La revolución de 1880 y la capitalización de Buenos Aires a través de las medallas de la época – Buenos Aires Historia Skip to content

Ciudad de Buenos Aires

La revolución de 1880 y la capitalización de Buenos Aires a través de las medallas de la época

Arnaldo J. Cunietti-Ferrando

Julio Argentino Roca., C. 1880.

Si alguno define a la numismática como ciencia auxiliar de la historia, aquí se demuestra que, por el contrario, la historia es auxiliar de la numismática, porque se puede hacer historia sin mencionar monedas y medallas, pero no podemos presentar medallas sin auxiliarnos necesariamente de los acontecimientos históricos que las motivaron. Con este artículo demostramos como, a través de diversas medallas, podemos ir armando la evolución cronológica de las luchas que los porteños denominaron “por la defensa de Buenos Aires” y el gobierno nacional, como “revolución de 1880”.

Introducción histórica
La cuestión capital de la República fue un grave problema que se manifestó con mayor fuerza desde la reincorporación de Buenos Aires a la Confederación Argentina en 1860 y siguió latente en años posteriores. Córdoba, Rosario y Buenos Aires fueron las ciudades alternativas propuestas para capital de la Nación y este delicado asunto hizo crisis durante la turbulenta presidencia de Avellaneda.
El carácter fraudulento de las elecciones que lo habían consagrado a la primera magistratura representando los intereses del interior del país, motivó un generalizado descontento en Buenos Aires y, en 1874, estalló una revolución para derrocarlo. El cabecilla, general Mitre, vencido por las armas, fue condenado a ocho años de destierro.
Pero este triunfo del gobierno no había calmado los ánimos, sensibilizados por las tensiones con Chile en el sur argentino y la grave crisis económica de 1875. En julio de ese año, el propio Avellaneda debió decretar una amnistía para lograr una pacificación, que consideraba vital para su régimen. Inició así contactos con la oposición que derivaron finalmente en una especie de tregua, firmándose un acuerdo denominado, la “Conciliación”.
Mientras tanto, en 1877 triunfaba con gran fraude electoral la fórmula de la Conciliación, Carlos Tejedor-José María Moreno para gobernador y vice del Estado de Buenos Aires, mientras el gobierno nacional buscaba un acuerdo sobre un candidato a la presidencia de la Nación que representara sus intereses.
En principio, el elegido había sido el entonces Ministro de Guerra y Marina, Adolfo Alsina, pero ante el asombro general, falleció repentinamente el 29 de diciembre. Desaparecido el político porteño, Avellaneda, con el acuerdo de los gobernadores aliados en un pacto de intereses que expresivamente se denominó “la liga”, se inclinó por un comprovinciano del presidente, el joven general Julio A. Roca, hombre del interior, odiado en muchos círculos porteños que lo consideraban entonces sin condiciones para tan alta magistratura, ambicioso e inmoral.
El porteño Eduardo Gutiérrez esboza una sombría semblanza del candidato que refleja más que sus ideas sobre el mismo, el pensamiento generalizado del pueblo de Buenos Aires:
“El general Roca, –dice– era un mozo digno, formado en la carrera de las armas, sin ningún otro estudio ni preparación que la necesaria para llegar a ser un buen comandante. Sencillo y sin aspiraciones, suave y jovial, era estimado de sus compañeros y relaciones. Una vez general, había llegado al colmo de su ambición en su carrera. Su foja de servicios, distinguida y limpia, no tenía ninguna de aquellas páginas luminosas que hacen a un militar esperar el primer puesto en el ejército. En cuanto a la política, estaba completamente ajeno a sus manejos y sin la menor preparación, se había concretado siempre a su servicio y a cuidar la frontera que le había sido encomendada. Naturalmente -continúa Gutiérrez- aquella idea de hacerlo presidente, de golpe y zumbido, estalló en su cabeza como una granada. El, que creía haber sobrepasado todas sus esperanzas llegando a ser general en una edad juvenil, no podía creer que Avellaneda hablara con seriedad. El presidente, con un talento de Mefistófeles, había despertado en aquel militar sencillo y humilde la ambición más desenfrenada”.
Y más adelante, señala que entre los planes del presidente había uno que consistía en hacerle contraer méritos con el país: “¡La Conquista del desierto! He aquí la piedra filosofal, la reputación que más fácilmente puede adquirirse. No hay más que seguir la obra de Adolfo Alsina, pasear un poco en la Pampa con una fuerte división, tomar todos los indios que se pueda y volver con el título positivo de conquistador. El plan fue aceptado por unanimidad y el general Roca, lleno de ilusiones, empezó a hacer sus preparativos”.
Gutiérrez, autor del cautivante libro La muerte de Buenos Aires, donde reseña con apasionamiento la lucha por la defensa de la autonomía de su ciudad y sus libertades, describe con viva parcialidad la campaña de Roca, de esta manera:
“Se había hecho un paseo militar que costaba al tesoro público grandes sumas inútilmente gastadas. Con remingtons y cañones Krupp se había vencido la tacuara de los indios amigos, arrasando sus toldos y cautivando sus hijos y mujeres. Pero el candidato oficial había contraído un mérito falso para el país. Había conquistado veinte mil leguas de tierra, que dos meses después paseaban triunfantes los indios, tomando crueles venganzas. Para que nadie dudara de que el general Roca era un verdadero conquistador, se trajeron a Buenos Aires algunas mujeres y niños pampas que se repartieron entre los amigos y partidarios, como esclavos miserables colocados fuera de toda ley humana”.

