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Santa Teresa de Portugal

Biografía

Teresa de Portugal, Santa. Coimbra (Portugal), c. 1175 – Lorvão (Portugal), 18.VI.1250. Esposa del monarca leonés Alfonso IX, monja cisterciense (OCist.).

Primogénita de Sancho I de Portugal y de su esposa Dulce, princesa de origen aragonés, nació en la Corte de su abuelo, Alfonso I de Portugal, y se educó bajo la dirección de doña Goda, de quien se dice marcó la espiritualidad y educación de la futura reina leonesa.

En 1190 se acordó su casamiento con Alfonso IX de León. La boda se celebró el 15 de febrero de 1191 en la villa de Guimarães. La unión se proyectó y llevó a cabo soslayando la consanguinidad que unía a ambos contrayentes, lo que hizo que el matrimonio fuese polémico desde el primer momento, analizado y declarado nulo en el Concilio de Salamanca y finalmente disuelto por Roma, que obligó a la pareja a separarse, inicialmente con Calixto III en 1194 y, definitivamente, con Inocencio III, en 1196. Ambos Pontífices impusieron la disolución.

Antes de llevarse a cabo la separación del matrimonio, habían nacido tres infantes: Fernando, Sancha y Dulce, reconocidos como herederos por Roma tras la separación de sus padres, lo que permitió que el primero fuese designado heredero del trono leonés y, desaparecido, las propias infantas obtuviesen dicha designación. En 1194, los monarcas Alfonso IX de León y Sancho I de Portugal acordaron el “Tratado de la solución de arras”, fijando las condiciones de la ex reina Teresa: podría vivir en cualquiera de los dos Reinos, y el monarca leonés le entregaría una tierra llana, entre Ciudad Rodrigo y León o entre León y Tuy, que valiese 4000 morabetinos. Los dos monarcas pondrían cuatro castillos como garantía de paz: el monarca portugués los colocaría bajo la personalidad del maestre del Temple, Sancho Fernández; y Alfonso IX, en las manos de Pedro Alfonso. Como señala M. Pereira, este tratado en que se fijaba la situación de Teresa de Portugal como ex reina leonesa, era el complemento del Tratado de Tordehumos, formalizado en la primavera del mismo año 1194; ciertamente el tratado se firmaba entre León y Castilla, pero afectaba directamente a Portugal y a otros Reinos hispánicos.

Las rivalidades entre los Reinos cristianos hispánicos restaban potencialidad y mermaban la defensa ante el peligro almohade. La intervención pontificia buscaba una solución rápida. Pero el fin de la unión de Alfonso IX y Teresa de Portugal suponía la ruptura de buenas relaciones entre la Corte leonesa y la portuguesa; Sancho I de Portugal se volvía hacia Castilla, mientras Alfonso IX se orientaba hacia una política colaboracionista con los musulmanes. Estas desavenencias y cambios de alianzas contribuyeron a la derrota de los castellanos en Alarcos y favorecieron el poder devastador de los musulmanes. Posteriormente, en 1197, se acordó la paz entre Castilla y León. Se selló con el matrimonio de Alfonso IX y Berenguela, hija de Alfonso VIII de Castilla. Al igual que había sucedido con el primer matrimonio del monarca leonés, este adolecía del mismo defecto, la consanguinidad, y tuvo el mismo fin, la disolución; e igualmente contó con una descendencia que hubo de ser reconocida por el Papa: el futuro Fernando III.

Consumada la disolución de su matrimonio, Teresa de Portugal volvió a su tierra portuguesa, acompañada de su hija menor, Dulce, mientras sus dos hijos mayores, la primogénita, Sancha, y el heredero, Fernando, se mantendrían en la Corte leonesa. Poco tiempo después, en 1198, fallecía la reina Dulce, y Teresa, como hija mayor, se encargaría del cuidado y educación de sus hermanas menores (Sancha, Mafalda, Blanca y Berenguela) en la Corte portuguesa de su padre, Sancho I, en cuyo testamento consta haber criado a su nieta la infanta Dulce, hija de Teresa. La actividad de la ex reina leonesa se mantuvo abierta, vigilante, por lo que se refiere a León y a Portugal pero también a Roma, cuyas inquietudes eclesiásticas canalizó y cuya influencia utilizó en tiempos de los papas Inocencio III (1198-1216), Honorio III (1216-1227) y Gregorio IX (1227-1241).

