“A Franco y a Azaña les une el rechazo al liberalismo”. Una entrevista de Jorge Vilches

La Razón, 07-05-24

Estamos con José María Marco, uno de los intelectuales españoles más interesantes de las últimas décadas. La verdad es que ya está un poco de vuelta de todo, descreído, sarcástico, con la ironía que procura la experiencia de haber asistido a tanto ruido y furia. No se asombra por los tiempos autoritarios que vivimos. Ya lo apuntó en “La libertad traicionada” (1997), “Francisco Giner de los Ríos: poder, estética y pedagogía” (2002), en “Sueño y destrucción de España” (2014) y en “Azaña, el mito sin máscaras” (2002). Ahora vuelve con La velada del Pardo. Franco y Azaña” (Monóculo, 2024), una magistral contraposición teatral y ensayística de dos perfiles complicados.

¿Qué utilidad tiene una obra de teatro que muestre una discusión entre Azaña y Franco?

Azaña fue ministro de la Guerra entre 1931 y 1933, y Franco uno de los generales de mayor prestigio del Ejército por esos mismos años. Luego compartieron algo excepcional: los dos fueron jefes de Estado de un país en guerra. Se conocían, se apreciaban y nunca dejaron de seguirse, diríamos hoy. La velada del Pardo se basa en esta larga relación, bien documentada.

¿Crees que la RTVE que ha contratado a Broncano te contrataría para llevar a la pantalla ese debate entre Franco y Azaña?

Lo dudo (Risas). «La velada del Pardo» ofrece al público, por primera vez desde hace muchos años, la ocasión de contrastar los motivos que movieron a dos de los grandes protagonistas de la Segunda República y de la Guerra. Está a disposición de cualquier teatro público, ya sea del Estado, de la Comunidad o del Ayuntamiento. Quizá alguno pica y decide cumplir su función. «La velada del Pardo» está pensada para ser representada.

¿Es más fácil hoy hablar sin tapujos de Azaña que de Franco?

Digamos que es menos arriesgado. Está claro que sobre Franco pesa una censura considerable. Se intenta por todos los medios evitar que se conozcan los motivos de quienes se sublevaron contra la República en 1936. Nos dicen que intentar conocerlos es justificar el golpe de Estado. No es así. Comprender no es justificar, y explicar no es tomar partido. Por otra parte, ahondar en el pensamiento y la acción de Azaña tampoco es tarea fácil. De los dos personajes se ha creado un cliché cómodo, conveniente y muy burdo. «La velada del Pardo» intenta presentar las cosas de una manera muy distinta.

Describa a los dos con un par de frases políticamente incorrectas.

Azaña hizo todo lo posible para evitar que en España se instalara una democracia liberal. Y Franco creó, a su pesar, las condiciones que la hicieron posible.

 

 

¿La memoria histórica ha aumentado la libertad de los españoles?

Más bien la ha restringido. El gobierno socialista ha querido imponer una versión de la historia del siglo XX y pretende tener el monopolio de la verdad. Es como si hubiéramos vuelto a los años 40 del siglo pasado, sólo que con la izquierda en el lugar de la censura de la dictadura. El grado de cinismo y manipulación es tan alto que habría que hablar, por decirlo en palabras de Azaña, de ley de memoria putrefacta.

La gente desconoce la relación epistolar entre Franco y Azaña.

Las cartas editadas en «La velada del Pardo» estaban publicadas en la última edición de 2008 de las Obras Completas de Azaña. Pero ocurre a menudo que la gente sólo ve lo que quiere ver. Ya me pasó con la generación del 98 y los regeneracionistas y luego con Giner de los Ríos. A ti te habrá pasado lo mismo con la Primera República. Azaña lo dice a su manera: nos gusta crear ortodoxias, y luego -esto lo añado yo- resulta muy cómodo seguir instalados en ellas y sumamente gratificante estigmatizar y ningunear a quien no comulga con la ortodoxia oficial.

¿Crees que tu libro va a molestar a alguien porque sacas las faltas de uno y otro?

Probablemente, aunque no es esa la intención de La velada del Pardo. Parece una provocación, pero sólo por el ambiente de guerracivilismo en el que vivimos.

¿Qué unió a Franco y Azaña?