La capitalización de Buenos Aires
Esto en cuánto al candidato a la presidencia: con referencia a la capitalización, Avellaneda sorprendió en la clausura del Parlamento de 1879, lanzando su proyecto de declarar como tal a la ciudad de Buenos Aires. Contaba para ello con el apoyo de la liga de gobernadores adictos a sus intereses y en contra, a Corrientes y Buenos Aires.
La resistencia en nuestra ciudad comenzó a tomar un carácter firme y decidido, mientras el presidente Avellaneda enviaba armas al interior y ordenaba concentrar tropas de los diversos regimientos en los alrededores de la capital. Los porteños, a su vez, formaban el Tiro Nacional y la juventud se ejercitaba en el manejo de las armas, dispuesta a defender la autonomía de Buenos Aires.
La liga de gobernadores trabajaba intensamente en el interior y motivó que el propio Sarmiento, tan impulsivo por temperamento, la definiera como “una banda de mulatillos que quieren imponer como presidente a un generalito”.
Buenos Aires era, al decir de los porteños, el cordero gordo que debían devorar entre todos, el día del triunfo.
Las fiestas del centenario de Rivadavia fueron el pretexto para que el gobierno nacional desplegara un gran desfile de tropas con cañones y ametralladoras para impresionar a los porteños, pero el efecto conseguido fue lo contrario. Los ánimos se exacerbaron y el gobernador Tejedor asumió una actitud de firme rebeldía. Ambos mandatarios se agraviaron mutuamente enfrentándose en forma irreversible; decididos los unos a tomar Buenos Aires por la fuerza, dispuestos los otros a defender encarnizadamente sus libertades.
Mientras los porteños carecían de armas, el ejército nacional se iba engrosando con nuevos contingentes llegados de las provincias que se entrenaban en la Chacarita en el manejo de los cañones Krupp. Tejedor buscaba a toda costa un arreglo y en este plan, dejó pasar numerosas provocaciones de los nacionales, actuándose en un acentuado clima de guerra.
La llegada de armas para los porteños desde Montevideo, burlando el bloqueo de la escuadra nacional, dio lugar a uno de los primeros enfrentamientos, el 1º de junio de 1880.
Al día siguiente, el presidente Avellaneda en forma subrepticia abandona Buenos Aires y se refugia en la Chacarita. Tres días después, declara al pueblo de Belgrano, residencia de las autoridades.
Mientras tanto, en la provincia, el coronel José Inocencio Arias luego de formar una gran fuerza militar, avanzaba hacia la ciudad. Pronto entraron en combate. Los días 20 y 21 de junio de 1880, después de haber sido atacados por el general Racedo en Olivera, ambos ejércitos luchan en forma intensa en Barracas, Puente Alsina y los Corrales, contándose más de 3000 muertos de ambos bandos. Los más diezmados fueron los jóvenes voluntarios porteños que, mal armados y contando sólo con un gran entusiasmo, dieron su vida para defender la autonomía y libertades de Buenos Aires.
La batalla de los Corrales decidió la lucha en favor de Avellaneda. Los porteños, mandados por el heroico coronel Arias, sin armas ni municiones adecuadas, hicieron alardes de valentía y hubieran obtenido una victoria, pero fueron condicionados por las órdenes y contraórdenes del gobierno provincial presidido por el irresoluto Tejedor que, en lo mejor del combate cuando las bisoñas tropas porteñas estaban derrotando al veterano ejército nacional, dispuso la retirada para evitar mayor derramamiento de sangre.
En estas circunstancias a los defensores de Buenos Aires no les quedó otra opción que parlamentar y poco después, Tejedor presentaba su renuncia como gobernador, asumiendo interinamente el vice José María Moreno. Las tropas porteñas fueron desarmadas.

Buenos Aires, capital
Cinco días después, el 6 de julio de 1880, el senador por Santa Fe, Manuel D. Pizarro proponía declarar al municipio de Buenos Aires, capital de la República Argentina y el 24 de agosto, Avellaneda envía el proyecto a las Cámaras. El 21 de septiembre lo promulgan como ley 1029, denominada “Ley de Krupp” por los porteños, aludiendo a la fuerza de los cañones alemanes que la impusieron.
Mientras tanto, el 12 de octubre, Avellaneda entrega el mando al general Roca, nuevo Presidente de la Nación. La ley capital se sanciona el 6 de diciembre de 1880.
“La Tribuna” comenta: “Buenos Aires ya no es de los porteños”. Y “El Nacional” replica: “Así es, en efecto; ahora pertenece a los argentinos. ¡Que vergüenza! No es verdad. Y pensar que también pertenece a los argentinos la gloria de la independencia y la bandera”. Y concluye: “Si vamos a este paso, los porteños, que no son argentinos, se van a quedar sin camisa.”

Las medallas, testimonios de época
Las medallas contemporáneas van reflejando fielmente todos estos acontecimientos, desde los aprestos de la defensa y formación del Tiro Nacional porteño, el apoyo a los jefes del Ejército Nacional que solicitaron su baja para entrar al servicio de Buenos Aires, los prolegómenos de la lucha, los cuerpos para la protección a los heridos, el encuentro armado en Puente Alsina y Barracas, prólogo de la sangrienta batalla de los Corrales y finalmente, la ascensión de Roca a la presidencia y la capitalización de nuestra ciudad.
Así, recreando cada pieza se podrá ir armando la evolución de las luchas que los porteños denominaron “por la defensa de Buenos Aires” y el gobierno nacional, como “revolución de 1880”.