Desde su separación de Alfonso IX hasta su muerte trascurre más de medio siglo. A ella se debe la introducción de la espiritualidad cisterciense en el monacato femenino portugués; desde comienzos del siglo xiii sus esfuerzos, institucionales y económicos, se centraron en el Monasterio de Lorvão, benedictino y masculino, que ella convertiría en cisterciense y femenino, con la aprobación de Inocencio III, que le permitió superar intereses adversos. M. A. Marques señala que Lorvão se hizo a imagen y semejanza de Las Huelgas de Burgos, es decir, los dos son fundaciones regias destinadas a albergar a los miembros femeninos de la Corte regia. De hecho, en Lorvão vivieron varias de las hermanas de Teresa hasta sus respectivos casamientos; y de su ejemplo, sin duda, tomó buena nota su hermana Sancha para fundar el también femenino y cisterciense Monasterio conimbricense de Celas; y otro tanto sucedería con Mafalda y el Monasterio de Arouca.

El Monasterio de Lorvão, ya femenino y cisterciense, fue dotado para cuarenta monjas en 1211 y al frente de él Teresa situó a una abadesa para el gobierno conventual, ya que la ex reina leonesa nunca profesó como monja cisterciense, aunque la historiografía monástica así lo recoge.

Teresa atendió también a la política de los dos Reinos, a los intereses que en ellos tenía en juego. Entre 1212 y 1228 surgieron los grandes problemas de la Monarquía portuguesa regentada por su hermano y después por su sobrino, menor de edad. A fines de marzo de 1211 moría el padre de Teresa, Sancho I. En 1209 había hecho testamento, renovado en 1210, buscando una sucesión pacífica. Designaba heredero a su primogénito, Alfonso II, y otorgaba a sus tres hijas, Teresa, Sancha y Mafalda, los Monasterios de Arouca y Bouças, más las plazas fuertes de Alemquer, Montemor-o-velho y Esgueira. Esta dotación de sus hijas suponía una importante merma de los derechos del realengo, por lo que enfrentó al nuevo Rey con sus hermanas. En cuanto a los otros dos hijos varones de Sancho I, Pedro y Fernando, buscarían fortuna fuera de las tierras de su padre, enfrentados también a su hermano. Pedro Sánchez se puso al servicio de Alfonso IX de León, constituyéndose desde entonces en feroz adversario de Alfonso II. En cuanto a Fernando, se dirigió a Flandes con su tía Teresa (o Matilde), viuda de Felipe de Alsacia, y allí se convertiría en conde de Flandes al casarse con su prima Juana. Así pues, en el Reino portugués quedaban las infantas Teresa, Sancha y Mafalda, cuyo máximo defensor sería Gonzalo Méndez de Sousa, que había prestado servicios en la Corte de Sancho I y era enemigo de las tendencias innovadoras de la Corte de Alfonso II.

Desde incluso antes de la muerte de su padre, las relaciones entre Alfonso II y sus hermanos no parecían ser las mejores, dado el control que el nuevo Monarca pretendía ejercer sobre las propiedades que Sancho I había dejado, en su testamento, al resto de sus hijos; tampoco fueron buenas con la Iglesia, por la reducción que pretendía del abadengo. Nada menos que siete bulas de Inocencio III exigían la ejecución del citado testamento, preservando los intereses de las infantas Teresa, Sancha y Mafalda. Alfonso II mandó, en 1212, cercar las villas de Montemor-o-Velho y Alemquer, pertenecientes, la primera, a Teresa y, la segunda, a Sancha por testamento paterno. Esta actuación provocó de inmediato la reacción de la Corte leonesa; reacción encabezada por Pedro Sánchez, Pedro Fernández de Castro y el propio hijo de Teresa y Alfonso IX, el príncipe Fernando. Se mantuvo un grave enfrentamiento, incluso en ocasiones armado, llegando a involucrarse incluso Alfonso IX de León. Teresa estuvo cercada en su villa de Montemor-o-Velho en 1212, momento en que otorga fueros al lugar.

