Apunte: Salario, Precio y Ganancia | Economia 21 | Contador UBA | | Filadd
C. MARX
SALARIO, PRECIO Y GANANCIA
[1]
K. Marx: Salario, precio y ganancia
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Observaciones preliminares
1. Producción y salarios
2. Producción, salarios, ganancias
3. Salarios y precios
4. Oferta y demanda
5. Salarios y precios
6. Valor y trabajo
7. La fuerza de trabajo
8. La producción de la plusvalía
9. El valor del trabajo
10. Se obtiene ganancia vendiendo una mercancía por su valor
11. Las diversas partes en que se divide la plusvalía
12. Relación general entre ganancias, salarios y precios
13. Casos principales de lucha por la subida de salarios o contra su reducción
14. La lucha entre el capital y el trabajo, y sus resultados
K. Marx: Salario, precio y ganancia
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OBSERVACIONES PRELIMINARES
¡Ciudadanos!
Antes de que entre en el tema, permitidme hacer algunas observaciones preliminares.
En el continente reina ahora una verdadera epidemia de huelgas y se alza un clamor
general pidiendo aumento de salarios. El problema ha de plantearse en nuestro
Congreso [2]. Vosotros, como dirigentes de la Asociación Internacional, debéis tener un
criterio firme ante este problema fundamental. Por eso, me he creído en el deber de
tratar a fondo la cuestión, aun a riesgo de someter vuestra paciencia a una dura prueba.
Debo hacer otra observación previa con respecto al ciudadano Weston. Este ciudadano,
creyendo actuar en interés de la clase obrera, ha desarrollado ante vosotros, y además ha
defendido, públicamente, opiniones que él sabe son profundamente impopulares entre la
clase obrera. Esta prueba de valentía moral debe merecer el alto aprecio de todos
nosotros. Confío en que, a pesar del estilo tosco de mi conferencia, el ciudadano Weston
verá al final de ella que coincido con la acertada idea que, a mi modo de ver, sirve de
base a sus tesis, a las que, sin embargo, en su forma actual, no puedo por menos de
juzgar como teóricamente falsas y prácticamente peligrosas.
Con esto paso directamente a la cuestión que nos ocupa.
[29]
1. PRODUCCION Y SALARIOS
El argumento del ciudadano Weston se basa, en realidad, en dos premisas:
1) que el volumen de la producción nacional es una cosa fija, una cantidad o magnitud,
como dirían los matemáticos, constante;
2) que la suma de los salarios reales, es decir, medidos por la cantidad de mercancías
que puede ser comprada con ellos, es también una suma fija, una magnitud constante.
Pues bien, su primer aserto es evidentemente erróneo. Veréis que el valor y el volumen
de la producción aumentan de año en año, que las fuerzas productivas del trabajo
nacional crecen y que la cantidad de dinero necesaria para poner en circulación esta
producción creciente varía sin cesar. Lo que es cierto al final de cada año y respecto a
distintos años comparados entre sí, lo es también respecto a cada día medio del año. El
volumen o la magnitud de la producción nacional varía continuamente. No es una
magnitud constante, sino variable, y no tiene más remedio que serlo, aun prescindiendo
de las fluctuaciones de la población, por los continuos cambios que se operan en la
K. Marx: Salario, precio y ganancia
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acumulación de capital y en las fuerzas productivas del trabajo. Es completamente
cierto que Si hoy se implantase un aumento en el tipo general de salario, este aumento,
por sí solo, cualesquiera que fuesen sus resultados ulteriores, no haría cambiar
inmediatamente el volumen de la producción. En un principio tendría que arrancar del
estado de cosas existente. Y si la producción nacional, antes de la subida de salarios, era
variable y no fija, lo seguiría siendo también después de la subida.
Pero, admitamos que el volumen de la producción nacional fuese constante y no
variable. Aun en este caso, lo que nuestro amigo Weston cree una conclusión lógica,
seguiría siendo una afirmación gratuita. Si tomo un determinado número, digamos 8, los
límites absolutos de esta cifra no impiden que varíen los límites relativos de sus
componentes. Supongamos que la ganancia fuese igual a 6 y los salarios iguales a 2: los
salarios podrían aumentar hasta 6 y la ganancia descender hasta 2, pero la cifra total
seguiría siendo 8. Así pues, el volumen fijo de la producción no llegará jamás a probar
la suma fija de los salarios. ¿Cómo prueba, pues, nuestro amigo Weston esa fijeza?
Sencillamente, afirmándola.
Pero, aunque diésemos por buena su afirmación, ésta tendría efecto en los dos sentidos,
y él sólo quiere que valga en uno. Si el volumen de los salarios representa una magnitud
constante, no se le podrá aumentar ni disminuir. Por tanto, si los obreros obran
neciamente cuando imponen un aumento temporal de salarios, no menos neciamente
obrarían los capitalistas al imponer una rebaja [30] transitoria de jornales. Nuestro
amigo Weston no niega que, en ciertas circunstancias, los obreros pueden imponer un
aumento de salarios; pero, como según él la suma de salarios es fija por ley natural, este
aumento provocaría necesariamente una reacción. El sabe también, por otra parte, que
los capitalistas pueden imponer una rebaja de salarios, y la verdad es que lo intentan
continuamente. Según el principio de la constancia de los salarios, en este caso debería
seguir una reacción, exactamente lo mismo que en el caso anterior. Por tanto, los
obreros obrarían acertadamente reaccionando contra las rebajas de los salarios o los
intentos de ellas. Obrarían, por tanto, acertadamente al arrancar aumentos de salarios,
pues toda reacción contra una rebaja de salarios es una acción por su aumento. Por
consiguiente, según el principio de la constancia de los salarios, que sostiene el mismo
ciudadano Weston, los obreros deben, en ciertas circunstancias, unirse y luchar por el
aumento de sus jornales.
