Los Monederos Falsos, André Gide

[Les Fauxmonnayeurs]. Novela de André Gide (1869- 1951), aparecida en 1925. La complicada trama empieza entre un grupo de jóvenes estudiantes, aventureros y no exentos de veleidades literarias.

Bernard Profitendieu, hijo de un alto magistrado, notable por su escrupulosa probidad, se ha sentido siem­pre incómodo en el ambiente familiar do­minado por el rígido puritanismo del juez; pero, de pronto, el muchacho descubre que éste no es su padre, ya que él es el fruto de un desliz de su madre, mantenido en secreto, y esta revelación lo lanza a la rebelión abierta. También su amigo Olivier Molinier está dispuesto a la aventura, pero, más tímido, espera ayuda y consejo de un tío, hermanastro de su madre, el li­terato Edouard X., que ya antes se había interesado por él. Siguiendo a Olivier, co­nocemos a su hermano mayor, Vincent, mé­dico de gran talento, pero de carácter dé­bil y ambicioso, que, por lo pronto, sólo desea romper con su amante Laura Védel- Azai’s (una joven que conoció en un sana­torio), para así cortejar libremente a la elegante y perversa lady Lilian Griffith. Por medio de su hermano Vincent, Olivier conoce al conde de Passavant, rico literato de alma vulgar y costumbres dudosas que trata de fundar una revista y quiere atraer­se a la joven generación. Y por fin, cono­cemos al último hermano de Olivier, Georges, que frecuenta el liceo en la pensión Védel-Azais, y pasa todavía por ser un chiquillo; pero también él tiene su vida secreta.

De todos ellos y de otros persona­jes tendremos pronto cumplidas noticias gracias a un difuso diario del escritor Edouard, que se encuentra así en el centro de la trama, por ser tío de Olivier y co­nocido de Passavant, y que, por haber he­cho sus estudios en la pensión del viejo Azais y del pastor Védel, su yerno, es ami­go íntimo de las tres hijas de éste: Laura, Rachel y Sarah. Y es precisamente la in­feliz Laura, abandonada por Vincent, la que se dirige a Edouard en demanda de ayuda, mientras que con él vive como se­cretario Bernard Profitendieu, que ha roto con su familia. El escritor está reuniendo los apuntes para una novela que se titu­lará Los monederos falsos, título alegórico y moral que se halla extrañamente confir­mado por su descubrimiento de una banda de auténticos monederos falsos, que ope­ran misteriosamente relacionados con el ambiente literario de sus jóvenes amigos. Pero esta banda no es sino una especie de sociedad secreta de escolares, de los que forma parte el propio Georges Molinier: «La confraternidad de los Hombres Fuer­tes», que se está transformando en una verdadera propia asociación delictiva, bajo la monstruosa influencia del primo de uno de estos muchachos, Strouvilhou. El viejo Azais, santo varón, ciegamente opti­mista, descubre, sin embargo, en su propia pensión y hasta en su propia familia los más pavorosos desórdenes: la aventura de Laura, la corrupción de la otra nieta Sarah y la nefanda actividad de la sociedad se­creta que agrupa a todos sus escolares, actividad que culmina en un auténtico cri­men : el suicidio «ordenado» del infeliz adolescente Boris.

Entretanto, Vincent Mo­linier, que ha marchado a África con lady Lilian, enloquece después de haberla ase­sinado. El escritor Edouard termina por hacerse protector de Olivier, sustrayéndolo a la maligna influencia de Passavant. Pero sobre todos se eleva, con su innata nobleza, la figura de Bernard. Partiendo de un es­tado de rebelión, que era casi un fin en sí mismo, el joven saca partido de sus aventuras (especialmente de sus dos amo­res hacia Laura y Sarah) para encontrar su verdadero yo y construirse los princi­pios de una fuerte y viva moralidad. Ven­cido por el noble afecto de su padre pu­tativo, el juez Profitendieu, Bernard con­sentirá en entrar de nuevo en la familia; y en este único acontecimiento es posible adivinar la enseñanza moral de un libro tan rico en contradicciones y temas, en el que hallamos las situaciones más caras al arte de Gide (v. especialmente: Las cavas del Vaticano, El retorno del hijo pródigo y Pantanos, en cuanto a la sátira de cierto mundo literario; y Si la simiente no muere, para el ambiente de la pensión Azai’s- Védel). En esta obra (la primera que quiso llamar «novela») Gide ha tratado de in­troducir toda su compleja visión de la vida: la típica manera de tomar la realidad en los diversos aspectos de su devenir, con continuas y precisas referencias a verdades de orden espiritual, que había ya abordado en su juvenil Tratado de Narciso (v.); y también (en las relaciones Edouard-Olivier) la defensa de cierto género «bueno» de homosexualidad, que se convierte en una verdadera apología. Con tales pretensiones totalitarias, la novela se salva sólo por ciertos pasajes (el análisis de la evolución de Bernard, las descripciones de la pensión Azais, la conmovedora historia del peque­ño Boris).

Pero precisamente por esta den­sa y difícil complejidad se nos presen­ta como uno de los libros más caracte­rísticos y reveladores de la literatura euro­pea de postguerra, situado en el cruce de las más interesantes corrientes tradiciona­les e innovadoras del arte narrativo con­temporáneo. Este carácter queda plenamen­te revelado en el notabilísimo Diario de los falsos monederos [Journal des faux-monnayeurs], que el propio Gide publicó en 1926, exponiendo en él las exigencias de orden poético o técnico que le preocuparon du­rante la creación de la obra; la convicción de que en la novela, mejor que en las con­fesiones, la intimidad, la penetración psi­cológica pueden llegar al fondo; y a la vez, el pensamiento de que la novela, como «gé­nero», no ha alcanzado aún por completo su verdadera fisonomía, porque, demasiado ligada a lo verosímil, ha descuidado una estilización más vigorosa, gracias a la cual, con ayuda de una técnica nueva, puede lle­garse a una realidad más profunda.

M. Bonfantini