Las medallas del Tiro Nacional
1. 1879. Anverso: busto mirando a izquierda. Leyenda perimetral abreviada: DR. TEJEDOR G(obernado)r DE LA P(rovinci)a. B(ueno)s A(ire)s. F(utur)o P(resident)e DE LA REPUBLICA.
Reverso: Dos fusiles cruzados y su centro atravesado por una bayoneta con gorro frigio. Leyenda. TIRO NACIONAL A SUS COOPERADORES. Exergo: DICIEMBRE 1879. Plata, diámetro 22 mm. Artista: Pablo Cataldi.
2. (1880). Anverso: escudo argentino y leyenda perimetral: PATRIA INDEPENDENCIA. LIBERTAD.
Reverso: Dentro de una palma y un laurel: TIRO NACIONAL – 2ª PREMIO. Cobre. Diámetro 32 mm. Artista: Rosario Grande.
3. 1880. Anverso: escudo argentino. Leyenda superior: ASALTO DE ARMAS. Exergo: 30 ENERO 1880.
Reverso: Dos espadas cruzadas atravesadas por una bayoneta. Leyenda perimetral. LA COMPAÑÍA SAN TELMO – AGRADECIDA. Plata. Diámetro: 22 mm. Artista: Rosario Grande.
4. (1880). Anverso En 5 líneas: TIRO NACIONAL. HONOR AL TIRADOR.
Reverso: dos laureles cruzados y centro para grabar. Bronce plateado. 28 mm. Artista Rosario Grande.
5. (1880). Anverso: Escudo coronado (italiano?) Leyenda superior: TIRO NACIONAL.
R: HONOR AL TIRADOR, dentro de corona de laurel. Bronce plateado. Octogonal. 30 por 30 mm. Artista: Rosario Grande.
Referencia histórica: Los aprestos bélicos del gobierno nacional que aglomeraba tropas en Buenos Aires, ejercitándolas en las calles y remitiendo al mismo tiempo grandes cantidades de armas para las provincias de la denominada “Liga”, motivaron la reacción de los porteños creando el Tiro Nacional.
La juventud de Buenos Aires se preparaba para impedir que los nacionales se impusieran por la fuerza, adiestrándose a su vez para la lucha, en el manejo de las armas. Así surgió el Tiro, de un Comité reservado compuesto por el general Mitre, por el partido nacionalista; el Dr. Tejedor, representando la gobernación de Buenos Aires; el coronel José Inocencio Arias por la provincia aliada de Corrientes; el general Martín de Gainza por el partido autonomista y Emilio Mitre por los partidos de la Conciliación. De estas reuniones surgió la idea de crear el Tiro Nacional, cuya presidencia y organización se encomendó al coronel Julio Campos.
La nueva institución contó con un gran entusiasmo de la juventud porteña y sus estatutos, inspirados en la sociedades de tiro suizas, fueron inmediatamente aprobados por el gobierno. Sus integrantes comenzaron a reunirse todos los domingos en un gran terreno alquilado en Palermo para este fin. Muy pronto, el paseo al Tiro Nacional se hizo una reunión obligada de toda la juventud y sociedad porteña. Los jóvenes con sus armas al brazo concurrían en número que muy pronto superó las 2000 personas, acompañados por sus familias y novias. Cada joven había adquirido su arma de acuerdo con sus recursos y preferencias.
En un par de meses, los jóvenes, estudiantes en su mayoría, organizados en cuerpos con sus oficiales instructores, adquirieron una gran destreza en el manejo de las armas, lo que los convertía en verdaderos veteranos.
En febrero de 1880, la actividad del Tiro Nacional fue censurada por el gobierno nacional, ya que sus miembros hacían pública ostentación de armas y hasta usaban un uniforme propio. Uno de los actos más ostentosos fue la manifestación masiva del 5 de marzo, con motivo de la decisión de Avellaneda de dar de baja a varios jefes del Ejército Nacional de cuya lealtad se desconfiaba, episodio a que hace referencia la medalla que sigue.
En los días de la lucha armada, el Tiro Nacional se componía de los siguientes batallones: Rifleros, Tiradores Voluntarios de San Telmo, Defensores de Buenos Aires, Ciudadanos Armados, Ituzaingò, General San Martín, Patricios de Buenos Aires, Tejedor, Almirante Brown, General Mitre, Coronel Sosa, Tiradores Argentinos, Pilar, General Lavalle y 15 de Febrero.
Las medallas que se ilustran fueron otorgadas a los mejores tiradores. La que ostenta el retrato de Tejedor, muy rara, obra del artista Cataldi, fue repartida personalmente por el homenajeado en un acto que presidió el 5 de enero de 1880. A pesar de ostentar fecha de diciembre de 1879, la ceremonia debió postergarse por el mal tiempo reinante. Hace referencia a ellas el diario “El Nacional” del 30 de diciembre bajo el título: “Los premios del Tiro Nacional”:
“El domingo próximo tendrá lugar en Palermo una fiesta con motivo de la distribución de premios a los socios del Tiro y Gimnasio Nacional que han obtenido mayor número de blancos. La C.D. había pensado obsequiar con un arma de precisión y menciones honoríficas a los premiados, pero posteriormente se ha resuelto hacerlo con medallas de oro, plata y cobre. Los premios serán distribuidos en la siguiente forma: Medalla de Oro: Carlos M. Basso, con 19 blancos. Medalla de Plata: Eugenio Richard, con 16 blancos y Sixto J. Quesada con 11 blancos. Medalla de Cobre: Fernando Cordero, con 10 blancos, Francisco Barbosa con 7, Juan Domínguez con 7, Ernesto Landívar con 8, Adolfo Mitre y Vedia con 8, Luis Gaebeler con 8 y Alberto Pico con 10.
Con ocasión de esta distribución de premios se ha organizado, como lo decimos más arriba, una fiesta magnifica. Se pasará revista a todas las compañías parroquiales, que asistan ese día al Tiro y enseguida se las hará desfilar por nuestras principales calles”.
En la actualidad, no conocemos ninguna medalla de oro.
6 1880. Anverso: En el campo, espada y palma cruzadas en sotuer; debajo pequeño gorro frigio sostenido por dos brazos desnudos. Leyenda: HONOR A LOS DEFENSORES DE LAS LIBERTADES DE BUENOS AIRES.
Reverso. Leyenda perimetral: EL PUEBLO AGRADECIDO. 15 FEBRERO 1880. Metal: Plata. Diámetro: 27,5 mm. Artista: Rosario Grande.
Referencia histórica: En “El Nacional” del 6 de marzo de 1880 encontramos los detalles del acto de entrega de estas medallas. Dice el periódico:
“La manifestación de simpatía a los jefes nacionales dados de baja, que tuvo lugar anoche, era numerosa. Se componía de más de tres mil ciudadanos. Reinó el mayor orden. En otra situación, la baja de algunos Gefes nacionales, no habría pasado de las noticias de los diarios. En la situación presente ha sido un motivo de movimiento popular, de adhesión y simpatías hacia ellos. Entretanto, todos quedan en sus puestos; los gefes nacionales pidiendo su baja paramilitar en la oposición al gobierno. El gobierno concediéndoles por la misma causa. Y el pueblo aplaudiendo a los que cortan su carrera por adherirse a su causa” En el mismo diario del día anterior encontramos una referencia a esta medalla: “En la manifestación de esta noche se obsequiará una medalla a los jefes que han sido dados de baja.”. Para hacer entrega de esta medalla, fueron designados diversos jefes de los Cuerpos Populares y batallones formados por los porteños.1