Para negar esta conclusión, tendría que renunciar a la premisa de la cual arranca. No
debe decir que el volumen de los salarios es una magnitud constante, sino que, aunque
no puede ni debe aumentar, puede y debe disminuir siempre que al capital le plazca
rebajarlo. Si al capitalista le place alimentaros con patatas en vez de daros carne, y con
avena en vez de trigo, debéis aceptar su voluntad como una ley de la Economía política
y someteros a ella. Si en un país, por ejemplo en los Estados Unidos, los tipos de
salarios son más altos que en otro, por ejemplo en Inglaterra, debéis explicaros esta
diferencia como una diferencia entre la voluntad del capitalista norteamericano y la del
capitalista inglés; método este que, ciertamente, simplificaría mucho, no ya el estudio de
los fenómenos económicos, sino el de todos ]os demás fenómenos.
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Pero, aun así, habría que preguntarse: ¿por qué la voluntad del capitalista
norteamericano difiere de la del capitalista inglés? Y, para poder contestar a esta
pregunta, no tendríamos más remedio que traspasar los dominios de la voluntad. Un
cura podría decirme que Dios en Francia quiere una cosa y en Inglaterra otra. Y si le
apremio a que me explique esa doble voluntad, podría tener el descaro de contestarme
que está en los designios de Dios tener una voluntad en Francia y otra distinta en
Inglaterra. Pero, seguramente, nuestro amigo Weston nunca convertirá en argumento
esta negación completa de todo raciocinio.
Indudablemente, la voluntad del capitalista consiste en embolsarse lo más que pueda. Y
lo que hay que hacer no es discurrir acerca de lo que quiere, sino investigar su poder,
los límites de este poder y el carácter de estos límites.
[31]
2. PRODUCCION, SALARIOS, GANANCIAS
La conferencia que nos ha dado el ciudadano Weston podría haberse comprimido hasta
caber en una cáscara de nuez.
Toda su argumentación se redujo a lo siguiente: si la clase obrera obliga a la clase
capitalista a pagarle, en forma de salario en dinero, cinco chelines en vez de cuatro, el
capitalista le devolverá en forma de mercancías el valor de cuatro chelines en vez del
valor de cinco. La clase obrera tendrá que pagar ahora cinco chelines por lo que antes de
la subida de salarios le costaba cuatro. ¿Y por qué ocurre esto? ¿Por qué el capitalista
sólo entrega el valor de cuatro chelines por cinco chelines? Porque la suma de los
salarios es fija. Pero, ¿por qué se cifra precisamente en cuatro chelines de valor en
mercancías? ¿Por qué no se cifra en tres o en dos, o en otra suma cualquiera? Si el
límite de la suma de los salarios está fijado por una ley económica, independiente tanto
de la voluntad del capitalista como de la del obrero, lo primero que hubiera debido hacer
el ciudadano Weston era exponer y demostrar esta ley. Hubiera debido demostrar,
además, que la suma de salarios que se abona realmente en cada momento dado
coincide siempre exactamente con la suma necesaria de los salarios, sin desviarse jamás
de ella. En cambio, si el límite dado de la suma de salarios depende de la simple
voluntad del capitalista o de los límites de su codicia, trátase de un límite arbitrario, que
no encierra nada de necesario, que puede variar a voluntad del capitalista y que puede
también, por tanto, hacerse variar contra su voluntad.
El ciudadano Weston ilustró su teoría diciéndonos que si una sopera contiene una
determinada cantidad de sopa, destinada a determinado número de personas, la cantidad
de sopa no aumentará porque aumente el tamaño de las cucharas. Me permitirá que
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encuentre este ejemplo poco sustancioso. Me recuerda en cierto modo la comparación
de que se valió Menenio Agripa. Cuando los plebeyos romanos se pusieron en huelga
contra los patricios, el patricio Agripa les contó que el estómago patricio alimentaba a
los miembros plebeyos del cuerpo político. Lo que no consiguió Agripa fue demostrar
que puedan alimentarse los miembros de un hombre llenando el estómago de otro. El
ciudadano Weston, a su vez, se olvida de que la sopera de la que comen los obreros
contiene todo el producto del trabajo nacional y que lo que les impide sacar de ella una
ración mayor no es la pequeñez de la sopera ni la escasez de su contenido, sino
sencillamente el reducido tamaño de sus cucharas.
¿Qué artimaña permite al capitalista devolver un valor de cuatro chelines por cinco? La
subida de los precios de las [32] mercancías que vende. Ahora bien; la subida de los
precios o, dicho en términos más generales, las variaciones de los precios de las
mercancías, y los precios mismos de éstas, ¿dependen acaso de la simple voluntad del
capitalista o, por el contrario, tienen que darse ciertas circunstancias para que prevalezca
esa voluntad? Si no ocurriese esto último, las alzas y bajas, las oscilaciones incesantes
de los precios del mercado serían un enigma indescifrable.
Si admitimos que no se ha operado en absoluto ningún cambio, ni en las fuerzas
productivas del trabajo, ni en el volumen del capital y trabajo invertidos, ni en el valor
del dinero en que se empresa el valor de los productos, sino que ha cambiado tan sólo el
tipo de salarios, ¿cómo puede esta alza de salarios influir en los precios de las
mercancías? Solamente influyendo en la proporción existente entre la oferta y la
demanda de ellas.
