Explosión galáctica | Crítica | Película | Cine Divergente

Explosión galáctica

Paradojas espacio-temporales Por Diego Salgado

I.

Explosión galáctica (The Day Time Ended, John ‘Bud’ Cardos, 1979), filme de ciencia ficción de serie B o, para ser más honestos, Z, nunca se estrenó en cines españoles. Sí se editó en formato doméstico gracias a los oficios de las distribuidoras Kram y Norma Vídeo. Se trata de una de las últimas producciones fantásticas de Charles Band por cuenta ajena. En concreto, para Compass International Pictures, compañía independiente de breve existencia surgida en 1977 de la fusión entre The Irwin Yablans Co. y Patty Corp., productora de Moustapha Akkad.

Compass, que presiden en sus estadios iniciales Joseph Wolf y, lógicamente, Irwin Yablans, jugará un rol esencial en la producción de La noche de Halloween (Halloween, John Carpenter, 1978). Pero su actividad posterior —siete títulos más, entre los que cabe destacar a lo sumo Trampa para turistas (Tourist Trap, David Schmoeller, 1979) y el que nos ocupa— tendrá un carácter frágil. En 1988 deviene entidad fantasma, que se aparece en Hollywood solo cuando lo hace imprescindible su posesión de determinados derechos.

Yablans y Joseph Wolf depositan muchas esperanzas en Compass: “Produciremos y distribuiremos películas de gran presupuesto, en torno a los quince o veinte millones de dólares, y otras, más modestas, de terror, ciencia ficción y persecuciones automovilísticas” 1. No hace falta decir que La noche de Halloween es un gran éxito. Sin embargo, el fracaso de una apuesta personal de Moustapha Akkad, Mahoma, el mensajero de Dios (The Message, Moustapha Akkad, 1976) —superproducción épica de diecisiete millones de dólares sobre el nacimiento del Islam que resulta imposible distribuir a nivel global de modo masivo y, por tanto, rentable—, supone un serio quebranto para sus finanzas.

Explosión galáctica

Compass se ve obligada a rebajar sus ambiciones en cuanto a la originalidad, los presupuestos y el alcance de las producciones que auspicia o cuya distribución pretende negociar. Más cuando, “aunque el universo de las compañías independientes norteamericanas es próspero a mediados y finales de los años setenta, operan todavía en un mercado muy competitivo, en el que los posibles beneficios para cada compañía han de disputarse en el marco del ajustado 15% de entradas que vende en su conjunto el tipo de cine que producen y distribuyen” 2

II.

Todo ello explica la precariedad técnica de las imágenes y el sonido de Explosión galáctica —que en sus mejores momentos llega a semejar una producción televisiva coetánea—, así como la opacidad posterior que rodea la existencia de la película. No falta con los años la asignación de denominaciones alternativas como Earth’s Final Fury y Vortex hasta que, hace unos años, su edición en DVD por el sello 88 Films revalida su título original, The Day Time Ended [El día que el tiempo se detuvo]. Lo más siniestro es que el reparto, el equipo tras la cámara y algunos efectos especiales hacen pensar en un proyecto planteado con una mínima ambición, que a la postre no se corresponde de ninguna manera con lo visto en pantalla.

Entre los actores se cuentan Dorothy Malone, intérprete para Douglas Sirk de Escrito sobre el viento (Written on the Wind, 1956) y Ángeles sin brillo (The Tarnished Angels, 1957) y popular aún por entonces merced a su aparición en la serie Peyton Place (Irna Philips & Paul Monash para ABC, 1964-1969); Jim Davis, presencia televisiva habitual en los hogares norteamericanos por La ley del revólver (Gunsmoke, John Meston & Norman Macdonnell para CBS, 1955-1975) y Dallas (íd., David Jacobs para CBS, 1978-1991); Christopher Mitchum, hijo del mítico Robert Mitchum, prolífico actor de serie B; y Marcy Lafferty, segunda mujer de William Shatner, nominada de hecho por su interpretación en Explosión galáctica como mejor actriz secundaria en la séptima edición de los Saturn Awards, prestigiosos galardones especializados en ciencia ficción, terror y fantasía. Terminará por arrebatarle el premio Veronica Cartwright por su papel en Alien, el octavo pasajero (Alien, Ridley Scott, 1979).

