diversos nacionalistas ideológicamente antitéticos a los anteriores, pero aliados coyunturales frente a las reformas de mercado y la pérdida del glacis soviético. Con distintos tonos y lenguajes, había una insatisfacción bastante amplia con la gestión ultraliberal de Gaidar, nombrado por Yeltsin primer ministro en funciones el 15 de junio, por pretender cambios radicales y traumáticos para los que la población no estaba preparada.

Dirigentes parlamentarios centristas como Rutskoi, Arkadi Volski (presidente de la poderosa Unión de Empresarios e Industriales) y Nikolai Travkin (al frente del Partido Democrático de Rusia) empezaron a proclamar que Yeltsin y su equipo de Gobierno resultaban perjudiciales para la nación, que el "choque quirúrgico" concebido como un plan estándar sin atender las peculiaridades rusas condenaba a la miseria a la gran mayoría de la población y que eran urgentes medidas de protección social. En un sentido general, este sector solicitaba reformas graduales y un plan anticrisis no traumático no muy diferente del Plan Shatalin de 1990, un enfoque que los medios extranjeros calificaron de "socialdemócrata".

Gaidar, con la anuencia de Yeltsin, advirtió que no cabía otra disyuntiva que sus recetas o el colapso y reclamó más tiempo para notar sus efectos positivos en la macroeconomía. Pero para el G-7 y muchos observadores extranjeros el Ejecutivo ruso no estaba llevando con suficiente rigor las reformas, y sobre todo alertaron contra el vacío normativo, la ausencia de códigos y regulaciones que favorecía los maridajes político-financieros y los negocios turbios, y, en definitiva, un modelo de capitalismo que mereció el calificativo de "salvaje". Todavía más, esta liberalización desordenada convivía con la antigua nomenklatura burocrática, que, lejos de ser desplazada por tecnócratas de nuevo cuño hechos a los procedimientos occidentales, fue recuperada por el propio Yeltsin (sobre todo la del complejo militar-industrial) para restablecer los antiguos sistemas administrativos de gestión, incompatibles con un Estado moderno y eficiente a largo plazo pero hallados necesarios en un momento de desarticulación y desconcierto generales.

Así, las nuevas élites para las que la libertad de mercado era sinónimo de enriquecimiento sin control y depredación convivieron con las antiguas clases ansiosas de reciclarse al nuevo orden de cosas y no verse relegadas de las nuevas oportunidades, dando lugar a extrañas hibridaciones. Pesaba también la historia: una tradición multisecular de inexperiencia democrática, de cadenas verticales de mando, de arbitrariedad en la toma de decisiones por el poder y de primacía de lo unilateral y exclusivo sobre las fórmulas de consenso e integración normales en las sociedades civiles consolidadas. Los conceptos de democracia y descentralización tuvieron lecturas egoístas y autárquicas en las provincias, acentuando la segmentación regional de la economía y haciendo imposible una política macroeconómica global. En resumidas cuentas: se configuró en Rusia un panorama de reformas plagado de inconsistencias y contradicciones, de flujos y reflujos, que hacía muy difícil hacer un pronóstico sobre su evolución.

La unificación de los tipos de cambio comenzada el 1 de julio de 1992 desató un brutal proceso inflacionario y agravó las pesadumbres de la población. En la calle la extrema izquierda se organizó en un Frente de Salvación Nacional (FSN) que exigió abiertamente el derribo del "traidor" Yeltsin por haber apuntillado a la URSS, mientras que en el CDPR se caldearon las actitudes contrarias a las estrellas del gobierno reformista. Yeltsin insistió en que el presidente no debía inmiscuirse en las luchas partidistas y renunció a fundar un partido propresidencial fuerte. También había declinado convocar elecciones a una asamblea constituyente cuando los diputados le eran mayoritariamente afectos, en los meses posteriores al golpe de 1991 (un error que mucho se le iba a achacar después, sobre todo en el extranjero), y ahora no tenía otro remedio que lidiar con un órgano semidemocrático, elegido con los instrumentos de un Estado que ya no existía y crecientemente hostil a las transformaciones económicas radicales. Pero el foso que se abrió entre los bandos políticos reparaba cada vez más en el elenco de poderes heredado del período soviético, que cada institución deseaba ampliar para sí y escamotear a la rival.

El presidente poseía la iniciativa legislativa y la capacidad de designar a los ministros de Asuntos Exteriores, Defensa, Interior y Seguridad de conformidad con el Parlamento. No tenía derecho a disolver el poder legislativo, bien fuera el CDPR o el Soviet Supremo, pero sí declarar el estado de emergencia. Además, como se apuntó arriba, coyunturalmente Yeltsin estaba investido de poderes especiales para gobernar por decreto. Las facultades del CDPR, oficialmente el máximo órgano del poder, eran amplias: la adopción y enmienda de la Constitución, la determinación de las políticas internas y externas, la ratificación de acuerdos internacionales con implicaciones constitucionales, la elección del Soviet Supremo y del Tribunal Constitucional, la dirección de la moción de censura al presidente y la suspensión de las leyes del Soviet Supremo y de los decretos del presidente. Recapitulando, Yeltsin heredó unos poderes de hecho cortocircuitados por el CDPR.

Yeltsin sometió a debate su idea de una Constitución presidencialista a la americana que sustituyera a la soviética en vigor, como el único modelo viable dadas las circunstancias, que, en su opinión, requerían un liderazgo unipersonal y fuerte. El presidente del CDPR y aliado hasta hacía poco, Ruslán Jasbulátov, replicó que semejante concesión sería el "suicidio" de la democracia parlamentaria que él encarnaba, pero durante unos meses las transacciones evitaron la moción de censura al Ejecutivo o la retirada de los poderes especiales al presidente. El 30 de noviembre del Tribunal Constitucional, que presidía Valeri Zorkin, dictó una serie de sentencias de claro carácter conciliatorio sobre los decretos de Yeltsin posteriores al golpe de 1991; así, se confirmó la legalidad de disolver los órganos dirigentes del PCUS y el PCR, pero no la prohibición de las organizaciones de base del último, con lo que el restablecimiento de una estructura partidista, lo que luego iba a dar lugar al Partido Comunista de la Federación Rusa (de sigla rusa KPRF), recibió luz verde.

En esta línea de apaciguamiento, el 25 de noviembre Yeltsin cesó a Mijaíl Poltaranin como ministro de Información y a Búrbulis como secretario de Estado (el 14 de abril ya le había apartado como primer viceprimer ministro), dos de los principales satanizados por los congresistas. El enfrentamiento no decayó y cuando el 1 de diciembre se inauguró el VII CDPR las dos partes acudieron prestas a plantear una batalla que se presumía definitiva. Empero, la sangre no llegó al río, ya que Yeltsin descartó la solución autoritaria (léase la disolución del CDPR por decreto) y entre los diputados se impuso la tesis del derribo por cauces legales. El presidente y sus detractores llegaron a una suerte de tregua por la que el primero retiraba su amenaza de convocar un referéndum para elegir entre él o el Legislativo a cambio de someter a Gaidar a la confianza de los diputados. Los poderes especiales y la prerrogativa sobre los ministerios de fuerza fueron salvaguardados de momento, pero el 14 de diciembre los diputados le impusieron a Víktor Chernomyrdin, viceministro desde mayo y notorio representante del lobby militar-industrial, de entre los cinco candidatos presentados para presidir el Gobierno.

El 19 de diciembre Yeltsin retornó precipitadamente de China ante el amago de Chernomyrdin, azuzado por la Unión Cívica, de deshacerse del equipo de Gaidar, cuyo grupo Demócratas Radicales encabezaba el bloque de fuerzas yeltsinistas también participado por RD, el Movimiento Ruso para las Reformas Democráticas de Yakovlev, Popov y Sobchak, y el Partido Republicano. El presidente demostró su autoridad manteniendo a los pesos pesados del liberalismo, a saber, Vladímir Shumeiko, Anatoli Chubáis y Aleksandr Shojin, viceprimeros ministros los tres, a los que se sumaron los también notorios reformistas Borís Fyodorov, ministro de Finanzas a partir del 25 de marzo de 1993, y Yuri Yárov. En los meses siguientes todos estos nombres iban a ubicarse en dos partidos nuevos, bien en la Opción Democrática de Rusia (DVR) fundado por Gaidar, bien en el Partido de la Unidad y la Concordia, más independiente del Kremlin y sensible a la dimensión social de las reformas.

Los cuatro ministros de fuerza cuyo nombramiento se reservaba el presidente, Kozyrev en Exteriores, Grachev en Defensa, Barannikov en Seguridad y Víktor Yerin en Interior, mantuvieron sus puestos. En otra contrapartida, el 22 de diciembre los diputados pasaron la nueva Ley de Gobierno por la que el Legislativo debía ratificar los nombramientos de estos cuatro ministerios. Yeltsin se apresuró a quitar lustre a la autoproclamada victoria de los diputados asegurando que la reforma económica era irreversible.


8. Choque armado con el Parlamento y victoria pírrica de Yeltsin

Los resultados del VII CDPR no fueron más que un compromiso temporal. El recurso al referéndum para dirimir las diferencias entre las instituciones fue resucitado por Yeltsin, pero ahora Jasbulátov entró en ese juego. Durante tres meses el presidente y los congresistas se enzarzaron en un frenesí de propuestas y contrapropuestas sobre las preguntas que debería incluir el referéndum múltiple. Por lo demás, el poder legislativo encontraba excelente munición para sus andanadas en los escándalos económicos que proliferaban en el Ejecutivo, con Búrbulis, Shumeiko y Poltaranin como principales sospechosos de los manejos irregulares. Esta incapacidad del Kremlin para cortar con la tradición de trapacería y opacidad en las gestiones del Gobierno hizo un gran daño a Yeltsin, que se deslegitimaba para solicitar luego a la ciudadanía un sacrificio tras otro.

El 29 de marzo de 1993 el IX CDPR, un día después de fracasar por 72 votos una moción de destitución de Yeltsin y como remate a varias semanas de intensa lucha política en las que se habían cruzado las iniciativas para recortar los poderes del contrario, se salió con la suya y estableció las cuatro cuestiones del referéndum que aquel había convocado por decreto para el 25 de abril. En estos momentos, el bloque yeltsinista, denominado Coalición por las Reformas, sólo abarcaba el 33% de los diputados, poco algo más que la Unidad Rusa de comunistas, ultranacionalistas y agrarios. Entre medio, el amplio arco de fuerzas centristas, que iba a inclinar el fiel de la balanza a uno y otro lado cuando llegara el momento de la escaramuza final. Los resultados del referéndum fueron como sigue: el 58% de los votantes expresaron su confianza en el presidente; el 52,8% lo hicieron en la política del Gobierno; el 31,6% creyó oportuno adelantar las elecciones presidenciales y el 43,4% opinó lo mismo con las legislativas. En Moscú, el apoyo a Yeltsin y a las reformas del Gobierno recibieron el 75% y el 70%, respectivamente, y en su Yekaterinburgo natal los apoyos alcanzaron el 88%. Aunque los resultados eran favorables a Yeltsin, el CDPR se negó a reconocer su carácter vinculante.

El clima de moderación saltó por los aires cuando el FSN, que venía denunciando una "conspiración internacional para convertir a Rusia en una república bananera", protagonizó una violenta demostración el 1 de mayo y las dos instituciones se adentraron en una nueva escalada de reproches, ahora en torno a la convocatoria de una Asamblea Constituyente, el modelo de Carta Magna y el adelanto de las elecciones. En julio el Parlamento votó un presupuesto exageradamente deficitario que se interpretó como un desafío abierto a la política del Gobierno.

El 1 de septiembre de 1993 Yeltsin destituyó a Rutskoi, que ya hacía un tiempo se había pasado al bando conservador de Jasbulátov, el 18 reintegró a Gaidar en el Gobierno como primer viceprimer ministro y el 21 cruzó el Rubicón político: con tono dramático, anunció por la televisión la imposición del mando presidencial directo, la disolución del Parlamento y el CDPR y la convocatoria de elecciones legislativas anticipadas. El presidente justificó su acto inconstitucional para "salvar al país del caos, la desintegración y la catástrofe", a los que los diputados le habían abocado con su "obstruccionismo sistemático" e "ignorancia de la voluntad del pueblo". La reacción de Jasbulátov y los congresistas fue atrincherarse en la Casa Blanca, destituir a Yeltsin, nombrar a Rutskoi "presidente en funciones" y llamar a la resistencia civil contra el "golpe de Estado presidencial". Yeltsin aplicó su inveterada táctica del divide y vencerás, provocando un goteo de deserciones de diputados con la zanahoria de prebendas institucionales.

Esto redujo la fuerza institucional de los rebeldes, pero acrecentó a los radicales irreductibles ansiosos de confrontación (como los exaltados militares Stanislav Terejov, presidente de la Unión de Oficiales del Ejército, Albert Makáshov, jefe del "Estado Mayor" de las fuerzas del Parlamento, y Vladislav Achalov, "ministro de Defensa"), quienes, coordinándose con los extremistas del FSN y otros grupos ultras de derecha e izquierda en el exterior, arrastraron a Rutskoi, Jasbulátov y otros supuestos tibios a una aventura desesperada. El 3 de octubre, al cabo de unos días extremadamente tensos, con indicios por ambas partes de preferir el desenlace violento sobre el negociado y a punto de expirar el ultimátum del Kremlin para que los diputados se rindieran, partidas armadas intentaron tomar diversos edificios estratégicos de Moscú con todos los visos de un golpe de mano al estilo bolchevique. Yeltsin declaró el estado de excepción y ordenó a las tropas y unidades acorazadas del Ejército que rodeaban la Casa Blanca su captura sin reparar en medios.