Es absolutamente cierto que la clase obrera, considerada en conjunto, invierte y tiene
forzosamente que invertir sus ingresos en artículos de primera necesidad. Una subida
general del tipo de salarios determinaría, por tanto, un aumento en la demanda de estos
artículos de primera necesidad y provocaría, con ello, un aumento de sus precios en el
mercado. Los capitalistas que producen estos artículos de primera necesidad se
resarcirían del aumento de salarios con el alza de los precios de sus mercancías. Pero.
¿qué ocurriría con los demás capitalistas, que no producen artículos de primera
necesidad? Y no creáis que éstos son pocos. Si tenéis en cuenta que dos terceras partes
de la producción nacional son consumidas por una quinta parte de la población —un
diputado de la Cámara de los Comunes afirmó hace poco que estos consumidores
formaban sólo la séptima parte de la población— podréis imaginaros qué parte tan
enorme de la producción nacional se destina a artículos de lujo o se cambia por ellos y
qué cantidad tan inmensa de artículos de primera necesidad se derrocha en lacayos,
caballos, gatos, etc., derroche que, según nos enseña la experiencia, disminuye siempre
considerablemente al aumentar los precios de los artículos de primera necesidad.
Pues bien, ¿cuál sería la situación de estos capitalistas que no producen artículos de
primera necesidad? Estos capitalistas no podrían resarcirse de la baja de su cuota de
ganancia, efecto de una subida general de salarios, elevando los precios de sus
mercancías, puesto que la demanda de éstas no aumentaría. Sus ingresos disminuirían, y
de estos ingresos mermados tendrían que pagar más por la misma cantidad de artículos
de primera necesidad que subieron de precio. Pero la cosa no pararía aquí. Como sus
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ingresos habrían disminuido, ya no podrían gastar tanto en artículos de lujo, con lo cual
descendería también la demanda mutua de sus respectivas mercancías. Y, a
consecuencia de esta [33] disminución de la demanda, bajarían los precios de sus
mercancías. Por tanto, en estas ramas industriales, la cuota de ganancia no sólo
descendería en simple proporción al aumento general del tipo de los salarios, sino que
este descenso sería proporcionado a la acción conjunta de la subida general de salarios,
del aumento de precios de los artículos de primera necesidad y de la baja de precios de
los artículos de lujo.
¿Cuál sería la consecuencia de esta diversidad en cuanto a las cuotas de ganancia de
los capitales colocados en las diferentes ramas de la industria? La misma consecuencia
que se produce siempre que, por la razón que sea, se dan diferencias en las cuotas
medias de ganancia de las diversas ramas de producción. El capital y el trabajo se
desplazarían de las ramas menos rentables a las más rentables; y este proceso de
desplazamiento duraría hasta que la oferta de una rama industrial aumentase
proporcionalmente a la mayor demanda y en las demás ramas industriales disminuyese
conforme a la menor demanda. Una vez operado este cambio, la cuota general de
ganancia volvería a nivelarse en las diferentes ramas de la industria. Como todo el
trastorno obedecía en un principio a un simple cambio en cuanto a la relación entre la
oferta y la demanda de diversas mercancías, al cesar la causa cesarían también los
efectos, y los precios volverían a su antiguo nivel y recobrarían su antiguo equilibrio.
La baja de la cuota de ganancia por efecto de los aumentos de salarios, en vez de
limitarse a unas cuantas ramas industriales, se generalizaría. Según el supuesto de que
partimos, no se introduciría ningún cambio ni en las fuerzas productivas del trabajo ni
en el volumen global de la producción, sino que el volumen de producción dado se
limitaría a cambiar de forma. Ahora, estaría representada por artículos de primera
necesidad una parte mayor del volumen de producción y sería menor la parte integrada
por los artículos de lujo, o, lo que es lo mismo, disminuiría la parte destinada a
cambiarse por mercancías de lujo importadas del extranjero y aumentaría la parte
consumida en su forma natural; o, lo que también resulta lo mismo, una parte mayor de
la producción nacional se cambiaría por artículos de primera necesidad importados, en
vez de cambiarse por artículos de lujo. Por tanto, después de trastornar temporalmente
los precios del mercado, la subida general del tipo de salarios sólo conduciría a una baja
general de la cuota de ganancia, sin introducir ningún cambio permanente en los precios
de las mercancías.
Y si se me dice que en la anterior argumentación doy por supuesto que todo el
incremento de los salarios se invierte en artículos de primera necesidad, replicaré que
parto del supuesto más favorable para el punto de vista del ciudadano Weston. Si el [34]
incremento de los salarios se invirtiese en objetos que antes no entraban en el consumo
de los obreros, no sería necesario pararse a demostrar que su poder adquisitivo había
experimentado un aumento real. Pero, como no es más que la consecuencia de la subida
de los salarios, este aumento del poder adquisitivo del obrero tiene que corresponder
exactamente a la disminución del poder adquisitivo de los capitalistas. Es decir, que la
demanda global de mercancías no aumentaría, sino que cambiarían los elementos
integrantes de esta demanda. El aumento de la demanda de un lado se compensaría con
la disminución de la demanda de otro lado. Por este camino, como la demanda global
K. Marx: Salario, precio y ganancia
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permanece invariable, no se operaría ningún cambio en los precios de mercado de las
mercancías.
