Los buenos profesores (2023), de Thomas Lilti

Un nuevo curso empieza en el instituto. Entre los profesores está el recién llegado Benjamin Barrois, que va a impartir matemáticas. Los comienzos son dubitativos, pero muy pronto se integra entre los demás colegas, personas buenas que procuran hacer su trabajo de la mejor manera mientras gestionan sus propias circunstancias personales y familiares.

Estupenda película francesa ambientada en el mundo educativo. Detrás de la cámaras Thomas Lilti ofrece una lección de realismo cotidiano a la hora de adentrarse en el subgénero de “cine de instituto”, pero lo hace con un importante sesgo poco habitual: no se centra en los alumnos, aquí bastante colaterales, sino en los profesores y su relación entre ellos y con el trabajo. Como es habitual en el cine de Lilti, interesado siempre en pequeñas historias humanas –Hipócrates, Un doctor en la campiña o Mentes brillantes–, la película apuesta por el realismo y pone el énfasis en las pequeñas tesituras de personas normales, que tienen problemas, anhelos, dudas y luchan cada día por hacer su trabajo lo mejor posible.

Los buenos profesores centra así su atención en las diversas problemáticas de los docentes, una platea diversa de hombres y mujeres que han de lidiar con el día a día. Ahí está el recién llegado profesor de matemáticas que ha de superar su inseguridad; la compañera que le acoge con especial simpatía; el veterano profesor de literatura que se da cuenta que ha perdido la pasión y está aburriendo a los alumnos; el divertido y simpático profesor de inglés; la profesora de ciencias que no atraviesa por su mejor momento; la pareja de profesores de educación física... Aunque hay algún hilo narrativo menos trabajado, Lilti logra insuflar de atractivo a cada de uno de esos personajes, para hacer ver con pequeños detalles de su vida y de su familia que no es fácil mantener a veces la compostura en las clases –hay alumnos a veces muy conflictivos– y que más allá de las aulas los profesores tienen sus propias dificultades.

Destaca en Los buenos profesores el regocijante retrato que hace Lilti de las relaciones entre los docentes. Reina entre ellos una camaradería real, nada impostada, en donde todos se respetan, se ríen juntos, discuten y pasan tiempo unos con otros fuera del instituto, de manera que el nacimiento de verdaderas amistades es algo real y factible. Rodada con mucho oficio, sabe el director transmitir esta complejidad con una trama sencilla y natural que se detiene el tiempo adecuado en los distintos personajes, sin afán de agotar sus vidas y problemáticas. El trabajo coral del reparto –la mayoría de los actores ha trabajado anteriormente con Lilti– es magnífico. Todos están formidables, desde Vincent Lacoste y François Cluzet hasta Adèle Exarchopoulos, pasando por Louise Bourgoin o William Lebghil, entre otros.