La guerra civil parecía servida, pero la lealtad a Yeltsin de todos los resortes de fuerza del país y la pasividad del grueso de la población, que asistió atemorizada a la furiosa batalla en el corazón de Moscú, sentenciaron a los opositores. El día 4 efectivos del OMON tomaron al asalto una Casa Blanca destrozada por el fuego de los tanques y, tras 12 horas de combate, hicieron prisioneros a sus líderes y cabecillas. Al mismo tiempo, se anunció la ilegalización del extremista Partido Comunista Obrero (Rusia Trabajadora) de Víktor Ampilov y el FSN de Ilia Konstantinov. La brutal embestida contra el Parlamento dejó decenas de muertos —el primer balance oficial cifró en 118 los fallecidos, si bien en los días siguientes se sumaron otros 30— y sembró un resentimiento que luego iba a aflorar por otros cauces, pero Yeltsin había ganado tras un año de pulso institucional, y sin pagar un precio político significativo: el Gobierno, los dirigentes regionales, el Ejército y los socios internacionales se habían plegado mayormente a sus puntos de vista. Sólo el Tribunal Constitucional seguía plantándole cara, negándole el soporte legal a su drástica decisión.


9. Concentración de poderes y respaldo limitado en las urnas

Apenas se sofocaron los incendios del histórico 4 de octubre de 1993 cuando Yeltsin se lanzó a implantar una república presidencialista hecha a medida. Sintiéndose fuerte, en los días inmediatos emitió una ráfaga de decretos que pautaron una suerte de segunda descomunistización y pretendían despejar de obstáculos la labor reformista del Gobierno, aunque otra lectura apuntaba a la liquidación sin más, aprovechando la suspensión temporal de algunas garantías legales, de cualquier oposición organizada que cuestionara su poder.

El 5 de octubre compareció ante la nación para acusar a Rutskoi y Jasbulátov de planear durante meses "una sangrienta dictadura comunista-fascista" y expresar su dolor por la sangre derramada en lo que calificó de "tragedia nacional". También confirmo las elecciones legislativas para diciembre e instó a los soviets locales a que se disolvieran "sin conmociones y escándalos". El día 8 prohibió las actividades del centroizquierdista Partido Popular Rusia Libre, integrante de la Unión Cívica y al que pertenecía Rutskoi, y el KPRF de Guennadi Zyugánov, pero el 19 los dos no figuraron en la relación de partidos vetados definitivamente de participar en los comicios. Y el 27 decretó la libre compraventa de la tierra, reforma estructural de enorme trascendencia que completó la descolectivización del agro aprobada por Gorbachov en 1990. En las semanas siguientes el equipo del Kremlin remató el proyecto de Constitución que iba a someterse a referéndum, harto diferente del elaborado por la Comisión Constitucional en el verano, cuando Yeltsin estaba obligado a hacer concesiones al CDPR.

Rica en influencias de los modelos estadounidense y francés, la nueva Carta Magna rusa establecía que el presidente federal sólo era responsable ante el pueblo y le otorgaba amplias potestades, como la comandancia suprema de las Fuerzas Armadas, la elaboración de las políticas interiores y exteriores y la designación del jefe de Gobierno ante el Parlamento. Si éste rechazaba tres veces seguidas al candidato (fuera o no la misma persona), el jefe del Estado estaba facultado para disolver la Cámara. También podía el presidente recurrir a este instrumento si los diputados reiteraban una retirada de la confianza al Gobierno, cuya continuidad o sustitución sí estaba enteramente sujeto a su voluntad.

Completando su elenco de atribuciones, el presidente convocaba las elecciones y referendos, poseía iniciativa legislativa y nombraba candidatos a las altas magistraturas del país. Por si esto fuera poco, se dificultaba enormemente la posibilidad del impeachment o proceso de destitución por el Legislativo: el presidente sólo podía ser apartado del cargo si los diputados formulaban una acusación de alta traición u otro crimen de envergadura, y los tribunales Supremo y Constitucional confirmaban indicios delictivos en la conducta juzgada. Además, estaba asistido por el Consejo de Seguridad de la Federación Rusa (SBRF) y la Administración Presidencial, órganos con funciones poco definidas pero que iban a representar de hecho una estructura paralela de poder sustraídas de la fiscalización por las instituciones del Estado.

Por lo que respectaba al poder legislativo, éste quedaba constituido como Asamblea Federal (Federalnoe Sobranie), compuesto por la Duma Estatal (Gosudarstvienaya Duma) o Cámara Baja y el Consejo de la Federación (Soviet Federatsii) o Cámara Alta de representación territorial. Además, se estableció la confirmación de que el mandato de Yeltsin agotaría el quinquenio, haciendo innecesarias elecciones presidenciales hasta junio de 1996, cuando Yeltsin podría renovar el mandato por un cuatrienio, el período determinado para los ejercicios presidenciales en lo sucesivo.

Yeltsin, por fin, parecía tenerlo todo atado y bien atado, aunque la doble llamada a las urnas del 12 de diciembre de 1993 dejó un regusto agridulce en los pasillos del Kremlin. En el referéndum constitucional, declarado válido al participar más del 50% del censo, se pronunciaron a favor el 58,4% de los votantes. Pero en las elecciones a la Duma, las primeras verdaderamente democráticas en la historia de Rusia, la DVR sólo cosechó 96 de los 450 escaños. El gran triunfador de la jornada fue el ultranacionalista Partido Liberal Democrático de Rusia (LDPR) del pintoresco Vladímir Zhirinovski, que metió 70 escaños y, más llamativo aún, se alzó como el partido más votado con un contundente 22,8%, 7,4 puntos más que la DVR. El pujante KPRF y su aliado el Partido Agrario de Rusia (APR) le seguían como tercera y cuarta fuerzas, sumando otros 112 diputados hostiles a las reformas liberales. Sólo en quinta posición en las preferencias del electorado apareció un partido reformista liberal, el Yábloko de Grigori Yavlinski, con todo un recio opositor a la concepción capitalista de los hombres del Kremlin.

El demagogo y antisemita Zhirinovski, propenso a las bufonadas y declaraciones explosivas, podía causar hilaridad o consternación, pero supo canalizar el descontento de una parte considerable de una población asustada, moralmente quebrantada, que añoraba algunos mecanismos de control y previsibilidad del régimen soviético, sobre todo los relacionados con la economía. Aunque eran el eje de su ideología, las exigencias de reconstrucción por las bravas del imperio soviético en Europa (eran recientes las retiradas de las últimas tropas de Polonia, en octubre de 1992, y Lituania, en agosto de 1993) no atraían a la ciudadanía tanto por su factibilidad como por la apelación emocional a una época en que el mundo no osaba avasallar a Rusia con unas recetas económicas que, al parecer, sólo beneficiaban a una minoría de privilegiados poco escrupulosos.

En los meses siguientes el equipo del presidente no se esforzó demasiado en censurar las tropelías verbales del jefe del primer partido del país (y para un Occidente perplejo, candidato seguro a morador del Kremlin en un futuro no muy lejano) porque necesitaba su apoyo frente a los comunistas, considerados la verdadera oposición a las reformas capitalistas, y porque él mismo estaba dispuesto a modificar su actitud diplomática frente a los aliados occidentales y ganar una nueva respetabilidad internacional para Rusia. La irrupción de Zhirinovski y sus perturbadores replanteamientos geopolíticos supusieron un revulsivo para que Yeltsin planteara algo más que simple retórica sobre la situación de los derechos de los rusos en el "extranjero cercano", fundamentalmente en Asia Central y Transcaucasia, escenarios respectivamente de programas estatales de asimilación cultural y de amenazas de agresiones, que estaban provocando emigraciones y exilios de consideración. Ahora bien, hubo quienes, como el propio Gorbachov, sugirieron que el "fenómeno Zhirinovski" no era sino la fachada de un poderoso núcleo de fuerzas conservadoras —políticas, militares y empresariales— que estaba arraigando en el Kremlin.

El 14 de enero de 1994 el agrario Iván Rybkin fue elegido presidente de la Duma y días después dimitió Fyodorov como viceprimer ministro y ministro de Finanzas. Gaidar también tuvo que ser despedido. Como contraprestación parcial, el viceprimer ministro Shumeiko salió del Gobierno y pasó a presidir el Consejo de la Federación. Lo primero que hizo la Cámara baja electa tras inaugurarse, el 23 de febrero, fue amnistiar a los golpistas de 1991 y a los insurrectos de 1993. Yeltsin se tragó la afrenta y prefirió apaciguar a la mayoría nacional-comunista de diputados con seguridades de que Rusia iba a "actuar con firmeza" en la escena internacional, a "abandonar la práctica de las concesiones unilaterales" y a "equilibrar el ritmo de la aplicación de las reformas económicas y el coste social de las mismas". A cambio, el presidente solicitó a los diputados un "memorándum por la paz social" y una "entente nacional en torno al programa de Gobierno".

El primer paso hacia la rehabilitación del perdido estatus de superpotencia se adoptó ya en vísperas de los comicios, el 3 de noviembre, con la aprobación de la nueva doctrina militar por el SBRF. En lo sucesivo, las Fuerzas Armadas rusas estaban facultadas para intervenir en conflictos internos que amenazasen la integridad del Estado (una vigilancia de la seguridad interna que legitimaba a posteriori el asalto y toma del Parlamento), citándose como causantes de estos disturbios grupos nacionalistas o separatistas lanzados a la subversión armada contra las instituciones federales. Igualmente, se regularizó la participación de tropas rusas en misiones de interposición conforme a los compromisos de seguridad colectiva adquiridos con los socios de la CEI.

Desde el punto de vista de la defensa tradicional, se asumía que Rusia carecía de enemigos exteriores en ese momento y se proclamaba el objetivo de eliminar el peligro de una guerra nuclear en el mundo, pero no se renunciaba a un arsenal atómico por ofrecer una disuasión contra posibles agresores. Un punto que levantó muchos comentarios fue la reserva del derecho al primer uso de armas nucleares si el país se sentía amenazado, lo que contradecía el compromiso adquirido por la URSS en la etapa de Gorbachov. El 21 de diciembre Yeltsin decretó a su vez la transformación del Ministerio de Seguridad, establecido el 24 de enero de 1992, en el Servicio Federal de Inteligencia (FSK), que de momento se centró en las tareas de contraespionaje, sólo uno de los campos de operación del desaparecido KGB. El hasta ahora ministro de Seguridad, Nikolai Golushko, se convirtió en director del FSK.


10. Reafirmación diplomática y viraje nacionalista

Durante 1993 y parte de 1994 perduró mayormente el buen clima en las relaciones con Occidente. El 3 y el 4 de abril de 1993 Yeltsin sostuvo en Vancouver su primera cita con Bill Clinton. Centrada en los aspectos económicos, en la cumbre de la ciudad canadiense prendió una relación de amistad entre dos mandatarios que compartían un carácter abierto a los gestos informales, y durante meses hasta se habló de "luna de miel" entre las dos potencias. Clinton opinaba que invertir en Rusia ahora suponía invertir "en el futuro de América" y presentó un decálogo de actuaciones concretas y multisectoriales, desde financiación directa a programas de reconversión. Las ayudas tomaron concreción en la 19ª cumbre del G-7, en Tokyo, del 7 al 9 de julio de 1993. Yeltsin asistió como invitado a partir del segundo día y, por boca de Clinton y el primer ministro japonés Kiichi Miyazawa, le fue confirmada la concesión de la espectacular suma de 43.000 millones de dólares entre fondos ya apalabrados y los nuevos. Parte de esta ayuda se iba a conceder con rapidez y el grueso iba a depender del curso de los acontecimientos en Rusia.

Las partidas principales de este monto iban dirigidas a los fondos para la privatización de empresas y la estabilización del rublo, a programas de asistencia técnica y a créditos a la exportación. Nada más regresar a Moscú, Yeltsin dispuso una serie de decretos para acelerar la reconversión económica conforme a las demandas de sus fiadores internacionales; así, el 24 de julio comenzó una draconiana regulación monetaria para atajar la hiperinflación (el índice superó el 2.500% anual al finalizar 1992) acompañada de un gigantesco déficit fiscal (del 20% del PIB en diciembre), pero la convulsión social provocada fue tal que el Gobierno hubo de ampliar los plazos y modalidades para el canjeo de los billetes viejos. Si la cooperación económica se enmarcaba en la confianza y el optimismo (los voluntarismos de Estados Unidos y Alemania fueron decisivos en esta vasta operación de ayuda a Rusia), las relaciones políticas aún discurrían también por una senda similar. Aunque la posición proserbia de Moscú chocaba con las simpatías promusulmanas de Washington, la negativa de los aliados occidentales a intervenir en la cruenta guerra de Bosnia-Herzegovina permitió la exploración conjunta de soluciones negociadas, como el denominado Programa de Acción Común anunciado el 22 de mayo por Rusia, Estados Unidos, Francia, Reino Unido y España.

En las relaciones con los países de la OTAN ya estaba sobre la mesa la oposición rusa al ingreso en su seno de países surgidos del antiguo bloque soviético, aduciendo que la expansión al este de la organización defensiva —cuya misma existencia tras el final de la Guerra Fría se cuestionaba— sólo reflejaba una malquerencia occidental hacia Rusia y ponía en peligro toda la arquitectura de seguridad del continente. Por eso mismo, Yeltsin apostaba por trabajar conjuntamente en la Conferencia de Seguridad y Cooperación en Europa (CSCE), que era una organización de dimensión continental y no trabajaba con lógicas de aliados e hipotéticos adversarios. Sin embargo, los miembros de la OTAN articularon con habilidad nuevos espacios de cooperación flexible con los estados no miembros, que sirvieran de antesala de los ingresos de pleno derecho, por lo demás enmarcados en una vasta y ambiciosa reforma de las doctrinas y estructuras de la Alianza para acomodarla a los nuevos tiempos.