Os veis, por tanto, situados ante un dilema. Una de dos: o el incremento de los salarios
se invierte por igual en todos los artículos de consumo, en cuyo caso la expansión de la
demanda por parte de la clase obrera tiene que compensarse con la contracción de la
demanda por parte de la clase capitalista; o el incremento de los salarios solo se invierte
en determinados artículos cuyos precios en el mercado aumentarán temporalmente: en
este caso, el alza y la baja respectiva de la cuota de ganancia en unas y otras ramas
industriales provocarán un cambio en cuanto a la distribución del capital y el trabajo, en
tanto la oferta se acople en unas ramas a la mayor demanda y en otras a la demanda
menor. En el primer supuesto, no se producirá ningún cambio en los precios de las
mercancías. En el segundo, tras algunas oscilaciones de los precios del mercado, los
valores de cambio de las mercancías descenderán a su nivel primitivo. En ambos casos,
tendremos que la subida general del tipo de salarios sólo conducirá, en fin de cuentas, a
una baja general de la cuota de ganancia.
Para espolear vuestra imaginación, el ciudadano Weston os invitaba a pensar en las
dificultades que acarrearía en Inglaterra un alza general de los jornales de los obreros
agrícolas, de nueve a dieciocho chelines. ¡Pensad, exclamaba, en el enorme aumento de
la demanda de artículos de primera necesidad que eso supondría y, en su consecuencia,
la subida espantosa de los precios a que daría lugar! Pues bien, todos sabéis que los
jornales medios de los obreros agrícolas en Norteamérica son más del doble que los de
los obreros agrícolas en Inglaterra, a pesar de que allí los precios de los productos
agrícolas son más bajos que aquí, a pesar de que en los Estados Unidos reinan las
mismas relaciones generales entre el capital y el trabajo que en Inglaterra y a pesar de
que el volumen anual de la producción norteamericana es mucho más reducido que el de
la inglesa. ¿Por qué, pues, nuestro amigo echa esta campana a rebato? Sencillamente,
para desplazar el [35] verdadero problema. Un aumento repentino de salarios de nueve a
dieciocho chelines, representaría una subida repentina del 100 por 100. Ahora bien, aquí
no discutimos en absoluto si en Inglaterra podría elevarse de pronto el tipo general de
salarios en un 100 por 100. No nos interesa para nada la cuantía del aumento, que en
cada caso concreto depende de las circunstancias y tiene que adaptarse a ellas. Lo único
que nos interesa es investigar en qué efectos se traduciría un alza general del tipo de
salarios, aunque no excediese del uno por ciento.
Dejando a un lado esta alza fantástica del 100 por 100 del amigo Weston, voy a
encaminar vuestra atención hacia el aumento efectivo de salarios operado en la Gran
Bretaña en la década que va de 1849 a 1859.
Todos conocéis la ley de las diez horas, o mejor dicho, de las diez horas y media,
promulgada en 1848. Fue uno de los mayores cambios económicos que hemos
presenciado. Representaba un aumento súbito y obligatorio de salarios, no ya en algunas
industrias locales, sino en las ramas industriales que van a la cabeza, y por medio de las
cuales Inglaterra domina los mercados del mundo. Era una subida de salarios que se
operaba en circunstancias excepcionalmente desfavorables. El doctor Ure, el profesor
Senior y todos los demás portavoces oficiales de la burguesía en el campo de la
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Economía se empeñaron en demostrar, y debo decir que lo hicieron con razones mucho
mas sólidas que nuestro amigo Weston, que aquello era tocar a muerto por la industria
inglesa. Demostraron que no se trataba de un aumento de salarios puro y simple, sino de
un aumento de salarios provocado por la disminución de la cantidad de trabajo invertido
y basado en ella. Afirmaban que la duodécima hora, que se quería arrebatar al
capitalista, era precisamente la única en que éste obtenía su ganancia. Amenazaron. con
el descenso de la acumulación, la subida de los precios, la pérdida de mercados, el
decrecimiento de la producción, la reacción consiguiente sobre los salarios y, por
último, la ruina. Sostenían que la ley del máximo [3] dictada por Maximiliano
Robespierre era, comparada con aquello, una pequeñez; y en cierto sentido tenían razón.
¿Y cuál fue, en realidad, el resultado? Que los salarios en dinero de los obreros fabriles
aumentaron a pesar de haberse reducido la jornada de trabajo, que creció
considerablemente el número de obreros fabriles ocupados, que bajaron constantemente
los precios de sus productos, que se desarrollaron maravillosamente las fuerzas
productivas de su trabajo y se dilataron en proporciones inauditas y cada vez mayores
los mercados para sus artículos. Yo mismo pude escuchar en Manchester, en 1861, en
una asamblea convocada por la Sociedad para el Fomento de la Ciencia, cómo el señor
Newman confesaba que él, el doctor [36] Ure, Senior y todos los demás representantes
oficiales de la ciencia económica se habían equivocado, mientras que el instinto del
pueblo había sabido ver certeramente. Cito aquí a W. Newman [4] y no al profesor
Francis Newman, porque aquél ocupa en la ciencia económica una posición
preeminente como colaborador y editor de la "Historia de los Precios", de Mr. Thomas
Tooke, esta obra magnífica, que estudia la historia de los precios desde 1793 hasta 1856.
