A media tarde, llegamos al hotel donde nos alojaríamos las tres noches siguientes, un resort con jardines y piscina, distribuido en edificios de dos o tres plantas, algunos reformados y otros, no. Al repartir las habitaciones, a nosotras nos tocó uno de los antiguos, en un segundo piso sin ascensor y con bañera en vez de ducha. Al comentarlo, se ofrecieron a cambiarnos, pero ya habíamos subido las maletas y no nos apetecía volverlas a bajar. Por lo demás, tampoco es que fuese horrible, los colchones eran cómodos y las vistas hacia el mar, muy bonitas.
El hotel está situado a cuatro kilómetros de Izola, en lo alto de un cerro que se asoma al acantilado, por lo que sus jardines, comedores y terrazas ofrecen unas panorámicas fabulosas de la costa eslovena: las puestas de sol que contemplamos fueron para enmarcar. Y también estuvo muy bien el buffet de desayunos y cenas, bastante variado y con productos de calidad: recuerdo las tartas y los pasteles, ¡cuánto pecamos, por favor!
Izola.
Las tres tardes que estuvimos en la costa fuimos a Izola por nuestra cuenta, pero para no dispersar la información voy a contarlo todo ahora, de un tirón. Durante el check in, el guía nos contó que hay un sendero para bajar caminando tanto a las playas de Izola como a la propia población desde el hotel sin tener que ir por la carretera, y que él se iba a dar un chapuzón. Y no mentía, pues luego nos lo encontramos allí. Ciertamente, se notaba que estábamos más al sur y el calor apretaba. Nosotras no es que tuviésemos intención de bañarnos, pero sí decidimos ir a investigar, para lo cual tomamos el susodicho sendero, que desciende muy empinado a través de un bosquecillo hacia el mar. Las vistas de Izola y su costa eran de postal. Las playas, no tanto.
Las primeras que vimos estaban pavimentadas y disponían de sombrillas y escaleras para llegar al agua. Más tarde, nos daríamos cuenta de que esto es muy corriente en Eslovenia. Más adelante, pasado el puerto deportivo, llegamos a una pequeña playa de arena –de echadizo, supongo- que se debe poner a tope en pleno verano al estar en cerca de la población.
Dando un paseo, nos fijamos en que junto al mar había bastante ambiente, con gente consumiendo en bares y restaurantes, pero en las callejuelas del centro apenas había un alma. Tampoco fuimos muy lejos porque se nos había hecho tarde y queríamos cenar en el hotel. De modo que decidimos continuar la visita en otro momento. Con aquel bochorno, no nos apetecía subir aquella cuesta tan empiada, así que fuimos hasta la Plaza de la República, la parte más cuidada de la ciudad y su centro administrativo, y tomamos un taxi que en cinco minutos nos dejó en el hotel.
La tarde siguiente, al volver de las excursiones de la jornada, volvimos a Izola, esta vez en el autobús, que según nos dijeron, paraba a unos cinco minutos caminando del hotel. Fuimos las cuatro que habíamos formado un grupito, al fin nos aclaramos con los horarios y el número del autobús (la misma línea que va a Piran) nos dejó en el centro de Izola en menos de diez minutos. Creo recordar que el precio era de 1,30 euros. Supongo que habrá abonos de varios viajes, pero ni siquiera lo consultamos porque seguro que no nos iban a compensar. Cuando nos aprendimos los horarios, fue coser y cantar, pues para volver no teníamos más que esperar en la parada de la Plaza de la República, que está junto al puerto y a cinco minutos caminando del casco antiguo.
Situada al sudoeste del país y con una población actual de unos 12.000 habitantes, Izola forma con Piran y Koper el trío de ciudades más destacadas de la costa eslovena, que se extiende solo 47 kilómetros en el Mar Adriático y cuya delimitación ha sido objeto de disputas con la vecina Croacia.
Originariamente, Izola era una isla. Los romanos la colonizaron y la dotaron de un puerto que dinamizó el comercio marítimo. Durante la Edad Media, perteneció a la República de Venecia y gozó de prosperidad, pero su economía entró en declive durante el siglo XV, cuando, además de sufrir una gran epidemia de peste negra, Trieste se convirtió en el puerto de referencia en la zona.
Durante la invasión francesa, se destruyeron las murallas medievales para rellenar el canal que separaba la isla de tierra firme; luego se incorporó al Imperio Austrohúngaro hasta 1918, en que, al igual que toda Istria, se integró en el Reino de Italia. Tras la capitulación italiana de septiembre de 1943, Alemania la ocupó hasta abril de 1945. En 1947, igual que Koper y Piran, formó parte de la Zona B del estado independiente de Trieste, que fue disuelto en 1954, pasando a Italia los territorios de la Zona A y a Yugoslavia los de la Zona B.
Izola me pareció muy agradable para pasear, pues, al menos por las tardes, había gente pero sin agobios. Pese a que durante mucho tiempo fue una población eminentemente marinera que basaba su economía en la sal y la pesca, ahora son las embarcaciones de recreo las que abarrotan sus muelles, mientras que ya son pocas las barcas de pesca tradicionales que quedan. El turismo está cambiando las fuentes de ingresos en Izola.
El casco antiguo cuenta con calles estrechas y casas pintadas de colores, unas de bella arquitectura que se remite a tiempos más prósperos, quién sabe si fueron residencias nobiliarias, otras muy sencillas y modestas, propias de un barrio marinero; las había bien mantenidas, con muros de aspecto impecable, en tanto que las fachadas de otras aparecían emborronadas con manchas de humedad o desconchadas. Y, por todas partes, contraventanas de madera, ropa tendida, flores, fuentes y arcos.
El casco antiguo de Izola respira el influjo de su pasado veneciano, aunque se ven edificios de estilos arquitectónicos variados: románico (Iglesia de Santa María de los Pescadores), gótico (Palacios Manziolini y Lovisato), renacentista (Iglesia de San Mauro) o barroco (Casa Zanon, Palacio Besenghi degli Ughi).
En fin, que aunque no tiene monumentos especialmente destacados, la ciudad nos sorprendió para bien y estuvimos muy a gusto moviéndonos por sus callejuelas con fachadas de color pastel, a las que no les falta encanto ya estén impolutas o destartaladas. Confieso que este tipo de lugares me atraen bastante.
Mientras mis compañeras se quedaban en la piscina dándose un bañito, yo todavía volví a Izola la tercera tarde, pues quería comprar un par de botellas de vino en un supermercado, que me salieron bastante más baratas de lo que me hubiesen costado en las bodegas de Maribor. También aproveché para dar un último paseo por la zona del puerto. Y no se me olvidarán esas preciosas vistas desde la carretera.