El programa de la Asociación para la Paz (ApP) fue pactado por Estados Unidos y Rusia el 22 de octubre de 1993 y quedó listo para su presentación en el Consejo Atlántico de Bruselas del 10 y 11 de enero de 1994. Inmediatamente después, el día 13, Yeltsin recibió a Clinton en su primera cumbre en la capital rusa y 24 horas más tarde se les unió Kravchuk para firmar un trascendental acuerdo por el que Ucrania se obligaba a deshacerse de todos sus misiles estratégicos, confirmando la condición de Rusia como única potencia nuclear de la CEI.

Yeltsin protagonizó a finales de 1993 otros eventos constructivos en las relaciones con Occidente, como el regreso a Japón del 11 al 13 de octubre en una visita oficial en la que formuló la necesidad de establecer el tratado de paz bilateral pendiente desde la Segunda Guerra Mundial y reconoció como principio de negociación la demanda de soberanía nipona sobre las islas Kuriles, y la firma el 9 de diciembre de 1993, como antesala del Consejo Europeo reunido en Bruselas, de una declaración sobre el futuro Acuerdo de Asociación y Cooperación (AAC) Rusia-UE, cuyo camino había allanado desde 1991 un instrumento decisivo de los mecanismos de cooperación, el programa de asistencia TACIS.

El AAC, con una previsión de vigencia de 10 años, fue firmado por Yeltsin y la autoridad comunitaria en el Consejo de Corfú, el 24 de junio de 1994, y aunque no podía compararse a los Acuerdos Europeos de Asociación concebidos para los países solicitantes de ingreso (en Europa Central y Oriental, los denominados PECO) el apartado de desarme arancelario bilateral sí incluía una cláusula evolutiva a un área de libre comercio, cuya implementación, en todo caso, no se consideraba factible antes de 1998, como mínimo. Para la UE, el desarrollo de las relaciones comerciales con Rusia iba a depender del curso de las reformas económicas en el país eslavo.

Por lo que respectaba a la OTAN, el 22 de junio Kozyrev estampó su firma al documento de adhesión a la ApP en Bruselas y a un anexo especial, que según las traducciones inglesa y francesa era un mero "sumario de conclusiones" y según la rusa un "protocolo", esto es, un documento con valor jurídico vinculante. Rusia se amparó en esta interpretación para anunciar que la OTAN había reconocido su "estatus de superpotencia", que, si bien carecía del derecho de veto sobre las decisiones de la Alianza, sí tendría que ser consultada en un ámbito institucional. Este acuerdo era sólo un anticipo del marco de colaboración específico entre Rusia y la Alianza, aún por precisar. Los gobiernos occidentales, con diversos grados, acogieron satisfactoriamente el aplastamiento de la rebelión de octubre, que de hecho incitaron en la convicción de que Yeltsin, con todas las críticas que su gestión pudiera merecer, era la única alternativa a las fuerzas antirreformistas, y tal vez al retorno a un orden neosoviético. Pero aunque Yeltsin demostró con hechos que las reformas estructurales no tenían vuelta atrás, también se advirtió un cambio de tono en la percepción de Rusia en la escena internacional.

Moscú utilizó la ex Yugoslavia como banco de pruebas de su determinación a resucitar un prestigio de gran potencia que tenía mucho que decir sobre intervenciones militares en áreas consideradas geográfica e históricamente suyas. Aunque las tardías actuaciones sobre Bosnia y Kosovo tuvieron más que ver con las vacilaciones de Occidente que con el temor o respeto hacia la actitud proserbia de Rusia, el país de Yeltsin sí consiguió desvinculase del seguidismo que, por ejemplo, caracterizó a la URSS durante la crisis del golfo Pérsico de 1990-1991, y ofrecerse al mundo como una potencia con la que había que contar y que tenía sus propios enfoques geopolíticos, muchas veces divergentes de los de Estados Unidos y sus aliados europeos por mucho que les pesara. Así, en febrero de 1994 entró en juego una diplomacia rusa más resuelta que arrancó de los serbobosnios un compromiso de retirada de las armas pesadas del cerco de Sarajevo, tan incierto como suficiente para que la OTAN, en el fondo aliviada de que los rusos asumieran el papel de palomas en el conflicto, desistiera de un ataque aéreo en represalia por la última masacre de civiles en la ciudad.

Los enviados rusos consiguieron acuerdos puntuales de alto el fuego y de levantamiento de cercos militares en Bosnia y Croacia, y como los países occidentales todavía preferían pensar que una solución exclusivamente negociada a la guerra en el primer país era posible, accedieron gustosos a que Moscú se encargara de hacer entrar en razón a las autoridades de la autoproclamada Republika Srpska. Se procedió a un reparto de papeles que dio lugar en abril de 1994 al denominado Grupo de Contacto de países implicados en los procesos de paz de Bosnia. Cuando en agosto de aquel año el presidente serbio Slobodan Milosevic escenificó la ruptura con sus protegidos de Bosnia por su negativa a sumarse al último plan de paz, Yeltsin se encontró más libre para estrechar las relaciones entre dos naciones eslavas que se consideraban muy ligadas.

El verano de 1994 marcó el canto de cisne de la amable contemporización de los dirigentes occidentales con "el amigo Borís". El presidente ruso, en el cénit de su exuberancia mediática, fue invitado a la cumbre del G-7 en Nápoles el 8 de julio, y tras su encuentro bilateral con Clinton del día 10 declaró con entusiasmo que, puesto que había sido integrada en las discusiones políticas, Rusia era virtualmente el octavo socio del restringido club de potencias y su condominio sobre el "poder institucional planetario". Asimismo añadió que aquellas podían estar seguras de que "el oso ruso no iba a entrar rompiendo las ventanas".

Entre el 24 y el 28 de septiembre recaló en Londres, Nueva York —para asistir a la Asamblea General de la ONU— y Washington, y la idea más reiterada fue el rechazo a los planes de ampliación de la OTAN, a su juicio un obstáculo muy serio en la búsqueda de nuevas estructuras de seguridad abiertas a todos los estados. En su nueva cumbre con Clinton, desarrollada los días 27 y 28, Yeltsin hizo votos por acelerar los compromisos adquiridos en el tratado START-II, cuya ratificación por la Duma estaba pendiente. El 31 de agosto de aquel año Yeltsin presidió en Berlín con el canciller Helmut Kohl la salida de las últimas tropas rusas del territorio de la antigua República Democrática Alemana (el mismo día lo hicieron las unidades acantonadas en Letonia y Estonia) y ambos se juramentaron para que nunca más hubiera una guerra entre los dos países. Para Yeltsin, ese fue "el día de la reconciliación definitiva" entre Rusia y Alemania, y estimó que los soldados rusos partían "en la creencia de que nunca más vendría una amenaza desde suelo alemán".

Durante la que para los nostálgicos del pasado soviético fue una jornada triste para Rusia, Yeltsin proporcionó un festivo espectáculo a la concurrencia, improvisando la dirección de una orquesta militar batuta en mano y cantando la célebre Kalinka. Unas semanas después, el 30 de septiembre, de vuelta de su viaje a Estados Unidos, hizo escala en Dublín con la intención de mantener un desayuno de trabajo con el primer ministro irlandés John Reynolds (quien había acortado un viaje por Australia a tal fin), pero éste esperó en vano a que el ruso bajara del avión en la misma pista del aeropuerto internacional de Shannon. Luego, en Moscú, Yeltsin explicó el suceso: "lo único que pasó es me quedé dormido y mis guardaespaldas tenían órdenes de no despertarme"; aunque por doquier se escuchó la versión de un exceso etílico del presidente.

A medida que las cámaras de televisión robaban imágenes de un Yeltsin tambaleante y necesitado del sostén de un escolta o un presidente de la CEI, la oposición se preguntó si Yeltsin no estaría incapacitado para gobernar, bien por su excesiva afición al vodka, bien por un estado de salud quebradizo. Estas situaciones excéntricas, insólitas en un estadista, más las destemplanzas verbales que empezaron a adornar su discurso, fueron recibidas con educada cortesía por unos dirigentes occidentales que, si por un lado estaban impacientes por la incapacidad de Rusia para levantar cabeza pese a los miles de millones invertidos y desconcertados por el carácter cambiante de su primer dirigente, por el otro pensaban que Yeltsin al menos era un líder razonable, abierto a las relaciones personales y comprometido con la superación del pasado de su país. Las humoradas y los síntomas de debilidad física de Yeltsin, en cambio, disgustaban profundamente a la opinión pública rusa, que sentía que su presidente era objeto de chanza por los extranjeros y le hacía un flaco favor a la imagen internacional del país, en lo sucesivo tan susceptible de compararse en su trayectoria con la crecientemente errática actuación de su máximo responsable.


11. Enfoque neoimperial de la CEI y la guerra de Chechenia

A medida que curtían su discurso ante Occidente, Yeltsin y sus colaboradores también desplazaron su concepto de la CEI hasta hacerla una especie de instrumento al servicio de un proyecto de reconstrucción nacional ruso. Organización que no terminaba de articularse como un verdadero espacio común en lo político, lo económico y lo militar, y pálido remedo, por ejemplo, de la UE, la CEI, a iniciativa rusa, siguió aprobando un rosario de acuerdos de integración en cuya aplicación realmente no confiaban la mayoría de los socios, cada vez más dispuestos a trabar alianzas bilaterales y subregionales para beneficiarse o defenderse de la omnipresencia rusa, según fueran los intereses de cada república.

En el bienio 1993-1994 la vigorización de la CEI por la iniciativa interesada de Moscú registró varios éxitos que, por de pronto, fortalecieron la respetabilidad y el prestigio de Yeltsin entre sus colegas. Cuando en la cumbre de Ashjabad en diciembre de 1993 tocó elegir el primer presidente de turno de la Comunidad, no había duda de quien debía iniciar la rotación. Se dio el hecho incluso de que aquellos mandatarios quejosos e irritados por lo que consideraban injerencias y hasta conspiraciones de inequívoca procedencia rusa, tendían a no incriminar personalmente a Yeltsin y a descargar las responsabilidades sobre "fuerzas ocultas", "servicios de inteligencia" y "partidos de la guerra".

En la cumbre de Moscú del 24 de septiembre de 1993, en plena crisis con los diputados, Yeltsin consiguió que nueve presidentes (todos excepto el ucraniano Kravchuk y el turkmeno Saparmurat Niyazov, los cuales prefirieron observar su evolución) suscribieran el Tratado de Unión Económica, que preveía la libre circulación de mercancías en el espacio CEI, la unificación de los regímenes aduaneros y una geometría variable para las políticas monetarias nacionales, crecientemente reacias a la permanencia en el área del rublo. Azerbaidzhán, cuyo presidente Heydar Aliev (un veterano y alto nomenklaturista que hasta el final había permanecido leal al PCUS) acababa de hacerse con el poder en Bakú en una jugada de la que no estuvo ausente la inteligencia rusa, confirmó su regresó a la CEI, de la que se había separado el anterior presidente, el nacionalista Abulfaz Elchibey.

Poco después, el 22 de octubre, era Shevardnadze quien, tras varios meses de resistirse, metía por decreto a Georgia en la CEI. El atribulado ex ministro de Exteriores soviético ya dependía de los rusos para mantener pacificada Osetia del Sur, acababa de perder la guerra con los secesionistas de Abjazia por la calculada ambigüedad de esos mismos efectivos y ahora hacía frente a una peligrosa rebelión de los gamsajurdistas, así que no tuvo otro remedio que pedir el auxilio de Moscú. En noviembre esta intentona quedó frustrada, pero la vuelta al redil ruso tenía su precio: la vigilancia compartida de las fronteras georgianas y el establecimiento de bases militares. El 3 de febrero de 1994 Yeltsin y Shevardnadze firmaron en Moscú un Tratado de Amistad y Cooperación y, no casualmente, el 14 de mayo siguiente los abjazios accedieron a firmar el cese de hostilidades. El 15 de junio 3.000 soldados rusos adscritos a la fuerza de pacificación aprobada por la CEI comenzaron a desplegarse en la zona.

Con los armisticios de Moldova y Georgia y los precarios ceses de hostilidades para el enclave de Nagorno-Karabaj (de mayoría armenia pero perteneciente a Azerbaidzhán), arrancado por Grachev en Moscú el 16 de mayo, y para Tadzhikistán, alcanzado el 17 de septiembre en Teherán con la intermediación rusa, para otoño de 1994 una suerte de pax rusa se extendía sobre los costados más conflictivos de la CEI, si bien en todos los casos quedaban pendientes de resolver los problemas políticos y territoriales que habían desatado las guerras civiles.

No fue casual que fuera precisamente en ese momento de relativo sosiego en la CEI y de resurgimiento diplomático-militar cuando el poder ruso reavivó su interés por lo que sucedía en Chechenia. Desde 1991 la república presidida por Dudáyev se había desenvuelto como un ente soberano de hecho, acumulando pertrechos militares en previsión de una intervención rusa y auspiciando una coalición de pueblos montañeses norcaucásicos que tenían como nexos el frentismo al orden federal ruso y al irredentismo osetio, la solidaridad con Gamsajurdia (muerto en combate en diciembre de 1993) y la causa abjazia, y la promoción del acervo cultural común.

