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Escribe:  Pedro García Cueto

Billy Wilder es, sin duda alguna, uno de los más grande directores de la historia. Su cine sigue impresionando porque aúna calidad y una hondura ante la vida. Sus películas son espejos donde se va trazando la forma de mirar, con ironía y humor, de un hombre que vivió las dificultades de la Europa de los años veinte de nuestro pasado siglo, los años treinta y el auge del nazismo. No hay que olvidar que Billy Wilder nació en Viena en 1906 y tuvo gran actividad como guionista en Berlín antes de hacer sus famosas películas en Hollywood.

Hace dieciséis años que el maestro de tantas comedias geniales murió, dejándonos una obra magnífica, de las mejores de los cien años largos que lleva el cine entre nuestros corazones.

 El tema de la soledad está presente en su cine, porque muchos de sus personajes tienen que iniciar un periplo de vida solitaria antes de llegar al final feliz (me refiero, sin duda alguna, a dos películas emblemáticas de su filmografía: El apartamento, del que me ocuparé extensamente en este artículo, e Irma la dulce, a la que también voy a dedicar un pequeño análisis).

   Imagen: La Opinión de Murcia

Lo cierto es que la soledad también anida en otras películas de Wilder, ¿no es acaso un hombre solo Charles Laughton en Testigo de cargo, que presta su agudeza de hombre avezado e inteligente para resolver el caso que le plantea el atractivo Tyrone Power? ¿Y qué podemos decir de Norma Desmond, la actriz en decadencia de El crepúsculo de los dioses, esa estupenda Gloria Swanson en un papel memorable?

Las películas de Billy Wilder no son inocentes, en todas ellas rezuma la ironía, incluso el mundo despiadado, como en El gran carnaval, donde Kirk Douglas hace un papel antológico, pero Jack Lemmon es quizá el mejor representante del hombre solitario, el americano medio que tendrá que pasar la noche a la intemperie mientras uno de sus jefes se divierte con una amante en la magistral El apartamento, pero también será Nestor Patou, un gendarme que patrulla los barrios bajos de París donde las prostitutas y sus chulos tienen su feudo. La ternura de Lemmon, la sensación de no haber estado con otra mujer antes que con la bella Irma (la simpática y atractiva Shirley McLaine), se evidencia en la película cuando van a acostarse juntos y Lemmon quiere que se apague la luz, un detalle donde demuestra la timidez de un hombre ingenuo y solitario.

Muy pocos directores de cine han logrado describir la soledad con esa ternura, con ese halo de dulzura que imprime el genial director en sus películas.

Un breve repaso a su vida nos habla de un hombre nacido en Viena el 22 de julio de 1906. Lo más interesante fue su llegada a Berlín , donde trabajó en el Börsen-Courier, como redactor. Pero también verá mucho cine, películas que le impresionan como El acorazado Potemkin de Eisenstein o Bajo los techos de París de René Clair.

Por ello, decide convertirse en director, aunque tuvo que hacer guiones para películas antes, entre 1929 y 1933 apareció el nombre de Billy Wilder en los títulos de crédito de catorce películas. Pasó posteriormente un tiempo en París donde coincidió con Fritz Lang y Robert Siodmak, entre otros y embarcó para los Estados Unidos el 22 de enero de 1934, con un visado de turista de tres meses, cuando le caducó, tuvo que viajar a Mexicali, donde tuvo que esperar para que le concediesen un nuevo visado, se lo concedieron y empezó una larga historia, rodeada de buen cine, que sería muy extenso detallar, pero que es importante destacar que en 1938 aparece por primera vez con Charles Brackett, como guionista, en los créditos de una película en la Meca del cine. Fue en la película de Lubitsch, La octava mujer de Barba Azul. Esta colaboración entre los dos guionistas sólo se interrumpió en Perdición y duró hasta El crepúsculo de los dioses, en 1950 (fueron doce años de colaboración). Tras él, empezó su amistad con I.L. Diamond, el delicioso guionista, junto con Wilder, de El apartamento, entre otras obras maestras.

Por ello, para no extenderme en una filmografía cuyo estudio merecería varios libros, mi interés radica en hablar de tres películas esenciales para entender el tema de la soledad en el cine de Wilder: El crepúsculo de los diosesEl apartamento e Irma, la dulce.

