Hawái, un paraíso esmeralda en el Pacífico

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Hawái, un paraíso esmeralda en el Pacífico

Un viaje desde Honolulu hasta Big Island para maravillarse de la historia, cultura y naturaleza del archipiélago.

La palabra Hawái evoca todas las combinaciones imaginables de islas tropicales con selvas prístinas y playas de aguas turquesa. Pero cada una de las ocho islas principales del archipiélago teje su propio hechizo. Oahu es el punto de partida de un itinerario que salta de isla en isla en un peregrinaje para desvelar la esencia de cada una, visitando los indómitos cañones y templos de la remota Kauai; ajustándose el cinturón en un roadtrip zigzagueante hacia la frondosa costa de Hana, en la isla de Maui, o visitando el antiguo puerto ballenero de Lahaina, donde el estilo de vida comunitario se combina con un aire bohemio y algo chic. El viaje merece cerrarse en la vasta y salvaje Big Island, donde los paisajes dramáticos del Valle del Waipi’o y la cima del Mauna Kea custodian la belleza cruda en que la gente piensa cuando escucha Hawái.

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'Iolani. Honolulu

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La historia de Honolulu

Honolulu, a casi 4000 km de California, es la capital del archipiélago. A pesar de contar con medio millón de almas y una ráfaga de rascacielos alineados en su bahía, Honolulu logra que su carácter polinésico y gentil triunfe sobre las vicisitudes urbanas de la era moderna. Acariciado por las brisas oceánicas, el emblemático palacio ‘Iolani recuerda que, antes de convertirse en el quincuagésimo miembro de los Estados Unidos en 1959, Hawái era un reino independiente. Con la opulencia y simetría de todo palacio real, el ‘Iolani fue erigido en 1882 por Kalakaua, penúltimo rey del territorio, y sirvió de residencia a la realeza hawaiana hasta la intervención militar estadounidense de 1893. Su fachada neorrenacentista y su techo de pizarra afrancesado hablan de los gustos cosmopolitas que el monarca había observado en sus visitas a otros estados soberanos y reafirman la intención de la otrora Hawái independiente de inscribirse en el mundo moderno como una nación más.

Honolulu

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Entre la naturaleza y el glamur

Las legendarias arenas blancas de Waikiki configuran una versión urbana del arquetipo playero ha­waiano, donde el follaje hara­gán de los cocoteros logra armonizar con la verticalidad de los hoteles y condominios. Oahu posee playas mucho más idílicas que Waikiki, pero su atmósfera festiva y la cercanía de restaurantes y tiendas le da un equilibrio entre naturaleza y glamur. Es el lugar perfecto para un brunch gourmet al mediodía y un cóctel desde uno de los catamaranes de paseo al atardecer.

El Hawái más ancestral destella en secreto desde la estatua de bronce de Duke Kahanamoku, inventor del surf moderno, a la que los locales rinden tributo con ofrendas de guirnaldas de flores. El excelso nadador, tras lograr medallas de oro en las Olimpiadas de 1912 y 1920, difundió por todo el mundo este deporte polinésico. Más rastros de la colorida historia de Honolulu se encuentran en su vibrante­ Barrio Chino, donde se asienta una extensa comunidad asiática, arribada en el siglo XIX para trabajar en las plantaciones de caña de azúcar, y donde es posible curiosear mercados callejeros de especias orientales y frutos de mar, además de restaurantes y bares más hípsters que los de Waikiki.

Pearl Harbor

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La base naval de Pearl Harbor

Junto al Museo de Arte de Honolulu, con sus tesoros de Asia y la Polinesia, la atracción histórica de Oahu es Pearl Harbor, la base naval cuyo ataque por parte de Japón precipitó la entrada de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial. El casco del USS Arizona, uno de los cuatro acorazados hundidos por el enjambre de bombarderos nipones, se observa a través del suelo del memorial.

Oahu

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El paraíso de los surferos

En la costa norte de Oahu el viajero tiene el primer contacto con el poder de la naturaleza en Hawái. La franja de 15 km de playas entre Sunset Beach y Mokuleia recibe algunas de las olas más épicas del mundo para la práctica del surf. Aunque en invierno estos rítmicos embates del océano llegan a medir más de diez metros de altura, de junio a septiembre las playas alrededor de Waimea Bay son plácidas para el relax y el snorkel, con ocasionales avistamientos de delfines giradores (Stenella longirostris) y tortugas marinas. Aquí no hay resorts ni torres de cemento, solo pueblos esparcidos a lo largo de la carretera, como Haleiwa, que conservan el sentido de comunidad y ofrecen una miríada de cafés, restaurantes y tiendas en casonas recicladas de la época de las plantaciones de azúcar. Los sucesos más importantes del día se viven en sandalias: solo hay que rendirse ante el espíritu aloha, valor tradicional hawaiano que se traduce en paz, disfrute y sensualidad.