Explosión galáctica

En lo relativo a los apartados técnicos, figuran sospechosos habituales en la carrera de Charles Band: el montador Ted Nicolaou, el ilustrador de fondos Jim Danforth, el creador de efectos lumínicos Peter Kuran, el diseñador de criaturas monstruosas Lyle Conway, y los animadores Randy Cook y David Allen. Nombres que, en más de un caso, gozarán de carreras respetables en el medio. Vale la pena señalar además que nos hallamos ante una de las primeras y más inspiradas bandas sonoras compuestas por Richard Band, cuya labor musical ha estado —para bien y para mal— ligada a la llevada a cabo como director y productor por su hermano Charles.

Como ha escrito Marcus Rip, lejos de apoyarse, como es habitual por entonces en la música sinfónica para cine, en el desarrollo de uno o varios temas principales, la composición de Richard Band para Explosión galáctica, que materializan orquesta y sintetizadores, “se transforma y evoluciona durante toda la partitura, combinando lo atonal y lo tenso con un sentido melódico muy definido, hasta desembocar en un apoteósico tema final, The Intelligence/City of Light, que es uno de los mejores de toda su carrera” 3

III.

Dos de los principales talentos creativos implicados en Explosión galáctica, a través de cuyos esfuerzos habrán de encauzarse los de los colaboradores antes citados, han aportado pistas sobre las razones que explican la poca calidad última de la película. Por una parte, uno de sus productores, Steve Neill, artífice asimismo de la historia que dio lugar al guion escrito por J. Lary Carroll, Wayne Schmidt y David Schmoeller. Neill, que se ha ganado durante la mayor parte de su vida el sustento en Hollywood como artesano del modelismo y los efectos especiales de maquillaje, soñó en su juventud con que tales empeños solo serían pasos previos a afianzar una posición en apartados de cariz más artístico. Su experiencia en Explosión galáctica le decidió a cobijarse en los especializados: “He trabajado a menudo para Charles Band haciendo efectos especiales, miniaturas, efectos de maquillaje… pero, aunque mi idea inicial era persistir como productor y, sobre todo, guionista, la experiencia temprana de Explosión galáctica fue tan mala que me dije a mí mismo, limítate a las prótesis y los monstruos, es una fuente de encargos constante y estable” 4

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El director de la película, John ‘Bud’ Cardos, es más explícito que Neill. Cardos ha sido un hombre para todo de la industria: asistente de producción, segunda unidad, técnico de efectos visuales y dirección artística, actor y realizador pragmático, con un clásico menor en la última faceta apuntada, Tarántula (Kingdom of the Spiders, 1977). Cardos tendría que estar acostumbrado a cualquier imprevisto o chapuza. Sin embargo, guarda un recuerdo nefasto de Explosión galáctica: “Años después de su producción, Cardos todavía se quejaba ante quien quisiese escucharle de que Charles Band le debía dinero por su trabajo y de que, durante la filmación, los extras requeridos para algunas escenas nunca hicieron acto de aparición, los decorados fueron construidos de manera inadecuada, y ninguno de los productores parecía tener ni la más remota idea de lo que estaba haciendo” 5. Pero, ¿es tan mala Explosión galáctica, dejando a un lado aciertos puntuales ya reseñados como la interpretación de Marcy Lafferty, unos efectos especiales que se atreven a ser más expresivos de lo que permitía la tecnología de entonces, y la música de Richard Band?

IV.

La película se abre con unas consideraciones severas en torno a la naturaleza paradójica del tiempo y el espacio que nos brinda una voz en off. La acción pasa a centrarse en las peripecias de la familia Williams, que, cansada del ajetreo urbano, decide tomar posesión de un rancho ubicado en mitad del desierto californiano. La vivienda se ha edificado de acuerdo a las más avanzadas tecnologías, incluida la energía solar. La mudanza del clan coincide, sin embargo, con los efectos en la atmósfera terrestre de la explosión de una supernova trinaria situada a doscientos años luz de nuestro planeta. Pronto, los Williams empiezan a detectar signos inequívocos de que su entorno está mudando de rasgos hasta volverse irreconocible. Ello les obligará a emprender un proceso de reconocimiento y adaptación a un espacio, desde luego, mucho más desafiante de lo que esperaban encontrar.

