La herida que el ascenso del Dépor puede cicatrizar: "Jugué nueve partidos con el cuádriceps roto; no podía moverme, no dormía" | Relevo
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La herida que el ascenso del Dépor puede cicatrizar: "Jugué nueve partidos con el cuádriceps roto; no podía moverme, no dormía"

El portero Dani Giménez formó parte de la plantilla que descendió a Segunda B en 2020. Su dolor ilustra el de un grupo que hoy, con un triunfo de los de Idiakez, puede quitarse un peso de encima.

Dani Giménez, exportero del Deportivo. /RC DEPORTIVO
Dani Giménez, exportero del Deportivo. RC DEPORTIVO
Manuel Amor

Manuel Amor

Mentar el 2020 en A Coruña, en términos estrictamente deportivos y no sólo pandémicos, es citar el diablo. El 20 de julio se consumó la caída a los infiernos del Deportivo, el descenso a Segunda B de un equipo que la década anterior había sido campeón de Liga, de Copa, de la Supercopa y autor de auténticas proezas en la Champions. Bajar a la tercera categoría con las gradas vacías por la COVID ilustró como nunca el declive de un club histórico que hoy, desde las 19:00, peleará por recuperar parte de lo perdido. Una victoria ante el Barça Atlètic es suficiente para finiquitar la faena y volver a Segunda.

De momento van cuatro temporadas de viaje lúgubre por el barro, una cifra demasiado alta para una entidad con semejante pedigrí. La herida del fracaso sigue abierta para todos los integrantes de la plantilla 2019-20, con peloteros apagados por el contexto colectivo (Aketxe) y leyendas (Álex Bergantiños) que acabaron bañados en lágrimas por la trascendencia futbolística y económica de lo ocurrido. Aquel curso de sufrimiento, angustia y dolor lo ejemplifica como nadie la figura del portero Dani Giménez, el futbolista con más minutos aquella campaña (3.690) y que no dudó en jugarse su físico por tratar de salvar al Deportivo.

"Yo siempre lo comparo con dos equipos en los que milité: Rayo y Betis. El Deportivo es justo el término medio. Los del Rayo te piden, pero con pelear y correr les vale; en el Betis, en cambio, tienes que ganar sí o sí. Jugar en A Coruña es lo ideal: sientes presión por los resultados, pero también el cariño de la gente, que te anima y no te pita. Suelo comentárselo a los jóvenes: si vas a ser bueno, vete al Dépor. La grada, a nada que tú le des, te lo devuelve", explica el guardameta, que, aunque nacido en Vigo, rezuma ADN blanquiazul por los cuatro costados.

Dani Giménez, con el premio a mejor jugador de la temporada 18-19.  RC DEPORTIVO
Dani Giménez, con el premio a mejor jugador de la temporada 18-19. RC DEPORTIVO

En sus dos temporadas en Riazor, Giménez vivió la cara tremendamente negativa de la moneda: el ascenso frustrado en Mallorca de 2019 (los bermellones remontaron un 2-0 de la ida en la última ronda del playoff) y el varapalo del año siguiente. "En la primera temporada teníamos un equipazo, para estar entre los dos primeros. En Palma echamos muchísimo de menos a Bergantiños. En la 19-20 el nivel de la plantilla bajó de forma notable y se apostó por gente a la que, en un principio, pensábamos que la exigencia del Dépor no le iba a afectar", confiesa.

Pero la realidad es que sí: el hundimiento mental de algunas piezas, superadas por una situación a todas luces inesperadas, condujo al desastre colectivo. Y un contexto tan difícil llevó al guardameta, en un estado físico que en cualquier otro instante le hubiese apartado de la competición, a sacar fuerzas de flaqueza y vivir un verdadero drama con tal de ayudar.

"La gente no lo sabe, pero hubo dos o tres chicos más que jugaron con unas molestias brutales. Yo tuve una barbaridad de problemas"

Dani Giménez Entrenador y exjugador del Deportivo

"Tuve una barbaridad de problemas. Intenté parar, pero no podía. Llegó un punto en que tenía que estar en la portería sólo por lo que nos rodeaba. Mi condición física no era la adecuada", desgrana. "En la pandemia me recuperé de los dolores que sufría, empecé a entrenarme todos los días y, al tercer encuentro, me rompí el cuádriceps. Jugué nueve partidos con el músculo roto. No podía ni moverme. No sacaba ni de puerta. No era capaz. No dormía por las noches. Por un tema psicológico, Fernando Vázquez (entrenador) pensó que era mejor que yo me pusiese en la portería aunque fuese así. La gente no lo sabe, pero hubo dos o tres chicos más que jugaron con unas molestias brutales", descubre.

