Veinticinco años de ‘Cartas cruzadas’, de Darío Jaramillo Agudelo

Home

Libros

Artículo

El poeta Darío Jaramillo Agudelo nació en 1947. Foto: Daniel Reina Romero.

LITERATURA

Veinticinco años de ‘Cartas cruzadas’, de Darío Jaramillo Agudelo

En el aniversario de su lanzamiento, Luna Libros y Pre-Textos publican una edición conmemorativa de la que, en palabras del escritor Pablo Montoya, es “la mejor novela que se ha escrito” sobre el narcotráfico en Medellín.

Pablo Montoya*
17 de febrero de 2020

Cartas cruzadas, de Darío Jaramillo Agudelo, es una novela epistolar. Por ello mismo se inserta en una tradición que se fortalece con aquellos precursores del Romanticismo, como Goethe y sus Cuitas del joven Werther, Rousseau y su Julia o la Nueva Eloísa y Montesquieu y sus Cartas persas. Como sabemos, esa tradición alcanzó momentos conmovedores en el siglo XIX con Pobres gentes de Dostoievski, Frankestein de Mary Shelley y Pepita Jiménez de Juan Valera.

Cartas cruzadas es también una novela de amor. No es fortuito que quien la escribió sea uno de los poetas más importantes de la lengua española dedicado al tema amoroso. En sus páginas hay una variedad de amores, desde los platónicos hasta los promiscuos, desde los que se creen que son genuinos y podrían durar toda una vida, hasta aquellos que, a pesar de su intensidad desgarradora, se esfuman sin dejar mayores huellas. Es una novela sobre el amor y también sobre el desamor. Y sobre esta doble circunstancia que viven sus personajes principales (Juan Esteban, Raquel y Luis) se plantean reflexiones y se elevan epifanías que resultan siendo acaso los momentos más inolvidables de este libro de casi setescientas páginas. 

Cartas cruzadas es una novela poética. Y cómo no celebrar esto una y otra vez en un país cuya literatura reciente ha sido tomada literalmente por los narradores periodistas. Es decir, es una novela escrita por un poeta y también es una novela que gira en torno a la poesía. Asistimos en estas cartas y en estos fragmentos de diario a interpretaciones agudas y emotivas, que jamás olvidan los vínculos con esa otra poesía de los boleros y la música del jazz, sobre la poesía modernista y sobre Rubén Darío, su mayor exponente. Y como uno de sus personajes principales (Luis) es un profesor de literatura, se presentan también críticas aceradas sobre cómo los medios académicos de las universidades estudian la poesía de tal modo que terminan expulsando de ella su mayor encanto y sus misterios más deliciosos. 

Cartas cruzadas es, igualmente, una novela juvenil. Los remitentes y los destinatarios de estas misivas son jóvenes, ese tipo de jóvenes que al ser tan intensamente vitales son, al mismo tiempo, desoladoramente desgraciados. Pero lo que quiero decir es que, al poseer este rasgo juvenil y su digamos anacrónica esencia epistolar, Cartas cruzadas es, en el fondo y en la superficie, una novela romántica. Lo cual equivaldría a pensar en ella como una novela de formación. Y esta particularidad, en el caso colombiano y teniendo en cuenta la tremenda decadencia humana que retratan sus páginas, nos llevaría a la conclusión de que, en realidad, es una novela de deformación. 

Cartas cruzadas es, por lo demás, una novela ambiciosa. Y su objetivo se logra cabalmente cuando comprendemos que en ella se establece un balance, nada halagüeño, por el contrario duro y acerbo, de esa generación de jóvenes nacidos en la Medellín de la década del cincuenta del siglo pasado. Generación que, como ninguna otra en este país de tantas generaciones frustradas, presenció de qué modo sus vidas fueron sacudidas por el narcotráfico. 

