Uno de los atractivos que ofrece la película “Piel de Asno” de Jacques Demy es la elección de los escenarios en los que fue rodada. El director francés podría haber recurrido a decorados para ubicar un cuento tan colorista y exagerado en lo formal y, sin embargo, optó por escoger emplazamientos reales de una exquisita belleza, especialmente apropiados para la historia narrada. Es el caso del Castillo de Chambord, donde se ubica el palacio del príncipe que rescatará a la bella Piel de Asno.

El Castillo de Chambord

Chambord

Francia es el cuarto país del mundo en riqueza patrimonial, según el listado de la UNESCO. Está densamente poblada de ciudades monumentales, yacimientos arqueológicos o joyas arquitectónicas. El conjunto de los Castillos del Loira, donde se ubica Chambord, es uno de estos lugares declarados Patrimonio de la Humanidad. Y, desde luego, no es para menos.

Una de las señas de identidad de Chambord es su escalera central que comunica las distintas plantas del palacio. Se trata de una escalera de doble hélice, dos espirales que se entrecruzan de tal forma que los que suben por una no se cruzan con los que ascienden por la otra y tan sólo se contemplan a través de los vanos que comunican los dos caminos. En torno a su eje central, se van enroscando las dos escaleras independientes. A través de ella se accede a los distintos pisos y sus suntuosos salones decorados con muebles, cuadros y tapices de todas las épocas en las que fue habitado el castillo, vestigios de todos los monarcas franceses que dejaron su impronta en él.

¿A quién pudo deberse tan sofisticado diseño? Parece ser que al mismísimo Leonardo da Vinci. El genio y artista italiano fue invitado a Chambord por Francisco I, en calidad de “primer pintor, arquitecto e ingeniero del rey”. La influencia de Da Vinci puede rastrearse no sólo en la concepción de la original escalera sino en toda la planta y estructura del edificio.

La visita al castillo es una delicia. Cada sala, casa pasadizo, cada recoveco sorprende con una nueva joya decorativa, con un nuevo detalle arquitectónico, con una delicada escultura que sobresale como por arte de magia de las paredes inmaculadas. Es fácil perder la orientación a pesar de la planta rectangular y ordenada del monumento pero siempre terminaremos por llegar a la magnífica terraza desde la que se contempla el dominio por completo y volveremos a situarnos entre pináculos, filigranas y molduras.

Es fácil imaginar a príncipes y princesas asomando por sus balcones…