¿Qué se puede leer?  A 87 años de los Juicios de Moscú
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¿Qué se puede leer?  A 87 años de los Juicios de Moscú

Un comunicado oficial del 14 de agosto de 1936 daba comienzo a lo que serían los “Procesos de Moscú”. Pierre Broué, León Trotsky y su hijo León Sedov reconstruyen estos Juicios llevados a cabo por la burocracia estalinista. Fueron juzgados y ejecutados dirigentes políticos y militares de la Revolución bajo la acusación inverosímil de llevar adelante una conspiración animada por Trotsky para hacerse del poder y restaurar el capitalismo con el apoyo de potencias extranjeras.

Viernes 25 de agosto de 2023 | 00:02

Los Juicios de Moscú representan un capítulo trágico de la Revolución Rusa, de muchos otros en los que el régimen estalinista avanzó contra las conquistas de Octubre. Los libros que elegimos ofrecen una doble entrada: por un lado, dan a conocer uno de los procesos políticos más nefastos, como decía Trotsky, del despotismo irresponsable de los burócratas estalinistas contra el pueblo ruso y al mismo tiempo reponen el debate acerca de la degeneración de la revolución de Octubre. Son una guía para entender las causas y naturaleza del fenómeno estalinista y especialmente el legado y la lucha del movimiento trotskista que implicaba la defensa de las conquistas de la Revolución de Octubre y a la vez, la revolución política para restaurar la democracia de los soviets.

Un comunicado oficial del 14 de agosto de 1936 daba comienzo a lo que serían los también llamados “Procesos de Moscú”, que se desarrollaron en tres instancias. El primero, “el Juicio a los 16”, tuvo como símbolo la capitulación de Zinoviev (expresidente de la Internacional Comunista) y de Kamenev (ex miembro del Buró Político), desde jóvenes militantes bolcheviques y discípulos de Lenin, y de Iván Smirnov, bolchevique líder en la guerra civil que aplastó al general blanco Kolchak y Opositor de izquierda hasta 1929. El trabajo que elegimos, El libro rojo sobre el Proceso de Moscú de León Sedov aborda este Primer Juicio reconstruído sobre la base del informe oficial del Proceso. Sedov falleció -al momento de publicarlo en 1938- a manos de la GPU. El libro era parte de la campaña activa que los trotskistas realizaron para esclarecer las falsas acusaciones provenientes de Moscú, mientras en México conformaban una Comisión investigadora, presidida por el reconocido pedagogo y filósofo John Dewey.

A lo largo de sus páginas demuestra cómo en este Primer Juicio (del 19 al 24 de agosto de 1936), hay una nueva ubicación del régimen estalinista: si las expresiones de descontento y oposición al régimen eran asociadas a la contrarrevolución y al trotskismo, agregaron la acusación de terrorismo. La excusa: el asesinato en 1934 de Serguéi Kírov, dirigente del Partido y aliado de Stalin, a manos de un joven comunista Leonid Nikoláyev. Su muerte desencadenó una feroz represión en las filas del Partido. Se buscaba dejar claro que a opositores y descontentos les esperaría no solo la prisión o el exilio sino el fusilamiento. Sedov analiza los antecedentes de aquel emblemático hecho e incluye extractos del análisis del mismo León Trotsky, quien señala que a partir de aquel momento la burocracia acusaría a Nikolaev no solo de ser terrorista sino integrante de una Oposición “zinovievista-trotkista”. La mención de Zinoviev no tenía nada de azar, pues hasta 1928 había participado de la Oposición de Izquierda junto a Trotsky. Entre los otros acusados se sumaban antiguos bolcheviques que habían seguido los mismos pasos: Evdokimov, uno de los más antiguos bolcheviques obreros, dirigente del Soviet y del partido; Mrachkovski bolchevique, héroe de la guerra civil en la región militar del Volga; Ter-Vaganián, viejo bolchevique y escritor marxista; Bakáiev de los primeros bolcheviques obreros, miembro de la Comisión Central de Control. Sedov distingue entre los acusados dos grupos distintos. Mientras el núcleo principal está formado por antiguos bolcheviques muy conocidos, el segundo son jóvenes, agentes directos de la GPU, necesarios todos para demostrar la participación de Trotsky en la actividad terrorista junto a Zinóviev y sus vínculos con la Gestapo. Se incluyeron más de un centenar de involucrados y otros miles que se habían negado a ser mencionados fueron asesinados o torturados, resistiendo en las cárceles estalinistas. Las acusaciones contra Trotsky, las especulaciones y vínculos no sólo pretendían su eliminación política, sino la de un conjunto de luchadores, comunistas que enfrentaban la burocratización y al estalinismo.