Así fue como ese día, una multitud comenzó a reunirse en la Plaza de la Victoria, al ruido de bombas de estruendo y los acordes de una banda del batallón “Guardia Provincial”. Muchos miembros del Tiro Nacional llevaban su uniforme y a las 8 y media, la manifestación se puso en marcha en hileras de 10, 20 y 30 personas, dando vivas al Dr. Tejedor, a Mitre, a los coroneles Campos, Lagos y Arias. Desfilaron por Rivadavia, tomaron por Florida y llegaron a la casa del coronel Julio Campos en Lavalle. A esta altura ya conformaban una columna de 3000 personas.
El mismo periódico El Nacional señala: “La casa de Campos estaba colmada de gente y todos trataban de ingresar a la misma, donde se encontraban los jefes dados de baja. Allí se les entregó por los miembros de la Comisión del Tiro, la medalla acordada, pronunciándose en cada caso una corta alocución. Hablaron contra el gobierno los doctores Luis Varela y Luis Fuentes.
A las 10 y media de la noche, la concurrencia se dirigió a la casa del Comandante Arias, en la calle Callao. Allí se le colocó en el pecho la medalla pronunciando Arias una larga alocución: “Vuestra manifestación de simpatía y esta medalla que la conmemora y que acabo de recibir…me impresiona de la manera más agradable y me obliga y me alienta para continuar con mayor brío, la campaña que hemos emprendido en bien de las instituciones y libertad de la República, demostrándole al Gobierno al mismo tiempo de un modo bien elocuente, que el pueblo de Buenos Aires es siempre el mismo, grande, generoso, valiente y fiel a sus gloriosas tradiciones”.
Las medallas de los comandantes Leyría, Dantas y Garay les fueron enviados con una nota, pues se encontraban ausentes. Según referencia de El Nacional del 20 de febrero de 1880, se le habría otorgado una medalla de oro al gobernador de la provincia que decía así, en el anverso: “EL PUEBLO DE BUENOS AIRES – AGRADECIDO – AL GOBERNADOR DE LA PROVINCIA. DR. D. CARLOS TEJEDOR y en el reverso: HONOR AL PATRIOTISMO. FEBRERO DE 1880”. Ignoramos mayores datos de la misma.
7. 1880. En el centro ojo dentro de triángulo dentro de dos cintas horizontales con un fondo de rayos. Leyenda circular. CUERPO MAS .:. “PROTECCION A LOS HERIDOS”
Reverso: leyenda circular EL SUP.:. CONS .:. GR.:. OR .:. PARA LA REPUB .:. ARGENT .:. En el centro dentro de guirnalda de laurel 20 Y 21 DE JUNIO 1880 E .:. V.:. – Plata. 38 mm. Artista Rosario Grande.
8. 1880. Cruz de Malta con centro circular y en el campo, símbolos masónicos: compás y escuadra y en el centro letra G, todo entre dos ramas de laurel y dentro de un círculo. Arriba, leyenda semicircular: CUERPO MASONICO y debajo: PROTECCIÓN DE LOS HERIDOS.
Reverso: Leyenda perimetral: FUNDADO EL 10 DE JUNIO DE 1880. En el centro en 4 líneas: 20 Y 21 DE JUNIO 1880. BUENOS AIRES. Metal: Cobre. Medidas: 37 por 37 mm. Grabador Rosario Grande.
9. 1880. Cruz latina con superficie verticalmente rayada representado el color rojo. En el brazo superior en 4 líneas. SOCORROS A LOS HERIDOS. En el brazo inferior en 4 líneas. ROSARIO DE STA. FE 1880. En el brazo horizontal de la cruz en 2 líneas. HERMANDAD DE LA CRUZ ROJA.
Reverso liso con el nombre del grabador: Santiago Caccia.
Referencia histórica: Estas medallas fueron acuñadas por la Masonería que, ante la inminencia de la lucha armada, organizó un cuerpo de “Protección a los Heridos”. El 12 de junio de 1880, las sociedades masónicas dirigieron al gobierno nacional y al de la provincia la siguiente nota:
“Exmo. Señor:
La Institución Masónica fundada sobre los principios del amor fraternal y la caridad, después de haber puesto todos sus elementos de opinión en favor de la paz, y aún cuando abriga todavía la esperanza de que ella sea restablecida sin efusión de sangre, creería faltar a sus deberes más sagrados, si ante el peligro de la guerra no se apresurara a organizar elementos, que en algo puedan mitigar sus horrores, si fatalmente hubiera de estallar.
La Masonería, Exmo. Señor, se propone aliviar, en cuanto le sea posible, los sufrimientos de los que lleguen a caer heridos, prestando las primeras atenciones en el campo mismo del combate, y para poder efectuarlo ha formado un cuerpo o asociación de hermanos masones denominado “Protección a los heridos”, cuyos humildes servicios tiene el honor de ofrecer por nuestro intermedio al Exmo. Gobierno de la Provincia, como lo hace igualmente al Exmo. Gobierno Nacional, acompañando sus estatutos para la superior aprobación de ambos.
Los “Protectores de los Heridos” cuentan con el Cuerpo Médico cuya nómina se adjunta, y a la que se agregarán aún muchos nombres que la premura del tiempo no ha permitido recoger.
Si V.E., tuviera a bien aceptar tan humilde ofrecimiento, esperamos se digne asimismo acordar a los “Protectores de los Heridos” y sus ambulancias las garantías que en los estatutos se expresan, y sin las cuales no podrían llenar su humanísima misión.”
Firmaban Manuel H. Langenheim, Pablo Tarnasi, Hipólito Bomaire, José Palma y Carlos Glade.
Al mismo tiempo, se publicaron en todos los diarios una nota titulada: “AVISO A LOS MASONES”, solicitándoles que se inscriban “sin distinción de nacionalidad” en el cuerpo denominado Protección a los Heridos”, pudiendo hacerlo en Cangallo 540, desde las 8 de la mañana a las 9 de la noche. El cuerpo se organizó en reunión del 11 de junio, en la mencionada dirección donde funcionaba el templo masónico, actualmente Cangallo 1242.
Por su parte, el presidente Avellaneda por decreto firmado en Belgrano el 14 de junio, aceptó el ofrecimiento de la masonería porteña de formar un cuerpo neutral de protección a los heridos, aprobando sus estatutos y dando órdenes al Estado Mayor del Ejército para que sus ambulancias y personal, gozaran de las garantías establecidas en sus estatutos.
El Cuerpo Masónico hizo también un llamado a las familias de los masones para que enviaran vendas, hilos y todo objeto adaptable a la curación de los heridos y tuvo destacada actuación los días 20 y 21 de junio de 1880 en los combates en que se enfrentaron los porteños con las tropas nacionales. El cuerpo había sido fundado el 10 de junio de ese año.2
En cuánto a la Cruz Roja, el 10 de junio de 1880 comenzó a organizarse en Buenos Aires procediendo a la elección de su Consejo Supremo. Estaba integrado por los doctores Guillermo Rawson y Toribio Ayerza como presidentes honorarios, el Dr. Pedro Roberts, como Presidente Titular, Vicepresidente el Dr. M. Marenco, Vicepresidente 2° Dr. Bartolomé Novaro. Tesorero: D. Juan López. Inspector General: Francisco M. de Ibarra. Inspector de Almacenes: Tomás Armstrong. Secretario. Dr. Antonio de Paula Alleu, Dr. José M. Jorje y Dr. A. R. Crespo. Secretario Contador: Salvador Alfonso. Tenía su domicilio provisorio en Reconquista 93, numeración antigua.
El 12 de junio solicitó donativos de hilos, vendajes, ropas y otros objetos para el socorro de los heridos y un día después lanzó una proclama a los: “Conciudadanos Argentinos: El fragor de las armas anuncia la proximidad de un combate: el ejército de la caridad debe entrar también en campaña brevemente: engrosad sus filas”.