Si la idea fija de nuestro amigo Weston acerca del volumen fijo de los salarios, de un
volumen de producción fijo, de un grado fijo de productividad del trabajo, de una
voluntad fija y constante de los capitalistas y todo lo demás fijo y definitivo en Weston
fuesen exactos, el profesor Senior habría acertado con sus sombrías predicciones, y, en
cambio, se habría equivocado Roberto Owen, que ya en 1816 proclamaba la
disminución general de la jornada de trabajo como el primer paso preparatorio para la
emancipación de la clase obrera [5], implantándola el mismo por su cuenta y riesgo en
su fábrica textil de New Lanark, frente al prejuicio generalizado.
En la misma época en que se implantaba la ley de las diez horas y se producía el
subsiguiente aumento de los salarios, tuvo lugar en la Gran Bretaña, por razones que no
cabe exponer aquí, una subida general de los jornales de los obreros agrícolas.
Aunque no es necesario para mi objeto inmediato, haré unas indicaciones previas para
no induciros a error.
Si una persona percibe dos chelines de salario a la semana y después éste se le sube a
cuatro chelines, el tipo de salario habrá aumentado en el 100 por 100. Esto, expresado
como aumento del tipo de salario, parecería algo maravilloso, aunque en realidad la
cuantía efectiva del salario, o sea, cuatro chelines a la semana, siga siendo un mísero
salario de hambre. Por tanto, no debéis dejaros fascinar por los altisonantes tantos por
ciento en el tipo de salario, sino preguntar siempre cuál era la cuantía primitiva del
jornal.
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Además, comprenderéis que si hay diez obreros que ganan cada uno dos chelines a la
semana, cinco obreros que ganan cinco chelines cada uno y otros cinco que ganan once,
entre los veinte ganarán cien chelines o cinco libras esterlinas a la semana. Si luego la
suma global de estos salarios semanales aumenta, digamos en un 20 por 100, arrojará
una subida de cinco libras a seis. Fijándonos en el promedio, podríamos decir que, el
tipo general de salarios ha aumentado en un 20 por 100, aunque, en realidad, los
salarios de los diez obreros no varíen y los salarios de uno de los dos grupos de cinco
obreros sólo aumenten de cinco chelines a seis por persona, aumentando la suma de
salarios del otro grupo de cinco obreros de cincuenta y cinco a setenta. Aquí, la mitad de
los obreros no mejoraría absolutamente en nada de [37] situación, la cuarta parte
experimentaría un alivio insignificante, y sólo la cuarta parte restante obtendría una
mejora efectiva. Pero, calculando la media, la suma global de salarios de estos veinte
obreros aumentaría en un 20 por 100, y en lo que se refiere al capital global que los
emplea y los precios de las mercancías que producen, sería exactamente lo mismo que si
todos participasen por igual en la subida media de los salarios. En el caso de los obreros
agrícolas, como el nivel de los salarios abonados en los distintos condados de Inglaterra
y Escocia difiere considerablemente, el aumento les afectó de un modo muy desigual.
Finalmente, durante la época en que tuvo lugar esa subida de salarios se manifestaron
también influencias que la contrarrestaban, tales como los nuevos impuestos que trajo
consigo la guerra contra Rusia [6], la demolición extensiva de las viviendas de los
obreros agrícolas [7], etc.
Después de tantos prolegómenos, paso a consignar que de 1849 a 1859 el tipo medio de
salarios de los obreros del campo en la Gran Bretaña experimentó un aumento del
cuarenta por ciento, aproximadamente. Podría aduciros copiosos detalles en apoyo de
mi afirmación, pero para el objeto que se persigue creo que bastará con remitiros a la
concienzuda y crítica conferencia que el difunto Sr. John C. Morton dio en 1859, en la
Sociedad de las Artes [8] de Londres sobre «Las fuerzas aplicadas en la agricultura».
El señor Morton expone los datos estadísticos sacados de las cuentas y otros
documentos auténticos de unos cien agricultores, en doce condados de Escocia y treinta
y cinco de Inglaterra.
Según el punto de vista de nuestro amigo Weston, y considerando además el alza
simultánea operada en los salarios de los obreros fabriles durante los años 1849-1859,
los precios de los productos agrícolas hubieran debido experimentar un aumento
enorme. Pero, ¿qué aconteció, en realidad? A pesar de la guerra contra Rusia y de las
malas cosechas que se dieron consecutivamente en los años 1854 a 1856, los precios
medios del trigo, que es el principal producto agrícola de Inglaterra, bajaron de unas tres
libras esterlinas por quarter, a que se había cotizado durante los años de 1838 a 1848,
hasta unas dos libras y diez chelines el quarter, a que se cotizó de 1849 a 1859. Esto
representa una baja del precio del trigo de más del 16 por 100, con un alza media
simultánea del 40 por 100 en los jornales de los obreros agrícolas. Durante la misma
época, si comparamos el final con el comienzo, es decir, el año de 1859 con el de 1849,
el número oficial de indigentes desciende de 934.419 a 860.470, lo que supone una
diferencia de 73.949; reconozco que es una disminución muy pequeña, que además
vuelve a desaparecer en los años siguientes; pero es, con todo, una disminución.