Oahu

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Kauai y su geografía

Un vuelo de poco más de media hora desde Oahu transporta al viajero a Kauai, la isla geológicamente más antigua, junto a su vecina Niahu. En la lluviosa Kauai, las fuerzas de la erosión han cincelado una geografía abrupta, tapizada de densa vegetación esmeralda, y han creado maravillas como el Cañón del Waimea, apodado el Gran Cañón del Pacífico por Mark Twain. Esta garganta de un kilómetro de profundidad hendida en la lava serpentea tierra adentro, dejando al descubierto las fauces rojizas de la montaña a lo largo de 16 km. Un paisaje extremo que parece fuera de escala para las dimensiones de la isla y que puede apreciarse a través de una red de senderos o desde vertiginosos puntos panorámicos.

Kauai posee además ríos navegables como el Wailua, cuyo curso de 32 km puede ser explorado en kayak y desagua en la costa oeste. El carácter sagrado del río, hogar de los primeros polinesios que arribaron hace más de 15 siglos a Hawái desde las islas Marquesas tras navegar casi 4000 km, se expresa en los numerosos heiau, las tribunas de piedra utilizadas por los sacerdotes para albergar los tambores ceremoniales.

Na Pali

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Na Pali es siempre una buena opción

Una hora de remo a través de la jungla nos lleva a Kamokila, una aldea tradicional reconstruida, con sus chozas y tikis –figuras humanoides de madera que delimitan espacios sagrados–. Luego se prosigue hacia Secret Falls, una caída de agua de 24 m que se escancia sobre una pileta natural de roca en la que es posible nadar.

Otro encanto de la disruptiva Kauai es Na Pali, una franja costera signada por infranqueables acantilados que alcanzan los 1200 m de altura, tapizados de verdor, con playas fabulosas a las que solo se accede por mar, a pie o en helicóptero. Esta impresionante estampa costera está considerada la más espectacular de Hawái y fue popularizada por Hollywood en la escena inicial de Parque Jurásico.

Kalalau

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El 'mana' lo guía todo en Kalalau

Para caminar por el sendero Kalalau (18 km, ida) que recorre Na Pali, hay que solicitar un permiso con bastante antelación, pues el cupo diario es bajo. Desde Ke’e Beach se atraviesan cinco valles acerrojados por los filos de los acantilados, entre una foresta de árboles de frutas tropicales, se exploran cuevas inundadas por aguas cristalinas, playas desiertas y, en más de una ocasión, se camina al filo del precipicio. Llegados al amplio valle de Kalalau, hay que retornar sobre los propios pasos.

Es más habitual realizar la excursión en barco o catamarán desde Hanalei. En poblaciones rústicas, rodeadas de cultivos de taro y con apego a las tradiciones como esta, el hawaiano es casi la primera lengua. No hay casas de más de dos plantas, pues según la ley, ningún edificio puede superar la altura de una palmera. Por ética, hasta los restaurantes de comidas rápidas sirven carnes y verduras ecológicas producidas en la zona. El mana, concepto de la filosofía tradicional polinesia que sostiene un entendimiento holístico del entorno natural, parece regir aquí todos los aspectos de la vida cotidiana.

Maui

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El pueblo más histórico de Hawái

Maui depara excelentes oportunidades tanto para las actividades de adrenalina como para el hedonismo de luna de miel. El aeropuerto queda a solo 10 minutos de Ka’anapali, un pueblo que, con una franja de 5 km de playas doradas, una docena de hoteles-boutique y campos de golf, es el contraste perfecto con la naturaleza ruda de Kauai. Aquí, la rutina puede consistir en saborear un cóctel mai tai desde la cama del hotel, observando al disco ambarino del sol esconderse tras una palmera mecida por el viento, o celebrar un nuevo amor caminando de la mano por una playa alumbrada por antorchas. Muchos bares organizan espectáculos nocturnos de hula, danza tradicional polinesia donde los movimientos representan aspectos de la naturaleza. Una opción menos contemplativa es deslizarse en tirolina desde las sierras vecinas para tener vistas aéreas de toda la bahía.

Lo fantástico de Maui es su diversidad: a diez minutos en coche de los resorts de Ka’anapali, arrinconado entre las montañas de West Maui y la serenidad del mar, yace la antigua posta ballenera de Lahaina, el pueblo más histórico de Hawái. Sus panaderías y almacenes centenarios rinden tributo a la época en que barcos balleneros de todo el mundo anclaban en el puerto para aprovisionarse, e inmigrantes japoneses llegaban para laborar las plantaciones de piña. Un paseo por Front Street es un festival de bares con música en vivo, antiguos burdeles convertidos en galerías de arte y museos como el Hale Pa’i Printing, alojado en una cabaña donde una vez funcionó la primera imprenta de Hawái. Las ruinas de un fuerte construido en 1832 para desalentar los raides de corsarios completan el cuadro.