10 – 1880 Escudo argentino dentro de círculo y leyenda circular: LOS JEFES Y OFICIALES DE LA DIVISIÓN SAN LORENZO.
Reverso: Leyenda perimetral: AL BENEMERITO CORONEL DE LA NACION DN. SILVERIO CORDOBA. En el campo, dentro de un círculo en 7 líneas: CORRALES DEL ALTO. 2 DE JULIO. PROV. DE BS. AS. Y ROSARIO 15 DE AGOSTO 1880.
Metal: Oro – Estaño. Módulo 38 mm. Grabador Santiago Caccia.
Referencia histórica: Esta medalla fue otorgada por los jefes y oficiales de la División San Lorenzo a su jefe del coronel Silverio Córdoba, especialmente por su actuación en la batalla de los Corrales del Alto (Parque de los Patricios). Por esta acción le fue conferido el pase de teniente coronel de la provincia de Santa Fe a coronel de la Nación. Estuvo en Caseros, Cepeda y Pavón y con Roca tomó parte en la batalla de Santa Rosa. Actuó también contra López Jordán y en 1876, el presidente Avellaneda le extendió los despachos de Sargento Mayor Graduado de Caballería, los que rechazó por ostentar una jerarquía superior en el orden provincial.
En 1880, revistó a las órdenes del general Racedo y el 17 de junio combatió contra las fuerzas de Arias en el combate de Olivera, participando luego en la sangrienta batalla de los Corrales. Silverio Córdova había nacido en San Lorenzo y falleció en Buenos Aires en 1892.