Imagen: El Corte Inglés

EL CREPÚSCULO DE LOS DIOSES (SUNSET BOULEVARD)

Billy Wilder dirige en 1950 esta película realmente brillante, donde nos cuenta la soledad de una actriz en decadencia, una Gloria Swanson espectacular. La película es un homenaje a la historia del cine mudo, porque la actriz (Norma Desmond en el film) conoció las glorias del cine mudo y no supo adaptarse al cine sonoro. Hubo muchos actores que pagaron caro ese cambio, ya que no entendían el cine sino como un medio de expresión gestual y las palabras rompieron los esquemas de muchos hombres del cine, sólo hay que recordar el caso de John Gilbert, arruinado física y psicológicamente al empezar el cine sonoro.

La película pretendía empezar con una escena en el depósito de cadáveres de Los Ángeles, tenía que verse el coche fúnebre entrando el cadáver en el depósito, en este caso, el del personaje interpretado por William Holden (uno de los pocos amigos actores de Billy Wilder, junto a la gran pareja formada por Lemmon y Matthau). Incluso, para mayor hilaridad, el cadáver hablaba con otros, sobre lo que les había pasado. Naturalmente, semejante principio fue un desastre en el primer preestreno, en Evanston, a las afueras de Chicago.

Se cambió el principio y se decidió poner el cadáver de Holden en una piscina, para que éste, a través de la voz en off, contara la historia. Lo curioso es que rodaron la escena de la piscina desde arriba y colocaron un espejo al fondo de la piscina para que pareciese otra perspectiva (Wilder siempre se caracterizó por la originalidad de sus escenas, como en la famosa secuencia de El apartamento, cuando Lemmon aparece en la oficina; parece toda una sala, pero hay también «truco»).

La película es una radiografía de la soledad, porque la famosa actriz vive recluida del mundo, solo atendida por un mayordomo Eric Von Stroheim, papel excelente que nos recuerda a sus encarnaciones en las películas alemanas de los años veinte y treinta.

El reparto de la película también sufrió cambios, ya que Montgomery Clift iba a hacer del periodista (papel que hizo Holden) que se interesa por la vida de la actriz, pero dos semanas antes del rodaje se echó atrás, para no interpretar un personaje como ese.

Toda la película es un homenaje al cine mudo, pero también a aquellos seres que imbuidos por la soledad no supieron adaptarse a otros tiempos, los personajes que van a la casa de Norma Desmond para jugar al bridge son estrellas del cine mudo: Buster Keaton, Anna Q. Nilson y H. B. Warner. También tiene un papel en la película el prestigioso director Cecil B. De Mille haciendo de sí mismo.

Eric Von Stroheim es el marido de ella, pero es su cuidador, el hombre que alivia a la gran estrella de la soledad inevitable en una fotografía en blanco y negro que hizo las delicias de muchos amantes del cine, Norma Desmond apareciendo como estrella al final de la película a través de los impresionantes ojos de Gloria Swanson, Norma bajando rutilante las escaleras, mientras Von Stroheim la mira como si volviese a ver aquellas películas de los tiempos felices.

La muerte de Holden en la historia introduce la intriga, porque al director vienés le gusta aderezar la película con tintes de cine negro, como hizo con la excelente Testigo de cargo, en esta última a través de la mirada de una actriz rutilante, la muy bella Marlene Dietrich.

Las imágenes en claro oscuro, las sombras que se proyectan en la casa, la imagen de la piscina reflejando un mundo de glamour donde nadie debe entrar, me recuerda al mausoleo que tiene Bates en la casa de su madre muerta en Psicosis, espacios anticuados, dejados atrás por el tiempo, eternizados en el pasado, como también lo era Bette Davis cuando Joan Crawford y ella mantenían ese pugilato lleno de amargura en la impactante ¿Qué fue de Baby Jane? de Robert Aldrich.

Nos da la sensación que la estrella de cine sólo vive para bajar la escalera, como si saliese de mil años de sombras y de soledades, lo que ratifica la pericia de Billy Wilder al hacer una película donde la amargura y el glamour conviven majestuosamente.

La casa es simplemente un espejo de esa inmensa soledad que planea en la película, una imagen que se nos queda grabada, la de los ojos de esa mujer, pintados como el hombre viejo que le dice a Aschenbach al llegar a Venecia en la famosa película de Visconti que dé recuerdos a su lindo amorcito, son ojos de guiñol, de mujer de otro tiempo, ojos que nos asustan y nos dan miedo, pero que no podemos dejar de mirar, los ojos de la Swanson, equiparable a los de otras diosas del cine: Bette Davis o Marlene Dietrich.

Cine negro, sin duda alguna, porque Billy Wilder convierte la película en un reflejo de su amor por el cine, con la ironía que ha dotado siempre a sus películas, con imágenes inolvidables, como ese hombre muerto en la piscina que cuenta su historia, un comienzo antológico para esta cinta que tiene los ojos y la mirada de Gloria Swanson en cada plano inolvidable para miles de cinéfilos durante todos estos años.