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[38]
Se nos podría decir que, a consecuencia de la derogación de las leyes cerealistas [9], la
importación de trigo extranjero durante el período de 1849 a 1859 aumentó en más de
dos veces, comparada con la de 1838 a 1848. Y ¿qué se infiere de esto? Desde el punto
de vista del ciudadano Weston, hubiera debido suponerse que esta enorme demanda
repentina y creciente sin cesar en los mercados extranjeros había hecho subir hasta un
nivel espantoso los precios de los productos agrícolas, puesto que los efectos de la
creciente demanda son los mismos cuando procede de fuera que cuando proviene de
dentro. Pero, ¿qué ocurrió, en realidad? Si se exceptúa algunos años de malas cosechas,
vemos que en Francia se quejan constantemente, durante todo este tiempo, de la ruinosa
baja del precio del trigo; los norteamericanos veíanse constantemente obligados a
quemar el sobrante de su producción y Rusia, si hemos de creer al señor Urquhart, atizó
la guerra civil en los Estados Unidos [10] porque la competencia de los yanquis
paralizaba la exportación de productos agrícolas rusos a los mercados de Europa.
Reducido a su forma abstracta, el argumento del ciudadano Weston se traduciría en lo
siguiente: todo aumento de la demanda se opera siempre sobré la base de un volumen
dado de producción. Por tanto, no puede hacer aumentar nunca la oferta de los
artículos apetecidos, sino solamente hacer subir su precio en dinero. Ahora bien, la
más común observación demuestra que, en algunos casos, el aumento de la demanda no
altera para nada los precios de las mercancías, y que en otros casos provoca un alza
pasajera de los precios del mercado, a la que sigue un aumento de la oferta, seguido a su
vez por la baja de los precios hasta su nivel primitivo, y en muchos casos por debajo de
él. El que el aumento de la demanda obedezca al alza de los salarios o a otra causa
cualquiera no altera para nada los términos del problema. Desde el punto de vista del
ciudadano Weston, tan difícil resulta explicarse el fenómeno general como el que se
revela bajo las circunstancias excepcionales de una subida de salarios. Por tanto, su
argumento no tiene nada que ver con el objeto que nos ocupa. Sólo pone de manifiesto
su perplejidad ante las leyes por virtud de las cuales una mayor demanda provoca una
mayor oferta y no un alza definitiva de los precios del mercado.
3. SALARIOS Y DINERO
Al segundo día de debate, nuestro amigo Weston vistió su vieja afirmación con nuevas
formas. Dijo: al producirse un alza general de los salarios en dinero, se necesitará más
dinero contante para [39] abonar los mismos salarios. Siendo la cantidad de dinero
circulante una cantidad fija, ¿cómo vais a poder pagar, con esa suma fija de dinero
circulante, una suma mayor de salarios en dinero? En un principio, la dificultad surgía
de que, aunque subiese el salario en dinero del obrero, la cantidad de mercancías que le
correspondía era fija; ahora, surge del aumento de los salarios en dinero, a pesar de
existir un volumen fijo de mercancías. Y, naturalmente, si rechazáis su dogma
originario, desaparecerán también las dificultades concomitantes.
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Voy a demostraros, sin embargo, que este problema de la circulación del dinero no tiene
nada absolutamente que ver con el tema que nos ocupa.
En vuestro país, el mecanismo de pagos está mucho más perfeccionado que en ningún
otro país de Europa. Gracias a la extensión y concentración del sistema bancario, se
necesita mucho menos dinero circulante para poner en circulación la misma cantidad de
valores y realizar el mismo o mayor número de operaciones. En lo que respecta, por
ejemplo, a los salarios, el obrero fabril inglés entrega semanalmente su salario al
tendero, que lo envía todas las semanas al banquero; éste lo devuelve semanalmente al
fabricante, quien vuelve a pagarlo a sus obreros, y así sucesivamente. Gracias a este
mecanismo, el salario anual de un obrero, que asciende, supongamos, a cincuenta y dos
libras esterlinas, puede pagarse con un solo soberano que recorra todas las semanas el
mismo ciclo. Incluso en Inglaterra, este mecanismo de pagos no es tan perfecto como en
Escocia, y no en todas partes presenta la misma perfección; por eso vemos que, por
ejemplo, en algunas comarcas agrícolas se necesita, si las comparamos con las comarcas
fabriles, mucho más dinero para poner en circulación un volumen más pequeño de
valores.
Si cruzáis el Canal, veréis que en el continente los salarios en dinero son mucho más
bajos que en Inglaterra, a pesar de lo cual en Alemania, en Italia, en Suiza y en Francia
se necesita, para pagarlos, una cantidad mucho mayor de dinero. El mismo soberano no
va a parar tan rápidamente a manos del banquero, ni retorna con tanta prontitud al
capitalista industrial; por eso, en lugar del soberano necesario en Inglaterra para poner
en circulación cincuenta y dos libras esterlinas al año, en el continente, para abonar un
salario anual que ascienda a la suma de veinticinco libras, se necesitan tal vez tres
soberanos. De este modo, comparando los países del continente con Inglaterra, veréis en
seguida que salarios en dinero bajos pueden exigir, para su circulación, cantidades
mucho mayores de dinero que los salarios altos, y que esto no es, en realidad, más que
un problema puramente técnico, que nada tiene que ver con el tema que nos ocupa.
