Con su flow salvaje y sus rimas políticas, el ya mítico Tego Calderón crece como el Bob Marley de Puerto Rico
Si salgo, no me van a dejar volver a entrar”, dice Tego Calderón, espiando por la ventana de un pequeño restorán en una zona especialmente inhóspita del Harlem hispano. Afuera, las adolescentes puertorriqueñas aprietan la nariz contra el vidrio y gritan: “¡Tego!”. Ese mismo día, en el Village, tuvo lugar la misma escena: los chicos pedían autógrafos y fotos, pero principalmente querían estar cerca del héroe.
Con su fuerte acento y sus ideas políticas ferozmente independientes, el Rey del Reggaeton a veces suena como un Scarface con conciencia social, pero hoy simplemente es el foco de atención. Está en Nueva York porque vino a firmar contrato con Atlantic Records, una gran piedra de toque en la creciente popularidad del reggaeton en todo el mundo.
Los dos álbumes de Calderón fueron éxitos enormes en su Puerto Rico natal, y su debut de 2003, El abayarde (una especie de zorrino centroamericano en el que la abuela del Tego se inspiró para apodar a su nieto cuando era pequeño) vendió más de 200 mil copias. Su debut en Atlantic, recién terminado y titulado The Underdog, es un disco notablemente expansivo que mezcla sonidos latinos con ritmos de hip hop y capitaliza sus puntos más vendibles: su profusa musicalidad, sus lazos con raperos norteamericanos (se planea una breve aparición de Snoop Dogg), y su fraseo trabalenguas en espanglish, que combina el estilo callejero de sus mcs favoritos, Chuck D y Rakim. “Es el Tupac latinoamericano”, dice Fat Joe, amigo de Calderón. “Cuando actuó en los Video Music Awards hace un tiempo, otra gente hacía su hit más mainstream, y él hizo un tema que es sólo para las calles. Era algo que nunca antes había visto.”
El reggaeton tiene su origen en callejones oscuros y en calurosos clubes nocturnos, pero, como el hip hop, se está comercializando cada vez más. Calderón, de 33 años, a la vez se beneficia con esa tendencia y la lamenta. Su vida se convirtió en una serie de contradicciones: él es sinónimo de reggaeton, pero le gusta escuchar Judas Priest y Billie Holiday; es una estrella adinerada, pero sigue manejando un Toyota Tercel que compró hace diez años. “No hago música para ganar dinero o fama”, dice. “Lo hago como una contribución a mi pueblo.”
El deseo de justicia de Calderón viene de su padre, un trabajador de la salud puertorriqueño cuya relación con el partido minoritario de la isla, el Partido Independentista, hizo que su familia fuera marginada en cualquier lado en que viviera. “Nunca vi La guerra de las galaxias”, dice Calderón hablando de su infancia. “Mi papá solía decirme: «No necesitas La guerra de las galaxias. Tu guerra está aquí».” Criado en Río Grande, un pueblo rural cercano a San Juan, de chico, Calderón dio vueltas por todo Puerto Rico, mientras se proporcionaba una excelente educación musical, estudiando percusión, devorando la colección de jazz de su padre y los discos de pop norteamericano, y tocando con orquestas sinfónicas, grupos de salsa y bandas de heavy metal.
Hacia el final de su adolescencia, Calderón regresó a Puerto Rico desde Miami, donde su padre había estado ayudando en la crisis del sida en la ciudad. Después de vender droga y trabajar como taxista en San Juan, se enamoró del hip hop norteamericano. “Escuché a Chuck D hablando de las mismas cosas de las que hablaba mi padre”, dice.
A fines de los 90, Calderón tuvo un éxito moderado haciendo hip hop en español, pero no fue sino hasta que empezó a grabar reggaeton –“sólo para demostrarles a mis hermanos puertorriqueños que podía hacerlo”– que se convirtió en una estrella. Su fama sólo profundizó la frustración que sentía siendo un negro puertorriqueño, y comenzó a canalizar la ira en sus rimas. “La pobreza no es la gran cuestión”, dice. “El tema es la ignorancia.”
Calderón va paso a paso: a comienzos de este año, rechazó una oferta de Diddy para aparecer en publicidades de Sean John al enterarse de que esa marca de ropa solía abusar de la mano de obra latinoamericana.
Gracias a sus ideas políticas –así como a sus controversiales canciones a favor de la marihuana, como “Bonsai”–, Calderón se ganó la vigilancia permanente del gobierno de Puerto Rico. Agentes de narcóticos le allanaron la casa varias veces a pesar de que nunca le encontraron nada y de que él niega cualquier conexión con el negocio de la droga. Estas persecuciones hicieron que Calderón terminara hablando como otro mc norteamericano: Jay-Z. “En unos años pienso retirarme”, dice. “Odio el negocio. No necesito una mansión. No necesito seguridad. No vivo como una estrella del hip hop.”
En cuanto al futuro, Calderón se preocupa por tener tiempo suficiente para sus hijos, Ebony Nairobi, de 4 años, y Malcolm X, de 1. Calderón promete más colaboraciones con raperos norteamericanos; 50 Cent, quien se hizo amigo de Calderón el año pasado en Puerto Rico cuando su ritmo de “p.i.m.p.” fue usado para un remix sacachispas, es un candidato probable.
Previsiblemente, las colaboraciones se harán bajo sus propios términos. “Con los raperos norteamericanos hago hip hop, no reggaeton”, dice, prendiéndose un Newport. “Si quieres joder conmigo, hazlo como sabes. Porque yo también puedo hacerlo.”
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