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Lo cierto es que la odisea de los Williams, a medida que las turbulencias estelares causadas por la actividad de la supernova se ciernen sobre la Tierra y trastocan el sentido de lo real al hacer que se solapen tiempos y espacios, adolece de un carácter naif y dislocado: apenas instalada la familia en el rancho, la pequeña Jenny (Natasha Ryan) se topa detrás de un granero con una pirámide de color esmeralda y tamaño variable. Sin sentido de la progresión narrativa ni discursiva, sin gran repercusión dramática, se continúan sucediendo fenómenos extraños: el agua fluye de grifos cerrados, la superficie quebrada de un espejo vuelve a estar intacta, enjambres de ovnis surcan el cielo, y una criatura alienígena diminuta ejecuta una danza nocturna para regocijo de Jenny e inquietud del resto de su familia.

Cuando deciden que ya han tenido bastante, los Williams pretenden volver a la civilización en su automóvil, pero este no responde y los eventos adquieren otra dimensión. Un misterioso artefacto flota por la casa con modos amenazadores, dos engendros primigenios se materializan en el patio y se enfrentan el uno al otro, una nueva oleada de ovnis hace desaparecer al superviviente de la pugna… tras una grandiosa tormenta eléctrica, idas y venidas varias de los personajes, y algunas cavilaciones en voz alta del patriarca de la familia, Grant (Jim Davis), acerca de vórtices espacio-temporales y la falsa concepción humana del tiempo como evento lineal, los Williams se hacen a la idea de que habitan otro plano de la existencia y se lanzan a explorarla con buen ánimo.

V.

Pese al carácter exploit de la cinta, en cuyas imágenes resuenan ecos oportunistas y perezosos de Cuando los dinosaurios dominaban la Tierra (When Dinosaurs Ruled the Earth, Val Guest, 1970) y Encuentros en la tercera fase (Close Encounters of the Third Kind, Steven Spielberg, 1977), la fragmentación narrativa hasta niveles cercanos al absurdo de Explosión galáctica guarda una concordancia insólita con su argumento: la deconstrucción del relato, la asunción forzada por parte de los protagonistas de que otro(s) mundo(s) son posibles.

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En este aspecto, la película es digna representante del periodo en que se realiza. La ciencia ficción propia de los años setenta, centrada en las tensiones entre utopía y distopía, una preocupación pesimista por el medio ambiente y el impacto de la presencia del ser humano en el mundo, lo antisistema y la ruptura con determinados dogmas ideológicos de la ficción, daba paso a las características que adoptó el género durante la década de los ochenta: tono familiar y optimista, simulacros de historias, efectos especiales abundantes y coloristas.

Uno de los detalles más reveladores de Explosión galáctica es que, entre los motivos por los que al principio de la película los Williams han cambiado la ciudad por lo agreste, es su percepción, generalizada en la época, de que lo urbano ha devenido sinónimo de insalubridad e inseguridad. Nada más abrir la puerta del rancho la familia descubre que el salón está en un pésimo estado de conservación, lo que achacan en un rapto de paranoia a que podría haberse colado en la casa una banda de motoristas… Todo el angst de un instante histórico, los setenta, está resumido en ese momento.

Igualmente significativa es la aceptación final por los Williams de que, como expresa Grant, “el tiempo no sigue una lógica secuencial en el que un día sigue a otro”, y su abandono a la fantasía absoluta que el vórtice espacio-temporal ha puesto a su disposición. Una metáfora precisa de lo que iba a ocurrir en Estados Unidos con la victoria electoral en 1981 del presidente republicano Ronald Reagan, el ex-actor que hizo de la gestión política de la realidad una representación espectacular ajena a los exigencias de su presente.

  1. NOWELL, Richard (2010): Blood Money: A History of the First Teen Slasher Film Cycle, Londres: Bloomsbury Academic, página 81.
  2.  NOWELL, Ibídem., página 81.
  3.  RIP, Marcus (2001): “Richard Band, pesadillas musicales”. En BSOSpirit http://www.bsospirit.com/reflexiones/richardband.php.
  4. HEMBREE, Mark (2016): “Exclusive Steve Neill Interview: More about the man and his ½ scale USS Enterprise NCC-1701”, 23 de marzo en FineScale Modeler, http://www.finescale.com/online-extras/2016/03/exclusive-steve-neill-interview.
  5. FISCHER, Danny (2000): Science Fiction Film Directors, 1895-1998, Volume 1, Jefferson, MC: McFarland & Company, Inc., Publishers, p. 128.
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