Felipe V, rey de España
Hacia 1739. Óleo sobre lienzo, 154 x 113,5 cmNo expuesto
El retrato de Felipe V, primer Borbón que ocupó el trono español, muestra al monarca en la última fase de su vida -comenzó a reinar en 1700 y falleció en 1746-. Aparece caracterizado con armadura completa, sosteniendo en la mano izquierda el bastón de mando que, a manera de cetro, lleva grabados los castillos y leones heráldicos así como la flor de lis de la dinastía Borbón. Apoya en la cadera la mano derecha, con la que sujeta los guantes. La banda azul de la orden del Saint-Esprit destaca sobre el cordón rojo de la insignia del Toisón de Oro. Cubre la cabeza con una gran peluca, que cae por la espalda. A su lado, en segundo término, se aprecia un yelmo con cimera cuidadosamente cincelado. La figura se recorta sobre un sencillo fondo de paisaje.
Probablemente esta pintura formaba pareja con un retrato de su segunda esposa, Isabel de Farnesio, de menor calidad (P2397). La reina aparece suntuosamente vestida en un interior palaciego, fórmula convencional en los retratos femeninos que acompañan a las efigies masculinas de carácter militar, representadas en exteriores, a veces con fondos de batalla.
El rey ostenta claramente los símbolos de su poder y, aunque se muestra envejecido, el artista ha conseguido otorgarle cierta arrogancia. El aire relativamente distendido de los rasgos de su rostro permite suponer que Van Loo realizó la obra al poco tiempo de su llegada a Madrid en 1737 o en los años inmediatamente siguientes, tal vez antes del fastuoso retrato ecuestre del monarca que se conserva en el palacio de La Granja. La ausencia de un acabado preciso al estilo de Jean Ranc, el retratista de corte anterior a Van Loo, se suple con un estilo de pincelada más libre, sin prescindir de los detalles. El pintor cuida la expresividad de las facciones, a pesar del distanciamiento propio del retrato oficial, así como las calidades táctiles de las telas y metales, y la sobria ambientación, adecuada la regia solemnidad de la indumentaria.
La obra es resultado de un virtuosismo técnico que logra brillos acertados en las superficies metálicas, contrastando con el rico cromatismo del ondeante fajín rojo de pliegues quebrados. A la vez, la suavidad de las carnaciones produce un grato efecto general.
De esta pintura existen copias e interpretaciones de época y una réplica moderna, conservada en el Palacio Real de Madrid. La pintura original de Van Loo sirvió de modelo a un grabado francés de G. E. Petit fechado el año 1742. Este dato pone de manifiesto que el retrato pintado se realizó con anterioridad a esa fecha, aunque probablemente en un marco cronológico cercano (Texto extractado de Luna, J. J. en: El Prado en el Ermitage, Museo Nacional del Prado, 2011, pp. 160-161).