[40]
Según los mejores cálculos que conozco, los ingresos anuales de la clase obrera de este
país pueden cifrarse en unos 250 millones de libras esterlinas. Esta enorme suma se
pone en circulación mediante unos tres millones de libras. Supongamos que se produzca
una subida de salarios del 50 por 100. En vez de tres millones se necesitarían cuatro
millones y medio en dinero circulante. Como una parte considerable de los gastos
diarios del obrero se cubre con plata y cobre, es decir, con simples signos monetarios,
cuyo valor en relación al oro se fija arbitrariamente por la ley, al igual que el valor del
papel moneda no canjeable, resulta que esa subida del 50 por 100 de los salarios en
dinero supondría, en el peor de los casos, el aumentar la circulación, digamos, en un
millón de soberanos. Se lanzaría a la circulación un millón, que ahora está reposando en
los sótanos del Banco de Inglaterra o en las cajas de la Banca privada, en forma de
lingotes o de metal amonedado. E incluso podría ahorrarse, y se ahorraría
efectivamente, el gasto insignificante que supondría la acuñación suplementaria o el
mayor desgaste de ese millón, si la necesidad de aumentar el dinero puesto en
circulación produjese algún rozamiento. Todos sabéis que el dinero circulante de este
K. Marx: Salario, precio y ganancia
13
país se divide en dos grandes grupos. Una parte, consistente en billetes de banco de las
más diversas clases, se emplea en las transacciones entre comerciantes, y también en las
transacciones entre comerciantes y consumidores para saldar los pagos más importantes;
otra parte de los medios de circulación, la moneda de metal, circula en el comercio al
por menor. Aunque distintas, estas dos clases de medios de circulación se mezclan y
combinan mutuamente. Así, la moneda de oro circula, en una buena proporción, incluso
en pagos importantes, para cubrir las cantidades fraccionarias inferiores a cinco libras.
Pues bien: si mañana se emitiesen billetes de cuatro libras, de tres o de dos, el oro que
llena estos canales de circulación saldría en seguida de ellos y afluiría a aquellos canales
en que fuese necesario para atender a la subida de los jornales en dinero. Por este
procedimiento,podría movilizarse el millón adicional exigido por la subida de los
salarios en un 50 por 100, sin añadir ni un solo soberano. Y el mismo resultado se
conseguiría, sin emitir ni un billete de banco adicional, con sólo aumentar la circulación
de letras de cambio, como ocurrió durante mucho tiempo en el condado de Lancaster.
Si una subida general del tipo de salarios, por ejemplo, del 100 por 100, como el
ciudadano Weston supone respecto a los salarios de los obreros del campo, provocase
una gran alza en los precios de los artículos de primera necesidad y exigiese, según sus
conceptos, una suma adicional de medios de pago, que no podría conseguirse, una baja
general de salarios debería [41] producir el mismo resultado y en idéntica proporción,
aunque en sentido inverso. Pues bien, todos sabéis que los años de 1858 a 1860 fueron
los años más favorables para la industria algodonera y que sobre todo el año de 1860
ocupa a este respecto un lugar único en los anales del comercio; este año fue también de
gran prosperidad para las otras ramas industriales. En 1860, los salarios de los obreros
del algodón y de los demás obreros relacionados con esta industria fueron más altos que
nunca hasta entonces. Pero vino la crisis norteamericana, y todos estos salarios viéronse
reducidos de pronto a la cuarta parte, aproximadamente, de su suma anterior. En sentido
inverso, esto habría supuesto una subida del 300 por 100. Cuando los salarios suben de
cinco chelines a veinte, decimos que experimentan una subida del 300 por 100; si bajan
de veinte chelines a cinco, decimos que descienden el 75 por 100, pero la cuantía de la
subida en un caso y de la baja en el otro es la misma, a saber: 15 chelines. Sobrevino,
pues, un cambio repentino en el tipo de los salarios, como jamás se había conocido
anteriormente, y el cambio afectó a un número de obreros que, si no incluimos tan sólo
a los que trabajaban directamente en la industria algodonera, sino también a los que
dependían indirectamente de esta industria, excedía en una mitad al censo de los obreros
agrícolas. ¿Acaso bajó el precio del trigo? Al contrario, subió de 47 chelines y 8
peniques por quarter, que había sido el precio medio en los tres años de 1858 a 1860, a
55 chelines y 10 peniques el quarter, según la media anual de los tres años de 1861 a
1863. Por lo que se refiere a los medios de pago, durante el año 1861 se acuñaron en la
Casa de la Moneda 8.673.232 libras esterlinas, contra 3.378.102 libras que se habían
acuñado en 1860; es decir, que en 1861 se acuñaron 5.295.130 libras esterlinas más que
en 1860. Es cierto que el volumen de circulación de billetes de banco en 1861 arrojó
1.319.000 libras menos que el de 1860. Descontemos esto y aún quedará para el año
1861, comparado con el anterior año de prosperidad, 1860, un superávit de medios de
circulación por valor de 3.976.130 libras, casi cuatro millones de libras esterlinas; en
cambio, la reserva de oro del Banco de Inglaterra durante este período de tiempo
K. Marx: Salario, precio y ganancia
14
disminuyó, no en la misma proporción exactamente, pero en una proporción
aproximada.
Comparad ahora el año 1862 con el año 1842. Prescindiendo del enorme aumento del
valor y del volumen de las mercancías en circulación, el capital desembolsado
solamente para cubrir las operaciones regulares de acciones, empréstitos, etc., de
valores de los ferrocarriles, asciende, en Inglaterra y el País de Gales, durante el año
1862, a la suma de 320.000.000 de libras esterlinas, cifra que en 1842 habría parecido
fabulosa. Y, sin embargo, las sumas [42] globales de los medios de circulación fueron
casi iguales en los años 1862 y 1842; y, en términos generales, advertiréis, frente a un
enorme aumento de valor no sólo de las mercancías, sino también en general de las
operaciones en dinero, una tendencia a la disminución progresiva de éste. Desde el
punto de vista de nuestro amigo Weston, esto es un enigma indescifrable.