En el SBRF se impuso la solución militar al problema checheno que favorecían los ministros de fuerza, es decir, Grachev, Yerin y el nuevo director del FSK, Serguéi Stepashin, además del secretario del propio Consejo desde septiembre de 1993, Oleg Lobov, hasta ahora primer viceprimer ministro. Del lado de la moderación se identificaron a Chernomyrdin y Kozyrev. El 16 de enero de 1994 Dudáyev hizo proclamar la República Chechena de Ichkeria. En el verano de ese año Yeltsin dio el visto bueno a la liquidación de la rebeldía chechena, pero primero se exploró la vía indirecta de alentar la formación de un contrapoder a las autoridades de Grozny. Cuando el 27 de noviembre fracasó una incursión de opositores armados contra la capital pese a la cobertura aérea rusa, Yeltsin encontró la ocasión para conminar a los chechenos a que cesaran en sus querellas internas so pena de introducir el estado de emergencia en la república y movilizar a las fuerzas federales para hacerlo cumplir.

Mientras Yeltsin asistía a la cumbre de la CSCE en Budapest, el 5 y 6 de diciembre de 1994, unidades rusas se movilizaban en la frontera con Chechenia listas para intervenir. La invasión comenzó el 11 de diciembre con bombardeos masivos por tierra y aire, con Grozny como principal objetivo. Pero pese a los partes triunfalistas sobre una rápida conclusión de lo que se presentaba, no como una campaña militar, sino como una operación de orden público, lo que Yeltsin se encontró fue el más mortificante quebradero de cabeza hasta el final de su mandato. En efecto, los chechenos plantearon una resistencia encarnizada y la primera tentativa de asalto ruso a Grozny terminó, el 2 de enero de 1995, en un completo desastre. Sólo la asunción de elevadas pérdidas propias y el recurso a todos los medios militares, sin reparar en destrucciones y mortandad entre la población civil, permitió al Kremlin seguir adelante con una ofensiva en la que estaban en juego el prestigio nacional y no pocas carreras personales. El 8 de febrero las tropas completaron el control de la devastada capital chechena y hasta el 19 de abril fueron cayendo los centros urbanos de Argún, Gudermés, Shali y Bamut.

En apariencia, el orden federal volvía a regir en Chechenia, pero Dudáyev, su Gobierno y su Estado Mayor escaparon a las áreas montañosas y allí reorganizaron sus fuerzas dispuestos a seguir batallando mediante una guerra de guerrillas combinada con acciones terroristas. A lo largo de 1995 los sucesivos acuerdos de alto el fuego y desmilitarización no fueron aplicados y los dramáticos episodios, de valor más propagandístico que militar, de las incursiones con captura masiva de rehenes por comandos chechenos en las ciudades rusa de Budennovsk, en junio de 1995, y daguestaní de Kizlyar (más la sangrienta batalla a que dio lugar en la localidad de Pervomáiskoye), en enero de 1996, no sólo pusieron en evidencia la pésima organización y desmotivación de un Ejército basado en reclutas, sino que convencieron a la opinión pública de que la guerra de Chechenia podía convertirse en un nuevo Afganistán.

El penoso desenlace de la crisis del hospital de Budennovsk, ciudad del territorio de Stavropol, con la muerte de 94 de los aproximadamente 1.600 rehenes que fueron tomados por los terroristas (así como de 35 policías y soldados) tanto durante el ataque inicial de aquellos como en los dos asaltos fallidos de los efectivos rusos, más la retirada impune a las montañas del comandante guerrillero Shamil Basáyev y sus hombres escudados en 150 rehenes que finalmente fueron puestos en libertad y como parte de negociaciones conducidas por Chernomyrdin que produjeron también un alto el fuego de tres días en el conjunto de las operaciones militares, obligó a Yeltsin a depurar responsabilidades para salvar la cara ante la Duma. El 30 de junio el presidente "aceptó" las dimisiones de Yerin, Stepashin y el viceprimer ministro Nikolai Yegórov, esto es, tres representantes del denominado partido de la guerra.

Al primero de la lista le reemplazó Anatoli Kulikov y al segundo Mijaíl Barsukov, ambos dos altos oficiales identificados con las tesis de dureza frente a los chechenos (Kulikov, de hecho, venía comandando las operaciones bélicas en la república). Barsukov de lo que tomó posesión fue del nuevo Servicio Federal de Seguridad (FSB), que el 12 de abril había reemplazado al FSK. El FSB no sólo se ocupaba de las operaciones de inteligencia exteriores, sino también de amplios cometidos en la seguridad interior, como la lucha contra el crimen organizado y el terrorismo y la vigilancia de las instalaciones nucleares, por lo que se observó como el heredero final del KGB.

La sensación de precariedad de los federales en Chechenia en 1995 coincidió con los primeros problemas serios de Yeltsin con su corazón. En julio estuvo hospitalizado dos semanas por un ataque de isquemia y a finales de octubre nuevos dolores en el pecho urgieron otro internamiento que se prolongó durante un mes. En los dos casos Yeltsin silenció cualquier murmullo sobre una declaración de incapacidad (que habría dejado a Chernomyrdin como presidente en funciones) y siguió firmando decretos, vetando proposiciones de ley o recibiendo a huéspedes en su habitación del hospital. Pero los medios de comunicación se preguntaban quien dirigía los hilos en el Kremlin durante estas ausencias cada vez más prolongadas.

Fue en esta época cuando cobró notoriedad el magnate de las finanzas y la comunicación Borís Berezovski. Omnipresente e intrigante, Berezovski era sólo el más conspicuo de un grupo de grandes empresarios de la banca, la industria, los monopolios energéticos y los medios informativos. Estos personajes, genéricamente denominados por el público los oligarcas, habían levantado en pocos años fabulosas fortunas que para la mayoría de la población sólo podían proceder de la compraventa de favores políticos al Kremlin.

Entre tanto, la situación estratégica en Chechenia se aparejaba en malos términos para Rusia. La ofensiva sorpresa de los chechenos contra Grozny del 6 al 10 de marzo de 1996 obligó a Moscú a sentarse en una mesa de negociación y a atender todas las demandas de los separatistas. El 27 de mayo siguiente Yeltsin y el sustituto provisional de Dudáyev (fallecido en un ataque de misiles ruso el 21 de abril), Zelimján Yandarbíyev, firmaron un alto el fuego en Moscú que entró en vigor cuatro días después con graves violaciones. El 10 de junio siguiente las delegaciones acordaron en Nazrán la retirada rusa y el desarme checheno para facilitar un arreglo político, pero hasta la entrada en escena del general Alexandr Lébed el conflicto checheno no se encarriló por la vía de la paz.


12. Reválida electoral y el factor Lébed

Desde 1994 Yeltsin, para quitarle argumentos a una Duma más cooperadora de lo esperado, fue vaciando de elementos radical-liberales el Gobierno de Chernomyrdin. Algunos ministros fueron transferidos a otras oficinas administrativas, otros quedaron definitivamente marginados del poder y hubo quienes regresaron por necesidades de la coyuntura y en función del humor del jefe del Estado. Con estos recambios se mitigaron algunos de los aspectos más controvertidos de las reformas (imagen de excesiva complacencia con el capital occidental, desorden financiero y normativo, impacto social de la reconversión), pero las privatizaciones, pilar básico de las transformaciones socioeconómicas, no fueron cuestionadas.

Sobrio y acomodaticio, durante seis años Chernomyrdin gozó del favor de Yeltsin por su discreción política y su identificación con el papel de escudo frente a todo tipo de dicterios de los que era objeto el Kremlin, tal como aquel parecía concebir la figura del primer ministro. El 12 de mayo de 1995 Chernomyrdin constituyó el bloque electoral Nuestra Casa Rusia (NDR). De signo reformista y centrista y con la vocación de construir una amplia base de apoyos, NDR fue rápidamente calificada desde diversos frentes de partido del poder, posición codiciada después de que la desfallecida DVR de Gaidar dejara de ser útil a Yeltsin. Lo que ahora le interesaba a éste era frenar las excelentes perspectivas del KPRF, hostil a las privatizaciones, y restarle protagonismo sobre política exterior al lenguaraz Zhirinovski, así que concedió su patrocinio al proyecto de Chernomyrdin y otras altas personalidades del Ejecutivo.

Ahora bien, los comicios adelantados del 17 de diciembre de 1995 tampoco cumplieron las perspectivas. El partido de Zyugánov se consolidó como el primero de Rusia con el 21% de los votos y 150 escaños y, pese a su derrumbe, el LDPR todavía sacó más sufragios por el sistema proporcional que NDR. El partido de Chernomyrdin cosechó unos muy discretos 10,1% de los votos y 52 escaños, apenas un par más de actas que el LDPR o el Yábloko por separado. La conversión de la DVR en una fuerza testimonial (4,2% de votos y 10 escaños) certificó el eclipse de las fuerzas doblemente comprometidas con el capitalismo liberal y el europeísmo. El 17 de enero de 1996 los comunistas colocaron a uno de los suyos en la presidencia de la Duma, Guennadi Seleznyov, y consiguieron la cabeza de Chubáis, cesado en el Gobierno, donde venía sirviendo de primer viceprimer ministro desde noviembre de 1994.

Mientras en Chechenia las perspectivas para los federales no eran halagüeñas, en Moscú la renqueante salud de Yeltsin desató la rumorología sobre si el presidente iba a presentarse o no a la reelección en junio de 1996. De hacerlo, tendría que vérselas con un Zyugánov no especialmente atractivo pero sí receptor de millones de votos de disciplinados comunistas, y con la estrella ascendente de la política nacional, el carismático general y diputado Aleksandr Lébed. De voz tronante y verbo lapidario, Lébed ganó una enorme popularidad por sus llamamientos a una regeneración nacional y sus diagnósticos implacables sobre el estado de incuria y corrupción que afligía al Ejército, la administración federal y los gobiernos locales. Citando a menudo a Augusto Pinochet, de Gaulle o Eisenhower como patrones a seguir, el varias veces condecorado ex militar planteó una confusa pero atrayente mezcla para el ciudadano de a pie de autoritarismo resolutivo, nacionalismo y reformismo. De entrada, consideró urgente solucionar por la vía negociada el marasmo de Chechenia, cuya invasión y ocupación venía evaluando en términos negativos.

El peligro de derrota para Yeltsin, que nunca había estado tan bajo en las encuestas de opinión (en enero de 1996 incluso se le situaba por debajo de Yavlinski), era real, de manera que los oligarcas afectos al Kremlin arrimaron el hombro con los colaboradores diarios del presidente, los no menos influyentes oficiales de la seguridad e intendentes de su administración, para asegurar la reelección de un estadista que les aseguraba, pese a las incertidumbres intrínsecas a su carácter tornadizo, la continuidad del sistema de favores y prebendas en pago a la lealtad y al servicio político. La movilización financiera y mediática, centrada en aventar las catástrofes sin cuento que se cernerían sobre el país de ganar el líder comunista, constituyó un éxito. En la primera ronda, el 16 de junio, Yeltsin se alzó con el 35,2% de los votos y consiguió que pasara a la vuelta con él Zyugánov, candidato fuerte pero con un techo electoral difícilmente franqueable, que obtuvo el 32%. Por Lébed sólo se decantó el 14,5% de los votantes, seguido de Yavlinski y un muy disminuido Zhirinovski. La anécdota de la jornada la protagonizó Gorbachov y su simbólico 0,5% de los sufragios.

48 horas después de cerrarse las urnas Yeltsin cogió por sorpresa a todos con un golpe maestro nombrando a Lébed secretario del SBRF en lugar de Lobov, que fue devuelto al Gobierno como viceministro, y su asesor sobre seguridad nacional. Con otro decreto cesó al muy impopular Grachev, cuya caída estaba cantada desde hacía meses, y el 17 de julio, un día después de rescatar a Chubáis poniéndole al frente de la Administración Presidencial, nombró ministro de Defensa al general Igor Rodionov, sugerido por Lébed, al cabo de una interinidad del general Mijaíl Kolesnikov. El ambicioso Lébed no pudo resistir la invitación de Yeltsin a controlar importantes palancas del poder, aunque de entrada la contrapartida era su apoyo de cara a la segunda vuelta del 3 de julio.

Dentro de esta estrategia electoral, el 19 de junio Lébed, con carta blanca para reorganizar el SBRF, anunció a bombo y platillo la "desarticulación de un complot" en los círculos militares afectos a Grachev, y un día después Yeltsin despidió a Barsukov al frente del FSB, al primer viceprimer ministro desde 1993, Oleg Soskovets, y al responsable del Servicio Presidencial de Seguridad (PSB, creado en diciembre de 1993), Aleksandr Korzhakov. Los tres estaban considerados halcones en lo referente a Chechenia, pero además a Korzhakov, desde 1987 hombre del círculo cerrado de Yeltsin en tanto que jefe de sus guardaespaldas (y por tanto buen conocedor de sus controvertidos hábitos privados) y que recientemente había alcanzado un estatus similar al de ministro, se le tenía por un auténtico cancerbero del presidente, fiscalizando el protocolo e terciando en la agenda política. Korzhakov detentaba un coto de poder que Lébed no podía tolerar.

De acuerdo con el decreto-ley del 2 de julio, el PSB perdía su autonomía operativa, dejaba de estar directamente subordinado a la Presidencia y, en la práctica, cesaba su interferencia en las decisiones políticas. El nuevo PSB se convirtió en una oficina supeditada al nuevo Servicio de Protección Federal (FSO), creado el 19 de junio a partir de la Administración Principal para la Protección de la Federación Rusa (GUO) y cuyo jefe era Yuri Krapivin. En cuanto al SBRF, seguía teniendo su estatus legal en el aire, ya que la Constitución estipulaba que dicha organización debía estar regulada por ley federal, y tal norma aún no se había promulgado.