Además de acudir a la Corte leonesa, Teresa acudió a Roma, a la Corte pontificia de Inocencio III. Los jueces apostólicos nombrados por la curia pontificia eran dos prelados leoneses y uno portugués, de Braga. A ellos el pontífice mandaba ejecutar el testamento de Sancho I, que se respetasen las propiedades que había designado a sus hijas las infantas.

Los jueces apostólicos, vista la actitud de Alfonso II, le excomulgaron y lanzaron entredicho contra el Reino. Es el momento en que el monarca portugués recurría a Roma, protestando ante la curia pontificia; y es también el momento en que el Papa trataba de buscar una solución de compromiso: había de garantizarse la paz entre Alfonso II y sus hermanas y ello, desde el respeto. Al primero se le exigía respetar los castillos de Teresa, Sancha y Mafalda; a ellas que no los pusiesen en manos de los enemigos del Monarca.

En función de esta política pacificadora, el Papa mandó a los jueces que levantasen la excomunión y el entredicho, a la vez que exigían a Alfonso el pago de 50.000 cruzados a sus hermanas. A las infantas se les señalaba que sus propiedades estarían sujetas a jurisdicción regia.

En 1218, a la muerte de Inocencio III, el monarca portugués creyó oportuna la solicitud de revisión del proceso y Roma accedió. La solución definitiva llegaría a la muerte de Alfonso II, por mediación del obispo bracarense: Sancho II llegó a una concordia con sus tías, las infantas.

Es también durante la segunda y tercera décadas del siglo XIII cuando se intensificaron los problemas de la Corte leonesa. Primero, porque Alfonso IX necesitaba afirmar su patrimonio señorial; luego, por los difíciles problemas sucesorios, agravados por la muerte prematura de su hijo Fernando, en 1214. Teresa defendió después los derechos de sus hijas, Sancha y Dulce, a quienes el monarca leonés entregó, en 1217, el usufructo de varias villas (Portela de San Juan, Burgo de Ribadavia, Allariz, La Coruña y otras) y una renta de bienes raíces asentados en Villafranca del Bierzo, Benavente y Valcarce. La presencia de las infantas en la Corte leonesa se intensificó y, en 1218, Alfonso IX se inclinaba decisivamente por que fuesen legítimas herederas al Trono de León.

Desde la disolución de su matrimonio, Teresa recibió de Alfonso IX la tenencia de Villafranca, que mantuvo en sus manos incluso después de la muerte de Alfonso IX y que le permitió controlar muy de cerca sus proyectos cistercienses. Es precisamente en la etapa final de Alfonso IX cuando Teresa se dispuso a fundar otro monasterio cisterciense, ahora en tierras leonesas, tal vez pensando igualmente en una fundación similar a Lorvão, donde pudiesen acogerse las mujeres de la Casa Real leonesa, incluidas sus hijas.

El 29 de abril de 1229 Alfonso IX respaldaba la fundación villabonense, fijando su patrimonio: el propio cellarium de Villabuena, con sus derechos pertenencias y cum omni iure regali; añadía “hereditates e posesiones” en Corullón, Horta, Otero, Villadecanes, Valtuille de Arriba, Canedo de Abajo, Arganza, San Juan, Cueto, Robledo de Arriba, Robledo de Abajo, La Válgoma, Cubillinos, Cubillos y Vilela, lugares todos ellos de la comarca berciana, situados en el área relativamente próxima a la nueva fundación de Teresa. A esta dotación regia se sumarían otros bienes aportados por la ex reina y sus hijas. Dos años más tarde, el 15 de diciembre de 1231, el respaldo procedía de la cancillería romana de Gregorio IX. La fundación de Santa María de Villabuena cambiaría tiempo después su titularidad por la de San Guillermo de Peñacorada, al ser trasladados allí los restos de este santo.