La batalla de los Corrales
El 18 de junio el ejército porteño controlaba los puentes de Alsina y Barracas, mientras el enemigo se encontraba en Flores. Al día siguiente fue tomando posiciones a la vista de la meseta de los Corrales. El 20 bien temprano, ambas fuerzas, las que respondían al gobernador de Buenos Aires y las leales al presidente de la Nación, tomaron posiciones como para entrar en combate.
Las tropas porteñas estaban al mando del coronel José Inocencio Arias; el ejército nacional, contaba con los generales Racedo y Levalle. Este último avanzaba desde Lanús; Racedo lo hacía desde Flores, mientras otras fuerzas se preparaban en Chacarita.
Los hombres de Buenos Aires contaban con pocas armas y municiones, sólo los movía un gran entusiasmo por defender a su ciudad y en estas circunstancias, la batalla de los Corrales fue una verdadera masacre, en que hicieron actos de heroísmo de una y otra parte.
Los combates comenzaron en Barracas, cuyo puente pretendían atravesar las tropas de Levalle. A las 2 de la tarde el ejército de Racedo avanzó hacia los Corrales. A las 10 de la noche, Arias no dudaba que sería atacado en la madrugada del 21, como sucedió, realizando Racedo las primeras descargas de fusilería.
Arias se dirigió al Puente Alsina donde mandó formar por hileras en batalla y romper el fuego contra el enemigo, mientras solicitaba refuerzos a la ciudad. Cuenta Gutiérrez:
“El combate era rudo, pero sostenido por los leales hijos de Buenos Aires con una bravura legendaria. Allí se batían, con un denuedo asombroso, tropas bisoñas en su mayor parte, mal armadas y organizadas en unos días, con la flor de los veteranos de nuestro ejército. Pero los valientes veteranos, avezados a la victoria rápida y segura, se batían por una causa antipática para ellos, y contra la ciudad que los había colmado de flores en la victoria y de beneficios en la adversidad”. Y concluye: “Si hubiera sonado una voz vivando a Buenos Aires, aquel bizarro ejército hubiera vuelto sus armas contra los hombres de la Chacarita!”.
Los batallones provinciales, de la Liga de Gobernadores eran los que hacían más fuerza por la victoria. No sabemos cuál fue la actuación del coronel Silverio Córdoba pero sí se sabe, que el batallón Guardia Provincial de Santa Fe con el coronel Vázquez a la cabeza, fue de los primeros en entrar en fuego y el primero también en perder desde su jefe hasta su pabellón. El efecto, el batallón porteño San Nicolás con una bravura entusiasta, les arrebató la bandera que ostentaba el lema “Defensores de la Ley”.
A la primera luz de la mañana se vislumbró el campo de batalla, cubierto ya por más de 500 cadáveres. La metralla llovía en ambas líneas, pero gran parte del ejército de Buenos Aires no había podido tomar parte por falta de armamento. Aquel combate de Puente Alsina no podía durar mucho tiempo más, al mediodía ya se habían producido más de 1200 bajas por ambas partes.
Con todo, el triunfo favorecía a la causa de Buenos Aires y también el enemigo había comenzado a retirarse en regular orden culminando con una retirada precipitadísima. En estas circunstancias, el coronel Arias recibe la orden contradictoria de replegarse hacia los Corrales. Cuenta Gutiérrez que el bravo coronel se desesperó exclamando:
“-¡Pero qué quieren esos hombres de la ciudad! ¿Quieren derrotarnos ellos, ya que no pueden lograrlo los enemigos!”
En efecto, abandonar Puente Alsina era dejar las puertas abiertas al enemigo. Arias debió cumplir lo ordenado. “Sus mismos amigos, sus compañeros de armas –dice Gutiérrez- eran sus peores enemigos. Unos por ignorancia, otros por celos, pero ésa era la verdad”.
En la meseta de los Corrales se dio la gran batalla, entrando en combate al lado de Arias, el valiente coronel Hilario Lagos. Pero las fuerzas nacionales, mejor armadas se impusieron al coraje y temeridad de los porteños que, en todas sus clases sociales habían contribuido a la lucha. Hasta los cañones eran servidos por jóvenes de diez a veinte años.
“La meseta de los Corrales, dada las fuerzas que la defendían y el poder del enemigo que atacaba, es la primera hazaña de todas las que cuenta la historia argentina y aún la historia americana, afirmaba Gutiérrez. “Pasarán los años y los siglos, y el nombre de los héroes que la defendieron y vencieron vivirá en la memoria de los buenos. Tiempos vendrán en que defender a Buenos Aires no sea un crimen de muerte y entonces los héroes de la meseta y Puente Alsina recibirán el premio de su denuedo. Y la memoria de los que allí cayeron, será honrada en las brillantes páginas de nuestra historia”
En efecto, el ejército nacional armado con modernos cañones y municiones nada podía hacer. “Aunque frío y sin entusiasmo, porque defendía una causa que le era antipática, -continúa Gutiérrez-, atacó y combatió con su habitual denuedo, pero una y otra vez tuvo que retroceder. Si se hubiera combatido contra un enemigo inferior, igual no se hubiera podido llamar ni siquiera una acción distinguida! Es que combatían tropas bisoñas y mal armadas, sin organización militar en su mayor parte, contra un ejército diez veces más numeroso…! Y aquellos viejos veteranos y el regimiento 1° de artillería tenían que retroceder ante las piezas mandadas por niños como Rojas, Sáenz Valiente, Pierrot y Salaverry! Por eso la meseta de los Corrales es una hazaña que al inmortalizarse, inmortalizará el nombre de los que la defendieron y los que la regaron con su sangre generosa”.3