Los comentaristas de prensa y la clase política hablaron tanto de luchas entre facciones rivales en el Kremlin, nido de numerosos servicios de seguridad que rivalizaban entre sí y se zancadilleaban, como de simple decapitación de personajes antipáticos para la opinión pública con la mirada puesta en las urnas. Sea como fuere, el 3 de julio, sin sorpresas ya, Yeltsin fue confirmado con el 53,8% de los votos frente al 40,3% de Zyugánov. El 9 de agosto prestó juramento de su segundo mandato en una rápida ceremonia para excusar su debilidad física. En septiembre el cardiólogo de Yeltsin revelaría que la indisposición sufrida en vísperas de la segunda vuelta de julio (cuando votó en un sanatorio sin otro acceso que una cámara de televisión para dejar constancia del evento) no fue sino un ataque al corazón.

La jura del 9 de agosto fue saludada con una furiosa contraofensiva de las fuerzas chechenas contra Grozny, Argún y Gudermés, tras un mes de intensos combates que habían hecho saltar en pedazos la tregua de mayo. La capital fue parcialmente recuperada por los chechenos y Yeltsin, oliéndose la derrota, envió a Lébed de plenipotenciario con la orden de negociar con Yandarbíyev y su jefe de Estado Mayor, Aslán Masjádov, un alto el fuego. A pesar de los intentos de los comandantes rusos de torpedearlo con un ultimátum de rendición so pena de destruir Grozny, Lébed alcanzó el 22 de agosto con Masjádov en la aldea de Novye Atagi un alto el fuego definitivo que entró en vigor al día siguiente. El 31 de agosto ambos suscribieron en la ciudad daguestaní de Jasavyurt un documento global de cese de hostilidades y al punto tropas respectivas iniciaron la retirada de Grozny.

Casi dos años de combates habían causado unos 40.000 muertos, por citar una cifra equilibrada entre los partes ruso y checheno, de los que 5.300 habrían sido tropas rusas en datos reconocidos por el Kremlin (no obstante, las organizaciones de madres de soldados, que informaron de gran número de desaparecidos, elevaron esta cifra a los 14.000). La duda que albergaban ahora muchos rusos era si la campaña militar había sido la respuesta adecuada a un gran peligro para los intereses nacionales o una maniobra de distracción de problemas no menos acuciantes. Aunque en términos desventajosos para Rusia, ya que la desmilitarización suponía la completa retirada militar de la república y el retorno al status quo anterior a la invasión de 1994 —demostrada, por tanto, tan costosa como inútil—, la habilidad de Lébed había puesto fin a la pesadilla de Chechenia, con el consiguiente relanzamiento de su popularidad y la actualización de su perfil de presidenciable. En ningún momento desde su promoción en junio había dejado Lébed de pugnar para adquirir parecelas de poder y sus ambiciones, exhibidas sin pudor, parecían no conocer límites.

Así que el 17 de octubre, horas después de ser acusado por los ministros Kulikov y Rodionov de preparar un golpe de Estado, Yeltsin le destituyó sin miramientos de sus dos puestos oficiales arguyendo que había tomado una serie de "iniciativas personales perjudiciales para Rusia" sin su aprobación, como especular sobre la convocatoria de elecciones presidenciales anticipadas o proponer la restauración del puesto de vicepresidente de la República —para el que no tuvo empacho en postularse a sí mismo—, y zancadilleado el trabajo de miembros del Gobierno. La Secretaría del SBRF fue para Iván Rybkin, oficial más manejable que en enero anterior había dejado la presidencia de la Duma para unirse al aparato presidencial con el aval de Chernomyrdin.

A pesar de la remoción de un hombre que siempre había sido considerado un advenedizo en la corte del Kremlin, el proceso de distensión en Chechenia siguió su curso. El 23 de noviembre Chernomyrdin y Masjádov firmaron en Moscú un acuerdo interino sobre cuestiones civiles, el 5 de enero de 1997 los últimos soldados rusos abandonaron la república y el 12 de mayo siguiente Yeltsin y Masjádov (ya elegido presidente de la república) estamparon su firma a un tratado de paz que el segundo se apresuró en interpretar como el reconocimiento de su país como sujeto de derecho internacional. El caso fue que desde el acuerdo de Jasavyurt, que hablaba de posponer cualquier decisión sobre el estatus del territorio hasta el 31 de diciembre de 2001, Moscú pareció resignarse a una independencia de facto de Chechenia, en tanto sus autoridades le dieran garantías sobre la exportación del petróleo checheno y la integridad del tramo local del oleoducto Bakú-Novorossiisk, vital para poder competir con la ruta georgiano-turca en el transporte del prometedor petróleo de Azerbaidzhán.


13. Concurrencias y desencuentros con Occidente

La guerra de Chechenia, en la que Rusia se comportó con una lógica imperial y no ahorró padecimientos innecesarios a la población civil, empeoró notablemente las relaciones con Occidente, pero tampoco se trató de una cuña envenenada, pues los gobiernos concernidos prefirieron no forzar las censuras más allá de lo que les exigían sus respectivas opiniones públicas y admitir el derecho de Moscú a solventar un problema de seguridad presentado como estrictamente interno.

El 10 de mayo de 1995 Clinton visitó de nuevo a Yeltsin en Moscú y sólo hizo una exhortación cortés a prolongar el alto el fuego entonces vigente. La cumbre estuvo centrada en las complicadas relaciones Rusia-OTAN, que registraron otro avance el 31 de mayo con la entrega por Kozyrev en el Consejo Atlántico de Noordwijk, Holanda, del Programa Individual de la ApP y de la especificación del sistema de consultas 16+1, esto es, entre los estados miembros de la OTAN y Rusia. El 17 de junio siguiente Yeltsin asistió en Halifax, Canadá, a la cumbre anual del G-7, que por primera vez se definió como G-8 para los aspectos políticos. El 17 de julio fue la UE la que desatascó su relación con Rusia de resultas de la guerra de Chechenia y adoptó el Acuerdo Provisional de Comercio y Asuntos Relacionados, que adelantó la aplicación de los aspectos tarifarios y arancelarios del AAC de 1994. Este acuerdo interino entró en vigor el 1 de febrero de 1996, mientras que el AAC no lo hizo hasta el 1 de diciembre de 1997.

El AAC Rusia-UE brindaba un marco institucional de relaciones, con dos cumbres anuales de los presidentes de Rusia, de la Comisión Europea y del Consejo de la UE en la persona del gobernante del Estado miembro que ostentase la presidencia semestral de turno, y reuniones anuales del Consejo de Cooperación a nivel ministerial, en un abanico de materias muy amplio —economía, comercio, ciencia, energía, medio ambiente, transporte, asuntos de justicia e interior—, junto con un diálogo político en cuestiones de democracia, Derechos Humanos y aspectos internacionales de común interés. La primera sesión del Consejo de Cooperación Rusia-UE, con la participación de los ministros de Exteriores, tuvo lugar el 27 de enero de 1998, y este año se celebraron las dos primeras cumbres de presidentes: en Birmingham, el 15 de mayo, y en Viena, el 27 de octubre, a la que Yeltsin no pudo asistir por problemas de salud, enviando en su lugar al primer ministro Primakov.

El 21 de octubre de 1995 Yeltsin se reunió con el presidente francés Jacques Chirac en París y dos días después lo hizo con Clinton en Nueva York con motivo de la 50ª Asamblea General de la ONU. Estaban a punto de comenzar las negociaciones de paz de Dayton que iban a poner fin a la guerra de Bosnia y permitir una vez más a Rusia figurar entre las potencias tutelares de un arreglo que, con todo, había sido arrancado a la parte serbia por los bombardeos de la OTAN. La cita de Hyde Park fue tal vez la última entre los dos líderes en que trascendió una sintonía personal. Yeltsin todavía hizo exhibición de un sentido del humor que le provocó a Clinton un incontrolable ataque de risa en el curso de una rueda de prensa.

La sustitución el 9 de enero de 1996 de Kozyrev, largamente exigida por la Duma, por el poco sospechoso de prooccidentalismo Yevguieni Primakov, causó hondo desaliento en los gobiernos occidentales, que presintieron la reafirmación nacionalista de un ejecutivo ruso crecientemente dúctil a las exigencias de la mayoría comunista de la Duma como salvaguarda frente a mociones de censura. El apaciguamiento del conflicto checheno permitió también a Rusia entrar en el Consejo de Europa el 28 de febrero, pese a las reticencias de varios de sus miembros. A lo largo del año Yeltsin se reunió con Clinton con motivo de dos encuentros multilaterales: la cumbre internacional antiterrorista en Sharm el-Sheikh, Egipto, el 13 de marzo, y la cumbre especial del G-8 sobre seguridad nuclear en Moscú, del 19 al 21 de abril.

En la cumbre bilateral de Helsinki del 20 y 21 de marzo de 1997 Yeltsin advirtió a Clinton que su país seguía sin ver con buenos ojos cualquier ampliación de la OTAN, si bien admitió que tendría que resignarse a la entrada, por ejemplo, de checos, polacos y húngaros. Pero lo que no iba a admitir bajo ningún concepto era la adhesión de los estados bálticos y las repúblicas ex soviéticas miembros de la CEI, ya que ello convertiría a Rusia en un país de frontera con la Alianza y su concepto de seguridad nacional se vería gravemente trastocado.

Tras varias ronda de reuniones entre Primakov, la secretaria de Estado de Estados Unidos Madeleine Albright y el secretario general de la OTAN Javier Solana, el 27 de mayo de 1997 Yeltsin y los mandatarios de la Alianza firmaron en París la denominada Acta Fundacional sobre las Relaciones entre la OTAN y Rusia. El término acta fue propuesto por Solana para conciliar las calificaciones de acuerdo, de carácter ejecutivo y con un rango cercano al de tratado, deseado por los rusos, y el más ambiguo de carta considerado al principio por los aliados. Yeltsin encontró el documento satisfactorio para los intereses rusos, pues si bien al final éste carecía de obligación jurídica, la OTAN se comprometía a no desplegar armas nucleares y aumentar sustancialmente las fuerzas convencionales en los nuevos estados miembros, y se vinculaba al ámbito de consultas y cooperación con Rusia sobre un abanico de materias en el seno de un mecanismo político, el Consejo Conjunto Permanente, que disponía de una sencilla estructura institucional y un marco de reuniones flexible a los niveles de comités de trabajo, embajadores, ministros de Defensa y Exteriores, y jefes de Estado y de Gobierno.

En última instancia, una hipotética deflagración de tipo étnico o nacionalista en Europa pondría a juego esa voluntad común de construir una "Europa estable, pacífica y sin divisiones mediante una asociación fuerte y duradera" más allá de los compromisos formales, pero por de pronto Rusia dibujaba el segundo círculo del esquema de seguridad de la OTAN, bastante más integrado que el también nuevo Consejo de Asociación Euro-Atlántica (CAEA), participado por 28 países no miembros. De hecho, el nivel de asociación de Rusia era total; no contemplaba sólo el derecho de veto sobre las decisiones de la Alianza y la vigencia del artículo del Tratado del Atlántico Norte que establece la defensa colectiva. El día de la firma en París un satisfecho Yeltsin anunció que los misiles rusos dejaban de apuntar a los países de la OTAN.

El mandatario ruso asistió a la cumbre del G-8 en Denver del 20 al 22 de junio de 1997 y tuvo otra cita con Clinton. Pero en lo sucesivo no ahorró gestos e iniciativas destinados a, en sus propias palabras, "frenar la influencia de Estados Unidos en Europa". Así, durante la II Cumbre del Consejo de Europa, en Estrasburgo el 10 y 11 de octubre, acordó con Chirac y Kohl crear un nuevo eje de cooperación Rusia-Francia-Alemania con cumbres anuales. La primera reunión de peculiar troika informal tuvo lugar en Moscú el 26 de marzo de 1998. Todavía más significación encerró el anuncio en Beijing el 10 de noviembre de 1997 con el presidente chino Jiang Zemin de que los dos países sellaban una "alianza estratégica" con la vocación de contener la hegemonía de Estados Unidos en los asuntos mundiales. Los dos estadistas expresaron su rechazo a la configuración de un "orden monopolar" en el mundo y a la ampliación de la OTAN, y en el terreno más práctico concluyeron la demarcación de la extensa frontera oriental, que, pendientes algunos tramos en las cuencas de los ríos Amur, Argún y Ussuri, liquidaba un litigio arrastrado desde el pasado imperial de los dos países.

Cuando Yeltsin y Clinton volvieron a reunirse con motivo de la cumbre del G-8 en Birmingham, del 15 al 17 de mayo de 1998, ya había estallado el conflicto en Kosovo. Moscú se opuso tajantemente a cualquier intervención de la OTAN contra Serbia que no contara con el aval del Consejo de Seguridad de la ONU e insistió en reconducir la crisis por la vía negociada. A la cumbre bilateral de Moscú del 1 al 3 de septiembre siguiente los presidentes acudieron en un momento personal bajo, con dificultades domésticas (el escándalo Lewinski en el caso de Clinton, la aguda crisis económica y política en el de Yeltsin) y una agenda plagada de desarreglos, de los que el dispositivo militar de la OTAN contra Serbia era sólo el más estridente. El escenario de frialdad se sustentaba también de las ventas rusas de tecnología para usos militares a China, de componentes de misiles balísticos a Irán y de misiles de defensa antiaérea a Chipre, y de la negativa estadounidense a levantar el embargo a Irak. A lo largo de 1998 el entorno del Kremlin agitó el espectro de una "nueva Guerra Fría" si Occidente cometía "excesos" en la pacificación de los Balcanes.