Imagen: La COPE

 EL APARTAMENTO: LA SOLEDAD DEL AMERICANO MEDIO

La idea de filmar una película como El apartamento le vino a Billy Wider después de ver la cinta de David Lean Breve encuentro (1945), con Trevor Howard y Celia Johnson, una historia donde un hombre y una mujer comienzan a charlar mientras esperan el tren, son dos personas casadas, pero no logran esa felicidad completa, al hablar, se dan cuenta de la importancia de los afectos, de encontrar a la persona adecuada, de enamorarse de verdad.

Parece sorprendente que Billy Wilder tuviera como referente esta película para una obra maestra que en nada se parece a la historia que cuenta David Lean, pero, sí lo observamos bien, en ambas historias se habla de personajes solitarios, en la de Lean, un hombre y una mujer que no han encontrado quien realmente les entienda, en la de Wilder, un hombre irrelevante, un tipo que vive solo en su apartamento, que está empeñado en ascender en la empresa donde trabaja y que presta su apartamento a sus jefes para conseguir mejores puestos.

La soledad es el tema esencial de esta obra maestra de Wilder, sin olvidar otros temas que la película hilvana con extrema pericia: el arribismo, la deshumanización de una sociedad capitalista donde todos son personajes sin personalidad propia, seres que han perdido los verdaderos detalles de un tiempo que no ha de volver (la escena en la que el genial Lemmon sube en el ascensor y es el único de todos los hombres que se quita el sombrero ante la ascensorista de la que está enamorado (la deliciosa Shirley McLaine)), pero hay otro tema importante en la película, la mirada tierna de un director a unos seres que, sin ser importantes socialmente, representan lo mejor de la condición humana, C. C. Baxter es un hombre que sufre su soledad esperando a que uno de sus jefes termine la juerga con su amante, mientras duerme en un parque, cogiendo un terrible resfriado, es el hombre que espera a Fran Kubelik para ver una obra de teatro, sin que ella llegue, porque está con el jefe Sheldrake, el notable actor Fred McMurray.

Imagen: Filmin

 La película es un reflejo de un mundo donde las apariencias y las verdades se confunden, Lemmon parece a los ojos de su vecino, el médico paciente que no se queja de las juergas de éste, un verdadero espécimen por aguantar tantas fiestas y tener tantas amantes, cuando, en realidad, es un hombre solitario que es utilizado por todos. También la aparente felicidad de Fran Kubelik esconde la tristeza de una relación con el jefe Sheldrake que no conduce a una historia con futuro, la aparente felicidad de los matrimonios de los jefes, esconden la mentira de la infidelidad.

Película llena de detalles que la convierten en una de las obras maestras de la historia del cine, película donde ya podemos ver la sociedad deshumanizada, la enorme oficina, el intento de Lemmon de ver una película (un guiño de Wilder al cine clásico, Gran Hotel), sin conseguirlo, por las interrupciones continuas de la publicidad, película que trata con ironía las relaciones humanas, la ascensión social (la forma magistral en que Lemmon tiene que concertar las citas de sus jefes para que no coincidan ninguno en el apartamento), película que trata de la soledad más amarga, las fiestas navideñas donde Lemmon conoce a una mujer, también solitaria, a la que lleva al apartamento.

Recordemos la escena del espejo de bolsillo roto de Shirley McLaine que sirve para que Lemmon descubra el día en que comienzan las fiestas navideñas, donde todo debe ser alegría, que ella es la mujer que estuvo con su jefe en su apartamento, herida que le duele especialmente, ya que es la mujer que ama y ha estado con otro hombre en su propia cama. No hay que olvidar que Lemmon cuida con una ternura maravillosa a Fran cuando intenta suicidarse en el apartamento.

Recordemos en las palabras de Billy Wilder el por qué volvió a una historia que le rondaba en la cabeza desde tiempo atrás, desde que vio Breve encuentro:

“Volví a ella porque acabábamos de terminar Con faldas y a lo loco y me encantaba Lemmon. Esa película fue la primera vez que trabajamos juntos y dije: “Éste es el que necesito- Éste es el que tiene que interpretar al protagonista. Un poco hombrecillo, como decíamos antes, una persona que despierta compasión” [1]

La idea de elegir a Lemmon fue fundamental, muy pocos actores en la historia del cine hubiesen dotado al personaje de ese aire de tristeza y de comedia a la vez que el genial actor americano (uno de los más grandes del cine moderno) regala a su personaje, es un hombre entrañable, que no podemos odiar, pese a alquilar su apartamento, porque en cada secuencia está el humor, el encantamiento de un hombre tierno en una sociedad feroz que ya no tiene lugar para una persona de sus características. También el médico, el doctor Dreyfuss, interpretado muy bien por Jack Kruschen, tiene vida, es un hombre que no ha perdido su humor, tiene una gran paciencia y no duda en ayudar a Lemmon cuando Fran intenta suicidarse y, sin duda, Fran, una mujer que cree en el amor, que vive el autoengaño por Sheldrake, un cínico de nuestro tiempo, un ejecutivo que manipula a los demás, porque así entiende la vida.