En estas circunstancias, el coronel Arias recibe la orden de abandonar los Corrales; las municiones por otra parte, estaban agotadas al igual que los tiros de cañón. Habían peleado Arias y Lagos sin cesar durante siete horas y media.
Poco después entra en acción la división Carhué y otras tropas al mando del general Levalle que consiguieron algunos éxitos. Pero ya las tropas porteñas se habían retirado del campo y entraban a la ciudad, mientras el gobernador aceptaba la proposición de negociar un armisticio que fue comunicado a todos los jefes de la Defensa.
Tejedor reunió un Consejo de Guerra para resolver si se daba una batalla final y si las fuerzas de Buenos Aires estaban en condiciones de triunfar y luego decidió, ante la oposición del coronel Arias, presentar su renuncia a la Legislatura. Por su parte, Arias disgustado y abatido, enviaba la suya al general Gelly y Obes, Jefe de las Fuerzas de la Defensa.
Luego se negoció. Y se aceptó la separación de las autoridades que encabezaron la defensa, denominada “movimiento revolucionario” por el gobierno nacional; disolución de las fuerzas con entrega de sus armas; amnistía militar y civil, aunque estos últimos que hubieran tomado parte en la insurrección, quedaron cesantes de sus puestos y finalmente, el respeto absoluto a las personas, propiedades, etc. Quedaba allanado el camino para declarar a Buenos Airees, capital de la República Argentina.
11. 1880. Anverso, sol radiante y leyenda circular: LA DIVISION CARHUE RECONOCIDA.
Reverso en 5 líneas: DE LOS SERVICIOS DEL MAQUINISTA BERRY BRIDGE. 1880. Debajo laurel. Metal: Oro. Diámetro 32 mm. Grabador Rosario Grande.
Reseña histórica: Esta medalla personal, hoy desparecida, recuerda un episodio interesante, relacionado con la división Carhué al mando del general Nicolás Levalle. El 20 de junio avanzaba hacia Buenos Aires a cuya ciudad pretendía ingresar por el Puente de Barracas, donde fueron enfrentados por dos batallones: “Coronel Sosa” y “General Mitre” al mando del coronel José M. Morales. Los “Tiradores de Barracas” abrieron fuego contra la división Carhué al mediodía, incorporándoseles el “Cuerpo de Vigilantes” a las órdenes del comisario Ireneo Míguens y los batallones “San Martín” y “General Lavalle”, agregándoseles después dos cañones Krupp.
La división Carhué, ante la tenaz resistencia ofrecida por los porteños, se embarcó en un convoy del ferrocarril y retrocedió hasta Lanús. No menos de doce disparos de cañones se hicieron contra la locomotora sin lograr dar en el blanco.
Estaba conducida por el maquinista Berry Bridge. El tren seguía el paso de las tropas de Levalle, se recogían los heridos y se subían a los vagones los cañones desmontados. Desde el tren los soldados contestaban los tiros.
Recién dos días después, el 22 de junio, reforzada la división por los regimientos del coronel Francisco Bosch y aprovechando la neblina, logró cruzar el Puente de Barracas a toda velocidad del convoy ferroviario, conducido por Bridge, el que fue tiroteado infructuosamente por los defensores de Buenos Aires. Nada pudieron hacer tampoco para detenerlo los hombres destacados en los puestos a lo largo de la Avenida Santa Lucía y los tiradores emplazados en el mirador de la Barraca de Caseros y la Calle Larga, hoy Montes de Oca.
La división Carhué con sus 800 hombres logró llegar a Constitución, estación que debieron evacuar por el constante y sostenido ataque de los rifleros porteños, logrando ocupar el antiguo edificio de la Convalecencia y tomando contacto más tarde con las tropas del coronel Racedo.
La medalla premia el valor del maquinista inglés Berry Bridge, quien pese al tiroteo de que fue objeto la máquina, logró romper la resistencia enemiga en el Puente de Barracas e ingresar el convoy a la ciudad con la División Carhué intacta. Es interesante señalar que casi todos los funcionarios y empleados del ferrocarril eran abiertamente hostiles a la causa de Buenos Aires.
13 – 1880. Anverso, escudo nacional y debajo: 6 DICIEMBRE DE 1880.
Reverso: Escudo de Buenos aires y leyenda circular: BUENOS AIRES CAPITAL DE LA REPUBLICA ARGENTINA. Metal. Cobre. Módulo: 35 mm. Grabador Rosario Grande.
14 – 1880. Anverso escudo nacional, debajo: VI DE DICIEMBRE DE MDCCCLXXX
Reverso: Escudo de Buenos Aires y leyenda circular: BUENOS AIRES CAPITAL DE LA REPUBLICA ARGENTINA. Metales: oro y plata. Módulo 50,5 mm.
Referencia histórica: El Nacional del 3 de diciembre de 1880 nos informa que: “La Municipalidad ha mandado acuñar una gran cantidad de medallas de cobre que serán distribuidas al pueblo el 8 del corriente. Estas medallas llevan una inscripción conmemorativa sobre la federalización de Buenos Aires. Con igual inscripción se ha mandado hacer cierto número de medallas de oro y plata para distribuirlas entre las autoridades nacionales y de la provincia y los periodistas. Estas medallas costarán a la Municipalidad 170.000 pesos moneda corriente.”
Las medallas de oro, acuñadas en París por iniciativa de Torcuato de Alvear “fueron remitidas como obsequio a todas las Municipalidades del mundo civilizado, como el mejor aviso oficial de tan magno acontecimiento”.4