Cartas cruzadas, en este sentido, es una novela sobre el narcotráfico. Quizás, y esto lo digo como una consideración personal, aunque puedo sostenerla en cualquier parte sin que la voz se me quiebre, es la mejor novela que se ha escrito sobre este tema tan espinoso y tan necesario y tan despiadado. Sobre todo para los escritores que han nacido en Medellín desde mediados del siglo XX, o que han escrito sus libros viviendo en ella, o han pensado siempre en ella así residan en otras partes. Cartas cruzadas se levanta, por la precisión de su factura, por la profundidad de sus conclusiones frente a lo que ha significado vivir en una ciudad sometida al formidable negocio de la cocaína, por la manera en que se diseccionan los personajes y sus conflictos o certezas afectivas, por esos puentes entre amor, humor y desesperanza, muy por encima de aquellas otras novelas que han caído de hinojos ante las tentaciones de una literatura espectacular y farandulera. A veinticinco años de su publicación, Cartas cruzadas permanece fresca, y acaso solitaria, en medio del abanico variopinto y bullicioso de eso que algunos denominan por ahí, no sé si para burlarse de ello o para ensalzar comercialmente sus sospechosos atributos, la narcoliteratura. 

De hecho, en Cartas cruzadas se presenta algo que me parece sencillamente magistral: es la gran novela sobre el narcotráfico en Medellín y por ninguna parte aparece Pablo Escobar. Este voluntaria ausencia podría significar, entre otras cosas, que la reflexión fundamental que nos debemos plantear sobre esta parte del país y del mundo, no se aborda adecuadamente con la pregunta: “¿Qué hacemos con don Pablo?”, sino, más bien, con esta otra: “¿Qué hacemos con Medellín y las gentes que ella ha modelado desde que nació como ciudad?”.

Cartas cruzadas es, pues, una novela sobre Medellín. Y no solo sobre la Medellín de los años setenta y ochenta del siglo pasado, aquella urbe pueblerina que asumió el comercio de la cocaína como si en él encontrara su retorcida razón de ser, sino una novela que devela, con lucidez lancinante, por qué nunca fue un accidente de la historia nacional, ni una decadencia de los valores del cristianismo católico del que tanto se jactaron nuestros ancestros, el que se haya dado aquí esta grotesca metamorfosis. Metamorfosis que se asume en la novela al mostrarnos cómo un doctor de literatura, un experto en poesía modernista, alguien que en principio rechazaría con fuerza cualquier vínculo con el narcotráfico, termina absorbido por él. En esta dirección de las transformaciones sociales, al leer Cartas cruzadas es posible concluir que ella, de algún modo, desciende de esos relatos de Tomás Carrasquilla en los que se aborda la llegada de los ricos emergentes de inicios del novecientos a una Medellín que, desde entonces, en la literatura y en la realidad, será fraguada y hecha a imagen y semejanza de sus ubicuos intereses bursátiles. 

Hasta qué punto una circunstancia como el narcotráfico pudo haber transformado a una sociedad como la de Medellín, es un interrogante que atraviesa Cartas cruzadas de principio a fin. Y la novela, a su manera, la responde. Y su respuesta no es nada conmiserativa, ni autocompasiva, ni conciliadora, ni políticamente correcta. Esta mutación se dio, y se seguirá dando quién sabe hasta cuándo, no solo para el bien de una economía y de unas finanzas, y por ello mismo para la buena fortuna y el confort ya no de unos pocos, sino de una sociedad entera. Aunque también se ha efectuado, y Cartas cruzadas lo expresa en varios de sus pasajes, para el mal de unas cuantas conciencias éticas o morales, y de tantísimas víctimas de esta suerte de flagelo portentoso.

Afirmar entonces que el narcotráfico en Medellín es un mal sueño superado, resulta siendo una sandez ingenua, o una perversión del sentido común de algunos políticos que intentan pasar torpemente la página de nuestra convulsa historia. Y Cartas cruzadas, quiero decir el horizonte que se dibuja en sus páginas a este respecto, es tan contundente como revelador.

*Escritor. Autor de Tríptico de la infamia (2015), novela con la que ganó el Premio Internacional Rómulo Gallegos, y La escuela de música (2018), entre otros libros.

Noticias Destacadas