Dime qué actor interpreta la obra de Florian Zeller, El padre, y diré el resultado de la puesta en escena. El reparto importa cuando un melodrama logra quebrar la conciencia de un espectador para llevarlo al llanto, ahí donde un anciano pierde la memoria y paraliza la vida de los que están a su lado. Zeller investigó sobre la realidad que adquiere otros derroteros: la demencia senil, el cerebro que fragmenta su historia.
Actuada por primera vez en 2017 por el actor Ignacio López Tarso —con Erika Buenfil como la hija—, la puesta adquiere tintes cómicos, alejados del melodrama original. No es que esté mal, pero llegar al teatro comercial exige taquilla. López Tarso viajó por el país con la obra, con sala llena. Hoy, interpretada por Luis de Tavira y Nailea Norvind, el último representante de un teatro donde actuar es el meollo del éxito a profundidad en un montaje, Zeller debe estar satisfecho de que su obra cobre trascendencia para lograr que los asistentes vibren y conciencien una enfermedad de la retentiva.
López Tarso y De Tavira provienen de distintas tablas, donde actuar es algo serio, de escuela, sea formal o vivencial. El primero logró éxitos sin parangón con sus interpretaciones. El segundo, además de gran director, gran maestro de actores, él, desde que empezó su labor, sabía que actuar era la esencia de la escena. Desde que lo dirigió Julio Castillo en la tragedia de Von Kleist, El príncipe de Hamburgo —junto a Blanca Guerra— hasta su vital versión de El padre, De Tavira desnuda su sabiduría a nuevas generaciones que creen que actuar es jugar. No: son mente y corazón sin concesiones. Un cuerpo que se agiganta como las pinturas de El Greco, que se metamorfosea ante nuestros ojos y nos deja pensando en los delirios de la razón.
La vigencia de Luis de Tavira en el teatro de corte comercial —cuando él fue hechura de un rebelde como Héctor Mendoza— ojalá sea el indicio de que se puede hacer teatro a sala llena donde el público esté preparado para entender que sin almas sensibles no hay salida al verdadero conocimiento de las ideas del ser humano.
El exigente director de escena, el maestro de actores sube al teatro de masas con una enorme clase, como si no pasara nada.