En la década de 1230-1240, Teresa frecuentó Villabuena, siguiendo de cerca la construcción del monasterio y los hechos políticos leoneses a la muerte de Alfonso IX. El monarca leonés murió el 24 de septiembre de 1230 en las tierras gallegas de Sarria, habiendo designado a las infantas Sancha y Dulce herederas del Reino, decisión no acatada por una parte del episcopado leonés y algunas ciudades, lo que marcaría las disensiones con Fernando III y su madre, la reina Berenguela. Los propios ciudadanos de León, y su obispo, eran partidarios del monarca castellano.

El enfrentamiento entre partidarios de las infantas y partidarios de Fernando III, unas y otro hijos de Alfonso IX, se solucionó con el encuentro de ambas partes, primero en Villalobos, después en Benavente.

Las dos ex esposas de Alfonso IX, Teresa y Berenguela, al lado de sus respectivos hijos, parecen haber propiciado la paz. El 11 de diciembre de 1230 se firmaba el acuerdo de Benavente por el que el Reino de León pasaba a Fernando III, quien llegaba a un acuerdo con las hijas de Teresa: Sancha y Dulce renunciaban a los derechos al Trono, al tiempo que Fernando III les entregaba 30.000 maravedís de renta anual de forma vitalicia. Teresa de Portugal y sus hijas solicitaron posteriormente la ratificación de sus rentas ante la Santa Sede: Gregorio IX las confirmó el 8 de diciembre de 1231. Ni Teresa ni las infantas sobrevivieron a Fernando III, por lo que las rentas se incorporaron nuevamente a la Corona antes de finalizar su reinado.

Asentada la fundación de Villabuena, fijada la situación de sus hijas Sancha y Dulce en el Reino del desaparecido Alfonso IX, Teresa parece que se olvidó de la política leonesa mientras continuó interviniendo en la de la Corte lusa. Intervino, sin conocerse exactamente el papel desempeñado, en la crisis política de 1245, en la que se enfrentaban dos de sus sobrinos, Sancho II y el infante Alfonso, conde de Bolonia, defendiendo Teresa la causa de este último. Refugiada en su Monasterio de Lorvão, a lo largo de esta última década de su vida, sufrió la muerte de sus dos hijas y algunas de sus hermanas. Pero se mantuvo activa en su Reino, en contacto con la Corte pontificia: Inocencio IV, el 17 de enero de 1249, todavía le solicitaba apoyo para Pedro Gonçalves, recién elegido obispo para la sede de Viseo.

Teresa moría el 18 de junio de 1250, en su Monasterio de Lorvão, donde se mantendría su memoria.

Impulsora de la obra de san Bernardo, ha sido la historiografía cisterciense la que ha ponderado ampliamente su espiritualidad, ensalzado sus virtudes piadosas y creado una aureola de santidad que la llevó a los altares a comienzos del siglo XVIII bajo el papado de Clemente XI. Lorvão, perdida ya la comunidad cisterciense, mantiene la imagen de santa Teresa, la “mais poderosa, influente e enérgica mulher da família real portuguesa da primeira metade do séc. XIII”, según M. A. Fernandes Marques.

 

Bibl.: J. Álvarez, Reina y Santa, Burgos, Hijos de Santiago Rodríguez, 1954; M. Cocheril, “Les infantes Teresa, Sancha, Mafalda et l’ordre de Cîteaux au Portugal”, en Revista Portuguesa de História (RPH), t. XVI (1976), págs. 33-49; M. Pereira, “Um desconhecido tratado entre Sancho I de Portugal e Alfonso IX de Leão (Solução das arras do casamento da rainha D. Teresa)”, en RPH, t. XVII (1977), págs. 105-135; G. Cavero, “Teresa de Portugal, reina de León”, en A. Alonso Ares (coord.), Los Reyes de León, León, Ayuntamiento, 1994; “Teresa de Portugal y el monasterio cisterciense de Villabuena (s. xiii)”, en Homenaje al P. Damián Yáñez, Cistercium, 208 (1997), págs. 379-387; M. A. Marques, Estudos sobre a Ordem de Cister em Portugal, Coimbra, Edições Colibri, 1998.

 

Gregoria Cavero Domínguez

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