Con un estilo agitativo que intenta reconstruir la cronología de falsedades y artilugios de la burocracia, Sedov explica el contexto del accionar estalinista, la situación económica soviética, la de la lucha de clases internacional y las tensiones dentro de las fronteras del país. Señala que los Juicios fueron un remedio para la burocracia en el plano exterior, frente al aislamiento de la URSS y el retroceso de la clase obrera en Occidente, al contribuir a su política de convivencia con las potencias imperialistas, que anunciaba al mundo el fin de la revolución mundial y a Stalin como gobernante de una nueva potencia nacional. En el plano interno, frente a la aguda crisis social que atravesaba la URSS desde los años 30, luego de la colectivización e industrialización forzosa de Stalin, no podían descartarse procesos de resistencia al interior y por fuera del partido. De conjunto, describe una situación amenazante que combinaba elementos de desigualdad social, actos de sabotaje y protestas en el campo y la ciudad y tendencias conservadoras y pro mercado, mostrando cómo la reacción estalinista no se limitaba al “acontecimiento” político, sino que alentaba un ambiente social que recordaba los tiempos previos a la revolución: se dejaba atrás el internacionalismo por el culto a la patria rusa, solo que ahora era “socialista”; se fortalecía la burocracia del Estado, de una forma en el que el servilismo era causal de condecoración, y del partido, convertido en una maquinaria de recién llegados, liberado de toda dependencia respecto de los trabajadores.

Sin perder de vista el momento que atravesaba la revolución y que miles resistieron con la muerte, Sedov responde a la pregunta ¿cómo es posible que aquellos revolucionarios confesaran las más aberrantes mentiras? Los acusados, escribe, presionados, aislados, amenazados ellos y sus familias, no sólo pensaban en la salvación de su vida sino que veían en esa salvación la única posibilidad de desenmascarar más tarde, bajo una nueva situación, la amalgama estalinista y así rehabilitarse. Error no solo trágico sino también poco fortuito, pues algunos no cedían por primera vez, integraban -como les llamaba Trotsky- la “colección de almas muertas de Stalin”. A pesar de este escenario, el movimiento trotskista, con Sedov como vocero, señalaba que el Proceso de Moscú confirmaba la justeza de su perspectiva, en la que los trabajadores soviéticos solo podían marchar hacia el socialismo a través del renacimiento y florecimiento de la democracia soviética y la legalización de los partidos soviéticos, y que esta democracia sólo era posible con el derrocamiento revolucionario de la burocracia.

El libro rojo… es también una fuente de investigación historiográfica para conocer de primera mano, del propio Sedov, estos terribles episodios con un valor adicional, el de develar la falsedad de la propaganda burguesa que hizo todo lo posible por identificar como continuidad lógica los Procesos de Moscú con la historia del Partido fundado por Lenin y la tradición bolchevique.

“El espectáculo del dócil grupo sentado en el banquillo de los acusados como una especie de rebaño resignado a su suerte no sorprende a nadie. Desde agosto de 1936, la opinión mundial se ha familiarizado con este tipo de escenas tan similares unas a otras. Veteranos revolucionarios, compañeros de Lenin, viejos bolcheviques, han confesado públicamente haber cometido los peores crímenes, y reclamado de los jueces una estricta severidad, a la vez que proclamaban su odio hacia Trotsky y alababan a Stalin, el jefe tan amado, a quien, sin embargo, la mayoría de ellos había combatido y servido alternativamente.”

Estas líneas pertenecen a otro de los libros recomendados, Los Procesos de Moscú de Pierre Broué (Editorial Anagrama, 1988), que tiene como punto distintivo la inclusión de documentos y fragmentos de las actas estenográficas de parte de las audiencias públicas, dando preferencia a las de Piatakov y Bujarin, y las palabras finales de los acusados.