El ataque final de la OTAN a Serbia en 1999 por la represión de la mayoría albanesa de Kosovo, que finalmente no contó con la cobertura de la ONU, marcó el punto más bajo de las relaciones con Estados Unidos. Hasta el último momento Primakov, a la sazón entonces primer ministro, bregó para que Milosevic hiciera concesiones sobre un principio de retirada militar de Kosovo y de retorno de los refugiados que frustrara la determinación belicista de la Alianza, pero el autócrata serbio nunca había sido un amigo agradecido y ahora tampoco le ahorro a Rusia el trance de una guerra contra un país eslavo a la que tendría que asistir de comparsa. Los aliados insistieron en el cumplimiento estricto de los acuerdos de Rambouillet, que la delegación yugoslava se negó a firmar.

El mismo día del comienzo de las operaciones áreas, el 24 de marzo, un encolerizado Yeltsin ordenó la suspensión de los programas de cooperación con la Alianza y añadió que su país se reservaba "el derecho a tomar las medidas necesarias, incluidas las militares, para defenderse a sí mismo y al conjunto de la seguridad europea". Mientras duró la campaña de bombardeos el presidente ruso, fuertemente presionado por una opinión pública y una clase política casi sin excepciones que exigían firmeza y solidaridad con el régimen de Belgrado, menudeó las declaraciones catastrofistas, llegando a predecir una "tercera guerra mundial" si los aliados no cesaban de inmediato su "bárbara acción" contra Serbia.

A pesar de los aspavientos, la ruptura con la OTAN no se produjo y, de una manera más terminante que en Bosnia, aquella permitió que la diplomacia rusa ablandara la resistencia de Milosevic mientras las ciudades eran objetivo de las bombas. La mediación de Chernomyrdin, nombrado enviado especial de Yeltsin en el conflicto, resultó decisiva para que el 3 de junio Milosevic se plegara al plan de paz del G-8, que pasaba por la rápida evacuación de las tropas yugoslavas de la provincia, el cese de los bombardeos aliados y la entrada de una fuerza internacional terrestre comandada por la OTAN, la KFOR. El 19 de junio Yeltsin asistió en Colonia a la que iba a ser su última cumbre del G-8 con satisfacción moderada, gracias al acuerdo alcanzado la víspera en Helsinki para la participación de 3.600 soldados rusos en la KFOR.

El sentir mayoritario en Rusia era que los países de la OTAN habían despreciado la opinión de Rusia y habían jugado sucio al saltarse la deliberación del Consejo de Seguridad de la ONU, donde el país habría ejercido su derecho de veto con toda seguridad. En cierta manera, se agudizó la sensación de que, pese a las buenas palabras, los aliados occidentales seguían viendo a Rusia con suspicacia, si no como a un enemigo potencial. Por el otro lado, sectores conservadores, sobre todo de Estados Unidos, pidieron más mano dura contra un país que violaba impunemente los Derechos Humanos en Chechenia, que exigía revisiones unilaterales de los topes de armamento convencional fijados por el tratado CFE para poder mantener más unidades acorazadas en el flanco del Cáucaso y que malrotaba cientos de millones de dólares en el sumidero de la negligencia y la corrupción.

Por el contrario, con Japón se alcanzó un nivel sin precedentes de cooperación política y económica, sobre todo en el bienio que gobernó el primer ministro Ryutaro Hashimoto, con el que Yeltsin estableció otra de sus relaciones ricas en empatías. Los dos mandatarios se reunieron en las cumbres del G-8 de Moscú en 1996 y Denver en 1997, y celebraron sendas "cumbres sin corbatas", para subrayar su magnífico grado de entendimiento, en la ciudad rusa de Krasnoyarsk el 1 y 2 de noviembre de 1997 y en el complejo turístico nipón de Kawana el 18 y 19 de abril de 1998. En estos encuentros se expresó la voluntad de firmar el tratado de paz ruso-japonés en 2000, pero los cambios de guardia antes de esa fecha y el refuerzo de las convicciones nacionalistas en ambos países rebajaron las perspectivas de una resolución a corto plazo de los conflictos pendientes.


14. Trasiego de primeros ministros y convulsiones económicas

1997 discurrió con cierta estabilidad política y económica. Al gabinete de Chernomyrdin se incorporaron en marzo destacados reformistas, entre ellos el veterano Chubáis, y el joven gobernador de Nizhni Nóvgorod, Borís Nemtsov, considerado entonces la estrella emergente del yeltsinismo más aperturista y liberal, que fueron promocionados a sendas vicejefaturas primeras del Gobierno con responsabilidad sobre la economía y la reforma de los monopolios energéticos, respectivamente; Chubáis recuperó, además, su antiguo cargo de ministro de Finanzas. Pese a sus repetidas recaídas (el 5 de noviembre de 1996 cedió los poderes durante 24 horas a Chernomyrdin mientras se le intervenía de una operación de puente cardíaco quíntuple, y el 8 de enero siguiente tuvo otra hospitalización en el Clínico de Moscú por una neumonía), con el nombramiento del equipo de Gobierno más liberal desde 1992 Yeltsin demostró una vez más que seguía controlando el poder, y de paso salió al paso de una eventual iniciativa del KPRF de destituirle basándose en su salud deficiente.

Durante muchos meses el Gobierno mantuvo artificiosamente contenido el déficit público congelando una serie de transferencias que se cargaron a los impagados y retrasos de los salarios de los funcionarios y trabajadores del Estado. Los problemas de liquidez del Estado se habían agravado de año en año desde el desplome del rublo el "martes negro" del 11 de octubre de 1994, cuando en una sóla jornada la moneda se depreció un 21% con respecto al dólar. Las privatizaciones habían avanzado con rapidez y para comienzos de 1998 mas de dos terceras partes de la actividad económica no estaba ya en manos del Estado. Ahora bien, los analistas encontraban que, más que un verdadero tejido industrial, lo que se había consolidado eran las prácticas oligopólicas y los nuevos monopolios a añadir a los estatales, empezando por el gigante Gazprom, florón del sector estratégico de la energía. En la capitalización por acciones de las empresas estaban menudeado las prácticas irregulares y descontroladas, dando lugar a concentraciones desmesuradas de poder, inmensos enriquecimientos y favoritismos de toda índole.

Peor aún, estos grandes inversores, que no se fiaban de la estabilidad del sistema que ellos mismos estaban configurando, prefirieron depositar sus capitales en cuentas bancarias en el extranjero o invertirlos en valores bursátiles de alto rendimiento, limitando las tasas de inversión productiva y contribuyendo a los problemas de iliquidez. En añadidura, la ausencia de un sistema tributario sólido imposibilitaba la redistribución social de los beneficios de la economía de mercado. No obstante tal acumulación de luces de alarma, 1997 terminó con una sensación de optimismo en los portavoces del Ejecutivo ruso, ya que el PIB había crecido por primera vez desde el colapso soviético —un pobre 1,4%— y la inflación descendido a la tasa del 14%. Se omitía que estas cifras se debían más a la asistencia exterior y a la ingeniería contable que a una bonanza económica en ciernes o un saneamiento del sistema. Mientras el índice de precios, la cotización del rublo y los tipos de interés se mantuvieron estables, el Estado no tuvo reparos en recurrir al endeudamiento para cubrir sus necesidades financieras.

El panorama tomó otro sendero el 23 de marzo de 1998 cuando Yeltsin, después de muchos rumores nunca plasmados, destituyó inesperadamente a Chernomyrdin y el Gobierno en pleno al cabo de una semana de eclipse político, debido, según se comentó, a las secuelas de la infección respiratoria contraída en diciembre, que había aconsejado la enésima hospitalización. El emblemático Chubáis, tocado por acusaciones de corrupción, ya no retornaría al Ejecutivo, aunque seguiría conservando una influencia en el Kremlin. Sobre su decisión sobre Chernomyrdin Yeltsin arguyó sólo motivos de gestión y no aludió a las aparentes ambiciones presidenciales de quien aspiraba a la condición de delfín pero que había perdido posiciones por el débil comportamiento electoral de NDR. Cuando días después, el ex primer ministro desveló su intención de presentarse candidato a presidente, cobró fuera la explicación de que Yeltsin, que luego de despedirle le había elogiado mucho por todos los años de servicio, había activado la "operación relevo" recomendada por el intrigante Berezovski, más influyente que nunca en los despachos del Kremlin y que el 29 de abril fue nombrado secretario ejecutivo de la CEI.

Yeltsin indicó la necesidad de un gabinete más enérgico en el combate contra los males estructurales y para presidirlo se decantó por Serguéi Kirienko, joven tecnócrata que venía sirviendo de primer viceprimer ministro desde el despido de Chernomyrdin después de encabezar el Ministerio de Energía y que se ubicaba en el círculo de Nemtsov. Sin vocación política conocida, aunque considerado hostil a Berezovski y los demás oligarcas del Kremlin, Kirienko presentaba a los ojos de Yeltsin el perfil idóneo para aplicar unas medidas de austeridad tan urgentes como dolorosas antes de ofrecerlo como chivo propiciatorio a la oposición. El 24 de abril la Duma aprobó el nombramiento de Kirienko al tercer intento en una manifestación de los temores de los comunistas a provocar la disolución de la Cámara por Yeltsin.

En mayo comenzaron las intervenciones del Banco Central, que entonces presidía Serguéi Dubinin, para defender al rublo de los ataques especulativos mientras el Gobierno luchaba por desbloquear ayudas totales por valor de 14.000 millones de dólares aprobadas por los organismos financieros internacionales y Japón bajo severas condiciones. La reluctancia del FMI y el BM a liberar los primeros tramos de sus préstamos y la acumulación de pérdidas bursátiles forzaron a Kirienko a poner en marcha el 24 de junio un durísimo plan anticrisis cuyo carácter inaceptable para la mayoría de los diputados preludiaba la más seria pugna institucional desde 1993.

Hacia julio la sensación general es que el caos económico se cernía sobre el país y que el partido del poder se tambaleaba. El 17 de agosto fechó el inicio de la fase más aguda de la crisis cuando Kirienko, 24 horas después de que Yeltsin asegurara que el rublo no sería devaluado, anunció la ampliación de la banda de fluctuación con respecto al dólar —que en 1995 había sustituido al cambio flotante— del 6,2% al 9,5% hasta final de año, más una moratoria de 90 días para la devolución de los préstamos a los donantes extranjeros, el pago de los contratos en divisas de vencimiento inmediato y el pago de los seguros de crédito avalados por el tesoro público. La reacción automática de los mercados a este reconocimiento implícito por las autoridades de que Rusia no podía asumir los compromisos con sus deudores y a la devaluación de hecho fueron depreciaciones del rublo con respecto a otras divisas de hasta el 33%.

El Gobierno y el Banco Central habían apostado por defender el rublo en circunstancias exteriores muy desfavorables —la bajada de los precios del petróleo, el gas y los metales, y la crisis financiera en los mercados asiáticos— y con unos instrumentos, unos tipos de interés desmesurados y la venta masiva de las reservas de divisas, que en las circunstancias de iliquidez y morosidad del Estado sólo produjeron desconfianza en los inversores extranjeros. Con la bolsa de Moscú presa del pánico, la única esperanza del Kremlin era conseguir más dinero de los proveedores occidentales.

Kirienko, que se había desenvuelto con una determinación mayor de la esperada y había hecho un diagnóstico veraz de la cruda situación, no era responsable de un marasmo que había heredado de Chernomyrdin, pero se preparó para pagar por la devaluación del rublo. En efecto, el 23 de agosto Yeltsin desactivó las demanda de dimisión lanzadas contra él en la Duma fulminando a Kirienko y nominando a Chernomyrdin primer ministro en funciones. El volatín del presidente asombró a todo el mundo, que se deshizo en especulaciones sobre si la experiencia de Kirienko no había sido más que un paréntesis por necesidad o más bien una trayectoria torpedeada por los oligarcas, que habrían olisqueado peligros para sus monopolios y regalías si un hombre de su confianza no retornaba pronto al frente del Gobierno.

A mayor barullo, el 24 de agosto Yeltsin explicó en un discurso televisado que nombrando a Chernomyrdin se aseguraba "la continuidad del poder más allá de 2000" y que el país necesitaba "la experiencia de pesos pesados de la política". Los comentaristas inmediatamente interpretaron que Yeltsin renunciaba al tercer mandato en las elecciones de 2000 y que designaba a Chernomyrdin su sucesor. La impresión era que si el presidente arrojaba la toalla no era tanto por un prurito legal (la prohibición del tercer mandado consecutivo podría haber sido fácilmente puenteada descontando el ejercicio de 1991-1996 con una lectura no retroactiva de la Constitución, y de hecho a comienzos de año los hombres del Kremlin abogaron por un dictamen favorable del Tribunal Constitucional sobre el particular) como por la asunción de su precario estado de salud. Mientras el rublo y la bolsa caían en picado, los precios de los bienes de consumo se disparaban y Chernomyrdin mantenía conversaciones de emergencia con el FMI para acelerar los desembolsos, asegurándole que Rusia cumpliría los compromisos adquiridos y que merecía ser socorrida, en la Duma su nombramiento parecía prosperar.