Aunque pide no centrar la conversación en el tema, sin pretender que su relato de la realidad pueda sonar a "excusa", su esfuerzo titánico todavía se recuerda en los pasillos de Riazor y entre los que compusieron aquel grupo humano. "Discutía muchas veces con mis amigos. Me decían: 'Dani, no juegues'. Pero si me estaban pidiendo que jugase... ¿cómo no iba a jugar?", enfatiza. El otro portero del primer equipo, el serbio Aleksandar Jovanovic, arrastraba un percance en el codo, lo que obligó a Giménez a colocarse bajo los palos para no tener que recurrir a un meta del filial.

Dani Giménez, en una rueda de prensa.
Dani Giménez, en una rueda de prensa.

"El problema es que muchas veces me daban pinchazos aleatorios al saltar o desplazarme. Tenía un compresivo fuerte, me pinchaban, iba de partido en partido y no me entrenaba... Mi entrenamiento eran los calentamientos. Igual hubiese sido mejor apartarme, pero no decidía yo. Si nos hubiéramos salvado, seguro que hubiéramos celebrado haberlo hecho. Tenía claro que iba a hacer lo que me pidiesen", reflexiona.

Sacarse un peso de encima

El meta, hoy exitoso entrenador del Rayo Majadahonda juvenil de Liga Nacional (está tercero en su grupo, sólo por detrás de Real Madrid B y Atlético B), reconoce que un ascenso esta tarde del Dépor supondría quitarse un peso de encima para los miembros de aquel equipo: "Siempre te queda esa espinita, un punto negro". En cualquier caso, el gallego, que se retiró al año siguiente tras un breve paso por la UD Logroñés, sólo tiene palabras de agradecimiento para una afición "de 10".

"Lo que te da el Dépor sobrepasa por mucho la presión que puedas sentir al jugar. En la 19-20 casi no hubo incidentes con nuestros seguidores. En otro lado nos hubiesen matado. Allí no. La gente siguió apoyando hasta el final, hasta donde se pudo". La pandemia, considera, supuso el estocazo definitivo: "Con nuestra gente no hubiéramos bajado. Seguro. Cien por cien. Echamos en falta que hubiese un córner y Riazor se comiese al rival".

Los componentes de ese equipo que dirigieron Anquela (jornadas 1-10), Luis César (11-23) y Vázquez (de ahí al final) se encuentran hoy desperdigados o jubilados: Bergantiños de asesor en el consejo del Dépor, Eneko Bóveda en la dirección deportiva del Athletic, Mollejo sin protagonismo en el Zaragoza, Montero en el Arouca portugués, Mujaid en Bélgica, Peru en Eibar, Salva Ruiz en Castellón... La mayoría, contactados por este medio, rechazan hablar. Es evocar lo malo, un año para olvidar; Giménez desea volver.

"Hace poco fui a cenar con Laure y lo hablé con él: pese a todo, me siento muy querido en A Coruña. Cuando voy, la gente me lo demuestra. Saben cuál fue mi estado y que lo intenté. Probablemente el día de mañana viva en A Coruña. Ojalá hubiera firmado en el Dépor con 25 años y vuelva a entrenar allí en un futuro. Los quiero mucho. Cuando vienen a Madrid voy a verles, hablo con los jugadores... Soy un deportivista más", enfatiza con tono sincero y escaso remordimiento por lo individual.

Al sacar a la palestra la derrota contra el Extremadura, un 2-3 en casa que dinamitó las opciones, se escucha un desgarrador "Dios, qué dolor" al otro lado del teléfono. "El descenso fue el momento más triste de mi carrera, sin ninguna duda. Pero yo pensaba: 'Joder, lo hemos intentado. Yo lo he intentado'. Dentro de mis posibilidades, lo di todo". Su cierre se lo dedica a un compañero criticado: "Quiero destacar a Ager (Aketxe). La gente se cree que es un pasotilla y al revés. Como técnico, dame Aketxes en mi equipo. No muchos, pero dame tres o cuatro. No se cansó de liderar todo el año al equipo".

Ahora, "fastidiado" por no poder acompañar al Dépor desde la grada en un día tan señalado, Giménez seguirá el intento de gesta desde Madrid. Allí se labra un futuro en los banquillos que le llevará a dar pasos hacia delante en los próximos meses, pero siempre con un ojo en A Coruña. Hoy, con rostros renovados y el daño casi olvidado, el Deportivo tratará de hacer felices a los 30.000 de Riazor... y descargar de responsabilidad a los 25 que no alcanzaron la orilla en un 2020 de infausto recuerdo.