El segundo Juicio, un año después, del 23 al 30 de enero de 1937, se lo conoce como “Juicio a los 17”, era una continuación del anterior. A partir de las confesiones previas, Piátakov (bolchevique desde los veinte años, presidente del Consejo de comisarios del Pueblo en Ucrania en 1917, uno de los seis citados junto a Bujarin por Lenin en su Testamento, vicepresidente del Consejo de economía nacional después de la revolución) y Rádek (miembro del Comité Central desde 1919 a 1924 y del Comité ejecutivo de la Internacional, mentor del partido alemán) fueron encontrados responsables de integrar una red paralela, con apoyo de la Alemania fascista, para tomar del poder. El juicio fue seguido de detenciones y fusilamientos.

El llamado Juicio de los 21, del 2 al 13 de marzo de 1938, registró nuevamente detenciones, torturas y confesiones. En este caso la red contra la Revolución y su líder alcanzaba agencias y servicios extranjeros ingleses, alemanes, japoneses, que como anunciaba el Pravda, dieron forma a una “conspiración permanente, animada por el Judas Trotsky, para entregar a la patria soviética a la esclavitud de los bandidos fascistas.” Los acusados más conocidos fueron Bujarin, que había integrado la Oposición derechista, y Rakovsky, uno de los dirigentes de la Oposición de Izquierda en la URSS.

Broué plantea que los Procesos no pueden comprenderse sin atender la serie de capitulaciones previas: la de Zinoviev, Kamenev, Evdokimov y Bakaiev en 1927 y la de diciembre de 1929 de los dirigentes de la Oposición de Derecha, Bujarin y Rykov, abriendo una nueva era en el partido domesticado y burocratizado, enteramente sometido a Stalin. Ni olvidar que los juicios se desarrollaban en un clima de terror, el que inaugura la década del 30, la colectivización forzosa y las persecuciones internas y purgas en las filas del partido. Aún así, representan para Broué “un aspecto, cuantitativamente menor, de una gigantesca depuración bautizada por los rusos con el nombre de “Ejovchina” (...) Durante este período perece la casi totalidad de los viejos bolcheviques, eliminándose seguidamente sus nombres de los libros de historia (...) casi todos los dirigentes de la revolución y sus familias, la mayoría de los miembros del Comité central de 1917 a 1923, los tres secretarios del partido entre 1919 y 1921, la mayoría del Comité ejecutivo entre 1919 y 1924, 108 miembros de los 139 del Comité central designado en 1934 (...)" y alcanza a jefes militares como Tujachevski, Iakir, Uborevich y otros. Este momento de terror se extendió a los partidos y las secciones de la Internacional Comunista que siguen el ejemplo de Krestinski, el fiscal de los Juicios, y de la prensa rusa a favor de una verdadera campaña de difamaciones y mentiras contra los que dudan y a los que acusan de convertirse en “abogados de Hitler y de la Gestapo” al defender a Trotsky y a sus cómplices.

Los capítulos finales están dedicados a las conclusiones e interpretaciones que se han hecho de los Juicios, entre otros la autocrítica planteada por Kruschev en el XX Congreso del Partido Comunista ruso, que atribuyó los crímenes cometidos a los excesos y a la personalidad autoritaria de Stalin, y la de Deutscher que en cierta forma sale a su rescate, por ser su lectura favorable a la posibilidad de autoreforma de la burocracia. Por el contrario, como señala Broué, Trotsky veía en los Juicios el temor y rechazo de Stalin y toda la burocracia a todo lo que les recordara el pasado revolucionario. Su accionar criminal daba cuenta de la acción desesperada de la casta burocrática, que se sabía con una legitimidad expuesta a ser desbordada, así escribía, “la generación de la revolución aunque degradada y aplastada, seguía siendo ante sus ojos, una amenaza. Su temor a las masas era más grande que cualquier otra cosa y movilizó toda la maquinaria burocrática para mantenerlas a raya. Pero esta burocracia nunca alcanzó la unidad necesaria. Las viejas tradiciones y nuevas aprehensiones sociales crearon una fricción y una crítica aún entre las estrechas filas de la burocracia. Y precisamente por esta razón fue necesario emprender las “purgas (...) La persecución periodística contra la oposición tenía que abrir el camino a producciones jurídicas teatrales, espectáculos con testigos, jueces y acusados. Y puesto que los antiguos bolcheviques eran los más peligrosos, la GPU debía por lo tanto probar que eran espías y traidores para así degradarlos.”