Yeltsin concedió al KPRF su participación en el Gobierno, el reequilibrio de los poderes institucionales en beneficio de la Duma y el Gobierno, y el consenso en torno a un plan económico de "salvación nacional" de fuerte regusto intervencionista y proteccionista, al estilo del New Deal impulsado por Franklyn Roosevelt en Estados Unidos tras la gran depresión de los primeros años treinta. Con todo, Zyugánov se desdijo de los preacuerdos y zanjó que Chernomyrdin había sido el "cómplice" de Yeltsin en la "destrucción" de la economía rusa.

El 26 de agosto, en una medida sin precedentes, el Banco Central anuló las operaciones con dólares en el mercado de divisas para impedir que la cotización real del rublo sobrepasara con creces el tope oficial de 9,5 rublos por dólar. Dos días después Yeltsin salió al paso de los rumores de dimisión y certificó que iba a agotar su mandato en 2000, añadiendo que la remoción antes de la fecha era "imposible", especialmente "si se consideraba su carácter". Nemtsov presentó la dimisión como viceministro para anticiparse a su segura purga. La velada advertencia de Yeltsin no surtió efecto. El 31 de agosto la suma de comunistas, ultranacionalistas, agrarios y algunos liberales frustró la candidatura de Chernomyrdin. Yeltsin, que durante la cumbre de Moscú recibió de boca de Clinton los reparos occidentales al plan de emisión controlada de moneda para subvenir las necesidades de pago más urgentes, volvió a someterla a la Duma, pero el 7 de septiembre fue rechazada contundentemente otra vez. Tan grave era la situación que se barajaron todo tipo de desenlaces catastróficos para la interminable debacle rusa: el colapso total de la economía, la explosión social, el golpe de Estado y hasta la guerra civil.

El ocupante del Kremlin estaba siendo humillado, pero prefirió no nominar a su colaborador por tercera vez, ya que un nuevo veto de los diputados le habría obligado a disolver la Cámara y a convocar elecciones en tres meses, perspectiva sumamente negativa considerando la crítica situación económica y el descrédito absoluto de la clase dirigente. Así que, a iniciativa del propio Chernomyrdin, el 10 de septiembre nombró primer ministro a Primakov, que como veterano responsable de los servicios de inteligencia y exponente del pensamiento estratégico soviético era del agrado de los comunistas, aunque el hecho era que su perfil pragmático y apartidista suscitaba un amplio consenso. Un día después, Dubinin vio admitida su dimisión al frente del Banco Central y Víktor Gerashenko retornó al puesto que ya ocupara entre 1992 y 1994. La Duma no hizo regateos esta vez e invistió a Primakov al día siguiente; su puesto al frente de Exteriores fue ocupado por el hasta entonces viceministro, Igor Ivanov. Desde fuera se percibía que éste era el punto más bajo de la influencia del presidente desde 1991 y el más alto de los comunistas, que colocaron a varios de los suyos en el Ejecutivo, destacando Yuri Maslyúkov como primer viceprimer ministro responsable de la economía.

La opción de Primakov tuvo efectos inmediatos. El 9 de septiembre el rublo empezó a recuperarse, pero en menos de un mes había acumulado desvalorizaciones de hasta el 70%. Además, la economía entró en una etapa recesiva y el año iba a terminar con un decrecimiento medio del 4,8%, acompañado de una caída de los ingresos reales de la población de un 28%, un índice de inflación del 27% y un desempleo igualmente al alza. Había unanimidad en reconocer (incluidos los dirigentes rusos, aun a regañadientes) que sólo la obstinación del FMI y el BM en entregar enormes sumas de incierto reembolso había salvado a Rusia de la ruina total. Entre inversiones privadas, ayuda bilateral y créditos del FMI y el BM, el G-7 cuantificó el total de la asistencia internacional concedida al país hasta finales de 1997 en 123.000 millones de dólares.

1998 terminó con otra mala noticia para Yeltsin: el 16 y 17 de noviembre le visitó el nuevo canciller alemán, el socialdemócrata Gerhard Schröder, y le notificó cortésmente el final de la "amistad de sauna" establecido con Kohl: en lo sucesivo Rusia no recibiría nuevos créditos ni facilidades para renegociar la deuda exterior contraída con Alemania, ya que se entendía que una parte importante de la ayuda masiva que tan generosamente habían concedido los gobiernos democristianos se había evaporado sin resultados visibles.

En el futuro, Rusia recibiría de Alemania asesoría financiera más que ayuda económica directa, y con el objeto de expandir las relaciones bilaterales se explorarían otros interlocutores aparte de los oficiales del Kremlin. El "amigo Helmut" había sido el máximo responsable de la generosidad occidental con Yeltsin en materia financiera, testimoniando su convicción de que a Rusia había que ayudarla siempre para asegurarla en el lado de los amigos. Por eso Yeltsin contempló desolado la partida de un estadista con el que había establecido una amistad rica en matices emocionales. Su último encuentro con él fue con motivo del viaje oficial a Bonn del 9 y 10 de junio de 1998.


15. El liderazgo fluctuante de un presidente convaleciente

Para Occidente, fue el momento para hacer balances francamente negativos de las reformas rusas tras siete años de independencia, en los que, sin ir más lejos, la contracción acumulada del crecimiento alcanzaba el -53%. Menudearon las valoraciones sobre que Yeltsin, en realidad, nunca había sido un demócrata genuino, que carecía de ideología tangible, que psicológicamente seguían pesando en él 30 años de militancia comunista y que, pese a su voluntad reformista y de ruptura con el pasado soviético, se había dejado atrapar por la lógica autoritaria del sistema vertical de mando, la obsesión por los secretismos del poder y la tendencia a recurrir a órganos consultivos y camarillas, tan ajenas al entramado institucional democrático como permeables a todo tipo de influencias interesadas.

Una tendencia recurrente en él era nombrar a personas para altos puestos del Gobierno y la Administración Presidencial por aspectos concretos de su personalidad, siendo los más valorados la lealtad y la obediencia. Incapaz en apariencia de formular grandes conceptos globales, el dirigente ruso daba la sensación de desplegar una panoplia de tacticismos sin otra meta que aferrarse al poder. Dentro y fuera de Rusia (aquí en boca de la cada vez más disminuida élite liberal) se habló de "derroche de errores y oportunidades perdidas", de "estéril tejer y destejer" y de "preocupación de conservar el poder más que de gobernar". Ciertamente, el presidente ruso, con su gusto por las defenestraciones y promociones espectaculares, parecía querer demostrar a propios y extraños que pese a los achaques él y sólo él era quien tenía el bastón por el mango en Rusia. Ningún hombre de confianza, fuera del Gobierno o de la Administración Presidencial, podía estar seguro de su posición si empezaba a cobrar demasiada popularidad o si robaba presencia informativa al jefe del Kremlin.

Desde otro punto de vista, estos notables debían estar dispuestos a ser el siguiente cabeza de turco del presidente, refractario a asumir cualquier responsabilidad personal por los abundantes fracasos y contratiempos. Otro de los argumentos dados para explicar la errática trayectoria de Yeltsin era que no toleraba especulaciones sobre su sucesión, y mucho menos movimientos unilaterales en ese sentido. En 1998 y 1999 la acumulación de "lapsus" (algunos clamorosos) y desapariciones públicas, la incapacidad de trabajar más de unas pocas horas seguidas y la propensión a los bajones de moral y los abatimientos, abundaron en la imagen de un presidente abotagado y exhausto, al que incluso en más de una ocasión se le dio por muerto ante su ausencia reiterada y las explicaciones poco convincentes de sus ayudantes. No obstante, Yeltsin, a cuyo fuero interno repugnaba la derrota, resucitó con inusitada energía.

Durante la guerra de la OTAN contra Yugoslavia se despachó con las ya citadas catilinarias y en plena tarascada internacional, el 12 de mayo de 1999, tras semanas de rumores en tal dirección, anunció que "aceptaba la dimisión" de Primakov. Como en los anteriores ceses el presidente citó la perpetuación del trastorno económico como razón, pero la mayoría de los observadores apuntaron que era precisamente la crisis de Gobierno permanente, es decir, la intromisión sistemática del Kremlin, la que impedía a aquel capítulo asentarse. La destitución de Primakov parecía injustificada cuando el país disfrutaba de sosiego político y la crisis económica del verano de 1998 no había derivado en la catástrofe anunciada. Además, dos semanas atrás el Gobierno había acordado con el FMI la concesión de un crédito de 4.500 millones de dólares tras varios meses de difíciles negociaciones por considerar el organismo financiero que el plan de estabilización económica de Primakov no acometía con energía los grandes problemas estructurales.

El círculo del Kremlin, en cuanto apreció indicios de ambición presidencial en quien había sido nombrado un gobernante de transición y cuya popularidad ascendía día a día, decidió intervenir. Sólo Yeltsin escogería al heredero, pero la expulsión de Primakov fue una maniobra peligrosa al coincidir con la iniciativa de la mayoría comunista de la Duma de destituir al presidente por su responsabilidad en la disolución "ilegal" de la URSS en 1991, el cierre por la fuerza del Parlamento en 1993, la invasión de Chechenia, el abandono de las Fuerzas Armadas y la comisión de genocidio contra el pueblo ruso. Pero para el presidente mayo de 1999 fue su mes de gloria: el día 15 ninguno de los cargos por separado obtuvo los 300 votos necesarios para la destitución, y el 19 unos diputados desalentados aprobaron a la primera el nombramiento de Serguéi Stepashin como sucesor de Primakov. Stepashin, que llevaba ejerciendo desde el año anterior como ministro del Interior en sustitución de Kulikov y que a su vez fue reemplazado por Vladimir Rushailo, confirmó que la estabilización económica y las negociaciones con el FMI seguirían adelante y apostó por una reconducción de las muy deterioradas relaciones con Estados Unidos.

De nuevo se alzó la incógnita de si Yeltsin había encontrado a su sucesor, más que nada porque no estaba claro qué cualidades debía reunir el elegido. Stepashin era un oficial que había hecho toda su carrera en las agencias de seguridad desde tiempos de la URSS, y aunque había sido uno de los halcones durante la guerra de Chechenia ahora exhibía un talante bastante más conciliador, además de un lenguaje nada complaciente con el desacreditado régimen de Belgrado. Su apoliticismo le apartaba de la carrera electoral por la presidencia (a menos que se le indujera a ello desde el Kremlin), pero lo que Yeltsin esperaba fundamentalmente de él era, en opinión de los observadores, una fidelidad sin tacha.

Tan severa habría sido esta expectativa que a la primera merma en la fiabilidad Yeltsin lo defenestró, el 9 de agosto. Aunque el primer ministro se había desenvuelto con bastante cautela para no suscitar la reacción del Kremlin (en el recuerdo de todos estaban los casos de Lébed y Primakov), parece que Yeltsin se arrepintió de haberlo nombrado y quiso corregir el yerro sin más demora. Semanas atrás, Stepashin había declarado en Estados Unidos que en Rusia había otros líderes aparte de "inválidos seniles en sillas de ruedas", pero lo que le costó el puesto fue su fracaso en impedir la eclosión de una poderosa alianza electoral entre el alcalde moscovita Yuri Luzhkov, tan popular como crítico con el partido del poder, y un influyente grupo de gobernadores regionales, a los que luego se iba a unir Primakov. Precisamente, el Kremlin le había instruido para que atrajera esos apoyos regionales a un bloque propresidencial.

Además, Stepashin parece que dejó claro que nunca aceptaría la declaración del estado de emergencia por razones de conveniencia política, aunque la razón oficial fuera, por ejemplo, las incursiones que guerrilleros chechenos y aliados locales venían realizando en Daguestán desde el 5 de julio. El Kremlin no quería permanecer impasible ante una desestabilización con trasfondo islamista y de alcance imprevisible en todo el Cáucaso norte con las elecciones presidenciales a un año vista, así que estudió atacar la que consideraba fuente de toda subversión, Chechenia, y de paso acabar de una vez por todas con una rebeldía que se había salido con la suya en 1996 al cabo de una campaña militar y un proceso negociador a estas alturas considerados desastrosos y humillantes para la autoridad federal. De nuevo, Stepashin habría advertido que no se contara con él para semejante propósito.

Todos los que tenían algo contra Yeltsin convinieron en que La Familia del Kremlin había intrigado a fondo en los movimientos fácticos arriba descritos. El término —y no como una simple metáfora— aludía a la camarilla de colaboradores íntimos de Yeltsin, cuya capacidad para influir en la alta política, se apreciaba, había aumentado extraordinariamente en el último par de años a medida que la salud de Yeltsin declinaba, Precisamente ahora, con las explosivas filtraciones sobre una corrupción a gran escala en el entorno presidencial y las posibilidades sin precedentes, a tenor de las encuestas, de que un candidato no del Kremlin ganase las elecciones, La Familia se arriesgaba a perder el poder.

En el verano de 1999 los personajes más conspicuos de este grupo eran: la propia hija de Yeltsin, Tatyana Dyachenko, consejera en nómina e identificada como la persona más influyente sobre el presidente; Aleksandr Voloshin, responsable de la Administración Presidencial desde marzo; Vladímir Putin, secretario también desde marzo del SBRF; Valentin Yumáshev, asesor extraoficial y jefe de la Administración Presidencial entre marzo de 1997 y diciembre de 1998; Nikolai Bordyuzha, inmediato antecesor de Voloshin en su actual puesto y de Putin en el suyo, ahora jefe del Comité de Aduanas del Estado; y, Pável Borodin, jefe del departamento encargado de adjudicar las residencias y vehículos oficiales a los altos funcionarios del Kremlin. Además, hacían valer sus intereses los oligarcas, encabezados por Berezovski (aunque ya para entonces bastante devaluado) y Roman Abramóvich, presidente del emporio petrolero Sibneft. De este esquema opaco de poder participaba intensamente también Chubáis, que a cambio de su remoción del Ejecutivo en marzo de 1998 fue nombrado presidente del conglomerado Sistema Unificado de Energía.