La soledad está detrás de muchas escenas, la escena del parque, cuando Lemmon duerme allí, la escena del teatro cuando él espera pacientemente a una mujer que no va a acudir a su cita, cuando ve la televisión en su apartamento y al final, aburrido por la publicidad, la quita y se va a la cama. Toda la película es un reflejo de esa soledad que viven muchos seres en una ciudad de mucha gente, que buscan algo especial entre la rutina de sus vidas.

El apartamento es una de las mejores muestras del talento de Billy Wilder, porque la mirada del director está llena de ternura y de ironía a sus personajes, el final, cuando Fran cree que Lemmon se ha suicidado, después de la heroica acción de dar a su jefe la llave del aseo en vez de la de su apartamento, para recuperar la dignidad perdida, pero se trata solo del ruido del corcho de la botella de champán cuando abre la misma, nos reconcilia con un mundo en que debemos creer, donde la inocencia y la ternura nos salven del despiadado mundo de las oficinas y de la gran ciudad.

La soledad de dos seres que intentan, en un final feliz, iniciar una historia de amor, jugando a las cartas, nos hace pensar que la vida siempre da otra oportunidad y que debemos aprovecharla.

Con un guión de Billy Wilder y su nuevo colaborador, I. L. Diamond, con decorados de Alexander Trauner, con la música maravillosa de Adolph Deutsch, la película se llevó cinco Oscar de la Academia (sorprende que no se lo llevasen Lemmon y McLaine por sus excelentes interpretaciones), porque fue y sigue siendo una obra maestra.

  Imagen: Fila Siete

IRMA LA DULCE [Irma la Douce, 1963]: una historia inolvidable en París

Irma la Dulce fue rodada en París y lo más interesante de esta película es la concepción que Billy Wilder tuvo de no ser una película que le gustase, pese a haberse embarcado en ella.

La historia de Nestor Patou, un gendarme honrado al que se le asigna un distrito de París donde viven las prostitutas, el cual está siempre sometido a la falta de vigilancia de la policía que hace caso omiso al tema de la prostitución, siempre que se le dé dinero. Patou desconoce lo que ocurre y, al darse cuenta de la clandestinidad que ocurre en una casa donde pensaba que solo había clientes de hotel, inicia una redada, que acaba con un grupo bien nutrido de prostitutas en la cárcel, también detiene a los clientes, entre los que se encuentra el jefe de la policía que le destituye enseguida.

Patou vuelve sin trabajo al barrio, donde charla con el camarero que siempre inventa historias, el genial Lou Jacobi, de una forma casual se convierte en el líder cuando derrota al chulo de Irma, una prostituta que tiene buen corazón y que no se ha burlado de él en la célebre escena del coche celular, cuando todas las chicas, al ser detenidas, viendo la inocencia del gendarme, le empiezan a cantar: “Golondrina, dulce golondrina”.

Lemmon, el actor fetiche de Wilder encarna a un genial Patou, que, desde el principio de la película ya nos hace sonreír, es un hombre solitario, inocente, un hombre que cree en la ley, incapaz de infringirla, muy lejos de los chulos que hay en el barrio parisino. La película empieza como si fuese un documental, con estampas de París y luego la mirada de Lemmon, como si todo se eclipsase al aparecer un actor dotado con la genialidad.

Patou se convierte en el chulo de Irma, hay escenas que demuestran la enorme ternura de Wilder, como aquella en la que Lemmon se acuesta con Irma (de nuevo, Shirley McLaine, pareja de El apartamento y aquí estupenda en su papel de fulana), y no quiere que ella le vea en ropa interior, la chica tiene que ponerse un antifaz.

 Para Wilder, el cine es siempre inocencia, un lugar donde pueden tratarse los temas más espinosos sin perder la sonrisa y la ternura, como en esta película magistral.