Les une el rechazo del liberalismo. Azaña fue un lector fascinado de los nacionalistas franceses de finales del siglo XIX y principios del siglo XX. Tampoco es que sea nada original: todo el mundo los leyó entonces, aunque no con la intensidad con que lo hizo Azaña. En el fondo de la actitud de cada uno está latente esa mentalidad nacionalista, pero Azaña es más antimoderno que Franco, bastante más pragmático, por su parte, que su colega en la Jefatura del Estado. A partir de ahí, cada uno se inventa una genealogía y una novela familiar que convierte al 98 en el mito que representa el fracaso del liberalismo. La solución, para Azaña, debía ser la República y para Franco, su propio régimen dictatorial. A pesar del fracaso de las dos opciones, el mito sigue vigente. Ese es el fondo de «La velada del Pardo».

¿Qué importancia tuvo El Pardo para los dos?

Los dos vivieron en El Pardo y la velada se desarrolla allí, más en concreto en el despacho oficial de Franco. Franco vivió en el Palacio, como es bien sabido. Azaña en La Quinta, muy cerca, en el mismo recinto del Real Sitio. Azaña resume en El Pardo uno de los objetos de su política, la de la conservación del Patrimonio Nacional, que Franco continuó luego. Gracias a eso se conserva el tronco del antiguo Patrimonio Real, sin el cual no se entiende nada de nuestro país. Azaña, por otro lado, hace de El Pardo un objeto de reflexión estética y política muy característico. El Pardo, además, fue el escenario de un pacto entre izquierdas y derechas que permitió muchos años de convivencia en libertad, lo que llamamos, con desprecio, “Restauración”. «La velada del Pardo», en cualquier caso, se celebra en el infierno. Allí es donde han acabado los dos personajes.

¿Qué fascinaba a Azaña de Franco? ¿Y viceversa?

De Franco, Azaña apreciaba la inteligencia y la profesionalidad. Desde el primer momento observó que era un personaje excepcional, y por eso mismo peligroso para su proyecto. De Azaña, Franco también apreciaba la inteligencia, pero no el sectarismo.

¿Existió alguna posibilidad de que Azaña atrajera a Franco para impedir o combatir el golpe del 36?

Azaña parece haber querido atraérselo, efectivamente, pero de forma inconsistente y contradictoria. La rectificación retrospectiva de los ascensos por méritos de guerra, que afectaba muy directamente a Franco, acabó con cualquier posibilidad de entendimiento. No parece demasiado aventurado afirmar que Franco estuvo dispuesto a aceptar una República que no fuera la República sectaria de Azaña.

¿Franco habría fusilado a Azaña? ¿Qué sintió o dijo al conocer la muerte de Azaña?

De lo segundo no sabemos nada, aunque Franco conservó toda su vida unos cuantos cuadernos manuscritos de las Memorias. Y en cuanto a lo primero… El fusilamiento de Azaña habría planteado un problema histórico, en el fondo de legitimidad, difícil de gestionar, aunque en aquellos momentos… Gracias a Dios, no tuvo ocasión de hacerlo. Tal vez se sintió aliviado. En «La velada del Pardo» se plantea el problema con crudeza.

¿Se arrepintió alguno de los dos de algo?

Azaña es un personaje atormentado desde mucho antes de la Guerra Civil, lo que le permite -paradójicamente- asumir funciones imposibles, como la de seguir presidiendo una República en la que no creía y durante una guerra que daba por perdida. Quizás se arrepintió de su amistad con los nacionalistas y luego, de haber patrocinado a Negrín. Franco es un carácter muy distinto. Si se arrepintió de algo, nunca lo dejó ver.

¿Hay algún parecido entre 1936 y la actualidad, o los políticos fuerzan los paralelismos?

No hay el menor parecido. Vivimos en mundos completamente distintos y sólo mediante un esfuerzo intenso y consciente llegamos a entrever lo que movía a Azaña y a Franco, como al resto de los españoles de la época. Otra cosa es que interpretemos todo aquello desde nuestra situación. Y otra cosa, también, es que los políticos de izquierda quieran hacernos creer que seguimos enfrentados como entonces. Y que la derecha no mueva un dedo para ofrecer otra versión y demostrar que eso no es así. En cualquier caso, la historia, lo queramos o no, sigue dándonos lecciones. Y «La velada del Pardo» insinúa que esas lecciones, habrá que volver a aprenderlas.

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