Algunos de estos nombres, empezando por Dyachenko y su esposo Aléksei, aparecieron en las investigaciones del FBI sobre el desvío de enormes sumas obtenidas presuntamente de los préstamos internacionales a Rusia a cuentas en bancos suizos, con propósitos de enriquecimiento personal e incluso de blanqueo de dinero. Las gravísimas imputaciones de los medios occidentales, ampliamente difundidas por la prensa rusa, suscitaron reacciones de defensa en el oficialismo, que se acercó a la tesis de los comunistas sobre la existencia de un complot internacional para desacreditar a Rusia. Yeltsin, cada vez más silencioso, dejó que sus colaboradores y ministros dieran las oportunas réplicas y explicaciones. Dicho todo esto, se comprende el nombramiento de Putin el 9 de agosto de 1999 como el quinto jefe de Gobierno en algo más de un año. Como Stepashin, Putin había desarrollado casi toda su carrera en el KGB y desde 1996 venía escalando puestos fulgurantemente en la Administración Presidencial.

Yeltsin le había nombrado director del FSB en julio de 1998 y secretario del SBRF en marzo de 1999, dándole la oportunidad para exhibir una serie de merecimientos para sucederle en la Presidencia, no obstante ser un perfecto desconocido para el público: una dirección rigurosa de los aspectos de la seguridad nacional, una disposición a una solución expeditiva para el problema checheno y daguestaní y, sobre todo, una lealtad y un acatamiento a sus superiores a toda prueba. La "persona capaz de consolidar la sociedad y obtener los apoyos necesarios para asegurar la continuidad de las reformas", en expresión de Yeltsin, no tuvo problemas para ser investido por la Duma el 16 de agosto.


16. Coligados y remisos en el seno de la CEI

En el segundo tramo de su mandato Yeltsin tuvo muchas dificultades para articular una CEI complaciente con los intereses nacionales de Rusia. Tres presidentes que habían llegado en su momento al poder con las etiquetas de prorrusos u "hombres de Moscú" desplazando a los anteriores liderazgos nacionalistas, Shevardnadze en Tbilisi, Aliev en Bakú y Kuchma en Kíev, intentaron pronto zafarse de la excesiva dependencia rusa, tanto en lo económico como en lo militar. Shevardnadze, pese a necesitar a los pacificadores rusos para mantener, aunque fuera nominalmente, a Abjazia y Osetia del Sur bajo soberanía georgiana, denunció la mano de Moscú tras los complots contra su vida, cuestionó la neutralidad de esas tropas y empezó a demandar la reducción de los efectivos acantonados en las bases otorgadas en el Tratado de Amistad de 1994. El presidente azerí estaba libre de esta hipoteca, pero tampoco le cupieron dudas de la conexión rusa en determinadas subversiones contra su régimen, en aparente respuesta a su decisión, en septiembre de 1994, de contratar la explotación de los recursos petroleros con compañías occidentales.

Este rechazo a confiar a Rusia las palancas del desarrollo económico azerí quedó espectacularmente de manifiesto en octubre de 1998 cuando Aliev se decantó por la denominada vía occidental para la exportación a Europa del petróleo del Transcáucaso, un oleoducto por construir entre Bakú y el puerto mediterráneo turco de Ceyhan vía Tbilisi, despreciando la red de oleoductos rusos en servicio y con término en Novorosiisk, en el mar Negro. En cuanto al ucraniano Kuchma, Yeltsin finiquitó con él las trifulcas nuclear y de la flota del mar Negro con el remate del Tratado de Amistad, Cooperación y Asociación firmado el 31 de mayo de 1997 en la primera visita del presidente ruso a Kíev. Pero Kuchma no estaba interesado en avanzar en la integración económica de la CEI y mucho menos en conferir rango supranacional a sus estructuras. Georgia, Ucrania y Azerbaidzhán evolucionaron, pues, hacia discursos prooccidentales e incluso proatlantistas, y en 1996 confluyeron en un marco de consultas y cooperación no institucionalizado que se llamó GUUAM con las adiciones posteriores de otros dos estados de la CEI reacios a las presiones rusas, Moldova y Uzbekistán.

Si se exceptuaba Turkmenistán, que se ubicó en una suerte de no alineamiento en la CEI, Armenia, Tadzhikistán, Kazajstán y Kirguizistán sí aceptaron, con distintos grados de cooperación y dependencia, vincularse a las esferas económica y de seguridad rusas, presentando los casos de Yereván y Dushanbé una supeditación militar muy acusada. Pero fue Bielarús, a raíz de la elección del presidente Alyaksandr Lukashenko en 1994, la república ex soviética que con más entusiasmo se embarcó en la construcción de la CEI y en un acercamiento a Rusia que hizo temer a los nacionalistas locales por la existencia del mismo Estado bielorruso.

El 10 de enero de 1995 los dos países suscribieron un acuerdo de unión aduanera, al que luego se sumaron Kazajstán, Kirguizistán, Uzbekistán y Tadzhikistán, que en su momento se consideró el más ambicioso proyecto de integración subregional en la CEI. El 29 de marzo de 1996 Yeltsin firmó en Moscú con Lukashenko, el kazajo Nursultán Nazarbáyev y el kirguizo Askar Akáyev un Tratado de Integración Económica que preveía un mercado común, y el 2 de abril siguiente, en el mismo escenario, adoptó sólo con Lukashenko un Tratado de la Comunidad de Repúblicas Soberanas que, partiendo de la salvaguardia de las respectivas soberanías, preveía la creación de órganos supranacionales y un único espacio económico, con armonización de impuestos e inversiones, política aduanera, sistema de pensiones y fuerza laboral.

No obstante, pese a la efusividad pública de los dos mandatarios y a sus ditirámbicas predicciones del futuro común, la fuerte personalidad de ambos, más la exigencia del bielorruso de ser tratado en un plano de igualdad (algo a lo que Rusia no estaba acostumbrada en sus relaciones con las repúblicas ex soviéticas), hubo momentos en que pareció atemperarse este entusiasmo integracionista teñido de paneslavismo, al menos por la parte rusa, además de que los déficits democráticos y, en especial, el dirigismo económico de Lukashenko suscitaron desconfianza en los círculos reformistas y liberales del poder ruso. El Acuerdo de Unión del 2 de abril de 1997, que contemplaba una moneda (el rublo ruso) y un presupuesto comunes, no pasó de la mera declaración de intenciones. Aún y todo, el Kremlin se preocupó por mantener las mejores relaciones con el inquieto dirigente vecino, ya que no había en la región otro presidente más hostil a la expansión de la OTAN hacia el Este de Europa y más favorable a un "frente eslavo" para rescatar lo que se pudiera del antiguo glacis.

En un terreno menos simbólico que los anteriores se situó el nuevo Tratado de la Unión del 8 de diciembre de 1999, que instituía un Consejo Supremo de Estado como órgano ejecutivo supranacional de una entidad ruso-bielorrusa que nominalmente aspiraba a funcionar como una confederación de estados. En vísperas de la presentación del Tratado, Lukashenko, impaciente tras dos años de proclamaciones sin articular, había amenazado con recomponer sus relaciones con Europa Occidental si Rusia no abandonaba sus reticencias de fondo a la integración total de los dos estados. De hecho, el eje Yeltsin-Lukashenko vertebró un alineamiento bastante estable de seis estados dentro de una CEI que en sus primeros años parecía condenada a desvanecerse entre el escepticismo y la desidia generales. En abril de 1996, coincidiendo con el segundo viaje de Yeltsin a Beijing, Rusia estableció otro ámbito de cooperación con Kazajstán, Kirguizistán, Tadzhikistán y China, un Estado externo a la CEI, que adoptó el nombre de Grupo de los Cinco o Grupo de Shanghai. Por lo demás, Yeltsin visitó por cuarta y última vez Beijing en diciembre de 1999.


17. El final de la búsqueda de un heredero del Kremlin

En septiembre de 1999, los sangrientos atentados en la ciudad daguestaní de Buynaksk y en el mismo Moscú, donde los días 8 y 13 dos grandes explosiones en unos bloques de apartamentos mataron a más de 200 personas, así como una nueva y violenta incursión de extremistas en Daguestán, movilizaron a la anonadada opinión pública en favor de un castigo contundente a la República de Chechenia, pese a que la conexión establecida por Putin con las autoridades de Grozny, a las que acusó, como poco, de no haber querido impedir los atentados, e incluso la propia naturaleza terrorista de los mismos en cuanto que cometidos por rebeldes checheno-daguestaníes, no fueron demostradas.. Algunos observadores, incluso, barajaron la autoría de los mismos servicios secretos rusos, con inconfesables propósitos. El caso es que la sensación de inseguridad de una población que ya conocía bien los embates del crimen organizado alcanzó cotas máximas.

La segunda campaña de Chechenia, iniciada con el ataque terrestre del 30 de septiembre y precedida por bombardeos aéreos desde el día 5, fue presentada por el Gobierno de Putin como una operación antiterrorista limitada a la destrucción de los campamentos guerrilleros dentro del territorio checheno, pero con el progreso de las operaciones militares, lentas y penosas, reveló su verdadero objetivo: poner fin definitivo a las veleidades independentistas chechenas, liquidar un peligroso foco de perturbación para toda Rusia y levantar un obstáculo para la aceptación por Azerbaidzhán y Turkmenistán de la oferta de hacer pasar por la red de oleoductos rusos sus futuros suministros de gas y petróleo a Europa. Putin, que deseaba consolidar su imagen de estadista implacable y decidido a restaurar el orden y la disciplina en todo el territorio federal sin reparar en medios ni hacer distingos en el bando checheno, se guardó de caer en los errores de la guerra de 1994-1996. El concepto de guerra total derivó en masivas violaciones de los Derechos Humanos, hasta el punto de acusarse a las fuerzas federales de ensañarse con la población civil y de prácticas genocidas.

Con Yeltsin la mayor parte del tiempo en el hospital o en reposo por prescripción medida, Putin tomó las riendas efectivas del Estado, sin ocultar —a partir de noviembre— su aspiración de sucederle en la Presidencia. De cara a las elecciones legislativas del 19 de diciembre, decisivas, en un momento que se antojaba de final de reinado, para la clarificación del equilibrio de fuerzas y de las posibilidades de los presidenciables, el 23 de septiembre un grupo de dirigentes regionales y del entorno del Kremlin lanzó el bloque electoral Unidad (Yedinstvo). En los comicios, Unidad, identificado por la población como el último rostro del partido del poder, obtuvo el 23,3% de los votos y 72 escaños, un resultado bastante más positivo que el 10,1% y los 51 escaños ganados por NDR en 1995, pero también porque el KPRF perdió una cincuentena de escaños. La mayoría propresidencial en la Duma quedaba garantizada al situarse la alianza centroizquierdista Patria-Toda Rusia (OVR) de Luzhkov, Primakov y varios dirigentes regionales, la Unión de Fuerzas Derechistas (SPS) de Gaidar, Nemtsov y Kirienko, el Bloque Zhirinovski y el Yábloko de Yavlinski, Stepashin y Travkin, como las fuerzas tercera, cuarta, quinta y sexta más representadas, respectivamente.

Validado en las urnas y respaldado por buena parte de la clase política, Yeltsin se convenció definitivamente de que su extremadamente leal colaborador era el hombre idóneo para sucederle y asegurarle un retiro sin contratiempos, de manera que el último día del año anunció su dimisión y el decreto por el que Putin, conforme a la Constitución, asumía la jefatura del Estado como presidente en funciones hasta la celebración de las elecciones. Putin cumplió su parte del pacto y en su primer decreto presidencial, el mismo 31 de diciembre, concedió a Yeltsin inmunidad frente a cualquier persecución, arresto o interrogatorio judicial, una renta mensual a modo de pensión de jubilación correspondiente al 75% de su salario presidencial (esto es, 11.200 rublos, unos 340 dólares) y la garantía, como a los demás miembros de su familia, de la protección de los servicios de seguridad Estado y de un tratamiento con privilegios especiales.

Yeltsin ha desarrollado desde entonces una actividad casi totalmente privada y no se conoce ningún ascendiente o influencia sobre las decisiones de su sucesor en el Kremlin. El 7 de mayo de 2000 Yeltsin retornó al Kremlin para escenificar la transferencia del puesto a Putin con motivo de su toma de posesión del mandato quinquenal ganado en las elecciones del 26 de marzo, ocasión en la que hizo un balance positivo de su etapa y expresó su convicción de que su sucesor culminaría la conversión de Rusia en un "Estado moderno y democrático".

En octubre siguiente Yeltsin acudió a la Feria Internacional del Libro de Frankfurt para presentar su tercer libro de memorias, Diario de Medianoche. Diez años en el Kremlin (la edición en ruso se tituló El maratón presidencial), la continuación de la autobiografía publicada en 1990 y de otro diario en 1994, que en la edición anglosajona se tituló La lucha por Rusia. El 1 de febrero de 2001 cumplió los 70 años en el hospital, donde había sido ingresado en la víspera a causa de una infección vírica. Como tantas veces en los últimos años, se especuló sobre una dolencia más seria de lo que los partes médicos informaban, pero el 11 marzo fue dado de alta sin más complicaciones.


18. Fallecimiento y reacciones internacionales


(Cobertura informativa hasta 1/7/2001)