El presbítero Jesús María Sánchez Montejano, encargado de la Comisión de Liturgia de la Diócesis de Azcapotzalco, nos comparte la historia de la celebración del Miércoles de Ceniza y la Cuaresma

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¿Cuándo se estableció la celebración del Miércoles de Ceniza en occidente? 

Bajo el papa Urbano II de 1088 al 1099 (sucesor de Gregorio VII después del papa Víctor III que solo presidió la Iglesia un año), se buscó la disciplina y la reforma de la Iglesia que había impulsado Gregorio VII, por lo cual el Concilio de Benevento (entonces estado papal) de 1091 decreta: “El miércoles de ceniza, todos los clérigos y laicos, hombres y mujeres, recibirán la ceniza” (C. de Clercq, Concilia Galliae a. 511 – a. 695, CCL 148 A, p. 132).

En la Iglesia, el símbolo bíblico de las cenizas se impuso rápidamente para los penitentes que, desde la Antigüedad, llevaban el cilicio y se cubrían la cabeza con cenizas. Esta manifestación pública de penitencia no tenía, entonces, la connotación litúrgica que tomaría más tarde.

A principios del siglo VI, a medida que se instauraba la Cuaresma, la Iglesia quiso que este tiempo preparatorio a la Pascua durara cuarenta días. Como los domingos, marcados por la alegría de la Resurrección, no podían incluirse en este periodo de penitencia, se decidió que la entrada a la Cuaresma se adelantaría al miércoles anterior al primer domingo de este periodo de preparación. En el siglo VIII, el Papa celebró en Roma, en la basílica de Santa Sabina, la primera misa de Cuaresma, después de una procesión en el Aventino, tradición que se ha conservado hasta nuestros días.

En la Alta Edad Media, durante esta procesión de entrada a la Cuaresma, se cantaba el himno Immutemur habitu in cinere et cilicio («Cambiemos de conducta, bajo la ceniza y el cilicio»). «En el siglo X, en los países renanos se quiso dar una expresión visible al texto litúrgico que, en Roma, se expresaba de forma espiritual, por lo que se instituyó el ritual de la imposición de las cenizas»[1], escribe el padre. Había nacido el Miércoles de Ceniza. Esta costumbre renana se difundió rápidamente al resto de Europa.

  1. ¿Para qué se ayuna?

Si bien el ayuno es poco mencionado por el Señor Jesucristo (Mateo 4:1-4; Mateo 6:1-4; Mateo 17:18-21; Marcos 2:18-22, y Lucas 5:33-39), hay tres pasajes muy importantes sobre esta enseñanza:

  • El primero es cuando el Señor Jesucristo ayuna en el desierto, cita la Ley en el pasaje de las Sagradas Escrituras del Antiguo Testamento, correspondiente al libro del Deuteronomio 8, 2-3 donde está escrito:

«Acuérdate del largo camino que el Señor, tu Dios, te hizo recorrer por el desierto durante esos cuarenta años. Allí él te afligió y te puso a prueba, para conocer el fondo de tu corazón y ver si eres capaz y no de guardar sus mandamientos.

Te afligió y te hizo sentir hambre, pero te dio a comer el maná, ese alimento que ni tú ni tus padres conocían, para enseñarte que el hombre no vive solamente de pan, sino de todo lo que sale de la boca del Señor

  • En siguiente pasaje evangélico trata de la lucha contra el maligno, cuando trataban de liberar de el a un muchacho al parecer poseído, en el evangelio de Mateo 17, 21 el Señor les enseña:

«En cuanto a esta clase de demonios, no se los puede expulsar sino por medio de la oración y del ayuno»

Aunque en el evangelio de Marcos habla solo de la oración.

  • El tercer pasaje lo encontramos en los tres evangelio de Mateo 9:14-17, Marcos 2:18-22, y Lucas 5:33-39, en donde el Señor Jesús deja claro a los discípulos que vienen de la secta de los fariseos y a los del grupo de Juan el Bautista, que el ayuno tiene un no es solo abstenerse de comer y beber para seguir una tradición, una costumbre, o quedar bien con Dios, sino más bien una nueva actitud para volverse a Dios en búsqueda de su Palabra, haciendo duelo por ello:

«¿Ustedes pretenden hacer ayunar a los amigos del esposo mientras él está con ellos? Llegará el momento en que el esposo les será quitado; entonces tendrán que ayunar».