Notas
1. Los designados para entregar las medallas eran, según El Nacional: “D. Ramón Gómez, Comandante del Batallón Maipú, al Coronel D. Julio Campos; D. Ramón Rivas, Comandante del Batallón Ituzaingó, al Coronel Arias; D. Máximo Paz, Comandante del Batallón Tejedor, al Coronel Lagos; D. Martín Alzaga, Comandante del 3 de Oro, al Teniente Coronel Acevedo; D. José María Reybaud, Comandante del Batallón Adolfo Alsina, al Teniente Coronel Montaña; D. Emilio Mitre y Vedia, Capitán de la 1° Compañía de Rifleros, al Coronel Garmendia; D. Alberto Saguí, Comandante del Batallón Patricios de Buenos Aires, al Mayor Julián Martínez; D. Alberto Huergo, Comandante del Batallón Defensores de Buenos Aires, al Teniente Coronel D. Bernabé Martínez; D. Ramón J. Ballesteros, Comandante del Batallón Resistencia, al Teniente Coronel D. Francisco Lavria; D. Albano Honores, Comandante del Batallón S. Martín, al Sargento Mayor D. Domingo Rebusión; D. Pablo Bonifacio, Comandante del Batallón Tiradores del Sud, al Comandante D. Julio Dantas; D. Gregorio Figueroa, Comandante del Batallón de la Piedad, al Sargento Mayor Lázaro Garay…”
2. El “Cuerpo Masónico de Protección a los Heridos” estaba formado de la siguiente forma: Jefe Honorario, Dr. Manuel H. Langenheim, 1° Jefe Efectivo: José Palma, Segundo Jefe: Miguel de Luca. Jefes de Grupo: D. N. Parry, Carlos Witte, Rodolfo Ornstern, Aquiles del Castillo y Colin Giangrandi. Por su parte, el “Cuerpo Médico Masónico” se componía de: Presidente Dr. Martín Beruti, Vicepresidente: Melitón Espinosa. Secretarios: Nicolás Beruti, Atilio Boraschi, Vicente de Cusatis, Manuel T. Flugerto, Mariano Larsen, N. Reynal, Victorio Capello, I. Boeri, Aquiles Lemme y F. Spinelli. Farmacéutico: D. Otto E. Recke, L. Robert, Fortunato Woltanlina, Agustín Stella, Ángel Vignolo y Juan P. Mosquera. Ayudante del Cuerpo: Adolfo Alexander.
3. Con el triunfo de Avellaneda, diez días después ya nadie hablaba de la enorme cantidad de niños y jóvenes que murieron en los Corrales defendiendo la libertad e independencia de Buenos Aires. Cosas de la política de todas las épocas para con los vencidos…
4. El Nacional, 6 diciembre 1880.
Las imágenes pertenecen a la colección de medallas del autor.

 

Información adicional

HISTORIAS DE LA CIUDAD. Una revista de Buenos Aires
Declarada de “Interés de la Ciudad de Buenos Aires” por la Legislatura del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Año VIII – N° 43 – octubre de 2007
I.S.S.N.: 1514-8793
Registro de la Propiedad Intelectual N° 100.991

Categorías: Ejército, Policía y fuerza pública, Hechos, eventos, manifestaciones, Cosas que ya no están, Historia
Palabras claves: revolución de 1880, numismática, porteños, medallas, monedas

Año de referencia del artículo: 1880

Historias de la Ciudad. Año 8 Nro43

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