Molokini

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Las perlas de Maui

En invierno las ballenas yubartas acuden a reproducirse en el canal que separa Maui de Kahoolawe y se ven incluso desde tierra firme. Hay excursiones de buceo o snorkel hacia el imponente y solitario cráter del Molokini, un atolón con forma de luna creciente a 5 km de la costa, cuyo arrecife de coral es uno de los más caleidoscópicos de Hawái. Bajo la superficie florece un universo ultramarino poblado por 450 especies de peces tropicales que incluyen al vistoso e impronunciable Humuhumunukunukuapuaa (Rhinecanthus rectangulus), el pez oficial del estado.

Una de las perlas del exuberante interior de Maui es el ‘Iao Valley. Atravesando una planicie antaño cubierta de caña de azúcar se ingresa en este santuario natural en donde crestas de lava fueron reclamadas por la jungla. El punto focal del paisaje es la Aguja de ‘Iao, un pináculo vertical de 370 m que se eleva en soledad, tornasolado por las luces cambiantes del valle.

Hana

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Hana, la carretera más escénica de Hawái

Otro hito de Maui es la mítica carretera a Hana que bordea la costa nordeste. Partiendo de Kahului, el road­trip más glorioso de Hawái negocia, a lo largo de 83 km, al menos 620 curvas, precipicios y cascadas que emanan de la frondosa jungla, además de 54 puentes de un solo carril que merecen la máxima cautela al volante. En el camino, es posible visitar la playa del Wai’anapanapa State Park, que como muchas de la zona tiene arenas negras, e incluso acampar un par de noches en ella. Sin detenerse, se llegaría en unas tres horas al remoto poblado de Hana, un reservorio de la genuina cultura hawaiana. Entre sus selváticas playas, es posible observar verdaderos paniolos, vocablo para designar a los vaqueros españoles de Nuevo México que invitó el rey Kamehameha III. También es un excelente sitio donde probar poke, una ensalada de atún o pulpo crudos marinados en salsa de sésamo y sal marina hawaiana, o incluso kalua, cerdo cocinado bajo tierra sobre un lecho de piedras candentes envuelto en hojas de plátano.

Big Island

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Última parada: Big Island

Nuestro viaje culmina en Big Island, la más vasta y joven de las islas, sede de numerosos enclaves sagrados para la cultura hawaiana, como el valle del Waipio, donde los acantilados costeros de los montes Kohala ceden terreno a un espacio en forma de anfiteatro. Los caballos salvajes pululan entre parches de selva tropical y las cascadas que forman piletas encadenadas. Es posible adentrarse en esta arcadia por senderos, o simplemente disfrutar de los imponentes acantilados desde la playa de arena negra junto a isleños que hacen pícnic en compañía de su ohana, como se conoce en Hawái a la tribu formada por la familia extendida y los amigos.

Hawái. Entre volcanes

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Entre volcanes

El Mauna Kea (4207 m) y el Mauna Loa (4169 m), los gigantescos volcanes de Big Island, atraen menos visitantes que el Kilauea, uno de los más activos del planeta. Su caldera no ha dejado de emitir lava desde 1983, añadiendo más de 200 hectáreas a la superficie de la isla. Por ello, para contemplar de cerca a la mismísima Tierra ocupada en la tarea de crearse a sí misma o, como dirían los hawaianos, la obra de Pele, diosa del fuego y los volcanes, basta con encaminarse al flanco sudeste del Kiluaea. Allí, la boca del cráter Pu’u O’o emite coladas de lava que descienden enroscándose sobre sí mismas, como gruesas sogas al rojo vivo. Cuando llegan al mar se apagan en medio de una blanca humareda.

Kilauea

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El magnetismo de Hawái

Algo más al oeste, el Halemaumau, cráter principal del Kilauea, aloja un lago incandescente que resplandece de noche cuando se observa, por ejemplo, desde el mirador del museo Jaggar. Mientras aguardamos ese momento, contemplando el crisol danzante de ocres y carmines que se acrisolan al atardecer, con la mole durmiente del Mauna Kea al norte, es difícil no estremecerse con humildad ante una Hawái que desborda cualquier estereotipo de camisas estampadas con palmeras. Desde la inmensidad del Océano Pacífico, Hawái palpita con valores y colores propios y se da a conocer en toda su integridad histórica y natural. Hawái es solo igual a sí misma.