Si hubiese ahondado algo más en el asunto, habría visto que, prescindiendo de los
salarios y suponiendo que éstos permanezcan invariables, el valor y el volumen de las
mercancías puestas en circulación, y, en general,la cuantía de las operaciones en dinero
concertadas, varían diariamente; que la cuantía de billetes de banco emitidos varía
diariamente; que la cuantía de los pagos que se efectúan sin ayuda de dinero, por medio
de letras de cambio, cheques, créditos sentados en los libros, las clearing houses, varía
diariamente; que en la medida en que se necesita acudir al verdadero dinero en metálico,
la proporción entre las monedas que circulan y las monedas y los lingotes guardados en
reserva o atesorados en los sótanos de los Bancos, varía diariamente; que la suma del
oro absorbido por la circulación nacional y enviado al extranjero para los fines de la
circulación internacional, varía diariamente. Habría visto que su dogma del pretendido
volumen fijo de los medios de pago es un tremendo error, incompatible con la realidad
de todos los días. Se habría informado de las leyes que permiten a los medios de pago
adaptarse a condiciones que varían tan constantemente, en vez de convertir su falsa
concepción acerca de las leyes de la circulación monetaria en un argumento contra la
subida de los salarios.
4. OFERTA Y DEMANDA
Nuestro amigo Weston hace suyo el proverbio latino de repetitio est mater studiorum,
que quiere decir: «la repetición es la madre del estudio», razón por la cual nos repite su
dogma inicial bajo la nueva forma de que la reducción de los medios de pago operada
por la subida de los salarios determinaría una disminución del capital, etcétera. Después
de haber desechado sus extravagancias acerca de los medios de pago, considero de todo
punto inútil detenerme a examinar las consecuencias imaginarias que él cree emanan de
su imaginaria conmoción de los medios de pago. Paso, pues, inmediatamente a reducir a
K. Marx: Salario, precio y ganancia
15
su expresión teórica más simple su dogma, que es siempre uno y el mismo, aunque lo
repita bajo tantas formas diversas.
Una sola observación pondrá de manifiesto la ausencia de sentido crítico con que trata
su tema. Se declara contrario a [43] la subida de salarios o a los salarios altos que
resultarían a consecuencia de esta subida. Ahora bien, le pregunto yo: ¿qué son salarios
altos y qué salarios bajos? ¿Por qué, por ejemplo, cinco chelines semanales se considera
como salario bajo y veinte chelines a la semana se reputa salario alto? Si un salario de
cinco es bajo en comparación con uno de veinte, el de veinte será todavía más bajo en
comparación con uno de doscientos. Si alguien diese una conferencia sobre el
termómetro y se pusiese a declamar sobre grados altos y grados bajos, no enseñaría
nada a nadie. Lo primero que tendría que explicar es cómo se encuentra el punto de
congelación y el punto de ebullición y cómo estos dos puntos determinantes obedecen a
leyes naturales y no a la fantasía de los vendedores o de los fabricantes de termómetros.
Pues bien, por lo que se refiere a los salarios y las ganancias, el ciudadano Weston, no
sólo no ha sabido deducir de las leyes económicas esos puntos determinantes, sino que
no ha sentido siquiera la necesidad de indagarlos. Se contenta con admitir las
expresiones vulgares y corrientes de bajo y alto, como si estos términos tuviesen alguna
significación fija, a pesar de que salta a la vista que los salarios sólo pueden calificarse
de altos o de bajos comparándolos con alguna norma que nos permita medir su
magnitud.
El ciudadano Weston no podrá decirme por qué se paga una determinada suma de
dinero por una determinada cantidad de trabajo. Si me contestase que esto lo regula la
ley de la oferta y la demanda, le pediría ante todo que me dijese por qué ley se regulan,
a su vez, la demanda y la oferta. Y esta contestación le pondría inmediatamente fuera de
combate. Las relaciones entre la oferta y la demanda de trabajo se hallan sujetas a
constantes fluctuaciones, y con ellas fluctúan los precios del trabajo en el mercado. Si la
demanda excede de la oferta, suben los salarios; si la oferta rebasa a la demanda, los
salarios bajan, aunque en tales circunstancias pueda ser necesario comprobar el
verdadero estado de la demanda y la oferta, v. gr., por medio de una huelga o por otro
procedimiento cualquiera. Pero si tomáis la oferta y la demanda como ley reguladora de
los salarios, sería tan pueril como inútil clamar contra las subidas de salarios, puesto
que, con arreglo a la ley suprema que invocáis, las subidas periódicas de los salarios son
tan necesarias y tan legítimas como sus bajas periódicas. Y si no consideráis la oferta y
la demanda como ley reguladora de los salarios, entonces repito mi pregunta anterior
¿por qué se da una determinada suma de dinero por una determinada cantidad de
trabajo?
Pero enfoquemos la cosa desde un punto de vista más amplio: os equivocaríais de
medio a medio, si creyerais que el valor [44] del trabajo o de cualquier otra mercancía
se determina, en último término, por la oferta y la demanda. La oferta y la demanda no
regulan más que las oscilaciones pasajeras de los precios en el mercado. Os explicarán
por qué el precio de un artículo en el mercado sube por encima de su valor o cae por
debajo de él, pero no os explicarán jamás este valor en sí. Supongamos que la oferta y la
demanda se equilibren o se cubran mutuamente, como dicen los economistas. En el
mismo instante en que estas dos fuerzas contrarias se nivelan, se paralizan mutuamente

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