Aunque las voces de los defensores de los acusados, socialistas, sindicalistas, escritores independientes intentaron ser silenciadas frente a los Juicios, en 1937 logra realizarse una investigación, la llamada Comisión Internacional de Investigación sobre las acusaciones de los Procesos de Moscú –más conocida como “Comisión Dewey” en referencia a su presidente– hechas Trotsky y a su hijo, León Sedov, en el marco de los juicios y ejecuciones a los dirigentes bolcheviques, la llamada "vieja guardia”. El caso León Trotsky (Ediciones IPS-CEIP), una traducción inédita al español, reúne las actas de dichas audiencias que tuvieron lugar en Coyoacán entre el 10 y el 17 de abril de 1937.

Reproducimos extractos del artículo Otra batalla de Trotsky contra la ofensiva de Stalin de Rossana Cortez en el que explica los pasos iniciales, el desarrollo y conclusiones de esta Comisión. Así escribe que luego del segundo Proceso de Moscú, Suzanne LaFollette, una de las principales figuras de la Comisión Dewey, escribió una carta a Trotsky en la que le manifestaba que desde la Primera Guerra Mundial nada había agitado tanto al mundo intelectual norteamericano como los Procesos de Moscú. Desde octubre de ese año, el movimiento obrero y los círculos intelectuales, tanto en Europa como en Estados Unidos, estaban profundamente divididos ante el tema del derecho de asilo para Trotsky y la campaña para constituir una comisión internacional. La primera ayuda seria y eficaz para Trotsky y su hijo vino de Estados Unidos con la formación de un Comité Provisorio para la Defensa de León Trotsky que hizo un llamado firmado por John Dewey, los periodistas Freda Kirchwey, Horace M. Kallen, Joseph Wood Krutch y dos dirigentes del Partido Socialista norteamericano, Norman Thomas y Devere Allen. Este llamado apelaba a todos los amigos de los derechos democráticos a unirse a ella, destacando que apoyar este llamado no implicaba, necesariamente, ninguna afinidad con los pensamientos políticos de Trotsky. El comité no hacía más que retomar la tradición liberal norteamericana de la defensa de grandes causas judiciales que había dado nacimiento al Comité por la Defensa de Sacco y Vanzetti, y al Comité por la Defensa de Tom Mooney. En la comisión participaron: John Dewey, Suzanne LaFollette, quien fue la secretaria, Ben Stolberg, Otto Rühle, que vivía en México. Se eligió un abogado, John Finerty, que había defendido a Sacco y Vanzetti. A último momento, Stolberg invitó a su amigo Carleton Beals, sin conocer la relación que este último tenía con Lombardo Toledano, el dirigente sindical estalinista mexicano. Beals finalmente renunció a la Comisión.

Cortez señala que el libro toma la forma de un juicio, con la Comisión actuando como “jurado” , en el que Trotsky se defiende de acusaciones stalinistas, tales como haber sido agente del gobierno alemán o agente del Mikado, de haber saboteado las industrias soviéticas –“actos explosivos o maniobras de distracción” , como se las denominaba en la acusación–, de haber querido fundar un centro trotskista en la URSS y de haber llevado adelante todo tipo de alianzas con personajes “contrarrevolucionarios” incluso inexistentes; se explaya sobre su relación con Lenin y con los acusados del primer Proceso, Zinoviev y Kamenev, la formación de la troika Stalin-Zinoviev-Kamenev y la lucha de la Oposición de Izquierda, la ruptura de aquellos con Stalin, la conformación de la Oposición Conjunta, la posterior capitulación de Kamenev y Zinoviev. Relata la actividad de la Oposición de Izquierda en Rusia y de sus principales exponentes, que escribían trabajos teóricos que se publicaban en el Boletín de la Oposición hasta 1931. Trotsky tenía que demostrar su inocencia a un juzgado que opinaba, como Dewey, que bolchevismo y estalinismo eran lo mismo o que desconocía la historia soviética, y eso implicaba explicar muy aguda y sencillamente las diferencias entre el régimen bajo Lenin y el de Stalin. Por supuesto, el veredicto de la comisión fue: ¡inocente!

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