Lemmon no quiere que ella vea a otros hombres, no puede ser realmente su chulo, todos son apariencias (recordemos la cantidad de apariencias que ya aparecían en El apartamento, Baxter pareciendo un don Juan, sin serlo, los jefes llevando una vida de engaños, con un humor muy poco divertido, el ruido del corcho en la botella de champán que parece un suicidio), por ello, decide trabajar muy duro en el mercado para inventar un personaje, un lord inglés que sea el único cliente de Irma, que no es otro que él mismo.

Se puede decir que la historia roza el absurdo, pero no que no tenga ternura, que no nos empuje a la sonrisa, a la mirada feliz de un mundo donde no hay nada sórdido, pese al tema que trata.

La soledad es otro tema que, de nuevo, toca Wilder, son personajes solitarios, como Patou, cuyo único apego es al trabajo de gendarme, tras ser despedido, no se va con su familia, no la tiene y sí acaba en el lugar donde ocurrió todo (algo absurdo, si no analizamos con calma, ya que nadie volvería al lugar de su desgracia), Patou es un hombre tímido, que no ha estado con chicas (nos recuerda mucho a Baxter), un hombre que, fortuitamente, se convierte en líder cuando derrota al chulo de Irma.

También el camarero, Moustache, es un hombre solitario, siempre cuenta historias, pero nadie sabe si son verdad, su capacidad para fabular lo envuelve en el farsante, pero un mentiroso entrañable.

Y el papel de Shirley McLaine, la bella Irma, es una mujer solitaria que no conoce el amor y que vive con su perrito. Una mujer que está acostumbrada a servir a un hombre, sin entender que Lemmon no es capaz de utilizar a una mujer.

Podemos decir que la historia es absurda, que cuesta creer que Lemmon pueda ser un gendarme o la McLaine una prostituta, que la historia del Lord inglés hace aguas, pero no que la película no nos lleve a su terreno, no nos emocione y nos haga pasar un gran rato, disfrutando de una historia con final feliz.

La película estaba basada en un musical, pero sólo se respetó uno de entre los muchos números que tenía la obra original.

Wilder recuerda cómo mandaron un cura al plató donde se rodaba la película, pero éste disfrutó de lo lindo viendo a las chicas vestidas de fulanas, fue enviado allí para que no se excediese la cinta en algún tipo de inmoralidad, ya que, al final de la misma, había una boda católica (la de Patou e Irma) y quería ver que no se hacía burla de un rito sagrado.

 Wilder no estuvo contento con la película, porque consideró que nada era verosímil, pero, olvidando la poca credibilidad de la historia, la película sí resulta divertida y bien hecha en su conjunto.

La obra de teatro en que se basó la película era de Alexandre Breffort, la música fue una delicia, gracias a André Previn, los decorados, de nuevo, del artífice de El apartamento, Alexander Trauner y el guión, de Wilder y el genial I. L. Diamond.

Imagen: Fotogramas

 BILLY WILDER: UN REFLEJO DE LA SOLEDAD DEL HOMBRE CORRIENTE

Sin duda alguna, las películas de Billy Wilder tratan sobre seres anónimos, tipos corrientes de nombres incompletos, pensemos en las siglas del protagonista de El apartamento, C. C. Baxter, o el nombre que tiene el gendarme de Irma la Dulce, Nestor. Pero también en película como El gran carnaval, donde un reportero sin escrúpulos, un tipo solitario, utilizará la sociedad deshumanizada para su propio beneficio.

¿No es un solitario acaso Tyrone Power en Testigo de cargo o la Dietrich en la misma película? ¿Y Gloria Swanson, no vive del pasado, mientras alimenta su leyenda entre las cuatro paredes de su gran mansión en El crepúsculo de los dioses? ¿Y los papeles que hizo con Lemmon, no son seres solitarios, en busca de alguien que complete sus vidas? ¿O la impresionante Sugar Kane de Con faldas y a lo loco, no es una mujer exuberante, pero sola, que tiene que llamar la atención de esa manera? ¿No son dos seres algo solitarios los personajes de En bandeja de plata, el ruin Matthau que quiere sacar una fortuna por el accidente que ha tenido Lemmon?

Estoy seguro que Billy Wilder ha sabido mirar al hombre con esa ternura que un hombre con experiencia en la vida tiene, por ello, su cine siempre nos arranca la sensación de verlo por primera vez, porque sus pequeñas obras maestras están cinceladas con la mano de un artesano del celuloide.

Dieciséis años después de su muerte, sus películas siguen siendo lúcidas y brillantes, tocan nuestro corazón y plantean los grandes debates del ser humano en un tiempo lleno de conflictos, claramente deshumanizado. ¡Viva Billy, el genial Billy Wilder! El hombre muere, pero su obra es inmortal.