  1. Significados del ayuno: duelo, solidaridad y esperanza.

El ayuno significa un conjunto de realidades principalmente:

  • Duelo y solidaridad

El duelo estrictamente hablando significa un proceso de adaptación emocional que sigue a una perdida de algo o alguien de quien se depende o se ama, por lo cual se enfrenta una situación adversa, es decir desfavorable, que provoca tanto tristeza como dolor.

El no escuchar a Dios y alejarse de sus mandamientos es una situación extremadamente desfavorable que hace a la persona vulnerable de caer en el odio y lleva a la muerte, provocando poco a poco dolor y tristeza en el alma, incluso podemos caer en la costumbre de sobrellevar el pecado sin volvernos a Dios, de quien la vida humana depende, se pierde uno de su amor y de sus leyes, buscando soluciones precipitadas en la búsqueda de satisfacción de bienes y afectos terrenales.

A la actitud de no volverse a Dios se le denomina pecado.

Como consecuencia el que quiere arrepentirse del pecado que se comete, y que además existe tanto en el mundo, en la sociedad, como en la propia vida, se somete mediante el ayuno a un sentimiento de duelo por la pérdida del amor de Dios y la transgresión de sus leyes, a los que la humanidad en su conjunto tiende a volverles – por decirlo de alguna manera – la espalada, o el rostro, cuando, ignorándolos, se estanca en la vanidad de su propia autonomía temporal y material, o pretende manipular al ser supremo o al orden supremo.

Cada miembro de la humanidad sufre las consecuencias de esta realidad, como parte que es de una red infinita de relaciones humanas y sociales, y se encuentra vulnerable a ser arrastrado de forma ingobernable por esta tendencia.

El ayuno es una forma de concientizarse, adoptando la actitud de Jesucristo que ayuna, y no porque él fuera vulnerable a la condición pecadora de la humanidad, sino que participando en todo de nuestra condición humana quiere enseñarnos a ser solidarios con la necesidad que existe en la humanidad de obtener la redención del pecado, y salvarse del odio, de la muerte, y del sufrimiento de la humanidad por no obtenerla.

Con su ayuno el Señor Jesucristo nos enseña que, no solo de pan vive el ser humano, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios. Así se fortalece la conciencia de las consecuencias de dolor y la pena que uno puede sufrir si se abandona a esta tendencia egoísta ingobernable y no se fortalece en Jesucristo, Palabra de Dios encarnado. Porque él es quien tiene el poder de rescatarnos del pecado, cuando traspasamos a él el dominio sobre la propia libertad, y cuando esto lo hacemos mediante el ejercicio comunitario de renuncia voluntaria y eventual a satisfacernos con el sustento material y temporal, así como con los afectos de este mundo, de los que no nos vendrá la salvación.

El ayuno tiene entonces sentido cuando en unión con toda la Iglesia, nos volvemos a la Palabra de Dios, o sea a Jesucristo, para disponernos a practicarla con todas nuestras fuerzas.

Pero también el pecado del mundo, del que de alguna manera participamos todos, se combate con la misericordia, que no busca la propia satisfacción sino el renunciar a uno mismo para darle dignidad a la vida del prójimo asemejándonos a Cristo, así fomentamos el amor de Dios entre nosotros para contrarrestar el odio que hay en el mundo.

2.2 Esperanza

Regularmente cuando estamos esperando la satisfacción de encontrarnos con alguien a quien amamos, o esperamos con mucha necesidad obtener algún beneficio o alcanzar la salud, suele suceder que anteponemos este tiempo de espera a la necesidad de satisfacernos con el alimento, o solo comemos lo indispensable en la espera de poder celebrar con una buena comida el haber conseguido lo esperado.

El ayuno es signo de la esperanza en la tierra nueva y los cielos nuevos que esperamos cuando Cristo vuelva de nuevo. Por eso dice el Señor Jesucristo: «¿Es que pueden guardar luto los amigos del esposo, mientras el esposo está con ellos? Llegarán días en que les arrebatarán al esposo, y entonces ayunarán» (Mt 9, 14-15).

Con el ayuno y la abstinencia la Iglesia celebra la esperanza en el Reino de Cristo y en su redención, que aún no llega en plenitud y se convierte en signo de esta esperanza para la humanidad.

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